*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
http://www.facebook.com/#!/pages/Claudia-Marting-pinta/313325418684014?fref=ts
ACERCA DE LA
SIESTA.*
Nace desde el
sigilo. /
Se abre como
los frutos del granado / ofreciendo puñados de rubíes / mientras labran sus
soles los surcos del agobio en las pieles salvajes. /
Y el perfil de
los duendes o los ángeles / desfigura cortezas / entre olivos, endrinos y naranjos.
/
Los duendes de
la siesta, / antiguos fundadores de los huertos, / custodios de levísimas
moradas, secretos y conjuros. /
Sucede cuando
afuera de los muros sobrevuela el silencio. /
Cuando nada
conmueve el alma de los fresnos, las tímidas acacias / o el plumaje insolente
de los jacarandáes. /...
A la hora en
que el misterio desborda los pretiles del asombro. /
A la hora en
que estallan las cigarras. /
A la hora de
los druidas. /
Ocurre, algunas
veces, cuando llueve / y el agua se desliza mansamente entre las nervaduras y
capullos. /
Y los pájaros
quedan en suspenso. /
Tal como si
acecharan presagios o racimos. /
Ocurre, algunas
veces, cuando llueve / y es una maravilla percibir los contornos a través de la
bruma. /
Y los elfos,
las hadas, / se abandonan sobre los alfeizares de las rosas / a platicar acerca
de cuestiones que guardan relación con sus oficios. /
Y las gotas de
lluvia cuelgan de sus cabellos, / como esferas de nácar, como fragmentos de
cristal tallado. /
Y cantan las
magnolias sus fragancias oscuras. /
Sin embargo
parece que no hay nadie. /
En otras
ocasiones acontece en medio de la furia, / en tanto se encabritan los cardos, /
las ortigas, / piafando sobre hierbas que ya no resucitan. /
Es cuando los
señores de la magia se refugian en altas hornacinas, / en torno a los altares,
/ hasta que el mundo calla y es posible regresar al follaje / a defender
alondras, colibríes, pimpollos de palomas, / a evitar que el olvido cubra de
telarañas los caminos, / a cuidar los plantíos de alhelíes, adelfas y geranios,
/ a destejer guirnaldas de rocío sobre las azaleas. /
Mientras el sol
excava en la piel de los miedos, las ausencias, los llantos, las distancias, /
se abre como los frutos del granado, / ofrece su textura de rubíes. /
Nace desde el
sigilo. /
*De NORMA
SEGADES-MANIAS.
POR EL AGUJERO DE LA MEMORIA CAE UNA CRIATURA CON ALAS DE BRILLANTE
VERDE…
EL TREN*
*Por Oscar
Angel Agú oscarcachoagu@yahoo.com.ar
Cuando la
inmensidad no es una sensación sino una presencia que se constata, cuando la
lejanía está instalada en cada rincón del mirar, cuando los quejidos que el
aire transporta son de una línea que supera el horizonte y uno quiere poder
cubrir esos abismos, encontrarse con otros para mercar, pasear o visitar,
necesita de algo que lo lleve y lo traiga. Que lo lejano sea un par de horas o
de días, a lo sumo.
Allí aparecía
él, el tren. Se anunciaba, cuando mi niñez estaba andando, con una lejana
columna de humo. Más aquí, con sus pitadas poderosas y silbantes. Eran las
máquinas a vapor, negras y quejosas. Arrastraban un sinnú...mero de vagones
llevando por la anchura de la pampa su carga. Y si la carga era humana,
viajaban sueños, encuentros, trabajo, migraciones, despedidas. La más esperada,
la más anunciada por su estruendo, la más poderosa y rápida era “la Capriotti”
que tiraba a los vagones de la Estrella del Norte. Era un tren rápido, con
parada de provisión para continuar su recorrido.
