sábado, octubre 03, 2015

EDICIÓN OCTUBRE 2015.


*Dibujo de Erika Kuhn.










*



Quién olvidó decir
cuidado
con la resurrección de las palabras.
Quién olvidó decir
estamos en alerta
por el fuego que hicimos
en ese bosquecito
donde una o dos palabras
se incendian
todavía.


*De Valeria Pariso.










A CONTRALUZ*



Desde la memoria miro la vida
a contraluz.

Aquellas emociones residentes
de una zona oscura,
tamizadas por el tiempo lograron
la suave piedad de los silencios.
Puedo tomar el pasado
y observarlo en su reverso
entre mis manos.

Un negativo donde lo inverso
se descubre para entender
que la vida puede ser eso.

De las sombras que fueron
se desprende una fatiga dócil,
suave luz domesticada
que le pide a mi presente
una nueva mirada.

Obedezco
para reconciliarme
con mis antiguos habitantes…
Necesito la absolución de mis recuerdos.

Oficio mi propia ceremonia
y alzando la vida –como un cáliz-
comulgo lo que fue, y lo que es
a contraluz.


*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-De NAVEGO PALABRAS










*


El viento terminó

golpeando

los postigos y, por un

momento,

entrando con sus

brazos;

el viento que sacude

las ramas

de la duranta, que

miras

sentada a la mesa,

en la mañana.

Ayer, aquí mismo,

dijiste,

como quien abre un

libro de poemas,

"podrán cubrir los

ríos

de petróleo, pero el

agua pura

será siempre agua

pura";

y yo sentí el deseo

de memorizar

y de mirarte

entre las miradas

que miramos

sorprendidos

y que nos hacen

quedar

como quien va

y viene

tomado de una

cuerda

o de un viento...

Y aquí

estás, no en

soledad,

me dijiste, sino

en vacío,

en alma, como un

destello

que apareció hace

un momento.

Sí, hubo y hay un

viento,

que es de siempre

y predice,

y lo recibes;

un viento, un viento,

aquí

en la mañana.


*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
-De "Nidia". Ediciones del Nuevo Cántaro. Buenos Aires. 2007








VUELVE EN AIRE DE OCTUBRE*



Vuelve en el aire de Octubre
aquella humedad de bosque
y se mantiene.
Regresan los colores tibios,
el olor a leña,
y se entretiene
el vino tinto, destellando
con reflejos de nostalgia.

Otra vez,
el cristal protector de la intemperie,
de la lluvia del alma y del cielo,
se llena de humedad,
de un tenue velo.
Día gris,
de silencio estruendoso,
de languidez opaca,
dejando mirar sin ver
manifestándose sin querer
detrás de la ventana.
Escondiéndose tras los visillos,
enredándose en las cortinas,
con el cristal reflejando tu cara.

Rebaños de hojas secas
revoltosas con el aire,
chocando con la puerta de la casa.
Amontonándose todas
y arrastrando la nada.
Queriendo pasar adentro
para acompañar mi noche
de recuerdos que se esconden
entre las luces de una luna blanca.

Los troncos, de color rojo,
crepitan tu nombre
y bailan
con fogonazos al aire
y llamas ebrias de danza,
matizándose en el muro,
saltando como potrancas
en una lucha de sombras
que me alucina y me calma.
Mientras, te sueño despacio,
te recuerdo, y se hacen agua
aquellos sorbos de vino
y los troncos, escarlata...
El otoño se abre paso
a través de la ventana.


*De Joan Mateu. joan@zarca.es







TIEMPO Y LLANURA*


“El tiempo, de existir era lento como una miel dorada”, escribió Manuel José Castilla, para siempre.

¿Y qué era para nosotros en aquellos tiempos, el tiempo? Algo en lo que seguramente nunca pensamos porque para pensar en “el tiempo” se necesitan años vividos y éramos todos puro presente en la edad primigenia en que quiero instalar –desde el hoy- este relato.

Creo que fue Borges quien ha escrito que a cierta hora de la tarde, más concretamente en el crepúsculo, el campo quiere decirnos algo. Si uno se pone a oír con la atención abierta el sonido de los cientos de insectos misteriosos que son como las voces eternas de esa llanura que nos desampara y nos cobija.

Y si uno sabe oír, es seguro que desentraña todo ese aparente murmullo que nos pone calma sobre nuestros nervios que destruye la ciudad.

