*Obra de Claudio Uzal.
Como si fuésemos inmunes*
A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan.
(Lejana. Julio Cortázar)
Como si fuésemos inmunes
miramos el entorno y nada vemos.
Vivimos encerrados
en nuestro mundo invulnerable
nuestra pequeña burbuja de cristal
donde no llega el eco
de los lamentos desgarrados
(como si todo ello no formara
parte de nosotros mismos,
como si esos rostros famélicos o atroces
no fuesen un reflejo abominable
de nuestros propios rostros impasibles)
Encerrados en el cuadro que pintamos
para obviar los colores imperfectos.
Y nos olvidamos.
Irreparablemente.
Nos olvidamos del otro:
ése que sin siquiera percatarse vive
el reverso de nuestra existencia
mientras reímos y jugamos y nos emborrachamos
como si fuésemos inmunes.
-De Por si mañana no amanece.
*
Conocí a alguien que escribía
cartas a los difuntos
como desde el destierro en una isla.
El hombre en cuestión
creía en la resurrección de la carne
miraba al cielo
rezaba por el alma de la humanidad entera
incluso
por el alma de Hitler.
Pienso a veces
que soy como ese hombre
vivo
mi propio destierro, pero sin rezos
delante está la baranda
delante el árbol
delante el aire.
Conocí a alguien que saltó:
un gesto limpio sin anteojos
sin zapatos
sólo la ropa
por pudor.
Nunca sabemos hasta dónde
es posible dejar de avergonzarse.
-Mercedes Álvarez nació en Tandil,
provincia de Buenos Aires, en 1979. Vivió en Mar del Plata hasta los diecinueve
años. Entre 1998 y 2006 residió en España, donde se licenció en Sociología por
la Universidad Pública de Navarra. Realizó un máster en Gestión Cultural.
Publicó los libros Vecinos (Baile del Sol, España, 2010), Historia de un ladrón
(Caballo de Troya, España, 2010), Imitación de los pájaros (Zindo & Gafuri,
Buenos Aires, 2013), Ficciones súbitas (comp., Eds De aquí a la vuelta, Buenos
Aires, 2013) y Saigón (Zindo & Gafuri, Buenos Aires, 2015). En 2013 ganó el
premio Edmundo Valadés de cuento latinoamericano con el relato Grow a lover.
La cabina del operador de grúas*
Puede llevarte la ansiedad a una zona irisada.
Gotas digamos en la ventana
O el viento aún, sonando en una lata.
El tigre de aire puede posarse
Sobre la estación de servicio
Como una propaganda.
Gráfica, simple, imponente a su modo
La ansiedad así no gana nada.
Retroalimentada camina
En la bobina de un motor sin transmisión
Delante o detrás como la sombra
Indicando que hagas lo que hagas
Siempre estás perdido de algo.
Ramillete del sur o escarcha
Sobre las chapas de un galpón.
*De Jorge Aulicino.
Fogata*
A veces las palabras no llegan
pero las huelo.
Huelen a plumas.
Sin ellas hace un frío de soledad.
Y hoy quisiera lograr un incendio
–aunque más no fuera-
un pequeño incendio...
*
Sucede
que no sé
que hacer con tu tristeza.
La mía es mi hogar.
Sé donde se ovilla
y se agazapa
para morder mi mano,
y cómo me canso de sangrar
y me resisto,
y cedo a la mordida
y me envenena
y me mata
y renazco.
Ya no tiene sorpresas.
Pero sucede
que no sé
que hacer con tu tristeza,
con tus ojos
perdidos en la niebla.
Quiero salvarte,
sumergirme en tu pecho,
ser quien te rescate
del demonio que muerde.
Y no puedo alcanzarte.
Tus ojos están llenos de niebla.
Sólo queda esperarte
en la orilla del más negro de los ríos,
con los ojos abiertos como faros
para cuando regreses.
El dolor,
mi amor,
es una batalla solitaria.
*De
Mariana
Finochietto. mares.finochietto@gmail.com
*
Muevo una mano
y entra el sol por la ventana:
es porque corro una cortina,
un gesto simple
condensación del relato.
