martes, abril 21, 2020

COPOS DE LA ESENCIA...


*Otoño en Epuyén. Foto de Liliana Sbocci.















ÁRBOL DE LA NOCHE*



Soncco del árbol bello
no sabe que es azul

tampoco sabía yo
que mi corazón es
un poblado de luciérnagas.



*De Beatriz Vallejos.
(De Sereno 1988)

-Soncco es corazón en Quechua.

-Fuente: Cuadernos y Palabras nº 33. Antología de 7 poetas santafesinos.















*



Este sol de marzo, de medio mes en avance, me pone una y otra vez frente a la ventana de la cocina. La mezcla de los colores afuera y de los olores adentro hacen una síntesis curiosa. Afuera, el juego de los zorzales entre las hojas secas es para sentarse y mirar. Ni un esfuerzo hay que hacer. Solo mirar. Adentro, las hornallas se dan maña para reinventar el fuego de la cocina a leña. No, no es lo mismo. Pero es fuego. Y cocina el dulce, hierve las verduras, y dora el pan. No, no sé si uno prefiere las cosas por lo que ellas son, o por lo que evocan. De todas maneras, éste es el otoño de estos zorzales y éste es el pan caliente con este dulce de fruto de verdulería. Porque hay otro dulce, ése que la mano junta ávida antes que los pájaros y los pobladores vayan a lo mismo. Ese dulce queda lejos. Pero hay otro y huele a tutifruti, que es un gusto muy bonaerense.
Hablaba de evocaciones. Son inevitables. Lindas por el despliegue. Porque un buen recuerdo más un buen presente hacen que la mirada se salga de los ojos.
No, pero no se sale. Mira por la ventana el sol de marzo.
Hacia fuera, un fondo apropiado. Hacia adentro el recuerdo de aquella señora de nombre tan lindo que vendía verdura- de su quinta- en el Lago Futalaufquen. No, no recuerdo el nombre. Era lindo y raro. Yo era recién llegada y adicta a la verdura. ¿Verdulerías? A 65 km más o menos. Así que fue todo un suceso conocer a esa mujer. Había que meterse por un sendero, cruzar un puentecito, alzar una pierna y la otra para cruzar el alambre y ahí en el medio de los maitenes estaba su casa. Su casa, su huerta, sus animales, sus costumbres. Iba a verla seguido y ella me enseñaba cosas. Y yo preguntaba. Y cuando volvía a casa me ponía a practicar. Ella me mostró el sauco -y será por eso que me gusta tanto- y me enseñó a hacer el dulce. No conozco otro mejor que el hacen mis manos. Heredé su fórmula.
La última vez que nos vimos -fue breve el tiempo de disfrutarla- fue en semana santa. Yo le llevé una rosca de Pascua- de las de Petrona- y ella me dio un frasco de cerezas al natural que había hecho y sellado con la tapadora. En su vida ella había visto una rosca así- no es común en esos pagos- y yo nunca había visto cerezas "corazón de paloma" tan enormes.
Por esos días ella falleció sin probar y dar el visto bueno al dulce de mosqueta. No sé cuánto la extrañé. Siempre me vuelve en el sauco. Ah! Tengo uno en la heladera que me trajo el fotógrafo de Atlántida cuando fue al sur. Me dijo "que frutos no había visto pero que me traía el dulce". No era todavía la época. Se me ocurre que ya empezarán a madurar en estos días. Con el sol de marzo, de medio mes en avance. Lejos. Sin verdulería. Sin benteveos ni tutifruti.
Y la tarde dura poco. Se cierra cuando viene la noche. ¿El tutifruti? Ése es made in casa de inmigrantes. Un reciclado de mi abuela italiana. Y sí, no tiene el señorío de lo silvestre pero entretiene, y es gustoso, en este barrio... con tantas verdulerías.




*De Graciela Vega.
-De “Relatos de otoño”, 2005.



