domingo, abril 26, 2015

MIENTRAS LA INTACTA HERIDA SE MIRA EN EL ESPEJO…

*Dibujo de Erika Kuhn.









LOS ZAPATOS DE GRAVINO*


                           A Luis Calvo,
                                           a José Emilio Tallarico



No le quiten, no le quiten,
por favor no le quiten los zapatos a Gravino,
cuando él ya está tendido en la cama, y
mirando con desconfianza el viejo techo,
porque acaso en sueños o en ensueños
él necesite andar por los barrios lejanos,
cruzar las plazas, y entrar a una cantina
desvelada
y tomarse una copa, una sola, de ginebra,
para entonarse con el aire de esa hora
en que los perros vagabundos
cruzan la avenida y dan vuelta por la
esquina.
Todo buen caminante como todo soñador
necesitará siempre sus zapatos
así como todo marido fiel necesita siempre
un sombrero.
No le quiten, no le quiten,
por favor Luis, por favor José,
no le quiten de los pies esas suelas
memoriosas,
que supieron hacer el recorrido olvidado de
todos los tranvías.
Además está visto: él vio la historia como
quien la sabe ver
desde un ring-side, golpe a golpe y sin
campana
salvadora. El también vio cómo los vientos
nacionales
golpeaban sin piedad contra puertas y
ventanas.
(Y esto no es propaganda, no es liviandad,
no es lavarse las manos, ni es invento.)
Él ya dice, y repite, año 2015: “qué me van
a hablar
de amor”; o como su famoso tío poeta: “no
me cuenten
cuentos; yo ya me sé todos los cuentos”.
Él siempre creyó,
por otra parte, en la dialéctica de Breton,
en los dibujos de aire de Tchaikovsky
y en los noctámbulos gatos de Olivari.
Él quiere,
sólo quiere, y hay que dejarlo, rememorar
a Homero Manzi
y hacerle otro sencillo homenaje a Cortázar;
y seguir creyendo
en Kafka, en su sinceridad ética y política,
en el gran Gandhi,
y en Van Gogh. O sea: dicho de otro modo,
entre el viento
helado y los mares revueltos del siglo,
él divisó,
casi hundido, un tronco que flotaba, y se
subió
a él, lo arañó como pudo, y no se bajó más
de ese tronco,
por el que flota y revive por las calles, con
sus pasos,
sus miradas, sus acordes, sus olvidos. Es
que
él no tiene otra salvación, otra salida, otra
tangente,
otra veta. No le quiten, no le vayan a quitar,
aunque sea tarde, muy tarde, los zapatos
a Gravino.


*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
Buenos Aires, marzo de 2015

-Amadeo Gravino nació en Buenos Aires en 1945. Poeta de vasta obra. El mes pasado se presentó en el ciclo del Café
Montserrat su antología.










MIENTRAS LA INTACTA HERIDA SE MIRA EN EL ESPEJO…










RETORNO*



La idea del perpetuo retorno es un misterio.
Una falacia. Una necesidad absurda de quedarse
Ya lo dijo Eráclito de Efeso.
Nada vuelve. Somos un crepúsculo sin tiempo.
Es casi demencial pensar en el regreso.
Es terrible pensar que todo y nada será igual.
Los duelos nos carcomen, pero no nos derriban.
Morir de pie como los árboles, esa es la cuestión.
Ellos pelean con la muerte día a día.
-La muerte no es el efecto terminal-
A veces es comienzo de otras muertes.

Ella siente, no es esposo ni amante.
Solo un niño en un cesto de sombras.
Lo vio una vez. Mil veces una vez.
Lo acurrucó. Lo sumergió en su laguna de senos
Lamió su cuerpo y bebió su ardor, su fiebre.
Leve olor en las plumas de ganso.

Mirar las golondrinas en invierno.
Acaso cada cual lleve una luna menguante en su maleta-
Es la negación de la soledad.
¿La fábula encubre la incapacidad de amar?
Cada uno guarda un muerto en su ropero.
Ellos sufren un deja vu constante.

