PACIENTE
CERO*
La noche ha caído. Y no
hay nada que podamos hacer al respecto.
JAMES DICKEY - La violencia está en nosotros
NADA TE PREPARA
para esto. Ni la universidad ni una vida consagrada a la investigación. Encima
con este traje apenas si puedo moverme y siento que me ahogo. Quisiera sacarme
la escafandra. Quisiera irme. Estoy tiritando de miedo. ¿Por qué tengo que
atestiguar este apocalipsis sangriento? Estaba a salvo en mi laboratorio del
CDC en el estado de Georgia. Pero no tuve opción y aquí estoy con el resto de
los oficiales de las Naciones Unidas que fueron seleccionados para controlar la
propagación del virus y encontrar una vacuna. Si no procedemos con premura van
a arrasar todo con bombas termobáricas. El Batallón de Ingenieros Anfibios
clausuró los puentes sobre el río Salado y ya pusieron cargas para volar el
Puente Colgante y el Viaducto Oroño. También cerraron los caminos para el lado
de Recreo y Monte Vera.
Aunque hace
décadas que emigré, yo nací en esta ciudad. Soy uno de los virólogos más
importantes del mundo pero no puedo entender lo que sucede. Al principio
etiquetaron el brote como una epidemia de rabia furiosa. Los médicos estaban
desconcertados porque los síntomas no resultaban del todo consistentes. Las
primeras víctimas atendidas en el Hospital Cullen y el Iturraspe presentaban
cuadros de hidrofobia, fiebre y parestesia. Las tomografías confirmaban la
inflamación progresiva del cerebro y la médula espinal. Lo típico en estos
casos. Sin embargo, tras una aparente parálisis seguida de muerte, los
pacientes sobrevivían al paro cardiorrespiratorio y entraban en tal estado de
excitación motriz que no había restricción que los sujetara. Convertidos en
hordas furiosas se lanzaban a la calle y mordían con voracidad inaudita. El
virus había mutado y la expansión tornaba imperativo localizar el paciente
cero.
Sabíamos que el
origen de la plaga estaba en Barrio Candioti pero desandar el camino del
contagio fue arduo. Volver a las calles de mi infancia fue una mezcla de
alegría con estremecimiento. Allí estaban los paisajes de mi niñez pero
retorcidos por la muerte y la desolación. Los pocos sobrevivientes que
encontramos no querían hablar. Fuimos poco persuasivos o la seguridad de
nuestros trajes les engendró un resentimiento mortífero. No lo sé. Está todos
patas arriba. Hasta hubo algún conato de violencia. Los soldados no ahorraron
balas y liquidaron a los sediciosos. Hubo que acudir a la tortura. No me
felicito, pero el sacrificio de algunos será la salvación del resto.
Finalmente
pudimos recomponer el pavoroso rompecabezas y dimos con el desdichado: un niño
que corría y corría alrededor de la manzana. Su abuelo se sentaba con un sillón
en la puerta y le tomaba el tiempo. Dicen que el chico quería ser campeón
olímpico. Pero el sueño se malogró cuando al girar en la esquina de Chacabuco y
Necochea se chocó con un murciélago que, atontado, quedó aleteando frente a su
pecho hasta que recobró el brío y lo mordió en el cuello. En menos de tres
meses el inocente tuvo un final espantoso. Espero lograr que su muerte no haya
sido en vano y que a partir de su sangre logremos sintetizar la cura para esta
plaga.
Sin embargo,
cuando lo fuimos a buscar nos abandonó la esperanza, al comprobar que habían
incinerado el cuerpo en una de las tantas piras funerarias de la Plaza de las
Banderas. El tiempo se nos estaba agotando y estábamos otra vez en foja cero o
quizás no tanto porque descubrimos el posible nido.
Ahora estoy
dentro del campanario de Nuestra Señora de la Salette tratando de cazar al
vector. Son cientos, miles de murciélagos. Y están furiosos. Un par de
compañeros entraron en pánico y se sacaron la escafandra acosados por la horda
satánica. Los soldados los recibieron con el lanzallamas. No fue algo que
hubiera querido atestiguar. Pero la cosa se ha puesto extrema y todos están muy
nerviosos. Hasta donde estamos verificando, ninguno de estos bichos inmundos
tiene el virus. No queda nada por hacer salvo esperar la piedad del fuego que
bajará del cielo.
* © Pablo Martínez Burkett, 2017
-Pablo Martínez Burkett es autor de los libros Forjador de penumbras (Galmort, 2011), Los ojos de
la divinidad (Muerde Muertos, 2013), Mondo cane
(Muerde Muertos, 2016). Luz azuL (Otero
Ediciones, 2019).
Cultiva el
llamado fantástico rioplatense, con foco en el terror y la ciencia ficción
oscura. Escribe para revistas del país y el extranjero y ha participado en más
de diez antologías. Ha recibido premios en una docena de concursos literarios.
Algunas de sus narraciones han sido traducidas al inglés, francés, portugués,
italiano y rumano.
Mito*
Cuando estuve
realmente frente a las olas
tomé un caracol y lo
acerqué a mi oreja
para escuchar el
sonido del mar.
Angelita
y el Lobo*
-Obra de Teatro
de Patricia Suárez.
"Per vivere ci
vuole coraggio."
de Altri tempi,
Poesie del disamore
Cesare Pavese
Campo en la
pampa gringa, abril-octubre de 1912
Personajes. -
ANGELITA, 30
años.
CECÉ, el
marido. 45 años.
Escena 1.
Octubre de 1912
Pequeño interior
de una casa campesina.
Puerta
trancada, al lado de la puerta un ventanuco.
Tres golpes a
la puerta.
En su interior,
ANGELITA, sola, muy alterada.
ANGELITA. -La
mano, muéstreme la mano.
(Una mano
temblorosa, extraña, oscura, aparece en el ventanuco.
ANGELITA saca
de un pequeño aparador un frasquito de vidrio. Luego abre, temerosa. La luz de
la luna a través de la puerta es la única y tenue luz de la escena. CECÉ,
poseído de una rara dolencia, convertido en hombre lobo se tira sobre ella.
