domingo, junio 28, 2015

EL BREVE PARPADEO DE LA DICHA…



* Obra de Claudio Uzal
Gijón.






ESCARBO EN LOS OJOS DE MI MADRE*


*De Eugenia Simionato. mauge_167@hotmail.com



Recuerdo aquella foto
en la que estoy en brazos de mi madre
con una flor en la mano.
Algo resplandece en el cielo.
Aunque no lo sabemos
tenemos las dos el mismo gesto.
Pienso que mi madre
tuvo que alzar su infancia
para enseñarme que es posible
encontrar la belleza
en el liviano movimiento de una hoja.
Todavía escarbo en los ojos de mi madre,
como si pudiera, a través de ellos,
volver a aquel jardín
y contemplar de nuevo
el breve parpadeo de la dicha.



***

-María Eugenia Simionato nació en 1987 en Mendoza. Se licenció de psicóloga en la Universidad del Aconcagua.
Actualmente está trabajando en un poemario de próxima aparición.







EL BREVE PARPADEO DE LA DICHA…







RAÍCES EN LA SANGRE*


Vengo de ti,
del tajo de tu fuerza,
del duelo entre el dolor y la esperanza,
de llanuras desiertas
y naufragios,
de la angustia y la rabia,
de aquella soledad,
hollando heridas,
por las secas veredas de tu infancia.
Soy casi un eco tuyo,
efímero reflejo en los azogues,
el aura transparente
de todo lo que piensas
y masticas
y callas.
Puedo pasar,
tal vez,
inadvertida,
junto a tu solidez y tu arrogancia
y,
sin embargo,
sin que tú lo sepas,
vienes de mí,
del fondo de mi alma.
Porque hay veinte veranos destrenzando
la llovizna incesante de su magia
y mis sueños
tañendo la ternura
en las secas raíces de tus alas...
y mi risa y mis lunas y mis pájaros
y mis hebras de luz
en las mañanas.
Entonces,
ya no soy la voz del agua:
superficial, azul, despreocupada;
entonces,
ya no eres,
solamente
el ardor despeinado de tu fragua,
y hay algo de mi canto en tus silencios
y hay algo de tu fuego
en mis entrañas.


*De Norma Segades Manias.








Receta contra la violencia*



Hay una sonrisa esperando, un espejo a encontrar.
Aunque rota en hilitos y armada o amada tiene que aparecer. El deseo de una calle con sol, una palabra italiana, la fe, la cariñosa esperanza, un campamento a la orilla del lago. Desandamos los ruidos hasta encontrar la voz. Nos acostamos a la orilla de una mirada. No es la alegría, ni el baile, ni el injerto artificial. Es, a lo mejor, esta hoja que se va llenando, rellenando como el biscochuelo que se abre en capas y se moja con líquidos. Es esta hoja con fragmentos negros, letras, que se alzan hasta hacer palabras que arman un mapa que desande el miedo, la ira, el desamparo, porque en el lenguaje están todos, el gato debajo de la cama, una nena con rulos, la arena con monigotes.
Hay una ecología del alma, más allá de las armas, de las ruinas, para hacer de nuevo el rompecabezas o el rompealmas y coser y juntar los pedazos perdidos, es como si los poetas nos hablaran. Ese pájaro azul de Bukowski que todos tenemos y tememos dejar salir, por fin se asoma y canta.



*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com







*


No es
la sencilla
puerta
donde
el tiempo
demoraba.

Es la puerta
que abre
hacia otras puertas,
en un juego
donde no vale
mirar
por la cerradura.

Y sólo hay
una llave.



*De MARIANA FINOCHIETTO. mares.finochietto@gmail.com











PIEDRAS*



Dame tu piedra de silencio.

Tengo mi piedra de palabras.

Tal vez pueda hacer con ellas

como el hombre originario,

el primer fuego sagrado.



*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar







*


no sé
sino
tu nombre

no conozco tu raíz
ni el color de tus hojas

quizá en tu voz
vaya el viento
tocando violines

o tal vez el mar con sus metales sonoros y dulces

no sé si tenés en las manos
manzanillas que reniegan perfumes

o si el día se descascara en ellas
y se duerme
como un caballo sobre
el vado de un río,

y aunque parezca
locura este infinito
quisiera compartir con vos:
penumbras
luces
mariposas,

lluvias que abren sus dedos sobre el paisaje y tiemblan,

pero ya sabés
me gana
a veces
la tristeza
porque estoy hecho de pájaros que miran la noche

y si en este siglo
solo me toca en gracia
quedarme con tu nombre bajo del brazo
iré con él
por el mundo
sabiendo de antemano
que un nombre, tu sustantivo verde, bastó
para alegrarme/


*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar









Verdor*



Descendió entre vapores y nubes blancas. Le habían asegurado que no volvería, que los años contados del modo terrestre, pasarían uno a uno y que su vida acabaría enmarcada, en las fronteras rojas.
Convencido, intentó el ejercicio del olvido. No fuera a ser cosa que la nostalgia, por malos o buenos que fueran los recuerdos, lo convirtiera en un ser dependiente. No deseaba ser como aquellos que dejan su patria y luego pasan los días debatiéndose en la añoranza. El piso marciano, ese sería en adelante su hogar.
Sin embargo, por más que lo intentó, fue imposible borrar, el verdor inigualable que a la despedida, se extendía del otro lado del mirador de la nave.



