viernes, marzo 24, 2017

HILOS A TRAVÉS DE LA NADA…


*Obra de Cecilia Aguado.

-Muestra de la artista plástica Cecilia Aguado.
-Del 25 de marzo a las 16:30 al 1 de abril a las 18:00.
El tinglado. Predio del Pinar del Norte: Alameda 202 al 150. -Informes: 02255 45 07 99
Villa Gesell.






*


A mis viejos se los llevaron una tarde, pero el azar o no sé qué hizo que pudiesen volver, parece que hablo de cosas, que se roban y se devuelven o desaparecen, pero no, son personas que tuvieron la suerte, suerte? de volver a su casa, aunque nunca volvieron ellos, mi papá fue sometido a una picana durante toda una noche, y en esa noche quedo parte de él o todo él. Ellos volvieron y se reinventaron, muchos otros no tuvieron esa oportunidad, ni siquiera de transformarse.
No hay posibilidad de olvido, ni chance para el perdón.
La memoria nunca podrá ser arrebatada.


*De Vanesa Álvarez. vanesui@hotmail.com











HILOS A TRAVÉS DE LA NADA…








*
Mirá-

le dije-

detrás de tanto fuego,

dispersa la ceniza

nos rozan

otra vez los dedos de la luz.

*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com












El hada del humo*



Antes aún de la conversación con Kalman me preguntaba si existen hadas del humo. Que aparecen o apenas se dejan ver mientras el humo forma dibujos, formas breves antes de hacerse plenamente invisible en el aire. Antes de ser barrido por vientos de otoño.

Kalman tenía padres y abuelos polacos. Ha escuchado de ellos las leyendas populares que se transmiten en forma oral. Sus abuelos vivieron en Sniatyn un pueblo que antes de la segunda gran guerra pertenecía a Polonia. Al finalizar la guerra -cuando su familia ya había migrado a la Argentina- quedó anexado al territorio de la URSS y ahora es parte de Ucrania.
En aquel pueblo se mezclaban en un extraordinario sincretismo creencias, leyendas, idiomas. Sus abuelos hablaban Idish pero las hadas que los mayores relataban a los niños para encantarlos o asustarlos eran polacas.

-Si no recuerdo mal - dice Kalman pensativo- había un Hada que podía transformarse en lo que quisiera, ¡incluso ser humo!
Lo más desconcertante era que la Czarodziejka podía estar en cualquier parte y no ser reconocida, incluso ser un repollo o vivir en el tronco de un árbol.

Alguna vez su abuelo Wojciech les dijo que si se juntaban dos hombres a fumar con sus pipas en un claro del bosque ella tomaba la forma de una seductora mujer y les dejaba ver su sonrisa. Los hombres de la pipa sabían desde niños que era un maravilloso acontecimiento. Quizás una única vez en la vida. Pero la leyenda les advertía que si la buscaban por el bosque se extraviarían sin remedio a un mundo o un tiempo desconocido.

Así que se quedaban allí mismo sin moverse fumando sus pipas, dejaban que la Czarodziejka siguiera su paso de encantamientos bajo una noche estrellada por aquel bosque que ahora queda en Ucrania.


*De Eduardo Francisco Coiro.










Caminamos*


Por las obtusas calles de lo cotidiano
caminamos.
Sin nadie a los costados,
con una incomprensible guía en el bolsillo
y una no menos incomprensible fe en nuestro itinerario.
Alrededor hay rostros que nos miran con desconfianza,
acaso horrorizados
o interrogantes,
o indignados,
o con fingido espanto santiguándose,
y en todo caso, ajenos, del otro lado de la vía.
Pero en cualquier esquina nos asalta
el rostro cómplice que nos contempla con cierta admiración
y cuya sonrisa nos empuja a seguir dibujando senderos
para los pies descalzos del mañana.
Y entonces la nieve en los zapatos ya no resulta tan pesada
ni vacilamos ante los inclementes empujones
o las mezquinas zancadillas que se van alzando a nuestro paso.
Aun así, las calles son las mismas que nos vieron
echar a andar en una madrugada yacente en el olvido.
Tal vez no hagamos más que dar vueltas en círculo,
erráticos vaivenes en la oscuridad.
Y sin embargo, caminamos,
sin nadie a los costados caminamos,
con una obstinación quizá heredada
de aquellos otros que algún lejano día caminaron
forjando sin saberlo caminos útiles,
ciudades habitables y espíritus.