-Graciela Vega por sí misma: Soy Directora de Bibliotecas en el Municipio de Almirante Brown, Buenos Aires, Argentina.
-Investigo, dicto talleres y escribo sobre la Estimulación Perinatal de la Lectura.
-Fui Redactora Especial de la revista Billiken y Jefa Editora de Primer Ciclo en Macmillan, Puerto de Palos. Trabajé como editora externa para El Barco de Vapor y como editora de Material didáctico de Ciencias para Estación Mandioca. Edité libros de Segundo Ciclo en Editorial SM.
-Coordiné el Programa de Lectura de Libros y Casas de Cultura de la Nación y desde allí fomenté la Promoción Lectora en Familia.
-Viajé en Bibliomóvil animando la lectura en lugares no convencionales: cárceles, hogares, hospitales, entre otros.
-Escribí para niños y para adultos (manuales, novelas, cuentos, poesías y ensayos).

-Mis últimas publicaciones: Antiguas (poemas) y La historia de Zelmira (cuentos para niños).













Un fruto como la magdalena*


A Miguel Vedda



Tomé un fruto,
padre,
lo acerqué a mi boca
y tu memoria se acuñó
en mi memoria.

Tomé un fruto,
padre,
y su dulzor
me llevó a tu infancia.

Ahí,
en tu casa,
me senté a la mesa junto a tus hermanos,
probé el alimento de tu madre muerta,
y volví para ser tu hija.



*De Paula Novoa. novoapaula8@gmail.com














*


No es la derrota,
no.
Es entregarse
frágil
y transparente
cada día.
Nacer para morir.
Y mientras tanto existir,
eso tan leve.


*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com


- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera  (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador  (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.




















LEJOS*



*Por Jorge Isaías. . jisaias4646@gmail.com



El hombre se pregunta si todo aquello que le sale al paso con fuerza de "realidad" pertenece realmente a la memoria.
A veces duda. "No será una construcción de su propia obsesión". No pudiendo creerse como veraz aquellos cielos altos de antaño, aquellos pájaros que empecinadamente perforan el cielo improbable de entonces.
Están adecuadamente previstos por las trampas de la memoria aquellos días que tornaban los soles degollados, que nunca tenían un final preciso y menos aún cuando ese sol que reptaba tras de las últimas casas del pueblo se trocaban en largos temporales de invierno con viento y lluvia; lluvia y viento, con posterior concierto de sapos que desafinaban dando pábulo al temor infantil y a la sonrisa atemperada y comprensiva de los adultos.
Quiero decir, aquellos días -aquellos atardeceres no tenían sorpresas aunque cambiaran abruptamente, esas variaciones no eran tantas, si uno no tenía en cuenta los matices.
Y ahí está la madre del borrego, como decía en aquellos tiempos mi amigo Adolfo Bonomi, más conocido por el "Negro" Bonomi. Los matices, que de ello se trata.
Porque el matiz es el que hace visible e interesante la vida y dentro de ella la literatura, que debe agregar al matiz: el tono y la autenticidad, más aún, cierta nota de pulsión, aquella que nos diferencia de los animales.

También está el matiz en ese paisaje que nos estremece siempre. Cielos altos y soles reptando detrás de aquellos pinos que lloran bajo el viento del sur.
¿Y qué pasaba por nosotros entonces, cuando el galope de un caballo horadaba con sus cascos nerviosos esa negrura, ese silencio, esos pastos que bañaba el rocío? ¿Qué singular emoción nos embargaba entonces, cuando ese ruido pasaba y nosotros estábamos en el lecho tibio del invierno inclemente y quedaba como un eco, que al otro día creíamos un sueño?
Se acabaron las luces mortecinas que la noche escondía. Hay en esas habitaciones que el progreso arrasó en su desidia y hoy nadie queda y alrededor sólo existen sembrados verdosos sin una flor siquiera para que una mariposa se columpie o una abeja vaya a buscar su alimento.
Y sin embargo, de vez en cuando, es ese galope que vuelve, obstinado, del fondo crucial y perdido de todos los tiempos, que vuelve, una y otra vez.
O es la noche en que la llovizna nos sigue mojando a través de los tiempos, donde también hay otro galope que perfora -un poco menos claro que el otro el sin fin lujurioso de la memoria que persigue sin piedad nuestros pasos.
O está ese silencio que es más grande que todos los ruidos, impotente ante la noche que se viene con su tropilla de yeguas oscuras, con la cegadora guadaña de la luna de marzo, está la noche que es la madre de todas las noches.
La madre íntima, la madre universal y perfecta.

