miércoles, julio 24, 2013

EL DESEO PUEDE MÁS QUE LA MUERTE...



 *Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
 
 
 
 
 
 
LA LUCHA DEL PREJUICIO Y EL LINCE*
 
 
 
La casa es un mordisco de silencio
Una lengua de gato lame el invierno.
En el techo aterriza toda la ternura del mundo.
Por dentro la soga cuelga de un farol encendido.
... En el piso de barro una mujer crucificada, reza.
Tiene tres hijos, menos uno.
Uno es loco. Otro está en la cárcel por robar un gato.
El tercero es negro. El otro no nacerá en agosto.
Las brevas en sazón. Ríos de leche.
Una víbora voraz, ávida, insaciable, se acerca.
 
 
La casa es mordedura y grito.
El hombre, tiene ojos de lince.
La nieve solo es algodón.
Es una espiga de voces encendidas.
Una astilla lastimosa de amor.
Una llave. Un punzón. Una ganzúa.
Un talón impoluto. Inatacable.
 
 
En el hombre germina el huracán.
La pared se abre y la fruta se ofrece.
El deseo puede más que la muerte.
Rompe la cruz en tres. La arroja al fuego.
Y bebe de las maduras brevas.
El corazón es trueno. Tormenta que viene del oeste
Late, palpita, se contrae. Tan hambre. Tan vida.
 
No escucha el susurro del viento entre los pinos.
Del viento entre los pinos, el susurro.
 
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
EL DESEO PUEDE MÁS QUE LA MUERTE…
 
 
 
 
 
La llorona*

Cierta noche de invierno, mamá y los otros llegaron a casa.
Por esos días sentía que la noche no era la alfombra del día,
tal como tío Alberto solía contar en sus emocionantes fábulas.
La infancia no me alcanzaba para diferenciar lo efímero de lo eterno.
Entonces arribó mamá sin previo aviso.
Los otros eran cuatro o cinco durante el día, pero crecían en la noche.
No era extraño recostarse con una centena y amanecer con un millar.
Era triste, claro, pero era la única manera en que mamá podía ser feliz.
Son como mis hijos pero etéreos, decía ingenuamente.
Los otros, en cambio, despreciaban a mamá.
Ahí va “la desgreñada”, susurraban a mis espaldas.
Ignoraban mis diálogos matutinos con las paredes de casa.
Cuando osé decirle a mamá lo que pensaban de ella, se enfadó.
Me mandó al infierno ida y vuelta, y me lanzó uno de sus típicos
adverbios de mar.
-Vete de casa, niña, ya eres grande. Déjame sola con mi muerte.
Desde ese día y hasta el fin de los tiempos, vivo llorando lágrimas truncas.
 
 
*De Leonardo Pez. leonardopez@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
 
I
 
 
cómo se construye una vida no es una pregunta
es un estado de vigilia
una ansiedad convertida en círculos
aunque ella no piensa en círculos sino en dibujos sin hacer
en números que se unen por líneas que
en este caso
desconocen la ley de la secuencia
el dos no sigue al uno y no hay modo de que lo haga
están los espacios vacíos, la incógnita, el tono de una voz perdida
nadie la grabó y, ¿sabés qué?
 
las voces no quedan en la memoria como el olor de una tarde de diciembre, el
zumbido del tiro que te parte la columna, el grito que congela tu nombre de
guerra en un barrio que huele a mierda
 
¿reconocés su voz? ¿podés escucharla?
 
ellos también quemaron fotos y guardaron imágenes en calles de tierra para compartir con nadie
 
y no la oyen
 
cómo se construye una vida no es una pregunta
es un estado en el que las dimensiones se comprimen
y el tiempo no es más que un modo de ordenar la distorsión.
 
 
 
 
II
 
 
ella la ve
la vio esa vez que prendió la ducha
y el agua vino con olor a mierda
 
la ve gritando el nombre de un hijo en el momento en el que la bala
le descose las vértebras
 
pero no la oye
el hijo tampoco
 
por ahora sólo juega con la sopa:
su cuchara da vueltas como un avión sobre el agua.
 
