domingo, agosto 24, 2014

EDICIÓN AGOSTO 2014.


 



*Dibujo de Erika Kuhn.
 
 
 
 
 
 
 
Bajen las armas*
 
 
 
*De Victoria Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar
 
 
Rosario, 19 de Diciembre de 2001
 
 
Escucha la campana del despertador que marca las seis y se levanta. Hace unas horas que ya no puede dormir por el calor que desde el amanecer pega en las chapas bajas de su casilla. En realidad no es el calor, piensa. Lo que lo inquieta son los veinte pibes que se va a encontrar cuando llegue al comedor y que la cuenta no dé, porque lo que quedó del día anterior solo cubre la mitad de esas bocas hambrientas. Piensa que no importa, que algo va a inventar y calcula que le quedan seis horas para conseguir más. Después de pasar por el baño se prepara el mate y repasa mentalmente los lugares posibles donde pedir lo que falta. Traga con fuerza para empujar la sensación que le sube desde el estómago, la que no se puede permitir, tiene que hundirla, ahogarla, para poder seguir.
Sale y en su bicicleta va para la casa de Norma la coordinadora del comedor de la escuela. De camino saluda a la gente del barrio. Las caras conocidas que se cruza cada día, las que son su familia. Él es parte de ellos, así se siente, uno más, en ese barrio que eligió para vivir. Llega a la casa de su amiga, pasa por el pasillo al fondo y apoya la bici sobre una pared a medio construir, parte de la futura casa de Norma y su familia. Cuando entra se encuentra a la mujer que le toma la fiebre a su hijo. El nene tiene los ojos cerrados y la ropa empapada de transpiración.
─ No puedo ir hoy, perdonáme, Luisito está mal, pasó la noche delirando y tiritando, lo llevo al hospital, te veo a la tarde y vemos.
Él no se anima a recordarle que no alcanza lo que hay para el medio día y que no sabe qué hacer.
─ Sí, quédate tranquila, el nene va a estar bien, yo me arreglo, paso a la tarde cuando termine en la escuela para ver como está.
Se despide con un beso. Busca su bici y mientras pedalea intenta decidir cuáles son los mejores lugares donde ir. No tiene suerte: ni el cura, ni Julio el dueño del supermercado, ni los almaceneros. Nadie tiene qué ofrecer, reconoce la angustia propia en todos ellos. Sabe que si dicen que no, es porque ya no les queda nada para dar.
Llega a la escuela. Hay tres pibes dando vueltas. Aunque sea temprano siempre los deja entrar. Les abre la puerta y los deja que hagan lo suyo. Celeste, la otra chica que ayuda en el comedor, entra detrás de él. Buscan lo que quedó de la última comida. Cuando ella mira sobre la mesada entiende el gesto triste de su amigo.
─ No alcanza ¿no?
Busca en su bolso, saca la billetera, tiene cinco pesos.
─ Mirá, vamos a hacer así, dividimos las porciones y nos arreglamos con esto. Después del medio día salimos para ver cómo hacemos una merienda. Les pedimos a los pibes que vuelvan a las cinco─ le dice él.
Se hace la hora, el resto de los chicos van llegando. Se arman los platos, quedan medio flacos es más de lo que podrían comer en su casa. Él lo sabe. En la mesa faltan tres chicos, de los que nunca fallan. A él le parece raro, le pregunta a Celeste que le responde que no sabe nada. Entonces, escucha tiros, no uno perdido (como suele pasar) muchos, cerca, cada vez más cerca, y gritos y puteadas. Mira por la ventana y de ahí ve a un policía disparando. Sin pensarlo corre arriba del techo para alertar que no disparen que están solo los pibes. Se trepa por la escalera de atrás, sube y no puede creer lo que ve: dos patrulleros y un puñado de policías disparando a mansalva para cualquier lado, con todas sus fuerzas grita:
─ Paren, por favor, acá solo hay pibes comiendo.
Entonces siente en el pecho un fuego, como un rayo que lo atraviesa y un dolor tan fuerte que no lo deja seguir de pie. Cae de espaldas, ya no puede mantener los ojos abiertos. Se le cierran. Lo último que piensa es quien carajo va a darle de comer a los pibes mañana.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
El silencio de los pájaros*
 
 
 
Los pájaros no cantan.
Una inmensa sequía de trinos
llena de desesperanza esta aurora borrosa.
 