Los fondos de
mi casa daban sobre las vías. Cuando pasaba, a la madrugada, se lo oía venir a
la distancia y se lo oía irse llevándose el tembladeral de su paso a cuestas.
Irrumpía el sueño y lo transportaba, también, hacia ignotos lugares.
Era el tren que
unía el Tucumán a la ciudad puerto y que traía esos rostros cetrinos de la
América primigenia, esos rostros que buscaban otros horizontes en sus tareas
diarias, otro modo de sustentar su familia.
A medida que se
metía en la pampa, ahora poblada de gringos, los rostros se mixturaban, los
vagones pasajeros se tornaban en crisol de rostros, de vestimentas, de idiomas.
Están los otros
trenes. Los que transcurren llevando cargas ignotas a simple vista pero
producto del laboreo de la gente sobre la tierra. Más pesados, más lentos, más
largos. Convoy de vagones arrastrados por una o dos máquinas con un destino
incierto para los ojos, pero integrados al paisaje que se traslada sobre sus
ruedas metálicas.
Armar esos
trenes, en cada estación, era una tarea diaria con máquinas de menor porte. El
maquinista ayudado por el foguista y el cambista, éste último iba monitoreando
el cambio de vía para enganchar los vagones que ya estaban estibados con su
carga, que se prendían, después, al convoy que pasaba por las estaciones. En
esas máquinas, de chiquilín, supe subirme y ver el laboreo de esos hombres
simples y fuertes en su trabajo, ver su vientre rojo y sentir su movimiento.
Hasta me hicieron manejarla, según creía yo en mi corazón de niño, manipulando
algunas palancas sentado en el banquillo al borde de la ventana, sin vidrio
alguno, de la máquina.
*
cuando niño las
cosas
tenían un
nombre diferente
y los hombres
con barba quedaban lejos
y las mujeres
desnudas eran mitos urbanos
y las moras me
caían en las manos
y me manchaban
de rojo los bolsillos del uniforme escolar
y papá era
invencible y mamá nunca moría
y los amigos te
contaban los secretos menos secretos
y las
seriedades eran ajenas como la cerveza o el vino
Dios era un
animal que vivía dentro de casa
y los
profesores eran más altos que los árboles de coquitos
y el mar
siempre tenía una ola a mí destinada
las matemáticas
podían costarme la vida
y el amor se
dejaba acariciar el lomo mansamente
dando apenas un
ronroneo bajo mis párpados
la muerte era
un cuento para asustar a los viejos
y la mujer que
hoy amo aún era una niña
que revolvía el
cielo en busca de pájaros/
Tiempo real*
Uno tiende a
olvidar que el gallo celestial es un ave de pelaje de oro que canta tres veces
al día, pero recuerda con facilidad dónde estacionó el auto.
La desdicha ya
no tiene nombre.
Uno tiende a
olvidar que el gallo celestial canta por primera vez cuando el sol toma su baño
matinal, luego cuando el sol está en el cenit y por último, cuando se hunde en
el poniente. Pero recuerda el número de su documento.
La memoria
tiene sus propias estrategias.
Uno tiende a
olvidar que el primer canto del gallo celestial sacude los cielos y despierta a
la humanidad. Sin embargo recuerda la fecha de su nacimiento.
La verdad tiene
límites.
Uno tiende a
olvidar que el gallo celestial es el antepasado del yang, pero recuerda los
horarios del colectivo.
La lástima no
alcanza.
Uno tiende a
olvidar que el gallo celestial está provisto de tres patas y que anida en el
árbol fu-sang cuya altura se mide por centenares de millas, pero recuerda calle
y número del propio domicilio.
El olvido, hay
que admitirlo, es la pasión de las multitudes.
Uno tiende a
ignorar que la voz del gallo celestial es muy fuerte; su porte, majestuoso;
pero tiende a saber que los boletos de avión son más económicos en temporada
baja.
Y hay cuerda
para rato.
