miércoles, marzo 26, 2014

EL PEQUEÑO INFINITO DE UN GARABATO...

 
 
 
*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
 
 
 
 
Barro*
 
 
 
*Por Victoria Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar
 
 
Hoy es el primer día de clase en su escuela nueva. La mamá la prepara para eso. Viven en el fondo del terreno de sus abuelos, en una casita que construyeron su papá y su tío: cocina, pieza y baño en un tamaño que les alcanza apenas para vivir.
Cuando su mamá la despierta se da cuenta de que está lloviendo, todavía dormida piensa como va a llegar a la escuela sin embarrarse. Su mamá la viste, le pone la camisa, el jumper, las medias, el sweater y la corbata. Ella piensa cómo va a hacer con la calle embarrada pero no dice nada. Sabe que sus papás contrataron un micro escolar que la va a llevar a la escuela porque ellos viven lejos.  El problema es la larga calle de barro sin vereda que hay que caminar desde su casa a la esquina asfaltada, por donde el micro la va a buscar, cuando todavía no salió el sol y encima llueve.
Toma la leche tibia con chocolate, ve el líquido marrón viajar por la bombilla que rodea el vaso hasta llegar a su boca y se acuerda de su madrina. Ella le regaló ese vaso que nunca había visto antes. Su madrina es amiga de las monjas, por eso pudo rendir el examen para entrar a la escuela. El lugar se le hizo enorme desde el principio, un edificio grande en el medio de un campo difícil de medir sólo con la mirada. La prueba la hizo bien pero la directora le dio miedo, una monja vieja que no sonrió ni una vez mientras ella y las otras chicas escribían sin emitir sonido. No se parecía en nada a la directora del jardín donde había ido, ni siquiera le decía “Señora” o “Directora”, la llamaba Marta. Sin embargo se esforzó, de ninguna manera podía fallarles a su madrina y a su mamá. La madrina la premió con un par de zapatos kickers guillermina. Zapatos de los que se siente orgullosa.
Termina de tomar la leche y se pone el blazer. Su mamá busca dos paraguas y le da el chiquito a ella. Le pide que se siente en la silla, le pone los zapatos nuevos y trae dos bolsitas de nylon. Ella mira sorprendida porque no se le ocurre para qué pueden servirle. Entonces su mamá le mete primero el pie derecho en una de las bolsitas y ata las manijas alrededor del tobillo, después hace lo mismo  con el otro pie. Le explica que así va a llegar con los zapatos limpios y lustrados a la escuela para que se vean igual de limpios que los de sus compañeritas. Esas, que ella sabe, van a llegar en autos por calles de asfalto que no tienen barro.
Es la hora de salir a la intemperie antes de que sea tarde y el micro pase de largo. Antes, su mamá busca la billetera y por primera vez en su vida le da plata para que en el recreo se compre algo y le abre la puerta. Ella se pone la mochila. Salen al patio protegidas cada una por su propio paraguas, llueve mucho, caminan de la mano hasta la esquina. Cruzan la calle y encaran la cuadra larga hacia el asfalto. Por esa calle se bordea una casa abandonada, la que era el casco de estancia de la zona. Ella sabe que pertenece a la familia de su madrina y a veces se pregunta por qué no se la presta, por qué ellos viven apretados en una casa donde no se puede invitar amigas, cuando otros tienen casas que les sobran. No pregunta en voz alta porque ya sabe que hay cosas que mejor callar.
Llegan al punto de encuentro con el micro. Lo ve doblar a unas cuadras y acercarse. Su mamá le saca las bolsitas de los pies, la misión fue un éxito: una cuadra por el barro sin una manchita.
El colectivo frena. Le da el paraguas a su mamá y sube, saluda al chofer y a la celadora y se sienta en el primer asiento. Mira por la ventana a su mamá bajo la lluvia, aún tiene en la mano las bolsitas llenas de barro. La saluda como si se fuera lejos, muy lejos y ya no pudiera volver a verla. Un nudo le cruza la garganta. El chofer arranca
 
 
*Texto incluido en Un mundo oscuro. Publicado por llantodemudo ediciones. Córdoba. 2014.
 