Pero están también las voces de aquellos animalitos que van a dormir en las orillas de las cañadas cuando no son  sino los batracios, es decir los sapos y las ranas que brindan la noche en un concierto poco afortunado, con un descontrol y total desafinación que sin embargo, cuando uno se acostumbra, ya a altas horas de la noche produce una entrada apacible en el sueño blando que nos desaparece del mundo, por algunas horas benéficas y reparadoras.

Muchos de nuestros grandes escritores han dejado páginas magníficas sobre qué significa esta llanura que marea como un mar, según supo afirmar Sarmiento. Hudson, por ejemplo, que la conoció llena  de pájaros  “como ya no quedan sobre la tierra”, o los otros que agregaron el sufrimiento humano enseñoreando sobre todo: Gudiño Kramer, Saer, Güiraldes, Manauta, Eandi, Pedroni, Carlino, Vecchioli. O el que le agregó sus grandes cuotas de melancólica ternura, es decir el gran Haroldo Conti.

Entonces si uno suma a los recuerdos más remotos, tan lejanos que su inasibilidad se debe reponer casi con un esfuerzo de imaginación se ve o se mira a sí mismo, según, inmerso en ese espacio siempre llano en un orden de orfandad.

El recorrido nuestro en ese entonces estaba circunscripto a las tareas o la actividad de los mayores. Acompañarlos en sus trabajos, incursiones de caza y pesca o simples  paseos o desplazamientos, en el caso de mi padre o mis tíos y rara vez en un vehículo que no fuera tracción a sangre, o meramente a pie. Estaba también el desplazamiento nuestro, con los amigos siempre dispuestos al asombro de una aventura nueva, que incluía la cacería de pájaros o la prueba de la pesca cuando las lluvias enriquecían los cañadones trayendo en ellas mojarritas, bagres y “viejas del agua”, y de vez en cuando un  pacú barroso que ensanchaba la olla del guiso nocturno, dispuesto con amorosa mano de madre hacendosa, capaz de hacer milagros con el esplendor de su quinta orgullosa de existir en ese barrio humilde gracias a la industria de sus manos.

Si la fortuna de la puntería paterna agregaba alguna noche una  o dos libres de más iban a parar en grandes frascos preparados al escabeche, por la falta de heladera, se conservara comestible un tiempo más. En este trabajo la sabía ayudar mi padre. Como en la ardua tarea de embotellar salsa de tomates, con los que no se consumían y se dejaban madurar ex profeso. Se le agregaba sal, albahaca, ajo y algún otro condimento y se lo tapaba con un corcho al que había que asegurar con unos hilos fuertes que mi padre coronaba con su fuerza porque el contenido ejercía una presión que  a veces expulsaba ese corcho y la salsa era expulsada hasta el techo. Ignoro hasta hoy qué era aquello que revolucionaba ese contenido tan rojo. A veces, cuando la cosecha familiar  había sido óptima se llegaban a embotellar cien recipientes de vidrio.

Este relato que viene de lejos y que no deja –no puede dejar- de lado el tiempo y su paso sobre los hombres, las mujeres y las cosas, estuvo cierta vez en un lugar concreto de esa gran llanura, que no era sino ese espacio y ese paisaje, chatos, enclavado por así decir, solamente en una memoria que quiere ser recurrente y minuciosa pero que no llega a ser obsesiva.

Imposible no ponerse a pensar qué pasa con la llanura cuando está puesta en uno con las cosas que el tiempo carcome con su paso, llena de óxido hasta los recuerdos y deja puesto a orear bajo el sol de los eneros el resabio de las inundaciones, del paso rápido del agua caída en esa tormenta de verano que engrosa el caudal de los canales –los pequeños y los grandes- que drenan el agua que se detiene más de la cuenta sobre los campos y perjudica los sembrados y hasta el riesgo de malograr las pasturas de hacienda y caballadas. Esos canales que mejoraron las posibilidades de rendimiento (el “rinde”, se decía entonces) que aseguraba la subsistencia de las familias numerosas.

