domingo, agosto 04, 2013

EN EL CORAZÓN UNA MÚSICA ANTIGUA Y PROFUNDA...




*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
http://www.facebook.com/#!/pages/Claudia-Marting-pinta/313325418684014?fref=ts
 
 
 
 
 
En el bolsillo*
 
 
 
Tengo guardados en el bolsillo
un beso robado, chiquito,
un rubor, una lágrima,
olor a glicinas, un pimpollo seco.
tengo una almendra mordida,
un viejo libro de cuentos,
el ruido de un tranvía,
... un campo de lino celeste.
Aquel primer día de escuela con guardapolvo almidonado.
Tengo el bolsillo estirado ya no caben más recuerdos,
pero vienen a montones cabalgando golondrinas.
Quiero guardarlos a todos, que me acompañen, me mimen,
tenerlos apretaditos, que no escapen.
tengo el bosillo pesado. No importa.
 
 
 
 *De Elsa Hufschmid. elsifumi@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 EN EL CORAZÓN DE UNA MÚSICA ANTIGUA Y PROFUNDA…
 
 
 
 
 
 
 
 
COMO EN UN CUENTO*
 
 
 
Érase una vez una niña
que intentó la luz en universos paralelos
buscando soles que regalan
pinceladas de cobre al mediodía.
Pesando los sonidos de la tarde
... supo la lumbre de un trino...
Época de flor y anuncio de frutos
en ramas desaparecidas bajo un tumulto
de flores de aromo, amarillas.
La luz les caía encima, líquida
madurando dulces vainas encendidas.
Érase una vez…
cuando todo era lejano todavía.
La luz se presentó desde una congoja muda.
Se desplomó el tiempo, casi a traición.
Cuando la razón fue capaz de entender
las heridas habían hallado su lugar.
Ahora el Tiempo es un Amante de sonrisa
quebrada. A veces, fingimos creernos.
Pero aquella niña que jugó su juego
sabe que no siempre se alumbran
las esquinas de los sueños.
Y que el peso de la lluvia se parece
al sosiego de un gigante bueno.
 
 
*De Miryam Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
***
 
 
“Unos ojos redondos, siniestros,
                      como los cañones de un arma
                   apuntando a la sien del futuro.”
                                       Luisa del Valle Silva

 
PROTESTA NO ANÓNIMA*

 
A esta hora de porfías roncas replegadas,
de cigarras disidentes penumbrosas
y de techos fermentados en lo obscuro.
¡Protesto!

Ante la evasión del fantasma
que ulula y pulula en congojas
a merced de borde sin auxilio.
¡Protesto!

En la ubicuidad de un tiempo de cruces
y ultratiempos tumultuosos
hambrientos de leyes no asfixiadas.
¡Protesto!


Un niño se alimenta en hogueras
su madre de luto degollado
ella prisionera en la entrega
él en caminos sin ventura;
los dos tras las persianas del miedo
en el cenit rojo del caos
doliéndose, abatiéndose
en la mar donde inmerge esperanza.
 
Y tú, sobre pedestal monótono
como un monomaníaco rígido
lleno de incapacidad y soberbia.
¡Protesto!


*De Natalia Lara. cpc.larag@hotmail.com
Puerto Ordaz, Venezuela
© 2013 Natalia Lara. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Imaginación *
 
 
 
En un paisaje abierto
Alborotado y fresco
Proyecto imágenes de mis deseos
Ellos acumulados en globos transparentes
Vuelan desordenados por el aliento fugaz de mis sentimientos
Tiemblan mis manos intentando alcanzarlos para aquietarlos
Intento detenerlos uno a uno bien delineados y en orden
Pero ellos vibran por los aires
no se detienen en una línea definida
tienen su propio rumbo
y allí  encuentro entonces
las diabluras que suceden a la imaginación.-
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Ella*
 
 
 