-Victoria Mora nació en Buenos Aires en 1979. Es psicoanalista, docente y escritora. Ha participado en distintas jornadas y publicado trabajos entrecruzando psicoanálisis y literatura. Sus cuentos Nuevo cielo, Herencias, Demasiado tarde y Rescate fueron publicados en distintas antologías. Entre otros recibió en 2012 el primer premio de la Fiesta Nacional de las letras de Necochea por su cuento El último tren. Es colaboradora de la Revista Kundra. Participó de los talleres de Laura Galarza y de Elsa Osorio, actualmente asiste al taller de Claudia Piñeiro.
 
 
 
 
 
 
 
EL PEQUEÑO INFINITO DE UN GARABATO…
 
 
 
 
 
 
PERRA CON RUEDAS*
 
 
 
Una amiga adhería a la frase "la mujer que sabe cocinar tiene que ocultarlo", una millonaria ejecutiva dijo hoy que las mujeres son buenas en los negocios pero después, para explicar su éxito comercial, dijo "pienso como un hombre".
Crecí en una biblioteca libre, donde yo sacaba los libros que me llamaban desde los anaqueles. Todos estaban escritos por hombres. Yo pensaba que si quería escribir, debía hacerlo como si fuese un hombre y buscar un seudónimo al estilo de George Sand.
El feminismo trajo muchas conquistas y significó un avance en importantes temas, permitió accesos vedados y abrió numerosos espacios y armarios cerrados desde siempre. Pero nos quitó la inocencia de mostrar la ternura a flor de ojos, la piel que se estremece por una tristeza etérea.
Tenemos que pensar como hombres si queremos un lugar de los conquistados tan duramente. Eso nos han dicho.
Una mujer exitosa no puede permitirse la ternura, la vulnerabilidad, la emoción fácil y sincera. Eso nos muestran las mujeres exitosas y sus pares masculinos quienes les exigen conductas masculinas.
Sin embargo, hace un tiempo vi una película en la que moría un perrito y lo enterraban en la nieve. El suelo estaba congelado, lo taparon con nieve y nada más. Al final, contra toda lógica, cuando llega la primavera vemos cómo se derrite la nieve, vemos un mechón de pelo que queda expuesto, vemos,
contra toda lógica, si, que el perrito se levanta, se sacude, se aleja trotando con esa felicidad alocada de las criaturas pequeñas. Y una llora, y sonríe, y siente que el mundo a veces puede ser redimido con un milagro.
Contra toda lógica.
La directora de esa película de la que no recuerdo el nombre era, claro, si, era una mujer. Y filmó una cosa de mujeres. No pudo resignarse a dejar morir el perro en el relato ya que podía evitarlo.
Y también es de una mujer el remate del film en que un hombre va a hacer sacrificar a su perra, vieja y enferma, para que no sufra. Se lo dice a la amante, quien lo acaba de despedir para que ya no vuelva. Cierra, ella, la puerta. La vemos en su departamento, sola, muy sola, alelada por la soledad reconcentrada que le espera. Vemos cómo corre hacia la puerta, vemos cómo alcanza al amante en la escalera. Una piensa que se asustó, que se arrepintió, que le va a decir que va a seguir siendo la otra, la segunda, la trampa. Pero le dice, solamente esto, le dice que necesita hacerle una pregunta. Nada más, no escuchamos ni vemos el final de la conversación en la escalera. Termina la escena.
Después un cartel nos advierte que han pasado seis meses. La mujer trota en una costanera. La cámara la deja pasar, y vemos, detrás, a la perra de su ex amante corriendo feliz con esa sonrisa que tienen los perros cuando corren, y corre con las orejas voladizas y con un aparato de rueditas atadas
a la cadera. Cómo no llorar en el cine, en el camino de vuelta a casa, cómo no llorar ahora que lo escribo.
La directora de esta película de la que sí recuerdo el nombre, "The Savages", es, y claro, si, es una mujer. Cosa de mujeres el filme. Cosa de mujeres. Trata de padres, hijos, soledades y renuncias. Trata del mundo real y de cómo hacerse cargo de ordenar un poco el pequeño mundo de las pequeñas vidas. Cosa de mujeres, ciertamente, la de ordenar las gavetas y las repisas, hacerse cargo de los niños y los ancianos. Enjugar lágrimas.
No hay nada reprensible en ser tiernas, en ser vulnerables, en dejar que el mundo nos conmueva. Renegar de una misma hace que los espejos reflejen monstruos. Nos mata lentamente, insidiosamente, de a poco y desde adentro. Si es el amor, si es la ternura la que nos define. Una mujer jamás estará sola. Siempre encontraremos una planta, un gato, una perra con ruedas a quien amar, mientras recogemos pedazos de vajilla, colocamos fotografías en los portarretratos y tendemos la cama.
Y a mucha honra.
 
