viernes, abril 03, 2015

A LOS QUE DEBIMOS SER...



*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).

-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam








*


En breves rastros,
solemos
encontrar
a los que debimos ser.

En tardes de risas desatadas,
de trenzas sueltas
al viento,
avistamos
cierta plenitud
que reconocemos
de alguna vez,
de algunos sueños.

¿Adónde buscar
a ese otro de mí
que habita
en el lado feliz de los espejos?



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com








A LOS QUE DEBIMOS SER…







APUNTE EN LONDRES*



Ninguna calle, ningún trecho del río,
ningún indicio
en algún lado, hablan de la malherida
Basora y de la OTAN.
Todo o casi todo es devenir, es flema
y aire abierto;
o vida que va por su carril, su tiempo
y su rumbo.
Nada ni nadie dicen algo de algún
desembarco
de infantería o de la guerra. La rubia
muchacha
que atiende la lavandería del hotel
tiene
sobre su escritorio una revista de
farándula
y los tres bebedores de cerveza de la
vuelta
hablaban de los dos goles magistrales
de Arsenal.
Nadie habla de las Falklands, excepto
esa señora
a los pies de la escalera, que lo hizo
para excusarse
como inglesa: “Oh, Iron Lady hizo
mucho daño”.
“Mejor presupuesto para promoción
social”,
me dijo el gentleman de traje oscuro
en un pub
congestionado y murmurante de
Leicester Square.
Hay una distancia más o menos
sideral
entre la agenda del imperio y el
horizonte
diario o cercano de la gente. Nadie
masculla
ni ilusiona guerras ni invasiones ni
colonias.
Todos desean un año tranquilo y con
trabajo,
con noticias auspiciosas y no tantos
impuestos,
como en Montevideo, La Pampa, o
Buenos Aires.
Los más viejos, sí, recuerdan los
años sombríos
de la guerra, con los ojos vidriosos,
algún silencio,
y sin muchas palabras.


*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar

Caffe Nero, mayo, 2013

Nota: Este Apunte no está incluido en las páginas del poemario “Dos cigarrillos para Eliot”, aunque sí pertenece a ese conjunto de escritos previos que tienen lugar en proximidad de los tonos y caminos que se extienden en el curso de esa obra.









*


Mirá, no me digás que estamos solos.
no me digás que no sabías que
si anduviéramos solos,
pero solos
lo que se dice
sin nadie

si anduviéramos solos no habría otoño que valga la pena
ni mujer que valga la pena
ni poesía que valga la pena

hay pan sobre la mesa?
entonces no estamos solos
en algún lugar del mundo hacen ese pan
hay hornos
y panaderos que encienden esos hornos

hay vino sobre la mesa?
entonces no estamos solos
es un invento de la literatura romántica del siglo diecinueve
eso de estar solo.
si hay vino hay viñas y hay mujeres y hay hombres que
trabajan para que hoy tengamos en la boca
la uva dulce de la tierra

no estamos solos nunca, corazón.

acaso andamos desnudos por la calle?
entonces verdurita estamos solos!
hay gente, gente explotada, que cose esta camisa
niños que con manos pequeñas y estómagos pequeños
labran con paciencia botones y agujeros

no me digás que estamos solos
no escuchás acaso el ruido del tren que pasa acá a unas cuadras?
hay maquinistas!
hay gente que va a la escuela!
a la fábrica!
al centro a comprar libros, alimentos, chucherías

entonces verdurita, corazón,
entonces no estamos solos,
son macanas de la noche que te quiere triste para comerte mejor,

qué vamos a estar solos corazón!
no ves cómo sonríen las personas que pasan
bajo esta lluvia
sobre esta calle...


*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar









Nómbrame*


Si tu voz no me rescata a tiempo
creo desaparecer de los espejos
como algo inconcluso e irreal
resuelta en lo fugaz.
Sin embargo
hay fechas y lugar y ciclos
que afirman mi existencia
sobre esta tierra y bajo cielo.
¿Cómo le explico entonces
a esta indefinible ansiedad
que no es necesario
caber en otro pensamiento
para tener la dimensión total?
Existo porque siento.
Y la vida me sostiene
amarrada a sus tientos.
Elijo mi individualidad.

