viernes, marzo 21, 2014

EN ALGÚN LUGAR DEL GRAN MURO INCONCLUSO ESTÁ LA PUERTA...

 
 
 
*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
 
 
 
 
 
 
 
 
 
SI COMPRENDER UN NÉCTAR*
 
 
 
*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
 
 
 
Hacía rato que no mateaba debajo de estos fresnos viejos que plantó mi padre.
En el Ibirá majestuoso, el más alto de todos los árboles ya no quedan esas bellas flores amarillas que curiosamente aparecen en enero. Pero entre  sus ramas se desplazaban a saltitos breves algunos horneritos, que por lo general caminan debajo de él buscando su comida. Sobre todo cuando mi hermano corta el pasto. Andan de a dos, nunca solos, seguramente la misma parejita que luego construirá con barro esas casitas que siempre me llamaron la atención. Por eso nunca los matábamos cuando de niños andábamos siempre con esas hondas asesinas de pájaros y aún otros animalitos menores como cuises o gaviotas de cañada.
Ayer era una tarde rara o andaba raro yo. Estaba un poco fresco pese al espléndido sol de otoño, el movimiento de la calle era exiguo, y había como una paz no concertada, laxa, diría que esa paz constituía la esencia de las cosas, de los seres, de los animales y hasta de todos estos verdes árboles que aún no se vuelven cobre, porque en rigor no somos otoño, pero casi. Cambié la cebadura, calenté más agua y proseguí con mi lectura, que a decir verdad interrumpía cada tanto para gozar de ese espectáculo que nada tiene que ver con el sarro de las ciudades y su tráfico, sin dejar de reconocer sus grandes ventajas, que precisamente no están en ese ruido y ese apuro y esa falta de árboles aunque allí también los haya, pero los árboles de las ciudades, lo he pensado, están cansados de tinta como se lamentaba  ese poema del gran Juanele Ortíz.
En realidad cometía aquello que Macedonio llamaba lectura salteada, pero no porque leyera un libro de poemas, sino porque esas continuas distracciones me llevaban constantemente  a levantar la cabeza y seguir con mi mirada el vuelo corto de ese pequeño pájaro que yo no conocía, o el rasante vuelo de la calandria que  a veces se tiraba de Ibirá como en picada persiguiendo otro pájaro en el mejor estilo del avión de guerra. Barthes ha escrito que uno lee incluso cuando levanta la vista del libro. Tal vez, pero la verdad que me pasa siempre aquí. Con la pila de libros sobre la mesa de cemento del patio que mis padres usaban para comer al aire libre, en especial ese asado a punto del que mi  padre se jactaba.
Cuando ya pensaba en cambiar la segunda cebadura cayó mi amigo Mario Compañy que me relevó de la tarea, puso la pava a calentar más agua y nos enfrascamos en una charla amena,  entre cambios de información que a veces nos damos por teléfono de manera más sintética.
Se fue con la promesa de llevar a visitar las cañadas que se han hinchado con las intensas lluvias recientes y para mostrarme esa maravillosa fauna acuática que ha regresado y aún –me dice- enriquecida por algunos flamencos rosados, venidos nadie sabe de dónde y que en paz se mezclan con las gaviotas chillonas, las cigüeñas y algunas garzas blancas como un vestido de novia que uno imagina con sus gasas al viento en lugar de esas grandes alas que se baten suavemente por el aire.
Desde aquí se oye el croar monótono de las ranas felices que se suman al concierto de tanto bicherio  al que no puedo identificar, pero que es un ruido agradable, y uno extraña de pronto el ladrido de un perro lejano, muy lejano de un perro que ladra a la luna, al sueño, a la memoria, porque nunca se sabía bien adónde se producía ese ruido que era partido por el pito de un tren de carga que atraviesa incólume hasta el último rincón de mi memoria tenacísima y de ese mismo magma ahondado por los años aparece de pronto, límpido y certero un verso de Hugo Padeletti : si comprender un néctar. ¿Por qué el poema, pienso, habrá trocado lo sensorial para referirse a eso tan bello y lábil y perfumado por una operación netamente ligada a la razón?
De todos modos fue un verso suyo que siempre me encantó y no sé por qué.
En los lejanos tiempos de la Librería Aries –que fue cuando lo conocí en la década del sesenta- es que leí este poema. Está en su primer libro, que me obsequió él mismo. Y me dio tres ejemplares más:
-Para tus amigos –me dijo.
Quien no he comprendido ese poema soy yo, que me sigue gustando y no se por qué. Tal vez porque en ese verso consiguió lo que pocos, traernos  la poesía para que  la disfrutemos. Tengo conmigo otros poemas de Padeletti, que voy leyendo, mientras  levanto la vista del libro y me distraigo mirando los pájaros que cruzan erráticos el aire primoroso de este marzo en que no es otoño todavía.
Esta mañana amaneció lloviendo, motivo por el cual, se nos aguará la salida, y nunca la expresión podrá ser más justa. Y la lluvia trae a mí aquellos magníficos versos de otro grande, quiero decir, Raúl González Tuñón.
Entonces comprendimos que la lluvia era hermosa
Estamos tocados por el mismo destino.
Porque nos moja la misma lluvia.
Y yo comprendo entonces que cuando los poetas son importantes viven con sus versos en nosotros, y podemos comprender el néctar y los secretos de la lluvia esplendorosa porque habitan por suerte en un idioma y en una poesía.
Si al fin de cuentas Pedroni tenía razón: La gloria no es más que un verso recordado.
 
