- Wayne
Brown.
-Fuente: "Vientos
y mareas de West Indies/ De Jamaica a Guyana – 71 poemas".
EN LA COSTA*
*Wayne Brown
El almacén del
paseo marítimo
está vacío esta
noche. En el océano
la luna brilla,
es una luna de invierno,
en una nube de
enredadas alas de polilla.
¿Por qué me
incorporo a estas horas de la noche
descalzo en un
muelle roto?
Nunca vi a los
galeones entrar en la luna,
ni la gran casa
que ardió sobre la colina,
y el pescador
impuntual
que salió de
repente de la nada
haciendo
círculos con sus largos remos,
no tenía nada
que decirme.
Noche, no estoy
llegando a ninguna parte.
Muchacha de la
isla, tengo miedo, no me abandones.
***
-Wayne Brown
nació en Port of Spain, Trinidad & Tobago, en 1944. Fue educado en escuelas
de su ciudad natal, para recibir después una formación en lengua y en
literatura en universidades de Gran Bretaña y de los Estados Unidos. Ya desde
su primer libro, On the Coast and Other Poems (1972), afirmó una
producción
de notable
madurez estética. Brown dio conferencias sobre poesía y sobre escritura
creativa en distintas casas de estudios, desde la Universidad de West Indies,
en Kingston, hasta la Universidad de Lesley, en Boston. En 1981 preparó la
antología de Derek Walcott, Selected Poetry, que publicó la editorial
Heinemann,
en lo que fue
todo un anticipo. El poeta también publicó narraciones, hasta que en 1989 salió
de imprenta su segundo poemario, titulado Voyages. Entre 1984 y 2009
mantuvo una columna crítica llamada “In our time”, difundida en
periódicos caribeños de gran tiraje, dedicada a temas políticos y culturales.
Desde 1997
residió en Jamaica, hasta su muerte en Stony Hill, en 2009.
*Del libro
inédito de Eduardo Dalter "Vientos y mareas de West Indies/ De
Jamaica a Guyana – 71 poemas".
ENTRE LAS FISURAS QUE VAN DEJANDO EL TIEMPO Y LA ANGUSTIA…
EL HABLA DE LAS
MUJERES*
“Si la
escritura y el silencio se reconocen uno a otro en ese camino que los separa
del habla, la mujer, silenciosa por tradición, está cerca de la escritura”,
escribió Tamara Kamenszain. (”Bordado y costura del texto”).
Ahora, en un
rincón muy alejado, aletargado tal vez de mi memoria, lo recuerdo al leer estas
palabras. Mi abuela materna, recién instalada en Rosario, viajaba a mi pueblo
para acompañarnos a mi madre y a mí, en esos meses en que mi padre viajaba al
Sur a cumplir con sus tareas de la cosecha fina, como se llamaba a la trilla
del trigo en ese tiempo.
Eran tiempos
laxos para nosotros que descansábamos de esa especie de Catón, que era mi padre
muy adicto al autoritarismo y la censura.
Todavía
recuerdo aquella noches en que yo recostaba mi breve cuerpo de no más de cuatro
años en la cama grande mientras mi madre y mi abuela, acomodaban ropa, zurcían
o remendaban, o directamente la cosían con esa máquina que inventaba el ruido
de la lluvia. En un momento, sólo oía sus voces cuyo sentido no lograba
descifrar porque venían en un dialecto dulzón del sur de Italia. Llegaban esas
voces protectoras y queridas como arropándome, como bañándome de abandono, como
produciendo en mis músculos esa laxitud que me introducía en el sueño paulatino
y lentamente, como si yo fuera un leve pájaro que recibe sobre sí el peso de
una montaña de plumas. Así de blando, así de dulce era todo.
Al otro día
despertaba en mi cama, justo debajo de una ventana que daba a un ceibo
pletórico por el canto de los pájaros y con ese despertar y con ese ceibo que
ya no existe, sueño todavía.
