martes, julio 08, 2008

COMO UNA GRAN JAULA SIN PÁJAROS...



*Foto de Valeria Marioni y Florencia Soler Abbate. hijasdelviento@hotmail.com


Questionamiento*




El amor ya está hecho
y quién lo habrá hecho
tan simple, tan ingenuo, tan espléndido
quién lo habrá hecho

quién pudiera a pesar del romanticismo
contrariar la lógica, los lenguajes, la sintaxis
quién lo habrá hecho

así,
sencillo y sin notarlo
sólo esa espina
ése temor a partir
esa nostalgia que se le parece tanto
pero no debiera ser importante
no tan definitivo ni imperioso
algo pasajero y circunstancial
una necesidad fisiológica
un cepillarse los dientes
que de pronto ocupó todos los espacios.

Quién lo habrá hecho.




*de Diana Poblet. soydian@yahoo.com.ar
http://remontandosoles.blogspot.com






COMO UNA GRAN JAULA SIN PÁJAROS...












El minuto*





Era relojero lo mismo que su padre y que su abuelo. Conocía la maquinaria de todo tipo de relojes y su experiencia, acumulada con el paso de los años, le permitía reparar cualquier avería con plenas garantías de éxito.

Estaba efectuando una reparación en un Plumkier Cronos Sportive, cuando vio que caía un minuto sobre la mesa con un "cloc" sordo. Se lo quedó mirando perplejo y sorprendido pues nunca le había ocurrido algo semejante. Tomó el minuto con las pinzas y lo observó atentamente. Lo midió, lo pesó y le hizo una analítica constatando que se trataba de un minuto sano.

Preocupado al no entender porque un minuto sano salía del reloj, lo guardó delicadamente envuelto en una gamuza, decidiendo que era mejor esperar al día siguiente y, con el minuto descansado, ya vería que había que hacer.

No pasó muy buena noche debido al nerviosismo, así que, más temprano que de costumbre, se sentó delante de su mesa de trabajo y consultó con el minuto el motivo de su acto.

Quedó anonadado al saber que se trataba de una fuga. El minuto huía de un amor imposible con la aguja larga. La minutera le acariciaba cada hora, estando sesenta segundos con él y después le abandonaba. Al cabo de una hora volvía a su lado y se marchaba de nuevo dejándolo solo. Al cabo de tantos años se sufrir ese vaivén, ese "me acerco, pero de abandono", entendió que era un coqueteo y vio que su amor era imposible. Decidió huir en busca de algún reloj digital que le acogiera y no tuviera que sufrir nunca más las veleidades de otra minutera casquivana.





*Joan Mateu. joan@cimat.es











D.T*







Al abrir la puerta que daba al exterior una oleada de calor le anunció que estaba “sondeando”

Salía como era su hábito a las 6 de la mañana para realizar su caminata habitual. Se dejó impregnar por el amarillo rojizo del este que anunciaba que pronto saldría el sol, como de costumbre aspiró intensamente para gozar del olor de la mañana sintió una sensación rara como que le costase respirar y un olor que no identificó.

.Pisó una sustancia resbaladiza por lo que se bamboleo y perdió el equilibrio. Logró manejar su cuerpo y evitar la caída. Puteó por dentro diciéndose:

- Este perro de mierda otra vez ensucio el umbral.-

Cuando miró lo que había pisado quedo pasmado, una mancha carmín se extendía por el umbral y lo qué había pisado era un coágulo casi negro de gran tamaño. Sintió que lo acometía un temblor incontrolable y percibió nuevamente el olor, que ahora reconoció a sangre. El zumbido de las moscas se sumó al de sus oídos. Caminó unos pasos guiándose por el reguero de sangre y entre medio de los yuyos del descuidado jardín se topó con otro impedimento: Una cabeza humana yacía boca para abajo. Se quedo paralizado por el horror, pero se sobrepuso y con el pié dio vuelta la cabeza. Se encontró con el cráneo rapado del viejo farmacéutico que los miraba con sus grandes ojos celestes .Primero pensó en correr pidiendo ayuda, pero pensó que su mujer no le creería pensó en llamar a la Policía y allí se hizo la luz, era una embocada, querían adjudicarle algo que no cometió para quedarse con sus pertenencias .Se dirigió al garaje sacó varias bolsas de consorcio y volvió al lugar. En el trayecto observo que no se había percatado que el cuerpo estaba un poco más allá.