 
 
 
 
 
 
EL ALGÚN LUGAR DEL GRAN MURO INCONCLUSO ESTÁ LA PUERTA…
 
 
 
 
 
 
 
El poeta y su sombra*
 
 
 
Le vi por los caminos de la vida:
Era la viva imagen de la muerte.
 
Era el poeta caminando solo
por la orilla de un río.
 
Resultaba difícil
determinar si era
el poeta o su sombra
eso que derivaba en la corriente;
resultaba difícil
saber cuál de las sombras
era real, cuál era
tan sólo una ilusión.
 
Y el río nunca cuenta sus secretos.
 
 
*De Sergio Borao Llop sbllop@gmail.com
 
-De Por si mañana no amanece
http://sergioborao2011.blogspot.com.es/2014/03/el-poeta-y-su-sombra.html
 
 
 
 
 
 
 
 
ESA MUJER*
 
 
Esa mujer es mía.
Absoluta. Totalmente mía.
Jugamos a las escondidas.
Ella siempre me encuentra. Yo, a veces no.
Tiene una cueva de cristal de murano.
Solo Alí Babá entra.
Conozco sus disfraces más secretos.
Sus horas más tardías. Sus íconos de cera.
He llegado a la profundidad de sus marmitas.
He rescatado sus muertos mas amados. Sus maromas.
Los caminos. Las rondas y las cruces. Las amo.
Conozco los pecados veniales de sus pechos.
Sus termitas. Sus adormideras.
La he leído letra a letra a letra, al revés y al derecho.
Encontré palabras que solo yo conozco.
He andado y desandado las profundidades de su boca.
He batallado fieramente con sus impiedades
Me ha aturdido el concierto de cigarras en su vientre.
He llorado sobre su hambre madre.
Tatuadas mis serpientes en sus brazos.
Obsesivamente. Hemos luchado cuerpo a cuerpo.
Conozco sus empalmes y sus bardas.
Sus axilas dolientes. La tristeza entre los dedos de sus pies
A veces, en las noches, me quedo despierta hasta el alba.
Miro sus sueños agazapados entre los leños.
Los miedos de sus miedos. Roedores hambrientos.
La he acompañado en sus entierros y sus resurrecciones
En la violencia de sus fuegos fatuos.
Las normas tiritan de pasión. Bengalas.
Me he dado tan profundamente a esa mujer tan mía.
Se me ha dado tanto.
Ya no quedan arterías que no haya recorrido.
Todo me ha permitido.
Menos acceder a esa piedra llamada corazón.
 