Siempre estuve esperando algo como esto:
cortina-mano-sol.
Un gesto nimio
la causalidad perfecta.
LAS HORAS FELICES*
Como es temprano el bar del Club está en penumbras, el conserje el
famosísimo “Negro” Peraffán mantiene esa luz natural, con los grandes
ventanales que dan a calle o al patio, con las cortinas sin correr. Querrá,
supongo, porque habla poco y siempre con un sesgo irónico, mantener cierta
frescura, para que los habitúes que pronto empezarán a trasponer esa enorme
puerta vaivén de vidrios muy gruesos, reciban un poco de fresco Que la canícula
afuera les niega como una furia empecinada y ciega.
Primero vendrán los mayores, esos hombres que holgadamente pasaron
la barrera de los sesenta o setenta años, que ven pasar la vida con una
jubilación honrosa y que se toman un café en el bar o un cortado y esperan
hacer número para un juego “del chancho”, que requiere seis jugadores. Si
alguno se hace esperar demasiado lo llaman por teléfono. Si falla o no puede
venir por cualquier motivo llaman al suplente, cuyo nombre lleva uno de ellos
apuntado prolijamente en una libretita ad hoc.
Cuando están todos, luego del saludo, casi sin hablar se encaminan
de a uno o dos hacia una habitación que está entre la barra del bar y la
biblioteca.
Actúan como si estuvieran representando un libreto que han
estudiado a la perfección. Esa habitación tiene dos mesas octogonales, un baño
en una punta y en la otra una puerta que da hacia la biblioteca, un lugar
cálido y acogedor que tiene entrada independiente. En ese lugar, comencé a leer
bajo la guía de la dulce bibliotecaria de entonces: doña Julia García de Baud
Naly, esposa del inefable antecesor mío llamado popularmente “El Flaco” Naly,
quien un día partió con una mujer como quien dice “para siempre” y se perdió
todo rastro de él.
Luego aparecerá el decano de todos ellos, el vecino casi desde la
fundación del club, y que vive casi enfrente. Se trata de don Zimo Callegaris,
quien se toma un cortado amargo y lee el diario con una minucia obsesiva. Se
puede pasar horas allí. Con sus pantalones cortos, sus ojotas de cuero y sus
grandes anteojos cuadrados en su redonda cara italiana.
Al atardecer sí, ya vendrán los más jóvenes y la emprenderán al
“pool” en las dos mesas habilitadas donde además de exhibir sus habilidades,
podrán anotarse en los campeonatos que ese deporte hace furor en este tiempo.
En general, el primero que viene y empieza a probar los tacos es
“Calefón”, el hijo de “Fedeo” D´onofrio. Cuando llegan los otros está bastante
afilado.
Entonces, sin solución de continuidad aparecen ”Fito” Aichino, el
“Gallo”, Serafini, el “Pitoto” Sandrigo, “Pepe” Bacheli, José Farina,
“Josecito” Fantasía, “Carita” Urbitza y su hermano “Chinchi”, los “Cavagnitas”
que también son hermanos, Marito Compañy y el improbable “Galeanito”, quien
contra todos los pronóstico se alzó con la primera copa del primer campeonato
organizado por el club, también con un monto de dinero, no tan importante, tal
vez, pero él mismo dice: “Lo importante es competir”
Nosotros esperamos un rato hasta que entre un hombre delgado, que
exhibe su simpatía casi como una ostentación, se mueve con la naturalidad con
que lo hace el dueño de un lugar y en cuanto tiene la más mínima posibilidad de
exhibir sus galones, lo hace.
-Desde los trece años que vengo a cenar aquí-, se ufana.
Si está Miguel presente, le contesta rápido:
-Y, si nunca moviste una silla en el club, no te sirve de nada.
“El Nene” Croato, que de él se trata, lo mira con una cara que lo
dice todo. Es conmiseración, es pena, es también la forma más piadosa de la
amistad.
Si Miguel está en la mesa quiere decir que terminó su partida de
naipes y tal vez también se arrime Raúl Rodini, viejo amigo y compañero de
salidas bailables por los pueblos vecinos en la enterrada adolescencia.