Uno tiende a
olvidar que el gallo celestial pone huevos del que salen pichones con crestas
rojas y en cambio recuerda cuál es la capital de Francia.
En fin. Las
condiciones no están dadas para salvarnos del error.
*
Yo recuerdo
haber leído a un escritor que recordaba haber leído a otro que decía cuánto le
costaba mantener un tiempo verbal coherente. Y luego de recordar eso, escribió
que una mujer se sacaba la ropa muy lentamente, obedeciendo a un personaje que
prometía no mirarla. Pero el personaje la miraba. Nada más que leer para
saberlo: "inmovilizado en la contemplación retuvo el humo en la
boca".
El narrador en
su mundo. Pero el escritor sabía bien que esa contradicción rayaba con el
engaño. Entonces la mujer desnuda le dijo: "pero usted escribe" y el
personaje la abofeteó delante del narrador, que ni se atrevió a mirar a los
ojos al escritor porque detestaba que sus personajes se le fueran de las manos.
Luego los protagonistas desaparecieron por unos segundos, o una eternidad,
cuando el escritor volvió a la cuestión de los tiempos verbales. Desaparecieron
es una forma de decir, ya que los tiempos verbales la colocaron a ella en
situación de coste y a él en situación de cobro. Siempre lo digo. Las
conjugaciones son un escalofrío. Ella en tercera persona cayó de espaldas sobre
su abrigo y el que fumaba sopló el humo en cámara lenta entre sus piernas. El
escritor relataba todo desde la perspectiva del narrador, haciendo zoom a veces
sobre los pies de la mujer, a veces sobre la espalda del hombre que entraba y
salía del crepúsculo como una bestia sin alma. La mirada del narrador transitó
la escena durante un tiempo largo, sin corte, al modo de Martin Scorsese,
recorriendo el Copacabana en Uno de los nuestros. Y el narrador puso verbos en
segunda persona en la boca de la mujer. La pregunta salió ardida de los labios,
rodó por el cuello como un huevo blanco, tierno y tibio en su interior, pero
envenenado. Luego se puso de frente al personaje y apoyó su hermosa mano cerca
del pubis. La pregunta dio un giro alrededor de la lámpara que colgaba del
techo. El personaje respondió con verbos conjugados en primera persona y el
narrador ni mencionó los azules guardados bajo siete llaves porque el escritor
iba tras el policial negro. Entonces, a toda prisa el narrador tipeó el
movimiento repentino de la mujer, que sacó en tercera persona el revólver del
abrigo sobre el que había caído desnuda, y gatilló sin onomatopeya. "Hijo
de puta", gritó, sin signos de admiración, porque el escritor los
detestaba. La mujer tomó el teléfono y la imagen se partió en dos, al modo de
Confidencias de medianoche de Michael Gordon. Y todo lo demás quedó en manos
del lector, porque él tiene la última palabra.
*
Por el agujero
de la memoria cae una criatura con alas de brillante verde.
Yo la esperaba.
Madrugada.
Mes de agosto.
Año 2013.
Tiempo real.
Voy inventar un
cuento, una bengala, una espuma. Con los labios. Con el humo. Con los dedos.
Voy a inventar una noche párasita, una luna mordiente, un camino falso. Con el
pájaro. Con el lápiz. Con el miedo.
Resplandor
desde arriba. Es la golondrina. Es la distorsión. El hombre del bar me mira sin
saber que escribo sobre la mujer con una rosa amarilla en la mano. Mi amiga
dragona tiene un dibujo dorado con la misma mujer de espaldas. La mujer con la
rosa no es ella ni yo. Es la mujer de espaldas con una rosa amarilla en la
mano. Es la ensoñación.
Es casi
imposible que a pleno sol se distinga un temperamento narrativo de un
temperamento poético. Un pájaro de una azucarera. Una mujer de una estatua.
Pero son necesarios, sin dudas, puesto que existen.
En tiempo real
camino desde el bar hasta mi casa.