Colocó la cabeza en una bolsa y le costó colocar el resto por lo que volvió al garaje y sacando unas viejas cortinas lo envolvió en el. Volvió nuevamente al garaje tomó una lata herrumbrada de un alto estante. Era una lata de galletitas que venían antes. Fondo y tapa se latón y en los costados unos orificios redondos que semejaban un ojo de buey .A través de los vidrios polvorientos se observaban clavos, tornillos .etc. Se dedicó a sacar el auto del garaje.

-La puta, otra vez no arranca-

Intento varias veces hasta que el ruido familiar del motor lo tranquilizó. Se trasladó con el auto hacia el lugar, abrió el baúl primero coloco la cabeza y luego el cuerpo que le costo un horror levantar pese a la fragilidad del cuerpo.

Salio por el portón al que dejo abierto y se dirigió con el Falcon a un lugar que el bien conocía. Manejó y manejó. Se le había pasado el pánico y sintió que tenía que conservar la calma. Pensar. Siempre temió que el pasado regresara pero nunca pensó que de esta forma. Colocaría el cuerpo en un lugar seguro: Le consta que es seguro. No volvería a su casa. Se felicito por no haber confiado en nadie, en su mujer, en el cura, en los bancos, en nadie. Preso de un presagio terrible detuvo el auto en la banquina y sacó la lata. La abrió débilmente. Desparramo por todas partes clavos, tornillos, tuercas. Revolvió frenéticamente. Respiró aliviado cuando su mano sintió el contacto de plástico. Lo tomó con cuidado y aparentemente todo estaba como el lo había ubicado .Extrajo de la bolsa el fajo con billetes y separó tres billetes.

Tengo que ser cauto, mantener la mente fría...

Volvió a colocar la lata en el baúl, al lado de la caja de herramientas y cubrió ambas con una carpa. Evitó mirar el bulto del lado.

Entró de nuevo al auto y allí volvió a sentir el sonido, sutil. Insidioso.

-Me siguieron estas moscas hijas de puta-

Intentó con un ademán espantar los insectos que revoloteaban a su alrededor.

Arrancó, puso primera y el auto dio un salto al intentar elevar la velocidad, mientras manejaba un moscardón azul verdoso se posó en su mano derecha, simultáneamente tres moscas se pegaron a su mano izquierda, hizo un movimiento brusco con las manos por lo cual casi pierde el control del volante

-Esto no puede pasar, no me puede estar sucediendo esto no es real.-

Paró nuevamente y con una gamuza espantó los bichos, hasta que no dejó ni uno.

Se tranquilizó y empezó a conducir despacio, mientras se repetía

-Cabeza fría, cabeza fría-

Sintió una incontrolable sensación de sed. Necesitaba beber, imaginaba el líquido ardiente refrescando su garganta, sus ideas. No se veía ningún negocio alrededor y se dispuso a esperar la próxima estación de servicio lo lejos alcanzó a leer: Súper. Especial. Fangio Se sintió mas tranquilo.

La tranquilidad duró poco: las dos percepciones fueron simultáneas, una, se dio cuenta que un insecto se había introducido en su oído derecho y otra era comprobar con pavor que las moscas habían vuelto, esta vez por fuera...Se posaban en los vidrios de las ventanas, en el vidrio trasero, en el parabrisas. hasta tal punto de dificultarle la visión, prendió el limpia parabrisas y el movimiento arrastró las moscas, pero estas se multiplicaban de modo que el parabrisas dejó de funcionar. Perdió el control de vehículo... Retiró las manos del volante y sintió que los objetos y se iban alejando. Una sensación de vértigo llevaba su cuerpo a un hacia atrás profundo.

Las moscas volvieron a atacar, esta vez con furia. Una piadosa inconsciencia se apoderó de él





Quietud. En el parque todo es quietud. No hay una brisa, ni soles., ni amores.

Quietud en el parque y en el cuerpo amado de Gonza. Quietud en la tierra que lo cubre.

Quietud en sus manos que yacen .laxas en su regazo como palomas heridas.

Clara todavía no se recupera de la sorpresa.

Venían tan bien las cosas, estaban tan contentos.

El había dejado lo único que preocupaba a Clara. : La bebida.

Y no era porque el se pusiera mal o agresivo con ella...Al contrario siempre fue atento y colaborador.