¿Retornaremos, amor mío?
Es casi demencial amarnos en octubre.
Mientras la intacta herida se mira en el espejo.
Dementes. Insensatos. Desquiciados.
Esperamos Volvemos. Volamos.
-Ven colibrí, bebe de mi boca-


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar











LA CORDILLERA*



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com



Al norte de los montes pelados, allí donde la vegetación se adueña de las piedras y cubre los caminos con su suave pero ineludible abrazo, hay un pueblecito. Se trata de una pequeña aldea formada por un rudimentario templo que data de épocas remotas y un puñado de construcciones antiguas, fabricadas toscamente con barro y piedras, que se encuentran dispuestas alrededor de la iglesia. Visto desde el aire, el conjunto pudiera parecer una galaxia de planetas negros sometidos a la atracción de un sol apagado, ya que los muros de la iglesia, de un marrón oscurecido, delatan su edad, la acción del clima siempre húmedo de estas regiones y la falta de cuidados. Frente a la puerta de la antigua capilla se extiende una amplia plazoleta cuyo centro adorna una hermosa fuente de piedra, no menos antigua que los edificios circundantes, de la que no cesa de manar un agua fresca y cristalina. Las construcciones que rodean la plaza son fuertes y austeras, con paredes muy gruesas y enormes chimeneas por las que, en invierno, puede verse surgir un humo denso y oscuro, producto de la combustión de los tarugos de leña, algo húmedos en esas fechas a causa de las heladas y de la nieve que poco a poco va blanqueando los tejados negros y cambiando el aspecto del poblado. Es un pueblecito aislado al que sólo puede accederse por un intrincado camino de algo más de metro y medio de anchura al que los aldeanos denominan pomposa y llanamente “carretera”. “…No, señor. No somos muchos los que vivimos aquí. No más de dos o tres cientos, casi todos tan viejos como yo. Pero no crea que, aun siendo tan pocos, nos conocemos todos. ¡Qué va! Siempre está viniendo gente, como si aquí hubiera algo… Sí, vienen de otras aldeas pobres como la nuestra, de la sierra de abajo. Y también, fíjese, de la ciudad. Sí, sí, como le cuento. Pero siempre vienen del sur”. Invariablemente del sur… Hacia el norte se halla la cordillera.
Nadie sabe qué hay al otro lado. De cuando en cuando, llegan hombres curiosamente ataviados, con largas barbas grises. Van provistos de extraños artefactos con los que parecen medir algo. Después de un par de días disfrutando de la hospitalidad de los aldeanos, famosa en todo el contorno, y trabajando con sus instrumentos que califican como “de alta precisión”, se marchan aparentemente satisfechos, pero unos meses más tarde vienen otros hombres con idéntica apariencia, con similares aparatos, con parecidas maneras y el mismo propósito. Realizan, con igual concentración, con pareja entrega, las ya sabidas mediciones y vuelven a marcharse hacia el sur del que vinieron. En sus rostros se refleja el sabor del éxito. Las investigaciones han debido ser fructíferas. Pero al poco tiempo, un nuevo equipo visita la zona. “… y así desde hace años. Pero, ¿sabe? Algunos se quedan aquí en secreto. Abandonan sus modales, su pedantería y muy pronto se confunden con nosotros. Pero nunca conseguimos enterarnos de nada. No sabemos qué es lo que miran y remiran tantas veces por los aparatos. En el pueblo se dice que igual quieren saber cómo son de altas las montañas. Cuando llegan se les ve ansiosos, preocupados. Se ponen a trabajar como si no hubiera otra cosa en la vida, sin importarles que pueda descargar una tormenta, noche y día, hasta que encuentran o creen que han encontrado algo. A veces se pasan tres o cuatro días sin probar bocado, y eso que nuestras mujeres les llevan algo de comer, ya sabe, somos buena gente. No duermen. Sólo están pendientes de la montaña, como si hubiera ahí algo que nosotros no podemos ver y que es importante. Yo, la verdad, no creo que estén midiendo las montañas. El viejo Colás me dijo una tarde que lo que hacen es mirar a través de ellas para saber qué es lo que hay al otro lado. Debe ser algo muy bonito, digo yo, cuando todos se van tan contentos. Aunque mi hermana dice que son los guisos que