Pero
en nombre de mis miedos
te pido que no dejes de nombrarme.

Temo desaparecer de los espejos
y ser una piadosa mentira del tiempo.



*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar











ALERCES*



*Por Antonio Dal Masetto.


Había llegado al extremo de uno de los brazos del Menéndez, en el Parque Nacional Los Alerces, viajando parte de un día y de una noche en el trencito desde Ingeniero Jacobacci hasta Esquel y después en un ómnibus y finalmente en una lancha a través de las aguas calmas del lago, bajo el resplandor del glaciar del Cerro Torrecillas. Iba a encontrarme con los árboles que tienen 2.500 años.
La casualidad quiso que fuera mi cumpleaños y todo el tiempo me habían acompañado las exigencias que suelen caminar con uno en esas fechas: realizar balances, cumplir con los compromisos siempre postergados, tomar determinaciones. En resumen, clarificar el panorama y empezar de nuevo.
Me había parado en la proa de la lancha y, mientras miraba los bosques y los perfiles de las montañas contra el cielo sin nubes, en la cabeza me daban vueltas, juntas, la cifra de los 2.500 años con cuya evidencia me enfrentaría en unos minutos y mi propia cifra, la de mi edad. Un poco alucinado por la falta de sueño, oscilaba entre una impaciencia que por momentos se volvía casi angustia y un vago sentimiento de resignación. No hubiese podido decir cuál de las dos cifras provocaba impaciencia y cuál resignación.
La lancha atracó en un muelle de madera y nos metimos por una senda cuesta arriba, entre la vegetación espesa. Había mariposas alrededor. Después de andar un rato vimos el primer alerce. El guía habló de los 2.500 años y nos informó que sobre otra orilla del lago, una zona donde no se permitía el acceso de turistas, había alerces de mayor antigüedad, que superaban los 3.000 e incluso llegaban a los 4.000 años. Éramos unas veinte personas detenidas en semicírculo a un par de metros del hermoso tronco claro y recto. Mirábamos hacia arriba. A través de las hojas del alerce llovía luz. Me di cuenta de que todos se sentían obligados a bajar la voz.
El guía propuso seguir. Dejé que el grupo se alejara, lo perdí de vista y quedé solo. Me acerqué al alerce y lo toqué. Entonces, la imaginación galopó hacia atrás, hacia el fondo de los 2.500 años. La imaginación partió y regresó trayendo nombres, fechas y geografías. Traté de mirar en ese torbellino, establecí asociaciones, hice cálculos, llegué a conclusiones simples y obvias y que sin embargo me costaba aceptar. Pensé, por ejemplo, que cuando las legiones romanas marchaban y el imperio se expandía, el árbol sobre cuyo tronco ahora yo apoyaba la mano ya estaba ahí. Y estaba cuando en algún lugar de Palestina supuestamente se produjo el nacimiento que marcó el comienzo de una era. Cuando las tres carabelas avistaron las playas del nuevo continente, hacía dos mil años que el árbol estaba. Mientras el mundo cambiaba, evolucionaba o se desangraba, el alerce siguió estando, creciendo en el secreto de los bosques y los lagos.
Y estaba ahí ahora. No era una roca, no era un monumento. Era algo vivo. Había recibido el sol, el agua, el viento de veinticinco siglos. Y yo, que medía mi tiempo en horas, en minutos, y había llegado a ese rincón del mundo en el día de uno de mis cumpleaños, podía tocarlo. Me dije: estoy frente a algo extraordinario, tal vez me ocurra algo extraordinario. Apoyé la otra mano y también la frente contra el tronco, y esperé. Primero llegó el silencio. Un bautismo de silencio. Luego sobrevino una calmada euforia en la que se fue disolviendo toda dureza y toda tensión. Y después sólo hubo humildad y respeto ante el gran árbol.


-El texto "Alerces" pertenece al libro "El padre y otras historias".