*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Publicó “El alba sin espejos”












Basura espacial*



Artemio Poblete, viajero incansable del espacio aunque, por lo que se sabía, nunca había salido del perímetro del Cottolengo, se preciaba de conocer de punta a punta el Universo.
Cada mañana pasaba la enfermera, para quitar los amasijos de caca que se le pegaban en las nalgas durante la noche y limpiarlo de babas y de olores. Mientras la mujer le ayudaba para que el té con leche no se derramara sobre la colcha de la cama, Artemio le contaba de sus viajes, por fuera de la atmósfera terrestre.
La enfermera había aprendido a escucharlo como quien oye llover y de vez en cuando, para conformarlo, le respondía, como al pasar, con un escaso monosílabo. Atenta a sus tareas le tomaba el pulso, la presión, le acomodaba la almohada y se dirigía al próximo paciente y, Artemio, volvía a quedar solo hasta el horario en que regresaban a cambiar sus pañales, a tomarle el pulso y a darle de comer. Mientras tanto, sus pensamientos navegaban por los cuatro rincones de las galaxias, feliz, despreocupado y divertido, como solo los niños pueden hacerlo.
"El loco del espacio" le habían dado en llamar en el hospital.
Cuando murió, encontraron envuelta en una vieja y mugrienta hoja de diario, restos de lo que parecía basura espacial. Después de todo, nadie se enteraba de sus actividades fuera del horario, en que el turno del personal del loquero, pasaba a visitarlo.


*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell











*


Hacia el fondo de lo vivido, nieva. Y un segundo

–no más- basta para extraviar la cordura.

(en el pasto húmedo titila el canto de los grillos

taladran esta noche llena de huecos)

La almohada recoge lágrimas, el tiempo queda tan lejos!

Ha cruzado innumerables diagonales, confundido

avanza y retrocede. Desanda... Avanza y retrocede.


Nada cambia. Pobre padre mi padre que justicia quería.


La almohada recoge lágrimas, el tiempo se me abalanza.

El reloj, con su pequeño latido sin sangre

siempre acompaña

siempre sentencia

siempre llega

siempre parte... El tiempo queda tan lejos!



*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar













CEREZOS Y RODODENDROS*



Me han enviado unas fotografías. Yo estuve allí, pero no figuro en ellas.
Así como yo pasé; fui un personaje dentro de ese paisaje y me desvanecí por distancia y cambio de continente. El prado sigue allí, la vegetación no se ha dado a la fuga, y hasta las nubes son casi las mismas pues con evaporaciones y lluvias continúan perteneciendo al mismo campo verde, húmedo y gozoso.
Puedo escribir “ciruelo” y “rododendro”. Con las mágicas palabras evoco flores blancas de elegancia oriental, minucia japonesa, arte efímero y magia de delicadeza graciosa. Esas flores se brindan para el cielo cóncavo y el viento que pasa como los buitres, los “putres”, suspendidos ellos por el aire perfumado de bosque lánguido.
Yo no figuro en el paisaje, hoy. El prado verde salpicado de florecillas no será hollado por mis pies, las hortensias no inundarán mis ojos de violetas y rosados de puesta de sol. Apenas el eco me llega por unas fotografías de deslumbrantes colores.
Y los niños sostienen una cesta mostrándome a mí, que estoy tan lejos, un huevo blanco y uno moreno. La abuela sonríe por detrás. Yo les sonrío, desde aquí, a ellos.
Escribir “ciruelo” y “rododendro” me trae reminiscencias literarias. Recuerdo los rododendros de la mansión donde amó y sufrió la heroína de “Rebeca”, esa mujer inolvidable. Los ciruelos de Chejov. Mientras se convierten en imagen y palabra, en sombra de sombras, el ciruelo y los rododendros verdaderos exudan y respiran, crecen y tienen gusanillos, dan sombra y, sin dudas, florecen.
Están vivos del otro lado del mundo, vuelven desde mi recuerdo a recordarme que no son memoria más que en la mía. Los recupero y me sorprende, como siempre, que lo que fue siga siendo cuando no estoy yo, hoy no, en la fotografía.
Detrás de las puertas, dentro de los cajones de la mesita de luz, en sus propias moradas, en otros barrios. En todos aquellos lugares que son recónditos y hemos dejado de frecuentar, en los recodos del adiós los que fueron siguen siendo, quizás nos aguardan. Quién sabe. Quizás hayan, no lo puedo asegurar, pero quizás hasta hayan florecido.



