jueves, julio 03, 2008

SIN ALFILES, SIN REY, SIN REINA...




*Foto de Florencia Soler Abbate. florencia_soler_77@hotmail.com



EL SATIRO DE LA CARCAJADA*



El sátiro de la carcajada trae su alforja rota.
Asoma un barrilete de infancia color abandono,
Una corbata con rayas paralelas.
Una hoja seca de lo que alguna una vez fue roble.
Trae en sus zapatos un hueco y atada de un cordel, una esfera de piedra.
El sátiro de la carcajada ríe, de noche y de día.
Ríe la mueca amarga, desdentada.
En un bolsillo lleva una bolita azul ostracismo de jade.
En su manos una gaita, una llave y una vara de junco.
Su mirada de niño mira la lontananza.
Las montañas azules le acompañan en verde.
Vuelve.
El sátiro de la carcajada solo encuentra un tablero de ajedrez
Sin alfiles, sin rey, sin reina,
Solo hay peones y un matungo rengo.



*de Amelia Arellano arellano.amelia@yahoo.com.ar







SIN ALFILES, SIN REY, SIN REINA...






La Capilla Sixtina*



Nadie debía enterarse que estaba perdiendo visión. Cuando el Papa le encargó unos cuadros de la creación, Miguel Ángel se trasladó al Vaticano para pintarlos. Allí se le proporcionó un lugar tranquilo para que el maestro pudiera realizar su obra: La Capilla Sixtina.

El pintor se recluyó en su interior y durante varios meses estuvo dedicado a pintar, venciendo la soledad y la precariedad de la luz. El día que dio por concluido el encargo la curia de cardenales en pleno entró en la Capilla Sixtina a contemplar lo que había hecho. Ante la sorpresa general se encontraron con los lienzos en blanco y las paredes y en techo pintados.
Miguel Ángel nunca confesó que no veía donde pintaba, ni que había creído hacerlo sobre los lienzos. El muy fresco, inventó los frescos.



*Joan Mateu. joan@cimat.es







ACERCA DEL PREJUICIO Y LA DISCRIMINACION EN LA SOCIEDAD ACTUAL

Sobre vocablos necesarios pero insuficientes*


El autor examina las particularidades del "discurso políticamente correcto", en relación con el prejuicio y la discriminación y "en sociedades desacopladas del tren de la modernidad, como la nuestra".