Bebía, cada vez más por cierto, pero cuando tuvo ese problema grave y el médico dijo que ese hígado no daba más y que corría peligro su vida, ella llorando le suplico que dejara la bebida. El la miro serio .paso la mano por su cabeza y dijo

-He hecho cosa mas difíciles en mi vida, desde hoy, te prometo no bebo una gota mas -

Y así lo hizo.

El no hablaba muchas cosas de su vida ni ella preguntaba, por lo tanto no sabía cuando empezó a beber. Recuerda una noche que en un asado compartido con Emilio y habiéndose bajado varias botellas se reía de sus andanzas. Parece ser que habían coincidido en un operativo y con varios Wiskis de más los agarró la madrugada en el monte tucumano. Tenían hambre y Emilio con su pistola reglamentaria bajó una gallina de una rama de un árbol. Con grandes risotadas recordaban la cara de susto y de dormida de la mujer qué salió del rancho. También recuerda que no pudo sumarse a las risas de los hombres imaginaba la cara de la mujer y no supo porque le recordó a su tía Elvira que vivía solita en el Monte chaqueño



Hacía tres días que no probaba una gota, ella feliz porque pensó que ese era el remate de su camino a la felicidad .Al finalizar el día salieron a dar vuelta la manzana, el estaba muy pálido y cuando se, se encontrón con el farmacéutico que lo saludó como siempre con un:

Adiós don Pocho

Le preocupo que el dijera

¿Y este quien es?

Primero creyó que estaba bromeando, pero la preocupación creció cuando vio su rostro serio y contraído. Ella lo tranquilizo recordándole quien era ese buen señor.

Tomaron una tisana y se acostaron. A la medianoche, Clara se despierta y como tantas otras noches él no estaba a su lado, cuando recordó la nueva situación se incorporó bruscamente y se dirigió al patiecito del fondo, lugar que el hombre elegía para sus solitarias ingesta. Allí lo encontró. Respiró aliviada cuando vio que no estaba bebiendo, le comentó que sentía un fuerte dolor de cabeza por lo cual no podía dormir. La tranquilizó y la mando a la cama. Al día siguiente lo encontró durmiendo, no quiso despertarlo y se fue a pagar unos impuestos, cuando volvió al mediodía el hombre aun dormía. Lo despertó pero no quiso comer, se lo veía fatigado y le hizo cerrar la ventana porque el sol le molestaba.

Al segundo día se quejó de dolor toráxico y se le habían alterado los ritmos del sueño: dormía de día y de noche no podía pegar un ojo según decía.

Al tercer día tuvo fiebre y temblores, Clara quiso llamar al médico pero la tranquilizó diciendo que parecía que estaba incubando una gripe. A la noche el calor y la preocupación la habían cansado por lo que se durmió profundamente. No supo definir la hora en que los gritos y manotazos del hombre la despertaron. Nunca lo había visto así...Llamó a urgencias y los gritos, temblores y sacudidas continuaron. Lo medicaron pero el médico le dijo moviendo la cabeza

-Resignación señora-

Lo retiró de la clínica muerto .Cuando firmó unos papeles no preguntó nada ni le llamó la atención la inscripción que figuraba en el diagnostico D: T:

Ahora sentada en la soledad del cementerio parque recuerda su hombre y le gusta acariciar la frase que le dijo el Capitán

-Su marido era un héroe leal a las fuerzas armadas-

Se habían conocido muy jóvenes. Compartieron una historia muy bonita y no se separaron mas.El era soldado de custodia de un general y ella, una de las domésticas.Siempre sintió admiración por él. Era tan seguro parecía tener las ideas tan claras: Ambos venían de un hogar humilde, pero él ingresó en la Escuela Militar y pudo llegar a ser una figura reconocida y necesitada en el ejército.

Estaba tan orgullosa de ser la Señora de Gonzáles que con el tiempo perdió su propio apellido y empezó a ser Clara Gonzáles. Ella sentía que él había podido cumplir sus dos grandes sueños servir a Dios y a La Patria. Incluso jamás sintió la ausencia del hijo, solía decir a menudo.

- Los pendejos de esta generación tienen la cabeza llena de mierda-

Le tocó una época difícil al Gonza ella jamás le preguntaba las cosa de su trabajo como el decía. Jamás lo cuestionó , al contrario coincidía con sus opiniones

A este país lo que le falta es una mano dura: Aquí se necesita un Pinochet.

Tan encendidamente lo defendía que cuando estaba pensativo, con gesto adusto y sus bigotes cada vez más canos, le decía

¿Que le pasa a mi Pinochetito?

Lo que causaba indefectiblemente una sonrisa en su rostro y en sus ojos achinados.

A veces pasaban días o semanas que no aparecía, ella lo esperaba tranquila sabiendo que estaba puliendo con su deber. A la casa venían personas a hablar con él, ella sabía que tenia que dejarlos solos.

Tenía un solo amigo que frecuentaba la casa cuando falleció , casi no salía de la casa y era común verlo beber, hasta acabar con el contenido de la botella ,fuera wisky, cerveza ,vino o ginebra, también en esos momentos ella sabía que tenía que dejarlo solo

Lo que mas le escuchó decir de su trabajo era que le habían tocado tiempo de guerra y que el país se salvaba ahora o no se salvaba nunca.

La admiración que Clara tenía por el hombre era rayana a la devoción a tal punto que jamas pudo llamarle por su nombre, cuando lo conoció le llamaban Gonzáles y así siguió, lo más cercano que había llegado era a llamarlo Gonza.

En el barrio era un vecino respetado le llamaban Pocho, el apelativo lo trajo un amigo de la infancia, Emilio y contaba que le llamaron así porque cuando era joven a su motoneta le llamaba Pochoneta y usaba un gorrito como el del General.

Pobre Emilio, que destino que tuvo, Gonza siempre decía

¡Lo cago esa zurda hija de puta!

En cambio ellos siguieron juntos y progresando .Clara había aprendido por sus patrones el organizar los espacios y mobiliarios con sentido estético y gustos caros. Gonsa jamás le negó nada, hasta se había permitido el lujo de tener una lámpara de cristal de Murano. También por el tuvo la posibilidad de conectarse con otra clase social. Supo lo que es la seda. Los zapatos y cartera de cuero. El caviar y el champagne. No obstante esto, en la casa continuaba con sus hábitos sencillos y solitarios.



La negra noche avanza y va cubriendo el parque y oscureciendo a Clara. No sabe donde ir, no tiene amigos, hijos, nada. Se levanta como una autómata, se acerca a la cruz que sobresale de la tierra y musita como si estuviera rezando

-Adiós mi Pinochetito-




*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar






LA OCTAVA MARAVILLA*




*De Vlady Kociancich.



47


-Te lo dije -le reproche a Safet.
Yo ya sabía que la pensión de Frieda Preutz no figuraba en el registro hotelero y acepté sin sorpresa la respuesta negativa del director de turismo de Berlín cuando lo interrogamos.
-¿Calle? ¿Número? ¿Distrito?
Nos miraba con esa expresión de respeto y de solidaridad que parece impresa por un único sello de goma en los alemanes educados. La imposibilidad de imaginar por qué estos dos personajes algo ridículos (un argentino, un turco), buscaban una pensión barata en los suburbios cuando Berlín los había alojado en el Kempinski, hacía titilar la luz de sus buenas maneras. En ningún momento dejó de mostrarse respetuoso y solidario, pero yo sentí que desconfiaba porque no entendía, y que empezaba a enojarse porque lo obligábamos a transponer los confortables límites de una abstracción.
-¿Frieda Preutz?
Una palabra más, pensé, un tirón hacia el lado confuso y torpe de las cosas, y el pobre ya no podrá esconder su desprecio.
-Ya lo viste, es inútil.
-Nada se perdió con probar -dijo Safet tranquilamente. Lloviznaba. Me levanté las solapas del impermeable y empecé a caminar por la Kudam, en dirección al café más cercano. Safet no se movió. Tuve que volver sobre mis pasos.
-¿Y ahora qué?
Antes que pudiera impedirlo paró un taxi, abrió la portezuela y me empujó al interior. Em alemán dio una orden al chofer.
-¿Adónde vamos?
-Dijiste unos diez minutos por la Kudam y luego a la derecha. Una calle de tierra, un puente...
-Por Dios, Safet, es como la aguja en un pajar.
-No lo es. Algunas personas tienen un buen sentido para medir la distancia con el tiempo. Tal vez seas una de ellas. Y los europeos lo hacen con naturalidad, todos los días.
-Miran el reloj. Nunca se me ocurrió calcular cuánto duraba cada tramo.
-Tal vez lo hizo tu memoria. Hay un modo.
Me instruyó. Cuando llegáramos a la catedral debía cerrar los ojos y contar mentalmente hasta que me pareciera llegar al punto de desvío.
Cerré los ojos. Asombrado, descubrí que Safet tenía razón, que si no veía los edificios tal vez pudiera dar en ese blanco difícil.
Mi respiración se acomodó a la suave marcha del automóvil.
-¡Aquí!
-No abras los ojos.
No los abrí. Me oía palpitar mientras el coche avanzaba por la calle de tierra como un barco en un mar intranquilo, hundiéndose y emergiendo de baches y de charcos. Luego oí un trueno.
-Es el tren.
-Hay un puente, sí -dijo la voz serena de Safet, desde una nebulosa de puntos amarillos.
Esperé, conteniendo el aliento.
-Ahora.
El taxi frenó. Yo bajé primero.
-Esta es la casa -dijo Safet, un segundo después.
-No.
Lo era y no lo era. La había encontrado y la perdía.
los árboles y la vereda de balsosas amarillas y acanaladas, la puerta y las cortinas de la planta baja, pertenecían al dibujo de mi memoria. Pero no había ningún balcón redondo en el centro de la fachada y al lado de la puerta tampoco había ningún cartel con letras rojas que indicara que esa era la pensión de Frieda Preutz. Nunca volvería a verme, cara a cara, con Juan Pablo Miller.
Safet tocó el timbre. Durante un instante tuve miedo (un miedo cargado de esperanza), de oír el ruido del pasador y la cadena y cuando lo oí me estremecí. Pero no se asomó el casco de bigudíes de Frieda Preutz sino una mujer joven, de pelo corto y rizado. Safet habló con ella. La mujer sacudía la cabeza, enfática y sonriente. La puerta se cerró.
Con los ojos clavados en el toldo a rayas del restaurante que había a unos treinta pasos de la puerta cerrada, dije, porque no se me ocurrió otra cosa:
-Vieras cómo este barrio se parece a Villa del Parque.
Los árboles, la esquina en ochava, todo me dolía de familiaridad. Pero nunca había estado ahí y no quería seguir buscando.
Safet me obligó. Caminábamos bajo la lluvia. El taxi, con el chofer sobornado y perplejo, nos seguía el paso, el motor ronroneando y deteniéndose.
De ese barrio caprichosamente corregido se alzaban mudos gritos de saludo. El olor de las calles, porque ninguna huele igual a otra y éstas olían a eucaliptos; un absurdo cerco de palos alrededor de un tronco ya maduro; un zócalo de mayólicas azules y amarillas, con un hueco en la punta, donde le faltaba un pedazo; una media de mujer calzada en una pierna de yeso; una pérgola en un jardín, como una gran jaula sin pájaros; un piano detrás de una ventana, cubierto por una carpeta blanca. Pero también lo ajeno, lo extranjero. Un edificio de varios pisos, incongruentemente moderno, con destellos de cristal y de acero, que cortaba el gris poroso de la lluvia; una playa de estacionamiento subterránea y sobre ella una dura plazoleta de césped; un supermercado gigantesco y al lado, la arquitectura sombría, pesada de mármoles, de un cine.
-Voy a perderme -pensé.
Sentí un temblor similar al que produce el vértigo. Y me detuve.
