miércoles, agosto 19, 2009

DEBES AMAR LA HORA QUE NUNCA BRILLA...





Velociraptor*



Los médicos son especialistas en recomendarte aquello que menos ganas tienes de hacer. El mío no es una excepción y después de prohibirme el café, el tabaco y el azúcar me recomendó caminar por lo menos una hora diaria.

En aras a la salud, subí al coche y me dirigí a unas montañas cercanas pensando que si debía caminar, al menos lo haría en un paraje agradable. Al tercer día de caminar por sendas y caminos del bosque me di cuenta de que me aburría soberanamente, por lo que decidí internarme entre los árboles y explorar nuevos lugares "nunca hollados por el hombre". Mi imaginación me ayudaba a mantenerme entretenido, por eso cuando descubrí aquella cueva me alegré tanto, ya que rompía la monotonía de los senderos. Me acerqué a ella y entré para explorarla.

Era profunda y se hacía algo más grande al cabo de unos cinco metros. De pronto, me pareció notar una presencia que deduje sería de algún animalejo ya que por aquellos andurriales no se acercaban mas que cazadores en temporada de jabalí. De pronto, aparecieron dos ojos a un par de metros de altura y un resoplido me erizó los cabellos. En milésimas de segundo di la vuelta y comencé a correr al mismo tiempo que algo enorme me perseguía.
Salí de la cueva y corrí alocadamente. Trastabille y caí el suelo entre piedras y raíces. Me di la vuelta inmediatamente y vi un animal prehistórico, que se dirigía a mi sobre sus dos enormes patas traseras, mostrando una dentadura imponente y con una especie de pantalla alrededor de su cuello. Era, sin duda un velociraptor, el más peligroso de los depredadores Periodo Cretácico.
Se acercó a mi, que estaba indemne en el suelo, y me olisqueó mientras yo esperaba la dentellada fatal. Emitía unos rugidos a través de aquella boca babeante, que me sobrecogían por lo que aun no entiendo como tuve fuerzas para agarrar una rama del suelo y arrojársela. La rama le pasó por el lado de la cabeza e intuí que esto le habría irritado aún más. Cerré los ojos dispuesto a morir y esperé.

Cuando abrí de nuevo los ojos vi al animal a medio metro de mi, con la rama en la boca y moviendo la cola. ¡La había ido a buscar y me la traía!. La tomé aterrorizado y volví a arrojarla. El velociraptor fue a buscarla y correteando me la volvió a traer. ¡Estaba jugando!
Repetimos el juego muchas más veces, hasta que se cansó y se fue a su cueva.

Ahora cada tarde voy a jugar con él lanzando el palo cada vez más lejos y esperando que me lo traiga de nuevo, pero he tenido que volver al médico que no comprende porque el caminar me ha producido un esguince en el codo.




*de Joan Mateu. joan@cimat.es






DEBES AMAR LA HORA QUE NUNCA BRILLA...




Un beso*



Un beso cubre mi lecho.

Un beso muy suave, cálido, esperado.

Me sumerjo en él, me cubre levemente.

Siento que mi sangre se aquieta,

mis párpados pesan, el sueño llega

muy lento y el beso sigue allí, en mi lecho.

Tiene un sabor especial, va cubriendo

mi cuerpo, mis manos,

mi respiración se sosiega y el beso, gozoso,

instala su precioso reino en mi corazón.



*de Elsa Hufschmid elsahuf@hotmail.com







LIBERACIÓN*



Abrí la puerta de la jaula
E impulsé mi alma
A buscar el espacio
Partiendo con mis dientes
Las anclas del infierno.
No quería dejarme y lloraba,
No entendía que mi cuerpo
Había perdido sus alas
Y que el abismo se abría
Con dimensiones extrañas.
Los adioses anidaban
En el hueco de mis manos
Mientras mis pasos despacio
Su partida liberaban...




*de EMILSE ZORZUT. zurmy@yahoo.com.ar







Carta en mano propia*


El azar quiso que nunca se conocieran en persona, aunque sus caminos casi secruzaron en Chivilcoy o en París, como recuerda Julio Cortázar en este texto en el que rinde homenaje a Felisberto.



Felisberto, tú sabés (no escribiré "tú sabías"; a los dos nos gustó siempre transgredir los tiempos verbales, justa manera de poner en crisis ese otro tiempo que nos hostiga con calendarios y relojes), tú sabés que los prólogos a las ediciones de obras completas o antológicas visten casi siempre el traje negro y la corbata de las disertaciones magistrales, y eso nos gusta poquísimo a los que preferimos leer cuentos o contar historias o caminar por la ciudad entre dos tragos de vino. Descuento que esta edición de tus obras contará con los aportes críticos necesarios; por mi parte prefiero decirles a quienes entren por estas páginas lo que Antón Webern le decía a un discípulo: "Cuando tenga que dar una conferencia, no diga nada teórico sino más bien que ama la música". Aquí para empezar no habrá ni sospecha de conferencia, pero a vos te divertirá el buen consejo de Webern por la doble razón de la palabra y la música, y sobre todo te gustará que sea un músico el que nos abra la puerta para ir a jugar un rato a nuestra manera rioplatense.

