sábado, agosto 17, 2013

POR EL AGUJERO DE LA MEMORIA CAE UNA CRIATURA CON ALAS DE BRILLANTE VERDE...




*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
http://www.facebook.com/#!/pages/Claudia-Marting-pinta/313325418684014?fref=ts
 
 
 
 
 
 
ACERCA DE LA SIESTA.*
 
 
 
Nace desde el sigilo. /
Se abre como los frutos del granado / ofreciendo puñados de rubíes / mientras labran sus soles los surcos del agobio en las pieles salvajes. /
Y el perfil de los duendes o los ángeles / desfigura cortezas / entre olivos, endrinos y naranjos. /
Los duendes de la siesta, / antiguos fundadores de los huertos, / custodios de levísimas moradas, secretos y conjuros. /
Sucede cuando afuera de los muros sobrevuela el silencio. /
Cuando nada conmueve el alma de los fresnos, las tímidas acacias / o el plumaje insolente de los jacarandáes. /...
A la hora en que el misterio desborda los pretiles del asombro. /
A la hora en que estallan las cigarras. /
A la hora de los druidas. /
Ocurre, algunas veces, cuando llueve / y el agua se desliza mansamente entre las nervaduras y capullos. /
Y los pájaros quedan en suspenso. /
Tal como si acecharan presagios o racimos. /
Ocurre, algunas veces, cuando llueve / y es una maravilla percibir los contornos a través de la bruma. /
Y los elfos, las hadas, / se abandonan sobre los alfeizares de las rosas / a platicar acerca de cuestiones que guardan relación con sus oficios. /
Y las gotas de lluvia cuelgan de sus cabellos, / como esferas de nácar, como fragmentos de cristal tallado. /
Y cantan las magnolias sus fragancias oscuras. /
Sin embargo parece que no hay nadie. /
En otras ocasiones acontece en medio de la furia, / en tanto se encabritan los cardos, / las ortigas, / piafando sobre hierbas que ya no resucitan. /
Es cuando los señores de la magia se refugian en altas hornacinas, / en torno a los altares, / hasta que el mundo calla y es posible regresar al follaje / a defender alondras, colibríes, pimpollos de palomas, / a evitar que el olvido cubra de telarañas los caminos, / a cuidar los plantíos de alhelíes, adelfas y geranios, / a destejer guirnaldas de rocío sobre las azaleas. /
Mientras el sol excava en la piel de los miedos, las ausencias, los llantos, las distancias, / se abre como los frutos del granado, / ofrece su textura de rubíes. /
Nace desde el sigilo. /
 
 
 
*De NORMA SEGADES-MANIAS.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
POR EL AGUJERO DE LA MEMORIA CAE UNA CRIATURA CON ALAS DE BRILLANTE VERDE…
 
 
 
 
 
 
EL TREN*
 
 
 