Ubico uno al
lado del otro al gallo bataraz de la tía Nélida y el gallo celestial de Borges.
No encuentro que uno sea más real que el otro. Incluso cuando coloco las palabras
"gallo celestial" frente al espejo, éste me devuelve un gallo
lumínico, casi bataraz, en sus rayos divergentes. Uno tiende a olvidar que el
mundo es un espejismo.
Día siguiente.
Tiempo real.
Las siete de la
mañana. La empleada municipal cierra la puerta de su casa. Está llegando tarde
al trabajo.
Diez de la
mañana. Tiempo real. La vecina barre la vereda de este a oeste. Decisión tomada
por la dirección del viento.
Doce del
mediodía. El taxista baja a almorzar.
Tres de la
tarde. La pediatra abre el consultorio.
Cinco de la
tarde. Tiempo real. El editor decide el titular de primera plana.
Siete y media.
El mecánico de motos cierra el taller.
Nueve de la
noche. El verdulero entra los cajones con fruta.
Doce de la
noche. El camión recolector se detiene junto a mi ventana.
Dos de la
mañana. Tiempo real. Yo, sin variaciones. Voy inventar un cuento, una bengala,
una espuma. Con el pájaro. Con el lápiz. Con el miedo.
Calabazas en un
patio de Ramos Mejía...*
las calabazas
colgaban de aquel cielo verde
que cubría el
patio de la casa de la Nona,
ella parecía un
duende blanco apresurado
siempre con una
prenda para lavar
o con dinero
para comprar verduras o pescado
y de ser bajita
le venía la ventaja de no romperse
la mollera
contra las vigorosas calabazas,
mi padre, en
cambio, hermoso y alto como un olmo
juraba y
rejuraba que arrancaría esos frutos del diablo
y los arrojaría
a la calle para que un camión divino
hiciera su lado
de justicia sobre la Tierra,
eso no fue sino
hace poco más de dos décadas
pero está
enterrado en la memoria con la obstinada
fuerza de una
almeja marina en la playa del sur;
ya no sé dónde
quedó aquella casa
Nona y Padre
descansan el sueño de los Muertos,
esta poesía
tiene la gracia de haberme hecho sonreír,
sí, las
calabazas colgaban y eran enormes
solo ahora, en
mis 35 años, comprendo
que esos frutos
estaban allí para que mi padre
se los llevase
puestos de sombrero y yo riera
como pocas
veces volvería a reír sobre la Tierra/
EL SUEÑO
EMBRIONARIO.*
“El amor y el
dolor son entes simbióticos sin lugar a duda. Sin amor no hay dolor y
viceversa,
necesitamos de
ambos para realmente sentir que estamos vivos.”
Hubo una vez,
en los inicios de los tiempos, un valle en donde un embrión jugó a ser hombre,
y un hombre dormía soñando que era un embrión.
El embrión
jugaba y palpaba sus propias costillas, pero en una tarde melancólica, una de
ellas, cansada de tal manipulación, aprendió a respirar por sí misma, era por
fin autónoma y se dotaba de prolongadas y extasiadas dosis de libertad; con el
pasar el tiempo ensambló una verdadera revolución y entre su continuo
respirar promulgó la independencia de aquel embrión, éste no puso resistencia,
a cambio de poder seguir observando a su propia costilla autónoma que tanto
bien le hacía sentir cuando proyectaba su tacto sobre su epidermis; la costilla
aquella entonces se desprendió de aquel que fue El Primero, y auto llamase
femenino, para desgracia de su progenitor, pues fue cuando él se percató que ya
no pertenecía en plenitud a su ser. El embrión preocupado intentaba llorar por
tal mortificación, pero el llanto no se había creado aún, entonces se inventó
la asfixia del alma que empantanaba el vínculo con la paz, mientras tanto las
nubes se adherían coléricamente a la imaginación.