 
 
*Poemas de Fernanda Nicolini.
 (Inédito)
 
 
 
 
 
 
 
Las vírgenes fuman cigarrillos negros*
 
 
 
 
*Por Silvia Beatriz Adoue
 
 
Éramos seis. Dos montoneras, dos “perras” (del ERP), una anarquista y yo. Éramos seis militantes en la fábrica de lamparitas. Yo trabajé en la rueda dentada, nueve horas poniendo un filamento en cada diente, y después en la soldadora de punto. Normita trabajaba en el balancín. Patricia, Miriam, Alba y Flora lavaban los bulbos. En la fábrica había 70 menores y teníamos dos baños.
 
 
A la salida, íbamos por separado a un bar de Av. del Trabajo, con azulejos blancos, para “discutir coyuntura”, preparar estrategias para la sindicalización de los compañeros y hablar de hombres. Las relaciones de militancia para disfrazar la amistad de chicas. Pedíamos leche con vainillas. Y los dos primeros puntos los liquidábamos rápidamente para perdernos en el tercero: vamos a lo que interesa. Fuera de Normita y yo, eran todas vírgenes. Y yo era la única que tenía compañero y que no fumaba cigarrillos negros. Entonces, hablaba “desde la experiencia” y así me escuchaban. Las feroces guerrilleras temían que les doliera. Miriam alucinaba dolores indescriptibles y ningún placer. No había cómo convencerlas de lo contrario. Normita, en cambio, cogía como si el mundo se fuera acabar al día siguiente. Y se acabó, nomás.
Alba era la única que cultivaba por mí una indiferencia minuciosa. Yo era invisible para ella. Intermitentemente, entraba “en crisis” y no podía pensar en nada más que en ella misma.
Patricia era la más fea y la más abnegada. La ley de las compensaciones. Una tarde, después de nuestra reunión, me dijo que quería hablar conmigo. Se tomó el mismo colectivo.
-Preciso contarle a alguien y no puede ser de mi organización. Estoy enamorada de mi responsable. Él es casado, pero la compañera no milita.
-¿Es recíproco?
-No sé... Pero, el otro día, fuimos a hacer una pintada y él organizó para que los dos hiciéramos juntos de campana en una esquina. Pasó un patrullero y nos besamos.
-¿Qué sentiste?
-Yo lo besé de verdad.
-¿Y él?
-Creo que él también.
El ERP, donde ella militaba, así como todas nuestras organizaciones, era muy duro con esas cosas. Pero yo sentía una gran compasión. Y dolor por lo siguiente: era la presencia de la policía que autorizaba un sentimiento prohibido por la organización. La clandestinidad dentro de la clandestinidad.
A la hora del almuerzo, jugábamos al voley en la calle, frente al portón de la fábrica. Normita no agarraba una pelota. La veía venir y se tapaba la cara con miedo del pelotazo. Pero se aplicaba. Pedía: “tírenmela de sorpresa”. Un día, después de perder la pelota, una vez más, defendiéndose de ella, se puso a llorar y salió a caminar. La seguí.
-¿Qué pasó? ¿No estás llorando porque no agarraste la pelota...?
-No es eso. No entendés. Cuando tengo que tomar una decisión siempre hago lo mismo. Imaginate si me pasa en un operativo. Voy a poner en riesgo la actividad y a los compañeros.
Hicimos un movimiento, por el que comenzamos por convencer a los compañeros que hicieran una cota máxima de producción y que se distribuyesen lo producido para hacer los partes diarios, para que nadie fuera presionado para producir más. Eso era, además, para construir la confianza mutua entre los compañeros. Después hicimos una campaña para la sindicalización, con el argumento de que todos debían estar registrados y el registro sindical valía para el Ministerio de Trabajo. Y, como éramos menores, no podíamos trabajar más de 6 horas (trabajábamos 9). La sindicalización era muy difícil porque los dirigentes del sindicato estaban vendidos y podían avisar a la patronal. Había que hacer todo muy rápido, sigiloso y todo al mismo tiempo. Lo conseguimos porque Domingo, que trabajaba en la sección lavado, era hijo de un dirigente del sindicato y le robó las fichas para que sindicalizásemos a todos sin que la dirección se diera cuenta. Ahí, Normita y Patricia fueron decisivas: se lo ganaron a Domingo. Conseguimos todo.