¿Sabes amigo? Fue muy interesante lo que dijiste esa noche sobre ella, tus palabras aún zumban en mis oídos como el lejano ronroneo de un motor cómodo y constante. Me aseguraste que coreabas torpemente un viejo tema de Alice Cooper, si mal no recuerdo trataba sobre adolescentes del año ’74 y en tu mente imaginabas hallarte en un motel caliente observando el reflejo de una piel joven vibrando y gimiendo bajo la palma de tu mano; pero sobre aquel asfalto infinito y cotidiano ansiabas estar solo como un perro rabioso, un lobo mordedor entre tapizados caros. El lugar podía ser Tucson o Pasadena, no recuerdas, da lo mismo a esa altura de cualquier verano. Solo el calor acompañaba tu deseo de más velocidad, tu pretensión de exprimir más la potencia del coche y llegar, no sabias adonde ni recordabas el porque, pero olvidaste todo eso cuando la viste.
Tal vez el licor rebajado del Old Dinner o las seis cervezas anteriores te predispusieron mal para el encuentro pero me aseguraste que era fea y vieja, que tu idea de un revolcón con carne joven se bajo automáticamente de la carrocería del Súper Cobra ’69 y toda maravilla de la noche se eclipso en la visión de ese flaco cuerpo óseo, poco femenino, a través del parabrisas. Solo un grito salvaje emitió tu reseca boca y aceleraste tu máquina especialmente preparada para ese tipo de fugas. Tenias bronca y mala intención, si hubieras podido arrollarla hubieras culminado la noche satisfecho pero a pesar del volantazo la figura desapareció, seguramente la cuneta acaparo los desproporcionados rasgos que viste con tus pupilas dilatadas y te dejó con esa furia que envolvieron tus palabras al relatármelas luego en El Paso bajo un cartel de neones cariados.
Te cuento ahora, que yo también una vez maneje las estrofas de "Shout at the devil" con Nikki Sixx en mis oídos. ¡Espera! Tal vez estoy refiriéndote algo que sucedió hace muy poco. La carretera se abre ahora frente a mí dejándome escapar del puño eléctrico de la ciudad hacia las sombras de un mundo libre y nocturno, mi mundo de luces altas y árboles rápidos. La aguja marcaba 110 millas. Yo también me encontré con ella y sobre el neón parpadeante en el brillo del capó la vi, no era tan huesuda como dijiste, era bella y letal, devoraba macadán y estrellas. Una hermosa muchacha de cabellos sincronizados con el viento y la noche. No tuve miedo, en mí, el alcohol no produce el fenómeno del grito. En dos breves décimas de segundo inyecté 287 cm3 de nitro, una onza de vida, al IronBlock de mi Charger, un Dodge ’71 negro como un animal nocturno, y aceleré a fondo.
Ella continúo flotando a escasos centímetros de mi parabrisas, tenía un rostro delicado y de bello color marfil, los ojos eran un fuego verde que hería mi alma. El Charger continuaba acelerando por una avenida infinita que se poblaba de árboles espectrales. A través de sus vestiduras yo observé un seno pálido e imposible, y un pezón con un piercing en forma de cruz invertida. El rock and roll de la radio tomaba la cadencia de inmenso tren negro lanzado hacia el infierno. Mi sangre humana y perecedera también fue inyectada al turbo compresor, recorriendo conductos recalentados, mangueras sedientas, un siseo de pequeñas burbujas rojas, cavitación. Enamorado aún de ella, alcancé a ver las llamas que se alzaban desde mis Goodrich de 14 pulgadas, lenguas mortales que lamían ya las ventanillas y la pintura de mil dólares, ya luego solo escuché la explosión y ella me tomo muy fuerte de la mano.
 
 
*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Fondo blanco*
 
 
 