Los pájaros no cantan. No hay motivo.
Han sido demasiadas las batallas.
Pocos, los hombres que han de regresar.
 
Abajo, en las trincheras,
muchedumbres yacen en silencio.
Hace tiempo que enviaron su carta,
su última carta,
el último adiós de un pueblo agonizante
a otro pueblo que espera agonizando
mientras lágrima a lágrima construye
la historia irreflexiva de un planeta que muere.
 
Los pájaros no cantan. Ya no hay pájaros.
Acaso solamente la sombra de unas aves
marchitas, taciturnas,
cabizbajas como ángeles caídos,
rompe la inmovilidad de este amanecer baldío.
 
Quizá esta noche el sol se hunda definitivamente.
 
 
 
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De El horizonte traicionado
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
“De mí depende que la hora que debo vivir sea un perfume distinto y abierto o una emboscada que yo misma me fabrico.”
 
 
*De Liliana Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
JUEGO DE LETRAS*
 
 
 
Tenía todo preparado. Los folios, a la izquierda. Bolígrafos, dos de cada color −rojo, azul y negro−, a mi derecha. El ordenador, en el centro. La silla, muy cerca de la mesa, con el cojín para los riñones, dos paquetes de cigarrillos y un vaso de whisky con hielos. Así me imaginaba la mesa de un escritor, aunque todo revuelto. Caótico.
Mezclé los bolígrafos con las hojas. Se cayeron folios y bolígrafos. Les di una patada. Escritor maldito, me dije con sonrisa diabólica. Encendí un cigarrillo, que saqué de uno de los paquetes de Marlboro que había comprado esa mañana. Imaginé que me entrevistaban, para El País o El Mundo, y puse posturas de gran intelectual; ahora con la mano izquierda, en la frente, apretando las sienes, ahora con el cigarrillo en la boca intentando decir algo ingenioso tras la tos. Tiré la ceniza, que cayó dentro y fuera del cenicero. Cogí el vaso de whisky. Lo moví, circularmente, necesitaba oír el clic, clic de los hielos. Me lo llevé a la nariz y bebí. No me gustó el sabor, tampoco el del tabaco, pero daba un toque especial, de artista.
Dejé que el cigarrillo se consumiese, que los hielos se deshicieran y me acerqué el portátil. Los dedos en el aire, como pianista al comienzo de un concierto. Estaba en tensión; demasiada tensión para una buena escritura. Le di dos sorbos al whisky. El nombre del personaje. Ricardo. Me gustaba, tenía fuerza. Ricardo Corazón de León. Ricardo III.
Di a la «r»; una, dos, tres veces. Mantuve el dedo presionado. Las erres fueron uniéndose hasta llenar la pantalla. Las borré. Pensé en lo difícil que era escribir. Solo sentarse frente a una pantalla tan blanca atemorizaba; parecía que las palabras, las ideas, huyesen, como esas erres que ya había borrado.
Antes de retirar el ordenador y probar con el papel, di a la «r» y la guardé como documento. Me hizo gracia mi hazaña, que celebré con caladas al cigarrillo y un buen trago de whisky. Cogí folios y el bolígrafo negro. «Espalda recta, ojos al frente», me dije acordándome de la mili, «al objetivo». El objetivo era escribir algo, lo que fuese, aunque estuviera mal escrito. Sentir que a un sujeto sigue un verbo, que los complementos se van arrimando a la frase, que a una frase sigue otra, que hay armonía entre ellas, que van casi de la mano. Encendí un cigarrillo y contemplé el humo. Cuántas veces había soñado desaparecer de una manera tan elegante. Adquirir esa materia volátil.