*De Mónica Russomannorussomannomonica@hotmail.com













El ciruelo del mundial*



Cada mundial vuelvo a recordar la historia del árbol en el fondo de la casa de los padres de Kalman.
Porque el secuestro ocurrió al principio del mundial de la dictadura.
Quizá será por la tapa del libro, que conservo desde aquella época.
La hoja suelta y maltrecha de papel era la tapa de "EL ESTADO Y LA REVOLUCION " de  V.I. LENIN.  PEQUEÑA BIBLIOTECA MARXISTA LENINISTA.
Editorial Anteo, 1972
En la desesperación el padre polaco de Kalman había enterrado todo lo que encontró en la pieza de sus hijos.
Solo se había salvado la colección de mecánica popular y el diccionario.

La imagen de su rostro recién retornado del chupadero. Su cara, nunca voy a olvidar su cara aunque la imagen este desgastada por las décadas transcurridas.
A los 20 años Kalman había envejecido de golpe: era un muchacho ojeroso con una tristeza madre instalada en la mirada. Me recibió sentado en una habitación deliberadamente sombría, como si sus ojos acostumbrados a semanas en la mazmorra no toleraran la luz.

Me dio la hoja suelta y dijo: -Llévalo de recuerdo, es lo único que quedo de la biblioteca.
De su biblioteca enterrada yo sólo había leído "Para leer al Pato Donald"
Después se largo con el relato del secuestro y lo que soportó en ese campo clandestino.
A menudo pienso en él, más aun cuando se acerca un mundial.
Cuando volvió a su casa, fueron con los viejos a un vivero y compraron un ciruelo bastante crecido.
Fue una ceremonia familiar plantar el ciruelo sobre el bulto de los libros enterrados en la quinta.
La dictadura pasó, años después volvieron a discutir si tenían que desenterrar los libros, el árbol había crecido y ya daba sombra.

Fue Kalman el que decidió: -dejémoslo tal cual, parece que las raíces están bien alimentadas.



*De Eduardo Francisco Coiro.












*


Hilos a través de la nada. El desalojo de lo propio también se imprime en otros cuerpos. Algo que nos continúa donde no estamos. Partimos para poder decir.


*De Valeria Cervero. valecervero@hotmail.com







InvenTREN





Estación Altamira*



Hacía apenas tres días que Laurita se había mudado al campito del abuelo para transcurrir sus vacaciones estivales; y, la verdad sea dicha, ya se encontraba bastante aburrida. Pensar siquiera en las semanas que le quedaban por delante para que regresara a su casa, sólo acrecentaba su melancólico mal humor. ¿Por qué la habían castigado de esa manera sus padres, yéndose de viaje a conocer la Isla de Pascua en una segunda –y acaso vana- luna de miel, mientras ella debía padecer aquel solitario tormento? Por más que le daba vueltas y vueltas en su cabeza, a pesar de la notable inteligencia que había desarrollado para sus escasos diez años de edad, le era imposible darse una respuesta válida.

