*Obra de Claudio
Uzal.
-Su Exposición
"SEMILLAS AL VIENTO"
Desde el 7
Agosto al 3 Septiembre. SALA ARISTAS. \Gijón
*
A orillas
de las tierras
silenciosas,
allá,
donde no se
atreven los pájaros,
he abandonado
el corazón.
Los lobos
de mis
pesadillas
lo han cuidado
del dolor que
no duerme.
Ya no es mío.
Ya no me
pertenece
Es apenas otra
fiera solitaria,
vagando por la
tierra,
desamparada,
pero viva.
*De MARIANA
FINOCHIETTO.
A ORILLAS DE LAS TIERRAS SILENCIOSAS…
JUEGOS
APASIONADOS*
*De Irma
Verolín.
Como mi abuelo
estaba convencido de que nadie en esta vida puede vivir sin, por lo menos, una
pasión, le sugirió a mi abuela que empezaran a jugar a la escoba de quince. Mi
abuela dijo “sí” a regañadientes. Era un sí que estaba a medio camino entre la
negación y el condicional. Y ahí quedó el asunto.
Al día
siguiente mi abuelo salió a comprar el mazo de cartas. Las sacó de la caja y
las dejó con provocación sobre el mantel de hule en el que mi abuela ya había
puesto la mesa para comer. El dibujo del mantel era cuadrillé y el revés de las
cartas se le asemejaba bastante, eso le dio a mi abuela el pretexto para decir
que no las había visto. Pero las había visto. Cuando llegó la hora de levantar
la mesa, mi abuela ya no pudo disimular más su disimulo. Sin embargo la hora de
jugar no iba a ser a la siesta, sino después, a eso de las seis o siete de la
tarde. No bien empezaron a jugar a la escoba de quince, mi abuela supo que ese
juego no iba a gustarle nada, nunca, y también que estaba condenada a
padecerlo. Así es que la pasión de mi abuelo o, al menos, el intento por
despertar una pasión, no fue otra cosa que un esfuerzo o un motivo de aguante
para mi abuela, que tomaba las cartas con cierta aversión y las echaba al
tuntún sobre la mesa como pretendiendo sacárselas de encima o terminar de una
vez por todas con esa cuestión engorrosa.
Muy pronto mi
abuela se acostumbró a perder y mi abuelo a que ella perdiera, mientras la
espiaba por encima del horizonte defectuoso que las tres cartas formaban en su
mano. Mi abuelo tiraba su carta dando un golpe seco, con la evidente intención
de que medio mundo se enterara de que allí, en el departamento número dieciocho
del séptimo piso, ellos despertaban una pasión: la pasión por la escoba de
quince.
Jugaban
generalmente con la televisión encendida. No la miraban, pero los sonidos, la
música, las palabras que se escapaban de la parte trasera del aparato aplacaban
el ruido seco que los nudillos de mi abuelo producían al golpear en la mesa y
de nuevo sus “te gané otra vez” y ese chistido apagado que muy para sus
adentros emitía mi abuela y del que nadie, nadie, nadie jamás se percataba; y
ella menos que nadie. El horario del juego coincidía con el del noticiero, así
que daba la impresión de que a ninguno de los dos le importaban un comino las
calamidades que ocurrían en el mundo o, muy por el contrario, que le importaban
demasiado, al punto de llevarlos hasta tal extremo de la indiferencia para
soportar el dolor. Digamos mejor que lo que se decía del mundo y la pasión de
mi abuelo buscaba armonizarse, entrar en consonancia o acaso hallar un sitio
entre el borde de la mesa y la parte trasera del televisor que tolerara su
mezcolanza.
Cualquiera sabe
que llevar adelante una pasión exige constancia y riesgo y, más aún, cuando la
pasión debe ser promovida por alguien tan desapasionada como mi abuela. A esas
alturas tan altas de la vida, mi abuelo no era consciente de eso, menos mal que
su carácter metódico actuó a su favor sin que él mismo lo sospechara. Se volvió
más terco que nunca en su afán de jugar a la escoba de quince. Es probable que
el simple hecho de obligar a los números a que sumaran siempre la misma
cantidad le impusiera un orden o le diera un cauce a sus emociones. Y no es
menos probable que al procurar obsesivamente cumplir con esa cifra, día tras
día, hiciera nacer un pequeño deseo que con el tiempo se acercara al fervor. De
esa manera y como quien no quiere la cosa, en algún momento y con la ayuda de
circunstancias favorables, mi abuelo terminaría rozando la tan ansiada pasión.
