jueves, agosto 27, 2009

NO DECIR AMÉN SINO MAÑANA...



ILUSTRACIÓN DE RAY RESPALL ROJAS.


Manzanas*



Canté mi mejor canción esta noche:
A la luz de la Luna,
Silenciando a los grillos,
En la banqueta,
Tirado,
Sucio
Y convirtiendo en monedas
Las miradas de algunos.


Mi mejor canción
Se ha escuchado esta noche,
Y algo se ha conseguido para comer.


Se cantó esta noche
La mejor canción que alguien pudo entonar:
Y no hubo aplausos,
Ni anuncios publicitarios,
Ni firma de autógrafos;
Pero algunas monedas se lograron reunir.


Canté mi mejor canción esta noche:
Los pasos tronaban con el cemento
Y las horas pasaban
Como si fuesen algún animal.


La mejor canción de esta noche,
A penas nos ha dado para soñar.



*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com







NO DECIR AMÉN SINO MAÑANA...





El ciego*



Llevaba mas de diez minutos parado al lado de un semáforo y nadie le ayudaba a cruzar la calle. Golpeaba el suelo con el bastón blanco intentando llamar la atención de los viandantes pero parecía ser invisible. Cada vez más enfadado por la poca solidaridad de la gente, mascullaba entre dientes
improperios y maldiciones contra la raza humana. ¿Es que nadie me va a ayudar a cruzar esta maldita avenida?

Notó que una mano que le agarraba del brazo y le conducía hacia el otro lado. "Por fin un idiota" - piensa, mientras el gitano le guiaba hacia la acera de enfrente.

¿Se puede saber porque ha tardado tanto? ¿Acaso no se ha dado cuenta de que me estaba asando con este sol? ¿Desde luego la solidaridad deja mucho que desear? ¿Ya me gustaría que fuera usted ciego para que se diera cuenta de lo poco educados que son los demás? ¿Seguro que ha estado usted perdiendo el tiempo en cualquier tontería?

Al llegar a la mitad la calle y seguía: Vaya con cuidado, ¿no se da cuenta que los coches nos pasan muy cerca? ¿No sé de que le sirven los ojos?

El gitano, cada vez más enfadado, tenía unas ganas locas de dejar al ciego en el otro lado y marcharse inmediatamente. Cuando llegaron a la acera el ciego le espetó: Si espera que le de las gracias puede hacerlo sentado. Para lo mal que me ha ayudado.

El gitano mirándole de soslayo le lanzó una maldición; la maldición gitana:
"Te hagan favores aunque no los requieras."

Desde este día el ciego no puede salir a la calle. Cada vez que lo hace se le acercan una persona y le ayuda a cruzar la calle, aunque no quiera.



*de Joan Mateu. joan@cimat.es





*


Si ellos dicen la verdad,
seguiremos mintiendo...
Vinito y amor - Arbolito.


También les queda no decir amén, no dejar que les maten el amor,
recuperar el habla y la utopía, ser jóvenes sin prisa y con memoria,
situarse en una historia que es la suya,
no convertirse en viejos prematuros.
¿Qué les queda a los jóvenes? - Mario Benedetti




No decir amén ni todavía
Cuando nos quede la última gota de sudor entre las manos
Y andemos arañando las espaldas de los dioses


No decir amén ni en figuritas
Aunque estemos tan solos tan cerca del espanto


No decir amén sino mañana
Y decir gracias porque existe


No decir amén sino te quiero
Y hablar al oído de ese que despierta un poco el calvario y la belleza


No decir amén, decir te ayudo
Aunque no haya nada que dar ni tiempo


No decir amén sino cantar
Y bailar cerca de las sombras
Y asombrarse de este espacio y de la luz que lo conmueve
Y lo libera


No decir amén
Decir poesía decir fusil decir manos, amor
Y un par de abrazos



*de Natalia Gigliotti.
-Enviado para compartir por Cacho Agú. cachoagu@yahoo.com.ar






ACRÍLICO NOCTURNO*



"Mi misión es matar el tiempo y la de éste matarme a su vez. Se está bien entre asesinos."
Emile M Cioran



¡cuántas mariposas arrastra el viento gélido de esta noche!
parado junto a esta solitaria farola
veo cómo sus alas se disuelven
en el resplandor.


sus cuerpos caen a mis pies
formando un remolino transversal al tiempo
que prefigura un holocausto
nunca ajeno al propio.