 
*De Amelia Arellanoamelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El amor está al llegar*
 
 
 
 
*Por Miriam Cairo. cairo367@yahoo.com.ar
 
 
La vimos llegar con el vestido color lavanda y el cabello sostenido por una diadema con incrustaciones de strass. Entró anunciándose como aquella artista de circo que pasó su vida enseñándole acrobacias al mono hasta que éste murió a manos del novio celoso.
El, a pesar de su memoria prodigiosa que le permite componer y descomponer textos que ha leído una sola vez, no la recordaba así, sino como nunca la había visto: con una flor en la pelo por única vestimenta. Pero ella no era una mujer de fantasía, ni tampoco enteramente somática, ni una completa entelequia, ni por asomo una estrella federal. A esta conclusión llegamos luego de una ardua discusión que nos llevó a admitir que cada uno de nosotros éramos o temíamos ser una completa entelequia, o seres de fantasía, o una estrella federal psicosomática. Prontamente asumimos que siempre se acusa al otro de lo que uno es, o teme ser, o será en los próximos segundos.
Bien. Lo cierto fue que la mujer no nos pidió permiso para existir y entró de lleno por el verbo entrar que siempre se instala en la puerta de ingreso, y luego de dar tres, cuatro, cinco pasos, llegó a la mesa del memorioso, e hizo ese clásico movimiento femenino de pasar la mano por debajo de la cadera, acompañando el movimiento del vestido antes de sentarse frente al hombre que, a su vez, hizo el clásico movimiento que insinúa un ponerse de pie, como huella de antiguas galanterías.
Hay cosas que nadie cree pero que todo el mundo repite como si fueran ciertas: el amor está al llegar, el amor está al llegar, el amor está al llegar, el amor está al llegar (los cuatro estuvimos de acuerdo).
Ella tenía de él un recuerdo enmadejado, risas entre montones de hilos embrollados, verbos conjugados en pasado que habían nacido en tiempo presente y que en el medio, entre una y otra conjugación, tocaron el futuro. Esto, otra vez, nos llevó a discusiones bizantinas sobre el tiempo y su estereotipo lineal. Basta que uno de nosotros cambie una desinencia en un verbo para que el tiempo vaya hacia adelante o hacia atrás. Por eso, a los cuatro, nos enamoran tanto las desinencias del presente: por su durabilidad, por su infinita finitud, por la posibilidad de actualizar constantemente lo que existe, lo que no ha existido, lo que quizás exista, lo que jamás existirá.
Sin embargo, hay noches en las que nos exigimos salir de nuestra zona de confort (porque también nos enamoran los desafíos) y caemos en el lugar común de los relatos, que han sido confinados al uso del pasado como tiempo decimonónico de la narración. Erudiciones más, rebeliones menos, seguimos observando a esos dos, nacidos para nuestro deleite.
En un momento, nos dimos cuenta de que comenzaron a charlar como si lo que se dijeran pudiera salvarlos: a él de la felicidad, a ella del misterio. O bien, a él de la comodidad y a ella de la confusión.
Pero fue precisamente en ese momento que decidimos llamarnos a silencio con intención de escucharlos. Sin embargo, el bullicio del bar mezclado con nuestra memoria de funámbulos nos lo impedía. De todos modos nos dimos un instante para agradecer la dificultad, porque con sólo mirarlos podíamos oír la música del encuentro, los acordes de la afinidad, los semitonos de las coincidencias.
Eramos cuatro diapasones en sentido literal, buscando el tono nítido para el estribillo del relato: "El amor está al llegar", "El amor está al llegar", "El amor está al llegar".
(Fue aquí cuando levantamos las copas y brindamos por nuestra osadía: sabemos de memoria que en cualquier momento nos caerá sobre la cabeza todo el peso de la retórica y nos mandarán a hacer trabajos forzados en las cárceles de los géneros).
Rebeliones más, transgresiones menos, a pesar de que ni una sola palabra de lo que la mujer y el hombre decían llegaba a nuestros oídos, sus gestos confirmaban cada letra de lo que íbamos escribiendo.
Las sílabas se unían hasta hacer palabras.
Las palabras se unían hasta la frase.
La frase llegaba al punto como los amantes al orgasmo.
Y el relato de la noche no tuvo fin.
Y el fin del relato no pudo con la noche.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
CONSUMISMO*
 