*Por Juan Forn
 
 
En una de las mejores escenas de esa obra maestra sobre el alcoholismo que es Días sin huella, Ray Milland recorre bajo el sol rajante toda la 3ª Avenida, a la ida por una vereda, a la vuelta por la otra, hablando solo y llevando a la rastra su máquina de escribir. Está buscando desesperadamente una casa de empeño que le dé unos billetes para whisky a cambio de su máquina, pero todas las casas de empeño están cerradas porque es Yom Kippur en Nueva York. A lo largo de esas interminables cuadras, que recorre repitiéndose a sí mismo como un mantra: “El delirio es una enfermedad nocturna, ahora es de día”, Milland se cruza con otro transeúnte por la calle. La cámara muestra al transeúnte viniendo hacia nosotros y Milland interrumpe su murmullo para decirle: “Hello, Charlie”. Le dice Charlie como quien dice Carlitos, o flaco, o chabón, como quien dice “nadie”, y es uno de los momentos más estremecedores de la película, porque el Carlito que hacía ese cameo era Charles Jackson, el verdadero protagonista de Días sin huella, el que escribió el libro: no el guión sino el libro en el que se basó la película, que era una novela, pero el mundo tomó como un testimonio, “el más poderoso aporte a la literatura de adicción desde las Confesiones de un fumador de opio de De Quincey”, como dijo The New York Times.
Charles Jackson no era nadie cuando publicó su libro en 1944. Pero a los dos meses, la MGM lo contrató y se lo llevó a California. Llegó a Hollywood ya legendario: todos parecían haber leído su libro y experimentado un sísmico shock de reconocimiento. Lo que todos querían era conocer “el secreto”, porque nadie había mostrado la mente del alcohólico como Jackson, y Jackson llevaba diez años sin beber una gota. Herman Mankiewicz, el guionista de El ciudadano, que acababa de salir de un intento de suicidio, lo invitó a almorzar y le confesó que el intento había tenido lugar la noche que terminó de leer Días sin huella. Hitchcock se acercó a su mesa en Chasen y le dijo que le interesaría mucho filmar el libro. Cuando Thomas Mann lo recibió en su casa, dejó a los demás huéspedes en el living y se encerró en el escritorio a conversar con él.
Al final, la película la hizo Billy Wilder, que había comprado el libro en la estación de Chicago antes de subir al tren, y antes de llegar a Hollywood ya tenía la certeza no sólo de que ahí había una Gran Película sino de que el actor que se atreviera al papel principal se llevaría el Oscar (de Cary Grant a Gary Cooper, todos rechazaron el papel; sólo el desconocido galés Ray Milland iba a aceptarlo, ignorando el consejo generalizado de que sería su suicidio artístico). Jackson sintió que su libro estaba en buenas manos y se volvió al Este, porque lo que quería era escribir novelas, no guiones. Wilder le fue mandando el libreto por partes; a Jackson le encantó hasta que llegó la escena final y se volvió loco. En el libro, el personaje lograba en las últimas páginas llegar a su cama, se felicitaba por haber sobrevivido a otro descenso a los infiernos y se preguntaba por qué diablos todos se preocupaban tanto por él. En la película, Milland, aún borracho y tembloroso, comenzaba a dictarle a su novia las primeras líneas del libro que iba a escribir, y su voz se iba a haciendo más y más firme sobre el tecleo de fondo, como si ya hubiera empezado a curarse de su adicción. Jackson le escribió a Wilder: “¿Comprenden lo que significará para mí sentarme en el cine de mi pueblo y ver esa película entre mis vecinos?”. Jackson sostenía insólitamente que, si el personaje decidía seguir bebiendo al final de la película, él no era el personaje, su libro era una novela y su reputación entre los vecinos estaba a salvo.
Días sin huella se llevó todos los Oscar en 1946, pero nadie nombró a Jackson durante toda la ceremonia (“Si te sirve de consuelo –le escribió Wilder–, quiero que sepas que, por causa de esa omisión, las reglas de la ceremonia se cambiarán para que los ganadores puedan decir unas palabras en el futuro”). Durante los años siguientes, Jackson se cansó de que la gente le dijera: “Me encantó tu película, Charlie”. Después de fracasar con un par de novelas y de trabajar como orador itinerante para Alcohólicos Anónimos, donde su libro se entregaba como una biblia, volvió a beber y poco después confesó su homosexualidad a su mujer e hijas y les dijo que no podía seguir con esa doble vida. Se mudó a Nueva York, donde murió de una sobredosis de seconal en el Chelsea Hotel en 1967.
Es asombroso que la película de Wilder lograra borrar de la mente de los espectadores la relación entre alcoholismo y homosexualidad no asumida que el propio Jackson ponía en las narices al lector de su libro (“Al diablo con los motivos: el padre ausente, demasiado cariño materno, el escándalo en la fraternidad universitaria. Bebes porque no eres capaz de dominarte. Bebes porque una sola copa es demasiado y cien no son suficientes para olvidar”). De ciertas cosas no se hablaba, y menos en las películas, en 1946. El alcoholismo, en cambio, era el flagelo universal de aquellos tiempos. Basta ver la contratapa que tuvo el libro en castellano, donde se lee en letras catástrofe: “¿Es el alcoholista una figura cómica que provoca risa o un enfermo que debe ser atendido y curado?” (esa vieja edición de Kraft es la única que existe hasta hoy en nuestro idioma, y han de haberse hecho muchos ejemplares porque todavía se consigue a veinte mangos en cualquier librería de viejo).
En sus discursos para Alcohólicos Anónimos, Jackson repitió mil veces que su plan era escribir una segunda parte de su novela en que el protagonista abandonara el vicio, pero el plan falló. Como escribió alguna vez Héctor Libertella, un vaso de whisky es un pedazo de vidrio con la boca abierta. En mi biblioteca ideal, Días sin huella (cuyo título original, tanto en el libro como en la película, es mil veces mejor: The Lost Weekend) está entre El Crack-up de Fitzgerald y los Diarios de Cheever. Con esos dos libros dialoga más que con ningún otro. Ni siquiera Malcolm Lowry en Bajo el volcán mostró más vívidamente el mundo interior del alcohólico: sus tretas, su mortífera sagacidad para entender su enfermedad, para saber cómo seguir bebiendo (“Tal vez fuese debido a su doble condición de participante y espectador de sus actos, que nunca llegaba realmente a la ruina completa”). En sus años finales en Nueva York, cada vez que reponían Días sin huella, Jackson arrastraba a su novio de turno y a su amiga Dorothea Straus a verla. Siempre entraban después de los títulos, porque en los títulos decía “basada en el libro de Charles R. Jackson” (la r por Reginald, su odiado segundo nombre, el que usaban en la fraternidad universitaria para escarnecerlo). Y cada vez que llegaba el momento en que Ray Milland, dando tumbos por la 3ª Avenida con su máquina de escribir a cuestas, se cruzaba con ese peatón de sombrero y corbatita, él temblaba de gozo en la oscuridad y murmuraba hipnotizado a la pantalla: “Hello, Charlie”.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
 