Del
clarificador texto de Kamenszain digo solamente que es una manera de
explicar tal vez el origen de toda creación poética y cito luego unas
palabras de Eloisa, hermana de José Lezama Lima; que copio:
“Las mujeres de
aquella familia invertían gran parte del tiempo en interesantes diálogos que se
interrumpían para proseguir la cotidianidad y se volvían a hilar con una
técnica perfeccionada. Esos diálogos dieron a los niños de la familia una
cultura insuperable…”
Y vuelvo
entonces a aquella edad donde no recuerdo ningún día donde no brillara el sol,
donde yo no estuviera en compañía de mis amigos, donde el cielo no fuera sino
azul y los pájaros no fueran sino esas flechas veloces que cruzaban el aire en
aparente desorden y caos, pero nosotros sabemos que un orden mayor, rítmico y
señero seguramente tienen.
También
recuerdo que en mis incursiones por la casa, o para tomar agua, por un alto en
los juegos, o ya porque mi madre me llamaba para la merienda, yo oía los
restos, las hilachas desvaídas o misteriosas que mi madre, mis tías o mis
abuelas compartían.
Muchas veces lo
pensé, pero ahora estoy convencido al leer esas palabras de Tamara Kamenszain,
fue que en ese lugar de bordado y de costura nacerán los futuros
escritores. De esos fragmentos de conversaciones a veces misteriosas, a veces
en un secreteo que implicaba una mirada dulce de mi madre como para que yo
comprendiera que no podía oír cosas que eran inconvenientes para un niño.
¿Un amor perdido de alguien tal vez? ¿La que fue abandonada? ¿La que se fue con
su amor? ¡Quién sabe! Pero en ese trasiego, en ese ir y venir ellas iban
armando esa “costura” de sentido, que se aposentaba en mí como una mariposa,
que luego volando me traería la poesía.
Creo haber
leído en García Márquez alguna vez, que las mujeres son, al fin de cuentas, las
que arreglan el mundo que los hombres desordenan y arruinan con sus
desaguisados y sus guerras.
También
aquellas reuniones, que no excluían el trabajo, y que tal vez lo potenciaran,
eran un espacio u ocasión para los mimos extras porque esas mujeres siempre
llegaban con presentes seguramente comestibles: pasteles, tortas, buñuelos,
esas exquisiteces de las que yo daba cuenta sin ningún rubor ni ninguna
timidez.
Esas voces, ese
parloteo entusiasta me sigue todavía, cuando no está ninguna de ellas viviendo
sobre la faz de este planeta y ya sus voces y sus risas se han acallado para
siempre. No sin antes dejar a un hombre, ya con sus años, que vive agradecido
porque esa herencia llegó a transformarse con los días que se arracimaron
duramente sucesivos.
Nadie sabe
cuánto daría por dormirme oyendo las voces de mi madre y de mi abuela que
acompañaban mi sueño blando al compás de ese dialecto dulzón que atraviesa para
siempre mi vida y mi escritura.
Y hoy, cuando
despierto en las mañanas no están ni el ceibo, ni los pájaros, ni aquella
ventana pintada de verde ni la voz querida de mi abuela, parándose en la
puerta, preguntándome cómo había dormido y que ya tenía el desayuno preparado.
*
Nadar
río arriba,
remontar la
corriente,
con el cuerpo
magnífico y
sereno,
temblando
en el esfuerzo
contra la
helada
tensión del
agua.
Río arriba,
por la mera
pulsión
del instinto,
con los ojos
ciegos
deslumbrados de
vida.
Un instante.
Y bajo el mismo
sol
crece un dolor
desde el
músculo
al río,
que desborda
que inunda.
Y el miedo se
abraza
al cuerpo
náufrago
y ya no se
suelta.
Perdido
en la
inmensidad del agua,
en el ruido del
oleaje
que no cesa,
que no ha cesar
ya nunca,
se comprende
que vivir
es aferrarse a
una certeza
en un río
de inhóspitas
preguntas.
*De MARIANA
FINOCHIETTO.