Entonces uno debe recurrir a la memoria que viene necesariamente envuelta en las enredaderas del tiempo, poniendo sobre uno y ante sus propios ojos aquellas llanuras que también atravesaban los  carros y camiones con sus cereales hacia los pueblos, que surcaban esos caminos cubiertos de soles esplendorosos o los huellones de barro en el mal tiempo, esas llanura con sus pastos y sus sembrados de trigo o maíz o cebada o cualquier cereal o forraje para animales que se elegía cultivar.

Esas llanuras que han dejado ya de pertenecernos porque no la transitamos sino con la memoria que sólo intenta reconstruirla  o ayudándose con ella, que pone indefectiblemente colgaduras del cielo aquella cigüeña inmensa, de  un blanco impoluto en cuyo plumaje se posa el sol de octubre para siempre.


*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar








Equinoccio de otoño*

La vida es, también, corazón,
resignar algo de luz en cada otoño;
cada vez que el dorado
desviste melancólico,
la copa de los árboles caducos
y arrebata sin pena
el nutrido verdor de la hojarasca.
Sin embargo y a pesar de ello,
el otoño es, además, la edad de oro
para los hombres sabios:
dan frutos los membrillos,
florecen las violetas y huelen
a castaños las horas cenicientas.
Es tregua y melodía de las hojas que caen
ante el recogimiento de los silentes días.
La incurable nostalgia que gotea en las ventanas
trae consigo el cielo de tus ojos amados
y entonces el morir, ese morir un poco
que regresa en otoño, se torna en prodigiosa,
en radiante primavera.

*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell. República Argentina





*



Algunas noches,
la ternura
invade los rincones
y mece
a los fantasmas
con paciencia
infinita
hasta
que duermen.

El silencio
se adueña
de la casa.

¿Qué esperamos,
agazapados
en la oscuridad,
con los ojos abiertos?

¿Qué somos,
sumergidos en la sombra
sin
nuestros miedos niños
al acecho?



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com










Itinerario  conyugal*

-8-


I

Este afuera
que enhebra su malva raíz
y engrifa el fulgor de los frutos.


II

Lejos de la dentellada
todo tú eres hombro
que me muda y preserva
río austral en reposo.



III

Toda alucinación salta
del oído a la rueda;
mantienes tu extremo
como suave mandolina.



IV

Adivinas sin premura
la tibieza de mi vello
abres el  silencio desasido
la esperanza cuelga
con su apetito.



*De Natalia Lara.  cpc.larag@hotmail.com
Puerto Ordaz.  2015









SIOFN *



El hombre lee su informe otra vez:

"He observado que hacemos el amor en la esperable indiferencia con la que un empleado administrativo lee, firma y sella un expediente. Para el cual lo verdaderamente importante es el control. Que el expediente este en el estante correcto, disponible para cuando sea necesario otra firma, otro sello, pasarlo a otro estante con cierta indiferencia como si fuera a otro abandono. (....)"
"Después de haber pasado varias veces por el planeta Siofn los seres tienen una vida sin pasión. Los supera saber que su nuevo cuerpo tiene fecha de vencimiento; ya no sienten estar en una vida verdadera con peligros y desafíos, incertidumbres, frustraciones.... se limitan a administrar su tiempo en redes psicofísicas a las que confirman su pertenencia con gestos tan automáticos, tan naturalizados en su inconsciencia (...)"
Por eso el hombre ruega que lo transfieran a un planeta de "sangre caliente" donde la vida merezca ser vivida. Donde pueda sentir de nuevo -como aquella remota vez- que cada instante es un principio y un final.


*De Eduardo Francisco Coiro.










LA PARCA*




-Te quiero.
- Yo también te quiero a ti.

Y eso, dentro de una sensación de desgana, de cosa sabida, de algo que ha ido perdiendo fuerza con el tiempo, y entra en la costumbre. Yo diría que en la mala costumbre. Me he acostumbrado a quererte, y cuando tú me dices que me quieres (creo que también con bastante desgana, o rutinariamente, te contesto automáticamente, que yo también te quiero a ti).

Por eso nunca me ha gustado contestar "te quiero" a los "te quiero".

He oído decir que la rutina mata el amor y que los automatismos matan el sexo. Y añadiría que el tiempo lo mata todo. Posiblemente es que hoy tenga un día depresivo que me hace ver las cosas de ésta manera, pero cuando Pablo me dice te quiero, mientras me entrega ese regalo de navidad obligatorio, y yo le digo: yo también te quiero a ti, pienso que algo se está acabando.