LAS BABAS DE LA MUERTE*


“El crimen del loco consiste en que se prefiere a los demás. Esta preferencia impía me repugna en los que matan y me espanta en los que aman. La criatura amada ya no es… sino una moneda de oro en que crispar los dedos. Ya no es un dios: apenas es una cosa. Me niego a hacer de ti un objeto, ni siquiera el Objeto amado” Marguerite Youcenar


Amor. Amor. Deja ya de recorrer la escarcha.
Desde el principio, lo dije.
Lo dicen mis diversos rostros empedrados.
Tantas señales te han dado las mareas.
Sabes, los pájaros de la locura, hacen nido en mi pelo.
Mis bocas. El beso se convierte en ceniza.
Mi ardor. Fuegos fatuos de los cementerios.
Testigo de mis muertes. De mis hambres de enero.
Cierras los ojos. Las serpientes se enroscan en tu cuerpo.
Dices, que son mis brazos. Mueres de gozo.
Me pides que te mienta. Que mi nombre, tortura.
Te he dicho que no me apenan las babas de la muerte.
Que no siento piedad, ni de tus bestias, ni las mías.
No ignoras .Nadie me amó. A nadie he amado.
No he tenido ni padre, ni madre. Ni un perro que me lama.
-Acaso dos crías oscuras en el monte-
Desenfreno me llaman. Depravación.
El Árbol del pecado ancestral esconde mis mentiras.
Astuta. Artera. Taimada. Impía.
Yo te anuncié el dolor el primer día.
¿Ves ese espectro sentado a la vera del silencio?
Acaso hoy… empiece a escribir su nombre.
En su pupila breve, escribir mi nombre.



*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar










"Diario de la muerte de mi abuela". *
-Fragmentos-



*De Irma Verolín. irmaverolin@hotmail.com


Escribí estos textos cuando cuidaba a mi abuela en un tiempo largo en el que la literatura y yo estuvimos distanciadas, aún así no pude dejar de escribir. Estando con mi abuela encerrada en un departamento y lejos de mi computadora, llené hojas numeradas de esas que se encarpetan y tienen un margen azul levísimo del lado izquierdo. Después, al armar un libro de cuentos, formaron parte de la última sección titulada: "Diario de la muerte de mi abuela".




1.


Mi abuela se ha convertido en un pájaro. Esto sucedió hace un instante. Aunque supongo que todo empezó antes, poco a poco, disimuladamente en un sitio oculto de ella misma. Lo cierto es que una tarde me encontré llamándola “pajarita” y así la empecé a llamarla desde entonces. El nuevo nombre le queda perfecto, ha adelgazado, su nariz luce más afilada, sus ojos transparentes y ese aire continuo de estar lista para desprenderse de la tierra de un instante a otro.
Sé que detrás del nombre “pajarita” está la idea de la muerte y que entre mi abuela y yo sólo existe la idea de la muerte y más aún, que siempre, desde el principio es lo único que había existido entre ella y yo: la idea de la muerte.
Haberle encontrado un nuevo nombre a mi abuela significaba tan sólo que de una buena vez he logrado que las cosas estén por fin en su sitio.



5.


La voz de mi abuela suena triunfante en el teléfono. Me dice que salió sola. Me preocupo, le hago preguntas, le doy recomendaciones para el futuro. Sospecho que se animó a llegar hasta el supermercado ayudado por el sostén del changuito. Pero no bien se desarrolla la conversación me entero de que la gran salida de mi abuela fue sólo hasta el palier para dejar la bolsa de basura. Evidentemente sus expectativas y acciones temerarias se han empobrecido. Pienso que se parece a las niñas que empiezan a caminar. Se les festeja los primeros pasos, su iniciación en el mundo. En el caso de mi abuela me siento impulsada a festejarle sus últimos pasos. Así que en vez de haberse convertido en pájara es ahora una niñita, pero una niñita al revés, una niñita sin futuro. La vida da la impresión de plegarse para terminar siendo un acordeón retorcido. Todo retorna aunque de un modo deformado. Mi abuela aún camina y al hacerlo con cierta torpeza intenta de alguna manera recordar sus primeros pasos. Su mente cree recordar, pero su cuerpo no. Está contenta porque ella sola dio vuelta la llave y salió del departamento. Claro que igual a esos pájaros que fueron enjaulados mucho tiempo, pronto vuelve a su jaula por voluntad propia.



9.