Cómo empezar. Ricardo, a sus treintaicinco años. Horrible. Ricardo, hombre sincero y robusto. Hombre sincero y robusto. ¡Dios! Las taché. Los críticos lo reprobarían. Mientras pensaba en el argumento, dibujé erres; mayúsculas, minúsculas, alargadas. Cuando me cansé, arrugué la hoja y la tiré a la papelera. Hice una buena canasta. Apagué cigarrillo y portátil, y fui al baño.
Mientras me subía los pantalones, me vi en el espejo. Tenía más ojeras. Lo blanco de los ojos con venas rojas. Me dolía la garganta. Saqué la lengua; amarillenta. No quise seguir indagando.
Miré por la ventana del salón, mientras pensaba en la tontería que había hecho guardando un documento solo con la letra «r». Me reí. En el piso de enfrente, vi al viejo que hablaba dirigiéndose a un reloj de pared. Recordé que había imaginado que era viudo y que ese reloj antiguo sería un recuerdo de su mujer, como si ese objeto fuera la imagen personificada de ella. Me pregunté si hablaría todas las noches dirigiéndose a él. Quizá queden conversaciones pendientes, o le eche cosas en cara. Puede que le cuente lo que hace cada día, cómo va el país, algún cambio en el barrio, la ampliación del metro, la muerte de algún conocido. Si tienen hijos, le comentará cómo les va en el trabajo, con sus mujeres, cómo van creciendo los nietos.
El reloj de pared, pensé. Una abuela que se llevase mal con su nieta podría dejárselo en herencia. Este podría llegar en una caja de contrachapado, pintada de negro, que le recordase el féretro de su abuela. Símbolo: reloj de pared−abuela. Como símbolo podría meterse en muchas historias, menos macabras. Desde que le dejaron la «caja» la nieta no sale de casa y, aunque sabe lo que es, no se atreve a abrirla. El desenlace: la nieta puede quedarse velando al reloj, contándole todo el daño que le ha hecho. Muy parecido a Cinco horas con Mario. Descartar.
Se me ocurrió otra historia. Cogí mi cuaderno, me senté en el sillón y escribí: Un hombre está leyendo. Le molesta el ruido que hace el reloj de pared. Se le hace insoportable. Ese tictac repetitivo, monótono. Cuando no aguanta más lo tira al suelo, destrozándolo. Vuelve a leer. No puede concentrarse. Echa de menos ese ruido que antes le desesperaba. Levanta el reloj y coge los trozos, poniéndolos en su sitio. Las manillas marcan la hora en que se paró. Once menos cuarto. Se sienta frente a él y espera a que sea la hora.
Fui a mi estudio. No quería perder tiempo, tenía que escribir.
Estuve media hora escribiendo y borrando. Decidí dejarlo. Abrí el único archivo que tenía. La «r» parecía mirarme con altivez. Me surgió la idea para un relato. Un hombre escribe. Una hora, cuatro. En la pantalla, una «r». Sigue escribiendo. Las cinco, las siete. En la pantalla, una «r». Llega la noche. El cuello le duele, los músculos de los hombros tiran. Necesita un descanso pero sigue escribiendo. Mañana, mediodía, noche. Solo oye el ruido de sus dedos en las teclas de plástico. «La historia fluye», piensa y sonríe. En la pantalla, una «r». La mira, desafiante. «Levantarme, huir». Pero el hombre sigue; sigue escribiendo.
 