Por Alejandro Kaufman *


Prejuicio y discriminación son términos instalados en diversas tramas normativas. Forman parte del orden político, social y cultural y tienen variadas inscripciones en las prácticas socioculturales. Suponen la disposición de ciertas distinciones y normas apropiadas para una convivencialidad compatible con principios de igualdad y reciprocidad. Tales normas limitarían las acciones de exclusión o violencia sustentadas por distinciones o categorías susceptibles de estigmatizar a las personas, en la medida en que las acciones individuales o los rasgos singulares fueran considerados indiferentes por sus propios méritos, sólo calificables en función del estigma.
Un problema que suscita la confianza en el poder de palabras como prejuicio y discriminación reside en que permiten describir simplificaciones extremas de acontecimientos y acciones humanas, en tanto destinadas a legitimar y reproducir la opresión sobre la base de criterios asimétricos sistematizados. La delimitación de tales simplificaciones emerge en el transcurso de las luchas por la igualdad, ya sea que se trate de confrontaciones con regímenes políticos como el del apartheid sudafricano, o de prácticas culturales ancestrales como la opresión de género. En este contexto se instalan múltiples circunstancias emancipatorias, que van desde la abolición de la esclavitud hasta el voto femenino, desde el cambio voluntario de sexo hasta el acceso universal a la educación, desde la lucha contra el antisemitismo hasta la instauración de los derechos de los niños.
Por abreviada que sea una enunciación de esa diversidad, no resulta difícil señalar el carácter múltiple de aquello que se subsume bajo una denominación unívoca como la de "discriminación". El término contiene una apelación valorativa indeterminada: discriminar es seleccionar y excluir al mismo tiempo. Seleccionar denota preferencia y segregación. Solamente la segunda acepción de la RAE señala una significación peyorativa, porque implica "dar trato de inferioridad a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, etc.". Ese "etcétera" nos remite a la multiplicidad mencionada.
"Segregar" aparece como un acto divisorio, tajante, simple, pero aquello que se "segrega" supone una diversidad inabarcable y heterogénea. En esa diferencia radica una tensión inherente a la temática de la discriminación, así como la cifra de sus limitaciones para asegurarnos de manera eficaz la realización emancipatoria que prometen las acciones contra la discriminación, tal como suelen estar inscriptas de manera generalizada en las prácticas sociales contemporáneas instituidas. La tensión referida entre
la simplificación reductora de las palabras analizadas y la diversidad multiforme de los ejemplares a los que las palabras refieren remite en definitiva a la naturaleza misma del nombre.
Cuando designamos un caso o un individuo con un nombre que no pertenece exclusivamente al designado, estamos "prejuzgando" porque reducimos su multiplicidad a un segmento del discurso compartido por todos los casos o individuos así denominados. Esta generalización conceptual que antecede tiene como finalidad distinguir entre la denominación, la categorización, la designación, todas ellas formas de "discriminación" y las acciones que se alegan como consecutivas a dichas distinciones. Si la esclavitud fue argumentativamente fundamentada sobre la inferioridad de quienes eran distinguibles por el color de su piel, y si la memoria no cesa de recordarnos la huella de la ignominia implicada por la distinción del color, no por ello la inversión de los términos en sus contrarios nos garantizará una protección contra la opresión o la crueldad, aunque es probable que el uso del color como parte de la argumentación se vea inhibido. En ello consiste el problema que atañe a la "corrección política". Se sustituyen unas distinciones por otras, en tanto que se procura la institucionalización de términos exentos de toda memoria ignominiosa para describir emancipatoriamente a quienes fueron o son aún perseguidos, oprimidos o mortificados. Se legitima de esta manera un estatuto jurídico cuyas consecuencias sobre los derechos y las condiciones de vida de los afectados no podrían dejar de reconocerse, pero a la vez se provocan consecuencias culturales fuera de proporción con los beneficios obtenidos. Hoy en día es
difícil no sonreír ante esos lenguajes, aunque hay perspectivas muy diferenciadas al respecto, y en ello radica un problema principal. Es diferente la significación de esa sonrisa en los ámbitos en que las
conquistas emancipatorias fueron realizadas, que en aquellos en que sólo se convierte en un remedo estólido de una risa injustificada. En los ámbitos en que las conquistas emancipatorias han tenido lugar -aunque no estén exentos por ello de eventuales regresiones- la sátira convive con la juridicidad de
un modo conceptualmente desgarrador, pero pacíficamente convivencial.
Tomemos el ejemplo de South Park, reciente modalidad satírica de noble linaje. La crudeza y la agresividad que caracterizan a ese dibujo animado norteamericano sólo pueden comunicarse en sociedades liberales, en las que numerosos grupos históricamente discriminados han alcanzado significativas conquistas en sus condiciones de existencia, sin perjuicio, hay que insistir en ello, de eventuales regresiones o contradicciones y limitaciones de diferente índole.
Lo curioso es lo que sucede cuando una serie como South Park se difunde en un ámbito cultural al que resulta ajena la problemática en toda su plenitud, y se da lugar en consecuencia a la circulación de un discurso burlón sobre la corrección política allí donde la corrección política ni siquiera se insinuó en práctica social alguna. Al mismo tiempo, y sin dejar de transitar algunas paradojas, estas mismas tensiones pueden contribuir a su manera a facilitar trayectorias emancipatorias.
South Park fue emitida durante un breve lapso en la TV de aire de Buenos Aires, tal vez hasta que los programadores advirtieron la inconveniencia de una difusión tan liberal dirigida a una audiencia culturalmente distante.
Este tipo de desajustes, anacronismos y falsos encuentros son característicos de la globalización comunicacional y dan lugar a los procesos de censura que acontecen en muchos países, así como al surgimiento de movimientos culturales y religiosos antimodernistas que, ante la historia de los cambios culturales de "Occidente", plantean la supresión, la censura y la represión incluso violenta y hasta terrorista de las prácticas emancipatorias. Para ello, no sólo emplean argumentos y pretextos
dogmáticos, sino a veces las propias enunciaciones emancipatorias. Así, podemos encontrar movimientos de mujeres que reivindican el uso de indumentarias que simbolizan la subordinación de género, y lo hacen desde una alegada perspectiva de género.
Explorar este territorio desde una mirada informada intelectualmente demanda inquirir en debates filosóficos, culturales y políticos sobre el multiculturalismo, el relativismo y el universalismo, en tanto tramas conceptuales que fundamenten o hagan inteligibles estos problemas. Sin embargo, como sucede desde siempre en la historia cultural, "el Búho de Minerva levanta vuelo al atardecer", sentencia que alude al retraso estructural con que el pensamiento crítico acude a la conciencia después de los acontecimientos.
Una forma en que hoy en día es comprobable esta dilación en relación con la problemática del prejuicio y la discriminación es que la opresión, la crueldad y la subordinación -en palabras más adecuadas: las relaciones de poder- estructuran tramas discursivas que renuevan condiciones asimétricas eludiendo los debates intelectuales conocidos, así como los dispositivos jurídicos conquistados. No fue otra cosa lo que sucedió con los procesos de emancipación moderna respecto de la explotación, la alienación y el consumo. No se persistió en las formas que millones padecieron, sino que esas formas fueron transformándose para, primero, cambiar los padecimientos y, finalmente, trocar los padecimientos mismos por modalidades felices de subordinación y dependencia; de modo que los viejos lenguajes emancipatorios sólo se pueden emplear al precio del lecho de Procusto de los ideologemas de museo, repetidos como letanías inocuas. Es lo que sucede con algunos de los lenguajes de los progresismos, las izquierdas y los democratismos.
Los asuntos que identificamos como articulables con "prejuicio" y "discriminación" atraviesan diversos procesos de mutación, transformación y cambio que neutralizan los lenguajes disponibles y crean nuevas situaciones que no son inmediatamente reconocibles ni caracterizables como opresivas o asimétricas.
Los cambios radicales que experimentaron en innumerables sentidos las nociones de pobreza y riqueza, necesidades esenciales o consumos suntuarios, lesionaron también la conflictiva dicotomía histórica entre "socialismo" en el sentido de la adhesión filosófico política al valor de la igualdad, y reconocimiento de la "diferencia" como adquisición de un registro sin el cual el valor de la igualdad se ha limitado a cimentar las bases de aquellos totalitarismos que fueron definidos como dictaduras de las necesidades.
Aquellas que sacrificaron la libertad en el altar de una equidad entendida como equivalencia distributiva.
Habíamos mencionado un icono del ironismo que satiriza la corrección política, significativo por su amplia difusión mediática. Para proseguir, y sin el menor atisbo de extensión, ya que no de exhaustividad, es necesario señalar la denigración satírica de la corrección política como tópico
hegemónico en buena parte de la crítica cultural contemporánea. En los últimos años se ha ido volviendo evidentemente insostenible la confianza progresista en los paradigmas jurídicos de la lucha contra la
discriminación, dado el auge de nuevas modalidades de violencia segregatoria en innumerables variables. Sin abundar y sólo para ejemplificar: los límites en las luchas por la emancipación de género en algunas partes y los brutales retrocesos antimodernos en otras; el neorracismo perseguidor y represor de
inmigrantes, muchas veces imbricado con la estigmatización de los árabes y del Islam; la intangibilidad de la meritocracia, cuestionada en otras épocas y hoy en día endiosada y enaltecida más allá del terreno del conocimiento y las destrezas y el cultivo de las formas corporales y los desempeños libidinales.
Es precisamente la impotencia del discurso políticamente correcto para cambiar las condiciones reales de la existencia de la mayoría de la humanidad aquello que aporta un riquísimo material al arte, la literatura, el cine y la televisión, y no solamente en clave abiertamente satírica. Sin ningún esfuerzo taxonómico, pensemos en forma sucinta en Tod Solondz, Lars von Trier, Jim Jarmush, Ettore Scola, Abbas Kiarostami, Mohsen Majmalbaf, o tomemos ejemplos tempranos de la literatura argentina como Lamborghini, Copi, o el propio Borges.
Desde luego, se trata de dar por sentado que no hay un real debate sobre la igualdad y la lucha contra la segregación si no se aplica una mirada crítica sobre las "identidades" como modalidades de amparo y afirmación de la otredad. (...) Las publicidades sobre "capacidades diferentes" nos interrogan sobre si necesitamos que una telefonista sea vidente o camine sobre sus propias extremidades y las de trasplantes de órganos comparan la espera del transporte público con la de los órganos donantes. El mundo de las identidades y sus transformaciones se ha vuelto caótico, y la instrumentalidad de los discursos de la corrección política ha pasado de ser una gran promesa cuasi utópica a la completa falta de encanto de los discursos de las reivindicaciones gremiales. Hacemos empleo de ellos y los necesitamos, pero no nos hablan de otros mundos, ni de horizontes abiertos.
Buscamos experiencias estéticas y espirituales en el ironismo y la sátira, que nos garantizan un compromiso implícito con los valores igualitarios y emancipatorios del legado ético de la historia cultural de un modo aún desinteresado y negligente, sin apologías y, sobre todo, sin la presunción
de construcciones institucionales y políticas que siguen las reglas de las relaciones de poder hegemónicas.
Estas reglas dictaminan el dominio de la eficiencia instrumental en la producción y el trabajo, y de la eficiencia libidinal en el consumo, el entretenimiento y la realización placentera y feliz de los sentidos. Es un mundo idealmente indoloro, donde el aparato jurídico protege no sólo de la humillación segregatoria, sino también de otras formas de violencia que acontecen en forma microscópica y aleatoria en la vida cotidiana, sea familiar, de género, acoso laboral o mobbing, acoso escolar o bullying.
La paradoja que se nos presenta es que en sociedades desacopladas del tren de la modernidad como la nuestra, ciertos avances o transformaciones que son emancipatorios en relación a relaciones de poder más violentas y crueles de épocas pasadas, se instalan desde afuera, importados, y en forma tardía,
cuando ya han perdido su vigor como promesas. Entre nosotros conviven con nuestra homogeneidad identitaria, implicada en el mito del "crisol de razas", gran dispositivo de dominación fundado en algunos rasgos impuestos en forma universal sobre la base del relato identitario de la argentinidad. Como
corolario se registra la deprivación del reconocimiento de las modalidades segregatorias y prejuiciosas realmente existentes, más allá de lo que se dice y acepta en forma explícita (tres inmensos genocidios que vertebran nuestra historia, el de los pueblos originarios, el de la guerra del Paraguay y el de la dictadura del Proceso de 1976, aún están lejos de constituirse en sentido común en nuestra sociedad).
En tercer lugar se verifican subculturas ironistas sobre la corrección política, pero también movimientos sociales pequeños y vigorosos que han logrado importantes conquistas emancipatorias en la lucha por la igualdad, fundamento vigente de la condición humana en tiempos de incertidumbre.
La conclusión de estas observaciones apunta a que no podemos confiar en las modalidades estereotipadas y binarias que asume la corrección política, aunque no sería prudente tirarlas por la borda, como desgraciadamente suele apreciarse entre nosotros. En cambio, se trata de desenvolver sensibilidades
y apreciaciones atentas, antes que a los dilemas de las categorías y segmentaciones previsibles, a los dramas que acontecen en forma singular en los avatares humanos. Aquello que el teatro, la literatura y el arte ya sabían desde la Grecia clásica en sus formas culminantes, no superadas aún por ninguna obra posterior, sino siempre reinterpretadas, recreadas por todas ellas. Esto, que se sabe en el propio terreno de las narrativas dramáticas, permanece aún dolorosamente divorciado de los discursos que
anteponen la palabra "ciencia" a cualquiera de las modalidades cognitivas vigentes. Conservamos la deuda modernista entre el saber como conocimiento objetual y la sensibilidad como devenir ficcional subordinado. La lucha por la emancipación es también una lucha por los relatos.


* Extraído de Vertex, Revista Argentina de Psiquiatría, 2007, vol. XVIII.


-Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-107109-2008-07-03.html










Crónicas Marcianas*







Ella Desnuda. Apoya su espalda contra el respaldo de la cama. Abre sus piernas.

Deja sus piernas dobladas y las rodillas quedan como una cima curva y perfecta. Un haz de luz que se filtra de los postigos entornados les da un aspecto irreal, son la superficie de un planeta mágico.

Ella Desnuda. Con sus piernas abiertas y el sexo expuesto, trémulo, recibe al hombre.

El hombre apoya su espalda en los pechos de ella. De forma tal que los pezones se sientan claramente a la altura de sus pulmones.

Ella lo contiene en sillón de mullida ternura humana. Con sabor a piel. En un aire pleno de aromas a hembra y fresias.

Ella abre un libro, recorre en silencio las páginas.

Cada vuelta de hoja genera una brisa o un huracán en la piel de sus mejillas.

El se concentra en la respiración. Los pulmones son una caja perfecta de resonancia. Siente al latido del corazón de ella como doble latido del propio corazón.



Ella comienza a leer. Su voz se eleva en catedrales.

El hombre cierra los ojos. No esta del todo allí.



Hay una niña que canta en latín. Cuando su voz vuela, se despega del coro y los fieles se giran, dejan de ver hacia el pulpito y buscan el origen a ese desgarro del aire que llega a los oídos.

Afuera, probablemente esta nevando, el reloj de la iglesia esta congelado como en una postal sepia a las 10 y 5 minutos de una mañana de domingo. Los tejados rojos cubiertos en algodones de nieve. El río D'Orba hace espuma al chocar contra los pilotes del puente de hierro y madera, y más allá el horizonte se eleva como en una visión de piernas que culminan en cimas nevadas de luz matinal.



Ella lee Crónicas Marcianas. En su voz que eleva en catedrales hay un eco de la voz dormida en el texto.

El hombre, que hace un momento pudo oír a través de ella al canto de su abuela.

Ahora, abre los ojos y puede ver algo del cielo, también piel, al alcance de sus manos.







*de Eduardo F. Coiro inventivasocial@hotmail.com










LA OCTAVA MARAVILLA*



*De Vlady Kociancich.


44



Estaba de pie, junto a la ventana.
Más que otras veces, su habitual postura 8el cuerpo lánguidamente recostado contra la pared, los brazos cruzados en el pecho, la morena cabeza ladeada), y el traje que vestía, uno de esos trajes de primera que encargaba a un sastre de Londres, la camisa y la corbata de seda, los finos zapatos italianos, una elegancia ultrajada por el oro y los brillantes de estrafalarios gemelos, por el gran anillo con un enorme rubí en la mano de dedos gruesos, por la larga boquilla de marfil entre los dientes, bajo un bigote de cosaco. Era el agente de viajes de Estambul. Era un amigo.
-Safet.
-No hables todavía.
Safet ahí, en mi cuarto del Rainer.
-Dios. ¿Qué pasó?
Arrastró una silla hacia la cama y se sentó a horcajadas, cruzando los brazos sobre el respaldo y mirándome con su imperturbable aplomo.
-Una gripe feroz, amigo mío. Complicada, según el médico que te atendió, con un feroz estado de agotamiento.
-¿Qué médico? No me acuerdo de nada.
-Mejor. Lo hubieras visto a Peter. Estaba aterrado. Pero se ocupó de llamar al médico, de comprar los remedios. Nos turnamos para vigilarte. No tanto por la enfermedad. Quizá la fiebre... En fin, tenías malos sueños.
-¿Se turnaron? Pero Safet, habrás dejado tus negocios para cuidarme. Te he hecho perder tiempo...
Se encogió de hombros y me dio unos golpecitos en la frente con el rubí.
-A este buen musulmán nada lo complace más que perder hospitalariamente el tiempo.
Me reí con ganas. Ese buen musulmán, con aspecto de gangster de alto vuelo, encubría a uno de los empresarios más activos que conocí. Detrás de esos ojos muy negros, muy pesados, que parecían los de un hombre dormido o a punto de dormirse, había alguien que jamás perdía el tiempo.
-Y te doy un consejo -agregó, arrastrando las palabras como lo hacía cuando hablaba inglés, fingiendo una inseguridad de la lengua que desmentía la perfecta sintaxis- hay que seguir descansando. Dormir un poco más. Orden del médico.
Protesté. Y me dormí inmediatamente.
Fue un largo y tranquilo sueño. A veces despertaba y veía a Safet a mi lado, con un whisky en la mano, bebiendo un trago parsimoniosamente, saludándome con el vaso en el que tintineaba el hielo. A veces veía la ansiosa cara de Peter inclinada sobre mí. A veces, una muchacha que alisaba el edredón tratando de no despertarme o me obligaba a tomar una pastilla.
Una de esas veces desperté del todo.
-Cómo he dormido.
Safet, desde su puesto de vigía junto a la ventana, dijo que se me veía mejor. Me preguntó si quería comer.
Descubrí que tenía algo que podría calificarse, de un modo vago, de apetito. Safet tomó el teléfono y habló con Peter en alemán.
-Yo también voy a tomar un bocado -dijo.
La mesa que Peter hizo poner al lado de la cama, el delicioso olor de un caldo, el pan fresco y crujiente, la opulenta comida servida a Safet y la botella de vino que no me estaba destinada, me recordaron una vez más que estaba a salvo.
Comimos como si estuviéramos en uno de esos restaurantes donde solíamos refugiarnos del congreso. Nuestra conversación tenía la serenidad de los que saben que los junta el azar y que también el azar los separa. Intercambiamos noticias de gente conocida, algunas bromas gastadas sobre los congresos y el turismo. Sólo cuando concluimos el almuerzo se me ocurrió, estimulado por la comida y la desaparición de la fiebre, hablar de cosas personales.
Paso por paso le conté a Safet mi experiencia de berlín. Mordiendo su larga boquilla, los párpados pesados cubriendo a medias esos oscuros ojos sin lumbre, Safet escuchaba.
Yo no podía parar. Una o dos veces me pareció que Safet quería interrumpirme, pero no lo hizo.
-Así que una historia inventada para unir imágenes. Y no preguntes qué resultado espero. Una mala película. Pero tocar esa película fue para mí como tocar el cine. Y el cine tiene hechizo. Tal vez sea la única magia que nos queda en este mundo tan previsible.
safet se quitó la boquilla de los labios y la sacudió con aire pensativo.
-Es verdad.
-Te aseguro, Safet, que no me importa cómo es la película. Sólo pienso en el cine, pienso que voy a volver a Berlín y ver esa copia y mi nombre en ella. Ni un milagro haría de ese film un buen film, pero es un hecho mágico y estar en él me parece mágico.
-Sí -dijo lacónicamente Safet.
-Por ahí no te gusta el cine y me ves como a un loco.
Me echó una larga mirada.
-Nosotros lo llamamos la Octava Maravilla.
¿Nosotros era Estambul, Turquía, la aldea de anatolia donde había nacido Safet, los amigos que yo no le conocía, una sociedad secreta, un club de cine?
¿O todo el oriente agazapado en ese hombre de tantas maneras y lenguas occidentales? Me pareció una grosería preguntar y no lo hice.
-También hay gente que lo llama El Viaje Y otros como yo dicen que la Octava Maravilla es las dos cosas, porque el cine es un viaje y el viaje es el hecho del cine. Los dos ocupan el tiempo y el espacio, pero fuera del momento en que son no tienen realidad alguna.
sonreí.
-¿Y qué hay de las máquinas que trasladan, los hoteles que albergan, los lugares que se visitan, los proyectores que proyectan, los kilómetros de película que recorren el mundo?
Safet sacudió la ceniza de su cigarrillo.
-No me gusta ir al cine, no me gusta viajar. hago las dos cosas cuando no tengo más remedio. Pero las dos me inquietan. Sabemos tan poco de este mundo, mi querido amigo. Muchas veces me pregunto qué absurda pero necesaria locura hace que nuestro paso por él esté tan leno de confianza.
Aún me sentía demasiado débil para seguir a Safet por este rumbo. Quise frenar la conversación.
-De acuerdo, el cine es la Octava Maravilla.
Safet suspiró.
-No comprendiste. La Octava Maravilla es el viaje.
-Está bien, está bien -me reí- hablemos de viajes. La ITB, por ejemplo. ¿por qué no vamos juntos, si es que vas?
-¿Ir? Es una de esas cosas que no tiene remedio. Por supuesto.
-Si salimos juntos, tendrás que esperarme por lo menos un día. Tengo que hacer en Viena. Y me he pasado el día durmiendo.
safet estudiaba la roja piedra de su anillo. Otra vez suspiró.
-No un día. Dos días.
-¿Qué?
Casi salté en la cama. Safet me observaba ahora con mal disimulada preocupación.
-Dormiste durante dos días seguidos. Necesitarás otro para estar en condiciones de viajar.
Una semana de postergación en Berlín, dos días en sueños, uno para la convalescencia. ¿Y mis entrevistas en Viena? Confundido, pregunté:
-¿Qué día es hoy?
Me lo dijo. No le creí. Lo repitió una y otra vez. Con paciencia infinita.
-Hoy es 25 de febrero.
Y en un susurro, finalmente agregó:
-Alberto, amigo mío, la ITB nunca fue postergada.



*Fragmento de La Octava Maravilla. Seix Barral. Biblioteca Breve-







*





El dinero finge

la felicidad.







*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar










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