La de la
buhardilla*
Entre yo y yo
la extraña, la que no se coaguló en eso que me nombra. Entre yo y yo las ruinas
de la certeza. Entre yo y yo, miro por la ventana de mi casa de la infancia una
calle tranquila. Las señoras buenas con cara de malas. Las malas sonríen desde la
enredadera por la que se suben a los sueños. Unos hombres hermosos llegados de
una guerra lejana, de un país que ahora no existe. La barrera de la lengua o
alguna otra pone en la escena algo de lo prohibido. Cerca, una fábrica de
chocolate, no una niña que come chocolates, el lugar donde nacen los
chocolates. Esa cierta desmesura que guarda lo contenido. La calle, las veredas
limpiadas con la fuerza de un verdugo que decapita al erotismo. Hay vecinas que
hablan de las otras, con la escoba y la lengua como armas.
Entre yo y yo,
veo en la ventana una de mi. La imagen se desgana, se deshace, aparece la
protagonista de un cuento que todavía no leí, que me arrastra al Danubio.
Una en Pest la
otra en Buda
Una en la
vereda, la otra mira desde su alta buhardilla-cárcel
En la calle hay
vida, vendedores, romances, juegos.
Por suerte la
ventana se inclina a la vida, sin cables. Ningún botón podrá oscurecer la
grieta en la cabeza ventana. Los golpes dejan sangre, pelos, abren fisuras en
el muro. Por los libros se escapa la escritura. La grieta se abre, en la herida
de lo establecido un brillo resplandece.
Entre yo y yo,
la palabra
Persecución*
No es fácil
determinar en qué momento apareció; tampoco sabría decir cuándo adquirí la
seguridad de que venía siguiéndome, pero desde que soy consciente de ello me
siento levemente incómodo y, con el paso del tiempo, esta situación ha empezado
a resultar extremadamente molesta.
Mentiría si
dijese que hay algo irregular en su comportamiento. En realidad, lo único que
hace es caminar detrás de mí, a unos pasos de distancia. Nada que no pueda
verse en cualquier otra ciudad, a cualquier hora del día. Nunca antes la he
visto, ni es probable que ella me conozca, lo cual acaso fuese un motivo,
siquiera remoto, para caminar en pos de mí por toda la ciudad.
Si lo miramos
bien, no puede decirse que sea una niña, aunque así me lo pareció al principio.
Alguna vez he aprovechado el reflejo de un escaparate para observarla, siquiera
un segundo: su rostro no refleja en absoluto ninguno de los síntomas
característicos de toda persecución. Por el contrario, parece completamente
tranquila, como entregada a la meditación o al olvido. Un espectador casual
acaso pudiera sospechar que su itinerario es tan arbitrario como el mío, y que
el hecho de ir delante o detrás es tan irrelevante como, por ejemplo, los
nombres de las calles que atravesamos en nuestro coincidente tránsito. Pero si
entro en una tienda o en un bar, ella permanece afuera, esperándome sin
impaciencia, y reanuda la marcha en el momento en que vuelvo a salir a la
humedad que impregna las calles.
No se me
malinterprete: En ningún momento ella ha hecho nada que pudiera molestarme. Se
limita a imponerme su presencia a una distancia razonable. No voy a ocultar que
en algunos momentos, en determinadas calles poco transitadas, saber que ella
estaba ahí, unos pasos más atrás, me ha resultado reconfortante, ya que no
soporto la visión de las paredes grises que la soledad oscurece aun más y el
silencio multiplica implacablemente.
Podría pensarse
que todo es producto de mi imaginación, que me invento estas cosas, que los
médicos no erraron al diagnosticar mi enfermedad. También podría ser que para
ella todo esto no fuese más que un juego inocente. ¿Por qué, entonces, son
infructuosos todos mis esfuerzos por despistar su vigilancia? Si avanzo
lentamente, ella camina despacio; si lo hago más deprisa, ella acelera la
marcha; si corro, corre también. Siempre se mantiene a la misma distancia. No
parece interesada en alcanzarme, pero tampoco permite que me aleje demasiado.