*De Ana María Broglio.
Villa Gesell












ELA O’FARRYL ESTÁ CANTANDO ADIOS FELICIDAD*


Aun no tenemos catorce provincias ni médanos de aire para empinar pájaros de papel estraza. Somos la lumbre detenida allí donde cuelga la cimitarra, el arcabuz. No ha llegado el humo que mata los pájaros. No ha llegado mi padre con su diente de morder cebollas y escupir al cielo. La primavera se confunde con una mujer fluvial que se voltea y me muestra los pechos. Soy el que dibuja la rayuela en el mapa de la patria. La que salta es mi hermana. Al otro lado del patio conversan los difuntos que esperan a los ciclones, las guerras chiquitas y mundiales. En el brasero del vecino se hunde la carne que un día fue sangre caliente del bosque. En las tendederas ondean las sábanas que en su día fueron las franjas blancas de la bandera. Del huerto familiar llega a un olor que no saben los hospitales. Las frutas en ristre pasan en trenes veloces rumbo a la memoria. En el cuaderno de bitácora mi madre apunta los abortos, los nacimientos, los eclipses. Yo estoy al centro de la nada y bebo un agua nutricia mitad sangre mitad resurrección.



*De Reynaldo García Blanco. centrosoler@cultstgo.cult.cu











MIEDO*


“El miedo es el padre de la crueldad.”
JAMES ANTHONY FOUDE


El jinete del miedo corcovea.
El abandono  es  más cruel que la muerte.

El miedo teme a la libertad.
La libertad teme al castigo.
El castigo teme a la soledad.
La soledad teme al miedo.

El niño mira sus pies descalzos.
Piensa que el miedo solo es una palabra.
Existe, para ocultar lo que no se tiene.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar











*


La belleza es una diosa desnuda
facilidad inentendible
fulgor aquí
y vestigio
arena clara
mínimo grano a la luz
de lo que nunca pisamos

*De Alejandra Alma. almaalma3h@gmail.com







INVENTREN




INVENTREN*

(De la Estación J. V. Cilley - Ferrocarril Midland)



*Por Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com




Al amigo Coiro, que sueña trenes.



Lo que vemos desde aquí no es más que un modesto edificio de una sola planta, con una puerta de madera y dos ventanas. Se adivina que en otro tiempo estuvo pintado de blanco, pero ahora toda la fachada está repleta de desconchones y lo que parece ser un impreciso conglomerado de restos de pintura, con diversos colores mezclados de forma aleatoria, como lo haría un niño. "Ese estrago no es obra de niños" dice el Gringo. El Gringo era actor. Vino hace casi treinta años a participar en una película, descubrió la melancólica noche de nuestras ciudades y la insondable desnudez de nuestros yermos, y nunca más volvió a su tierra. Desde entonces vaga por ahí con su videocámara y un ansia insaciable de escenas por grabar, de mundos por descubrir y relatar.

Si nos acercáramos un poco más, veríamos que se trata de la oficina ya inútil de un apeadero abandonado, último residuo de un pasado que se nos va marchando lentamente. Un poco más cerca, observamos que la puerta, que alguna vez fue verde y ahora es un mero trozo de madera reseca, ha sido abierta, quizá forzada, y que las ventanas no tienen cristales. Pensamos que acaso alguien se los llevó para venderlos, o que estarán esparcidos por el suelo, fragmentados en miles de pequeñas astillas transparentes que dentro de un rato, cuando el sol esté alto, sembrarán de reflejos el entorno, multiplicando la aridez de este paisaje.

Nuestros pasos, lentos, resuenan sobre la calma del amanecer austral mientras nos vamos aproximando a la caseta. A pocos metros hay un auto, que parece tan abandonado e inútil como todo lo demás. El volante y el cambio de marchas han desaparecido, así como tres de las ruedas. La cuarta está destrozada. También faltan la puerta del conductor y los espejos. Ese auto tiene un no sé qué de animal herido. De bestia moribunda que se ha arrastrado hasta aquí a exhalar su último aliento, al lado de las vías por las que una vez circuló esa especie de hermano mayor: el tren. Pero también las vías han emigrado a otras latitudes. No queda por allí ni un solo hierro. Algunas traviesas de madera, uno que otro tornillo enterrado, la hierba seca marcando el lugar donde antes hubo raíles, como queriendo contar una historia, una vieja balada de destierros y encuentros.