 Mi casa habita el guante negro de mi bello muchacho
-pensé artaudistamente-
las paredes respiran por las grietas de los puntos al crochet,
y yo tomo el aire a cucharitas.
Desdibuja el guante negro mis cuadros,
y me parece perfecto que así sea.
Nada es tan asimétrico ni encuadrado
ni enmarcado.
y al final...
qué ves cuándo ves?
dice el guante de mi muchacho bello
envolviéndome los ojos
con un hilo de algodón
desilachado de la abuela.
y hoy,
eso me parece perfecto
 
 
*De Paz Bongiovanni pazbongio@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 Cuentos alcohólicos (y algunas cosas peores)*
 
 
 
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
 
 
 
Lee: "al fin me entero yo cómo sabe una piel que sorprende." Pone su pie derecho sobre el mar izquierdo y los extremos navegan. Trata de dejar de fumar. Dos horas más tarde pierde la voluntad y cruza la avenida para comprar cigarrillos. Vuelve a leer el mismo libro que le da sed pero no hay ginebra. Otra vez cruza la avenida. Se interna en una calle oscura. De regreso, el cielo es dorado, tanto que puede volverse rico. La ginebra le agudiza el oído. Escucha el estado de crisis del amante. Escucha los pasos de los pies no presentes. Escucha que un libro que lo llama desde otro libro. Se pregunta cuál ha sido el problema: demasiado tabaco, demasiada ginebra, demasiada mierda. Monta guardia bajo la luz de la lámpara pero lo negro de la noche no recula.
 