El Sol
palpitaba somnoliento por las noches, en tanto que la Luna continuaba herida,
ocultando su estado menguante, preñada de las sombras y de una lluvia de
estrellas, mientras la marea inundaba los muros de la divagación en la última
morada de la circunferencia astral. Fue en aquel lugar donde el embrión femíneo
se disculpó con la Madre Tierra por haber transgredido los umbrales rotos de la
procreación, ella sudaba y emanaba la esencia de la fertilidad esparciéndola
por la epidermis entera del valle.
El hombre
dormía soñando que era un embrión, mientras el ser femenino y el masculino
trataban de diseñar los planos de su propio espíritu, por lo que la danza del
aura cabalgaba por la superficie de su virgen anatomía, y la áspera
tormenta esclavizaba los lamentos derivados del placer, mientras los vientos
anunciaban la no esterilidad de aquella fusión. La vibración estremecía el
subsuelo, en ese preciso momento se creó por vez primera la duda, durando tan
solo un breve lapso, pues las torres del recinto arcaico se encolerizaron y
cayeron aplastando al par de entes.
¡El hombre
despierta abruptamente con la frente empapada de sudor!, mientras acaricia
tímidamente un nuevo sentimiento al que después llamaría: Llanto.
Irma Peredo, la
nona...*
mi nona iba y
venía de aquí para allá
y yo le gritaba
desesperado desde la pieza grande
cuando iba a
estar mi mema!
porque no era
cosa de andar teniéndole paciencia
no
yo era bastante
malcriado
y si quería la
mema
era ya
no dentro de 3
o 4 minutos
esa viejecita
se me fue al otro lado de la realidad hace tiempo
hace tanto
tiempo que sus ojos se me escapan a veces de la memoria
como pececitos
que uno intenta atrapar en el aire
me malcrió sí
para eso están
las nonas
para hacernos
dueños del universo un par de años
y para traernos
la mema a tiempo
cuando nosotros
lo ordenamos
no dentro de 3
o 4 minutos
porque habremos
crecido tanto que ya tocaremos el cielo
CARTA A MI HIJA*
Disculpa, princesa,
Si a veces no entiendo que mi sombrero - aquel que me gustaba tanto - es ahora tu corona, mis pañuelos de seda las sabanitas de tus muñecas, mis tacones tus escaleras para llegar al cielo; si no comprendo la importancia de tus saltos en la cama, a pesar de los quejidos del viejo colchón de muelles, o tu necesidad de otro cuento, y otro más, y otro...
hasta que llegue el hada de los sueños; por haber perdido la noción de tu tiempo sin prisas.
Absuélveme de incomprensiones absurdas, cuando no logro deducir que tus amigas se ven más lindas si les untas mi única caja de maquillaje - en el fondo, nunca iba a usarla -; que tu familia de ositos huele muy bien usando mi perfume favorito, aunque ahora solo quedan sus añicos en el suelo; que aquellos documentos que dejé a tu alcance se ven mucho mejor con tus dibujos.
Comprende mi ignorancia por no saber que la nevera es un mundo mágico, que con colocarte sobre una silla y tomar un poco de escarcha entre las manos, ya no necesitas ir a Europa para entender la historia de "La reina de las nieves"; mi impericia por no saber apreciar las obras de arte que dejas en mis paredes, los arco iris que recortas en mis sábanas, la belleza oculta en mi abanico roto...
Disculpa mi impaciencia cuando no entiendo tu lenguaje, tan perfecto, o no he sabido explicarte bien, en ese idioma que me enseñas cada día, aquella duda que tenías acerca del lugar donde duermen las estrellas, o la temporada de muda de plumas de los elefantes.
Si a veces no entiendo que mi sombrero - aquel que me gustaba tanto - es ahora tu corona, mis pañuelos de seda las sabanitas de tus muñecas, mis tacones tus escaleras para llegar al cielo; si no comprendo la importancia de tus saltos en la cama, a pesar de los quejidos del viejo colchón de muelles, o tu necesidad de otro cuento, y otro más, y otro...
hasta que llegue el hada de los sueños; por haber perdido la noción de tu tiempo sin prisas.