 
La mañana se consume lentamente entre expedientes y papeleos varios, trabajos repetitivos y sin sentido que consumen mi tiempo y el de los demás compañeros. De tanto en tanto un café horrible en aquella horrible máquina permite una pausa en el trabajo y consumir un cuarto de hora de mi tiempo libre en conversaciones de pasillo, intrascendentes y manidas.
Por suerte solamente consumo media hora para llegar a casa en el colectivo y entonces tengo mi tiempo. Acabo invariablemente consumiendo mis ratos de ocio frente al televisor viendo cualquier programa estúpido que no me aporta nada. Me permito mirar de pasada a los niños durmiendo cuando voy a mi habitación hastiado de no hacer nada y haber consumido toda una jornada.
Dormir siete horas para levantarme cansado y aburrido después de haber consumido mi tiempo de sueño sin darme cuenta y así poder iniciar otro día consumiendo el tiempo en un largo pasar hacia ningún sitio.
Empiezo a sospechar que soy el mejor consumidor de esta sociedad de consumo que nos consume mientras yo consumo mi vida.
 
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
 
 
 
 
 
 
Siglo XXI*
 
 
 
no tienen pájaros los cielos de los pobres?
no tienen estrellas sus noches?
ni árboles desnudos sus otoños errantes?
acaso los perros de los pobres no ladran
como ladran todos los perros del mundo?
entonces por qué son pobres los pobres?
vaya pregunta
porque había una vez un mundo
y hubo hombres en ese mundo
que dijeron esto es mío y no tuyo
que dijeron esto me perteneces es mío
que dijeron individuo soy
que miraron fiero
que desconfiaron de su propia raza
y mandaron sobre la industria
sobre la tierra
que crearon naciones
bajo la bandera del Mercado
y pusieron sus jueces
sus leyes
sus abogados
y colorín colorado
este cuento terminará cuando el pueblo
cansado de trabajar día y noche
sin ver un centavo
tome la tierra
asesine al Mercado
y ponga al hombre a cooperar con el hombre
y no con los Bancos
llegará el día en que la palabra miseria
no figure en el diccionario
y nos asombremos de nosotros mismos
llamándonos compañeros
es estúpido acaso el sueño?
en todo caso esta pesadilla no podrá durar por siempre
triunfaremos sobre esta maquinaria de dolor
llamándonos de ojos abiertos
amigos
compañeros
hermanos/
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A TRAVÉS DEL OJO DEL ÁGUILA*
 
 
 
