viernes, febrero 01, 2013

MIENTRAS EL HACHA CORTA EL CORAZÓN DEL ÁRBOL...


 

*Dibujo: ”ODA a Lewis Carroll” de Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
 
 
                                                                                  
 
 
 
REGALO A LEWIS CARROLL*
 
 
En el día de su no cumpleaños
 
 
 
Un Conejo cruza el horizonte como una flecha
-eso también lo sabe el Sombrerero Loco-.
 
Hay un acertijo que resolver.
Salgo en su busca al País de Las Sombras:
Sigo al Maestro de Ceremonias.
 
Atravieso un inmenso tablero
donde todo transcurre al revés;
evito jugar al croquet con la Reina.
 
He llegado al centro de su historia
-si es que esa historia puede tener centro-
guiado por la sonrisa del Gato: Allí lo descubro.
 
Yace recostado en un trono invisible,
cientos de naipes le hacen reverencias,
Grifo y Pájaro Dodo le sirven el té.
 
Duerme... Temo despertar al Matemático;
tal vez si lo hiciera, el Mundo dejaría de existir.
Pero mi incertidumbre es mayor que mi prudencia:
 
-¿Dónde está la Verdad?
¿La de mi vida, de estos seres?
Silencio... Entreabre los párpados y susurra.
 
Sus palabras forman extrañas vocales de niebla
que ejércitos de niños aún por nacer
recogen en el hueco de sus manos.
 
-Siempre ha estado dentro de ti
Ella es una Flor Eterna...
Yo soy sólo un soñador soñando un sueño.
 
 
*De Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
MIENTRAS EL HACHA CORTA EL CORAZÓN DEL ÁRBOL…
 
 
 
 
Juego del tiempo*
 
 
 
“por sobre el universo vas volando
Con una bandeja de teteras llevando
Brilla, brilla…”
Lewis Carrol
 
 
Cada vez creo menos en estos juegos del tiempo
un reloj cae en la taza
siempre es la hora del té
 
¿Qué ves allí?
en tu risa siempre es noviembre
en tu mano siempre es la tarde
en tu abrazo siempre es junio, como la hora de la lluvia,
como el momento en que estuve allí sobre su seno ardiente
y me vaciaba
de una mitad que nunca tuve
 
vaso mitad vacío y también mitad lleno
la superficie del agua es tu reflejo
 
¿Qué ves allí?
Una niña sirviendo el té bajo los sauces
con orejas de conejo
cola de gato blanco
y olor a mandarinas.
 
Cada vez creo menos en el tiempo, sospecho que es una condena.
Un reloj cae en la taza
El té se derrama.
 
 
-De la Serie Juegos.

*De Mariel Monente. marielmonente@hotmail.com

 
 
 
 
 
 
 
 
RETRATO DEL ABUELO*
 
 
Recordamos a la gente en una actitud, un gesto, una fotografía inmóvil que los retrata para siempre.
Tres años con la señorita Olga, tres años de tardes repetidas, problemas y lecciones, pruebas temerosas y actos con disfraz. Pero una imagen, una sola imagen fijada para el resto de los días por venir. Día de paga, la maestra que escucha que está el cheque, y sale corriendo exageradamente para la risa de las demás hacia la administración. Y la imagen cuadro por cuadro de la señorita Olga girando sobre los mocasines, los cabellos blancos, la postura ridícula y la sensación de que al fin y al cabo es una mujer como cualquier otra, como cualquiera, como todos los que esperan la paga para llevar dinero a casa. Esa imagen y no otra, por qué, por qué la maestra girando eternamente sobre los mocasines negros.
Pensamos en un amigo y la foto cada vez es la misma, quizás acompañada por la sensación de una voz, un color, un perfume. Siempre la misma fotografía que acude a la pantalla de la memoria. Alguno reirá para siempre, alguno nos observará con el semblante triste y la huella de una música borrosa.
Pasa una madre con su hijo, y quizás en esa azarosa fracción de la jornada, para siempre, se abra y cierre el obturador. Justo en ese instante que quedará fijado para futuros recuerdos y futuros olvidos.
Algunos dejan, además, una frase como una roca inmóvil. Como un disparo, como un sólido espanto de papel arroz.
El niño aguardaba su cumpleaños. Semanas de expectación, de preparar las invitaciones con dibujitos, de pensar en la torta de nueve velas y en la bicicleta roja. El año anterior habrá sido el mismo afán por apurar los días, pero si tuviese que describir ahora la fiesta de los ocho años, nada queda prendido a la fragilidad de lo que transcurre y pasa.
Ese año habría de dejar, el año de los nueve, una marca de hielo afilado y el retrato inmóvil del abuelo.
Porque el abuelo se moría. Así de golpe como pasa con los viejos, que van al sanatorio y ya no salen. Y se fue a poner el camisón de la agonía unos días antes del cumpleaños. Justo entonces.
No era ocasión de festejos. Se suspendieron las invitaciones, se habló con el payaso, la madrina haría una torta pequeñita y no la cancha de fútbol con los arcos y los jugadores; una torta pequeñita para soplar las velas sin alharaca. Nada de chicos corriendo por el patio, volcando la gaseosa, agitando el aire con agudas carcajadas.
El abuelo se moría.
Lo llevaron al niño al sanatorio. De camisa y pantalón, peinadito, serio y compuesto lo llevaron.
El viejo estaba amarillo, más delgado, una colección de huesos y fragilidad en sábana blanca. Tenía ya la respiración cansada, los ojos cerrados, apenas una vena gruesa en la frente que palpitaba la vida escasa.
El nene se sentó en la silla junto a la cabecera, y miraba a este hombre que parecía dormido, que parecía muerto, que parecía un muñeco de porcelana cuarteada por los años, amarillo sobre marfil.
Vino el médico, la madre salió a hablar un momento. El niño quedó solo, sentado junto a la cama.
Pensó en el cumpleaños, en la fiesta trunca, en la torta de cancha de fútbol, verde de grana verde, en los chicos que no jugarían en el patio, en este viejo que venía a morir así, tan a destiempo, tan en mala hora.
Afuera las voces del médico y de su madre sonaban quedas, las palabras detrás de la puerta se mezclaban en un murmullo indescifrable. El niño se inclinó hacia la cabeza del abuelo y despacito, muy suavemente, le dijo “morite de una vez”. Le dolía el pecho cuando habló, sentía la condena y la estrechez del cuarto. Supo que las palabras eran de hielo y fuego, que no podían borrarse, que ahora le pertenecían.
El viejo entreabrió los ojos rojizos, despegó los labios y girando apenas la cabeza le dijo “los niños tienen toda la vida para pagar una palabra”.
Nada más. El resto se disolvió en lo intrascendente, y hasta al funeral pudo olvidarlo. Sabe que anduvo años en la bicicleta, que los cumpleaños se sucedieron borrosamente, que la vida se acumuló sobre el sanatorio y la cama del enfermo.
Pero la imagen del abuelo fue esa imagen. Ese día, ese momento de desgracia y anatema.
El abuelo, cada vez, gira lentamente la cabeza para que el rubor lo sorprenda en medio de una frase, en el centro de un día cualquiera, en lo ordinario. Toda la vida, abuelo, para pagar esas palabras. Toda la vida. Y ese es el autorretrato que colgaste en mi sala.
 