Estaba delante de las grandes ventanas enrejadas, mirando las guinaldas negras y ocres de óxido, frente a la puerta desgajada del marco, que me mostraba el patio de una casa en ruinas.
La mano de Safet apretó mi brazo.
-El Estudio A.
-Una casa abandonada -dije rápidamente.
Pero entré, seguido por Safet, a la desolación de ese patio abierto al cielo.
No había ningún reloj de hierro pendiendo de una viga, ni habitación alguna que pudiera insinuar la previa existencia de un semicírculo de habitaciones al fondo. La casa o las ruinas de la casa eran una simple fachada de escenografía, de solamente dos dimensiones. Di unos pasos. Y contuve el aliento.
Hubiera reconocido el piso roto de ese patio, los agujeros llenos de agua, entre todos los patios del mundo.
Cuando pude hablar, la voz me salió ronca.
-Si se trata de un sueño, es un sueño muy raro. Algunas cosas faltan, otras están, a otras las veo por primera vez.
Safet callaba. Yo tiritaba de cansancio y de frío.
-Vamos -dije.
-Todavía no.
Su obstinación me desesperó.
-¿Por qué? La explicación no puede ser más sencilla. Estuve enfermo, imaginé, soñé.
Safet señaló el patio abandonado con su boquilla de marfil.
-No, Safet. Pura coincidencia. Nunca tomé el avión a Berlín. Estaba enfermo y habré querido refugierme en Viena. Tal vez encontré a un argentino que hacía cine. Luego, la imaginación y la fiebre multiplicaron, desarrollaron una conversación de viaje, la conviertieron en una historia.
Una vez más miré a mi alrededor.
-Patios y casas abandonadas, barrios como éste, debe haber a montones en el mundo. Berlín es grande, el mundo es grande.
El lugar me gritaba que mentía. La mirada de Safet también.
Supliqué.
-¿Acaso no me viste enfermo en el Rainer? ¿No callaste cuidadosamente la confusión de fechas? ¿No estabas seguro de que me había vuelto loco o deliraba?
-No -dijo con firmeza-. Ni Berlín ni el mundo son tan grandes. Depende de la posición del espectador.
Con asombro, vi que esa cara siempre imperturbable se había alterado.
-No. Nunca pensé que te hubieras vuelto loco. Es cierto que en el Rainer te oí hablar en sueños. Pero muchas veces esos sueños contienen la verdad que no aparece cuando una está despierto porque es mejor negarla. Tu historia me intrigó. No la que me contaste al despertarte, sino la que contaste dormido.
-No entiendo.
La perturbación de Safet me atemorizaba.
-No entiendo -repetí.
-Y yo no encuentro las palabras que te lo explicarían. Pero aunque las encontrara, no me entenderías.
-¿Pero por qué?
-Porque tratarías de filtrarlas por la razón.
Se miraba la mano que adornaba el anillo como si la viera por primera vez. La miraba con admiración y repugnancia, como si el rubí fuera una mancha de sangre y la sangre brotara de una herida imposible.
-Hay conocimientos de apariencia ligera como el agua, pero de consistencia tan espesa que no atraviesan el fino tamiz de la razón. Debajo de ese filtro, esperando que caiga una gota, te morirías de sed. Y si lo quitaras, tu incapacidad de beber sin él te ahogaría, como si el mar te entrase en la garganta.
Hablaba sentenciosamente, con un tono amargo que se asimilaba al rencor.
-Yo mismo fui insensato. Supuse que ese hombre, el director de cine, te llamaría al Kempinski, que veríamos la película, que esos hechos anularían la verdad. Luego tuve esperanzas de que no encontraras el barrio, la casa, este patio. Otra manera de borrar la verdad. He sido estúpido.
Acercó su cara a la mía, bajó la voz como si fuera a confesarme un secreto delito.
-Oh, sí, yo mismo, yo Safet -dijo con rabia-, calculando, revisando tus papeles mientras dormías, leyendo una y otra vez la fecha de tu pasaje, la fecha de tu partida de Buenos aires. Sumando y restando los días de más o de menos desde la salida, los días en blanco. ¿Y dónde los buscó Safet? Los buscó en el calendario. Los buscó minuciosamente en la nada. Desde tu salida, esos días no tienen importancia.
Se apartó de mí y miró a su alrededor como si siguiera buscando, pero ya no los días ni los números sino otra cosa, con ojos de hombre acorralado.
-¿Por qué olvidé? ¿Por amistad? ¿Por qué la inocencia es una carga? ¿Por la patética confianza en un dios algebraico? ¿Por simple curiosidad humana? Ah, me dejé arrastrar hacia tu viaje. Ahora lo lamento y es tarde, es tarde.
-¿Qué es de lamentar? -dije cansadamente-. Si lo soñe, estás atestiguando la confusión de un estúpido que perdió la dirección de un barrio, que se dejó engañar por otro más vivo que él. ¿Te duele ser ese testigo?
Safet me miró rectamente a los ojos. Vi en esa mirada, ahora más calma, el viejo afecto, y la triste sonrisa, una resignación burlona.
-No, mi pobre amigo, no.
Apoyó una mano sobre mi hombro. Suspiró.
-No me duele ser ese testigo. Me duele no saber si lo soy.