Raúl me comenta que ha dejado de fumar y cuando me asombro por su
estado atlético me confiesa que no cena: no va a la casa hasta muy tarde y si
de noche el hambre lo despierta, se levanta, va a la heladera y se toma un vaso
de agua helada. No puedo sino manifestarle mi asombrada admiración por su
tenacidad y disciplina.
Seguramente ahora llegará el rato más amable de la charla, en
especial cuando se sienta a tomar su cortado “Toto” Míguez, que con sus ironías
finas convertirá esa reunión en una fiesta de la renovable amistad que
mantienen de toda la vida. A veces, cuando la coyuntura agota su interés y
hablar del tiempo se transforme en un tedio, volvemos al tiempo antiguo. El que
estaba poblado de mariposas y torcazas, de calles polvorientas, en las cuales
él, “Toto”, otros amigos y yo nos ganábamos el mundo con esa entera libertad
que nos daban las casas chatas con patios de parras donde gorjeaban golondrinas
y las tacuaritas.
El recuerdo casi nunca coincide, salvo cuando la travesura fue
demasiado grande y quedó en los anales de la historia oficiosa del pueblo.
Cuando “Tago” Sánchez y “Oreja” González, asustaron a Ethel Joan con el cuento
del lobisón. Se escondieron en los cañaverales de don Pedro Silva y una noche
oscura vieron que alguien venía y quisieron gastarle una broma. Saltar de
improviso, salidos de cualquier lugar, de la nada, con la poca luz y la leyenda
de un animal que asolaba los pueblos vecinos dio un conjunto de cosas que
terminó haciendo su trabajo. Ella llorando, histérica, asustada; ellos
escapándose del piquete de hombres armados que salió a perseguirlos. Cada vez
que nos reencontramos con el “Tago” me lo recuerda, mejor dicho, me repone el
recuerdo que no tengo, porque a la altura de esa anécdota que sobrevive en la
memoria oral, yo ya no estaba en el pueblo, yo me había transformado en un
viajero privilegiado, pero que de vez en cuando recibe malas noticias, como por
ejemplo la muerte de Juan Carlos González, que se cansó de hacer bromas a la
gente con esa cara de Buster Keaton para siempre.
El mismo que había perdido su nombre y era llamado cariñosamente
por todos, “El Oreja”.
ESTACIÓN DE LOS PUDORES*
“El pudor tiene la desventaja de que habitúa a
mentir.”
(Stendhal)
Ella venia de una mitología de panes y de peces.
Él, de un Universo ajado. Montaraz y heroico.
Se encontraron en el filo de cuchillos de plata.
Amor de hombres y pudor de dioses.
ESTACIÓN DE LAS FOGATAS.
Fogatas dispersaron las lluvias de septiembre.
Y ardieron y murieron y anhelaron esta patria de carne.
Pero el ala del cuervo desposó la aurora.
Y las manos fueron llamas y las llamas humos.
ESTACIÓN DE LOS ESPEJOS
Hubo una urdimbre entre el hambre y el hombre.
Una trama de hembra entre las sombras.
No vieron el espejo –o no pudieron-Ni su sombra.
No obstante no verán a nadie o verán a otra.
ESTACIÓN DEL OLVIDO.
Ella sabe, es ella misma. Él. Los otros.
El se dice soy yo. Ella. Las otras.
Que importa si la tristeza se vistió de olvido.
Que importa. Fueron ángeles, bestias…Y se amaron.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@hotmail.com
ULISES*
El descubrimiento de fragmentos de la Odisea de Homero en unas
excavaciones dirigidas por Plumkier cerca de Esmirna ha sorprendido al mundo,
ya que deja entrever las dudas que tenía el autor en su guión. Estos
manuscritos han puesto en evidencia el pasaje de "Ulises y las
sirenas", en el que conmina a sus hombres a taparse los oídos para no
escuchar los cánticos.
Transcribo literalmente el retazo que dice:
Cuando las sirenas cantaron Ulises hizo que sus marineros se
taparan los oídos con cera para que no pudieran escuchar los cánticos que les
atraerían hacia los arrecifes. Ulises se arrepintió de esta orden al cabo de
media hora de remar. Nadie le hacia caso cuando, atado al mástil, gritaba:
"¡A babor, a babor que vamos contra las rocas!"
POR EL OTRO LADO DE LO QUE TÚ NO IMAGINAS*
“Ay, cuánto duele
que salga el sol y me faltes,
que salga el sol y te sueñe.”
Noel Nicola
Vienes a mí, y yo no sé
qué puedo decirte para tapar los agujeros ciegos
que percibo en tus sentidos
tampoco cómo
darle vueltas al asunto
para que no te corten los labios.
Lo cierto es que, llevo horas
intentando convencer
a todo cuando conozco
para que el impacto del golpe
sea lo menos necesario.
Pero hasta ahora, solo un puñado
de sonidos respondió
a mi indagatoria. Y espero aquí
con esta monografía de adioses
justo con la inconformidad del papel
preguntándome: ¿qué puedo hacer?
Y es verdad que no sé
cómo recordarle a tus párpados
el sentido incongruente
por no saber mirar al revés
lo que imaginas que sueño
“que salga el sol y me faltes”.
CAPERUCITA ROJA*
Existen muchas versiones de Caperucita Roja dando vueltas por el
mundo. También a mí me contaban una cuando era chico. Me la contaba mi abuela. La
Caperucita de mi niñez tenía más o menos el aspecto de tantas otras, pero con
una particularidad: bajo la ropa llevaba siempre un cuchillito bien afilado. Y
no era fácil engañarla con el viejo truco del lobo disfrazado de abuela. En
realidad nadie lo logró jamás. Con esta Caperucita los lobos no tenían ninguna
chance. Ella, a los lobos, los detectaba a distancia. Los olfateaba. Había
aprendido docenas de maneras para eludirlos y enfrentarlos. Y si en algún
momento se veía realmente en apuros, sacaba a relucir la hoja plateada de su
pequeño puñal de acero sueco bien templado y con un movimiento rápido (y
generalmente también elegante) hería justo ahí abajo en el lugar donde más
duele. Después se disculpaba porque era una niña bien educada y retrocedía unos
quince o veinte pasos antes de pegar media vuelta, marcharse y perderse entre
las flores, los arbustos y los árboles del bosque. Esto de retroceder nunca se
supo si lo hacía para disfrutar un poco del dolor de su víctima o simplemente
para no darle la espalda demasiado rápido y correr el riesgo de un
contraataque.
La cuestión es que a esta altura ya no quedaba lobo feroz que no
llevara en el cuerpo, en el corazón y en la memoria la marca de por lo menos
una herida. Pero aquéllos eran lobos obstinados, no se resignaban, se la
pasaban inventando estrategias para sorprenderla y mantenían reuniones y
organizaban convenciones y discutían largo sobre el tema. Y por supuesto la
historia se repetía y los lobos siempre terminaban pasándola mal y luciendo un
nuevo tajo ahí donde suelen verse brillar las estrellas de mayor tamaño. Y
mientras el bosque se estremecía largamente por algún nuevo aullido de dolor,
Caperucita seguía saltando de acá para allá y recogía fresas y otras frutas
silvestres y cantaba una cancioncilla cuya letra variaba cada vez aunque se
apoyaba en el mismo pegadizo estribillo:
Soy la bonita Caperucita del bosquecito
y tengan cuidado con el tajito de mi cuchillito.
En cuanto al resto de los animales, no eran ni amigos ni enemigos
de Caperucita, digamos que la respetaban, y cuando la veían venir brincando con
su pollera corta que siempre se le subía y dejaba a la vista los cachetes
rosados de sus nalguitas, solían decir:
-Ahí viene la nenita del traserito caliente, más vale alejarse
antes de que nos tiente.
Y así estaban las cosas en el bosque, que después de todo no era un
lugar tan malo para vivir. Ésa es la versión que me contaba mi abuela.
*De Antonio Dal Masetto.
"Señores más señoras". Editorial Sudamericana. Buenos
Aires. 2006
ECUACIÓN*
Bajo el peso del agua desaparecen los campos.
Ondula la lluvia por momentos
parece una danza, pero en su furia, clama
derrumbando aullidos de un cielo de parto.
Cielo roto. Enteramente derramado,
que no trae alegrías sino miedos.
Mundo de bárbaros instintos desatados
donde deformes criaturas acuosas
pudren nuestros sueños
y no lloran.
Abruma el peso del agua.
Si memoro lluvias de la infancia
descubro que todavía tengo
la sensación de estar a su merced
con un abejar en el cuerpo.
Lluvia.
Viento.
Tiempo.
Miedos.
Ecuación que no resuelvo.
*
Soñarte flor,
¿y después qué?
Amarte
como si lo fueras
*De Mabel Antonini.
-Mabel Antonini nació en Saladillo,
Buenos Aires, Argentina. Aún no ha editado su propio libro, sin embargo integra
las antologías "Mundo Literario" (2006, Ed. Nuevo Ser), "Letras
y Voces 2007", "Letras y Voces 2009" y “Horizonte Literario 2012".
Participa también en un libro de poesía "Revelaciones" (compilado por
Ricardo Tejerina) y otro de cuentos "Cuentos bajo el portal Azul"
(compilado por Wally Zambon). En 2013, la Biblioteca Popular Bernardino
Rivadavia de Martínez le otorgó el "Primer Premio Internacional de Poesía".
Concurre al taller literario de la Biblioteca López Merino de la ciudad
platense, bajo la dirección del poeta Vicente Costantini.
EL CORREDOR DE BIENES RAÍCES*
Supongamos que ninguna de estas casas sea real, que
esta cama no sea real sino un invento de mi propia imaginación, materializada
por los poderes telepáticos e hipnóticos de los marcianos…
Crónicas Marcianas
Ray Bradbury
Estaba apoyada en la baranda, saboreando un jugo de naranja, cuando
lo vio acercarse. Su sonrisa no logró convencerla, ella no se dejaba timar por
los vendedores ambulantes; aun así, como este le recordaba a su actor favorito,
decidió escucharlo… Se creía preparada para todo, ¡pero nada menos que venía a
proponerle la compra de un terreno en Marte!
No saben qué inventar, pensó mientras le dejaba abrir el portafolio
y extraer modelos de contratos, hablar de las bondades de la nueva colonia que
pronto se establecería, rodeada de comodidades, sin impuestos, con cláusulas de
protección, todo un paraíso a cambio de una pequeña inversión:
-Lo que se persigue es poblar el planeta, no la obtención de
beneficios -le dijo el vendedor mientras le alargaba un catálogo-. Compruébelo
usted misma.
-¿Y con eso pretende que me trague su cuento? –respondió airada.
Le volvió la espalda y cerró la puerta de un tirón. ¡Capaz que
tuviera fotos de pretendidos paisajes marcianos, con marcianitos y todo! Ni que
fuera a arriesgar su dinero por un truco de photoshop.
Esa tarde vinieron a verla sus dos vecinas, solteronas como ella,
pero que aún no aceptaban su condición con el debido decoro.
-¿Firmaste el contrato del corredor de bienes raíces? –preguntaron
a coro, alborotadas como gallinas en celo.
-¡No me van a decir que se dejaron arrastrar a tamaño disparate!
–no podía creerlo-. ¿Un terreno en Marte?
-Terreno solo no –aclaró la de la casa de la derecha, más
maquillada que de costumbre-, por un poco más de efectivo… no mucho, nos garantizó
la construcción de un chalet. Como compramos parcelas aledañas, preparamos unos
Martini y nos sentamos para que nos ayudara a elegir el modelo de uno de sus
catálogos.
-¿Martini… ustedes dos, con un desconocido? –preguntó, pero la
vecina estaba demasiado entusiasmada, o se hizo la sorda.
-¡Escogimos uno ultramoderno, con jacuzzi, piscina e invernadero!
Él estuvo muy profesional, muy afable…
-Además, ¿no viste que se parece a Jack Nicholson? –dijo la de la
casa de la izquierda con los ojos casi en blanco.
-¡Ustedes están locas! Dejarse embaucar por un papanatas, solo
porque tiene las cejas como Nicholson... –por segunda vez en el día dio un
portazo, si seguía así le iba a subir la presión.
Se llamó a la calma, en fin, no era su capital el que estaba en juego.
Tampoco quería enemistarse con ellas, no eran dos lumbreras, pero mal que bien
tenía con quien jugar una partidita de canasta de vez en vez. Al haberlas
dejado con la palabra en la boca creía haber zanjado la cuestión…
No hubo manera de reanudar los juegos de cartas, ni siquiera las
inanes conversaciones sobre el clima y las telenovelas. A partir de aquel
aciago día, todo era hablar de las ventajas de la colonia marciana. Aquello
parecía un cuento de Bradbury.
Optó por ir a pasar unas vacaciones en casa de su hermana, lo
suficiente para que se aplacaran los ánimos, las histerias, las solteronas en
celo y, sobre todo, que se descubriera la estafa.
Regresó un sábado, dos meses después, justo a tiempo de ver a sus
vecinas subir a la lujosa nave espacial, mientras dos azafatas verdes, de
enormes ojos sin pestañas, le hacían guiños al corredor de bienes raíces, que
entornaba sus cejas estilo Nicholson desde la ventanilla del piso más alto.
*De Marié Rojas
La Habana.
Cuba
*
Desperté con un cansancio superior a mis fuerzas. Tras el incendio
los pájaros han emigrado o caído en mi espalda como granizo de carbón
palpitante .Mi lengua está pintada de ceniza, es un barro que arde como una
tundra encendida. El humo ha velado mi mirada. Ya no puedo ver tu luz, Ángel,
tu perfecta consistencia de agua dorada y sutil. Mis ojos lastimados ahora
perciben la realidad ultravioleta. Ultraviolenta. Tus verrugas y cicatrices, tu
forma babosa y reptiliana, tus dientes retráctiles de desgarrar. El espanto de
verte así paraliza. El viento sopla en mi cara un fuego negro. Un pantano de
cenizas movedizas aferra mis tobillos y traga lentamente mi cuerpo. Mi ángel
reptil mira desde lejos, bebe la oscuridad como una diva tomaría su baño de
espuma. Mis alas están en carne viva. La lucidez es un ácido que corroe la piel
de la ilusión. Mi jardín ha sido devastado. En mi interior enmudecieron todas
las canciones. El grito se retuerce, el grito es alquitrán quemado, baja por mi
garganta hasta empañar toda víscera. Nadie vuelve del infierno con la mirada
clara. Pero mi corazón, Ángel, mi corazón es un diamante que viajó por miles de
galaxias para traer el mensaje de ese dios lejano. Mi corazón atravesó el vacío
sólo por encontrarte. Quién escuchará su gong ahora que todo se ha perdido?
(El día después del fuego)
*De Alejandra
Inés. elmomoeditor@gmail.com
Entre líneas*
Capas,
debajo de otras capas
de papel biblia.
Ruido de papeles que se rozan.
Capas infinitas,
superpuestas.
Hay una trama de finas líneas
imperfectas, horizontales
que hacen sombra unas sobre otras.
Podemos mover los sedimentos
develar
buscar más abajo
adonde se concentra el color.
Dejar que cada hoja
se vea a trasluz
y que suene
con el movimiento natural
del viento que recibe.
*
“Estamos acechados por el feroz lobo del
pensamiento...”
(Descubrimiento de Caperucita.)
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
*
"El amor está hecho de instantes y esos
instantes son un exilio voluntario, también la poesía en su sentido más vasto.
En ambos casos, como en el sueño, se oye lo inaudito, se ve lo imposible, se
dice lo indecible: hay una sed fundamental de no ser uno mismo sino otra
persona o un lenguaje que no nos pertenece. ¿Qué es por otra parte otra
persona, sino un lenguaje que no nos pertenece?"
(Fragmento de su ensayo La maldición de la
literatura).
***
http://inventren.blogspot.com/
Las aguas y los dioses*
En este lugar, aquí, en este hermoso lugar hay verde. Aquí, en este
sitio existe el verdor. Aquí es bello, aquí hay plantas. Eso decíamos.
Nosotros, los mapuches, nosotros, los salvajes ignaros decíamos
Carhué y era decir nuestra casa, era decir la tierra, era decir mi familia, mi
ancestro más remoto, mi vida. Decíamos Carhué y decíamos amo la tierra verde.
Y el lago Epecuén nuestro lago Epecuén era salado. Salado como el
mar más reconcentrado, tan salado como si el océano hubiese sido puesto al
fuego en una olla de barro y hubiese hervido despacito hasta que el agua fuese
casi sal. Así era el lago, así lo extendieron los dioses oscuros sobre la
tierra verde. Y era el límite del verde. Mas allá venía la pradera que se
tornaba páramo, hasta allí las pasturas y la facilidad. Hasta allí lo cálido y
amable, a partir de allí ese límite, ese exterior, esa felicidad que se
consigue con mayor dolor. Porque, debo decirlo, también esa era nuestra casa, y
así como se ama al hijo obediente, se ama inevitable y dolorosamente al hijo
que se eriza en espinas y baldío.
Era Carhué y era el lago de sal. Y fueron los hombres que ya
estaban pero estaban todavía lejos. Eran los hombres del color de la blanca
muerte, que nos habían dejado tranquilos hasta que su codicia los forzó a
extender los brazos más lejos que el corazón. La codicia les dio hierros en los
brazos y les dio hierros en los pies, y Carhué que era mi hogar fue mi tumba, y
mis lugares tomaron nombres que nunca les casaron, nombres que se resbalan
porque no los pertenecen. Pueblo Adolfo Alsina, lago San Lucas, nombres
extranjeros, nombres que se desvanecen bajo el cielo de la América y que mi
boca no puede pronunciar sin hacerse violencia.
Llegaron los hombres de hierro. Se quedaron los hombres de hierro.
Vinieron en su propia bestia humeante como quien llega montado en
una pesadilla. Le dicen ferrocarril a la bestia de fuego, a ese monstruo negro
y temible. En tres grandes bestias llegaban los hombres blancos y seguían
trabajando para su codicia.
No les bastaba la laguna de sal. Ya no estábamos nosotros, yo era
ya polvo de huesos bajo mi tierra verde cuando los intrusos que vendían
baratijas y habitaciones y bañadores a rayas quisieron obligar a la tierra a
dar más de si. No les bastó ver nuestra tierra, se la apropiaron; no les bastó
apropiarse de la tierra, la quisieron doblegar con sus canales y sus
terraplenes. No era suficiente con el nuestro lago, no. Hicieron un lago ellos,
un lago dulce, trajeron el agua desde otros lados que no son este lado, que no
pertenecen a este lado, y con ese agua extranjera hicieron ese nuevo lago y
cambiaron la historia de la nuestra tierra.
Y el diez de noviembre uno de los dioses oscuros miró la tierra que
era verde, abominó el lago dulce, tomó una palabra, pronunció una nube de
ceniza, y el terraplén cedió, y la ciudad conoció el olvido del agua
silenciosa. Y el agua avanzó como un ejército en marcha, y las puertas se
hincharon en sus marcos, y el inexorable pasado se acumuló sobre los ladrillos
de la ignominia. No tañe la campana bajo el agua, no acuden los niños a las
escuelas, diez metros de agua se comprimen sobre las plazas y los tejados.
Me duermo en mi tumba ahora. Mientras me adormezco canto quedo una
melodía que ya no encuentra cuerdas para sonar. Siento la luz de la luna
quebrada sobre el pueblo sumergido. Descanso ahora. Los dioses juegan sus
juegos, un pez desprende silenciosa, lentamente, una escama de madera de una
silla que se pudre.
***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril
Provincial:
ÁLVAREZ DE TOLEDO
POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA. JUAN
TRONCONI. CARLOS BEGUERIE.
FUNKE. LOS
EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR
UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR
DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO. ESTACIÓN
DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
D. SÁEZ. J. R.
MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO
OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
***
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Midland:
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PLOMER. KM. 55. ELÍAS
ROMERO. KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO GÓMEZ.
RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA SALADA. INGENIERO
BUDGE.
VILLA FIORITO. VILLA
CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
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Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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