Y en esa noche que un poncho de llovizna finísima cubre, esa noche, repito, cuando el silencio es más que la noche, tenemos en pleno, suave e impasible sueño en que estamos inmersos, arrebujados bajo frazadas maternales, ese ruido, ese ruido que nos viene del fondo central de los tiempos: el traqueteo primero, leve pero inconfundible del tren que está entrando al pueblo y que lo habrá de atravesar impertérrito como un dios indiferente y oscuro.

Y cuando ya uno cree que pasó es que sólo está empezando a pasar. Uno lo infiere por ese largo, ronco e interminable pito que arrasa el temblor sinuoso de todos los sueños. Como si una montaña de algodones blanquísimos nos protegiera del ruido, uno se da vueltas en la cama, al resguardo de la lluvia que el viento arremolina, sacude, tira sobre los techos las hojas de los árboles que el otoño sembró y que gracias al viento se deposita en los techos, junto a esos diarios amarillentos que en las alcantarillas dormían el sueño de los justos.

Tenemos otoño, tren y llovizna, y un sueño tan profundo y tan placentero que no podemos dejar de sonreír al recordar aquellos tiempos de una paz lejana e infinita.
Cuando el alba regrese, cuando surja con su túnica que transparenta fulgores estaremos con los ojos abiertos, como dos platos de lluvia esperando las luces sonoras del día. Y entonces sí, nos quedará en las pupilas un esplendor de luces de urdidos dolores que trataremos de sortear, un poco indemnes, un poco indefensos, un poco felices también que otra vez estemos en el centro del día disfrutando a pleno el aire del campo a todo pulmón.
Cuando escribo sobre amaneceres, crepúsculos, trenes que horadan la noche y también horadan el sueño, no puedo dejar de pensar en mi pueblo, en aquel pueblo que no existe. Quedó sepultado bajo el pavimento y a la sombra de los arbolitos raquíticos. El pueblo de altos plátanos sombreados quedó muerto para siempre, feliz e imbatible sólo en mi poca concesiva memoria.
Por las vías no pasan sino esporádicos trenes de carga, agusanados y lentos.
Ya casi no me quedan amigos, y hasta los pájaros casi son un recuerdo.
Tampoco queda el amor de mi madre que todo miraba con ojos tiernos y oscuros.
Sólo queda este cielo infinito sobre una planicie unánime y verde como no registra mi obsesivo recuerdo.


-Otoño, 2009.










*



La luna se ofrece generosa.
Con esa luz difícil de explicar.

Los árboles sueñan en verde.
Es la noche un estreno,
un cofre de seda para guardar
miradas rotas, desencuentros, ausencias...

No irán lejos -sólo las guardamos- son nuestras.

Hay que quedarse inmóvil un momento

se siente la presencia
de la Presencia.
La soledad de pronto
puede llenarse con el universo entero.



*De Miryam Colombotto Seia. miryamseia@cablenet.com.ar













LAS QUE ENTORNAN EL DESEO*



Pasto pequeño, con su placenta de
hojas de bosque
dejan marcas como un terciopelo
cortado en finas hebras,
se vuelcan, se enredan
se abren a las pieles,
Pasean por animales felinos ásperos - y-
dulces.
Un revuelo de pestañas para el mercado de
flores, otro para la mesa servida por Babette.
Caminan por túneles
organismo vivo de las palabras

nos
salvan

de la mirada desnuda.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar

















LA LLEGADA DE LA LUZ*



Incluso así de tarde sucede:
la llegada del amor, la llegada de la luz.
Te despiertas y las velas se encienden,
Las estrellas congregadas, los sueños se derraman en tu almohada
y sueltan ramilletes cálidos de aire.
Incluso así de tarde los huesos del cuerpo refulgen
Y el polvo de mañana brilla convertido en aliento.


*De Mark Strand.