Absuélveme de incomprensiones absurdas, cuando no logro deducir que tus amigas se ven más lindas si les untas mi única caja de maquillaje - en el fondo, nunca iba a usarla -; que tu familia de ositos huele muy bien usando mi perfume favorito, aunque ahora solo quedan sus añicos en el suelo; que aquellos documentos que dejé a tu alcance se ven mucho mejor con tus dibujos.
Comprende mi ignorancia por no saber que la nevera es un mundo mágico, que con colocarte sobre una silla y tomar un poco de escarcha entre las manos, ya no necesitas ir a Europa para entender la historia de "La reina de las nieves"; mi impericia por no saber apreciar las obras de arte que dejas en mis paredes, los arco iris que recortas en mis sábanas, la belleza oculta en mi abanico roto...
Disculpa mi impaciencia cuando no entiendo tu lenguaje, tan perfecto, o no he sabido explicarte bien, en ese idioma que me enseñas cada día, aquella duda que tenías acerca del lugar donde duermen las estrellas, o la temporada de muda de plumas de los elefantes.
Mamá
*de Marié Rojas.
La Habana. Cuba
-Del libro “De príncipes y princesas”, editorial El Far,
Mallorca, 2006
La casa de la
nona...*
no tiene nada
es cierto
ni vereda
adobada con flores
ni ventanales
de amplitud traga mariposas
ni puertas
labradas por artesano alguno
es humilde como
una abeja
como el trigo o
el arroz
como la canción
popular en las trincheras del grito
es la antigua
casa donde mi viejo y mi nona me tejieron
una infancia
extraordinaria
como la bufanda
que abriga al escolar
en su tierra.
esa casa es una
ballena varada en mi memoria.
*
despatriada
decirme lejos
de mi patria
casi hasta
desclasada
descalza de
patria
despojada de
tierra
casi paria
desmadrada de
hogar
desmemoriada de
aromas
casi infértil
mi vientre de futuros hijos
en esta
mi casa.
Por eso amor,
no me exilies
de estos
tus ojos
nunca.
*De Paz
Bongiovanni pazbongio@hotmail.com
Qué hay en un
nombre*
*Por Juan
Forn
El único
territorio británico que lograron ocupar los nazis durante la Segunda Guerra
fue una isla que está mucho más cerca de Francia que de Inglaterra pero, desde
tiempo inmemorial, era un desatendido protectorado inglés. Cuando las tropas de
la Luftwaffe desembarcaron en el aeródromo local, se toparon con un paisano que
les entregó un papel donde decía: “Esta isla ha sido declarada territorio
abierto por el Gobierno de Su Majestad Británica. No hay fuerzas armadas de
ninguna especie. El que porta esta carta es nuestro enviado y no habla alemán”.
Fue muy rara la
ocupación nazi de la isla de Jersey y su hermanita, la isla de Guernsey. El
alto mando alemán entendió rápido la movida de Churchill: había otros lugares
de Francia desde donde era más fácil invadir Inglaterra, de manera que las
islas quedaron laxamente ocupadas, por no decir ocupadas al pedo, desde 1940
hasta 1944. En la pequeña Guernsey, cuya costa daba a Inglaterra, los nazis
instalaron la mano de obra esclava traída del continente para construir
fortificaciones antiaéreas y el campo de concentración correspondiente. En la
idílica Jersey se acomodó la comandancia y una tropa que cumplía básicamente
tareas de policía provinciana. Aunque la presencia nazi era más que visible
(dos alemanes por cada isleño), no había Gestapo, y a lo largo de la guerra se
registraron novecientos nacimientos de bebés de madre isleña y padre alemán. No
se conoce un solo episodio de resistencia armada durante toda la ocupación,
pero sí un sonado arresto de dos solteronas francesas que vivían más allá del
cementerio, en una casona de piedra frente al mar, que fueron juzgadas y
condenadas a muerte por los nazis por sus actividades subversivas.