*de Daniel Montoly© danielmontoly@yahoo.es







PREGUNTAS*



*Eduardo Pérsico. epersic@ciudad.com.ar
-de su libro ‘Resistencia Lunfarda’, 1985.



¿Dónde estarás, amor? Ni han devuelto tu nombre.

Tu nombre que tan breve parecía, íntimo y murmurado
al desnudarte con presteza musitando tu nombre.
¿Aún tu aliento tibio sobrevuela por el aire crispado,
soledoso de una cárcel muy lejos, sin ventanas?

¿Y tu ojos, amor?
Siguen siendo tan grises absortos y redondos,
tus ojos de encontrarnos decayendo la tarde?
¿Tus dos asombros brillos ansiosos de la vida,
en la plaza entusiasta de canciones y pájaros?

Y también por tu ojos, apropiadores grises,
un silencio ultrajado de uniformes y absurdo.
Y niños sollozantes robados en la noche,
un rictus de banqueros, militares y curas.

¿Dónde estarás amor?
¿Guarda aún tu cuerpo el calor de mis manos,
y tu piel desvelante mantiene todavía
el temblor de mi beso recorriéndola toda?

¿Y tu voz me ha nombrado en ese mediodía,
cuando fuiste arrastrada sin palabras
y la gente impasible siguiendo su camino.

¿Me ha gritado tu voz en la alta noche?
Silenciada, acallada, sometida.

Amor, mi nombre se habrá hecho vacío en tu lamento.
¿A qué sumar un rezo al perpetuo siniestro,
imperdonable y siempre constancia de tu muerte?

¿Y tanto nos amamos que callaste mi nombre?



*Eduardo Pérsico, escritor, nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.