Después de esa lucha, yo logré entrar en la metalúrgica y perdí de vista a los compañeros. La represión impedía el ejercicio de la amistad fuera de los ámbitos de militancia, que eran muy reducidos.
Una tarde, en el andén de la estación Villa Pueyrredón, la vi venir a Alba. Iba del brazo con un muchacho. Los dos muy bien vestidos, pero ella muy flaca y demacrada, con ojeras. Pensé que podría estar en un operativo y estaba disfrazada o que en una de esas crisis había abandonado la militancia y se estaba dando la biaba con drogas. En todo caso, me alegraba verla, saber que estaba viva, cuando cada vez que podía hablar con un antiguo conocido nos cambiábamos los muertos como figuritas. No podía hablar con ella. Por ella, por mí y por la actividad. Cuando íbamos a cruzarnos hice un esbozo de sonrisa, sólo para que ella supiera que me alegraba verla. Pero, como siempre, me respondió con un gesto despreciativo y dio vuelta la cara para otro lado.
¡Qué rabia que me dio! ¿Se pensaría que la iba a saludar? ¿Creería que yo no tenía la menor noción de reglas de seguridad? ¿Qué le costaba sonreír o mirarme con cara de paisaje? ¿Precisaba demostrarme su desprecio una vez más? En ese momento yo pensé: “un día voy a encontrarte, cuando caiga la dictadura y te voy a pedir cuentas por este gesto, vas a tener que explicarlo, porque es desprecio de clase, cosa de gorila y las normas de seguridad son una excusa que usás para ejercer ese desprecio”. Pensé las palabras. Se lo iba a decir así nomás.
Unos meses después, encontré a Flora en un show de un Milton Nascimento borrachísimo. Cantamos con él “María Fumaça”, “Oratorio”, “Qualquer maneira”, “Travessia” y “Faca amolada”, las preferidas. En lo oscuro del show, en medio del barullo, nos aproximamos, nos abrazamos y ella me cuchicheó al oído que había dejado de militar, que tenía una hija y que quería que la visitara, me dio la dirección y combinamos un encuentro.
Aquella tarde, en el departamento de Flora, tomando mate, me fui enterando. Patricia había muerto ametrallada junto con el compañero, en la cama, no les dieron tiempo a levantarse (nunca supe si el compañero era aquel responsable que la había besado fingiendo que la besaba). Miriam había estado dos años en la ESMA. A Normita la fueron a buscar a la casa de los padres. Los golpearon y ellos, que conocían el domicilio, no dijeron nada. Cuando llegó el hermano y vio cómo lo golpeaban al papá, dio la dirección. Rodearon la manzana. En la casa estaba Normita, embarazada de 8 meses, con el otro hermano y el compañero. Una versión, de los Montoneros, dice que ella salió a la calle con dos granadas. Trató de abrirse paso con una, que no explotó. Usó la otra para no entregarse ni entregar a su hijo vivo. Otra versión, en cambio, dice que encontraron su cadáver, las manos amarradas con alambre y con señales de tortura.
 
-Alba, por lo menos, debe estar bien.
 
-No, te equivocás, Alba está muerta.
 
-Me la encontré en la estación de tren por mayo.
 
-En esa época estaba secuestrada.
 
-Pero yo la vi, con un compañero, muy bien vestida -traté de recordar la ropa, la situación...- iban del brazo.
 