 
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
CUADRATURA DEL VIENTO*
 
 
 
Mujer. Dársena y sangre.
Verbo resquebrajado.
Sándalo. Densa  madera. Bosque quieto.
Tan oscuros y claros, sus pechos.
 
Cuadratura del viento.
 
Un laúd. Una corchea. Un silencio.
Clavija. Traste. Diapasón de ébano.
La caja de resonancia es su pecho núbil.
La cuerda es un puente que une  garganta y boca.
Las tripas se retuercen y el hambre.
Su mano derecha acaricia el mástil.
Rasguña con su derecha sus costillas.
Dentro, muy dentro, antiquísimos rostros.
Oscuro jeroglífico. Paraísos terrestres.
 
Hacer el amor solo con la mirada.
Y tu rostro y el mío.
Uno.
Mientras el hacha corta el corazón del árbol.
Urgiendo,  las raíces  del agua,  fluyen.
 
Fluyen, las raíces del agua.
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
 
FLORECILLAS BLANCAS*
 
 
 
El manto de la noche cubre la casa,
gritos,
forcejeos, llanto
desesperado y la fuerza
maligna posa la mano
en carne
tierna
 
florecillas blancas manchadas
de
sangre
y las mariposas
coloridas se tornan
negras y vuelan
acompañando la inocencia
arrebatada que huye hacia el silencio,
hacia la soledad
que acoge
 
mudo
 
alarido desgarra al alma
 
y el corazón
confundido, maltrecho, pregunta
 
-¿qué pasa?-
 
 
lágrimas tristes
lágrimas agrias
 
los juegos nunca serán los de antes.
 
 
*De Ruth Ana López Calderón. anilopez20032000@yahoo.es
 
 
 
 
 
 
Rocío*
 
 
 
Estrecho manos que se perderán
en las encrucijadas del olvido.
 
Beso labios efímeros,
destellos en la niebla.
 
Persigo sombras vagas,
ecos quizá, reflejos.
 
¿Dónde está el Horizonte
que alguna vez soñamos?
 
- No hay Horizonte: Sólo
la inasible caricia de la brisa
en su tránsito ciego; sólamente
el roce de la vida, insinuado.
 
 
 
De Por si mañana no amanece
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
CAPRICORNIO*
 
 
Es de noche. Tú sabes. En los desfiladeros del silencio,
muerden fauces salvajes las violetas perdidas.
NORMA SEGADES
 
 
 
La muerte es un alacrán nocturno.
Capricornio, la ve llegar. Sin miedo.
Una estrella en el cielo. Ruega por ella.
Harapos. Mordiscones de ausencia.
Aun sin nombre. Hembra .Solo hembra.
Páramo. Desnuda niña. Desnuda luz del cielo.
Una grieta. Un desterrado padre.
Un grial con semen derramado.
Blanco mortal en medio de dos pechos inmolados.
 
Y bebía, por una urgente necesidad de vida.
Bebía...y se decía...no estoy muerta.
Es cierta esta tibieza.
Este zumo, este sabor a lágrimas.
 
Un descarnado enero, atrae lagartijas.
Aleja salmos y “violetas perdidas”
Ni un gemido la nombra.
Ni un rezo, ni una lejanía.
¿Acaso se ha caído en el río Jordán?
¿Naufraga en pilas bautismales?
La sagrada familia no la nombra.,
Nombra, si, al padre, al hijo y al espíritu santo.
 
Niña sin nombre extraviada en el monte.
Isletas, tigres y serpientes.
Lirio. Rehén. Frente de pan. Ángel desolado.
Alguien golpeó su pecho con ramas de un almendro.
Allí supo su nombre.
Su nombre supo.
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
***


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