METAMORFOSIS DEL DESEO *



El telón ha caído. Las falacias. Los sofismas.
-Ay amor mío quédate en mi-
Tucanes. Ciegos. Maniquíes.
Los espectros se llevan los aplausos.
Genuflexos. Títeres sin cabezas.

Tiresias separa las serpientes apareadas.
-Ay amor que fría está la noche-
Poco a poco se apagarán las luces.
Vendo y compro. Aúllame
Huyen las calles, No saben donde van.
No saben donde nacen. Rosa o celeste.
-Dicen que lloverá, vamos a los pinares-
El desamor se disuelve en un vaso con agua.
Dios no confió en nosotros. Brámame.
Déjame la boca con sabor a sal.
-Ambigüedad es mi nombre y así me amas-
Soy lo que soy. Apasionadamente.
Metamorfosis del deseo.

Cae el telón, otra y otra vez. Y los mitos
Las ficciones. Las fábulas.
Caracol. Tulipán. Flor de fresno.
Dos y uno. Yo y vos. Vos y yo


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@gmail.com















EL CARPINTERO*



Dél árbol remoto
estás aquí
aromado.

El cepillo canta
copos de la esencia



*De Beatriz Vallejos.

-De "Pequeñas azucenas en el patio de marzo" (1985)




-BEATRIZ VALLEJOS. Nació en Santa Fe  en 1922. Su vida transcurrió entre la ciudad de Rosario y San José del Rincón, lugares donde están fechados la mayoría de sus poemas. Desarrolló, además, una intensa actividad como laquista, exponiendo sus obras en diversos lugares de Rosario, Santa Fe, Buenos Aires, Corrientes y Goya. Dedicó, también, parte de su tiempo dictando conferencias sobre temas folclóricos. Sus poesías se reúnen en los siguientes títulos:  La rama del Seibo;  Otros Poemas;  El collar de arena  (Editorial Colmegna 1980), La poesía es una llama perenne;  Espiritual del límite;  Pequeñas azucenas en el patio de marzo;  Ánfora de Kiwi;  Horario corrido; Lectura en el bambú;  Esta de seibo la sombra del timbó;  El ángel; Sin evasión; Donde termina el bosque; Del cielo humano; Detrás del cerco de flores; Transparencia y misterio.  

Ediciones de la UNL (2012) reúne su obra en El collar de arena, título que se reitera ajustándose a lo expresado por la autora: "Considero que escribo un solo libro, El collar de arena, que se integra en sucesivos poemarios". Muere en Rosario en 2007.


-Fuente: Cuadernos y Palabras n° 33. Antología de 7 poetas santafesinos.










Inventren






*


Para partir,

sólo una valija

llena

de tres

o cuatro soledades.

Para partir,

lejos,

tan lejos

donde terminen

las partidas,

un par de zapatos

cansados

de hojas secas.

Para llegar

a la última estación

y caminar,

descalza,

sobre la hierba fresca

del fin de los andenes.



*De Mariana Finochietto. mares.finochietto@gmail.com


- Mariana nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires. Actualmente vive en City Bell.
Publicó: Cuadernos de la breve ceguera  (La Magdalena 2014). Jardines, en coautoría con Raúl Feroglio (El Mensú, 2015)
La hija del pescador  (La Magdalena, 2016).  Piedras de colores (Proyecto Hybris 2018)
Su último libro publicado es El orden del agua, GPU Ediciones (2019)

-Coordina Microversos, talleres de exploración literaria.


-Próxima estación:

JUAN TRONCONI.

En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Provincial:

CARLOS BEGUERIE.   FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
ESTACIÓN SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY. GOBERNADOR OBLIGADO.
ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.    D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.   LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.  ARANA.  GOBERNADOR GARCIA.
LA PLATA.



***


En el recorrido del tren literario por Ferrocarril Midland:

ELÍAS ROMERO.

KM. 38.   MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.   LIBERTAD.
MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.    ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.
JOSÉ INGENIEROS.   MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.   KM 12.
LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.  VILLA FIORITO.  VILLA CARAZA.
VILLA DIAMANTE.  PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.





InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
-Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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