Apagó la TV, las imágenes lo habían sacudido hasta el punto de negarse a ver. Hacía muchos, muchos meses que no llovía, pronto ya no habría alimentos porque los sembradíos yacían quemados por el sol, los animales en las granjas muertos, los bosques arrasados por incendios y las gentes en las calles bramando por la pérdida de sus empleos.
Ezequiel yacía en su cama en estado de pánico. Sus reservas se habían acabado y no se animaba a salir a la calle por los disturbios. Hacía 24 horas que no ingería alimentos, sentía el estómago pegado a su columna vertebral hecho que le hacía abarcar su crisis. Todos sus músculos, sus huesos y hasta las neuronas de su cerebro estaban en corto circuito, nada funcionaba en él, casi la sensación de estar vivo comenzaba a agotarse.
- ¿Qué hacer? – se preguntaba. - ¿Cómo lo hago? ¿Quién me ayuda?
Los gritos de la gente entraban por la ventana y lo paralizaban aún más. Tal vez sería mejor resignarse y quedarse hasta que llegara la muerte, parecía ser la única solución.
Por suerte estaba solo, su madre había fallecido hacía un año y no tenía más familia, eso ya era una ventaja, no sufriría por los suyos, solamente  por él. 
Así llegó a sentir que nada importaba, daba lo mismo estar vivo que muerto, buscar soluciones o tumbarse en la cama tratando de no pensar.
Hizo un recuento de los amigos que le quedaban. ¿Qué sería de ellos? Ni pensar salir a buscarlos en medio del tumulto cada vez más intenso en el exterior pero el solo imaginar que necesitaran ayuda fue aumentando su angustia hasta que sus ojos se llenaron de lágrimas.
Su estado era patético, su desamparo se equiparaba a un animal tendido en el desierto sin ninguna posibilidad de sobrevivir.
Un golpe seco contra el cristal de la ventana lo hizo trizas y un águila con las alas desplegadas entró en la habitación y quedó suspendido en el aire fijando sus ojos en Ezequiel al mismo tiempo que de ellos salía un rayo de luz blanquecino que chocó contra el cuerpo desahuciado del hombre  y lo absorbió como si fuera un elemento líquido esparcido sobre la cama. No hubo dolor ni sensación alguna, sólo se vio a sí mismo elevado en el aire como si se tratase de una pluma y con una velocidad indescriptible fue trasladado hacia una cabina desconocida. Los gritos de la gente desaparecieron, su estómago volvió a la normalidad y sintió su cuerpo como en las mejores épocas de su vida. El águila lo siguió hacia su nuevo lugar colocándose frente a él apoyado en una saliente del tablero de comando.
El artefacto elevó vuelo sin que le afectara el despegue, sólo un leve chillido penetró sus oídos que se percibió como algo musical.
Había sido depositado sobre algo mullido que le devolvió a su esqueleto y a sus músculos una sensación tan placentera que casi lo adormeció, pero una voz que nunca sabría de donde salió lo sacudió.
- No duermas – dijo en tono imperativo, - mira los ojos del águila, allí están las imágenes de la tierra que los humanos supieron concebir. Tienes el privilegio de verla y darte cabal cuenta de lo que entre todos hicieron de ese mundo.
Con movimiento lento, motivado talvez por el efecto pánico experimentado antes, se movió hacia el ave negra y se enfrentó a las dos  pantallas de sus ojos. Si, el panorama era desolador, mucho peor del que había visto en las imágenes televisivas, era el Apocalipsis, pensó, el fin de todo lo vivo.
- Es el resultado del desenfreno humano. ¡Míralo! – ordenó la voz con todo firme. – Hazte cargo de tu parte de responsabilidad.
Algo muy especial pasaba en su cuerpo, esa mortal dejadez que lo invadió cuando yacía en su lecho, desapareció, pero todas sus células fueron invadidas por el pánico que ardía en sus vísceras como una mordedura despiadada.
- ¿Qué pasó con los demás? – alcanzó a musitar.
- No te preocupes, cada uno tuvo su juicio y se determinó con gran justicia a quienes debíamos llevar.
- ¿A dónde?
- Ya lo sabrás a su debido tiempo.
- ¿Para qué?
- También lo sabrás en su momento. Ahora mira, que tu retina incorpore lo que pasa allá abajo, tal vez te sirva luego.
A partir de ese momento se hizo un gran silencio, Ezequiel no apartó su mirada de las pantallas por donde pasaban todos los lugares del mundo, esos que alguna vez deseó fervientemente conocer; pero ahora todo ardía, todo se derrumbaba y él era un espectador pasivo, impotente, sintiendo que tal vez la voz había sido sabia y él tenía parte de la culpa por los sucesos. Pero también atisbó cierta rebeldía, no encontraba entre sus recuerdos las conductas indebidas que hubieran contribuido a ese desastre, su vida había sido ordenada, honesta, si se quiere inocua pero nunca intencionalmente inadecuada.
- ¿Pero yo, por qué? – No pudo evitar la pregunta.
- Eso está en tu interior, búscalo. – fue la orden.
Y ya no hubo más palabras, la voz se acalló y sólo quedó él dentro de la nave y el águila estática con sus ojos pantallas. Ezequiel no podía apartar su mirada de esas escenas que eran cada vez mas escalofriantes, ruinas y más ruinas aplastadas contra la tierra y sin ningún indicio de vida. Él comenzó a buscar el por qué de su privilegio. La curiosidad de hallar un indicio sobre su futuro se perdía en la nada en su cerebro confuso. ¿Qué méritos había reunido para ser considerado apto? Si bien no había hecho mal a nadie deliberadamente, tampoco había desparramado buenas acciones de esas que merecen ser destacadas; había cuidado a su madre hasta que murió, había ayudado a quien lo necesitó en su momento, pero no eran acciones heroicas que merecieran premio.