Deambulaba por los alrededores sin entusiasmarse demasiado con nada. El paisaje la fastidiaba. Extrañaba ver televisión, jugar ocasionalmente con la computadora de su hermano, encontrarse con sus amigas para escuchar música, como haría cualquier chica de su edad; o simplemente permanecer en su casa, escribiendo en su diario. Aquí, en cambio, todo obtenía un carácter soporífero. Por más que le fascinara la lectura, placer que heredara con orgullo de su padre, por el que llevase consigo de vacaciones varios libros de cuentos, y alguna que otra novela, no conseguía concentrarse para sentarse a leer -como su papá Augusto le había prometido que disfrutaría, en un último intento para convencerla de ir a pasar aquella temporada con los abuelos- trepada en las ramas del coposo árbol de la estancia, o sin concretar acrobacias, al menos entre sus mullidas raíces, cubiertas de vegetación. No había caso: el campo la deprimía.

El abuelo había comprado aquel terreno cuando su papá era muy joven, ni bien clausuraran el ramal ferroviario de trocha angosta que solía atravesar aquellos campos. Por entonces, desbordantes vagones de carga desfilaban delante de la otrora Estación Altamira, edificio que actualmente constituía parte de las edificaciones de la estancia familiar. En ese sentido, su abuelo era un purista; había mantenido intacto el carácter tradicional del inmueble, conservando ciertos detalles propios como las campanas, las inscripciones en determinados carteles, las ventanillas… ¡Con decir que la antigua boletería se había transformado en su estudio particular, y la oficina del Jefe de Estación en su propio dormitorio!

Aquellos detalles resultaban por completo superfluos para Laurita. Ella era curiosa por naturaleza, aunque su atención no pudiese mantenerse en pie durante mucho tiempo. Se cansaba fácilmente de las cosas, por lo que solía aburrirse bastante seguido. Y en el campo era peor. Por eso, a los tres días de estar allí, ya había recorrido todo lo que le resultara de interés. Tendría que hallar algo que la sorprendiese de verdad, a fin de no llegar a pensar seriamente en colarse en el primer vehículo a motor que apareciese por allí, ocultarse debajo de alguna manta o cajón, y fugarse con enorme prisa hacia Buenos Aires, a la casa de alguna amiguita o pariente que la cobijara con excesiva discreción; ya vería dónde.

El hecho sorprendente llegó de la mano de Teresa, la cocinera de la estancia, mujer enorme tanto de cuerpo como de corazón. La mañana del cuarto día, al comprobar el rostro compungido y de mirada triste que Laurita presentaba por encima de la humeante taza del desayuno, Teresa se acercó hasta ella por detrás y le susurró:

-Una niña tan seria y bonita no podría andar por ahí con esa cara si supiera el secreto que yo sé…

Laurita la miró, apenas motivada frente al imaginable tedio que la aguardaba durante el resto del día. Teresa continuó:

-Y los secretos, al ser compartidos con ciertas personas especiales, se vuelven mágicos…

Aquello venció cualquier barrera de sospecha que la niña pudiese esgrimir frente a las diversas motivaciones que la entrañable mujer pudiese formularle. Y la hostigó a preguntas, sintiendo cómo se desperezaba su inquieto sentido por la curiosidad. Teresa finalmente, luego de hacerse desear durante unos minutos, le narró la antigua historia que circulaba por aquellos pagos desde hacía varias décadas.

A escasos doscientos metros de la casa, donde las densas ramas de los árboles crecieran formando una protector túnel vegetal, se extendían en el pasado los rieles de la trocha angosta del antiguo ferrocarril. Y allí mismo, un tiempo después de haberse cerrado aquel ramal, comenzaron a ocurrir cosas muy extrañas. Misteriosas luces que se veían en las noches de luna llena, distantes silbatos de tren, locomotoras que aceleraban en medio de la noche… La peonada siempre se asustaba hasta los huesos cuando despertaba del sueño a causa de semejante presencia, y todos afirmaban que un tren fantasma surgía del olvido, negándose a detener su marcha, a pesar de las decisiones humanas. Sólo algunos valientes podían acercarse y jactarse de haberlo visto. Pero para ello, había que llegar hasta el lugar de la mano de alguien que supiera las palabras mágicas para convocar a los espectros…

-¿Y cuáles son? -, exclamó Laurita, olvidada del desayuno, con la mirada fascinada por completo al escuchar atentamente a Teresa.