Oliverio*



Vestido con una enorme capa negra que ondula a sus espaldas como las trágicas alas de un desorientado vampiro, con el cabello ensortijado y el semblante pálido, Oliverio deambula sin rumbo, alejándose de la ciudad, atormentado por el siniestro recuerdo de la Dama de Blanco.
La había visto cara a cara. Podría jurarlo delante de cualquiera. Fue durante una oscura y pegajosa tarde, donde la atmósfera parecía a punto de quebrarse bajo la feroz metralla de los truenos y desatar, instantes después, la peor de las tormentas que recordara Buenos Aires en muchos años. En aquel preciso momento, Ella se había dejado ver atravesando los añejos muros del Museo de Arte Hispanoamericano Fernández Blanco, sito en la calle Suipacha al 1400.
Por aquel entonces, Oliverio vivía con su esposa Norah en el terreno lindante al Museo, y los encuentros con aparecidos ultraterrenos ya no los inquietaban como la primera vez. Una noche habían sido interceptados al regresar de un café literario por el hierático espectro de un jesuita encapuchado que les heló la sangre. En otra oportunidad, vieron cómo se descolgaba la oscura silueta de una esclava negra por las cañerías que descendían de los techos, buscando escapar de sus ya extintos captores. Y más tarde, hasta un distinguido Lord británico de raigambre victoriana, con flamante galera y reloj de oro a la cintura, paseaba de vez en cuando por el patio de su casa en las noches de luna, insinuando acaso un leve gesto con su galera hacia ellos, a modo de caballeroso saludo.
Pero ninguna de estas imágenes lo había perturbado tanto como el de la Dama de Blanco. Joven, hermosa, casi virginal… Se deslizaba fuera del Museo y entraba a su casa subrepticiamente, mirando en derredor con cierto temor, como si no reconociese el lugar donde se encontraba. Y a diferencia de las demás apariciones Ella, exclusivamente a él, le hablaba… Oliverio nunca había podido descifrar su lenguaje, entrecortado y confuso, compuesto por irreconocibles jirones de palabras que no alcanzaban a comprenderse del todo, como si le hablase desde el fondo de un pozo anegado, o a una distancia tan vasta que los sonidos no alcanzaran a cubrir.
Pero su mirada, de una tristeza tan profunda como hermosa, era lo que más lo desconcertaba, fascinándolo a la vez. Haberla conocido implicaba no poder olvidar esos ojos claros. Y quizá fuera eso lo que ansiaba recuperar Oliverio, luego de que la muerte de Norah lo dejara en el más desolador de los desconsuelos: una mirada de amor, proveniente de unos ojos puros, diáfanos como un cielo de verano, que lo atravesaran con su ternura de lado a lado.
Consternado por llegar a concretar el encuentro imposible, Oliverio averiguó durante un buen tiempo acerca de la secreta identidad de la Dama de Blanco. Consiguió saber que había fallecido en 1925, y merodeaba desde un principio el Cementerio de la Recoleta, confundiendo a los incautos varones que la tomaban por una bella joven solitaria y desabrigada a quien cortejar durante las noches de parranda. Ellos le ofrecían sus sacos para protegerla del frío, atesorando la esperanza de un momento de amor, pero terminaban siendo finalmente desairados, mientras contemplaban incrédulos la manera en que Ella escapaba hacia las profundidades del Cementerio, perdiéndose entre las bóvedas, para luego de dar muchas vueltas en su persecución encontraran el propio abrigo yaciendo sobre uno de los cajones de las bóvedas, recientemente usado por el espectro de la dueña del ataúd…
Luego, la Dama de Blanco se había trasladado unas diez cuadras, errando a lo largo de la distinguida Avenida Alvear y la calle Arroyo, ignorándose el por qué de semejante trayecto, para recalar en las proximidades del Museo, aposentándose casi entre sus muros y los de las construcciones vecinas. Allí la había descubierto Oliverio, deseoso por un reencuentro que jamás había vuelto a concretar, hipnotizado hasta el fin de sus días por aquella mirada, imposible de olvidar…
Muchos años han pasado desde entonces, sumidos en la bruma de los tiempos. Oliverio ha perdido, al fragor de sus poéticos retruécanos y versos delirantes, el sentido del espacio y la localización, extraviado en un lenguaje particular que carece de coordenadas compartidas. Desorientación que lo aleja de las letras y lo conduce hacia los lugares más remotos y estrafalarios, como éste en el que lo descubrimos, sorprendido mientras llega durante una helada noche de luna llena: una desierta estación de ferrocarril, perdida en medio del campo, que misteriosamente lleva su propio nombre.