Durante cuatro
años, en los bolsillos, o en el interior de los autos, o incluso dentro de los
paquetes de cigarrillos, a los soldados y oficiales nazis les aparecieron
papelitos doblados con una leyenda escrita a mano en alemán que decía: “Vamos a
perder. El Soldado Sin Nombre”. Aquellas dos francesas eran las responsables.
Las encerraron en calabozos separados; las dos trataron de suicidarse, así que
terminaron juntas en la pequeña sala de hospital de la isla, con la sentencia
de muerte pospuesta hasta que se recuperaran. Pero entonces vino el desembarco
aliado en Normandía y la retirada de la isla de los alemanes. Las damas fueron
puestas en libertad el último día de la ocupación. Al arrestarlas les habían
embargado los bienes, entre ellos una caja llena de retratos fotográficos que
encontraron en la casa. Todos los retratos eran de una de ellas, en el reverso
de cada copia sólo decía “autorretrato” y la fecha de realización. La modelo
aparecía con la cabeza rapada, a veces con el cuerpo pintado de dorado, otras
veces calzando guantes de boxeo y camiseta (donde se leía “No me beses, estoy
entrenando”), otras veces en posición de loto o hecha un ovillo en los estantes
de un ropero, o con los ojos vendados y arrastrando a un gato de una correa.
Eran tan hipnóticos esos retratos que el comandante alemán no se atrevió a
destruirlos del todo: hizo quemar las copias, pero conservó subyugado los
negativos, y así es como se salvó la obra de Claude Cahun, el más perturbador y
secreto de los artefactos que dio el surrealismo.
Las dos damas
francesas se llamaban Suzanne Malherbe y Lucia Schwob. Lucia era sobrina del
gran Marcel Schwob y su historia parece salida de las páginas de esa obra
maestra que su tío tituló Vidas imaginarias. Lucia y Suzanne eran hermanastras,
se hicieron amantes a los catorce años, cuando las mandaron juntas al Liceo de
Nantes. Juntas partieron a París en 1917 y juntas se sumergieron en la bohemia
loca, luego de raparse la cabeza y adoptar seudónimos masculinos: Suzanne se
bautizó Marcel Moore y Lucia se inclinó por Claude Cahun (que era el apellido
de su tío abuelo, el lado más judío de la familia, y el más erudito también:
“Llevamos en la frente la marca de Cahun”, escribió el tío Marcel). En la
superficie fueron apenas comparsa en el frenesí de aquel período explosivamente
creativo: aprendieron el arte del disfraz con la pandilla de teatro
experimental Amis des Arts Esotériques, frecuentaban a Adrienne Monnier y a
Sylvia Beach en la librería Shakespeare & Co., estuvieron en el nacimiento
de la Association des Artistes Révolutionnaires y, cuando André Breton produjo
uno de sus típicos cismas, lo siguieron y quedaron del lado de los
surrealistas. Incluso hicieron juntas dos libros que combinaban textos y
collages fotográficos, pero era ocioso que Suzanne se hubiera puesto seudónimo,
porque ya funcionaba como mitad invisible de esa criatura bicéfala que fue
Claude Cahun.