ANGELITA le
echa encima el agua del frasquito, pero él sigue furioso, la ataca. Ella corre,
busca un cuchillo y se lo clava a quemarropa, en cualquier parte.
El cae al
piso.)
CECÉ. -Me has
herido de muerte, de muerte, Angelita.
ANGELITA.
-Usted me obligó.
CECÉ. -No así,
no así. Usted lo quería.
ANGELITA.
-Basta, basta. Lo curaré, lo puedo curar.
CECÉ. -No. Ya
no se puede...
ANGELITA .
-¡Cecé, no me deje!
CECÉ. -¿Y por
qué lo hizo, Angelita? ¿Por qué?
ANGELITA. -Me
defendí, tenía pavura...
CECÉ. -¿Por qué
abrió la puerta? ¿Pavura? Usted tenía otro.
ANGELITA. -¡No,
no!
CECÉ. -Un
huelguista, seguro...
ANGELITA.
-¡Pero no!
(ANGELITA lo
examina, tiene la pechera de la camisa manchada de sangre.)
ANGELITA. -Ay,
marido. Ay, marido mío.
CECÉ. -Calle.
ANGELITA. -No se
muera.
Apagón.
Escena 2
Abril de 1912
En el mismo
interior, unos meses antes.
ANGELITA
vestida de novia, va quitándose el vestido. Es un vestido muy modesto, blanco,
a media pierna. Con un sombrerito.
ANGELITA. -Estoy
muy feliz ahora. Antes también... pero estaba muy nerviosa. Me daba miedo el
casamiento. Guarda, no se ofenda, Cecé. No es por usted. Me costó dejar mi
pueblo. Usted ahora se ríe. Mire qué lindo, mire qué fácil lo hace... Las
comadres lloraban todas en la iglesia. Me voy a sentir muy sola.
CECÉ. -En sulky
llega en un santiamén.
ANGELITA. -En
sulky, ¿pero cuándo? Acá va haber mucho trabajo.
CECÉ. -Sí.
(CECÉ se quitó
la chaqueta. ANGELITA está sentada en la silla, con el vestido de novia puesto,
muy nerviosa. Juega con el sombrerito.)
ANGELITA. -Lo
compré en Rosario.
CECÉ. -Me dijo.
ANGELITA. -Ah,
¿si? ¿Se lo había contado?
CECÉ. -Sí.
ANGELITA.
-Además estaba el asunto de los colonos, todos enojados. Cuando un colono se
enoja, es difícil llevarlo a la rastra a un casamiento. La tierra seca, seca...
Los propietarios que piden y piden... Los colonos se enojan con razón.
CECÉ. -Sí.
(Pausa tensa.)
ANGELITA.
-Dicen que van a entrar en huelga.
(Pausa.)
ANGELITA.
-¿Usted va a entrar en huelga también?
CECÉ. -Sí. No
pensé aun; pero sí.
ANGELITA. -Está
convencido.
CECÉ. -Sí.
ANGELITA.
-Claro. ¿Qué hará?
CECÉ. -No voy a
roturar. La tierra es pequeña, pero la arriendo. Yo también quiero que sea mía.
Honradamente, pero mía. Para usted y para mí.
ANGELITA. - ...
CECÉ. -Para los
hijos.
(Pausa.)
CECÉ. -Yo no
roturo más tierra ajena. De sol a sol, siempre atento al surco como si el surco
fuera la arruga de la preocupación en la frente de la tierra; y uno que se
marchita, se marchita... trabaja para los otros, los ricos, toda la jornada.
ANGELITA. -Sí.
CECÉ. -Sí.
ANGELITA. -Qué
destino.
CECÉ. -Sí.
ANGELITA. -Hace
calor.
CECÉ. -Abro la
ventana.
ANGELITA. -No.
Viene oscuridad de afuera.
CECÉ. -¿Qué?
ANGELITA. -No
hay luna.
CECÉ. -Ah.
ANGELITA. -A lo
mejor hay que resignarse.
CECÉ. -Dejo
entreabierto el postigo.
ANGELITA. -El
destino del pobre es triste.
CECÉ. -Hay
brisa. Hoy no está tan frío.
ANGELITA. -¿Qué
se puede hacer?
CECÉ. -Si tiene
frío, pongo el brasero.
ANGELITA. -Hace
calor. Pero ahora que lo dice tengo frío.
CECÉ. -¿Ha
visto?
ANGELITA. -Ir a
la huelga es lo que se puede hacer.
CECÉ. -¿Qué?
ANGELITA.
-Contra el destino, eso se puede hacer. - ir a la huelga.
CECÉ. -Ah, la
huelga. Sí. Dicen de venir de Bigand, de Bombal, de Carreras. Todos para
reunirse en un pueblo, en la Sociedad Italiana, en el Unione e Benevolenza, en
la Sociedad Libera Italia. - hacer una asamblea.
ANGELITA.
-Muchos colonos.
CECÉ. -Todos
italianos.
ANGELITA. -El
italiano nunca se deja llevar por delante.
CECÉ. -Todos
paisanos.
(Pausa tensa.)
CECÉ. -¿Tiene
frío?
ANGELITA. -¿Yo?
CECÉ. -Sí.
ANGELITA. -No.
CECÉ. -Este
abril es frío.
ANGELITA. -No
tengo frío.
(Pausa.)
CECÉ.
-Ángela...
ANGELITA
-Cuando me llama Ángela me corre un frío de hielo en los huesos. Encienda el
fuego.
CECÉ (lo hace).
-Tengo que decirle algo.
ANGELITA. -Así
está mejor.
CECÉ. -...un
secreto.
ANGELITA
(tensa). -¿Qué?
CECÉ. -Un
secreto.
ANGELITA.
-¿Ahora?
CECÉ. -Sí.
ANGELITA.
-¿Justo antes de la noche de bodas?
CECÉ. - Sí.
ANGELITA. - Ay,
no. CECÉ, CECÉ.
CECÉ. - Sí.
