miércoles, febrero 16, 2011
UNO ES AQUELLO QUE VE...
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
En el jardín botánico*
En el jardín botánico
son las seis de la tarde.
Dos jóvenes hermosos
(ella es morena, él rubio,
no habrán cumplido aún los diecinueve)
se besan bajo el Salix babilónica.
Recuerdo que hace años
yo también era joven
y estaba enamorado
en el jardín botánico
a las seis de la tarde
de un septiembre cualquiera.
*de Sergio Borao Llop. sbllop@aragoneria.com
UNO ES AQUELLO QUE VE...
“COSTURA”**
“Hay en tus ojeras luna diluida y olor a jazmines y triste cantar...”
CONCHA URQUIZA
Mujer que borda silenciosamente un grito.
Grandes costurones en su alma.
No hay cura para el rostro del hambre.
Caen hilachas de estaciones en blanco.
Inclinado rostro. Inclinada su mirada baja.
Tiempos inconclusos, puntos y suturas.
¿Será Ariadna en el laberinto de Creta?
¿La costurerita que dio un mal paso?
¿Penélope que desteje mortajas?
¿María Nadie que remienda sus retazos de vida?
Se ve tan resignada, tan mansa. Tan espera quieta.
Manos nudosas con callos de denuncia.
Poco se sabe de ella. Solo que cose y piensa.
¿También le habrán cosido la boca?
¿Los oídos, las entrañas? ¿Las sierpes y los frutos?
Muy lejos...no tanto, el paraíso arde... o el infierno.
-No hay costuras en las ropas de Cristo-
Mientras tanto, las rosas no quieren ser cómplices del miedo.
Escapan por la ventana en sepia.
Un objeto torcido de deseo oscuro la vigila.
Ella no mira, no vive.
Devana lentamente el ovillo.
¿El ovillo la devana a ella?
Encadena en punto cruz sus penas.
Ensarta uno a uno sus pesares.
Tira la aguja, el ovillo y el miedo.
Se suelta el pelo. Sale del cuadro.
** Pintura de ANNNA K BRONDUM ANCHER.
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
COMPLICIDAD MATERNA*
La hondura del llano es una sensación del estado sin límites. El frío o el calor se sienten intensamente. Al verano lo aliviábamos, en ese entonces, bajo alguna arboleda. No había piletas para todos. Las que había eran para un cerrado círculo. Al menos así era en ese entonces. Púberes, nosotros, la barra del barrio, la que corría detrás de la pelota, la que se juntaba a la noche en la esquina y junaba a las chicas que hacia su pasada; esa misma barra que iba a misa los domingos o a ver uno de los clásicos de la liga, esa misma barra de púberes, ese día de enero de 1961, a la siesta, en la ciudad de San Francisco, tenía calor.
Uno dijo: Allá, detrás de la cancha de Roque Saens Peña, esta la casa de campo con el tanque australiano lleno de agua. Vamos a bañarnos. No hay nadie en la casa.
Y la barra fue. El agua fue un alivio ante la canícula feroz. ¿Malla? No. No teníamos. Éramos todos varones. Hicimos un bollito con la ropa y en bola al tanque. Estaba todo bien. Frescos y a las risotadas. Era el límite de la ciudad. A cien metros o menos, el camino al cementerio. El sol partía el suelo. Eso no era motivo suficiente para que las viudas, todas vestidas de negro, vayan al cementerio a rendir culto a sus muertos. Y nos vieron.
Siguieron su camino bajo los pinos que marcaban el camino. Rezando sus rosarios. Alguna hizo seña con la mano. Ese gesto del chirlo. Pero estaban como a cien metros. Nosotros seguimos jugando en el tanque.
Alguien avisó: ¡La cana! Y salimos campo traviesa. En bola, con el ato de ropas bajo el brazo, entre la tierra arada. El jeep azul hizo una pasada y nos dejo ir. No podían corrernos con sus pesados borceguíes. Juego de chicos.
Más tarde supimos que fue una de ellas la que avisó a la policía. Me imagino: ¡Desnudos! ¡Están desnudos junto al camino de los muertos! ¡Es una vergüenza! ¡Ya no respetan nada! ¡Ni a los muertos!
Lo supe por que alguna de ellas me reconoció y se lo dijo a mi madre. Ésta sólo me preguntó: Ayer a la tarde ¿Estaba fresca el agua?