Me pregunto cuánto durará esto, y si en verdad es posible concebir un final que
pueda satisfacernos a ambos.
(Aunque es un
hecho perdido en mi confusa memoria, he de confesar que yo también, en mi
lejana juventud, fui siguiendo a alguien durante algún tiempo. Quizá supe quién
era, pero ahora ya no recuerdo su rostro, ni su forma de caminar, ni las calles
por las que transitábamos. No era un juego: Esa persecución, aunque pueda
parecer un disparate, determinó mi futuro).
Tal vez por eso
me siento tan apenado ahora que, al girar con disimulo la cabeza frente a uno
de los multiplicados zaguanes que salpican el incomprensible itinerario, he
podido constatar, acaso sin sorpresa, que la niña ha dejado de seguirme.
Probablemente ha encontrado por fin su propio camino y ya no me necesita. A
pesar de la aparente incomodidad que me provocaba su presencia, ahora echo de
menos sus pasos leves a mi espalda. Pero la esperanza también es una forma de
rebeldía; por eso, de cuando en cuando, al volver cualquier esquina, echo un
rápido vistazo hacia atrás: No es imposible que alguna vez mis ojos me muestren
una sombra, o la vaga sospecha de una sombra siguiéndome, justificando así, de
uno u otro modo, mi errático caminar por estas calles que se me antojan
eternas.
EL AROMO*
A la orilla del
mar
el viento corre
sin
sobresaltos,
violento sobre
el agua
Cierto sabor
salado,
gotitas
diminutas
y un aromo
invernal,
pardorrojizo y
espinoso
permanece
sobre su tallo,
irreductible.
La arena
va y regresa,
lleva y trae,
y golpea con
violencia
entre sus ramas
y el aromo
en su tallo,
imperturbable,
espera
simplemente
que regresen
las flores.
Villa Gesell
Del otro lado
de la cerca*
-Ya se que vas
a volver a decirme que estoy loca, que sigo siendo eso que llamás una especie
de bípeda parlante que pasa la vida saltando un poco acá, un poco allá, como si
nunca hubiera sentido paz. Siempre dijeron eso, vos, el, ella, todos. Y la
verdad que nunca me importó, no se si me habré sentido cómoda en ese devenir o
por ahí asumí ser algo así como una rara avis pero ¿qué importa a esta
altura? ¿Por qué esa compulsión por buscar explicación a todo si nunca se
llega al corazón del nudo que se forma casi, casi, sin que nos demos cuenta?
Creo que
siempre traté de durar de la mejor manera posible, la que menos dañe, la que me
permitiera evadirme al menos por un buen rato de las garras de la angustia
cuando me di cuenta que trataba de instalarse como una amiga inseparable.
Yo no quiero acostumbrarme a la tristeza a mí nunca me gustó que me
impongan más de lo que me impusieron. Todo fue dándose casi naturalmente un día
de vaya a saberse cuándo o por qué. Fue cuando creía estar enloqueciendo, cuando
las situaciones me superaban o no sabía develarlas, vos sabés que tampoco soy
de echar culpas porque por suerte las religiones no lograron hacer nido en mi
alma.
Te conté que
aquella vez encontré una cerca grande, pesada, de rejas sólidas, negras y
brillantes, de esas que se veían en las casonas viejas de los libros de
cuentos. Recuerdo que de alguna manera me pareció que del otro lado de esa
verja la vida parecía ser menos conflictiva. Curiosa como siempre fui, pegué el
salto buscando…
¡Qué se yo qué
busqué! Tal vez zafar de alguna imposición, de la larguísima lista de demoras
donde el “no” era el corolario de cualquier inquietud. Cualquiera, hasta la más
inocente.
La cerca
representó para mí la huída momentánea, el sacudón de todo lo que me
angustiaba. Ya se qué como elección no fue buena, pero vos sabés que no
encontraba las alternativas. Cruzarla era como entrar en una especie de búnker
de hierro donde las cosas más fuertes se demoraban, quedaban estáticas por un
tiempo y así fui construyendo mi paisaje imaginario aséptico. Un aislamiento
que con el transcurso de los días me permitía recuperar fuerzas para volver a
irrumpir por las mismas situaciones que me impulsaban a esa especie de hueco
salvador.