*Por Oscar Angel Agú oscarcachoagu@yahoo.com.ar
 
 
Cuando la inmensidad no es una sensación sino una presencia que se constata, cuando la lejanía está instalada en cada rincón del mirar, cuando los quejidos que el aire transporta son de una línea que supera el horizonte y uno quiere poder cubrir esos abismos, encontrarse con otros para mercar, pasear o visitar, necesita de algo que lo lleve y lo traiga. Que lo lejano sea un par de horas o de días, a lo sumo.
Allí aparecía él, el tren. Se anunciaba, cuando mi niñez estaba andando, con una lejana columna de humo. Más aquí, con sus pitadas poderosas y silbantes. Eran las máquinas a vapor, negras y quejosas. Arrastraban un sinnú...mero de vagones llevando por la anchura de la pampa su carga. Y si la carga era humana, viajaban sueños, encuentros, trabajo, migraciones, despedidas. La más esperada, la más anunciada por su estruendo, la más poderosa y rápida era “la Capriotti” que tiraba a los vagones de la Estrella del Norte. Era un tren rápido, con parada de provisión para continuar su recorrido.
Los fondos de mi casa daban sobre las vías. Cuando pasaba, a la madrugada, se lo oía venir a la distancia y se lo oía irse llevándose el tembladeral de su paso a cuestas. Irrumpía el sueño y lo transportaba, también, hacia ignotos lugares.
Era el tren que unía el Tucumán a la ciudad puerto y que traía esos rostros cetrinos de la América primigenia, esos rostros que buscaban otros horizontes en sus tareas diarias, otro modo de sustentar su familia.
A medida que se metía en la pampa, ahora poblada de gringos, los rostros se mixturaban, los vagones pasajeros se tornaban en crisol de rostros, de vestimentas, de idiomas.
Están los otros trenes. Los que transcurren llevando cargas ignotas a simple vista pero producto del laboreo de la gente sobre la tierra. Más pesados, más lentos, más largos. Convoy de vagones arrastrados por una o dos máquinas con un destino incierto para los ojos, pero integrados al paisaje que se traslada sobre sus ruedas metálicas.
Armar esos trenes, en cada estación, era una tarea diaria con máquinas de menor porte. El maquinista ayudado por el foguista y el cambista, éste último iba monitoreando el cambio de vía para enganchar los vagones que ya estaban estibados con su carga, que se prendían, después, al convoy que pasaba por las estaciones. En esas máquinas, de chiquilín, supe subirme y ver el laboreo de esos hombres simples y fuertes en su trabajo, ver su vientre rojo y sentir su movimiento. Hasta me hicieron manejarla, según creía yo en mi corazón de niño, manipulando algunas palancas sentado en el banquillo al borde de la ventana, sin vidrio alguno, de la máquina.
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
cuando niño las cosas
tenían un nombre diferente
y los hombres con barba quedaban lejos
y las mujeres desnudas eran mitos urbanos
y las moras me caían en las manos
y me manchaban de rojo los bolsillos del uniforme escolar
y papá era invencible y mamá nunca moría
y los amigos te contaban los secretos menos secretos
y las seriedades eran ajenas como la cerveza o el vino
Dios era un animal que vivía dentro de casa
y los profesores eran más altos que los árboles de coquitos
y el mar siempre tenía una ola a mí destinada
las matemáticas podían costarme la vida
y el amor se dejaba acariciar el lomo mansamente
dando apenas un ronroneo bajo mis párpados
la muerte era un cuento para asustar a los viejos
y la mujer que hoy amo aún era una niña
que revolvía el cielo en busca de pájaros/
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
Tiempo real*
 
 
 
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
 
 
 
Uno tiende a olvidar que el gallo celestial es un ave de pelaje de oro que canta tres veces al día, pero recuerda con facilidad dónde estacionó el auto.
La desdicha ya no tiene nombre.
Uno tiende a olvidar que el gallo celestial canta por primera vez cuando el sol toma su baño matinal, luego cuando el sol está en el cenit y por último, cuando se hunde en el poniente. Pero recuerda el número de su documento.
La memoria tiene sus propias estrategias.
Uno tiende a olvidar que el primer canto del gallo celestial sacude los cielos y despierta a la humanidad. Sin embargo recuerda la fecha de su nacimiento.
La verdad tiene límites.
Uno tiende a olvidar que el gallo celestial es el antepasado del yang, pero recuerda los horarios del colectivo.
La lástima no alcanza.
Uno tiende a olvidar que el gallo celestial está provisto de tres patas y que anida en el árbol fu-sang cuya altura se mide por centenares de millas, pero recuerda calle y número del propio domicilio.
El olvido, hay que admitirlo, es la pasión de las multitudes.
Uno tiende a ignorar que la voz del gallo celestial es muy fuerte; su porte, majestuoso; pero tiende a saber que los boletos de avión son más económicos en temporada baja.
Y hay cuerda para rato.
Uno tiende a olvidar que el gallo celestial pone huevos del que salen pichones con crestas rojas y en cambio recuerda cuál es la capital de Francia.
En fin. Las condiciones no están dadas para salvarnos del error.
 