Sumido en sus cavilaciones e incertidumbres dejó de percibir el tiempo, todo transcurría rápido. Por lo que veía en las pantallas se daba cuenta que la nave se trasladaba alrededor de la tierra, su vuelo era tan sigiloso que todo estaba estático dentro de la cabina, respiraba sin dificultad, no sentía ni frío ni calor, era un estado ideal nunca experimentado, ni siquiera imaginado. De pronto el pajarraco cerró los ojos, ya no mostró imágenes; tuvo miedo que todo fuera a terminar en ese momento, tuvo terror a morir aunque tiempo antes había invocado a la muerte como solución definitiva.
La penumbra la envolvió, fue como un manto negro que abolió todos sus sentidos, el tiempo se licuó en la nada, presintió el fin y cerró los ojos en espera de lo inevitable.
- Ya llegamos – resonó la voz y la misma fuerza que lo introdujo en la cabina lo sacó de ella depositándolo sobre un suelo con gramilla intensamente verde. Su asombro le impedía determinar si lo que veía era real o si se trataba de un hermoso sueño pues estaba en medio de una zona boscosa, con enormes árboles, algunos cargados de frutos y por entre las ramas se filtraba una luz cuyos destellos tenían matices nunca vistos por Ezequiel.
- ¿Dónde estoy? – gritó desesperado.
- En tu nuevo hogar, - respondió la voz produciendo un eco que parecía potenciarse al chocar contra las copas de los árboles.
- ¡No hay nadie aquí!, - volvió a clamar.
- Espera, tienes a tu favor todo el tiempo de los tiempos.
El hombre cayó de rodillas porque sus piernas ya no lo sostenían, un presentimiento apocalíptico le mordía las entrañas, solo, en medio de ese bosque, perdido para siempre en no sabía donde, hacía que su corazón se precipitara al borde del estallido. Miró la cápsula espacial como para darse aliento ya que aún estaba allí y podía servirle de refugio; de todos modos añoró su casa, añoró su cama y llegó a añorar los alaridos de la multitud reclamando por las calles de su ciudad.
De pronto otro haz de luz iluminó el panorama, comenzó a girar en busca de algo hasta que se detuvo en un espacio abierto limitado por dos árboles, allí apareció una mujer surgida de la nada.
- ¡Berenice! – exclamó y sus ojos se desorbitaron ante esa figura.
Era su novia de adolescente, aquella jovencita que abandonó por seguir a una prostituta que lo volvió loco y cubrió a su madre de vergüenza. No la había vuelto a ver desde entonces, no había tenido oportunidad de pedirle perdón por el dolor que le causó, tampoco tuvo las agallas para buscarla cuando se dio cuenta de su error. Todos errores, la voz tenia razón, el hombre era una máquina de cometer errores.
Ahora estaba allí, detenida a una distancia prudencial, mirándolo con la misma expresión dulce de antes, como si nada hubiera pasado, hecho que lo hacía sentir más culpable.
Ezequiel se incorporó aunque no pudo avanzar hacia ella y fue Berenice, tal vez empujada por el rayo de luz, la que se encaminó hacia él.
- Aquí están los dos, - dijo la voz, - que la experiencia vivida los haya hecho más sabios. Este es vuestra última oportunidad.
El águila voló en círculos alrededor de ellos, los enfrentó por un instante y en las pantallas de sus ojos pudo verse el nuevo paisaje. Sólo duró un breve momento, luego emprendió vuelo y atravesando un portal que apareció de pronto y se perdió a lo lejos.
 
 
*De Emilce Zorzut zorzutemilce@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
DETRÁS DE AQUELLA PUERTA*
 
 
 
*De Olga Orozco.
 
 
En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el revés de todo tu destino.
Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo imposible.
Acaso ahora cruja con una melodía incomparable contra el oído de tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido por las cenizas del adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared final del mismo sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado Ulises.
Es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una historia baldía
refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo roza la nostalgia.
Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo de la ausencia.
No regreses entonces como quien al final de un viaje erróneo
-cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo el mundo-
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por un nombre confuso la consigna.
¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa de toda la partida?
No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arrasadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expiación;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos y exilios,
porque también, también serán un día el muro y la añoranza.
Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que elegiste.
 
 
-De La noche a la deriva, 1983
 
 
 
 
***
 
 
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