No era tanta la
gente que andaba del otro lado de la cerca. La que había no pedía nada,
solamente hacía una pasadita como para quedarse tranquila viendo que todavía
estaba viva, apenitas escuchaba las voces que quería escuchar, las que por una
cosa u otra ya habían dejado de sorprenderme en la cotidianeidad. Y me refugiaba
en esa fugacidad tan mirando hacia la nada hasta que las cosas que me
impulsaban a esa huída transitoria se fueran calmando. O no, mejor dicho hasta
que el callo que daba lugar a la costumbre se fuera formando, dejara de doler
tanto y la dureza y yo aprendiéramos a convivir en esa rara situación de
conveniencia mutua.
Así fui
aprendiendo que de este lado de esa reja todo es más versátil, las cosas
se van desencadenando con demasiada prontitud. Buenas y malas, más o menos,
tolerables o no, pero pasan rápido, a veces hasta parece que te llevan puesta y
te arrastran convirtiéndote en torbellino descontrolado.
Cuando
regresás, te das cuenta que acá la gente se odia y mañana se amiga, otros
no se hablan nunca más y van tomando forma y cuerpo como de robot. Cada uno, si
mirás bien, anda metido en una especie de escafandra y ni se entera de lo que
le ocurre a quien le pasa por al lado. La vida para ellos parece transcurrir
dentro de un ombligo y los que se atreven a salir de ese agujero cubierto de
pelusas suelen enfrentarse a realidades que habrán de trastocarlo fácilmente.
Sobre todo si no encuentran el refugio donde acovacharse un rato, hasta que la
situación se calme.
A mí nunca me
gustó eso, pero me tocó adaptarme, como a todo. Entonces, cuando las penas
apretaban y hacían nudos resbaladizos que si querías zafar, te apretaban mucho
más, era cosa de arrimarme al confín del paisaje y saltar para el lado donde el
silencio te dejaba notar que vos eras vos, no lo que querían que fueras. Me
quedaba allí un tiempito, el necesario hasta sentirme fuerte, pero siempre
regresé por más larga que fuera la intromisión en esa especie de remanso.
En esos
momentos era cuando las fuerzas se recomponían, comenzaba a emprender el
regreso para enfrentar la realidad de la que dicen que uno no debería alejarse
pero yo tengo mis dudas. ¡Qué se yo! Estamos tan cargados de pautas dictadas
vaya a saber por qué cerebro manipulador, imperativo, determinante, que hace
uso de una prepotencia de situaciones que siempre terminamos aceptando. Yo
preferí escaparme de esa telaraña. Vos, como amiga, en tantos años nunca
aceptaste eso que llamabas mis huídas. Y no porque no me comprendieras, sino
porque el miedo te metió su semillita.
Entonces
empezaba tu perorata y comenzabas a martillarme la cabeza sin dejar de hacerme
notar que debía cuidarme, que tu preocupación era mucha, que temías por ese
eterno trajinar de idas y vueltas, nunca quisiste -o no pudiste, mejor dicho-
aceptar que era mi juego, irresponsable tal vez, pero que era la única
herramienta que encontré como para mantenerme viva, medio a salvo, partida pero
en vías de recomposición constante. Fueron tantos los años que compartimos, vos
admirando el que llamaste mi poder de recomposición. Yo admirando tu capacidad
para mantener la serenidad y el equilibrio. Creo que eso fue lo que nos
mantiene y mantendrá unidas, la diferencia y el respeto además del tremendo
cariño.
No te asustes
amiga mía, vos sabés que del otro lado de mi cerca ando solo cuando me hace
mucha falta. Que luego regreso como si nada a esta margen, con el oxígeno
circulando normalmente aunque sea por un breve lapsus y no salto por un buen
tiempo.