Claro que también existía la posibilidad de que esto no sucediera.
A mi abuela
nunca le gustaron los números impares y sin duda este era un gran inconveniente
que se interponía entre mi abuelo y su búsqueda de la pasión. De esto, por
supuesto, él jamás tuvo la menor sospecha. Si bien se trataba de
despertar pasiones, mi abuelo tenía el absoluto convencimiento de que, aún para
lograr tan desbocado objetivo, el juego debía ser realizado monótona,
rigurosamente, con el mismo énfasis que él le imprimió desde el principio,
énfasis que el acto de echar la carta patentizaba y que la hartada resignación
de mi abuela no hacía más que ridiculizar.
Las
noticias de la televisión variaban, aunque no tanto como hubiera sido
recomendable. En los momentos en que se pasaba la propaganda, los números
apilados sobre el mazo y los que muchas veces mi abuela musitaba con un tono de
voz áspero y monocorde, parecían alcanzar un sentido vagamente glorioso que
inmediatamente se pulverizaba cuando el noticiero anunciaba catástrofes y
muertes.
Cuesta imaginar
que la pasión por el juego no se despertara teniendo en cuenta que detrás de
cada carta se escondía una antiquísima historia de transgresiones, de
inquisición, de magias de todos los colores, de gitanas adivinando porvenires, pero
la vejez cuando es una vejez genuina, hecha y derecha, bien asentada sobre una
considerable cantidad de años, puede incidir bastante en contra. Sin embargo
conviene aclarar que teniendo en cuenta la sumatoria de tradiciones centenarias
que traían las cartas, desde un punto de vista estrictamente numérico, no eran
poca cosa con respecto a las dos vejeces juntas que mi abuelo y mi abuela
sumaban. A lo mejor la culpa de todo la tuvo el noticiero. O a lo mejor
fue el destino. Lo cierto es que una tarde, sin pasión y sin siquiera un enojo
digno de sostener el acto, mi abuelo se levantó y dijo a los gritos:
-¡Ah! Esto no
lo aguanto ¡Me estás haciendo trampas!
Entonces, sin
mediar gesto amenazante ni nada que se le pareciera, agregó las palabras menos
esperadas:
- Este tipo de
infracción sólo puede ser debatido en el sindicato.
Mi abuelo se
refería, lógicamente, al sindicato de jugadores de escoba de quince. Al
principio mi abuela se resistió, aunque sabía de antemano que resistirse era
inútil y hasta absurdo. Al final no tuvo más remedio que aceptarlo. Ese fue el
desenlace de una historia y el inicio de otra. Bien sabido es que el sindicato
tenía cierta predilección por las mujeres y que su presidente era una señora
gorda y bigotuda con tendencias feministas. En fin. Cuando el sindicato
interviniera iban a suceder muchas cosas. Ya sabemos que los sindicatos se
nutren de un sentido ejemplar de la justicia o, si se quiere, de la pasión por
la justicia. Pero a mí nadie me saca de la cabeza que lo que empujó a mi abuelo
a llegar a una situación tan extrema fue el aburrimiento de sumar siempre,
siempre quince. Quiso romper un orden para ver si por las hendijas se filtraba
alguna clase de pasión. La idea de una trampa, quién puede negarlo, es muy
propicia para eso. Lo ha sido así desde el principio de los tiempos. Y mi
abuelo lo sabía, como buen hombre que era, lo sabía perfectamente. Claro que
esta es, desde ya, otra historia.
Mi abuelo se
presentó en el sindicato una siesta muy calurosa. La presidente no estaba, había
ido a Río Hondo para disfrutar de unos baños termales. Lo atendió su
secretaria, una mujer bastante joven y redondita que sonrió para sus adentros,
no pudo evitar pensar en lo de siempre: “Todos los que se acercan al sindicato
son viejos”. Se preguntó una vez más si la escoba de quince era un juego
perimido, en amenaza de extinción o si sólo los viejos se animaban a reclamar
sus derechos. No quiso ni imaginarse que poco y nada la gente joven se sintiera
atraída por un juego que a ella personalmente le resultaba subyugante. Mi
abuelo se aclaró la garganta con un débil carraspeo antes de decir:
- Buenas
tardes, vengo a sentar una queja.