*De cacho agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
El cielo tan deseado*
En mi cielo, las voces de los autores me leen sus textos en lo oscuro. En mi cielo estabas, te preguntaba algo y contestabas o consultabas los libros, esperaba tu explicación con la sonrisa de la que recibe una joya. En ese mismo cielo los picaflores tomaban de tu mano su leche de azúcar y vos plantabas flores cuidando los colores. Pintor - jardinero de lo efímero. El mundo se abría con viajes y libros, antes de las pantallas. En ese mismo cielo Benito, Uma y Huayra aprendían de vos la conversación, cierto arte íntimo para cubrir las paredes de belleza. Todos nos sentábamos a ver cuando por las noches les leías cuentos como salía a volar el pájaro azul que, ahora no tanto, se les pide a los hombres que no muestren .También estaba la plaza de Egipto. en el momento más alto de la alegría de la lucha. En ese cielo no pasaran decíamos y nunca pasaron. En las dietas era indispensable comer pizza .Trabajaba de leer diarios y desparramar a cada cual las noticias que les interesaban, el café salía de las canillas. En lugar de propagandas tiraban en el umbral poemas para que la mañana brille cuando se sale a la calle.. Siempre había una mirada enamorada, salía a festejar, carnavales, la libertad, el contacto. En mi cielo me acunaba en la plaza o lloraba con otros. El cuerpo vivía y contaba, las cirugías no modelaban a las mujeres, la vida si. Mirá esta es la voz, tan casi de niña, con la que dije mis verdades y mis dulzuras. Mirá con estos ojos, descubrí a Miguel Hernández, hace tanto, se me llenaron de rosas en la fiesta de crepúsculo de Kee West, miré caminar a mis hijas y las sonrisas del principio ¿El cuerpo es la perfecta foto de una estrella o ese recorte con forma de corazón en un vestido por el que se busca atrapar una mirada? ¿El arte es lo perfecto o lo que uno hace con lo que le falta?. El cuerpo es revolcarse, tirarse desde la montaña de arena que es un Everest para la mirada de la infancia, y la frescura del agua, alma acariciante, para flotar. Es un llamado, un regalo para otro. A veces uno se envuelve en papel celofán. Y es una fiesta si alguno sabe desenvolverla. En mi cielo una pequeña florcita blanca, se posa sobre el negro fondo de la taza de café olvidada en el jardín, muestra en su contraste, que hay también un luto esperando, un pequeño infierno que la flor de pétalos abiertos atenúa y sobrevuela. Desde mi cielo no se ve el cielo, como lamenta Monterroso, pero sí se lo escribe que es una manera de curarle las heridas o de verdad soportar que no exista salvo por llamaradas.
*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
Docilidad*
*Por Paula Pérez Alonso
Estar afuera, afuera de uno mismo, liando el paisaje escandido de la memoria. Mínimos fragmentos de vidrio, biselados, octogonales, apenas menos delgados que una línea, atravesados por la luz. La trama es demasiado cerrada, y la ilusión de que se puede ver desde esa perspectiva y sorprenderse cae.
Una serie de puertas-ventana una al lado de otra, blancas, de hierro, idénticas, con ojos grandes de cerraduras sin llave que permiten ubicar el ojo humano en el frío hierro desoxidado y espiar. Los seleccionados son hombres jóvenes, sin instrucción, no se espera de ellos más que cierta naturalidad entre lo que ven y transmiten: (de las personas de mayor supuesto conocimiento se conseguiría el efecto falso de la palabra cargada de intención o de conciencia). La ropa los tiñe de semejanza; se parecen
pero no son uniformados. Se visten habitualmente de camisa clara y vaqueros, zapatillas o alpargatas. De pie frente a la puerta, se agachan hasta la cerradura. Las miradas alcanzan el horizonte. Lo escudriñan. El cielo, un blanco lechoso con algunas formas de nubes livianas que se deshacen y hacen
sin pasmo. El joven que está al lado verá otra continuidad, otro paisaje del paisaje, y así le ocurre al siguiente, su ojo captará una parcialidad, y el que lo sigue lo mismo pero otra cosa; todos y cada uno han recibido pocas palabras para dar cuenta de una parte, independiente, sin pretensión de totalidad. Lo que cada uno describa -sea acción o inmovilidad, paisaje puro, apariencia o sustancia- deberá ser articulado por alguien más -otro- que será fundamental en el relato de la visión. ¿Hay competencia? ¿Rivalidad?
¿Qué se ve? Un cielo sin fondo, formas con caras de animales, cuerpos, hocicos, ojos viejos. ¿Hace falta una conclusión? Elegir un punto de vista y mirar desde ahí, luego otro y seguir otra línea, un argumento con otro acento, tal vez la diferencia sea de matiz pero no es la misma historia ni son ya las mismas personas; se llaman de la misma manera y creen ser registrados por los demás unívocamente.