 
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Recuerdo
estar junto al río
cuando ya era otro
y se podía contar
 
Cuando no callaba...
siquiera el silencio
y ya no hizo falta
repartir las gotas
para hacer banderas
cantamos
 
Tuve la ilusión
de los colectivos
bebiéndose el pasmo
movida la niebla
ya
al rozar la hondura
 
Recuerdo los ojos mojados
cuando el río fue tibio
 
lo ví florecer.
 
 
*De Alejandra Alma.
https://www.facebook.com/alejalma
http://alejandraalmapoesias.blogspot.com.ar/
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PERSECUCIÓN*
 
 
 
No es fácil determinar en qué momento apareció; tampoco sabría decir cuándo adquirí la seguridad de que venía siguiéndome, pero desde que soy consciente de ello me siento levemente incómodo y con el paso del tiempo, esta situación ha empezado a resultar extremadamente molesta.
Mentiría si dijese que hay algo irregular en su comportamiento. En realidad, lo único que hace es caminar detrás de mí, a unos pasos de distancia. Nada que no pueda verse en cualquier otra ciudad, a cualquier hora del día. Nunca antes la he visto, ni es probable que ella me conozca, lo cual acaso fuese un motivo, siquiera remoto, para caminar en pos de mí por toda la ciudad.
Si lo miramos bien, no puede decirse que sea una niña, aunque así me lo pareció al principio. Alguna vez he aprovechado el reflejo de un escaparate para observarla, siquiera un segundo: su rostro no refleja en absoluto ninguno de los síntomas característicos de toda persecución. Por el contrario, parece completamente tranquila, como entregada a la meditación o al olvido. Un espectador casual acaso pudiera sospechar que su itinerario es tan arbitrario como el mío, y que el hecho de ir delante o detrás es tan irrelevante como, por ejemplo, los nombres de las calles que atravesamos en nuestro coincidente tránsito. Pero si entro en una tienda o en un bar, ella permanece afuera, esperándome sin impaciencia, y reanuda la marcha en el momento en que vuelvo a salir a la humedad que impregna las calles.
No se me malinterprete: En ningún momento ella ha hecho nada que pudiera molestarme. Se limita a imponerme su presencia a una distancia razonable. No voy a ocultar que en algunos momentos, en determinadas calles poco transitadas, saber que ella estaba ahí, unos pasos más atrás, me ha resultado reconfortante, ya que no soporto la visión de las paredes grises que la soledad oscurece aun más y el silencio multiplica implacablemente.
Podría pensarse que todo es producto de mi imaginación, que me invento estas cosas, que los médicos no erraron al diagnosticar mi enfermedad. También podría ser que para ella todo esto no fuese más que un juego inocente. ¿Por qué, entonces, son infructuosos todos mis esfuerzos por despistar su vigilancia? Si avanzo lentamente, ella camina despacio; si lo hago más deprisa, ella acelera la marcha; si corro, corre también. Siempre se mantiene a la misma distancia. No parece interesada en alcanzarme, pero tampoco permite que me aleje demasiado. Me pregunto cuánto durará esto, y si en verdad es posible concebir un final que pueda satisfacernos a ambos.
(Aunque es un hecho perdido en mi confusa memoria, he de confesar que yo también, en mi lejana juventud, fui siguiendo a alguien durante algún tiempo. Quizá supe quién era, pero ahora ya no recuerdo su rostro, ni su forma de caminar, ni las calles por las que transitábamos. No era un juego: Esa persecución, aunque pueda parecer un disparate, determinó mi futuro.)
Tal vez por eso me siento tan apenado ahora que, al girar con disimulo la cabeza frente a uno de los multiplicados zaguanes que salpican el incomprensible itinerario, he podido constatar, acaso sin sorpresa, que la niña ha dejado de seguirme. Probablemente ha encontrado por fin su propio camino y ya no me necesita. A pesar de la aparente incomodidad que me provocaba su presencia, ahora echo de menos sus pasos leves a mi espalda. Pero la esperanza también es una forma de rebeldía; por eso, de cuando en cuando, al volver cualquier esquina, echo un rápido vistazo hacia atrás: No es imposible que alguna vez mis ojos me muestren una sombra, o la vaga sospecha de una sombra siguiéndome, justificando así, de uno u otro modo, mi errático caminar por estas calles que se me antojan eternas.
 