-Hay que pararse debajo de la Cruz de San Andrés y repetir las palabras mágicas que rezan en ella, haciendo caso de cada una de sus advertencias. Pero una niñita de ciudad como vos no tendría que ir sola. Podría acompañarte yo, en una de estas noches. Claro que, mientras esperamos el momento de ir, vos a cambio podrías ayudarme con algunas cosas que tengo que hacer en la estancia. Juntar los huevos en el corral, por ejemplo…

Con ello, Teresa consideró que la mantendría ocupada durante unos días, a fin de que fueran pasando las vacaciones, retrasando la fecha del futuro encuentro espectral. A Laurita, en cambio, el arreglo no la convenció para nada. Sin embargo, ya conocía el hecho fundamental: el corazón del secreto, y la clave para acceder a él. Y había diseñado su propio plan. Sólo hacía falta que se hiciese de noche, y pudiera escabullirse sin ser vista.

La emoción la carcomió durante toda esa tarde. Las horas se demoraban pegajosas sobre la esfera de los relojes, y a diferencia de lo que Teresa se esperase, la niña no volvió a abrir la boca respecto de aquel tema. La mujer creyó al caer el sol que su estrategia de entretenimiento no había dado resultado, y no volvió a mencionar el tema.

Laurita, en cambio, aguardó hasta que todos se hubieran acostado, y ni bien dejó de escuchar los habituales ruidos que realizaban sus abuelos por las noches, se escabulló fuera de la habitación en puntas de pie, abrigándose con un saco abierto por encima de su camisón, calzada con sus resistentes ojotas todo terreno, y salió de la casa por la puerta de la cocina. Una vez que se hubo alejado unos metros de la casa, encendió la pequeña linterna que se había traído de Buenos Aires, y caminó sin prisa hacia la enramada, bajo la tenue mirada de las estrellas.

Soplaba una fresca brisa que agitaba levemente las ramas de los árboles. Aquel rumor la inquietaba, aumentando la sensación de soledad que experimentaba de golpe, aunque al mismo tiempo la impulsara hacia la aventura; como si lo desconocido muy pronto le deparase una sorpresa inimaginable. Avanzó entre los pajonales y los ruinosos restos de la vía, carcomida por el óxido y casi sepultada por el polvo acumulado por los años, hasta detenerse delante de la antigua señal, cuyo poste –milagrosamente- aún se conservaba de pie.

Aquello debía haber sido un paso a nivel, el cruce entre la vía férrea y acaso algún camino municipal. Allí permanecía, incólume, la cruz acostada, con sus letras aún legibles, inscriptas en cada uno de sus brazos. Laurita respiró hondo, fascinada ante la perspectiva de lo siniestro; señaló con firmeza el haz de la linterna sobre la señal, confiando en realizar los pasos necesarios para convocar la presencia de los espíritus viales, y recitó en voz alta:

-“Cuidado con los trenes”……Claro que tengo cuidado, aunque ya no pasen por acá… “Pare”, estoy parada, “mire”, miro para un lado y para el otro, “y escuche”, a ver, qué se escucha……

La brisa susurró entre los árboles nuevamente, quizá remedando alguna misteriosa conversación, incomprensible para quien no supiera entender el idioma; y por un instante, más allá de los quejidos de algún cerdo trasnochado en los corrales, nada se escuchó. Laurita sintió que comenzaba a hacer frío, y se estremeció. Entonces, proveniente de territorios en extremo lejanos, creyó escuchar el agudo silbato de un tren.

Contuvo la respiración, temerosa de moverse, aunque un impulso la llevó a mirar en ambas direcciones otra vez. Sólo al reparar varias veces sobre uno de los extremos consiguió divisar, en los confines del horizonte, la débil luz amarillenta de un faro de locomotora.