*Fragmento de La Octava Maravilla. Seix Barral. Biblioteca Breve-








Mapas*



Durante muchos años mi padre se esmero en contar una y otra vez de sus viajes en camión por las rutas italianas. Contaba ciudad por ciudad y pueblo por pueblo por donde había pasado manejando un camión con provisiones en la última etapa de la guerra, con los alemanes en retroceso y esa extraña fauna de tropas aliadas que incluía indios de la India, ingleses, africanos y norteamericanos a los que solo escuchaba decir "I love you girl" a las italianas.
Faltaba comida pero había abundancia de chocolates y cigarrillos para las tropas, mi padre trocaba los cigarrillos y chocolates por comida. Era -según cuenta- un gran chofer en esos caminos de montaña.
No recuerdo sus rutas, aunque las repitió mientras tuvo memoria y vida, y no logro reconstruirlas ni con mapas encontrados en Internet.

Pero siempre voy a recordar ese esquema de ciudades que hicimos juntos en una madrugada de octubre del 2000, él había estado internado en terapia intensiva en una pequeña clínica de PAMI.
La terapia lo desoriento. Después de 24 horas estábamos en una habitación, el me conocía pero me decía que estábamos en Quequén, miraba al paciente de la cama contigua y decía "cuanta gente viene a este hotel", no intenté hacerle notar su equivoco. En la noche , desvelados, tratamos de reconstruir la ubicación de izquierda a derecha y de arriba abajo de los pueblos cercanos a su pueblo italiano.
Es el reverso de un folleto de propaganda de la clínica donde anuncian un plan social de salud al alcance de todos, una hoja pequeña y veo mi letra mezclada con la suya, son puntos de birome trazados en espiral con los nombres de las ciudades, a pesar de todo su esfuerzo sigo sin poder descifrar esas huellas invisibles.
Los recuerdos mi padre en sus caminos italianos, como huellas en el pasto, se han borrado detrás de sus pisadas, derretidas como la nieve que cubría los caminos y obligaba a cruzar cadenas en las cubiertas del Guerrero a gas que manejaba.
Paterno Di lucania, su pueblo, atravesado por la ruta, apenas un descanso breve entre las montañas, ahí nomás el camino a Raia, donde vive uno de sus sobrinos. Al otro extremo del pueblo la ruta a Marsiconuovo, el pueblo donde nació mi padre, a la izquierda subiendo montañas por bosques de castaños y lobos salvajes por esta Padula y después Montesano.... más arriba esta Atana y aquí no quedo ningún imaginario trazo que pueda decirme como se llega o se va.. A la derecha de Marsiconuovo - Paterno y Raia se termina el papel .
Después están Pedale y Viggiano, mi papá pronunciaba "villano" y hay un "1º" escrito con mi letra..... seguramente el me contó que primero estaba villano arriba más alto y más alto todavía la Madonna de Viggiano a la que visitaba llevando a sus fieles en el camión, el tenía también fe en la Virgen y cuando le desesperaba y enojaba el mundo y la gente decía "Madonna mía". Camino a Pedale hay alguien que le dio trabajo y albergue, mi padre lo recuerda con gratitud, me dice el nombre y apellido, en esa noche de octubre donde en la penumbra de esa habitación nos creemos hospedados y refugiados del frío del mar y podemos ,por última vez creo, tratar de reconstruir algunas de sus rutas conocidas. Bien a la izquierda están listadas con mi letra imprenta de industrial casi cursiva: Bari-Brindisi-Lecce, luego una B que quedo allí desairada como un objeto o un botón irrecuperable que perdió hace años su lugar en el traje.
Sé que sus ojos claros se hacían vivaces e iluminaban esa penumbra cuando hablaba de sus caminos de infancia y juventud, de alguna manera él seguía viviendo allí y una parte de él no quería dejar morir ese tesoro, aun en la enfermedad y el olvido de los años. Siempre pense que se vive para defender una memoria viva que se lleva hasta el último minuto y mi viejo siempre me lo demostró con sus mapas contados en el aire, repetidos hasta el desinterés o la frustración de su oyente. Muchos habrán dicho antes que yo, que la muerte es cesar la lucha por la propia memoria hundida en el cuerpo, poro por poro erizado al detonante del recuerdo-palabra-imagen y gestos. En estos mapas del aire pensaba hoy, cuando abriendo el libro de Antonio Dal Masetto La tierra incomparable apareció como señalador el mapa que hicimos aquella noche resistiendo olvidos y dolores mi padre y yo.


-Año 2002-

*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com





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