 
*
 
La mujer con sombrero pasa la mañana conociendo al hombre que está colgado en el ropero. El pregunta la hora, el día, el mes, el año. Su manera de estar colgado puede interpretarse de muchas maneras, no sólo porque esté cabeza abajo, sino también por la media sonrisa hacia el horizonte posterior del mundo.
 
 
*
 
Apenas puso mi nombre en su boca, mi nombre sintió vértigo, supo que su boca era el centro de todo, y cayó por la garganta. Resbalaban las letras de mi nombre como esporas. Rodaban como lunas pidiendo rayos. Patinaban como animales invertebrados, y a medida que iban cada vez más abajo, más adentro de su garganta, las letras de mi nombre eran peso y color, y yo fui tras ellas, y las vi correr, y mi nombre se convirtió en un animal noble y hermoso. El lar de su pecho le dio la bienvenida y las células de mi nombre se amapolaron para siempre.
 
 
*
 
El dragón encendió un cigarrillo. No tenía idea en qué lugar de la ciudad había ido a parar después del vino, la hierba demasiado verde y las muchachas lésbicas que le abrieron las piernas. El dragón fumó despacio rememorando el sabor. Podría decirse que a esta altura de la vida y de la muerte, se había convertido en un buen catador. Pero la cosa, lo que le pasaba, no tenía que ver con las sales y el acre, con la viscosidad y el litio, sino con la dulzura del crepúsculo.
 
 
*
 
Y la lluvia. Y mis amigas. Y los libros. Y los sueños. Y los enamorados reales que parecen ficticios y los ficticios que se vuelven tan reales.
Si la lluvia fuera noche, sería la luna. Si mis amigas fueran lluvia, sería sus sueños. Si los libros fueran amantes sería sus hojas.
 
 
*
 
La poesía desnuda.
La poesía
desnuda.
La
poesía
desnuda.
Lapoesíadesnuda.
La
poesíadesnuda.
Lapoesía
desnuda.
Desnuda.
 
 
*
 
 
Traía en la mano un libro. En la mirada una demora. En el corazón una música antigua y profunda. Resultaba imposible suponer que el hombre hubiera llegado sólo porque yo lo esperara, pero se acercó y me dijo: "Se acabó el tiempo de la espera". Y la voz que había oído en sueños, habló nuevamente diciendo: "Te traje este libro que habla de un hombre que tiene un pie aquí y otro en las tormentas". Y no hubo dudas.
 
 
*
 
 
El: Abundan las mujeres bonitas.
Ella: Abundan los hombres raros.
El: Abundan las mujeres metalizadas.
Ella: Abundan los hombres de papel manteca.
El: Abundan las mujeres ostras.
Ella: Abundan los hombres cangrejos.
El: Abundan las mujeres astronautas.
Ella: Abundan los hombres topos.
El: Abundan las mujeres prismas.
Ella: Abundan los hombres catalejos.
El: Pero no las encuentro.
Ella: La prisa, tal vez.
 
 
*
 
Al mediodía contempla las botellas vacías. Borracho de dolor el dragón con escamas de calcita no soporta sus propios defectos. A las cuatro bebe cuatro tazas de té con azúcar. A las cinco mastica cinco aceitunas. A las seis bebe la última gota de alcohol (dos dedos de ron que guardaba para situaciones límites). Acaba de perder su trabajo milenario de animal fabuloso. No tiene mujer a quién besar ni hijo por quién vivir. Piensa en adoptar un unicornio.
 
 
*
 
Al segundo mensaje de texto, la musa supo que ese hombre le iba a dar que hablar. Tal entonces fue ajustando el sonido de las palabras, de claro a oscuro, de aquí a allá, y en el medio las tormentas, los hablantes inexpresivos, y la musa oyendo el sonido de los ojos del hombre que se abrían y se cerraban, tan lejos, tan lejos. Cuando ese hombre, inspiración de hombre, se percató de que su punto más alto hacía un ángulo llano con su punto más bajo ya había perdido toda noción de espacio. La musa hizo un bollo de papel con la geografía y la arrojó al cesto de los hablantes. El hombre quedó totalmente extendido de un lado para que la musa pudiera verlo del otro. Extasiada.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
***
 
 
 
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