 
 
*De Sergio Borao Llop sbllop@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
BESTIARIO AZUL*
 
 
 
He llegado a tocar el fondo espejado donde los muertos entierran
 
A sus propios muertos.
 
Zumban.
 
Espanto. Suciedad. Moscardón. Abominable
 
He tocado el borde quieto del abismo. (Un paso solo un paso)
 
He ingresado, desnuda, al bestiario azul.
 
Los cuatro vientos, remolinos de sangre, se alojan en mi pubis.
 
Partido. Profanado. Parto. Partida
 
(LOS MUERTOS lloran sobre mi cuerpo en cruz)
 
He caminado por las estrellas de seis puntas de cristal del mal.
 
A lo lejos.
 
Ojos perforados por agujas de hielo
 
Debajo, duerme la ignominia, cenagal salobre, inexplorado.
 
Arriba, una cobra real color olivo.
 
Ojos de bronce.
 
No mata. Fragmenta suavemente las neuronas
 
He levitado sola en el mar feroz de los desgarros.
 
Hasta el aire mismo se ha negado.
 
La luz, el agua, los trigales
 
Elegir el final.
 
¿Elegir el final?
 
 
*De Amelia Arellanoamelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
*
 
 
miré dentro de mí
había allí un aljibe profundo
una mujer se asomaba
con ojos de paloma
decía mi nombre
en una lengua extranjera
cuando quise tocarla
toqué solo el agua
mis dedos se hundieron
caí dentro de mí
a una hora postergada
toqué mis huesos
mis vísceras intactas
allí encontré a la mujer
que me nombrara
con ojos de paloma
la abracé y en su mirada
estaba yo dentro de mí/
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Señora tomando sopa*
 
 
 
*De Olga Orozco
 
 
Detrás del vaho blanco está la orden, la invitación o el ruego,
cada uno encendiendo sus señales,
centellando a lo lejos con las joyas de la tentación o el rayo del peligro.
Era una gran ventaja trocar un sorbo hirviente por un reino,
por una pluma azul, por la belleza, por una historia llena de luciérnagas.
Pero la niña terca no quiere traficar con su horrible alimento:
rechaza los sobornos del potaje apretando los dientes.
Desde el fondo del plato asciende en remolinos oscuros la condena:
se quedará sin fiesta, sin amor, sin abrigo,
y sola en los más negro de algún bosque invernal donde aúllan los lobos
y donde no es posible encontrar la salida.
 
Ahora que no hay nadie,
pienso que las cucharas quizá se hicieron remos para llegar muy lejos.
Se llevaron a todos, tal vez, uno por uno,
hasta el último invierno, hasta la otra orilla.
Acaso estén reunidos viendo a la solitaria comensal del olvido,
la que traga este fuego,
esta sopa de arena, esta sopa de abrojos, esta sopa de hormigas,
nada más que por puro acatamiento,
para que cada sorbo la proteja con los rigores de la penitencia,
como si fuera tiempo todavía,
como si atrás del humo estuviera la orden, la invitación, el ruego.
 
 
*Olga Orozco (Toay, 1920 - Buenos Aires, 1999)
 
 
 
 
 
 
 
*
 
(Para escribir poesía o recibirla)
 
 
 
hay que  
 
 desarmar
 
la mirada de lo visto
 
 
velarla y desvelarla
 
hasta que el dolor se amanse
y acariciar
 
el pequeño infinito de un garabato fuccia dibujado en el  aire
 racimos  de flores
 
vertidos
por la jarra del cielo o de la noche
 
 
 
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
 
 
 
 
 
***
 
 
INVENTREN
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