Creéme que se
está bastante bien allá, no sé si decirte que todo parece más claro o no lo es,
lo que sí puedo distinguir es que no sentís la presión que te impone
pensar en qué es lo que tenés que hacer y qué es lo que no. Digamos que
no hay nada que tengas que… (Bah, directamente no podés)
Y lo mejor de
todo es que no estás anestesiada, hay algo que te permite pelearte con vos
misma, preguntarte hasta cuándo tendrás que recurrir a ese refugio. Cuándo será
el día que puedas cerrar esa verja para siempre dando paso a otra vida menos
agitadita, pero de momento no encuentro ese momento…
Pensá que allá
siento que soy (i) responsable de mí misma. Nada me daña, hasta permito que me
crezcan alas y que las cosas se vayan dando, las tome o las deje sin complejos
ni culpas. ¡No me digas que eso no es bueno!
Por supuesto
comprendo también que aceptar o no esa regla sin reglas tal vez no sea fácil
para todos. De este lado, si te fijás, verás que la gente termina siempre
igual: adaptada. Domada. Estática, Temerosa, Prejuiciosa. Ordenada. Apabullada.
Insatisfecha. Moderada. Acartonada. Enquistada en cuadrados tan
limitantes como estrictos, que tácitamente te marcan un hasta acá llegaste y
listo.
Tu pragmatismo
te exige razonar en lo que debe hacerse para vivir mejor: Pensar un poco más en
uno, saber marcar límites y eso yo también lo siento imprescindible
aunque muchas veces, cuando quiero tirar de la puntita del hilo para acercarlo,
se me escapa. Dar, en tanto y en cuánto puedas, sin exigirte tanto. Hacer
consultas al médico al menos una vez al año. ¡Me canso de reírme cuando te
cuento que todos los que conocí murieron rodeados de médicos! Que cuando
te llega la hora y no se quién carajos maneja ese reloj odioso, te vas hasta
sin desearlo. Y veo tu cara de resignada al repetirme:
-¡Yo no se para
qué te pido que te cuides si no me vas a dar bola!
Y me das pie
para responderte:
-Jatejoder, que
el día que se me ocurra cuidarme va a ser cuando ya no pueda levantarme. Todos
nos morimos, hermana. Antes o después, lo importante es no morirnos de miedo a
morir y a eso me aferro con uñas y dientes. (Aunque hoy confieso que no
tanto)
-Dejame que quiero
defenderme de lo que para mí es una descomposición que nos marcaron como
premisa excluyente. Vos estás de este lado, de allá no hay nada. Pero ves que
acá es donde te muelen a palos, propios y ajenos, mientras que allá te acaricia
el silencio y te abraza, y te seca las lágrimas y te sopla bajito y te despeina
y te levanta la falda y te llena los ojos de lucecitas.
Ahora fijate,
hace rato que no andaba por la cerca, venía demasiado tranqui y eso mismo me lo
hiciste notar hace unos días entre mates y bizcochos y tu orden firme de “apagá
ese pucho” que interpreto apenitas como un “abrí la ventana”…
Hace rato que
no volvía a la cerca, andaba bien, sin grandes sobresaltos personales, apenas
los que vemos en las noticias que no son pocos pero nos pegan distinto, pero de
pronto, cuando menos lo esperábamos apareció el impulso irresistible de
atravesar el férreo límite. Fue cuando recibí aquella noticia tan dura y por
supuesto recurrí a vos como hago siempre. Creo que esta vez me empujaron de un
boleo, aunque no puedo recordarlo bien.
Lo único que
sí, tengo grabado, es que recibí como si toda la ira de un ser
descontrolado se abalanzara sobre mi metro y medio del suelo, haciéndome
estallar un rayo que pareció partirme el pecho. Increíble si tenemos en
cuenta lo que venimos hablando de tantos golpes, tanta furia resistida, tanto
dolor, que se yo. Sentí la espina del odio irracional dando en el blanco
inmovilizado de mi pecho.