Los rieles se extinguen a pocos metros de allí, devorados por la oscuridad, que apenas permite entrever un pálido destello lunar y metálico con el que delata su presencia. La rústica silueta de la estación se confunde con las extrañas formas de los árboles del monte que la rodea, otorgándole al lugar un toque siniestro que impulsa con fervor a la huída del testigo ocasional. Sin embargo, Oliverio se dirige resuelto hacia allí, casi sin darse cuenta de las asperezas del terreno que lo circunda, causado por el más insondable y urgente de los presentimientos.
Una ráfaga de viento helado revolotea su capa al acercarse al derruido umbral de la ventanilla de la boletería, carcomido por la erosión del tiempo. La reja que separaba al empleado de los futuros pasajeros se encuentra tamizada por mugrientas telarañas, aposentadas allí por espacio de varias décadas. El crujido que producen bajo su tacto las maderas podridas del estante para recoger los boletos no lo sorprende, pero le desagrada. Y entonces, en medio de la escalofriante lobreguez, percibe el níveo destello de una presencia dentro de la habitación, luminosidad que le puebla el alma de esperanza y desboca su corazón.
Busca a tientas la puerta que conduce al interior de la estancia, y luego de un par de forcejeos con la cerradura oxidada, consigue que la pútrida hoja de madera le ceda el paso. Avanza trémulo hacia dentro, notando que aquel destello no ha hecho más que aumentar su intensidad, brotando desde la tortuosa grieta de uno de los muros, vecina a un polvoriento archivero. El milagro, informe cual volutas de humo, se expande dentro del cuarto, corporizándose con dificultad, impedido aún de mostrarse tal cual es. Oliverio extiende moroso los dedos de su mano derecha hacia él, alargando su brazo, esbozando una palpitante sonrisa luego de muchísimo tiempo, tan malacostumbrado al rictus de amargura que lo representase desde la triste muerte de Norah.
La aparición culmina de materializarse, definiendo a la recordada silueta de la Dama de Blanco, con un tenue y escotado vestido de nívea gasa que revela unos pálidos hombros delgados y la suave curva de unos pechos adolescentes, apenas ocultos por los bordes de una rubia cabellera lacia que enmarca su rostro angelical. Y coronando esa dulce carita inocente, aquella perturbadora mirada de ojos claros, profundos e insondables, transportando a quien los contemple hacia territorios inexplorados de la psiquis y el corazón.
Oliverio se estremece ante esos ojos, sin dejar de sostener su mano abierta hacia Ella, extasiado ante la posibilidad de acercarse, acariciarla, besarla… Una sutil ráfaga helada se cuela entra las múltiples rendijas de la ruinosa boletería, ondulando su inquietante capa negra. Hasta que por fin Ella le vuelve a hablar; y para sorpresa de Oliverio, esta vez lo hace con palabras claras, un lenguaje definido, un mensaje inequívoco.
-Quiero que me hagas tuya –le sugiere u ordena.
Una miríada de sensaciones se abalanza sobre él, confundiéndolo y decidiéndolo a la vez. El cálido y hasta fraternal amor experimentado en vida hacia Norah, el ancestral miedo ante lo desconocido, una inédita tentación al placer más lascivo que pudiera haber imaginado… En un instante las imágenes más representativas o banales de su vida desfilan delante de sus ojos, como si al escuchar esa frase de sus labios hubiese ingresado en el caótico vórtice de un remolino que lo deseara arrastrar hacia el más allá, aunque dejando en su lugar, ajeno a su propia persona, un nombre que le otorgue identidad a este lugar, perdido y quizá olvidado, más no por las evocaciones que pueda suscitar el apellido Girondo.
Entonces, Oliverio descubre en un inesperado rapto de lucidez -que atraviesa la maraña de frases erráticas e imágenes discordantes que han dado identidad a su obra literaria-, que se le ha ido la vida buscando un amor semejante a éste, que su entidad humana parece haberlo abandonado desde hace ya mucho tiempo, que en un lugar de la Pampa llamado Girondo –dentro de su derruida estación de ferrocarril- parece haber encontrado su propio fin humano, más no el de la leyenda de una enamorada pareja de ultratumba…
Se acerca hacia la Dama de Blanco, quien le sonríe por primera vez, con grácil expresión. Oliverio le rodea los hombros desnudos con su capa azabache, que aletea en derredor como si quisiera izarlos en el aire y alejarlos de allí en un huidizo vuelo de murciélago. Y con un gesto aguardado por ambos durante decenios, se buscan las bocas con pasional sutileza, besándose en un abrazo que trasciende la muerte y los eleva hacia la noche.
Una imponente luna llena resulta el único testigo del encuentro, donde una capa negra y un vestido de gasa blanca se elevan por encima de las ruinas de una estación ferroviaria y se pierden enamoradas rumbo a las estrellas, glorificando la cualidad de convertirse en eternos amantes…