 
 
*De Eva María Medina Moreno. relojesmuertos@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
 
Perdida
 
en la ciudad
 
busco mi cruz del sur.
 
¿En qué rincón del cielo
 
confundida
 
entre la urbana luz
 
brilla mi estrella?
 
Era tan vasta
 
la noche de mi infancia
 
reflejada en el río,
 
tan extensa la noche
 
de horizonte a horizonte.
 
Bajo este cielo acotado
 
al límite lineal
 
entre edificios,
 
todos los barcos naufragan.
 
 
 
*De MARIANA FINOCHIETTO.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
A mi niña niña *
 
 
 
En un largo aliento llego del destierro
sobornando silencios.
Soñé que me llamabas.
Te oí muy lejos... tan pequeña tu voz.
Mi angustia fue abriéndose paso
en un bosque de estrellas.
Y te hallé en aquel ciruelo tan blanco
que asomado a la tapia, refugiaba la infancia.
La mirada, extraviada.
Pido tu perdón por los sueños
que no pude cumplirte
y a veces reclamabas.
¿Sabes lo que es ser pájaro en jaula?
A veces dolían las alas. De no volar dolían.
De pensarte dormida esperando
sin tener hilados para deshacer
que alimentaran tu esperanza.
 
 
Estoy de regreso mi niña.
No he conquistado ni Itaca ni nada.
Es más, nunca me he ido.
Siempre te llevé conmigo.
Abrazo-fruto-edredón-poema-abrigo.
 
 
 
*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
podría decir que hice panqueques
que ordené los placares
que hizo mucho calor durante el día
que presagia tormenta y que todos miramos para arriba
pidiendo que no caiga piedra ni el viento sea importante
que mañana es viernes y que tal vez tenga visitas
que hay flores amarillas en la mesa
que quedan pocos números para vender
que amo el trabajo que hago
que
me gusta el sol
el canto de los pájaros
pisar las hojas secas en otoño
reir y cantar
que tengo hijos maravillosos
que agradezco la vida cada día
que los libros son una de mis pasiones
que tengo ganas de viajar
que no hay canal para mirar televisión
pero no
solo voy a decir
que me encantaría que estés acá...
porque se ensaya el olvido
y sin embargo
uno se olvida de olvidar
 
 
 
*De Nora Ledesma. norabledesma@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LAS LIBRES JAULAS*
 
 
 
 
Puede ocurrir que una se siente en un parapeto en el Parque del Sur, y  que al lado haya una persona que refleje el cielo con los ojos. Y puede  ocurrir, también, que en vez de darse a la lectura del libro que descansa  sobre el pasto, una se dedique en silencio a observar las evoluciones de los pájaros.
No siempre se da la felicidad completa, pero esta vez supongamos que el árbol sobre las cabezas se desgrane en minúsculas florecillas como pequeños plumeritos amarillos, y que tal color coincida exactamente con el de mi pantalón, fusionándolo de esta manera con la copa del árbol y con el cielo
que se deja ver entre las hojas.
Y, en esa tarde quieta, puede ser que al dejarse fascinar por los saltitos de los gorriones, recuerde una que estas avecillas son esencialmente libres, y que tal esencia impide la tozuda tarea humana de enjaular la belleza.
Así, en la dulce pereza, surgirá la pregunta ociosa sobre el tamaño que debería de tener una jaula, para que proporcione a un gorrión la ilusión de libertad que impida el  que se estrelle contra el tejido.
Debe de haber una exacta medida, un espacio cúbico calculable y preciso que demarque la sensación de ser libre.
Ocurrirá entonces inevitablemente que una mire alrededor, que reflexione sobre las sutiles cadenas y los invisibles lazos que construyen la propia jaula, y sin lugar a dudas una saludará en silencio a los hermanos gorriones, y envidiará melancólicamente a las aves migratorias, cuyas cárceles son quizás estrechas, pero al menos muy largas.
 
 
*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
en una pequeña libreta
mi Nona anotaba
las compras del día
Don Blas 90.000 australes
Don Blas era el almacenero de la calle Brandsen
en Ramos Mejía
un señor alto y monocromático
que le fiaba a la Nona la mercadería
entonces volvíamos
con el changuito lleno
y una Coca Cola gigante me iba guiñando el ojo
algún postrecito Yimmy de vainilla con dulce de leche
y los fideos mostachole que a la Nona le salían tan ricos
es su nieto Irma? le preguntaban
sí, vino de La Plata a visitarme
y uno se sentía embajador de los pájaros
al mediodía llegaba Pochi, mi amigo, mi viejo...
con la camisa azul de colectivero
y me daba algunas moneditas para ir al kiosco
teníamos apenas eso
y una montañita de arena donde armaba madrigueras
para mis juguetes.
en 1992 hicimos un metegol que todavía debe andar por ahí
desintegrado por el tiempo.
los dos murieron en Haedo, cerca de Ramos.
por eso no me gusta Haedo
por eso no me gusta la Muerte
porque uno tenía poco realmente pero ese poco era todo
uno va quedándose solo
como un árbol
como una palabra a la que le van arrancando las vocales.
había un duraznero en el patio que planté de pequeño
qué lluvia
qué manos
cual Dios se atreverá a derrumbarlo/
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
Reproducción natural*
 
 
 