ANGELITA. -
¿Tanta necesidad tiene? ¿No puede esperar y me lo cuenta mañana?
CECÉ. - Es por
usted el apuro.
ANGELITA. -
¿Por mí?
CECÉ. - Sí.
ANGELITA. -
Está enfermo.
CECÉ. - Sí.
(Larga pausa.)
ANGELITA (con
desazón). -Está enfermo...
CECÉ. - Sí.
ANGELITA. -
¿Qué haremos?
CECÉ. - Es una
enfermedad un poco extraña.
ANGELITA. -
¿Qué?
CECÉ. -
Estrafalaria.
ANGELITA. - No
le entiendo.
CECÉ. - Lo que
le dije.
ANGELITA. - Se
la pasó una mujer. Lo contagió.
CECÉ. - No, no.
(Tratando de hacerlo fácil, sonriente). La luna fue.
ANGELITA. -
¿Quién?
CECÉ. - La
luna. La luna que está en medio del cielo.
ANGELITA. - ¿La
luna?
CECÉ. - Es una
maldición, sí.
ANGELITA. – No
le entiendo nada.
CECÉ. - De
niño. Mi madre me dejó a la luz de la luna, la noche entera. Yo era bambino de
teta. Ella bailaba, bailaba. Le gustaba mucho el baile, los hombres. Andar de
noche. La cintura de la Saracina, decían, es mejor conocida que la costa del
mare Mediterráneo. Sirena puerca, le decían, de pechos de oro, de piernas
viscosas. La Saracina, decían, para cuando uno está triste, está malo. - la
Saracina para la sonrisa, para el jolgorio: entre sus brazos se sueña un cuarto
de hora, y después todo es olvido. ¿Qué pide ella?, calculaban. Es como todas
las mujeres: no piden nada, piden muy poco, ser escuchadas. Unas castañas que
le llevas, un poco de pan, queso de cabra, ella es contenta. La escuchaban
cantar, yo también la escuchaba: me dormía ahí, al sereno... En el descampado,
con poco abrigo. Me enfermó el claro de luna. Una luna enfermiza, amarilla, se
me metió en el cuerpo, adentro de la sangre. Una maldición. Un mal de luna,
como otro tiene el mal de sombra o el sol lo enloquece si le pega mucho en el
seso. ¿Comprende? (Pausa.) Cuando la luna se llena, me viene una cosa... tengo
que salir.
(Larga pausa.)
CECÉ. - Me
vengo una fiera.
(Larga pausa.)
CECÉ. - No dice
nada.
ANGELITA
(distraída con la media). - Me está cachando.
CECÉ. - ¡No!
ANGELITA. - Me
hace una broma, juega conmigo.
CECÉ. - Pero
no.
ANGELITA. -
Ría, ría. No me importa.
CECÉ. - Le
aviso por qué tengo que salir cuando la luna está así.
ANGELITA. -
¿Por qué?
CECÉ. - Por la
enfermedad. Salgo al campo, corro por los caminos como un loco.
ANGELITA. - Me
lo dice tranquilo. No le creo.
CECÉ. - ¿Y qué
quiere que haga? ¿Qué le toque un violincito a la par?
ANGELITA. - No
le creo, Cecé.
CECÉ. - Creáme.
ANGELITA. - Se
ríe. Se burla de mí.
CECÉ. - No,
Angelita...
ANGELITA. -
¿Cómo quiere que le crea?
CECÉ. - Nunca
escuchó hablar de gentes así.
ANGELITA. -
Cuentos, historias de vieja.
CECÉ. - No son
cuentos.
ANGELITA. - ¿Y
me tenía que pasar a mí? ¿Por qué?
CECÉ. - Usted
quiso casarse conmigo.
ANGELITA
(ofendida). - ¿Yo? ¡Usted me persiguió para que le diera el sí!
CECÉ. - Claro que
sí, claro que yo le insistí. Era infeliz sin usted, Angela. Lo que digo es
que... es que...
ANGELITA. - No
me quiere. No me lo dice, pero no me quiere.
CECÉ
(desesperado de amor). – Angelita: usted me gusta mas que nada en el mundo.
ANGELITA. -
¿Por qué justo yo me iba a casar con un lobo, con un alunado? Eso no es justo;
no está bien. Yo soy una buena cristiana; tomo la comunión, confieso una vez
por mes... Apoyo lo de la huelga porque la huelga es cristiana. Aquí el colono
sufre, si no, no apoyo a los que se levantan...
CECÉ. - Más que
la sal me gusta; que la sal y el azúcar. Más que el vino rojo...
ANGELITA
(coqueta). - Mire las cosas que dice...
CECÉ. - Mucho,
mucho me gusta. Tiemblo cuando la veo...
ANGELITA. -
Loco. Pícaro.
CECÉ. - Pensé
cómo vivir con usted.
ANGELITA. - ...
CECÉ. - Espere,
espere. No se ofusque. Tres golpes a la puerta, así aviso que soy yo. Usted
ordena: ‘Marido, dame la mano’. Yo pongo la mano en el ventanuco.
ANGELITA (ríe).
- ¿Pero qué está hablando, Cecé?
CECÉ. - La mano
está peluda, no abre. La mano está lampiña, abre.
ANGELITA (como
si él hubiera hecho un chiste). - ¡Me casé con un lunático!
CECÉ. - Me
abre, la beso.
ANGELITA. -
Lunático.
CECÉ. - Sabe.
Sabe que la quiero.
ANGELITA. -
Béseme.
CECÉ. -¿Está
segura?
ANGELITA. -¿Por
un beso me va a comer?
CECÉ. - No
sé...
ANGELITA. -
¿Por uno solo?
CECÉ. - Yo...
ANGELITA. -
Atrévase, Cecé. Ahora soy su esposa, su bocado. Su mujer.
(CECÉ lleva a
ANGELITA fuera de escena.)
Apagón.
Escena 3
25 de junio de
1912
Mismo interior.
Noche.
CECÉ mira por
la ventana.