¿Y quién dijo
que iría a aceptar esa situación dolorosa? Eso sería pedir mucho,
fue allí que pensé que lo mejor era levantar vuelo, agitar mis alitas en reposo
y arrimarme a la verja que esa mañana hasta me pareció casi escabrosa. Algo
parecía llamarme y fue así, de pronto lo vi, tan bonito, tan chiquito
recostadito sobre una mesita blanca. Solo pude mirarlo desde un poco lejos,
pero me invitaba a acercarme. Su carita reflejaba paz, era una cosita así
chiquitita, como dormidita y hasta me pareció que me guiñó un ojito sin que
nadie se diera cuenta.
Era una
invitación que fue paralizando a la sorpresa. No lo pensé ni un segundo,
levanté mi pierna y salté hacia donde estaba continuando su reposo. Por
supuesto, la reja marcaba la divisoria. Estiré mis brazos queriéndolo traer de
este lado, me pareció tan desprotegido en esa soledad sin nadie, sin mí, algo
impidió que él atravesara la reja pero para este lado. El nuestro, el ordenado,
el indicado. No tenía siquiera la opción de elegir y yo, casi en la
desesperación del pánico, no encontré más opción que levantar mi pierna derecha
para saltar hacia donde él estaba. Me miraba desde sus ojitos cerrados y su
naricita parecía un botoncito. Había como un llamado extraño entre nosotros.
Solo eso.
Nos miramos,
cada uno desde su propia visión y fue allí cuando me/le prometí volver
cada día para comenzar un juego en el que solos los dos tendríamos espacios.
Creo que le gustó la idea, si hasta creí verlo sonreír desde una boquita
chiquitita donde seguía reflejándose la idea de un sueño en paz. En paz
implantada, impuesta, exigida.
Estuve un rato
y lo despedí casi con naturalidad y se que él entendió que regresaría todos los
días. En pocos minutos nos hicimos amigos, tanto, que hoy se que me
espera. Cada vez que aparezco extiende hacia mí su manita rosada, me toma de un
dedo y juntos nos vamos saltando del lado del que a él no le permiten salir.
Del lado de mi cerca.
Jugamos como
hace tanto tiempo olvidé que se podía jugar, como te dije antes, de ese
lado, que ahora es su lado, todo transcurre como más liberado. El mantiene las
ganas de corretear que desde esta perspectiva absurda hace rato que perdimos,
justamente, por permitir que jueguen tanto con nosotros. Absurdamente tanto que
hasta nos arrancaron las ganas de intentarlo. Pero vamos a procurarlo sin
horarios, sin promesas, a las puertas de la cerca que se abre ni bien voy
llegando con el apurón que nos acompaña siempre a los que andamos por estos
confines.
Quisiera que no
te asustes si no me ves tan seguido, amiga mía; acordate que siempre
dijiste que cuando me voy siempre vuelvo. Siempre volví. Ya no quisiera que
sientas miedo por perder esta locura mía, ni que creas que quedarás sola de
este lado del paréntesis trazado. Tal vez desde allá yo te sirva para
invitarte a recorrer otros lugares algún día. Voy a ser buena guía, te prometo.
Vieras que
lindo lo pasamos, que maravilla parece el día cuando comenzamos a jugar
corriéndole carreras al viento. Nosotros ya sabemos que somos un poco brisa;
nos divertimos juntando bichitos que nos ganan carreras por el césped. Nos
reímos mucho cuando silbo desafinando y a él le suena fuerte el sonido que solo
nosotros escuchamos.
Nos revolcamos
por la gramilla y el otro día, cuando empezó a lloviznar, pudimos
trepar por la pollera de una nube que hasta nos permitió hacer vuelta carnero
sobre su falda impecable, algodonada. Ya le dije a él que voy a ponerle
cascabeles en el ruedo para que hagan ruidito y despierten a los grillitos que
duermen de día. Y el se ríe, cree que de este lado de la verja la gente anda un
poco loca como yo. Y le confieso que si, porque no pienso mentirle en nada.
Cuando nos
despedimos y regreso sola a esta solemnidad acotada, nunca nos decimos cuándo
será el próximo encuentro, apenas agitamos nuestras manos y él queda riendo,
mirando como salto para este lado de la verja y se sonríe viendo que
todavía pueda caer y levantarme.