- ¿Contra
quién? – preguntó la secretaria que, como era su costumbre, pensó que había
hecho una pregunta insoslayable ya que la escoba de quince era un juego de
contrincantes.
- Contra mi
mujer.
La secretaria
ya había sospechado que debía tratarse de un familiar, un pariente cercano o de
algún vecino. La escoba de quince es en esencia un juego para gente
confianzuda. Nadie sale a la calle a jugar a la escoba de quince.
Lamentablemente no puede decirse siempre lo mismo de la canasta y menos que
menos del póquer. La secretaria miró a mi abuelo a los ojos. Acostumbraba hacer
eso cada vez que alguien se presentaba para sentar una queja. Era como un reto,
una manera de darle a entender: “Ahora o nunca, si se va no vuelva más por
aquí”. Con ese gesto ella realzaba la importancia de la queja y, de paso,
la alta función que tenía el sindicato de la escoba de quince en la sociedad.
Mi abuelo daba la impresión de no querer parpadear, ya sea por el susto o el
exceso de responsabilidad.
Después de un
largo silencio, la secretaria dejó escapar:
- Bueno.
- Ella hace
trampas... – recitó mi abuelo.
La voz de mi
abuelo había sonado rotunda aunque un poco apagada, quizá como resultado de la
ofuscación y la tristeza que se le había ido acumulando en el trayecto de su
casa hasta el sindicato. La secretaria tuvo ganas de decirle que esa era una
respuesta demasiado dura y que, además, había que probarlo. Por eso se apuró a
preguntar:
- ¿Tiene
testigos?
Escuchar
semejante pregunta fue como si a mi abuelo le hubieran clavado un puñal en el
pecho. No, no los tenía. No tenía ninguna forma de demostrar nada. Y hasta
sintió que la secretaria lo sabía antes de que él contestara.
- No – dijo –
No tengo.
- Mmmmmmm...
entonces...
Mientras tanto
mi abuela se distendía en el sillón mirando la telenovela. Aunque su gesto era
inexpresivo, si alguien se acercaba lo suficiente podía descubrir en sus ojos
un brillito de revancha.
Los forcejeos
verbales entre mi abuela y mi abuelo duraron un tiempo demasiado largo, duraron
y se terminaron, como todo en este dichoso mundo. Al final el convenio fue el
siguiente: era preciso optar por una solución intermedia, liberar a mi
abuela de la tortura de jugar, pero no por ello obligar a mi abuelo a que
renunciara a la búsqueda de su pasión. De modo que contrataron a un señor
ya casi anciano para que jugara por ella. Esto, obviamente, complicó las
relaciones con el sindicato, lo que redundó en un empeoramiento en la relación
conyugal entre mi abuela y mi abuelo. Mi abuela por su parte, que estaba lisa y
llanamente influida por las historias de las telenovelas mejicanas, habló de
divorcio. Fue espantoso, sobre todo para mi abuelo que se sintió muy
desconcertado al no existir un sindicato de maridos que intercediera y lo
guiara en un asunto tan enojoso. También lo fue para el señor contratado, quien
se quedó sin empleo de la noche a la mañana, porque mi abuelo se deprimió mucho
y perdió de un momento a otro su interés por despertar en él la pasión por la
escoba de quince y cualquier otra sucedánea o distante a ella. Las cosas
terminaron mal. Mi abuela tuvo, por supuesto, la última palabra, que fue la
siguiente:
- Esto pasa
cuando se despiertan pasiones tardías.
El divorcio fue
un hecho inevitable. No transcurrió mucho tiempo para que un nuevo desenlace se
sumara a este conjunto hilvanado de sucesos desafortunados. Mi abuela murió en
un geriátrico y mi abuelo en la casa de una de sus sobrinas nietas, con una
diferencia de escasas semanas. Hoy, el mazo de cartas, manoseado y pringoso, es
el juego preferido de una bisnieta, que nació unos meses después de la muerte
de mis abuelos. Se trata de una nenita risueña. Da gusto verla echar una a una
las cartas sobre el piso para combinarlas de un modo sumamente original, se
diría que con excesivo entusiasmo, con un entusiasmo que, de buenas a primeras
y ayudado por el tiempo, podría deslizarse hacia alguna clase de pasión.
-Blogs de Irma Verolín. http://www.suryalotoreiki.blogspot.com/
ACERCA DE LA
ALDEA.*
Conserva un
suave gesto de abandono,
los rasgos de
la ausencia apresados en el óvalo de un viejo relicario como aquel rizo opaco
que nadie reconoce.