preparamos para ellos lo que les pone de tan buen humor. Dice que en la ciudad se come muy mal. Y ella debe saberlo, porque estuvo una vez.” Otros ancianos, más leídos, consideran que se trata de hacer un estudio sobre la composición de la roca que forma la cordillera, para excavar un túnel o abrir un acceso a través de la piedra. Desde tiempo atrás, dicen, corre el rumor de que el gobierno está construyendo una carretera que ha de atravesar la montaña y que pasará muy cerca de la aldea. Pero todo son conjeturas de viejos y rumores de gente desocupada cuya única función parece ser la de sentarse a las puertas de sus hogares, bajo los porches de piedra y tejas negras, viendo pasar los días y las estaciones y entablando largas conversaciones mil veces repetidas con sus vecinos más cercanos o con aquellos que se detienen a descansar un rato de su paseo matutino. Eso en verano, porque durante el invierno no son muchos los que se aventuran a alejarse de sus casas. Los jóvenes, ante la falta de expectativas, se van hacia el Sur o hacia el Este, donde se dice que hay trabajo en la industria y buenos salarios; pero siempre regresan, cansados, viejos y sin riquezas, a su pequeño pedazo de tierra apenas cultivable. A veces, en la madrugada, es posible ver a alguno de los aldeanos con un macuto al hombro dirigiéndose hacia el Norte, hacia la cordillera. Nunca regresan. Jamás envían correspondencia. “… Al principio organizábamos batidas por el bosque, rastreábamos las laderas y las cuevas, buscábamos en el riachuelo, pero nada. Nunca les encontrábamos. Al final, hasta de eso nos cansamos. Ahora ya no buscamos a nadie. Quien se va, sabrá por qué lo hace. Antes nos asustábamos. Ahora ya no se preocupa nadie. Sabemos que no han de volver y por eso nos hemos ido haciendo a la idea de que es algo natural. Los primeros días, su familia los echa de menos, pero muy pronto se acostumbran a la ausencia y todo vuelve a ser como antes…” Desde tiempo inmemorial, estas escenas se vienen repitiendo año tras año como en una secuencia interminable. Siempre con idénticos resultados. En verano, muchos vienen a la aldea para, desde aquí, intentar el ascenso a las escarpadas cumbres de la cordillera. Todos los días llegan automóviles cargados de personas provenientes de los llanos del sur. Todos vienen ligeros de equipaje. Los automóviles, una vez que todos los pasajeros se han apeado, giran en la plaza y parten de nuevo por el camino en dirección a las ciudades del llano, en busca quizá de más intrépidos escaladores. A la mañana siguiente, los aventureros parten hacia la cordillera para no regresar. “… En todas las conversaciones se habla de lo mismo. Nos preguntamos qué puede ser lo que hay al otro lado. ¿Qué es eso que hace que quienes se marchan decidan no volver nunca más? A muchos de nosotros nos gustaría verlo, pero somos demasiado viejos y el ascenso parece bastante difícil. Lo mismo no podíamos subir ni las primeras cuestas, que según se dice son las más tendidas. Aunque, entre nosotros, el viejo Colás, que estudió en la capital cuando era joven, dice que sí, que también nosotros, cuando nos llegue el momento, subiremos a esas montañas y pasaremos al otro lado aunque no seamos tan ágiles y nuestros huesos pesen demasiado.” De momento, el pueblo se está quedando desierto. Los jóvenes se van al valle, a buscarse la vida en las ciudades. Y los viejos a la montaña. La tarde, ahora que se acerca el otoño, apenas logra reunir a media docena de ancianos en torno a la antiquísima fuente de piedra o en las toscas sillas de madera y anea de la taberna. Allí, sentados, van dejando pasar los largos inviernos y las hermosas primaveras mirando por las ventanas y hablando del tiempo y de los forasteros, en espera de lo que el viejo Colás llama el momento definitivo: El momento en que cada uno de ellos, cada uno de nosotros, sentirá la llamada en su interior. Entonces, aunque el día sea frío, aunque nieve y los senderos estén helados, meteremos en una bolsa los recuerdos y partiremos, con las primeras luces del alba y sin una lágrima, hacia las altas cumbres, en busca quizá de otros bosques, de otros valles, de otros barrancos y hondonadas, al otro lado de la Cordillera.