Esto de abrir la puerta no es un mero recuerdo infantil. En estos días en que andaba dándole la vuelta a la máquina de escribir como un perrito necesitado de árbol, encontré cosas tuyas y sobre vos que no conocía en los remotos tiempos en que por primera vez leí tus libros y escribí páginas que tanto te buscaban en el terreno de la admiración y del afecto. Y te imaginarás mi sorpresa (mezclada con algo que se parece al miedo y a la nostalgia frente a lo que nos separa) cuando llegué a un epistolario
recogido por Norah Gilardi, en el que aparecen las cartas que le escribiste a tu amigo Lorenzo Destoc mientras hacías una gira musical por la provincia de Buenos Aires. Como si nada, sin el menor respeto hacia un amigo como yo, fechás una carta en la ciudad de Chivilcoy, el 26 de diciembre de 1939. Así,
tranquilamente, como hubieras podido fecharla en cualquier otro lado, sin demostrar la menor preocupación por el hecho de que en ese año yo vivía en Chivilcoy, sin inquietarte por la sacudida que me darías treinta y ocho años más tarde en un departamento de la calle Saint-Honoré donde estoy
escribiéndote al filo de la medianoche.

No es broma, Felisberto. Yo vivía entonces en Chivilcoy, era un joven profesor en la escuela normal, vegeté allí desde el 39 hasta el 44 y podríamos habernos encontrado y conocido. De haber estado a fines de ese diciembre no hubiera faltado al concierto del Terceto Felisberto Hernández, como no faltaba a ningún concierto en esa aplastada ciudad pampeana por la simple razón de que casi nunca había concierto, casi nunca pasaba nada, casi nunca se podía sentir que la vida era algo más que enseñar instrucción cívica a los adolescentes o escribir interminablemente en un cuarto de la Pensión Varzilio. Pero habían empezado las vacaciones de verano y yo aprovechaba para volver a Buenos Aires donde me esperaban mis amigos, los cafés del centro, amores desdichados y el último número de Sur: Vos tocaste
con tu Terceto en eso que llamás a secas "el club" y que conocí muy bien, el Club Social de Chivilcoy detrás de cuyo amable nombre se escondían las salas donde el cacique político, sus amigos, los estancieros y los nuevos ricos se trenzaban en el poker y el billar. Cuando en tu carta le decís a Destoc que la discusión para que te aceptaran y te pagaran el concierto se libró junto a una mesa de billar, no me enseñás nada nuevo porque en ese club todas las cosas se libraban así. Muy de cuando en cuando, a regañadientes pero obligados a cuidar la fachada de las "actividades culturales", los dirigentes accedían a un concierto o a una velada presuntamente artística, que pagaban mal y sin ganas y que escuchaban apoyándose entredormidos en el hombro de sus nobles esposas.

Si te hablara de algunas cosas que vi y escuché en esos tiempos no te sorprenderían demasiado y en todo caso te divertirían, vos que les contabas tantos cuentos a tus amigos como un preludio para aflojar los dedos antes de refugiarte en tu cuarto de hotel y escribir tus cuentos, justamente ésos que hubiera sido imposible contar sin destruir su razón más profunda. En esos mismos salones donde tocaste con tu terceto yo escuché, entre otras abominaciones, a un señor que primero contempló al público con aire
cadavérico (probablemente tenía hambre) y luego exigió silencio absoluto y concentración estética pues se disponía a interpretar la... sinfonía inconclusa de Schubert. Yo me estaba frotando todavía los oídos cuando arrancó con un vulgar pot-pourri en el que se mezclaban el Ave María, la Serenata, y creo que un tema de Rosamunda; entonces me acordé de que en los cines andaban pasando una película sobre la vida del pobre Franz que se llamaba precisamente La sinfonía inconclusa, y que este desgraciado no hacía más que reproducir la música que había escuchado en ella. Inútil decirte que en el selecto público no hubo nadie a quien se le ocurriera pensar que una sinfonía no ha sido escrita para el piano.

En fin, Felisberto, ¿vos te das cuenta, te das realmente cuenta de que estuvimos tan cerca, que a tan pocos días de diferencia yo hubiera estado ahí y te hubiera escuchado? Por lo menos escuchado, a vos y al "mandolión" y al tercer músico, aunque no supiera nada de vos como escritor porque eso habría de suceder mucho después, en el cuarenta y siete cuando Nadie encendía las lámparas. Y sin embargo creo que nos hubiéramos reconocido en ese club donde todo nos habría proyectado el uno hacia el otro, yo te habría invitado a mi piecita para darte caña y mostrarte libros y quizá, vaya a saber, alguno de esos cuentos que escribía por entonces y que nunca publiqué. En todo caso hubiéramos hablado de música y escuchado los discos que yo pasaba en una victrola más que rasposa pero de donde salían, cosa inaudita en Chivilcoy, cuartetos de Mozart, partitas de Bach y también, claro, Gardel y Jelly Roll Morton y Bing Crosby. Sé que nos hubiéramos hecho amigos, y andá a imaginar lo que habría salido de ese encuentro, cómo habría incidido en nuestro futuro después de conocernos en Chivilcoy; pero claro, justamente entonces yo tenía que irme a Buenos Aires y a vos se te ocurría elegir ese hueco para dar tu concierto.