Es un rostro
entre azogues,
una fotografía
en tonos sepias de algo que ya no existe,
que jamás ha
existido salvo en la desmemoria de encajes, terciopelos, abanicos de nácar,
peinetones, zarcillos.
Hacia la
plenitud de los cereales, el sur le extiende su actitud de pan, de lluvia sin cerrojos;
le entrega sus
corolas de ceniza, su estambre de humo espeso.
El sur es una
dalia advenediza que enciende lejanías por donde migran ángeles y dioses
tal y como si
fueran hojas secas en el advenimiento del otoño.
Hacia el norte
acontece el reino del delirio,
el perfil de un
silencio que aúlla como ortigas o eclipses o cigarras;
como el vientre
desnudo de los cardos reclamando otro cáliz, otro estambre desde donde parir
las soledades,
la impenetrable
angustia de la sed y la espina.
Hacia el norte
sucede el seco territorio del olvido.
Las espadas
vinieron a fundarla en medio de sus ríos.
La pensaron
albatros, golondrina. Ella tuvo actitud de mariposa.
En las manos
cruzadas sobre el pecho retiene el mismo gesto desvalido
de quien ya no
recuerda las sílabas estrictas que aluden a la luz de la esperanza, conjuran
algoritmos o naufragios.
El gesto
desolado de quien clausura cielos y horizontes con urdimbres de espesas
telarañas
impidiendo a
los duendes sobrevolar la tarde, custodiar las palomas, amparar los follajes de
campanas.
Por eso, cuando
trepan las auroras sobre la arboladura de los templos,
cuando el reloj
del claustro amnistía los trinos con su dedo de sombra,
cuando las aves
nacen al arrullo, al hambre cotidiano;
escarba con las
uñas debajo de los sueños en busca del idioma que la nombra por su nombre de
santa.
El nombre que
tatuaran las leyendas en registros, archivos y sepulcros.
Las espadas
llegaron a fundarla en medio de la nada.
La pensaron
camelia, siempreviva.
Ella escogió lo
efímero y salvaje,
la silvestre
humildad de las verbenas.
*De NORMA
SEGADES-MANIAS.
PROYECTO EGON*
El equilibrio
perfecto entre la orientación de los paneles de luz solar y el fluido de las
cañerías hidropónicas, hacían que las flores de coloridas, estuvieran en su
máximo esplendor. Un aroma inconfundiblemente fresco, invadía los rincones de
la sala de trabajo
La ciencia
había avanzado. Resuelto el misterio de Dios, ya no había necesidad de ser
bueno, por algún motivo sobrenatural sino por uno mismo y para soportar mejor
la convivencia con los demás humanos o con los otros habitantes del universo.
Sin embargo, la
ciudad no se adaptaba a los nuevos tiempos y se había convertido en un nido de
crímenes y de robos incontenible. La oportuna intervención del proyecto “Ciudad
Segura” que había sido gestado y experimentado, se perfilaba con franco éxito.
Stephen Egon, su genetista e ideólogo, comenzaba a disfrutar del incipiente
prestigio, sobradamente ganado.
Había diseñado
un plan biológico, donde se dotaba de inteligencia a las especies vegetales que
engalanaban las amplias terrazas, también inteligentes. Las mismas rodeaban el
punto de observación y experimentación y contribuían a los resultados
favorables.
Por medio de
complejísimas manipulaciones genéticas, se había conseguido que plantas
carnívoras, fueran capaces de detectar en cuestión de segundos, a cualquiera
que se aventurase, en una edificación privada o pública, con intención de robo
o asesinato. Las exuberantes y novedosas combinaciones químicas, llevadas a
cabo en el laboratorio más, la inclusión de nuevos nutrientes en las cañerías hidropónicas,
que regaban los canteros de turba donde crecían los caprichosos vegetales,
habían logrado convertir sus ya extrañas formas y sus estrategias de pillar
insectos, en eficientes detectores, para distinguir y atrapar a los rebeldes
sociales.
El concepto de
unir la infraestructura física a la tecnología, para anticiparse e influenciar
sobre la situación criminal, previniéndola y así reducir su actuar, había
fracasado, incluso con muchos policías de más. La tasa de crímenes en la
ciudad, crecía en un treinta por ciento, a pesar de la mezcla de aplicaciones
predictivas, sensores de vigilancia y automatización. Cámaras que podían ubicar
una imagen sospechosa, ordenadores que la analizaban y transmitían en segundos,
al pensamiento tecnificado, las señales con coordenadas de posicionamiento. A
pesar de ello, la probabilidad de evitar robos o salvar vidas no disminuía lo
suficiente.