Dentro del inmueble en ruinas hay alguien. Se asoma al acercarnos. Es el Marmota. Le llaman así porque siempre parece estar durmiendo. La realidad es que padece una suerte de insomnio crónico, que le impide dormir durante la noche. Eso hace que se pase el día dando cabezadas. Antes la cosa era diferente: El Marmota trabajó, como todos nosotros, en el ferrocarril. Fueron años dichosos. Uno se pone a contar anécdotas y no termina. Ganamos algo de plata, hicimos buenos amigos, recorrimos este país hermoso, vivimos. Luego todo terminó de repente. La casa donde vivía el Marmota en esa época estaba a unos doscientos metros de las vías. Cada noche, antes de acostarse, escuchaba pasar el tren de las once, que iba hacia el norte. Media hora más tarde, con bastante puntualidad, podía escuchar, a veces ya desde la tibia región del duermevela, el que venía atravesando la estepa rumbo al sur. Ese era el mejor indicio de que el mundo seguía marchando, de que todo estaba bien. Después -esto ya lo supo todo el país por los diarios o la televisión- esa ruta quedó obsoleta y se suspendió el tráfico. Muchos de nosotros nos quedamos sin trabajo. Aquella primera noche sin trenes, el Marmota permaneció acostado cara al techo durante horas, esperando, sin saberlo, el sonido que había venido escuchando y amando desde que tenía conciencia. El bárbaro silencio no lo dejó dormir. Desde entonces, cada noche no es más que un reflejo borroso de aquélla, la pesadilla de la que no le es posible despertar.
Por eso no es extraño que haya sido el primero en llegar. Nos saluda con un gesto. Nos muestra el interior. Un armario desgajado y un par de sillas raídas, un tablón de anuncios con cuatro o cinco chinchetas oxidadas, un botiquín vacío. También hay un diminuto baño con las paredes desnudas. Habrán aprovechado las baldosas. "No es mucho, la verdad" murmura el Gringo. "Hay que ser cautos" dice alguien. "No sabemos bien de qué va esto. Ya se verá".
Todavía falta gente, no sabemos cuánta. Nos sentamos afuera, en el suelo, a la sombra. Aún no hace calor, pero es el lugar más agradable para esperar. Fumamos en silencio, con la mirada perdida en un punto inconcreto, cada uno sabrá qué es lo que ve en esa intersección imaginaria.

Un rato más tarde aparecen dos mujeres con un bulto. A lo lejos, parece una especie de alfombra enrollada. Se oye un susurro: "Son ellas". Caminan despacio, quizá el peso les impide avanzar más aprisa. Dos de los hombres se incorporan, tiran sus cigarrillos al yermo donde antes estaban las vías, y van al encuentro de las mujeres. El tercero sonríe. Hace años que las conoce. Sabe lo que va a pasar, como si ya lo hubiera visto antes, como si no hubiera hecho otra cosa en su vida que ver una y otra vez esa misma escena: Se encontrarán a mitad de camino, o un poco más lejos, allí donde un letrero sujeto con alambre al poste inclinado todavía indica el nombre del apeadero, y una flecha mínima, insignificante, señala la dirección a seguir. Después, ellos se ofrecerán a llevar el pesado fardo. Ellas, educada pero firmemente, rechazarán la propuesta. Habrá una breve y acalorada discusión. Luego, ellos regresarán a paso ligero, sin mirar atrás, mientras ellas se van aproximando con lentitud, saludando con la mano de vez en cuando y parándose a descansar un par de veces.
Cuando llegan, apoyan el fardo sobre uno de los muros y saludan a todos. Hay sonrisas y abrazos. Queda olvidado el incidente de unos minutos antes. Somos una misma cosa, las pequeñas contrariedades no deben afectarnos. Tenemos un objetivo, aunque aún no sepamos muy bien cuál es. Así pues, nos saludamos y charlamos durante algunos minutos. En realidad, no sabemos de qué: Lo importante en ese momento es el sonido de las voces, saber que estamos ahí, que hemos regresado del exilio al que nos sometimos, o al que no pudimos escapar.
Luego, todos callamos. En el horizonte ha aparecido el Catalán. A esa distancia parece más pequeño, pero así y todo, no pasa desapercibido. Alguien pregunta "¿Se habrá acordado de traer los cuadernos?". Es una pregunta retórica. Todos conocemos la extrema seriedad y eficiencia del Catalán. Resulta extraño verle con traje y corbata en un día como hoy y en un lugar como éste. Al caminar, sus pies levantan pequeñas nubes de polvo que se quedan durante un instante posadas sobre el camino terroso y después se desvanecen como fantasmas inexpertos. Trae una maleta en la mano derecha, una maleta pequeña. Nos sorprende un poco reparar ahora en que los demás no hemos traído equipaje. No pensábamos que fuese necesario, y quizá no lo sea, mas el hecho de ver a uno con una maleta nos hace pensar en ello por primera vez desde que iniciamos esta aventura. Entendemos, porque así se nos dijo, que todo empieza en este lugar y en este día, pero nada sabemos de lo que vendrá luego. "¿Y no es siempre así en la vida?" se pregunta uno de nosotros, imposible saber quién.