ANGELITA entra
del campo. Viste como campesina, con un pañuelo en la cabeza.
ANGELITA. -
¿Está acá?
(Silencio.)
ANGELITA. -¡Le
estoy hablando, Cecé!
(Silencio.)
ANGELITA. -
Míreme.
(CECÉ lo hace.)
ANGELITA. - ¡Me
da vergüenza! ¿Sabe de dónde vengo?
CECÉ. - Una
romería.
ANGELITA. -
¡Cobarde!
CECÉ. - ¿Qué?
ANGELITA. -
Vengo de lejos, de Alcorta mismo.
CECÉ. -¿Tan
lejos?
ANGELITA.
-Estaban todos los colonos. Mi hermano Giacomino, mi hermano Corrado, su mujer Sara
Longo. Mi padrino don Pablo Zampa.
CECÉ. - Una
reunión de familia.
ANGELITA. - ¡La
huelga, la huelga!
(Pausa;
decepción.)
ANGELITA. -
Pero usted no estaba.
CECÉ. - Le dije
que se esté en casa.
ANGELITA. - ¿En
casa? ¿Quieta?
CECÉ. - Le
dije, sí.
ANGELITA.
–Quieta quieta y sola sola.
CECÉ. - Soy su
marido.
ANGELITA
(sarcástica, herida). - ¿Marido? Él hace el lobo afuera!
CECÉ. - Estoy
enojado, Angela.
ANGELITA. - No
me importa niente de usted. ¿Qué hace? Guarda la luna.
CECÉ. - Tampoco
yo siembro. Mire el sembrado, vacío. El surco, dormido. Yo hago la huelga
también.
ANGELITA. -
¡Usted tenía que estar con los colonos en Alcorta, no aquí!
CECÉ. - Está
por salir la luna.
ANGELITA. -
Allá, conmigo.
CECÉ. - No
puedo ir a ninguna parte, cuando es así.
ANGELITA. -
¡Lobo, lobo! ¿De qué barco bajó usted? (Pausa breve, despectiva). Usted no vino
en el mismo barco que nosotros.
(Pausa.)
ANGELITA (más
calmada). -Estábamos todos. Mis hermanos, los Costanzo de Pergamino, todos, los
grandes, los bambinos, hasta el calavera de Giulio; doña Ebe Simioni y todos
los hijos, de Bigand. Saro Formiggini, de Bombal. Todos, estábamos todos los
gringos, como nos llaman. Los del Norte, los del Sur, hasta unos corsos había.
- la Italia entera. La Italia unida. (Pausa.) Pero usted no estaba.
CECÉ. - No.
ANGELITA. -
Usted no es huelguista.
CECÉ. - Angela
María Lagorio...
ANGELITA. -
Usted es millonario.
CECÉ. - No
puedo salir. ¡No entiende!
ANGELITA. - El
millonario miserable.
CECÉ. -¡Basta!
ANGELITA (exaltada).
-¡Cura! ¡Hasta había un cura! El párroco del pueblo. Netri, un abogado italiano
habló, declaró huelga por tiempo indeterminado. Los colonos opinaban, se
peleaban entre ellos. ¡Qué hermosos son mis paisanos! Se pidió rebaja general
de los arrendamientos y aparcerías; contratos por un plazo mínimo de cuatro
años; libertad de trillar y asegurar las sementeras. Entonces, en ese mismo
momento, doña María Bulzani, la esposa de don Francisco, se sacó el delantal de
un tirón y se puso a gritar: “¡Viva la huelga, viva la huelga!” Todos gritamos
con ella. “¡Viva la huelga! ¡Viva la huelga, doña María!” Agitaba el delantal
en el aire esta María de Alcorta. Me eché a llorar (llora de emoción un
instante; pausa. Fría.) Porque usted no estaba.
CECÉ. -
Angela...
ANGELITA.
-Giacomino me dice: “¿Tu marido?” “Ya viene, ya vendrá”, le digo. “Vos siempre
el mismo ansioso”. Pero usted, ¿dónde estaba? Agarró el caballo y enfiló al
monte.
CECÉ. -Estaba
acá.
ANGELITA. -
¿Qué hace en el monte? ¿Quién lo espera?
CECÉ. - Le dije
que sufro una maldición.
ANGELITA. -
Hace dos meses que parte al monte. Se va, yo espero. Imbécil de mí. ¿Qué cosa
hay en el monte que tanto lo entretiene? ¿Qué hace allá? ¿No come, no toma agua
limpia? ¿Come raíces, sauco, moras salvajes? ¿Qué hace?
CECÉ. - Camino,
corro como un loco.
ANGELITA. -
Pero por qué?
CECÉ. - Porque
una vez de bambino la luna me dio en el rostro...
ANGELITA. -
¡Otra vez no me lo cuente!
CECÉ. - La luna
me echó una maldición, una peste...
ANGELITA.
-¡Loco, loco!
CECÉ. - Pero,
¿qué hago? ¿Qué puedo hacer?
ANGELITA. - ¡El
asunto del lobo es la demostración de su locura completa!
CECÉ. - Quería
estar en la asamblea, junto a usted.
ANGELITA. -
Río, río. Mire cómo río.
CECÉ. - Verdad,
Angelita.
ANGELITA.
-Giacomino fue il primer redactor. Juan Costanzo, el segundo. Usted podría
haber sido el tercero.
CECÉ. - Angela,
si yo no sé leer ni escribir...
ANGELITA. -
Cierto...
(Pausa. )
ANGELITA. -
Antes de venir para acá, vi un doctor.
CECÉ. - ¿Un
doctor, un médico, dice?
ANGELITA. - Sí.
CECÉ. - Le
contó.
ANGELITA. - Sí.
CECÉ. - ¿Con
qué permiso?
ANGELITA. - Con
el de ser la esposa. Seducida y dejada en esta casa.
CECÉ. - ¿Qué
dijo el doctor?
ANGELITA. - Que
lo suyo es todo imaginario. ¿Entiende? Imaginaciones, fantasías de su mente.
CECÉ. - Eso no
es posible.