-Sergio Borao Llop, publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks Literatúrame!











“SAUDADES” *

“La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener”
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ.



Turbulenta. Marginada. Singular.
Así, te extraño.
Muero de tanto extrañarte corazón.
Siento el vértigo en el exacto punto del hastío.
Un irrefrenable deseo de dejarme caer.
Primitiva. Hedonista. Irracional. Febril.
Parir amores sin pecado original.

Tiemblo de frío y nostalgia.
Un tazón de leche. Un fogón. Zapatos. Busco.
Virgen peregrina de los desarraigos.
¿Casualidad es el nombre del pájaro posado en mi boca?
No. No lo creo. No.

Las campanas tienen plumas oscuras.
Los tabúes se visten de esmoquin y galera.
La turbulencia del deseo, es un vértigo inquieto.

Aquí y ahora. Tenebrosa. Desarmada y desnuda.
Así me quiero. Sin toga ni corpiño.
Así, pura y descubierta, mi osamenta.
Es necesario no despojarse del espejo.
Basta elevar la copa del destierro y beberla; de un trago.

La vida es un juego con reglas. Imposible, infringirlas.
Pero el barro es una tentación que no decae.
Empujar el cuerpo hasta el límite.
No. No me muero de frío, aunque tirite.
Muero, de tanto extrañarme, corazón.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar











El Mensajero*


El Mensajero ha llegado. El deshielo ha posibilitado circular por los viejos caminos. Lo nuevo enaltece a lo antiguo y la primavera ya asoma sus dedos cálidos por una ventana de oro. Intuimos o creemos percibir, el roce de las mandíbulas de las grandes orugas que surgirán en pocos días. El Mensajero quizás, se ha alimentado asiduamente de dichas orugas. Enflaquecido, grisáceo, sospechamos en su mirada una fiebre que nos es ajena. Extrañamente sus primeras palabras pronunciadas suenan incomprensibles, luego deducimos algunas en un lenguaje extranjero, un idioma ya fósil. Inútil entenderse con este emisario, también nuestras preguntas y nuestros gestos le resultan hirientes o intimidantes. El Mensajero abre su morral y nos entrega su mensaje. Dos cartas de viejo papel, repletas de tipografías extrañas en un lenguaje exótico, una tercera carta en blanco, las tres manchadas por el lacre azul de la correspondencia oficial. Luego nos entrega un puñal quebrado y deposita sobre el centro de una mesa una perfecta manzana de plata. Todo esto nos es impropio y oscuro. El Coronel ordena aplicarle el arte de la tortura, pero dos o tres voces se alzan en su defensa y nuevamente son clausuradas las mazmorras. Igualmente por el esfuerzo de llegar hasta nuestro poblado se organiza en su honor una pequeña ceremonia donde se le otorgara una medalla y una pensión vitalicia si decidiera quedarse con nosotros. Algunas viudas (que abundan en nuestra comunidad) ya han acicalado sus casas y pulido la vajilla, el Mensajero no deja de ser un hombre guapo y todavía joven. Por precaución y al amparo de la noche se fortifican las murallas y se preparan las armas. Los ancianos izan cientos de cometas para evitar la intrusión de voladores. Pasan los días y el Mensajero enferma y muere. Al cabo de algunos meses los aprestos para la guerra son relegados al olvido. El consejo presidido por el Coronel decide transmitir el mensaje. Consideramos que es egoísta quedarnos con un conocimiento que se nos escapa. Tal vez el mensaje es erróneo. Y es así como una fría madrugada cargo en mi morral las cartas y la manzana de plata. En mi cinturón llevo un puñal nuevo. Solo sé que me aguardan los caminos del invierno.



*De Jorge Lacuadrajorgelacuadra@hotmail.com










Sobre cierto arte*



Todas las noches, un hombre miope sale al patio de su casa y mira hacia el cielo estrellado. La debilidad innata de sus ojos le impide percibir con nitidez el paisaje majestuoso que se extiende sobre él. No obstante, en aquellos débiles fulgores apenas vislumbrados alcanza a intuir la mágica esencia de algún secreto cósmico, y eso lo hace feliz.
Al día siguiente, todavía conmovido por los fragmentos de eternidad que ha logrado capturar, resuelve compartir sus modestos hallazgos con todo aquél que quiera escucharlo. Pero apenas abre la boca frente a algún interesado, descubre con tristeza que, por más que se esfuerce, no acierta a encontrar las frases apropiadas, ni puede tampoco dejar de tartamudear. De su garganta sólo surge, entonces, un parlotear confuso, compuesto de palabras incoherentes, fatalmente imprecisas. Su discurso termina siendo sólo un pálido reflejo de otro pálido reflejo.
El frustrante proceso se reitera día a día.
Y sin embargo –he aquí el auténtico misterio- hay gente que al ver pasar al miope tartamudo lo mira con admiración y comenta con gratitud: “ese hombre me ha enseñado lo que son las estrellas”.