Llamo a mi abuela. He discado con la rapidez de costumbre, mis dedos conocen de memoria ese número esencial. Y el sonido comienza y se extiende horizontalmente desde mi oreja que lo recibe hasta un infinito que se prolonga en dirección al futuro. Mi abuela no contesta, su voz no interrumpe ese fluir ahora intolerable y yo sigo con el brazo curvado sosteniendo el aparato telefónico. Sé que este sonido, aunque se extiende hacia delante, no tiene porvenir. Imagino a mi abuela sin el audífono en su oreja, caminando entre los muebles y flexionando sus piernas. Imagino que recuerdo el color de las cortinas y la penumbra cambiando la fisonomía de su casa. Imagino los ruidos, siempre esos ruidos entrando por la ventana y el sonido del teléfono me agobia, me agobia tanto que quisiera morirme o que se muriera mi abuela o que se descompusieran todos los teléfonos para no tener que oír esta sirena eterna que me demuestra que del otro lado no hay nadie. Que no hubo ni habrá nadie.
En mi imaginación los teléfonos siempre serán negros. Negros, opacos, detestables. Y siempre del otro lado del teléfono hay una mujer vieja a la que llamo abuela, que nunca me contesta.



22.


Afilar la memoria como si se le sacara punta a un lápiz, día tras día, noche tras noche. A fuerza de no contar con otra cosa, de acercarse a la muerte sin demasiado cuidado, es preciso avivar lo acontecido. Eso hace mi abuela. Y usa no sólo su cabeza sino su voz, su voz de pajarita en un departamento de Villa Crespo. Le gusta escucharse a sí misma repitiendo lo que ya sabemos, lo que ella misma repitió ayer y anteayer y la semana pasada. Necesita convencerse de que tuvo una vida. Dice la palabra “yo” y eso la regocija. ¿Hay alguien detrás de la palabra “yo”? Mi abuela golpea y golpea una con sus palabras para ver si la puerta se abre. La puerta queda entornada y del otro lado circula el viento, el mismo viento que teje las palabras. Sólo palabras. ¿Es eso la vida? ¿Estamos hechas de viento y no de tierra y agua como dice la Biblia. Y el fuego está lejos, muy lejos, está en el sol que ya no se puede mirar, porque lastima los ojos. Lejos viento y sol, tierra y agua dentro de un libro y luego esto, la vida misma, hecha y deshecha, nada entre las manos, palabras.


33.

Dejo en mi casa a mis dos gatos solos para ir a cuidar a mi abuela. Uno de los gatos está continuamente lastimado. Se pelean entre ellos y el pobre pierde siempre la partida. Mi abuela también está lastimada; no bien llego se levanta el camisón y me muestra. Debajo de uno de sus senos tiene una gruesa línea roja. Le coloco con suavidad la pomada y ella me mira. Me mira y me dice:
-¿Viste? Tengo dos tetas distintas. Una más chica que la otra. Es por culpa de tu abuelo. Se ve que le quedaba más cómodo sobarme ésta. Y se me achicó de tanto ser sobada.
Mi abuelo murió hace muchos años y es raro que ella vuelva con un relato así. Lo que abuela no quiere decir es que bajo su seno se acurrucan sus hijos muertos.
Ahora se baja el camisón.
-¿Te duele?- le pregunto.
Me contesta que no. Que no. Y apaga la luz.


-Fragmentos del libro "Una luz que encandila" -2009 (ilustración Graciela Bello)











MALVINAS ME LLAMA*
(El Regreso del soldado)


DACIO (Mi hijo), volvió a las Islas Malvinas en diciembre de 2006, 25 años después de haber combatido en la guerra en 1982.   Durante ese tiempo  su anhelo fue volver para reencontrarse a sí mismo y reconfortar su espíritu.



I


¡Malvinas me llama!
Tiembla mi voz,
Mi pecho se inflama,
La sangre reclama,
¡No puedo faltar!…
¡Volver a ese cielo, tras tanto anhelar,
Ya sin truenos, sin humos!
¡Pisar ese suelo, de huellas sangrientas!
¡Enfrentarme a ese mar!
¡Ver ese horizonte,
Quebrado por lomas, llanuras y montes!
¡Volver a esas islas, aún irredentas…!
Sin  frío, sin hambre,  Ni  carnes sedientas…
¡Sin odio al inglés, y sin odio al sargento!