ANGELITA. - Ah,
usted va a saber más que el doctor.
CECÉ. - El
doctor ese no sabe nada.
ANGELITA. - Se
cura con agua fría. Baños de agua fría. A la noche, y a la mañana al alba. Sin
berrear, sin tanto espamento, se desnuda y se mete en la tina con agua fría.
CECÉ. - Pero
usted está loca. Me quiere matar de una neumonía.
ANGELITA. - Le
advierto, Cecé, que si quiere que yo siga siendo suya tiene que hacerlo.
CECÉ. - Me
amenaza, Angelita.
ANGELITA. -
Tómelo como quiera.
CECÉ. -¿Qué va
a hacer? ¿Se vuelve con los suyos? ¿Su familia sacradísima?
ANGELITA. -
Usted báñese. Qué le importa lo que yo haga.
CECÉ. - Tiene
otro. ¿Se ha innamorato de un huelguista? Un colono, un argentino, ¿quién es?
ANGELITA. - No
estoy enamorada de ninguno.
CECÉ. - No le
creo.
ANGELITA. -
Poco me importa lo que crea.
(Pausa.)
ANGELITA. -
Pero le aviso. De esa puerta camino al monte, usted no sale más.
CECÉ. - Tengo
que hacerlo.
ANGELITA. - Si
sale, vivo no vuelve.
CECÉ. - Si me
quedo, la mato. ¿Quiere que la mate?
(Pausa.)
CECÉ. - ¿Por
qué se casó conmigo?
(Pausa.)
CECÉ. -
Conteste. ¿Por qué?
(Pausa.)
CECÉ. - No
contesta porque está arrepentida. ¿Se arrepintió? Prefiere otro. Capaz se
hubiera quedado con el Fiorindo aquel que le hacía la corte. ¿Se cree que no lo
sabía? En el campo se sabe todo, y yo soy lobo. Vivo de sangre, de carne y
hasta de viento. Con usted como maíz, para darle el gusto. Pero el maíz me
repugna. En un pueblo las paredes oyen y las piedras ladran. A usted, Angela
Lagorio, le gusta un huelguista.
ANGELITA. - No.
CECÉ. -
Entonces conteste.
ANGELITA
(derrotada, triste). - Yo dije: es un hombre ya hecho, ni joven ni viejo. Yo
tampoco soy joven. Ha pasado la mitad de la vida. No tiene mujer, ni hijos. No es
viudo, no tiene el vicio de los prostíbulos. Tiene un patrimonio pequeño y
lucha para hacerlo más grande. El sol argentino me arruin.ó la piel, se me vino
oscura, se me manchó con pecas. Soy de trabajo, pero pobre. Usted me miró con
amor... una sola vez y me bastó para decidirme. ¿Qué mejor fortuna que este
hombre para mí? Con él podré formar una famiglia grande, feliz...
(Larga pausa.
Se miden las
fuerzas.)
CECÉ. - En
Sicilia me nació el mal. Iba en trance por el campo, aullando, gritando, a
veces andaba de lobo y otras de bambino. Por esos montes anduve mucho tiempo de
capitán de los lobos, hice estragos en las haciendas; creo que también en la
gente... Cuando estaba de hombre, hacía un fuego y los lobos se juntaban
alrededor mío; yo no los dejaba hacer daño a nadie... Una vez, vinieron unos
arrieros de Siracusa o de Agrigento, ya no recuerdo, traían su cargamento. Los
lobos se los quisieron comer, pero yo no los dejaba. Les dije: “Quietos, dejen
pasar”. Mucho tiempo anduve así, y ninguno me levantó el hechizo. Me gustaba
comer harina en un molino; pero una vez el patrón del molino estaba dentro, yo
quise meterme por debajo de la puerta, como siempre, y al meter una pata, el
molinero me vio y con una navaja me la quiso cortar. Si me hacía sangre, me levantaba
el hechizo. Pero no lo hizo. Lo escuché decir: ¡El hijo maldito de la Saracina!
Me pegó con un palo en la pata y salí corriendo. Durante un buen tiempo no pude
mover la mano finistra. Conozco muchos pueblos de la Sicilia, porque por todos
estuve haciendo estragos. Los segadores sicilianos todavía hablan de mí. Les
hice daño, pero por ninguno tuve tanta pena como por un bambino que me comí y
mientras lo despedazaba, él me miraba a la cara riéndose.
(ANGELITA se
persigna.)
CECÉ. - El me
mismo párroco que metió a mis hermanos al hospicio, a mí me metió al barco. En
la Argentina no hay lobos, dijo. Lo que no mata, hijo mío, fortalece.
(Pausa
incómoda.)
CECÉ. - Hágame
sangre, Angelita.
ANGELITA. -
¿Qué?
CECÉ. - Curéme.
ANGELITA. - No
puedo.
CECÉ. - Se lo
suplico.
ANGELITA. - No.
CECÉ. - No me
quiere.
ANGELITA. - No
voy a herirlo.
CECÉ. - Tiene
otro.
ANGELITA. - No!
CECÉ. - Hágalo
entonces. Yo afilo el cuchillo, le doy el cuchillo. Se lo pongo en la mano, y
usted me espera.
ANGELITA. - ¡Yo
no soy una bruja para hacer o deshacer hechizos!
CECÉ. - Usted
es una bruja.
(Pausa
hiriente.)
CECÉ. - La ví
besándose con uno, entre los acebos.
ANGELITA. -
¡Miente!
CECÉ. - ¡La vi!
ANGELITA. -
¡Miente!
CECÉ. - Estaba
ahí, contra un árbol. Estaba oscuro, pero yo lo veo todo. Cuando usted duerme
en la noche, yo estoy despierto y vigilo. Cuento las veces de su respiración,
la cantidad de vueltas que da en la cama. Se revuelca misteriosa. Doce, quince
veces. Trato de meterme en sus sueños; casi nunca lo logro porque usted es
traidora.
ANGELITA. -
Usted es un monstruo, don Cesare.
CECÉ. - ¡No!