Desperté- ¿Sería por el olor insoportable a desinfectante?- Una mujer vestida de blanco me observaba.
-¡¿Cómo se siente hoy Marcela?!
Miré hacia mi costado pensando que le hablaba a otra persona pero un par de cortinas, quitaban la visión de la cama vecina.
Las pequeñas ventanas con rejas, permitían la entrada de los cálidos rayos que reposaban sobre la colcha impoluta que abrigaba mis piernas.
-¡Mire que es remolona ¿eh?! Hora de almuerzo y usted con los ojitos cerrados.
-Giré la cabeza para el lado contrario al anterior y tampoco nadie en esa cama.
-¿Va a tomar un caldito? ¿Cómo se siente? Ahora va a venir la mucama a traerle sopa y un tazón de gelatina.
Apenas podía hablar. Tenía los labios secos y pegada la lengua al paladar. Tal vez las medicinas.
-Levante el bracito, a ver si tiene fiebre.
-¿Dónde estoy enfermera?-
-En el hospital.
-¡Qué hago acá, señorita?
-Hummm, pocas líneas pero tiene todavía - murmuró la enfermera y sin aclarar más escribió en su planilla.
-¿Por qué la internación, dígame?
-¿No recuerda por qué? Inquirió molesta.
-No, señorita, ¿puede decírmelo por favor?
-Cuando venga el doctor le pregunta. Ahora estoy apurada. Haga pis, aquí tiene la chata.
-Déme el papagayo ¿cómo voy a usar yo una chata?
-Vamos, apúrese que tengo que atender a otras pacientes.
Pasé la mano por mi bajo vientre, extrañamente plano, estaba vendado y al tacto me dolía.
Algo atrajo mi mano al sexo. A pesar del dolor y de las vendas, lo toqué…¡¿QUÉ ME HABÍAN HECHO?!
- Apenas pude levantar la cabeza para mirarme: intentar saltar de la cama del susto y la impresión fue lo mismo. Atiné a gritar pero me salió un gemido que la enfermera no escuchó, tal vez, por encontrarse a cinco camas de distancia midiéndole la fiebre a otra internada.
-Incrédulo volví a palpar la zona genital. Algo no está funcionando me alarmé.
-¡Quédese quieta sino no voy a poder desatar sus piernas para que pueda bajar de la cama cuando esté mejor! –Recriminó la enfermera cuando pasó a retirarme la chata.-¿No tiene ganas de hacer?- Volvió a escribir en la planilla.
-Enfermera ¿qué me pasó?
-Cuando venga el doctor le pregunta.
-¿A qué hora llega el médico?
-Más tarde, tenga paciencia. Mire, ahí llegó el almuerzo. Coma, después vengo a ver cómo sigue.
Corrigió el goteo del suero y caminó hasta la cama siguiente.
El especialista se acercó rodeado de otros médicos.
-¿Cómo está mi amiga?
-Dr ¿¡Qué sucede!? ¡¿Qué han hecho en mi sexo?!
- La anestesia está pasando y la falta del miembro es el resultado de la operación a la que fue sometida.
-NO ENTIENDO ¡¿PARA QUÉ HE SIDO OPERADO DE ÉSTE MODO?!
-Un experimento.
-¿QUIÉN AUTORIZÓ UN EXPERIMENTO SOBRE MI? ¿ME ESTOY VOLVIENDO LOCO?
-Si amiga, si no obedece se volverá loca y es parte del tratamiento y usted no es una hombre sino una mujer y bien femenina por lo que usted misma palpa. Ahora a callar que el estar nerviosa perjudica la recuperación. No se preocupe, pronto su mente, dejará por completo de extrañar el sexo anterior.
-Señorita, aplíquele el hipnotizante y que vuelva a dormir hasta la hora de merienda.
La debilidad impidió rebelarme y los gritos fueron acallados por el rápido efecto de la inyección.
-En el laboratorio, lo que sobran son masculinos- Alcancé a escuchar- Necesitamos femeninos para que puedan reproducirse naturalmente. Todo bien, en una semana volverá a su jaula.
 
 
 
*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
 
“Los ojos del ser humano están llenos de interrogantes y tumbas.”
 
 
*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es
 
 
 
 
 
***
 
INVENTREN
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J.J. ALMEYRA. 
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