Se le aceleró el corazón, y comenzó a reírse entre dientes, sin motivo, víctima de su propia travesura. El faro se acercaba muy velozmente, demasiado como para que aquella luz perteneciese a una locomotora real… Y de pronto, la brisa se transformó en un considerable ventarrón, que agitó las ramas con violencia, asustándola aún más. El viento le golpeó en la cara, despeinándola hacia atrás, obligándola a entrecerrar los ojos. Entonces, una negra e imponente locomotora, con el número 0410 inscripto en enormes caracteres blancos debajo de la ventanilla de la cabina, se le apareció delante suyo en todo su esplendor, con el ardiente vaho de su motor diesel quemándole la cara.

Laurita gritó, pero nada se oyó por encima del tronar del silbato y el chirriar de los frenos sobre unos rieles misteriosamente relucientes, extraídos de quién sabe qué otro ramal en servicio actual e ininterrumpido. El motor regulaba constante mientras la formación recorría los últimos metros hasta detenerse por completo. Y en ese último tramo de recorrido, Laurita contempló azorada el interior de los vagones.

Dentro, hombres y bestias se debatían en caótico desenfreno. Una luz espectral se derramaba sobre ellos, emergiendo sin piedad hacia aquella virgen enramada pampeana. Los caballos coceaban los asientos de madera que aún quedaban en pie, haciéndose lugar, girando sobre sí mismos, mientras los hombres, semidesnudos, con los brazos extendidos hacia delante y las caras aterradas, intentaban eludir esos briosos cuerpos, queriendo escapar de un destino prefijado de antemano. Relinchos y alaridos ensordecieron la noche, mientras una voz, amplificada por ominosos parlantes, ordenaba:

“¿Quiénes son tus compañeros, hijo de puta? ¡Hablá de una vez! ¿O querés que te hagamos un poco más de `submarino seco´? ¡Hablá!”

Un destello eléctrico. Olor a carne quemada. Y esos gritos…

La cabeza de un caballo, con los ojos desorbitados y mostrando los dientes, asomó por el hueco de la ventana faltante de la puerta más cercana a Laurita, quien temblaba como una hoja, a punto de orinarse encima, y sin dejar de iluminar con su linterna. El animal se debatía furioso, sin conseguir escapar del vagón, empujado por detrás por otro caballo, tan encabritado como él, y por algunos hombres, pálidos y barbados, algunos “tabicados” con sucios trapos, surgidos casi como de las imágenes en sepia de un sórdido campo de concentración. Entonces, aún sin comprender la totalidad de lo que ocurría delante de sus ojos, Laurita observó que el caballo se retiraba, y que los bordes de aquel hueco del ventanal comenzaban a derramar un líquido oscuro pero brillante: sangre.

Y antes de que ella respirase lo suficiente como para lanzar el alarido, la siguiente aparición la dejó sin aliento.

Forcejeaba con uno de aquellos hombres, intentando que volviera a meterse dentro del vagón. Pero su silueta era inconfundible. Y al reparar en su presencia, luego de dominar al pobre infeliz, la miró de frente, con expresión de reproche, y absoluta firmeza en la voz al exclamarle:

-“¿Qué estás haciendo acá vos???”

Y Laurita, antes de huir aterrada hacia la casa, estremecida por la inexplicable presencia de Augusto, su papá, a bordo de aquel funesto tren fantasma, chilló…

Cuarenta años después, un alarido similar brota de sus labios -dando comienzo a un cíclico insomnio que se prolongará durante semanas- al sentarse de golpe sobre su cama, respirando agitada, rodeada de silencio y de penumbras, mientras los fantasmas que acudieron aquella noche bajo la enramada, como mudos testigos de…
¿Un país que ya no existe?…, aún desfilan erráticos delante de sus ojos, inmensamente abiertos, aunque cargados de pesadilla…


*De Alberto Di Matteo. licaldima@yahoo.com.ar





***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.  MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO. ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

POLVAREDAS. 

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.  FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.  ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.  
GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY. ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.



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