Fijate que las órbitas no solamente se rozaron ahí sino que siguieron muy cerca durante una punta de meses. Por tus cartas sé ahora que en junio del 40 estabas en Pehuajó, en julio llegaste a Bolívar de donde yo había emigrado el año anterior después de enseñar geografía en el colegio nacional, horresco referens. Andabas dando tumbos musicales por mi zona, Bragado, General Villegas, Las Flores, Tres Arroyos, pero no volviste a Chivilcoy, la batalla junto a la mesa de billar había sido demasiado para
vos. Todo eso asoma ahora en tus cartas como de un extraño portulano perdido, y también que en Bolívar paraste en el hotel La Vizcaína, donde yo había vivido dos años antes de mi pase a Chivilcoy, y no puedo dejar de pensar que a lo mejor te dieron la misma pieza flaca y fría en el piso alto, allí donde yo había leído a Rimbaud y a Keats para no morirme demasiado de tristeza provinciana. Y el nuevo propietario que se llamaba Musella, te acompañó sin duda hasta tu pieza, frotándose las manos con un gesto entre
monacal y servil que bien le conocí, y en el comedor te atendió el mozo Cesteros, un gallego maravilloso siempre dispuesto a escuchar los pedidos más complicados y traer después cualquier cosa con una naturalidad desarmante. Ah, Felisberto, qué cerca anduvimos en esos años, qué poco faltó para que un zaguán de hotel, una esquina con palomas o un billar de club social nos vieran darnos la mano y emprender esa primera conversación de la que hubiera salido, te imaginás, una amistad para la vida.

Porque fijate en esto que mucha gente no comprende o no quiere comprender ahora que se habla tanto de la escritura como única fuente válida de la crítica literaria y de la literatura misma. Es cierto que a mí no me hizo falta encontrarte en Chivilcoy para que años más tarde me deslumbraras en Buenos Aires con El acomodador y Menos Julia y tantos otros cuentos; es cierto que si hubieras sido un millonario guatemalteco o un coronel birmano tus relatos me hubieran parecido igualmente admirables. Pero me pregunto si muchos de los que en aquel entonces (y en éste, todavía) te ignoraron o te perdonaron la vida, no eran gentes incapaces de comprender por qué escribías lo que escribías y sobre todo por qué lo escribías así, con el sordo y persistente pedal de la primera persona, de la rememoración obstinada de
tantas lúgubres andanzas por pueblos y caminos, de tantos hoteles fríos y descascarados, de salas con públicos ausentes, de billares y clubes sociales y deudas permanentes. Ya sé que para admirarte basta leer tus textos, pero si además se los ha vivido paralelamente, si además se ha conocido la vida
de provincia, la miseria del fin de mes, el olor de las pensiones, el nivel de los diálogos, la tristeza de las vueltas a la plaza al atardecer, entonces se te conoce y se te admira de otra manera, se te vive y convive y de golpe es tan natural que hayas estado en mi hotel, que el gallego Cesteros te haya traído las papas fritas, que los socios del club te hayan discutido unas pocas monedas entre dos golpes de billar. Ya casi no me asombra lo que tanto me asombró al leer tus cartas de ese tiempo, ya me parece elemental que anduviéramos tan cerca. No solamente en ese momento y esos lugares; cerca por dentro y por paralelismos de vida, de los cuales el momentáneo acercamiento físico no fue más que una sigilosa avanzada, una manera de que a tantos años de una mesa de billar, a tantos años de tu muerte, yo recibiera fuera del tiempo el signo final de la hermandad en esta helada medianoche de París.

Porque además también viviste aquí, en el barrio latino, y como a mí te maravilló el metro y que las parejas jóvenes se besaran en la calle y que el pan fuera tan rico. Tus cartas me devuelven a mis primeros años de París, tan poco tiempo después que vos; también yo escribí cartas afligidas por la
falta de dinero, también yo esperé la llegada de esos cajoncitos en los que la familia nos mandaba yerba y café y latas de carne y de leche condensada, también yo despaché mis cartas por barco porque el correo aéreo costaba demasiado. Otra vez las órbitas tangenciales, el roce sigiloso sin que nos diéramos cuenta; pero qué querés, a mí me tocaría encontrarte en tus libros y a vos no encontrarme en nada; en este territorio en que habitamos eso no tuvo ni tiene importancia, como no la tiene el que ahora yo no lleve esta carta al correo. De cosas así vos sabías mucho, bien que lo mostrás en Las manos equivocadas y en tantos otros momentos de tus relatos que al fin y al cabo son cartas a un pasado o a un futuro en los que poco a poco van apareciendo los destinatarios que tanto te faltaron en la vida.

Y hablando de faltas, si por un lado me duele que no nos hayamos conocido, más me duele que no encontraras nunca a Macedonio y a José Lezama Lima, porque los dos hubieran respondido a ese signo paralelo que nos une por encima de cualquier cosa, Macedonio capaz de aprehender tu búsqueda de un yo
que nunca aceptaste asimilar a tu pensamiento o a tu cuerpo, que buscaste desesperadamente y que el Diario de un sinvergüenza acorrala y hostiga, y Lezama Lima entrando en la materia de la realidad con esas jabalinas de poesía que descosifican las cosas para hacerlas acceder a un terreno donde lo mental y lo sensual cesan de ser siniestros mediadores. Siempre sentí y siempre dije que en Lezama y en vos (y por qué no en Macedonio, y qué hermoso saberlos a todos latinoamericanos) estaban los eleatas de nuestro tiempo, los presocráticos que nada aceptan de las categorías lógicas porque la realidad no tiene nada de lógica, Felisberto, nadie lo supo mejor que vos a la hora de Menos Julia y de La casa inundada.

Bueno, se me acaba el papel y ya sabemos que el franqueo es caro, por lo menos el que paga el lector con su atención. Acaso hubiera sido preferible callar cosas que siempre supiste mejor que los demás, pero confesá que la historia de la sinfonía inconclusa te hizo reír, y que seguro te gustó saber que habíamos estado tan cerca allá en las pampas criollas. Esta carta te la debía aunque no sea ni de lejos las que te escriben otros más capaces. A mí me pasó lo que vos mismo dijiste tan bien: "Yo he deseado no mover más los recuerdos y he preferido que ellos durmieran, pero ellos han soñado". Ahora llega el otro sueño, el de las dos de la mañana. Déjame que me despida con palabras que no son mías pero que me hubiera gustado tanto escribirte. Te las escribió Paulina también de madrugada, como un resumen de lo que había
encontrado en vos: Las más sutiles relaciones de las cosas, la danza sin ojos de los más antiguos elementos; el fuego y el humo inaprehensible; la alta cúpula de la nube y el mensaje del azar en una simple hierba; todo lo maravilloso y oscuro del mundo estaba en ti.

Te querrá siempre.

*Julio Cortázar


(PRÓLOGO A LA EDICIÓN DE EL CUENCO DE PLATA DE "LAS HORTENSIAS Y OTROS
RELATOS", CON LA AUTORIZACIÓN EXPRESA DE BIBLIOTECA AYACUCHO, QUE LO PUBLICÓ POR PRIMERA VEZ EN ESPAÑOL EN SU EDICIÓN DE "NOVELAS Y CUENTOS", CARACAS, 1985.)

*Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/08/15/_-01978484.htm









Títulos de libros*



En el mundo de la escritura hay orfandades bien jodidas, y la orfandad de título es una de las más perras. El amigo Vicente acaba de terminar un libro de cuentos y ahora anda penando por las calles de la ciudad tratando de encontrar un título. Mi experiencia me dice que existen tres formas de encontrar un título. La primera es clásica, la que en general aplican todos. Se busca inspiración recorriendo el lomo de los libros de la biblioteca, abriendolos al azar, leyendo poesía, recetas de cocina, escuchando tangos, boleros, cualquier cosa.
Existe una segunda variante y es cuando interviene el ángel protector. Me pasó una sola vez, mientras estaba asomado a la ventana de mi departamento. Vislumbraba la posibilidad de llevar a buen término una novela y había empezado a angustiarme anticipadamente por el asunto del título. Ese día lo tenía al ángel protector revoloteando cerca. El vecino de enfrente estaba enojado y de tanto en tanto salía al balcón, sañalaba el mundo con dedo acusador y vociferaba: "Fuego a discreción". Entendí la señal y tuve mi título.
La tercera posibilidad es la mejor. En una oportunidad me tocó pasar por esa feliz experiencia. Es una historia un poco larga, intentaré abreviar. Resulta que voy caminando a casa bajando por la calle Paraguay cierta noche de un viernes de verano, es tarde, y cuando estoy llegando (sólo me falta cruzar Reconquista y caminar treinta metros), veo que El Tronío todavía está iluminado, así que no cruzo Reconquista y me arrimo y adentro hay dos personas, dos amigos que, después me entero, vienen sosteniendo una larguísima sobremesa, golpeo en los vidrios porque ya está cerrado, me abren, me siento y pedimos que destapen otra botella y al rato otra, hasta que el patrón insinúa que es buena hora para irse a dormir, "muchachos", entonces salimos, caminamos hasta la esquina y se suceden una serie de despedidas, uno se va y cuando me dispongo a cruzar Reconquista el amigo que no se fue sugiere que tomemos una última en el Verde, bien, el Verde está ahí nomás, así que vamos al Verde y nos quedamos hasta que cierra, mientras tanto el amigo habla por teléfono y lo oigo decir "ya salgo para allá, ya estoy yendo", y después otra vez estamos en la calle y yo en el borde de la vereda con una pierna en el aire, a punto de pisar el asfalto, pero el amigo me contiene y propone una copa en otro lado, doy media vuelta y partimos rumbo a San Martín y Córdoba, nos instalamos y charlamos largo sobre viajes y mujeres, con algunas interrupciones para que el amigo hable por teléfono, "ya voy, ya estoy llegando", regresamos a Paraguay y Reconquista cuando el sol está asomando, comenzamos a despedirnos y ahora parece que va en serio, pero el amigo piensa que no vendría mal desayunar en el Rubí que está a la vuelta, por lo tanto vamos al Rubí y desayunamos varias veces con Amargo Obrero, el amigo hace un par de llamados más, "ya estoy saliendo, ya estoy llegando", y la mañana del sábado avanza, y en algún momento estamos despidiéndonos de nuevo en la esquina de mi casa, entonces el amigo me dice que tiene que hacer algo, cerca ahí nomás, ¿por qué no lo acompaño?, su coche está estacionado en la otra cuadra, le digo que si me asegura que es cerca no hay problema, me lo asegura, compra un ramo de violetas en el kiosco de Paraguay y San Martín y partimos hacia el sur, paramos pasando Independencia, en San Telmo, no era tan cerca, nos metemos en un edificio, subimos al quinto piso, el amigo toca timbre, se oye una voz de mujer, soy yo dice el amigo, la puerta se entreabre, rápidamente el amigo estira el brazo y ofrece las violetas, la mujer las rechaza, de todos modos conseguimos entrar, empieza una discusión, la mujer está indignada, "pero yo te traje violetas", argumenta el amigo, "te las podés comer tus violetas",replica la mujer y lo dice de un modo realmente despectivo, entonces el amigo se pone las flores en la boca, las separa de los cabos de un mordisco y mastica y traga, me mira y con absoluta dignidad me dice "vamos", unos minutos después estamos en el coche rumbo al barrio, estacionamos en la cortada Tres Sargentos y nos metemos en el Bárbaro, siempre hay alguien a quien saludar y todo el tiempo se dicen muchas cosas muy interesantes, un conocido está cumpliendo años y se destapan botellas de champaña, y se hace de noche, y finalmente hay un grupito que decide cenar en El Tronio, y partimos, y yo me ubico deliberadamente en la retaguardia, me voy rezagando un poco y cuando llego a la esquina de Paraguay y Reconquista me mando y consigo cruzar la calle, corro, subo los tres pisos y mientras trato de acertar con la llave en la cerradura reflexiono en voz alta: "Siempre es difícil volver a casa", e inmediatamente me doy cuenta de que acabo de recibir la visita de un título bien sólido, y que ahora solamente falta encontrar un argumento y escribir el libro.



*de Antonio Dal Masetto.









Del infinito viaje a lo real*





La presidente Cristina Fernández de Kirchner no sabe si reir o llorar ante el fracaso del gobernador Scioli en su intento de detener el tren sin frenos que conduce Mirta Legrand.

-Ya esta a pocos kilometros de chocar con el final de rieles en Mirapampa-. ¡Habrase visto! Usar sin asumir como propio un método ideado por ese bandido del lejano oeste norteamericano especializado en asaltar trenes y bancos. El mismo Butch Cassidy que término sus días baleado en la Patagonia. En Argentina, que debe ser Un país en serio , no pueden pasar estas cosas y menos en su gestión.

Butch Cassidy. Calfucurá. Lucio Vitorio Mansilla. Caciques y capitanes de "Una excursión a los indios Ranqueles". Manuel Puig. Macedonio Fernández. Indios y Escritores resurrectos viajan hacia Mirapampa en tren. A caballo o en guanaco por los campos. Nadie en su sano juicio puede entender lo que pasa en esta ficción, que no es muy diferente a la ficción que algunos llaman "realidad". Pero Mirta Legrand, esta viva y tiene que encabezar sus almuerzos hasta la finalización de su ciclo. El rescate de la diva, es "Una cuestión de Estado".

En la soledad del Zeppelin presidencial, no la soledad del poder que es permanente aunque siempre se viaje acompañado y custodiado, se escucha buena música, y la letra de León Gieco parece un bálsamo:



Sólo el amor*


*León Gieco.



Debes amar
la arcilla que va en tus manos
debes amar su arena
hasta la locura
Y si no
no la emprendas
que será en vano.

Sólo el amor
alumbra lo que perdura
Sólo el amor
convierte en milagro el barro.

Debes amar
el tiempo de los intentos.
Debes amar
la hora que nunca brilla.
Y si no
no pretendas
tocar lo cierto.

Sólo el amor
engendra la maravilla.
Sólo el amor
consigue encender lo muerto.