Volveré todos
los días, quiero enseñarle cosas que no verá porque ya te dije, ni
siquiera tuvo la oportunidad de conocer este espacio por esas imbecilidades que
nunca se entienden. Le contaré que en este extraño mundo de marionetas
todo es muy lindo, pero que no existe la libertad que uno pudo imaginarse algún
día.
Le contaré que
lastimaron a las estrellas, que se hace mucho daño y que hay niños que lloran
llantos provocados. Le contaré que si lo hubieran dejado saltar, no hubiera
permitido que le hagan daño y le hubiera enseñado a refugiarse de ese
lado donde ahora está condenado a permanecer. El no elige.
Le contaré que
acá muchas veces el hombre mata al hombre. Y que otras, mata al niño,
argumentando error humano.
Comprenderá mi
pequeño que de momento nos toca vernos de a ratos, pero que llegará el día en
que no nos separaremos. Que iremos por el prado buscando los sueños que
saltaron antes que yo y le diré que él será quien deba enseñarme a
buscarlos, porque de momento ese es su lugar y está conociendo mejor que
yo los recovecos.
Hasta que
llegue el día que andaremos explorando juntos nuevas especies de flores.
Hasta que llegue el día que salgamos a hacerle zancadillas a la luna para que
entre en calor cuando el sol se apague. Y haremos ring-raje con los luceros. Y
haremos coros de sapitos y cargaremos la luz de las luciérnagas cuando la
fatiga las apague. Y nos iremos al mar a salvar olas en la rompiente.
Y atraparemos
la lluvia para bañarnos los dos y arrastrar toda esta carga que acarreo
luego de estar tantos años en este mundo real contaminado. Y sabrá mi pequeño
que en ese lugar donde duerme su rato en mi ausencia, anduve muchos años,
y que ahora voy ensayando un arrorró desafinado para cantarle cuando me
quede con él y seamos uno.
Como te dije,
amiga mía, del otro lado de la cerca donde por una cosa u otra siempre anduve…
*
“Se escribe
entre las fisuras que van dejando el tiempo y la angustia.”
***
INVENTREN
Próximas estaciones literarias:
SALADILLO
NORTE.
-Por Ferrocarril Provincial-
J.J. ALMEYRA.
-Por Ferrocarril Midland-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
Al salir de la
Estación de empalme Ingeniero de Madrid, el Inventren sigue un
doble recorrido por vías del ferrocarril Midland con destino a Puente
Alsina, y por vías del ferrocarril provincial con destino a La Plata.
-las estaciones
por venir en el ferrocarril Midland:
INGENIERO
WILLIAMS.
GONZÁLEZ
RISOS. PARADA KM 79. ENRIQUE FYNN.
PLOMER.
KM. 55. ELÍAS ROMERO.
KM. 38. MARINOS
DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. MERLO
GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO
CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ
DE MENDEVILLE. ALDO BONZI.
KM 12. LA
SALADA. INGENIERO BUDGE.
VILLA FIORITO.
VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE.
PUENTE
ALSINA. INTERCAMBIO MIDLAND.
-las estaciones
por venir en el ferrocarril Provincial:
GOBERNADOR
ORTIZ DE ROZAS.
JOSE RAMÓN
SOJO.
ÁLVAREZ DE
TOLEDO. POLVAREDAS.
JUAN
ATUCHA. JUAN TRONCONI. CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.
LOS EUCALIPTOS. FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN
GOYENECHE. GOBERNADOR UDAONDO. LOMA VERDE.
ESTACIÓN
SAMBOROMBÓN. GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR
OBLIGADO. ESTACIÓN DOYHENARD. ESTACIÓN GÓMEZ DE LA
VEGA.
D.
SÁEZ. J. R. MORENO. EMPALME
ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL
ETCHEVERRY. LISANDRO OLMOS. INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA.
GOBERNADOR GARCIA. LA PLATA.
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario