lunes, octubre 22, 2012

CAE EN LOS BRAZOS DEL COLOR COMO UNA FLOR VENCIDA...

*Dibujo: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba





LA DONCELLA EN PELIGRO*


Trilce se esmeró en criar una gatita blanca, bien cepillada, esterilizada por un buen veterinario, collarín rojo con
cascabel al cuello, mimada, remolona, poco dada a procurarse alimento… para que al final la gata se fuera a instalar muy a gusto en
casa de un vecino, Abelardo. No ha habido modo de moverla de ahí, si intentan llevársela a la fuerza, espera la menor oportunidad y
regresa. Decidió que ese era su hogar.

Abelardo tenía dos perros, pero la gata se acomodó entre ellos, comparten paseos – los perros atados por una correa y ella
caminando libremente -, cojines de la sala para dormir noches y siestas, desayunos y cenas. Trilce se resignó a ir a verla de vez en
cuando y asegurarse de que está cómoda en la situación que eligió.

Como si esto fuera poco, la gata ha tomado un hábito, destinado a llamar la atención de su nuevo dueño, porque no existe
otra explicación para su conducta: Entre la casa de Abelardo y la de al lado hay un patio techado, lo suficientemente al alcance de
la ventana de la sala como para no morir en el intento de lanzarse.

Una vez por semana la gata salta al techo del patio y comienza a maullar lastimeramente, sin parar, hasta que Abelardo le
lanza una cesta atada a una cuerda. Ella se sube, con mucho estilo, y se deja aupar.

La primera vez que sucedió, los vecinos corrieron asustados, la pobre gatita atrapada en ese altillo era el centro de la
atención; su dueño acudió desesperado a auxiliarla, ella colaboró con la inteligencia que tienen los de su especie… Pero a estas
alturas, como la doncella ha tomado el gusto a ser rescatada por su noble caballero, si él no se percata de los maullidos, alguien
debe tocar a su puerta y advertirle que es hora de buscar la cesta.

El público, que inicialmente se agolpaba en la escalera, ha ido mermando. ¿Comprenderá ella que es hora de cambiar de
número, o nos tendrá contemplando su rescate hasta el cansancio?


*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba






CAE EN LOS BRAZOS DEL COLOR COMO UNA FLOR VENCIDA...





BUFFON Y LOS OTROS*


Buffón, negro como la noche, con enormes ojos fijos que no cambian, que registran todo como el disco duro de una computadora, Buffón con la belleza salvaje de la selva, vive parte de su tiempo conocido por los humanos en la casa de Marcos, sea la casa de la madre de Marcos o en la casa de Diego cuando Marcos se lo deja como un recuerdo de sí mismo. Siente distintas atmósferas en cada casa que nadie percibe. El se desliza suavemente, ojos fijos de pantera encerrada en un pequeño apartamento francés. Se regodea con los almohadones de seda rústica del sofá de Diego, los usa para su bienestar hasta que siente el grito de que se le ha descubierto.

En casa de la madre de Marcos, que decidió un día reconocer sólo a su hijo y a Buffón en su mundo en el cual todo los demás se envuelve en un desvaído y desinteresado quién es Ud…. qué curioso, no lo recuerdo..… Maravillosa memoria selectiva que le permite separarse de todo lo que no entiende o decide no aceptar. Allí Buffon observa sus homenajes sin cambiar de expresión, burlándose por dentro. Pero disfrutando sus privilegios y la exclusión que sufren los demás.

Con Marcos se comporta sabiamente, sin abusar demasiado, porque lo reconoce como su dueño en este período. Lo contempla para tratar de comprender que los atrajo mutuamente. Cuando Marcos lo amonesta, el lo acepta con cierta sorna, sabiendo que después podrá vengarse en casa de Diego sin consecuencias mayores.

Tiene sus momentos de ira. Cuando Diego recibe a otra gente que él no conoce, decide que los otros lo abruman y sale repentinamente como una figura de tinta, corre hacia la noche que ve a través de una ventana para sumergirse en lo oscuro.

Pero la ventana está cerrada. Frustración que ya no se traduce en maullidos sino en secreto furor que lo lleva a esconderse de los que lo invaden, detrás del espejo del baño, separación virtual donde estableció su otro mundo. El mundo de los diferentes. Cuando decide salir, porque los extraños partieron, hace primero una parada delante del espejo. Allí está el otro, el que lo mira. Se contemplan largamente, Buffón contra Buffón, con sus ojos duros llenos de ansias de otros lugares que recuerdan.
 Se separa lentamente abandonando al otro y sale del baño con sus pisadas blandas, algodonosas, elegante y negro, lleno de preguntas que no tendrán respuesta en ninguna de sus casas, la de Diego, la de Marcos, la de la mujer que se aisló de los demás para ocultar sus sospechas, solo en el pretil de la ventana mirando la noche, ojos amarillos interrogando.




*De Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy
- LOS DIFERENTES. BUFFON Y LOS OTROS








Arbolada*



Desde mi arbol auténtico
el llamador es un colgante
en el armario abierto
por el lado del muelle

Toda esta revolución
se hamaca en la silla
como una muñeca
sentada sobre el vaivén de la mente

Mi boca, un volquete azul
Mi lengua, un brazo apuntando en dirección al desnudo de su cama

¿hay alguna otra manera de sentir la voluntad del corazón
que abrirle una copa para que él me beba?

He puesto mi deseo en el ojo de una vela
el día en que una ciruela
coronaba el festejo
del inicio de las cuatro estaciones

He visto un espejo en una taza llena de té
el día que sumergí mis labios
para oir el aroma a menta

He abierto el músculo de mi camiseta
porque mi agua dulce ama a los peces
y él lo sabe

Ya sé que sus ojos son tan profundos
que siento la noche llevando sus manos hacia las mías
cuando las puertas zumban
para contarme el descuido de sus zapatos

Ya se que su hombro tiene la forma de un almohadón
donde poner a descansar al mundo
del vino sin nombre
y de los pecados sin mandalas

Mi lápiz es creer
en la intención de seis cenas
construidas sobre la cara limpia
del reloj

Sobre la hoja de un viernes
donde el jazz
canta el enlace de las carreteras

Sobre la hora en que la apertura de las jaulas
se manifiesta con el estruendo de la nieve
cuando cae sincera
sobre nuestros pies sin candados.


*De Marcela Lokdos.  lokdos1@yahoo.com.ar








Tembladerales*



*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com



Hay gente a la que le ocurre todo el tiempo: tiembla cuando hace calor. Cuando no hay qué respirar o lo que se respira es un aire salado como las lágrimas que brotan y salpican las hojas de un libro. Entonces, temblando de calor se lleva el cigarrillo a los labios y espera que el hombre que está cerca se lo encienda. Agradece con un movimiento breve de cabeza que no es tal, porque en verdad tiembla. Luego vuelve a las páginas del libro y con un gesto rosado coloca la mano sobre la falda en forma de camelia.



*


Hay gente a la que le pasa todo el tiempo: ante el color rojo, tiembla. Reserva su existencia como diástole y su inexistencia como sístole. Cae en los brazos del color como una flor vencida, como un mínimo ser que no olvida sus cataclismos. La verdad no es esta que digo, la verdad es el temblor y el cataclismo que finalmente queda en el cuerpo como algo razonable, cuando en verdad es una cosa enloquecida.


*


Hay gente a la que le ocurre todo el tiempo. Tiembla en los autos ajenos. En el auto propio no tiembla porque ya no tiene auto propio. Hay gente a la que el auto ajeno la causa claustrofobia. Prefiere el transporte público que se detiene en todas las esquinas y se llena de rumores. Los autos ajenos le resultan pequeñas cárceles en las que luego hay que agradecer al carcelario que la deja en la propia casa, al tiempo que el carcelario estaciona el auto, baja a beber café, y la gente tiembla, tiembla, tiembla porque la última vez que tuvo un auto propio, el carcelero vivía en la propia casa y dormía en la propia cama, y miraba con esos ojos duros y la gente se sentía un espanto, entonces sobrevenían temblores de la más oscura especie, desde la médula espinal provenían, desde el fémur, desde el omóplato, desde la nuca. Temblores de esternón y de hígado. Y la gente que ha temblado desde el hígado no distingue bien un auto ajeno del auto propio. A la sazón, hace las cosas mal con sus temblores. Por eso anda en transporte público. Para no confundirse.


*


Hay gente a la que le pasa todo el tiempo: tiembla a las once de la mañana cuando una mujer le guiña el ojo. Temblando pasa de largo, cruza la calle, agita sus cuidados como una negligencia, ignora el vello de su pubis, ignora el quejido que nace del esternón, pero la mente sigue con la mujer que le guiñó el ojo. Hay gente que espera a que venga la noche para que le borre de la memoria el temblor del ojo, pero cada frase que dice se prolonga como un río sin palabras que desemboca en medio de su pecho que lo mira fijamente.


*


Hay gente a la que le pasa todo el tiempo: tiembla cuando mete la mano por debajo de la blusa y siente el corazón bordado de nervaduras. Entonces cierra postigos, cortinas, puertas, cierra boca, alma, piernas. Anuncia con un suspiro el movimiento eréctil de los músculos. El ojo espejado lame el tornasol de la penumbra que se mete en los repliegues de la noche, cuatro, piernas, calambres, poses, lluvias. Hay gente que desaparece durante semanas en los repliegues de la noche, poses, piernas, cuatro, lluvias, calambres, lengua.


*

Hay gente a la que le pasa todo el tiempo: tiembla cuando lee a Bolaño. Gente enamorada de las palabras. Gente para quien las palabras han sido sus únicos amores. Si no fuera por esa horrible manía de existir entre una cosa y otra, hay gente que se hubiera pasado la vida en una habitación llena de ecos, sin más que hacer que escuchar palabras y adormecerse en los brazos de Bolaño.


*


Hay gente a la que le pasa todo el tiempo: cuando le sonríen, tiembla. Lleva un vestido de lavandas y azucenas, debajo del vestido lleva elásticos de seda y lleva encajes, debajo de los elásticos, dos lavandas y una azucena. Hay gente a la que le pasa todo el tiempo: camina por la costanera y cuando le sonríen tiembla con el vestido de lavandas y azucenas, tiembla hasta las lavandas, hasta el encaje, y lleva a su azucena al cine, la sienta en la butaca, la hace participar en sus alegrías y le promete que luego la llevará a comer. Después del cine, hay gente que se va a comer con su azucena y hablan toda la noche, cada cual con sus labios, cada cual con su temblor de lavanda y seda.



*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-36075-2012-10-20.html








MUJER QUE BUSCA AMANTE*

( Inédito para Inventiva Social)



"La poesía no quiere adeptos, quiere amantes."
FEDERICO GARCIA LORCA



Te he buscado  más allá de aquella piel oscura de una noche.
Como esa sola vez que la encontró: virgen temblorosa y pálida.
Soledosa virgen de los dolores.
Y se que he de tenerte porque eres hija del dolor, del amor, de la duda.
Del deseo, ah, del deseo del Hombre.
Y si la niña, pese a toda la indiferencia del mundo vio la luz.
Porque no has de ser tu, la que alumbre el hueco de mis manos.


Alguna vez, en la noche.
Alguien o algo, me despierta. Un oleada de fuego, una dolencia.
Y creo que has llegado  y siento el “arrebol de la paloma”
Y el espejo en cambio me devuelve, un rostro polvoriento.
Y rostros y mas rostros muertos y me digo para que.
Para que han llegado, quien allí los ha puesto, tan serios y tan quietos.


Otra vez siento un resuello de potros en mi nuca.
Y creo que han parido las yeguas. Y hay pasiones que desbordan
Rebasan el deseo y no hay límites, ni puertas, ni cancelas
Y me muerdo la boca ahogando palabras abortadas.
Y solo encuentro esta feroz costumbre. Este hastío.
Un desencuentro, un miedo conocido.


Alguna noche, aun dormida,  descansas en el hueco tibio de mis pechos.
Y luego, maldiciones de heladas madrugadas.
Y este hartazgo, este soñar despierta.
Esta sensación de vuelos que huyen de la muerte.
Y se que quizás ya no vengas, si, la duda, el amor, el dolor.
Esta certeza, mi única verdad.
Mi única verdad esta certeza.
No te encontrado… o no me has buscado, poesía.