Cierto e inapelable. Suena a señal del destino escuchar... Debes amar/ el tiempo de los intentos. Debes amar /la hora que nunca brilla. Puede que sea la mejor explicación: El amor inalterable encendió lo muerto, y rescató desde la arcilla misma del olvido a estos personajes. No ha sido una responsabilidad propia de la Presidente ni del Gobernador por impulsar ese proyecto descabellado de fundar una "Hollywood" de las Pampas. Tampoco fue esa ocurrencia de traer un director australiano que ahora esta filmando una película que es una pesadilla plena de inmortales y símbolos dolientes -aun hoy- de la historia Argentina. Por otra parte lo de Hollywood ya lo inventaron los hermanos Saá en San Luis y allí estan... pagando con plata de la gente para hacer bodrios. Pero esto, es otra cosa, se nos fue de las manos..., esos personajes tomaron más que una vida propia. Ahora interactuan con nuestra frágil realidad.
Y ante este problema del tren, ya no le importan lo que digan los diarios ni los periodistas con su vergonzante autocensura. "La presidente que no puede volar" le dedican un título con ironia. No importa, ellos no saben que ella vive en el aire. No ejerce el poder patinando por el palacio de Praga como hacia Václav Havel, pero sigue la marcha de los acontecimientos desde la gondola blindada del zeppelin, como una metafora o cómo carajo quieran decir de un gobierno sin partido ni Estado, que a duras penas sobrevuela con golpes de efecto los problemas crónicos cortando cintas y diciendo que las cosas marchan bien.

Pero ahora no le queda otra más que actuar por sí mismo, no puede mandar ni esperar nada de nadie más. Abajo del zeppelin, la locomotora y sus vagones siguen descontandole minutos al choque con la realidad. Y no es un choque parecido al de años atrás, con "el corralito" para los ahorros que no escaparon al exterior. Este choque, o caída, sera más difícil e intangible, es al abismo del desencanto. el encontronazo con un país que quedó dividido, fragmentado en su geografía social...
Aunque para esto, para administrar los golpes brutales de la realidad o del mercado, se invento la política. Para caer despacito, no de golpe catastrofe en ese monumento volador a la corrupción que es el avión de Jaime.
Y encima todo intento llegará tarde. El ferrocarril chino fue una quimera invisible a los ojos. Pero ese tren que maneja Mirta Legrand va a chocar fuerte, mientras el gobierno hace malabares para presentar la deuda externa como una cuestión financiera, de bonos y quitas cuando todavía ni a la más febril imaginación se le ocurriria anticipar la manipulación de datos del INDEC.



A pesar del médano artificial de arena, de la jaula de hierro contra descarrilamiento, de los bomberos, y la Gendarmeria, y.... y... el choque será muy fuerte.
La gente sabe que los políticos mienten. Que sus promesas tienen la misma vida que el diario del domingo pasado que hoy yace abierto en alguna despensa para envolver la media docena de huevos.
Y que cada cosa que dicen y difunden "por" la prensa es para negar el peso de los hechos.

Por eso, cuando decidió amarrar con el cable de acero del zeppelin al último vagón de la formación para disminuir lentamente su velocidad y asegurarse que el choque contra las defensas improvisadas de Mirapampa sea razonable, sin riesgo de vida para Mirta Legrand. Supo de antemano, que era la única opción: jugarse a sí misma. A su propio talento o instinto de político. Y hacer lo único que ve posible desde los aires: amortiguar el impacto. A Rusell Mulcahy lo enviaron con su equipo en un micro especial a Mirapampa. Él viaja pensando que podrá filmar un final de cine catastrofe, con vagones saltando por los aires, fuegos y gritos. No señor, esto es Argentina, tierra de Los Simuladores y de Tinelli que envia a un señor común para filmarlo con camara oculta mientras la Luciana Zalazar le muestra su culo MADE IN ARGENTINE, nada que ver con el de Kylie Minogue el mejor del mundo segun los ingleses. Los estudios de televisión trasmiten con imágenes de alta definición sólo la antigua y crónica miseria humana. Por eso esta era la coyuntura adecuada para que este viaje termine sin que nadie se entere del choque, de los indios resurrectos, del fracaso con "FILMS IN THE PAMPA'S", del patético almuerzo de reconciliación con Mirta Legrand, de nada, absolutamente de nada se enterara la gente ni se vera por televisión.

-El tren ya bajó su velocidad a 40 km por hora, sin esforzar los motores del zeppelin. Informa el capitán de la nave.

Esta vez no fallará nada, no ocurrira lo mismo que en el folletín del canje de la deuda y el Fondo Monetario Internacional. El tren entrará a Mirapampa a 10 km por hora, la máquina se incrustara en las defensas de arena levantando alguna polvareda. A la altura de la puerta central del vagón de primera ya esta dispuesta una escalera de roble lustrado para que por allí descienda Legrand y sonría para unas camaras que no transmitiran a ninguna parte, se la verá algo demacrada por el viaje. No importa. todo este asunto quedará en el olvido. Los hechos seran guardados como secreto de Estado durante muchos años por la SIDE, la central de inteligencia que financió con sus fondos reservados la filmación, los viáticos, los gastos de alojamiento de los invitados especiales, etc. Nada de esto ha ocurrido como no son ni fueron corruptos sus funcionarios. Que prefieren? ¿Que vuelva Carloooo?. "El Carlo". ¿Duhalde? ¿Reutemann? ¿Cobos? Olvidense.
Este, es el mejor gobierno posible.