*de ALDIMA. licaldima@yahoo.com.ar
-Del Inventren 2004.







VIDA Y OBRA DE WILHELM REICH, PSICOANALISTA Y MILITANTE
“Política sexual proletaria”*




Por Nicolás Robles López *



Mientras estudiaba medicina en Viena, Wilhelm Reich participó de un seminario de sexología. A partir de esa formación encontró que la teoría de Freud era la superación de todas las existentes. En 1920 pasó a ser miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Finalizó sus estudios en 1922 y, en el mismo año, se inauguró el dispensario psicoanalítico de Viena, donde atendió hasta 1930. La experiencia adquirida en el dispensario le brindó la posibilidad de realizar críticas técnicas sobre la terapéutica analítica, conducta que le valió la reacción negativa de algunos colegas.
El 15 de julio de 1927 se produjo una huelga y una concentración de trabajadores en Viena en la que la represión por parte de la policía dejó un saldo de cien muertos. Este episodio influenciaría fuertemente a Reich, que el mismo día ingresó a Socorro Obrero, organización del Partido Comunista. El sustrato de formación intelectual de Reich y sus lecturas de autores como Mehring, Kautski y Engels, sobre temas sociológicos y etnológicos, hicieron eclosión ante la experiencia de la realidad brutal e inmediata.
En 1929 creó la Sociedad Socialista de Consejo Sexual y de Sexología, conformada por cuatro psicoanalistas y tres ginecólogos. Así contó Reich su experiencia en ella: “Durante dos años, me vi hasta tal punto acosado por las experiencias abrumadoras de la miseria sexual del pueblo que me sentí presa cada vez más del conflicto que se suscitaba en mí entre el hombre de ciencia y el político; sobre todo, cuando los centros de higiene sexual me hubieran puesto en contacto con los hijos e hijas de obreros, de empleadas y campesinos” (Constantin Silelnikoff, La obra de Wilhelm Reich, Siglo XXI editores, México, 1971).
Esta asociación estaba dirigida a prevenir la neurosis. El pasaje de la terapéutica individual a la acción social se dio gracias al contacto con el sufrimiento y las patologías de la gente que acudía al dispensario psicoanalítico. La relación entre la producción social de las neurosis y la represión sexual fue cada vez más patente para Reich. Por lo tanto, en el año 1931, reunió varias de las organizaciones que se ocupaban de la sexualidad con el fin de politizarlas: podrían lograrse así mejores condiciones de vida para las masas. El PC alemán también participó en esta empresa, estuvo de acuerdo con el programa de Reich y le entregó la dirección. Así surgió la Asociación Alemana para una Política Sexual Proletaria, más conocida como Sexpol. La asociación intentaba “radicalizar la acción de las masas”, luchando contra el matrimonio y la familia burguesa como causantes de la represión sexual. Atacando radicalmente sus causas podrían prevenirse las neurosis.
Pero el éxito alcanzado por la asociación, y la manifestación de las inquietudes del pueblo en materia sexual, provocaron que el PC acusara a Reich de “sustituir la política económica por la política sexual” y tratara de desmantelar la organización. Tras la publicación de su libro Psicología de masas del fascismo, en 1933, fue expulsado del PC. Casi simultáneamente, fue excluido de la Asociación Psicoanalítica Internacional sin ninguna explicación por parte de sus autoridades. A partir de 1934 sus investigaciones se orientaron cada vez más a la búsqueda empírica de la libido, energía biológica que movilizaría al ser humano. En 1939 llegó a Estados Unidos, donde continuó sus investigaciones que lo llevaron a descubrir el orgón. Por negarse a destruir los acumuladores de orgón y las publicaciones de su instituto fue encarcelado y murió en prisión, de una crisis cardíaca, en 1957. El ser social de Reich lo condujo a ser el tipo de científico que fue en su primera etapa; las presiones y limitaciones le fueron impuestas desde varios flancos: fascismo, stalinismo y macarthismo.
Wilhelm Reich es un verdadero psicólogo social, porque parte de un análisis científico de la sociedad. Que la sociedad esté dividida en clases significa que los individuos no son todos iguales económicamente y, por lo tanto, la relación que cada uno tenga con las normas, reglas y representaciones depende de su pertenencia de clase. Si pertenece a la clase dominante, estarán hechas a su medida y estará en mejores condiciones para producirlas. Si es un obrero, estarán destinadas a evitar que tome conciencia de su condición de explotado y que actúe en consecuencia. Así, plantea una superación con respecto a la antonomía individuo-sociedad: no son los individuos autónomos e independientes los que producen las ideas entre todos, ni la sociedad en general, como un ente abstracto que ejerza coerción sobre la totalidad de las personas. Además, Reich estaba interesado –en su práctica médica como en su acción política revolucionaria– en erradicar el sufrimiento que en los sectores más vulnerables provocan las patologías psíquicas derivadas de la sociedad capitalista.
En Psicología de masas del fascismo plantea que la tarea de la psicología materialista dialéctica es “aprehender la esencia de la estructura ideológica y su relación con la base económica de donde ha surgido”; entender lo que él llama el “factor subjetivo de la historia”. El libro está dedicado a explicar por qué ganó el nazismo en Alemania, cuáles fueron las condiciones que posibilitaron que las masas pequeñoburguesas apoyaran su ascenso y por qué la clase obrera aceptó esto. Si bien nombra el fracaso de la II Internacional y la derrota de los levantamientos revolucionarios de 1918 a 1923 fuera de Rusia, su crítica está dedicada a las acciones del Partido Comunista: según Reich, como la dirigencia del partido no comprendía la estructura ideológica de las masas, no lograba una mayor inserción en la clase obrera.
Reich encontró en la estructura ideológica de la clase obrera la contradicción entre una postura revolucionaria y una traba proveniente de la atmósfera burguesa. La cuestión central era “averiguar qué es lo que impide el desarrollo de la conciencia de clase”. Ante este problema, Reich interpretó, en consonancia con las ideas freudianas, que la familia es la que cumple el rol de la represión sexual en los niños. Pero, a diferencia de Freud, quien creía que la represión sexual funda la cultura, Reich consideraba a la familia burguesa como “el primero y principal lugar de reproducción del sistema capitalista”. El resultado de esta represión perpetuada en el seno familiar sería la inhibición moral, que impide la revuelta contra la explotación por la burguesía.
En el caso de la pequeña burguesía, el modo de producción familiar implica un estrechamiento del lazo familiar que potencia la represión sexual. La importancia que tienen en el discurso nacionalista términos como “madre patria”, “la nación como una gran familia”, demuestran la relación existente entre el nazismo y su base de masas pequeñoburguesas. En cambio, el proletariado no sería tan permeable al discurso nacionalista, ya que su modo de producción es colectivo. Sin embargo, Reich observa que el proletario se puede identificar con la pequeña burguesía, porque se halla contaminado por la ideología pequeñoburguesa. La vergüenza de reconocerse proletario es uno de los efectos de la moral sexual que reprime la sexualidad y culpabiliza al sujeto, inhibiendo el desarrollo de su conciencia de clase y acercándolo a posturas fascistas.


* Integrante del Club de Amigos de la Dialéctica-Ceics. Extractado de un artículo aparecido en la revista El Aromo.

-Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-130693-2009-08-27.html





LOGRO*


Es

en mi boca

y logro

que sea

en tu

boca.



LOGRO*



É

em minha boca

e logro

que seja

em tua

boca.



*de Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
-Traducción al portugués: Iacyr Anderson Freitas











Lectora*



La lectora sube la apuesta, escenifica el lugar, abre el libro, vuelca las palabras como una leche tibia. El corre hacia la voz con avidez. Toma lo que ella derrama, la abre, la deletrea, la descifra, la lee, la articula, la silabea.
Alfabeto, abecedario, música, legado. Busca la piedra primera en el pelo, como un mar oscuro de peces escondidos, ideas enlazadas, arabescos, lealtades. En el pecho, emociones del borde entre el sentir
y el pensar. En las manos, en las piernas, en la piel o en la mirada. La piedra del origen de lo inefable. Esa, anterior a las palabras con las que ella le nombra el mundo. El como si fuera un cachorro (las
lecturas siempre son nuevas, si son ciertas) se amamanta de la voz, encuentra en la boca de ella, entre la boca y el libro, el lugar casi lecho, donde la piedra se deshace en hebras y habla.





*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar







*

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