Usted lo es. Malafémmena! Una loba tiene más vergüenza que usted. Le pone un
velo a su sueño cuando duerme; un velo negro, de viuda. Quiere ser viuda
pronto, pronto. Me quiere con los huelguistas; se hace la heroína delante de
mí; me quiere peleando contra los policías, los rompehuelgas, los matones a
sueldo: cuerpo con cuerpo para que uno de ellos tenga la suerte de darme un
mazazo y me deje inválido o medio muerto. Me desea el mal. Me odia.
ANGELITA. - No
es cierto! ¿De dónde saca esas cosas?
CECÉ. - Chito,
Angela. No puede adelanterseme; yo la veo; vislumbro su andar en la tiniebla.
La veo, la adivino. La huelo. Mis ojos brillan en la oscuridad, porque soy un lobo.
¿Lo notó? ¿Lo notó o no lo notó? (Miedo de ANGELITA, él la lleva hacia lo
oscuro y la hace mirarlo.) Brillan, esplenden. ¿Sí o no?
ANGELITA
(miedosa). - Sí.
CECÉ. - El la
besaba, la tocaba en los pechos...
ANGELITA. - No
es cierto. ¡Está inventando!
CECÉ. - tenía
un sombrero de paja. Era un poco calvo.
ANGELITA
(sulfurada). - Es todo mentira, es todo un invento.
CECÉ. - Era
alto, alto, sí. Tenía olor a espiga de trigo, a caldo de gallina.
ANGELITA. -
Quiere sacarme la verdad con una mentira. Yo no tengo ningún amante.
CECÉ. - Usted
le había preparado el caldo la noche anterior. ¿Verdad? Yo no estaba la noche
anterior.
ANGELITA. -
Estaba en el monte.
CECÉ. - Sí.
Hacía el lobo, como dice usted.
ANGELITA. -
¿Qué tiene escondido allá? ¿Una india, una pastora?
CECÉ. - No
tengo a nadie. Ni palacio, ni reina.
(Pausa.)
CECÉ. - Cree
que es fácile ser lobo. Cree que me gusta ser así.
ANGELITA. - ...
CECÉ. - Para
vivir como yo, hace falta mucho coraje.
ANGELITA. -
¿Coraje? ¿Dice coraje? ¿usted? Coraje se necesita para vivir aquí. Para estarse
en el campo sin lavorar, haciendo la huelga, esperando por un futuro mejor.
¡Eso es coraje!
CECÉ. - ¡Futuro
mejor!
ANGELITA. -
¡Para ir a la huelga en este país hay que tener coraje! Vinimos a esta tierra
para vivir en paz, nos hemos ganado el pan con honestidad, con trabajo...
¡Dejamos la Italia para ser felices aquí! ¡Para estar contentos...!
CECÉ. -...con
la panza llena.
ANGELITA. -
Cállese. Habla porque tiene lengua, Cecé. Coraje, dice, y mira la luna. Pero a
Alcorta no vino.
CECÉ. - En
Alcorta estaba su amante.
ANGELITA. -
Mentiroso, embustero.
CECÉ. - Lo sé
todo. Lo huelo. Tengo el mal de luna.
ANGELITA. - El
mal de la fantasía, tiene. El mal de los celos.
CECÉ. - No.
Estoy en todas partes, como el aire.
ANGELITA. -
Dios castiga al perverso.
CECÉ. -
Entonces, tema a Dios.
ANGELITA. -
¿Qué quiere?
CECÉ. - Nada.
ANGELITA. -
¿Per qué se casó conmigo, eh? Tenía atrás a esa María Crespiña, que es maestra de
escuela. La rubia grandote, pechugona... Por qué no cortejó a María Crespiña y
se casó con ella? Le iba a ella con el cuento del lobo? Por qué a mí?
CECÉ. - No lo
sé.
ANGELITA. -
¿Qué mal le he hecho yo?
CECÉ. -...
ANGELITA. -
Dìgame.
CECÉ. - Nada.
ANGELITA. -
Pero, ¿usted me quiere a mí?
CECÉ. - ¿Y
usted? Mala mujer, desvergonzada, ¿usted?
ANGELITA. - Sí.
CECÉ. -
Entonces corte la carne un cuchillo. Hasta que sangre.
ANGELITA. -
¡Cecé, Cecé, marido! ¿Por qué me hace esto, este martirio?
CECÉ (feroz). -
¡No quiero más ser lobo!
(Larga pausa.)
CECÉ
(extremadamente suave, dolorido). - Quiero ser un hombre como los demás. Para
quererla como lo haría un hombre cualquiera, otro, un buen cristiano. Como
usted se merece. Mire (le besa las manos, suplicante), le beso las manos.
Ayudéme; seré su perro. Mire, mire, apiádese. Le beso las manos.
ANGELITA. -
Cesare, mi Cesare...
Apagón.
Escena 4
Octubre de
1912. Momentos antes de la escena 1.
Pequeño
interior de una casa campesina.
Puerta trancada,
al lado de la puerta un ventanuco.
En su interior,
ANGELITA, ensimismada canta.
ANGELITA . -
Voy distraídamente
abandonado,
los ojos debajo del
sombrero escondidos,
las manos en los
bolsillos, el cuello levantado,
voy mirando las
estrellas que ya salieron.
Y la luna roja me
habla de ti
Y yo le pregunto si me
esperas...
Y me responde
"¿Qué quieres saber?
Acá no hay
nadie."
Yo digo tu nombre para
verte
Pero toda la gente que
habla de ti
Responde "Es
tarde, qué quieres saber?
Acá no hay
nadie."
Luna roja, quién me
será sincera?
Luna roja
Se fue la otra noche
Sin verme.
Yo digo: Todavía me
espera
Asomada al balcón esta
noche a las tres
Y ruega a los santos
para verme...
Pero no está nadie.
CECÉ. -
¡Abrame!
(Pausa.)
CECÉ. - ¡Angela,
ábrame! ¡Tres noches hace que vengo y no me abre!
(Pausa.)
CECÉ. - ¡No
está! Dejó el candil prendido, pero se fue. ¡Angela!