Sonrío al ver la parca de cuero negro y musitando un "muchas gracias, cariño", me la pongo y me miro en el espejo. Tú sonríes satisfecho, ignorando que me hubieran gustado más unas chispas de ilusión, una mirada de lujuria, o la propuesta de un paseo.

Pero hija, ¿es que no te das cuenta de que no tiene ganas?
¿Cuánto hace que no me sacas a pasear?

Ahora, te cuento a ti, como hacía antes de jovencita con mi diario, lo que me gustaría, empezando por marchar: Me gustaría marcharme contigo, a ver este mundo de los dos. A pasear viendo por tus ojos las maravillas que sin duda, aún existen, a sentarme en aquel rincón oscuro de algún café que desconozco, y rozar mi mano con la tuya al tomar el azúcar.

Llévame a volar con tu ilusión y hazme sonreír.

Ráptame de esta vida rutinaria y hazme sentir.

Te espero.

La parca era una talla demasiado grande, por lo que la tuve que devolver, y en su lugar, me compré un bolso, que me hacía muchísima más falta. Además, marrón no tenía ninguno, y con la falda y el sweater nuevos, la necesitaba.

Colocaron la parca, pasó al aparador y allí estuvo durante todo el periodo de navidades. Aquella tienda unisex no debía haber hecho una buena elección con la prenda, porque no se vendió, y en el momento de las rebajas pasó a la sección de oportunidades.

Si tengo que ser sincera, algo me ha sorprendido. Sobre todo, cuando he abierto la puerta y te he visto con la parca puesta, el cuello levantado y las manos en los bolsillos. Tu sonrisa me ha hablado en seguida. Y después del rato en que nos hemos estado mirando, sabía que ibas a decir: "Vamos".

Ahora, en este café, al que ya sabía, vendríamos, te miro sin sorprenderme, mientras sacas del bolsillo de la parca aquel papel diario que escribí en el momento que sabía que había dejado de querer a Pablo. Si te sonrío y te digo que las rebajas te han puesto en mi camino, no sabrás de qué te hablo, pero tampoco te va a importar, porque tú eres mi casualidad, y serás mi futuro.



*De Joan Mateu. joan@zarca.es












ADELA*



Revisó la soga con sus pequeñas y arrugadas manos.
Fue caminando hacia el patio arrastrando los pies, tan lentamente como hacía todo en los últimos meses.
Se paró frente al añoso naranjo y observó la rama elegida.
La inundó el perfume de azahares y recordó cómo, cuando era niña, trepaba por sus ramas y pasaba horas envuelta en un mundo verde y fragante.
En esa misma rama, la más fuerte de todas, se había colgado y balanceado hasta casi los quince años, cuando su madre le prohibió hacerlo porque no era “cosa de señoritas”.
Bajo esos racimos de flores blancas su esposo la había besado por primera vez. Adela sintió los ojos húmedos y, una vez más, extrañó su piel.
El ya no estaba. No había caricias para Adela. Nadie ya la veía hermosa, salvo Catalina, su pequeña nieta.
Los días se habían vuelto largos, casi interminables, y las noches, más aún. Cada atardecer parecía una triste agonía.
Pasó la soga a través de la rama y armó un nudo firme y seguro. Su padre le había enseñado varias clases de lazos y ella los había usado a lo largo de su vida en innumerables ocasiones.
Dos pájaros revolotearon en la copa del naranjo. Adela pensó en el tiempo que tenía ahora para escucharlos, para observarlos. A su alrededor, las primeras flores de la primavera comenzaban a vivir.
Tuvo repentinamente la real, fría certeza, de que todo estaba terminando para ella: su historia, su vida. A pesar de eso, sonrió.
Tomó el otro extremo de la soga y lo sujetó a la madera.
Sería, ciertamente, una hamaca ideal para Catalina.


*De Cecilia Zanelli. ceciliaines_zanelli@yahoo.com.ar
-De su libro “Cuentos cortos, y no tanto”











EL MÚSICO*



Violonchelista de fama ella y primer oboe de la Filarmónica él, no podían entender que su hijo fuera un negado para la música. Su tendencia a la naturaleza y la poca predisposición a las corcheas les había desilusionado.