 
 
*
 
 
Yo recuerdo haber leído a un escritor que recordaba haber leído a otro que decía cuánto le costaba mantener un tiempo verbal coherente. Y luego de recordar eso, escribió que una mujer se sacaba la ropa muy lentamente, obedeciendo a un personaje que prometía no mirarla. Pero el personaje la miraba. Nada más que leer para saberlo: "inmovilizado en la contemplación retuvo el humo en la boca".
El narrador en su mundo. Pero el escritor sabía bien que esa contradicción rayaba con el engaño. Entonces la mujer desnuda le dijo: "pero usted escribe" y el personaje la abofeteó delante del narrador, que ni se atrevió a mirar a los ojos al escritor porque detestaba que sus personajes se le fueran de las manos. Luego los protagonistas desaparecieron por unos segundos, o una eternidad, cuando el escritor volvió a la cuestión de los tiempos verbales. Desaparecieron es una forma de decir, ya que los tiempos verbales la colocaron a ella en situación de coste y a él en situación de cobro. Siempre lo digo. Las conjugaciones son un escalofrío. Ella en tercera persona cayó de espaldas sobre su abrigo y el que fumaba sopló el humo en cámara lenta entre sus piernas. El escritor relataba todo desde la perspectiva del narrador, haciendo zoom a veces sobre los pies de la mujer, a veces sobre la espalda del hombre que entraba y salía del crepúsculo como una bestia sin alma. La mirada del narrador transitó la escena durante un tiempo largo, sin corte, al modo de Martin Scorsese, recorriendo el Copacabana en Uno de los nuestros. Y el narrador puso verbos en segunda persona en la boca de la mujer. La pregunta salió ardida de los labios, rodó por el cuello como un huevo blanco, tierno y tibio en su interior, pero envenenado. Luego se puso de frente al personaje y apoyó su hermosa mano cerca del pubis. La pregunta dio un giro alrededor de la lámpara que colgaba del techo. El personaje respondió con verbos conjugados en primera persona y el narrador ni mencionó los azules guardados bajo siete llaves porque el escritor iba tras el policial negro. Entonces, a toda prisa el narrador tipeó el movimiento repentino de la mujer, que sacó en tercera persona el revólver del abrigo sobre el que había caído desnuda, y gatilló sin onomatopeya. "Hijo de puta", gritó, sin signos de admiración, porque el escritor los detestaba. La mujer tomó el teléfono y la imagen se partió en dos, al modo de Confidencias de medianoche de Michael Gordon. Y todo lo demás quedó en manos del lector, porque él tiene la última palabra.
 
 
*
 
Por el agujero de la memoria cae una criatura con alas de brillante verde.
 
Yo la esperaba.
 
Madrugada.
 
Mes de agosto.
 
Año 2013.
 
Tiempo real.
 
Voy inventar un cuento, una bengala, una espuma. Con los labios. Con el humo. Con los dedos. Voy a inventar una noche párasita, una luna mordiente, un camino falso. Con el pájaro. Con el lápiz. Con el miedo.
Resplandor desde arriba. Es la golondrina. Es la distorsión. El hombre del bar me mira sin saber que escribo sobre la mujer con una rosa amarilla en la mano. Mi amiga dragona tiene un dibujo dorado con la misma mujer de espaldas. La mujer con la rosa no es ella ni yo. Es la mujer de espaldas con una rosa amarilla en la mano. Es la ensoñación.
Es casi imposible que a pleno sol se distinga un temperamento narrativo de un temperamento poético. Un pájaro de una azucarera. Una mujer de una estatua. Pero son necesarios, sin dudas, puesto que existen.
En tiempo real camino desde el bar hasta mi casa.
Ubico uno al lado del otro al gallo bataraz de la tía Nélida y el gallo celestial de Borges. No encuentro que uno sea más real que el otro. Incluso cuando coloco las palabras "gallo celestial" frente al espejo, éste me devuelve un gallo lumínico, casi bataraz, en sus rayos divergentes. Uno tiende a olvidar que el mundo es un espejismo.
Día siguiente. Tiempo real.
Las siete de la mañana. La empleada municipal cierra la puerta de su casa. Está llegando tarde al trabajo.
Diez de la mañana. Tiempo real. La vecina barre la vereda de este a oeste. Decisión tomada por la dirección del viento.
Doce del mediodía. El taxista baja a almorzar.
Tres de la tarde. La pediatra abre el consultorio.
Cinco de la tarde. Tiempo real. El editor decide el titular de primera plana.
Siete y media. El mecánico de motos cierra el taller.
Nueve de la noche. El verdulero entra los cajones con fruta.
Doce de la noche. El camión recolector se detiene junto a mi ventana.
Dos de la mañana. Tiempo real. Yo, sin variaciones. Voy inventar un cuento, una bengala, una espuma. Con el pájaro. Con el lápiz. Con el miedo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Calabazas en un patio de Ramos Mejía...*
 