ANGELITA. -
Estoy.
CECÉ. - Abrame,
abrame ya mismo. Le ordeno.
ANGELITA. -
Usted a mí no me dá órdenes.
CECÉ. - Pero,
¿qué dice?
ANGELITA. - Yo
estoy donde debo estar.
CECÉ. - ¡Se fue
con otro!
ANGELITA. -
Imbécil. Estaba en la huelga.
CECÉ
(aporreando la puerta). - Abra, abra. ¡Estaba con el huelguista!
ANGELITA.
-Estaba con los míos. Vivando, cantando. Triunfó la revolución.
CECÉ. -...
ANGELITA. - ¿Me
oyó? ¡Triunfó la revolución!
(Larga pausa.)
CECÉ. - Cuánto
durará ese triunfo, eh.
ANGELITA. -
Usted es un mal paisano.
CECÉ. - Este es
el país donde las bondades no duran. Hoy crean la Federación Agraria, usted
festeja, baila en redondo como una estúpida. Pero mañana la misma Federación
Agraria la mastica y la traga.
ANGELITA. -
Tiene las entrañas rotas.
CECÉ. - O los
escupe. Todos deportados a la Italia. Fuera, fuera.
ANGELITA. - ...
CECÉ. - Abráme.
ANGELITA. -
¿Para qué?
CECÉ. - Me lo
prometió.
ANGELITA. - No
le abro.
CECÉ. -
¡Prometió que me ayudará a quitarme la maldición!
ANGELITA. - ...
CECÉ. - Abrame.
ANGELITA. -
¡No, estoy estufada con eso!
CECÉ. - Levante
el hechizo.
ANGELITA. - Usted
no tiene ningún hechizo: usted lo que tiene es maldad, envidia...
CECÉ. – No es
cierto.
ANGELITA. -
Váyase a correr por el monte y déjeme tranquila.
CECÉ
(suplicante). - Abrame, Angelita...
ANGELITA. - No.
CECÉ. - Hice
algo muy malo allá, en el bosque.
(Pausa.)
CECÉ. - Maté a
un hombre. Uno alto, alto. Calvo, que se cubría la cabeza con un sombrero de
paja...
ANGELITA. -
Miente para hacerme sufrir. Ese hombre no existe.
CECÉ. - Lo tomé
de sorpresa. Lanzó una risa silenciosa: yo la escuché. Se llevó la mano al
cinto... No le di tiempo.
ANGELITA. -
Asesino.
CECÉ. - Por él
siente pena. Por mí no siente nada.
ANGELITA. -
Cállese.
CECÉ. - Abrame.
Me tiene pavura.
ANGELITA. - No.
CECÉ. - No lo
maté.
ANGELITA. - Lo
mató, no lo mató. ¿A quién atacó, Cecé?
CECÉ. - Lo até
a un arbolito al amante suyo.
ANGELITA. -
¿Quién es? Es Fiorindo, el aparcero? ¿A quién atacó? ¿Es don Laureano, don
Cicogna? ¿El dueño del almacén, el gallego de Totoras que sabe estar de paso?
¿El comisionista, don Mendo? Ese sí se merece que lo maten... Ay, Cecé, ¿qué
hizo, qué hizo?
CECÉ. - Con
nudo de marinero.
ANGELITA. -
Está mintiendo.
CECÉ. - No.
Abrame y le digo dónde lo dejé.
ANGELITA. - No.
Déme el nombre de él.
CECÉ. - Usted
lo sabe mejor que yo. No voy a hacerle daño, Angelita.
ANGELITA. - No
voy a abrirle.
CECÉ. - Ayudeme
con el hechizo. Después la dejo libre. Por favor.
ANGELITA. -Uno
y cientomil de favores le hice. Quiere que me doblegue, que incline la cerviz
ante usted. Lo tengo estudiado. Primero, me confunde. Después me aturde, y a la
final me aplasta. Tiene el corazón frío, frío, un cuore de lagartija.
CECÉ. - Uno. El
último favor.
(Tres golpes a
la puerta.)
ANGELITA. -
Ponga la mano.
(No sucede
nada.)
ANGELITA
(recita con aire falso). - Marido, si es usted: muéstreme la mano.
CECÉ. - ...
ANGELITA. - La
mano, muéstreme la mano.
(Una mano
temblorosa, extraña, oscura, aparece en el ventanuco.
ANGELITA saca
de un pequeño aparador un frasquito de vidrio. Luego abre, temerosa. La luz de
la luna a través de la puerta es la única y tenue luz de la escena. CECé,
poseído de una rara dolencia, convertido en hombre lobo se tira sobre ella.
ANGELITA le
echa encima el agua del frasquito, pero él sigue furioso, la ataca. Ella corre,
busca un cuchillo y se lo clava a quemarropa, en cualquier parte.
El cae al
piso.)
CECÉ. - Me has
herido de muerte, de muerte, Angelita.
ANGELITA. -
Usted me obligó.
CECÉ. - No así,
no así. Usted lo quería.
ANGELITA. -
Basta, basta. Lo curaré, lo puedo curar.
CECÉ. - No. Ya
no se puede...
ANGELITA. -
¡Cecé, no me deje!
CECÉ. - ¿Y por
qué lo hizo, Angelita? ¿Por qué?
ANGELITA. - Me
defendí, tenía pavura...
CECÉ. - ¿Por
qué abrió la puerta? ¿Pavura? Usted tenía al otro.
ANGELITA. -
¡No, no!
CECÉ. - Un
huelguista, seguro...
ANGELITA. -
¡Pero no!
(ANGELITA lo
examina, tiene la pechera de la camisa manchada de sangre.)
ANGELITA. - Ay,
marido. Ay, marido mío.
CECÉ. - Calle.
ANGELITA. - No
se muera.
CECÉ. - Calle.
ANGELITA. - Me
deja sola.
CECÉ. -...
ANGELITA. - Me
hizo asesina... Pero qué infelice, qué estúpida...
Apagón.