*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar










¿Los recuerdos necesitan hábitat?*


Las  luciérnagas eran tan grandes que marcaban el espacio de la noche. Con extrañeza. Latidos, furia de la espuma contra la piedra. Había buscado la casa de mis padres frente al mar y parecía haberse disipado en el tiempo. ¿Se pueden ir por una fisura las paredes, los techos, los pisos? Pensé "intento un poco más" y la encontré, en ese momento surgió el resplandor. No se había esfumado el lugar cobijo de memorias y una de mi veía a la otra mirando desde todas las ventanas de esa casa el mar, siempre el mar, desde todos los bordes. El mar y la mirada.


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com











MIEDO*


“Hay un pájaro azul en mi corazón que quiere salir pero soy duro con él, le digo quédate ahí dentro, no voy a permitir que nadie te vea..."
CHARLES BUKOWSKI



Ya lo siento llegar.
En un rumor de pasos que adelgazan la noche.
El viento ha silbado tres veces. Ha llorado tres veces.
Tres veces lo ha negado.
Pero él avanza con su falo y su dedo, erectos.
Se acomoda en mi cama.
Me cubre con su cuerpo pesado.
Su aliento me apuñala la espalda.
Me huele, me habla, casi secretamente.
Se hunde en mí. Me muerde.
Es una enorme boca que devora la casa de mi infancia.
Los ladrillos de luna. Los racimos.
Engulle sin piedad la patria de mis ruidos impúberes.
El viento en las ventanas. Las voces sacrosantas.
El tintineo de las amapolas en la lluvia.
Y no hay barcos, ni albergues, ni barriletes nuevos.
Y las palomas migran, y los cielos y los dioses.
Solo quedan los miopes y las cucarachas.
Los paralíticos y una que otra langosta.
Y cuando bendigo la impalpable luz de la locura.
Un mendigo me acaricia los ojos y la boca.
Y lo beso, y lo tomo y lo albergo.
Trae un pájaro azul en su mirada
Me besa las yemas de los dedos.
Y me dice con su voz de cristal amargo.
Déjalo que salga... y anda.


*De Amelia Arellanoamelia.arellano01@yahoo.com.ar






***


INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/



CASBAS*

(De la Estación Casbas. – Ferrocarril Midland)



En una historia de Ray Bradbury, un hombre de joven no había abordado un tren. Por alguna razón que no recuerdo o quizás no conste en el relato, este hombre con el pasaje pago y el ticket en el bolsillo, había dejado pasar ese tren que se descarriló. Todos murieron.
En la historia de Ray Bradbury, el hombre vive una vida ordinaria trabajando, forma una familia, pero siempre está atento a ese tren fantasmal que finalmente vendrá a buscarlo. La muerte es, para él como para tantos, un expreso de medianoche.
Esto ocurre en un cuento, por lo tanto ocurre lo esperado y la muerte viene a buscarlo sobre vías de niebla; se ve el faro delantero iluminando oscuras arboledas, se escucha el imposible traqueteo, la imagen final es la del tren repleto de pasajeros que aparece en la noche para que se cumpla el destino aplazado del protagonista.
Aquí, lejos de Illinois, en la estación Casbas una mujer espera en el andén. La estación es ahora un museo, pero la mujer se obstina en ese andén sin trenes.
Me dirán que la mujer espera el amor que partió, que espera la muerte que ha de venir. No lo sabemos aun. Todavía hace falta mirarla un poco, descifrar las arrugas en la frente, descorrer algunos velos.
En un banco de madera y hierro la mujer se mece, se arrulla, se va desatando de la familia y la ciudad. Se desvanece de a poco esta mujer que ahora se que no espera un tren que venga a llevársela. Se desdibuja en tonos sepia, en rosados y mancha de agua sobre papel.
La mujer no espera la muerte, ni el amor. Ha venido a la estación sin trenes para saber que nadie la vendrá a buscar. Sola, solita, la mujer se va despidiendo de sí.
No necesita transporte para escapar hacia adentro.



*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com




***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

 JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


***


Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

GONZÁLEZ RISOS. 

PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar


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