No regatearon esfuerzos para introducirle en el mundo de la música. Maestros de solfeo, tentativas con el clarinete, el piano, la tuba… Incluso habían probado con aquellos instrumentos que consideraban menores como la guitarra, el banjo o la armónica. Nada. El chico prefería saltarse las clases y corretear por los bosques, ir a las playas y soñar en viajes. Era la vida nómada lo que le atraía.

Paulatinamente los padres cayeron en el desánimo dándolo por perdido. Sin embargo el tiempo puso las cosas en su lugar contentando a todos los componentes de la familia. Hoy, viaja por todo el mundo, con su carro y ese burrito renqueante deteniéndose donde le place e interpretando las obras más populares con su organillo.


*De Joan Mateu. joan@zarca.es







MI PADRE SILBANDO EN LA NOCHE*


Ahí va mi padre silbando en la madrugada. Es primavera. No alcanza con el canto cíclico de los zorzales. Mi padre se acompaña silbando. Es una melodía que alguna vez le escuche cantar en italiano, habla del amor perdido de una napolitana. Cada vez que lo escuchaba silbar aquella melodía era como si hablara en él toda la tristeza que tenía adentro.
Mi padre un hombre de silencio. De pocas palabras, las justas y necesarias.
Ahora que volvió la primavera y los zorzales cantan ó silban su insomnio. Mi padre vuelve a caminar a la madrugada hasta la avenida bajo las estrellas o la tempestad para ir trabajar a la fábrica. Esta sólo y se acompaña silbando su amor a una napolitana.



*De Eduardo Francisco Coiro.







Correo:


ESTIMADÍSIMO EDUARDO:


Te diré que siempre te leo, por supuesto, con mucho gusto “La crisis del chocolate”, demás de su trama quizás satírica, monta un recurso interesantísimo como es la simetría quiral y otras yerbas.
Pero lo del tío humorista y desprendido,  es un hallazgo como personaje, y aquella imagen de la nube de talco flotando, es genial... aunque sí, un tío un alegre, pero indudablemente un poco bohemio...

CON UN ABRAZO,
CELSO.

TAMBIEN QUIERO DAR TESTIMONIO
De la agradable identificación que siento cuando leo esos relatos que suele rescatar JORGE ISAIAS de los recuerdos de su infancia campera:
Cruzar un campo de lino en flor en esa pampa santafesina, ancha y fragante, trinada de teros revoloteantes, sorprendido por el vuelo asustado de una perdiz, o rodeando la cañada crecida, con sus tías acercándole la merienda a los hombres que están trillando el trigal...
Una estampa de la chacra gringa, con un penetrante olor a Patria…

SALUDOS AFECTUOSOS.

Celso H. Agretti
Avellaneda. Santa Fe


***

INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/


(De la Estación Saturno – Ferrocarril Midland)



 SATURNO Y LA EXTINCIÓN*


Voy a Saturno. No es una broma. Me voy a Saturno. Me espera una estación sin proporciones, esto es, un edificio pequeño, flaco, como un cuzquito que se ha quedado en una adolescencia de adulto sin madurar. Una estación de tren en Saturno, sin anillos, sin estrellas fulgurantes, sin cometas cíclicos. Una estación baldía unos rieles sin paralelismo, un horizonte desvaído.

(Si, recuerdo mientras tanto la estatua, cómo no recordar mientras tanto esa estatua)

Me voy a Saturno, en tren. Ya no existe el tren, pero me voy en el tren a Saturno, un tren de vapores blancos, de traqueteo cinematográfico. Una estación de polvo y yuyo que huele a sequía y a deshoras muertas.

Hoy me voy a Saturno mirando por ventanillas sucias, en un asiento de madera, sin valijas.

(La estatua de mármol, los niños, el hombre tensionado, los músculos retorcidos, el grito, los chillidos, el intenso chirrido de la piedra)

Sé que me espera el edificio y que nadie ha puesto en hora el reloj.

Arribo. Saturno sigue devorando a sus hijos.

(Me devora el Dios, me devora el coloso a mi y a mis hermanos, o acaso soy yo quien devoro a mis hijos, quizás no importa quién mate y quién muera en medio de tanto dolor pétreo)

Llego a Saturno. No queda nada. Nadie. Todo, hasta el pasado muere aquí. Hay un grito en el cielo.


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com




***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 JOSE RAMÓN SOJO.

ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

PARADA KM 79

ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar


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