*PATRICIA SUAREZ. Nació
en Rosario en 1969. Es dramaturga y narradora. Así como escritora de libros
para niños.
Como dramaturga
escribió la trilogía Las polacas.
Recibió el premio Scrtittura de la Differenza por su obra Edgardo practica,
Cósima hace magia en Nápoles, Italia, en 2005 y ese mismo año recibió el 2do
premio del 6to Concurso de obras inéditas del INT por El tapadito,
montada en 2006 por Hugo Urquijo y y nominada a Mejor Obra Argentina por los
Premio Ace. Obras suyas fueron representadas en el extranjero como La rosa Mística en el Proyecto Padre, del Teatro San Martín
de Caracas, de la mano de Gustavo Ott (2009), Disparos por
Amor dirigida por Jorge Cassino en Madrid (2010) y La engañifa, espectáculo de Marta Monzón basado en en Las Polacas,
en La Paz, Bolivia, en 2011; también en 2011 la puesta de la obra para niños Aventuras de Don Quijote dirigida por Hugo Medrano en el
Gala Theatre de Washington DC y en 2014 en Teatro Mirador de Madrid, RUDOLF,
dirigida por Cristina Rota; las lecturas de las obras: Herr Klement en la Radio
Polaca Nacional (2010), La chica serbia (2011), Chiclana, Cádiz; Casamentera
(2012) en la State University de Ohio; Rudolf (2012) Madrid, España y La huelga
de las escobas (2012) en co-autoría con M. Ogando y R. Aramburu, en el Teatro
Stabile di Genova . En 2011 recibió el I Premio Latinoamericano Argentores por
su obra Natalina. Fue coordinadora en el Teatro Nacional
Cervantes junto a Adriana Tursi el Ciclo de Teatro Semimontado AUTORAS
ARGENTINAS. El musical Las Polacas fue
puesto en escena en el Galatheatre de Washington DC en 2015, los mismo que Las nuevas aventuras de Don Quijote, bajo la dirección de
Hugo Medrano. Ese mismo año se estrenaron las obras Solamente
una vez dirigida por Carlos Cordera en La Paz, Bolivia y El puerto de los cristales rotos en el Teatro Avante de
Miami, dirigida por Mario Ernesto Sánchez. Recibió durante tres años
consecutivos el Premio Estrella de Mar de Mar del Plata en 2014 como autora de El corazón del incauto, en 2015 por Maldad y en 2016 la obra
Natalina fue premiada como mejor drama.
La obra La Virgen del Colibrí recibió en 2015 el
Premio Anual de la Legislatura de Buenos Aires.
En 2016 su obra Shylock fue el
2do premio de I Premio Pop Drama de Caja Granada, la cual está siendo traducida
al inglés. Durante 2017 la obra Benilde recibió
el premio Estrella de Mar a mejor producción, y fueron puestas en escena las
obras El juicio de Rica por Claudio Aprile, Carmencita por Mariano Dossena y Querido San
Antonio por Marcela Walter Sallas es Houston, Texas. Solamente una vez en el teatro Regina de Buenos Aires en
2018.
*
Que la última hormiga
del planeta transporte la última hoja
hasta llegar al último
montículo de tierra
nosotros
antes de la implosión
uterinos seres del
planeta tierra
blastocitos y después
de la belleza del
cuerpo
camino de animales
astronómicos
una constelación
y vos
parado en el último
planeta
a punto de saltar
hacia otra galaxia
y yo orbitando
por el universo oscuro
hasta alcanzar
pupilas de animal
diminuto
profundidad de ojos
libélula
vos
que ves mi mirada
impregnada de luces de noche
y el pelo desastre
feliz
por mi modo de caminar
y de hablar
de reír y de hacerlo
juntos
me ves increíble decís
pero yo me siento
caracol deshabitada
sin lugar entre los
animales del camino astronómico
que tengo que abrir la
cajita de insectos encantadores
para recordar
recordarme
los filamentos
plateados
la iridiscencia de
pelitos
caricias en la cara
alas rozándome los
hombros
ojito insecto
mirándome de frente.
Avanza
mi eclipse
siento que sos
mi sueño
libélula azul
arco del sol
movimiento aparente de
estrella
y yo quieta.
Quizá pueda
recobrar la noche
lo que es de la noche
qué será de mí cuando
el sol haya finalizado
su arco
mañana
por dónde saldrá
y otro intento
de ser yo quien
salga a volar
pienso entonces
en el planeta errante
habitado por mis días
y un final
de tarde con marea
viva
arrancándome los
sueños de agua con agua
y yo recostada en la
arena
y las alas chiquitas
mojadas
al aire.
- Lorena nació en 1975 en la Ciudad de Buenos Aires, es
Licenciada en Ciencias de la Comunicación y Psicóloga Social.
En 2016 publicó
Intemperie, su primer libro de poemas,
por Viajera Editorial. Participó en 2015 con su relato “Desde el
Mandarino” de la Antología Tetas. Historias de Pecho, por Textos
Intrusos. Hace varios años es convocada para leer en la Feria del Libro, en
ciclos de poesía, programas de radio y eventos artísticos. El 11 de agosto de
2018 publicó Mis Vendavales, su primer libro
infantil por la editorial Peces de Ciudad. Con Mis
Vendavales viajó a España y presentó el libro en diversos espacios
como bibliotecas, radios y librerías, alcanzando a un gran público infantil.
Hoy, se encuentra escribiendo un libro de ficción para adultos y dictando un
taller sobre “Las emociones en la palabra escrita”.
Inventren
ESTACIÓN
MELANCOLÍA*
El tren del amor
pasó a las seis de la
mañana/
Heme ahora aquí
con un boleto de
abordaje
sin saber adónde ir/
*De Daniel Montoly.
JUAN TRONCONI.
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Provincial:
CARLOS BEGUERIE. FUNKE. LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA. D. SÁEZ. J. R. MORENO. EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA. ARANA. GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.
***
En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Midland:
ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO. LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO. ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS. MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM 12.
LA SALADA. INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
-Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@
Blog: http://inventivasocial.blogspot.com/
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