¡Con un camarada,
Subir la ladera, al silbido del viento!
Y en la cumbre del monte…
¡Sentir el alivio
De aliviar lo que siento…!





II


¡Madre!
Me abrazo a estas cruces,
Que claman al cielo…,
Como garras blancas, de amigos inertes…
¡A quienes luchando, sorprendió la  muerte!

Con turba  en el llano,
Sus cuerpos envuelven.
Aquellos niños héroes
Que hoy nadie conoce,
Y que ya no vuelven…
Rezo por ellos…y rezo por ti…
¡Y mi alma me dice, que velan por mí!

Cumbre doble, de cimas mellizas…
Y aquella covacha
De piedras muy lisas…
De noche llorando
De ausencia y de miedos
Soñaba temblando, llamándote: ¡Madre!
Para que me arropes,
Y acaricien tus dedos…

Beso las rocas, escarbo  la arena;
Por todo hay señales,
Esquirlas  y vainas, borcegos y mantas…
¡Y eso me serena…!





III


Quizás seamos héroes,
Mis hijos lo afirman..., y tiene sentido….
Una gaviota distrae su vuelo…
Y  escucho un gemido;
Como si Dios me hablara en ese graznido…
Su voz clara siento;
En los valles el eco y el ulular del viento:
“Aquieta tu aliento, y tu corazón dispone;
La gesta difunde,
Más, dónde  pregones… ¡Pregona la Paz!”



*De Celso H. Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
Avellaneda, Santa Fe 23/mayo/2007



***


INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/


Lo Irreversible*

(De la estación Henderson – ferrocarril Midland)


Aparece una vez más la imagen de la placita frente a la estación Henderson. Él, un niño aprendiendo a andar en bicicleta y Reynaldo su hermano mayor corriendo a la par de su bicicleta para prevenir que no perdiera el equilibrio.
Cada tanto veían llegar al tren.
Fue en 1977 el último tren. En septiembre porque fue días antes de su cumpleaños. Se ve corriendo al costado del último tren que se va a Buenos Aires.
La gente que agita las manos por la ventanilla, sopla besos.
Se cerraba el tren. Se llevaron hasta los rieles. Había sido testigo en una tarde a la salida de la escuela del paso de esa máquina levanta vías que a su paso solo dejaba marcas de ausencia en el terraplén.

Tarde o temprano hay mucho pasado en la vida de cualquier persona.
De la universidad le quedo grabada aquella enseñanza que decía "la vida de las personas transcurre entre lo imprevisible y lo irreversible".

Y la ciudad de Henderson que se llama así en honor a Frank Henderson, el ciudadano inglés que desde su cargo en el Ferrocarril Sud completo las obras para que el Midland llegara a Carhué.

Frank Henderson que además jugaba al golf, al ajedrez y hasta tuvo tiempo en la vida para la fundación del club de golf en Mar Del Plata -El que pudieron conocer en aquellas vacaciones de familia en el 79-.

Después ocurrió lo irreversible, aunque aun hoy le cueste aceptarlo. Reynaldo fue sorteado para hacer el servicio militar en la Armada. Reynaldo destinado arriba del Phoenix CL 46.

El hombre se niega por un momento a llamarlo por su último nombre a ese barco de guerra.
¿Porque no lo hundieron los japoneses en Pearl Harbor?
Todo hubiera sido distinto, se ilusiona en vano, jamás hubiera llegado a ser el Crucero General Belgrano.

En algún limbo Frank Henderson golpea su palo de golf una y otra vez. Las pelotas se pierden al infinito cielo. Como en el azar, son un misil buscando el blanco.
Reynaldo sigue allí. En el barco, presintiendo o no lo que vendrá, sin poder cambiar el curso de las cosas.

El hombre preferiría que nada de eso hubiera ocurrido. Que la estación siga siendo estación de trenes. Que su padre no hubiera muerto de tristeza hace años.

Que a nadie se le hubiera ocurrido poner en la estación -ya sin vías- una terminal de ómnibus, y que a esa terminal la bautizaran con nombre de su hermano, un héroe del pueblo hundido en el Crucero General Belgrano.


*De Eduardo Francisco Coiro.




***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

 JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


***


Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

GONZÁLEZ RISOS

PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.
PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.




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