-Sí, dicen que la sacaban, para que marcar gente. Entregó a muchos. Después la mataron. Miriam contó que fue en junio.
Traté de recordar la imagen... no iban del brazo, el muchacho la agarraba del brazo. El gesto de desprecio cuando nos cruzamos fue para que no se me ocurriese saludarla, o sonreírle, o mirarla.
 
 
 
 
 
 
 
 
Sin título*
 
 
 
Extraño algunas cosas,
Como la piel de algunas personas,
Que ya, no puedo tocar
 
¿Será que el roce de alguna,
Me hará caer entre los pétalos, una vez más?
 
¡No quiero!
 
No quiero vagar sin rumbo en el desierto
Recibiendo a cuenta gotas un beso que vale…
Lo mil besos que arrastre conmigo,
Muertos, en mis labios, que se secan
 
¡Ya no más!
 
Bellas pieles rosas, juventud y miradas,
Sonrisas de las mañanas
No dejen que vuelva, a naufragar sin brújula
 
Entre los pechos y las olas,
Entre los brazos y la muerte
Entre el jardín de rulos y la desolación compartida
 
Me quedo,
Con mis lianas abiertas
Y en el fondo, la estampida
 
 
*De Florencia Mayra Gargiulo. florgargiulo@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
MITO*
 
 
 
Yo soy el primer el soplo
que sobre la superficie del océano se transformó en ave.
Yo soy el ave cuyo vuelo palpita
en el corazón de la montaña.
 
 
La montaña
cuyos úteros dieron formas a los huesos
del primer hombre.
El primer hombre
en cuyas manos los dioses tomaron formas,
formas, sustancia de tiempo
en un espacio predeterminado.
Yo soy el ave
cuyas alas se extienden más allá
de la vida y de la muerte.
 
 
*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
 
Cuerpo
Casa
cama
barro
ventanas
que se abren y se cierran.
Mi cuerpo tiene ventanas.
las abro
y las cierro.
Elijo dar sombra a partes de mi piel
luz a mi cara
cara con ojos
muchos ojos
Boca con ojos
boca que besa con los ojos.
ventanas
en mi cuerpo entero
ventanas
cama
barro
casa
cuerpo
cuerpo
desnudo
de mujer
mi cuerpo
tiene
muchos
ojos
lloran
me mojan entera
brotan
semillas
en mi cuerpo
desnudo
me descubro
fecunda
poblada
de agua
y
ojos
 
 
*De Paz Bongiovanni pazbongio@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
¿Cómo se vuelve adonde no se estuvo?*
 
 
Por un círculo virtuoso
o una espiral o un cielito
Por ojos que inventan transitoriedades
o la piel de bilingües hermosuras.
 
En síntesis
no hay forma posible de regreso.
 
 
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
Credo*
 
 
Creo.
 
En la unión de los semi-mundos de tus labios,
vínculo de todo entendimiento en mi persona,
y en la respiración de tu nariz, sobre mi nariz.
motor de impulsos que enardece nuestra piel.
...
 
Creo.
 
En enviar audaces y raudos besos mensajeros,
como flechas terribles entre dioses y destinos,
a todos los territorios recónditos de tu cuerpo,
fuente eterna de toda inquietud y desasosiego.
 
Creo.
 
En la antigua piedra imán de nuestras miradas,
el destello enardecido atravesando mis venas,
y en el látigo inquieto de tus atrevidas manos,
rodeando mi espalda como un tentáculo ciego.
 
Creo.
 
En la latitud y longitud del latido en tu pecho,
intersección en la que pauso todos mis detalles,
y en la cálida y diminuta oquedad de tu cuello,
reposo de mis amantes caricias y mis silencios.
 
Creo.
 
Creo en el espíritu de vino, de tu beso.
Creo en sentido de descansar a tu lado.
Creo en la comunión de los cuerpos,
en la tentación de la carne.
y la celebración del sexo.
Amén.
 
 
 
*De Jorge Lacuadra.  jorgelacuadra@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
***
 
 
 
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