*


Mirapampa. Confín de la provincia de Buenos Aires y después del meridiano 5º visible en un alambrado de púas oxidado, la provincia de La Pampa. Aquí viven 50 personas. La escuela tiene 10 alumnos. Pero ahora, ante lo extraordinario, hay mucha, mucha gente. Esta el equipo de filmación de Mulcahy, y muchas medidas de seguridad ante la inminencia del choque del tren general nº 2136 contra la realidad. Todo esta dispuesto, bomberos, ambulancias...

Cerca del tanque de agua lindero a la estación los indios han dejado sus caballos y guanacos sueltos a pacer y beber agua. Larga ronda de mate, presidida por Calfucurá. Hoy le toca cebar a Nahuelquir. Suena un telefono celular. El cacique atiende. escucha largo rato. luego contesta breve y en voz muy baja. no se escucha nada. podría haber dicho. -Aquí estamos... o algo asi.
El general Lucio esta impaciente, "Los abismos entre el mundo real y el imaginario no son tan profundos", -dice y le pregunta a Calfucurá:
-Cuentenos cacique que pasa con el tren.
-Me dice Carrinamón que estan sentados con Cristo y Ancalao en el vagón de clase Única, estan bien, mejor que nosotros, che.... despues de la sacudida fuerte a la salida de Roosevelt donde se desprendieron los vagones de carga y encomiendas las cosas mejoraron. La Presidente con su zeppelin los estan frenando de a poco. La única que esta triste es "Pampita" su corcel se quedó con el vagón de Roosevelt, por una vez deberá bajarse del caballo...
-¿Que más? Pregunta Manuel Puig con su ansiedad de relato siempre a cuestas.
-Dice que Mirta Legrand les hace escuchar tangos y ahora esta cebando unos amargos para todo el vagón.
-Tiene miedo a la muerte y quiere congraciarse como buena crestiana con los que viajan de pobres por la vía. -dice Macedonio.

-No importa, ya llegan, nuestro viaje por el presente se termina, dice Pincén resignado.

Calfucura prepara las ramitas, las corta de menor a mayor.
-El que saque la más corta dirá las palabras de despedida Lucio, Macedonio, Manuel (por Puig), y Butch ustedes tambien por favor...
La visión del zeppelin acariciado en el humo negro del tren hace que la ceremonia sea breve. No quedan dudas, la ramita más pequeña la ha sacado un escritor. En este azar no hay trampas, Manuel Puig dira unas palabras.

Joan Mc Carthy deambula como testigo mudo entre gentes y almas. Él que es -apenas- un no visible, entre tantas cosas que no se ven, pero que estan allí tan sólidas como mercancias que van y vienen. Objetos del mundo. Breves obstaculos a la angustia.

El profesor reflexiona solito delante de un televisor que se ha quedado sin mirantes ante la cercanía de un acontecimiento del aquí y ahora, ¡Qué proyectivo es el mundo! mientras escucha por la radio a Mariano Grondona que dice Qué habremos hecho los hombres de campo para merecer tanto odio, conteniendo el mismo la expresión de odio en su rostro. Cara de poker, de santo en vitrina.

Pero este hecho es fascinante. Llega un tren. un tren que estaba muerto. Renace de pura y obstinada ficción. Oscura. Firme, como la vida.

Ya llega Sophostine. Locomotora entregada a su inercia. Arriba, el zeppelin presidencial. El cable de acero lo hace parecer un enorme objeto, un juguete volador, un globo de fantasía, tan ilusorio como el tren. La gente se corre, se aleja del borde del anden. un temor instintivo los aleja del ruido, del vapor quemante que desprende la vaporera. Solo los bomberos esperan en cercanias de esa jaula de hierro que rodea los últimos 50 metros de vía hasta las improvisadas murallas de arena.

La máquina se incrusta en el médano artificial de arena. Un sonido aterrador corre por el aire junto a una polvareda que ciega la visión del impacto a las gentes que gritan y se tapan las orejas, los ojos... no pueden ver este choque administrado, controlado con lo real. Los vagones saltan y rebotan en la jaula de acero que unos 30 centimetros arriba del techo les cierra el acceso al cielo y los devuelve pesadamente a golpear en los durmientes, fuera de los rieles pero sin volcar. El agua de los bomberos empieza a barrer humo y arena, a devolver un cuadro quieto posible de pintarse, de congelarse en imágenes quietas de fotos o veloces de peliculas. Sophostine ha quedado con su figura devorada por el gigante, apenas puede verse mientras la arena ahora mezclada con agua continua haciendo cascadas sobre el techo de esa cabina donde deberian estar los maquinistas. Bajo la lluvia de sus mangueras, los bomberos desenganchan los dos vagones y logran separarlos unos 15 metros del tender cargado de biodiesel.
Los pasajeros comienzan a descender, los cronistas estan atentos a la presencia de Mirta Legrand y Pampita. Los indios prefieren bajar por el lado contrario al anden, cruzar por las vías auxiliares y reunirse con los resurrectos que festejan agitando sus chuzas y haciendo girar boleadoras por el aire.