*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar








PERFUMADA NOCHE*


( A mi tía Haydée, para que nunca se muera )



*de Haroldo Conti.


La vida de un hombre es un miserable borrador, un puñadito de tristezas que cabe en unas cuantas líneas. Pero a veces, así como hay años enteros de una larga y espesa oscuridad, un minuto de la vida de ese hombre es una luz deslumbrante. El señor Pelice tuvo ese minuto y esa luz. Pocos lo recuerdan en este pueblo. Algunos, los más concisos, piensan que murió realmente de vejeces. La muerte es según, como la vida. Es otra vida, justo, otra forma de consistir, no un per saecula definitivo, nada absoluto, ninguna cosa extravagante porque también es de ser, aunque en artículo mortis. De modo que el señor Pelice sigue siendo todavía. La muerte, ya que viene al caso, es suceso chiquito, desdibujo, entreluces. Este pueblo no fue así desde el comienzo, como uno imagina. En su momento fue pueblo niño. Antes no estaba el molino de Rodríguez ni la fábrica de fideos de Basile era como es ahora con un alto letrero encendido en la punta, sino de madera bien seca y engrasada, es decir, lista para encenderse en cualquier momento como finalmente sucedió bien solemne y entonces, después, sobre las cenizas vino esta otra, de fuerte cemento y letrero penachudo, ni estaba siquiera esta estatua de San Martín que cabalga sereno entre las copas de los árboles, ni el blanco palacio de la Municipalidad tan gobernante, ni aun la avenida Alsina de cemento liso embanderada de letreros a los costados. Esto es, hay otro pueblo por debajo de éste, y otro y otro más con tapialitos amarillos de sol y callecitas de tierra. Y por una de esas callecitas ahí viene el señor Pelice con sus botines de becerro, su traje de gabardina negra y su panamá copudo, a los pasitos, muy de cuerpo presente. Viene. Y ése fue el minuto y la luz del señor Pelice. Porque no va que ve por primera vez a la señorita Haydée Lombardi en la puerta de su casa, en la calle Saavedra, al lado de la confitería "Renacimiento" , que está en la esquina de Pueyrredón y Saavedra, aquella opulenta casa con un tejado a la Mansard con espiga, tragaluces, cresta, veleta, buharda y chimenea, que se ennegrecía al atardecer y boyaba como un barco en el alto cielo y ella allí, en la puerta, para siempre desde ahora, blanca y frágil y perfumada, figurín, Haydée Lombardi, para sueño y música. Al señor Pelice le hizo un ruido el corazón y la amó desde ese mismo momento. Jamás cruzaron palabra pero él desde entonces se quitaba puntualmente el panamá frente a aquella puerta a las seis de la tarde en invierno y a las ocho en verano, y ella inclinaba apenas la cabeza y casi sonreía. Para el señor Pelice fue el momento más brillante de su vida lo cual es bastante textual porque, como se sabe, el señor Pelice era el cohetero más reputado de la zona. ¿Quién no recuerda, eso sí, las cascadas, abanicos, glorias y soles fijos que hacía estallar para la fiesta de San Donato, por ejemplo, aparte de las consonantes bombas de estruendo que reventaba en procesiones y remates y que se oían hasta Irala o Cucha-Cucha, según soplase el viento, y era el propio mundo que saltaba en pedazos? Aquel año del encuentro engendró para la fiesta de San Isidro Labrador, de este pueblo protector, sus famosas piezas pírricas de formidable combustión. Las piezas pírricas mediante fuegos fijos, esto es, que hacen su efecto sin dar vueltas, según se conocían hasta entonces, eran fáciles de prender mediante el simple recurso de mechas de comunicación. El maestro Pelice, en cambio, que era un verdadero artista creativo, prosiguiendo y mejorando los fogosos estudios del maestro Ruggieri, perfeccionó in extenso los fuegos pírricos alternando piezas fijas con piezas giratorias, lo cual es de suma perfección si se tiene en cuenta que el movimiento de rotación se opone per se a que se establezca la comunicación entre las piezas. El sutil rebusque se basaba en una fuerte broca colocada horizontalmente sobre un sólido poste de madera y que servía de eje a todas las piezas, de las más simples a las más complicadas, combinando en ajustada competencia de ingenio soles fijos, estrellas, glorias, patas de ganso, aspas de molino y las maravillosas espuelas de fuego de su exclusiva invención. Inspirado por la alada figura de la señorita Haydée, el señor Pelice llegó incluso a fabricar aquella atronadora pieza en espiral, compuesta de fuegos giratorios y de una hilera de lanzas que sube circularmente y forman, cuando la pieza gira, una espiral de fuego, de enorme pasmo y majestuoso incendio, que disparó para la noche del 9 de julio de 1935. Esa misma noche, en la casita que habitaba en las afueras del pueblo sobre el camino de tierra a las Aguas Corrientes, después de encender cuantas velas y lámparas tenía y distribuirlas por toda la casa y aun en el jardín, el señor Pelice se estableció frente a su escritorio de persiana y tras suspirar largamente mientras se rascaba la cabeza con una lapicera de pluma de pavo escribió con su hermosa letra bastarda de curvas rotundas y el sesgo conexivo de 30º, como se prescribe, la misma con la que copiaba las fórmulas del maestro julio Rossignon, autor del Nuevo Manual del Cohetero y Polvorista editado por la librería de la Vda. de Ch. Bouret, su primera carta a la señorita Haydée, inspirada libremente en el Corresponsal del Amor, Estilo Moderno de Cartas Emotivas y Pasionales. Como, según las apariencias, sobrepasaba en varios años a la señorita le pareció atinente utilizar como modelo la carta de un viudo pidiendo relaciones a una soltera, aunque él, con propiedad, no fuese viudo de mujer sino más bien viudo de costumbre.
Releyó un par de veces la carta a la luz de la lámpara de aceite de tubo alto y luz espesa, que era su preferida y que cuando se adormecía lo despertaba con breves y susurrantes chisporroteos de la mecha, como si chamuyara. La plegó con cuidado, la besó ladeando sus bigotes de manubrio y la metió en un sobre perfumado. A esta carta nocturna siguieron otras muchas, puntualmente una por semana, pero el señor Pelice no llegó a despachar ninguna. Prefería rellenar con ellas las bombas de estruendo, que ahora sonaban un poco más apagadas o huecas, aunque sólo él lo notase, y desparramarlas en mil pedacitos sobre los techos del pueblo. Algunos de esos pedacitos cayeron en el patio de canteros elevados de la casa de la señorita Haydée Lombardi, aunque lamentablemente el día de la carrera de las Doce a Bragado, cuando disparó una bomba para la largada, un papel chamuscadoque decía "Mi adorada Haydée" cayó con tan mala leche que fue a dar en el patio de la señora Haydée Bonsignore y más precisamente casi a los pies del señor Bonsignore, que tenía la sangre caliente, y se armó una podrida de calendario.
El señor Pelice seguía transcurriendo exacto, puntual todas las tardes por frente a la casa de la calle Saavedra y allí estaba siempre la señorita de visu, cada día más blanca y leve, casi transparente.
La señorita Haydée Lombardi murió de tabardillo el 8 de mayo de 1946. El señor Pelice redactó esa noche la única carta que en todos esos años remitió por correo. "Mi estimada señorita: en momentos tan especiales deseo expresarle a usted mi invariable afecto y la seguridad de mi perdurable compañia en esa otra vida de tránsito que ha iniciado usted y que me impongo yo en este mismo momento. Su leal servidor P." El señor Pelice echó la carta al día siguiente y no volvió a salir de la casa por el resto de sus días. Solamente lo hacía cada 8 de mes, por la tardecita, para depositar un sobre perfumado en el nicho de la señorita que luego se llevaba el viento o algún curioso o bien lo chamuscaba y descoloría el tiempo. Coincidió que para entonces los festejos de estruendo fueron cayendo en desuso y se convocaba a remate por edicto judicial. Al tiempo, los vecinos lo dieron por muerto o simplemente lo olvidaron. Ya estaba el asfalto, se habían construido varios molinos, el Expreso Rojas llegaba hasta Buenos Aires y sobre el pueblo de tapiales amarillos había surgido otro pueblo. La casa de la calle Saavedra se convirtió en un local de compra y venta de propiedades.
A todo esto el señor Pelice envejecía suavemente detrás del último tapial como un fuego que se apaga con lentitud. Al caer la noche encendía todas las velas y las lámparas y daba de comer a unos pececitos de colores que criaba en un acuario y que eran su única y silenciosa compañía. Tenía una colisa labiosa, dos ángeles que parecían dos pajaritos rígidos, un betta splendens, un labeo bicolor, un telescopio renegrido de ojos saltones que semejaba un gato, una ninfa, un cometa y dos besadores chatos y blancos que colgaban del agua como dos papelitos. La luz del atardecer penetraba por la puerta-ventana que daba al jardín y revestía el cuarto de una claridad dorada que encendía pálidamente la pecera. Los pececitos flotaban en el agua dorada como suaves pájaros de lento vuelo, desplazándose majestuosamente entre las ramitas de elodea o de helecho japonés. El señor Pelice inclinaba su cabeza encanecida sobre los vidrios y sus pensamientos se desplazaban tan lentos y suaves como aquellos pececitos ánimas. Detrás del tapial amarillo que con las sombras se cubría de caracoles, el señor Pelice se hinchaba y arrugaba un poco más cada año. Ahora podía salir y pasar entre los vecinos sin ser reconocido. El pueblo seguía progresivo, casi capital. Altas luces de mercurio alumbraban las calles avenidas, el asfalto había llegado hasta la calle Magallanes, en las afueras, había dos semáforos en el centro que saltaban bonitamente del verde al rojo y a la viceversa y de los que don Pelice no entendió muy bien su significancia, aunque imaginó que eran tramoyas de estación. La iglesia de San Isidro, tan altiva, tan de lejos visible apuntando al cielo entre los árboles sobre los buenos campos, había sido vaciada por dentro, ya no consistía aquel brillante altar con columnas al pan de oro y la santa imagen, muy carnal de su contexto, de Santa María bendita, todo color y vestes y brillos y ojos de vidrio y el niño desnudo, barrigoncito, sino que ahora era una especie de agudo galpón blanqueado, con una mesada en alto. Quedan de los otros tiempos, y por allí la reconoció, los grandes ventanales con vidrios a franjas blancas y violáceas que según la disposición del sol azulaban a cierta hora el aire, las gentes, las imágenes de bulto, en cuya luz vio una mañana sobreandar,  flotante, a la señorita Haydée con un tul que le velaba el rostro y de cuyos entrepaños florecían ambas manos como de cera. Nada de eso prevalecía ya. El mismo no era el Pelice de entonces pues nadie se volvió a reconocerlo cuando avanzó por el medio de la nave con el panamá en la mano haciendo crujir los resecos botines de becerro. De regreso pasó por la calle Saavedra y hundidaentre dos vidrieras que resplandecían descubrió trabajosamente la negra silueta de la casa con un afrentoso letrero sobre la puerta. Haciendo visera con la mano, sus ojos repasaron el imbatible tejado a la Mansard que se recortaba contra el resplandor de las luces de mercurio. Esa noche escribió una larga carta a la señorita Haydée dándole cuenta de los adelantos habidos y de las altas y frías luces que hubiesen quitado brillo aun a las cascadas de cuatro brazos, de once metros de alto con 20, 16, 12 y 8 cartuchos detonantes respectivamente más otros 4 en el extremo superior del palo que construyó para el sesquicentenario y que fue su más colosal de facto.
Ahora es noviembre. En la profunda noche perfumada al señor Pelice, ya decididamente viejo y por lo tanto insomne, le cuesta una barbaridad conciliar el sueño. Casi no duerme. Se aquieta sobre el catre y hacia el amanecer se adormece un poco. En esas largas horas divaga por el jardín con la lámpara de aceite en la mano o se echa en una mecedora e impulsada por el aire dulzón que despide el ligustro humedecido por el rocío, su cabeza se vuela como un globo o una pajarita de papel que planea sobre el viejo pueblo con los tapialitos amarillos y las calles de tierra y tanta cosa que se desapareció u ocultó, no visible a prima facie, que eso es la muerte, olvido, oscuridades, suma y suma, tiempo y tiempo, distancia inmóvil.
En la madrugada acercó la lámpara a la pecera y comprobó ya sin dolor que el pez telescopio, ese lento pajarito renegrido que lo observaba con sus grandes ojos saltones a través del cristal y con el que casi había llegado a entenderse, de un mundo a otro, pez-hombre, pez-pez, flotaba inerte en uno de los rincones. Al principio, cuando instaló la pecera, eran doce movedizos pececitos pero, iletrado en aguas, el exceso de comida o alteraciones en la temperatura o defectos en la aireación y filtración redujeron el lote rápidamente. La primera muerte fue una catástrofe. El señor Pelice extrajo el cuerpecito finado, una vez que comprobó en forma absoluta que no se movía ni aun empujándolo con un dedo, con la redecilla de tul y lo depositó sobre una hoja de hortensia en el medio del escritorio y lo veló algunas horas con la lámpara de aceite. Con una cuchara cavó un hoyo al pie de una magnolia foscata y enterró allí al pececito. No se había aún recuperado de aquella sensible pérdida cuando murió un macropodus opercularis que comenzó boqueando en la superficie y luego se acurrucó en un rincón con el vientre hinchado. Lo sepultó al pie del ciruelo de jardín de aladas hojas marrones. Así fueron muriendo uno tras otro y el viejo enterrándolos al pie de esta planta, aquella. Al telescopio lo plantó junto a su arbolito más querido, un jazmin japonés de flores carnosas que reventaban justamente para fines de noviembre y se removían en la noche como avecitas blancas bombeando intensas ondas perfumadas que traspasaban la oscuridad hasta el catre o la mecedora del señor Pelice, que ya prácticamente no duerme. A ratos lee, a ratos escribe pero sobre todo piensa. Eso es la vejez seguramente, una desvelada memoria. Por lo general reconstruye el pueblo desde su infancia mezclando o, mejor dicho, combinando los tiempos, las personas. Desfilan contra un mismo tapial o por la penumbra amarilla del cuarto el padre Doglia, previniéndolo en cocoliche sobre las tentaciones de este mundo mientras se pone y se quita el bonete francés, nervioso con la presencia del demonio a quien imagina una especie de comisario de la provincia con el uniforme colorado, el viejo Ponce, que habla solo, Bimbo Marsiletti que agita los brazos frente a una banda invisible, Oreste Provenzano que levanta una ristra de billetes de lotería o los tanos Minervino, Visiconti y Ciminelli que pasan tocando la gaita en fila india igual que en la procesión de la Virgen del Carmen.
Desde que se marchó la señorita Haydée ha tomado por costumbre colgar un farol de viento en medio del jardín. El viento lo agita y remueve las densas sombras que cambian pesadamente de lugar. Su luz anaranjada semeja la lechosa claridad de la pecera. Y en esa luz submarina ve brotar en la punta de una ramita al macropodus opercularis o a labeo bicolor o al scatophagus argus o a los puntius arulius que murieron a dúo. Se agitan como flores o pajaritos o caireles, casi transparentes, muy navegantes. Esta noche de noviembre florecerá sin duda el telescopio, pez pajarito de negros velos, en la cresta del jazmín japonés.
El 8 de diciembre, día de la Inmaculada, el señor Pelice escuchó desde el catre el volteo de las campanas que convocaban a la misa solemne de primera comunión con la lámpara de aceite todavía encendida a un lado, sobre la silla. Pensó en la virgen de cemento que erigieron las Hijas de María en el atrio de la iglesia y que viera la última vez con el rostro y las manos de color carne y las hileras de chicos con brazaletes y túnicas que atravesaban la plaza y estarían ingresando en este mismo momento por la puerta puntiaguda a través de la cual se alcanzaba a ver el altar colmado de luces. Pero su hinchado cuerpo no obedeció al impulso. Tenía los brazos adormecidos y las piernas envaradas. Recién a la tardecita, arrastrándose por el piso, pudo dar de comer a los pececitos. Angelita Alori, que venía dos veces por semana a asear la casa, lo encontró al día siguiente tumbado en el piso de ladrillos y lo acomodó en el catre para finales. Como por otro item padecía el mal de orina, Angelita le preparó un cocido a base de raíz de rábano con una mata de perejil y un puñado de hojas de berro, endulzando el conjunto con azúcar de cande. Se abreva una copa para extraer la orina y los humores que vienen de acompañamiento, aconsejándose un Pater para refuerzo. El señor Pelice mejoró de la orina pero total que era casi lo mismo pues no podía transportarse para expulsarla, debiendo ayudar al efecto la Angelita con la vista vuelta hacia otra parte. El 8 de enero puntual, el señor Pelice emprendió su tránsito con el traje de gabardina, el sombrero panamá y los botines de becerro a la hora justa en que los pececitos se brotaban en las ramas. Según la Angelita, que depuso para constancia, hizo una buena muerte, al natural, y fue enterrado de oficio, sin luto ni comparsa, en la mera tierra.
Ahora bien, y a propósito del señor Pelice que pasó, pregunto: ¿cuál es, cuál el verdadero pueblo de la ciudad de Chacabuco, cuál rige? Este de ahora encumbrado en adelantos o aquel otro de los tapialcitos amarillos y las calles de tierra, cuando el camión de riego asentaba el polvo al atardecer y todo era más viejo y simple pero más dulce, y bastaba con estirar el cogote para ver al fondo de la calle las primeras quintas y que por la calle Saavedra en este momento se acerca gravemente el señor Pelice, se detiene frente a la casa de los Lombardi, ya medio en sombras, se quita el panamá y saluda a la señorita Haydée que dice por primera vez con su voz de pajarito:
-¿Habrá calor este año, no cree usted?
-El sol está fuerte para noviembre -responde per oblicua el señor Pelice.
-¡Hermoso atardecer!
-Sopla algo de viento, por suerte.
-¿Hacia dónde va usted tan incontinenti?
-Al prado -improvisa temerario el señor Pelice.
-Muy buena idea. ¡Me gustaría mucho ir hasta ahí! -canturrea la señorita.
El señor Pelice le ofrece el brazo y la señorita Haydée con una risita se aparta de la puerta y enlaza el brazo del maestro cohetero. Las dos figuras se alejan entre tapiales amarillos y penachos de sombras rumbo al Prado Español mientras sobre el pueblo desciende la perfumada noche.



*de Haroldo Conti.
-LA BALADA DEL ALAMO CAROLINA -tomoI- Biblioteca Página/12 nº20
-Enviado para compartir por Sonia Arismendi. soniaris@adinet.com.uy






Piedra negra*
      


 A veces se descorre
la luz cae a raudales
     o se cuela en pedacitos
La mujer no sabe
qué azar la pone
del lado de la sombra
o de la vida.


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com





***


Juan Carlos Cena (*)
presenta su nuevo libro


FERROCARRILES
                 ARGENTINOS

DESTRUCCIÓN/
          RECUPERACIÓN


Viernes 2 de noviembre - 18 hs


en la Estación del FFCC Provincial, CC Meridiano V.
17 y 71 , La Plata.


Acompañan al autor:

Centro Cultural Meridiano V
Los Okupas de Andén


(*) sus libros anteriores: Memorias de un Ferroviario; El Cordobazo, una Rebelión Popular; El Guardapalabras; El Ferrocidio;
Crónicas del Terraplen; Sinfonía de Acero y Lucha.





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Inventren Próximas estaciones:


BAUDRIX
-Por Ferrocarril Midland-


BLAS DURAÑONA.
-Por Ferrocarril Provincial-

-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
http://inventren.blogspot.com/


Al salir de la Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.


-las estaciones por venir en el ferrocarril Midland:


  EMITA.  INDACOCHEA.  LA RICA.

SAN SEBASTIÁN.  J.J. ALMEYRA.  INGENIERO WILLIAMS.

GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.

PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO.

KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI. 

KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.

 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.  

PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.



-las estaciones por venir en el ferrocarril  Provincial:


 LUCAS MONTEVERDE.   EMILIANO REYNOSO.

SALADILLO NORTE.   GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS.

JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.

JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.

FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.

ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.

ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.

GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.

D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.

  ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.

ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.


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