Como parte de
la acción de concretar ciudades futuristas eficientes, se estaba presenciando
un parcial pero inaceptable fracaso tecnológico. Finalmente, el Proyecto Egon,
basado exclusivamente en el desarrollo de la capacidad vegetal, de detectar el
aroma que despiden las hormonas del delincuente, en el momento del acto
delictivo, parecía estar a la altura de los avanzados planes, tendientes a
incluir material de la más sofisticada tecnología.
Se acercaba la
fecha de la presentación en sociedad del novedoso diseño.
Egon y su
equipo no habían descuidado ningún detalle. Se trataba de un simple repaso
final antes de ser evaluados por el mundo. En toda la extensión de la palabra,
para que el proyecto funcionase, sólo se necesitaba un pequeño jardín,
estratégicamente ubicado en cada hogar o espacio comunitario, sembrado de
carnívoras, manipuladas genéticamente.
- La ciudades
del futuro son un floreciente negocio- reflexionó el satisfecho Egon, sabiendo
de las ganancias que obtendría por sus experimentos.
Vio sobre el
fondo del cielo azul, aproximarse el pequeño móvil volador de su esposa que,
como todos los días, luego de dejar a los niños en el moderno establecimiento
espacial donde estudiaban, aterrizaba en la explanada del balcón terraza, para
compartir el café de rutina, admirando las numerosas especies que integraban el
vivero del laboratorio.
El matrimonio
seguía tan enamorado como el primer día.
Se acercaba el
cumpleaños de Egon y los preparativos serían especialmente originales dado el
acrecentamiento económico en que había entrado la familia más, el
agradecimiento que le debía el personal bajo su dirección, por la generosidad
con que el jefe, había sabido compartir el éxito.
Se abrazaron y
besaron con alegría y Egon la llevó de la mano, ubicándola en el sillón frente
al soleado ventanal.
Marcia sirvió
café mientras le comentaba entusiasta sobre los planes acerca de la fiesta:
Le fue difícil
no sonreír al observar la costumbre de su esposa, de comer solamente, las
aceitunas que adornaban los emparedados.
-Vas a tomar el
color de las olivas si sigues comiéndolas de ese modo, no dejas ninguna para
mí- le reprendió tiernamente Egon, antes de continuar diciendo:
-queda en tus
manos, tesoro. Sabes que las fiestas no son mi fuerte y mucho menos cuando son
para homenajearme-
-Stef, cariño,
esta es la oportunidad en que deberías estar más entusiasmado por tus festejos
cumpleañeros. Mandatarios de estado, la comunidad científica, el laboratorio en
pleno, la prensa, tus hijos, toda tu familia merecen que estés feliz, por este
reconocimiento al trabajo y al amor que nos brindas cada día.
-Bien. Sólo por
daros el gusto ¿cómo piensas tú que se hará entonces? -
-Luego de
participar de la fiesta principal donde serás homenajeado por las autoridades
privadas y públicas que se haya previsto, tendremos un ágape aquí mismo, en el
laboratorio, con tus colegas y personal de maestranza-
Acaba de
informarme tu secretaria que, para el festejo público, luego de la presentación
oficial del proyecto –manifestó, dejando la taza vacía sobre la bandeja del
café- se han contratado instalaciones especiales con servicio incluido y ya
sabes, para el privado, organizaremos una reunión informal. He acordado el
mismo catering que adquirimos para nuestras celebraciones familiares.
La fiesta más
importante la tendremos tú, nuestros hijos y yo, durante el crucero sorpresa
que te he preparado pero de eso hablaremos después.
La acompañó
hasta el jardín – plataforma, cortó una bella flor rosada y colocándosela en el
cabello, abrazó nuevamente a su esposa. Abrió la portezuela del móvil y volvió
a besarle la frente, antes de que ella emprendiera vuelo hacia el hogar y él
regresara a sus interesantes experimentos.
Había sido un
año agotador, no le vendría mal el período de descanso que se habría ganado
luego de los festejos en su honor.