El personal del ferrocarril acomoda la escalera de roble y se asoma Mirta Legrand tirando besos y sonrisas... -No tengo un espejo para verme... pero no me importa, debo estar negrita del ollín de la locomotora, fea y desaliñada....pero sepan que Yo soy rubia por dentro . Y por esta vez sólo me importa vivir y haber llegado a salvo con estas personas....
Legrand hace agradecimientos, a la Presidente, al Gobernador, a los maquinistas Domingo Badano y Pito Carlomi... no menciona a los indios que viajaban en el tren. En la confusión la modelo Pampita logra fugarse sin hacer declaraciones, aunque Pancho Dotto y los cronistas del espectáculo ya la persiguen por el medio del campo en la provincia de La Pampa.

Joan se desprende de esta banalidad tan testimonial. ¿Cual será la edición política y acomodada a intereses de estos sucesos? ¿Cómo será titulado? ¿Estarán en 150 líneas dentro del suplemento de espectaculos del gran diario argentino? ¿O sera canibalizado?, reducido como todas las noticias a un relato para ciegos de esa sola imágen de la punta del iceberg. De acontecimientos desprovistos de contextos, de estructuras, de pasado, de causas... "La diva de los almuerzos descendió de un tren en la localidad de Mirapampa, la llegada del tren con problemas mecánicos debió ser monitoreada por expertos en seguridad ferroviaria, socorristas de defensa civil, bomberos y personal de seguridad (.....)"
A él, a un antropologo no le interesa ver ni un minuto más las cosas que muchos veran sin ver.
Ñandues con su cabeza bien hundida en un hoyo. En esa oscuridad mental que no dejan de crear los televisores, los monseñores, los políticos...

El único hecho real, ese viaje de cientos de kilometros por el presente argentino de indios y personajes resurrectos, no puede ser ni visto ni pensado. No existió.

Habre su cuaderno al azar y se encuentra con su letra guardando palabras de Ezequiel Martinez Estrada "Nos hablaron de una patria construida por héroes que sonreían desde la inmutabilidad del bronce, pero bastaba levantar un poco la alfombra para ver las contradicciones, para descubrir un paisaje de lodo y de sangre".

Los resurrectos están a unos metros de la estación. Calfucurá señala hacia el sudoeste. Campo libre hasta un horizonte recortado en arboledas aisladas. Un mapa del hoy dirá que poco después del paralelo 36º esta la ciudad de Quemú Quemú. Ya cortan los débiles alambrados de púas para que los caballos golpeen con sus cascos tierra y pasto, no el cemento calle de ciudad.
Montado en un caballo negro, Manuel Puig esta a los gritos. Joan se apresura para registrar esas palabras, esos instantes tan esenciales cómo fugaces que la vida le da a cada cual pocas veces...

Manuel, vestido como un ranquel recita un párrafo del Martin Fierro...

Cuando él más se enfurecia,
Yo más me empiezo a calmar;
Mientras no logra matar
el Indio no se desfoga;
Al fin le corté una soga
Y lo empecé a aventajar....

Y sigue, con voz propia... ganar el presente a sangre y fuego, o a sangre e indiferencia no es ganar. Es cualquier cosa menos un triunfo. Puede ser otros los verbos: postergar, negar, ocultar, perdurar, atormentar... pero todo vuelve, las deudas de memoria siguen aquí, en todos lados como el aire, se llueven en las tormentas, se intuyen en cicatrices de barro reseco. La tierra ni su gente no sanaran en el olvido.
Respiraran y goteara la angustia. Brotara sangre de sus ataudes de papel, al otro lado de las vitrinas, en las librerías. En murallas de silencio o acero. Hagamos correr la voz por esas letras de antigua o renovada barbarie. Que se escuchen los ecos dormidos. El infinito viaje desde la literatura a lo real
estallando, revelando, no repitiendo muerte, no concluirá aquí. Si, la verdad es la libertad absoluta.
Se escucha en el aire. En trinos de aves. Ruiseñores no monseñores. Solo la verdad liberará a la humanidad de su sangre coagulada en bronce...

Calfucurá, da la orden de partir, un ruido de cascos se pierde en el aire. El calor deja ondulaciones al aire. Distorsiona con una visión de fantasmas el horizonte.



*de Urbano Powell. Urbanopowell@yahoo.com.ar
-Del final del Inventren 2004-2005, con una leve actualización de personajes al presente.







"TANGO"*



Calígrafo de los cielos
revoltoso en los cielos y en las tierras
no somos todos como tú
yo por ejemplo no soy un cornudo expeditivo
[como tú
ni entre paréntesis como tú un diligente eventual
[embarazador
Enfurezco sin clase, impresionable, zonzo
ante las vulnerantes apariciones de mi adúltera
Con fea letra yo escribo que aún la amo.




"TANGO"*



Calígrafo dos céus
revoltado nos céus e nas terras
não somos todos como tu
eu por exemplo, não sou um cornudo expeditivo
[como tu
nem entre parênteses como tu um diligente eventual
[embaraçoso
Enfureço sem classe, impressionável, tonto
ante as vulneráveis apariçoes de minha adúltera
Com feia letra eu escrevo que ainda a amo.




*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
-Traducción al portugués: Michele Fonteles





*

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