Paralelamente a
sus actividades públicas, el dúo se dedicó en secreto a hacer esa serie
alucinante de autorretratos que, hasta donde se sabe, nunca mostraron en
público, salvo camufladas dentro de algún collage en sus dos libros
surrealistas. No eran nadie en la escena parisina cuando, en 1937, se
instalaron en la isla de Jersey y cortaron todo contacto con París. En aquella
casa de piedra con vista al mar, y de espaldas al mundo, siguieron haciendo
esas fotos. Digo “siguieron” porque hoy se sabe que todos los autorretratos de
Claude Cahun se hicieron con una precaria Kodak de antes de la Primera Guerra, sin
disparador a distancia. Suzanne tomaba las fotos en las que aparecía Lucia,
Suzanne la ayudaba a maquillarse y a adoptar la posición frente a cámara. Es
cierto que eran autorretratos: autorretratos de Claude Cahun. La guerra fue la
continuación de su obra por otros medios: se disfrazaban de aldeanos para dejar
esos papelitos en los bolsillos o los autos o las oficinas de los alemanes. El
día que las soltaron hicieron el último de esos autorretratos: acababan de
volver a La Rocquaise, su casa de piedra. Lucia se paró contra el marco de la
puerta y miró a cámara, con una insignia nazi entre los dientes. Ya no es la
enigmática, desafiante criatura de los anteriores retratos. Tampoco el pulso de
la cámara es el mismo. Claude Cahun ya no existe: Lucia y Suzanne se habían
convertido en las retraídas solteronas francesas que fueron desde un principio
a los ojos de todos los habitantes de la isla.
Nunca volvieron
a París. Lucia murió en 1954, en La Rocquaise; salió débil de la cárcel y nunca
logró recuperarse. Suzanne la sobrevivió veinte años, pero tampoco se movió de
la isla. Siguió haciendo fotos muy de tanto en tanto, de monótonos y
desoladores paisajes de playa que parecían siempre la misma foto, hasta que en
1972 se suicidó. Los negativos se descubrieron recién en 1992, en la
intendencia de Jersey (que para entonces ya era un paraíso fiscal como las
Islas Caimanes). Marcel Schwob escribió una vez que la conciencia de ser no es
sino la conciencia de ser distinto, y que la diferencia y la semejanza son
puntos de vista. Lucia Schwob y Suzanne Malherbe lo entendieron mejor que nadie
y, como el fantasma del Peer Gynt de Ibsen, le hicieron decir a Claude Cahun,
la criatura bicéfala nacida de sus entrañas: “¿Quieren saber mi nombre? Me
llamo Yo Mismo”.
Pochi...*
a Pochi le
temblaba la mano
cuando encendía
su cigarrillo
lo encendía
acostado
a la hora de la
siesta
en Ramos Mejía
mientras
escuchaba en la penumbra de la habitación
los partidos de
Boca Juniors vs quien sea
era la década
del ´90 y yo tenía 12 o 13 años
me gustaba el
fútbol porque a mi viejo le gustaba
y puteábamos
juntos cuando marraban los goles
y agarrábamos a
patadas alegres la pared de la cocina
cuando Boca
ganaba
porque del otro
lado de la pared estaba Paola
la prima Paola
que era -debe ser aún- fanática de Racing
y por esas
rivalidades que nunca comprendí
ella enfurecía
y devolvía los golpes
que a su vez
replicábamos con gritos de victoria
si perdía Boca
la radio se apagaba bajo un sudario
no se hablaba
del tema
mi viejo
entonces decía que ninguno servía para nada
que hasta el
presidente tenía que irse al carajo
por la manga de
muertos que habían comprado
y encendía con
la mano izquierda otro cigarrillo
si boca ganaba
la radio se dejaba encendida toda la semana
se hablaba del
partido hasta la navidad del año próximo
éramos los
mejores del torneo del país del mundo
teníamos una
defensa infalible y una delantera impecable
salíamos a la
calle a patear una pelota
hasta que la
noche nos tocaba la nariz con una estrella
eran los ´90
yo tenía no más
de 13 años y mucho acné en las mejillas
mi viejo era un
gigante de ojos verdes
y estaba vivo
y era más bueno
que ganarle a River en el gallinero
con siete
jugadores
y el referí en
contra/
***
Inventren
Próximas estaciones:
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INDACOCHEA
-Por Ferrocarril Midland-
-Colaboraciones a
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