Durante la
presentación oficial del proyecto, Egon estuvo brillante. El mundo científico
había aplaudido de pie. La exposición le había surgido con naturalidad y había
sido comprendido con amplitud, a pesar de las dificultades propias de un sector
del público, neófito en cuestiones científicas.
Su esposa lucía
más bella que nunca. Resaltaba su tipo oriental, los ojos rasgados, su nariz
tan fina y la piel semejante a la porcelana.
Sus caderas
pequeñas y su forma de bailar y moverse durante la fiesta. Los brazos y el
talle perfectos y sus miradas, hacían de éste, el mejor día de su vida.
¿Qué más podría
pedir un hombre para la plenitud que sus éxitos científicos, la delicia de sus
hijos y el amor de la mujer más bella del mundo?
La noche avanzó
como si transcurriese en cámara rápida. Primero los discursos, las
felicitaciones oficiales, los aplausos, la despedida. La huída al laboratorio
por la portezuela trasera del imponente salón, donde se realizó la entrevista
periodística internacional.
El festejo
privado sucedió mejor de lo programado: íntimo, cálido, familiar. Los niños de
los empleados y los suyos, se desplazaban divertidos de un lado a otro, entre
las asombrosas flores de coloridos matices.
La comida, como
siempre, exquisita y suficiente. Marcia era una gran anfitriona a pesar de que
su mirada, se cruzaba continuamente con la de Egon buscando aprobación.
Poco a poco los
niños del personal se durmieron en los sillones y sus padres, casi ebrios,
comenzaron a subirlos a los pequeños móviles voladores y a alejarse rumbo a sus
hogares.
La sala
principal del laboratorio se había convertido en un mar de botellas vacías,
platos descartables, servilletas arrugadas.
Los hijos de
Egon dormían en su salita privada y su esposa se ocupaba de prepararse para
regresarlos al hogar familiar. Egon despidió al último de sus colegas.
Agotado y
feliz, se sentó en los sillones de la terraza, a disfrutar del perfume de las
flores del jardín, del aire cálido y del incipiente amanecer.
Al momento
apareció Marcia, el precioso vestido arrugado, los pies hinchados pero
sonriente y con un Dry Martini en cada mano.
Mirándolo a los
ojos, besó a Egon en los labios y cuando él se disponía a beber, con mirada
pícara, se anticipó a robarle la aceituna que adornaba su copa.
Fue cuestión de
un instante. Un latigazo le arrancó la mano y la planta la deglutió.
Villa Gesell
Otras
definiciones para el diccionario III*
Adjetivo...
Cuadro pequeño
pintado a la caída de la palabra,
colores del
hexámero que el aedo otorga al alba,...
pisada que
precede al grito ingenuo de un ángel.
Habitante único
y descontento del último planeta.
Planeta...
Poliedro
enésimo de las órbitas milenarias,
puñado de
caminos que sueñan hacia el mar,
sombra que
recorta el cielo del astrónomo.
Molienda de
minerales y caricia de lo verde.
Verde...
País habitado
por hombres provistos de raíces,
flor que
retorna hacia el misterio de ser hoja,
piel de ciertos
reptiles a la luz del amanecer.
Jade surgiendo
de las entrañas de la tierra.
Tierra...
Recipiente de
todos los caminos y su memoria,
cielo de
ciertos pájaros que vuelan invertidos,
la pesadilla
terrícola del insomne de la luna.
Rueca de
colores que el profeta lega al discípulo.
Discípulo...
Hombre que a
causa de la caída valora la lágrima,
escultura de
arcilla fresca en la mesa del alfarero,
herida múltiple
que salpica el madero de una cruz.
Siervo atroz de
la palabra y esclavo del Ouroboros.
Ouroboros...
Nombre
incorruptible del primer sueño de dragón,
esa pretérita
serpiente incansable y mordedora,
confusión que
impera sobre el principio y el fin.
Síntesis del
caos que se renueva como un susurro.
Susurro...
Seda rasgada
que seduce a un diseño de Dalí,
página de un
libro que no quiere ser encadenado,
beso de mujer
que ahoga un grito de distancias.
Cueva donde se
ocultar las voces de la conciencia.
Conciencia...
Música que en
el final estremece nuestro cuerpo,
pequeña deidad
que nos impone su amistad,
camino que
siempre tiende hacia el interior.
Recurso póstumo
del poeta asesino de la nostalgia.
–2005.-
***
INVENTREN
Próximas estaciones literarias:
SALADILLO
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ESTACIÓN
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OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
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