 
 
las calabazas colgaban de aquel cielo verde
que cubría el patio de la casa de la Nona,
ella parecía un duende blanco apresurado
siempre con una prenda para lavar
o con dinero para comprar verduras o pescado
y de ser bajita le venía la ventaja de no romperse
la mollera contra las vigorosas calabazas,
mi padre, en cambio, hermoso y alto como un olmo
juraba y rejuraba que arrancaría esos frutos del diablo
y los arrojaría a la calle para que un camión divino
hiciera su lado de justicia sobre la Tierra,
eso no fue sino hace poco más de dos décadas
pero está enterrado en la memoria con la obstinada
fuerza de una almeja marina en la playa del sur;
ya no sé dónde quedó aquella casa
Nona y Padre descansan el sueño de los Muertos,
esta poesía tiene la gracia de haberme hecho sonreír,
sí, las calabazas colgaban y eran enormes
solo ahora, en mis 35 años, comprendo
que esos frutos estaban allí para que mi padre
se los llevase puestos de sombrero y yo riera
como pocas veces volvería a reír sobre la Tierra/
 
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
EL SUEÑO EMBRIONARIO.*
 
 
 
*Por Jesús Brilanti T. lugburtian@hotmail.com
 
 
 
“El amor y el dolor son entes simbióticos sin lugar a duda.  Sin amor no hay dolor y viceversa,
necesitamos de ambos para realmente sentir que estamos vivos.”
 
 
Hubo una vez, en los inicios de los tiempos, un valle en donde un embrión jugó a ser hombre, y un hombre dormía soñando que era un embrión.
El embrión jugaba y palpaba sus propias costillas, pero en una tarde melancólica, una de ellas, cansada de tal manipulación, aprendió a respirar por sí misma, era por fin autónoma y se dotaba de prolongadas y extasiadas dosis de libertad; con el  pasar el tiempo ensambló una verdadera revolución y entre su continuo respirar promulgó la independencia de aquel embrión, éste no puso resistencia, a cambio de poder seguir observando a su propia costilla autónoma que tanto bien le hacía sentir cuando proyectaba su tacto sobre su epidermis; la costilla aquella entonces se desprendió de aquel que fue El Primero, y auto llamase femenino, para desgracia de su progenitor, pues fue cuando él se percató que ya no pertenecía en plenitud a su ser. El embrión preocupado intentaba llorar por tal mortificación, pero el llanto no se había creado aún, entonces se inventó la asfixia del alma que empantanaba el vínculo con la paz, mientras tanto las nubes se adherían coléricamente a la imaginación.
El Sol palpitaba somnoliento por las noches, en tanto que la Luna continuaba herida, ocultando su estado menguante, preñada de las sombras y de una lluvia de estrellas, mientras la marea inundaba los muros de la divagación en la última morada de la circunferencia astral. Fue en aquel lugar donde el embrión femíneo se disculpó con la Madre Tierra por haber transgredido los umbrales rotos de la procreación, ella sudaba y emanaba la esencia de la fertilidad esparciéndola por la epidermis entera del valle.
El hombre dormía soñando que era un embrión, mientras el ser femenino y el masculino trataban de diseñar los planos de su propio espíritu, por lo que la danza del aura cabalgaba por la superficie de su virgen anatomía,  y la áspera tormenta esclavizaba los lamentos derivados del placer, mientras los vientos anunciaban la no esterilidad de aquella fusión. La vibración estremecía el subsuelo, en ese preciso momento se creó por vez primera la duda, durando tan solo un breve lapso, pues las torres del recinto arcaico se encolerizaron y cayeron aplastando al par de entes.
¡El hombre despierta abruptamente con la frente empapada de sudor!, mientras acaricia tímidamente un nuevo sentimiento al que después llamaría: Llanto.
 
 
 
 
 
 
 
 
Irma Peredo, la nona...*
 
 
 
mi nona iba y venía de aquí para allá
y yo le gritaba desesperado desde la pieza grande
cuando iba a estar mi mema!
porque no era cosa de andar teniéndole paciencia
no
yo era bastante malcriado
y si quería la mema
era ya
no dentro de 3 o 4 minutos
esa viejecita se me fue al otro lado de la realidad hace tiempo
hace tanto tiempo que sus ojos se me escapan a veces de la memoria
como pececitos que uno intenta atrapar en el aire
me malcrió sí
para eso están las nonas
para hacernos dueños del universo un par de años
y para traernos la mema a tiempo
cuando nosotros lo ordenamos
no dentro de 3 o 4 minutos
porque habremos crecido tanto que ya tocaremos el cielo
 
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
CARTA A MI HIJA*
 
 
Disculpa, princesa,

Si a veces no entiendo que mi sombrero - aquel que me gustaba tanto - es ahora tu corona, mis pañuelos de seda las sabanitas de tus muñecas, mis tacones tus escaleras para llegar al cielo; si no comprendo la importancia de tus saltos en la cama, a pesar de los quejidos del viejo colchón de muelles, o tu necesidad de otro cuento, y otro más, y otro...
hasta que llegue el hada de los sueños; por haber perdido la noción de tu tiempo sin prisas.
Absuélveme de incomprensiones absurdas, cuando no logro deducir que tus amigas se ven más lindas si les untas mi única caja de maquillaje - en el fondo, nunca iba a usarla -; que tu familia de ositos huele muy bien usando mi perfume favorito, aunque ahora solo quedan sus añicos en el suelo; que aquellos documentos que dejé a tu alcance se ven mucho mejor con tus dibujos.
Comprende mi ignorancia por no saber que la nevera es un mundo mágico, que con colocarte sobre una silla y tomar un poco de escarcha entre las manos, ya no necesitas ir a Europa para entender la historia de "La reina de las nieves"; mi impericia por no saber apreciar las obras de arte que dejas en mis paredes, los arco iris que recortas en mis sábanas, la belleza oculta en mi abanico roto...
Disculpa mi impaciencia cuando no entiendo tu lenguaje, tan perfecto, o no he sabido explicarte bien, en ese idioma que me enseñas cada día, aquella duda que tenías acerca del lugar donde duermen las estrellas, o la temporada de muda de plumas de los elefantes.
Perdóname mi amor, por ser adulta y olvidar a veces mi propia infancia.

Mamá
*de Marié Rojas.
La Habana. Cuba
-Del libro “De príncipes y princesas”, editorial El Far, Mallorca, 2006
 
 
 
 
 
 
 
La casa de la nona...*
 
 
 
no tiene nada es cierto
ni vereda adobada con flores
ni ventanales de amplitud traga mariposas
ni puertas labradas por artesano alguno
es humilde como una abeja
como el trigo o el arroz
como la canción popular en las trincheras del grito
es la antigua casa donde mi viejo y mi nona me tejieron
una infancia extraordinaria
como la bufanda que abriga al escolar
en su tierra.
esa casa es una ballena varada en mi memoria.
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
*
 
 
despatriada
decirme lejos de mi patria
casi hasta desclasada
descalza de patria
despojada de tierra
casi paria
desmadrada de hogar
desmemoriada de aromas
casi infértil mi vientre de futuros hijos
en esta
mi casa.
Por eso amor,
no me exilies
de estos
tus ojos
nunca.
 
 
*De Paz Bongiovanni pazbongio@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Qué hay en un nombre*
 
 
 
 
*Por Juan Forn
 
 
El único territorio británico que lograron ocupar los nazis durante la Segunda Guerra fue una isla que está mucho más cerca de Francia que de Inglaterra pero, desde tiempo inmemorial, era un desatendido protectorado inglés. Cuando las tropas de la Luftwaffe desembarcaron en el aeródromo local, se toparon con un paisano que les entregó un papel donde decía: “Esta isla ha sido declarada territorio abierto por el Gobierno de Su Majestad Británica. No hay fuerzas armadas de ninguna especie. El que porta esta carta es nuestro enviado y no habla alemán”.
Fue muy rara la ocupación nazi de la isla de Jersey y su hermanita, la isla de Guernsey. El alto mando alemán entendió rápido la movida de Churchill: había otros lugares de Francia desde donde era más fácil invadir Inglaterra, de manera que las islas quedaron laxamente ocupadas, por no decir ocupadas al pedo, desde 1940 hasta 1944. En la pequeña Guernsey, cuya costa daba a Inglaterra, los nazis instalaron la mano de obra esclava traída del continente para construir fortificaciones antiaéreas y el campo de concentración correspondiente. En la idílica Jersey se acomodó la comandancia y una tropa que cumplía básicamente tareas de policía provinciana. Aunque la presencia nazi era más que visible (dos alemanes por cada isleño), no había Gestapo, y a lo largo de la guerra se registraron novecientos nacimientos de bebés de madre isleña y padre alemán. No se conoce un solo episodio de resistencia armada durante toda la ocupación, pero sí un sonado arresto de dos solteronas francesas que vivían más allá del cementerio, en una casona de piedra frente al mar, que fueron juzgadas y condenadas a muerte por los nazis por sus actividades subversivas.
Durante cuatro años, en los bolsillos, o en el interior de los autos, o incluso dentro de los paquetes de cigarrillos, a los soldados y oficiales nazis les aparecieron papelitos doblados con una leyenda escrita a mano en alemán que decía: “Vamos a perder. El Soldado Sin Nombre”. Aquellas dos francesas eran las responsables. Las encerraron en calabozos separados; las dos trataron de suicidarse, así que terminaron juntas en la pequeña sala de hospital de la isla, con la sentencia de muerte pospuesta hasta que se recuperaran. Pero entonces vino el desembarco aliado en Normandía y la retirada de la isla de los alemanes. Las damas fueron puestas en libertad el último día de la ocupación. Al arrestarlas les habían embargado los bienes, entre ellos una caja llena de retratos fotográficos que encontraron en la casa. Todos los retratos eran de una de ellas, en el reverso de cada copia sólo decía “autorretrato” y la fecha de realización. La modelo aparecía con la cabeza rapada, a veces con el cuerpo pintado de dorado, otras veces calzando guantes de boxeo y camiseta (donde se leía “No me beses, estoy entrenando”), otras veces en posición de loto o hecha un ovillo en los estantes de un ropero, o con los ojos vendados y arrastrando a un gato de una correa. Eran tan hipnóticos esos retratos que el comandante alemán no se atrevió a destruirlos del todo: hizo quemar las copias, pero conservó subyugado los negativos, y así es como se salvó la obra de Claude Cahun, el más perturbador y secreto de los artefactos que dio el surrealismo.
Las dos damas francesas se llamaban Suzanne Malherbe y Lucia Schwob. Lucia era sobrina del gran Marcel Schwob y su historia parece salida de las páginas de esa obra maestra que su tío tituló Vidas imaginarias. Lucia y Suzanne eran hermanastras, se hicieron amantes a los catorce años, cuando las mandaron juntas al Liceo de Nantes. Juntas partieron a París en 1917 y juntas se sumergieron en la bohemia loca, luego de raparse la cabeza y adoptar seudónimos masculinos: Suzanne se bautizó Marcel Moore y Lucia se inclinó por Claude Cahun (que era el apellido de su tío abuelo, el lado más judío de la familia, y el más erudito también: “Llevamos en la frente la marca de Cahun”, escribió el tío Marcel). En la superficie fueron apenas comparsa en el frenesí de aquel período explosivamente creativo: aprendieron el arte del disfraz con la pandilla de teatro experimental Amis des Arts Esotériques, frecuentaban a Adrienne Monnier y a Sylvia Beach en la librería Shakespeare & Co., estuvieron en el nacimiento de la Association des Artistes Révolutionnaires y, cuando André Breton produjo uno de sus típicos cismas, lo siguieron y quedaron del lado de los surrealistas. Incluso hicieron juntas dos libros que combinaban textos y collages fotográficos, pero era ocioso que Suzanne se hubiera puesto seudónimo, porque ya funcionaba como mitad invisible de esa criatura bicéfala que fue Claude Cahun.
Paralelamente a sus actividades públicas, el dúo se dedicó en secreto a hacer esa serie alucinante de autorretratos que, hasta donde se sabe, nunca mostraron en público, salvo camufladas dentro de algún collage en sus dos libros surrealistas. No eran nadie en la escena parisina cuando, en 1937, se instalaron en la isla de Jersey y cortaron todo contacto con París. En aquella casa de piedra con vista al mar, y de espaldas al mundo, siguieron haciendo esas fotos. Digo “siguieron” porque hoy se sabe que todos los autorretratos de Claude Cahun se hicieron con una precaria Kodak de antes de la Primera Guerra, sin disparador a distancia. Suzanne tomaba las fotos en las que aparecía Lucia, Suzanne la ayudaba a maquillarse y a adoptar la posición frente a cámara. Es cierto que eran autorretratos: autorretratos de Claude Cahun. La guerra fue la continuación de su obra por otros medios: se disfrazaban de aldeanos para dejar esos papelitos en los bolsillos o los autos o las oficinas de los alemanes. El día que las soltaron hicieron el último de esos autorretratos: acababan de volver a La Rocquaise, su casa de piedra. Lucia se paró contra el marco de la puerta y miró a cámara, con una insignia nazi entre los dientes. Ya no es la enigmática, desafiante criatura de los anteriores retratos. Tampoco el pulso de la cámara es el mismo. Claude Cahun ya no existe: Lucia y Suzanne se habían convertido en las retraídas solteronas francesas que fueron desde un principio a los ojos de todos los habitantes de la isla.
Nunca volvieron a París. Lucia murió en 1954, en La Rocquaise; salió débil de la cárcel y nunca logró recuperarse. Suzanne la sobrevivió veinte años, pero tampoco se movió de la isla. Siguió haciendo fotos muy de tanto en tanto, de monótonos y desoladores paisajes de playa que parecían siempre la misma foto, hasta que en 1972 se suicidó. Los negativos se descubrieron recién en 1992, en la intendencia de Jersey (que para entonces ya era un paraíso fiscal como las Islas Caimanes). Marcel Schwob escribió una vez que la conciencia de ser no es sino la conciencia de ser distinto, y que la diferencia y la semejanza son puntos de vista. Lucia Schwob y Suzanne Malherbe lo entendieron mejor que nadie y, como el fantasma del Peer Gynt de Ibsen, le hicieron decir a Claude Cahun, la criatura bicéfala nacida de sus entrañas: “¿Quieren saber mi nombre? Me llamo Yo Mismo”.
 
 
 
 
 
 
 
 
Pochi...*
 
 
 
a Pochi le temblaba la mano
cuando encendía su cigarrillo
lo encendía acostado
a la hora de la siesta
en Ramos Mejía
mientras escuchaba en la penumbra de la habitación
los partidos de Boca Juniors vs quien sea
era la década del ´90 y yo tenía 12 o 13 años
me gustaba el fútbol porque a mi viejo le gustaba
y puteábamos juntos cuando marraban los goles
y agarrábamos a patadas alegres la pared de la cocina
cuando Boca ganaba
porque del otro lado de la pared estaba Paola
la prima Paola que era -debe ser aún- fanática de Racing
y por esas rivalidades que nunca comprendí
ella enfurecía y devolvía los golpes
que a su vez replicábamos con gritos de victoria
si perdía Boca la radio se apagaba bajo un sudario
no se hablaba del tema
mi viejo entonces decía que ninguno servía para nada
que hasta el presidente tenía que irse al carajo
por la manga de muertos que habían comprado
y encendía con la mano izquierda otro cigarrillo
si boca ganaba la radio se dejaba encendida toda la semana
se hablaba del partido hasta la navidad del año próximo
éramos los mejores del torneo del país del mundo
teníamos una defensa infalible y una delantera impecable
salíamos a la calle a patear una pelota
hasta que la noche nos tocaba la nariz con una estrella
eran los ´90
yo tenía no más de 13 años y mucho acné en las mejillas
mi viejo era un gigante de ojos verdes
y estaba vivo
y era más bueno que ganarle a River en el gallinero
con siete jugadores
y el referí en contra/
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
***
 
 
 
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