Ha ido llegando más gente. Unos charlamos, otros permanecemos callados mientras oteamos la lejanía por si vienen más. La mañana va floreciendo. Nadie mencionó una hora concreta; no obstante, algunos empezamos a estar un poco intranquilos. Aunque nadie va a volver sobre sus pasos, eso no lo dudamos. Así que nos ponemos a esperar. Fumamos y charlamos; caminamos y fumamos, alguien canta por lo bajo. El día va transcurriendo. Hay quien piensa que tal vez sería hora de regresar a su casa; sin embargo, aquí nadie se mueve. No sabemos qué, pero en el fondo todos confiamos –o nos dejamos mecer en ese espejismo- en lo que ha de venir, aunque nos sea imposible cifrarlo o definirlo. Escrutamos la inmensa extensión que se extiende en torno; creemos adivinar, a lo lejos, sombras que se mueven, autos que van o vienen, aunque sabemos que no hay ninguna carretera cercana. Llega la primera penumbra del crepúsculo. Tal vez nos preguntamos si en verdad es posible aún esperar algo. Como un ronroneo creciente, la noche se acerca y nada ha sucedido. Sobre el murmullo, se escucha un rasgueo de guitarra, una voz que entona una milonga, otra que le acompaña. Al otro lado, en el yermo, se repiten los ecos nocturnos de los lugares abandonados para siempre. Entre todos estos ruidos tan familiares, se cuela uno nuevo, inexplicable: Si no fuera imposible, diríamos que se ha oído el traqueteo de un tren en la distancia. "Habrá sido un camión" farfulla una voz, aunque le falta convicción. Un rato después, el sonido se repite. Pedimos silencio. En efecto, hay un rumor, lejano aún, pero inequívoco. Esta vez nadie tiene dudas. Al fin y al cabo, somos todos del oficio. "El viento lo habrá traído desde la ciudad" musitamos, tratando de negarnos esa ambigua ilusión que comienza a asentarse en nuestro ánimo. Sin embargo, aguzamos el oído por si nos es dado establecer de dónde viene; escudriñamos el norte y el sur, el este y el oeste, convencidos de la inutilidad de nuestra solícita vigilancia, y al mismo tiempo con la secreta esperanza de ver aquello que deseamos, distante quimera que nos alzó de nuestros lechos y nos condujo hasta este minuto en el que todo va a tener sentido, o a perderlo. El sonido es real y poco a poco aumenta su volumen. Crece entre nosotros un griterío apagado, hay movimientos inquietos, miradas interrogantes, cierta confusión. De pronto alguien grita mientras señala un punto luminoso en el sur: "Allí, allí". Ya no es sólo el traqueteo remoto. Ahora lo acompaña una luz que se nos va acercando, una luz que viene del Sur. Desconcertados, nos miramos. Nos gustaría ensayar una hipótesis, fijar con unas pocas palabras eso que está sucediendo y que no tiene explicación, mas nadie dice nada. El sonido se va elevando hasta resultar casi insoportable. El círculo de luz también ha aumentado ostensiblemente su tamaño. No puede ser, pensamos. Pero es: Una locomotora antigua, cubierta por la tierra de todos los caminos, erosionada por todas las lluvias que el mundo ha visto, se acerca, poderosa y desafiante, hacia el lugar en que estamos, hacia este apeadero inútil, hacia este yermo desolado, provocando un rechinar, una agria resonancia, fantástica música que escuchamos con el corazón encogido. Con un chillido de frenos viejos, desacostumbrados, se detiene justo al lado de este barracón donde esperamos, arracimados y anhelantes. Vemos al conductor. Le reconocemos. Era cierto, entonces. Una voz se eleva por encima del murmullo general. La voz, resuelta, garabatea en el aire un pensamiento común: "Vamos subiendo. Es la hora".



-Sergio Borao Llop publicó “El alba sin espejos” por el sello eBooks Literatúrame!





***
Próxima estación para escribir por Ferrocarril Midland:

GONZÁLEZ RISOS. 

PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.  PLOMER.  
KM. 55.   ELÍAS ROMERO.  KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
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 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.


***

Próxima estación para escribir por Ferrocarril Provincial:

 JOSE RAMÓN SOJO. 

ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
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