Se le hace difícil transmitir que no se trata de ponerse en la piel de otro sino de soportar la propia mirada, la más inocente o la más ignorante. A veces cuando se aclara se anega lo que ni siquiera había sido vislumbrado.
¿Quién quiere hacerlo? ¿Quiénes son los que miran? ¿Son ignorantes o tienen una mirada intencional, sesgada? ¿Cómo fueron elegidos? Los ojos glaucos, se pretenden ojos glaucos, pero ¿existen?
Hay alguien que hace un experimento y otros que se avienen a participar. No saben qué busca ese que convoca, si tiene una idea previa y viene rumiándola y quiere confirmarla, o si es tan sólo al voleo porque no tiene nada que hacer y la contemplación lo lleva a imaginar o a presumir que lo obvio -o natural- puede verse de otra forma. Unas miradas extrañadas puestas a avizorar con una consigna. Escudriñan con la ilusión de ver a través de lo ya visto. Revolver, revisar lo que está más a mano: el paisaje, el horizonte pueden ofrecer otra morada, cosas concretas. Se ve lo conocido. Nombrar lo que ven, eso es lo único que les ha dicho.
¿Quién es ese hombre? Un entusiasta con una espera no vacía de ansiedad. Es él mismo el que toma registro de lo que cada uno de los convocados dice.
Camina con sigilo detrás de la línea donde se paran y los graba: sus testimonios son breves, algunos tan sólo meras impresiones. No se sabe qué se forma en su cabeza cuando los escucha o si después, cuando esté solo, analizará el conjunto, sacará conclusiones, o si es un juego sin objeto. Los convocados responden con timidez pero no enmudecen y alguno se deja llevar por el ojo y la palabra con entusiasmo, sin buscar reinventar nada.
¿Qué se ha propuesto? Hace su tarea con afán; lo ha organizado con cuidado y los detalles parecen ser tenidos en cuenta. El lugar que toma, detrás de cada uno de los convocados, es a treinta centímetros de distancia. Les ha advertido que no deben cuidar el lenguaje sino más bien expresar lo que se les cruce por la mente, sin refrenarse ni intentar construir imágenes complejas; también deben incluir el oído: lo que les llame la atención de lo que oigan es parte del paisaje y de su visión.
¿Cómo no condicionarlos al darles consignas? El intenta que nada de lo que les diga los frene sino más bien los estimule, tampoco quiere que sientan el peso de una responsabilidad o que se carguen con cumplir una expectativa que no existe y si existiera la desconocerían, pero él imagina que ellos suponen que hay algún interés y quiere desviarlos de eso porque verdaderamente no importa. Lo que menos quiere es parecer extravagante.
¿De dónde vienen estos hombres? ¿De qué manera fueron seleccionados? En un primer momento pensó en que tuvieran la misma edad pero después, cuando empezó a elegirlos, se dio cuenta de que el registro más variado aportaría una visión más rica. El fue recorriendo los puestos y los almacenes, semblanteando a los más curiosos. Los distinguía enseguida porque sentía cómo las orejas de los desconfiados se encrespaban cuando lo escuchaban hablar de su iniciativa, lo miraban con recelo, y él sabía que aquellos que se hacían los distraídos o los dormidos no le servían: podían llegar a interesarse pero al final primaría su naturaleza desconfiada. ¿Qué pretende?
¿Desvaría? ¿Es un loco?
Hasta que uno fue y le dijo: "Oiga, don... usted... ¿qué anda buscando?". Y él lo miró a los ojos como tratando de encontrar la respuesta en la mirada del que preguntaba, y no le contestó porque no supo.
Eran los que preguntaban con naturalidad los que recibían su ofrecimiento de participar. Una distracción, un entretenimiento. Claro que esto no garantizaba que vieran algo de interés a través del ojo de la cerradura. Lo que el ojo de la cerradura garantiza es una limitación, pero justamente un
límite puede expandir una noción. Forzar el ojo para que no se acostumbre a la mímesis, a la docilidad.
Camina durante varias horas del día por las orillas de la laguna. La zona se anega fácil y la laguna en esta época del año se extiende unos kilómetros.
Muchos aprovechan para cazar gallaretas y patos y se organizan unas buenas salidas a las seis de la mañana, cuando los disparos resuenan diáfanos y la respiración se contiene sin dificultad, la apuesta es a la aventura tanto como a la limpieza del resultado. Los pescadores prefieren la ebullición de tarariras en las noches de verano.
Son campesinos. Payos, rústicos, rudos.
Los rezagados.
Hay varios chicos que vienen a observar: no se pueden perder la ocasión. Piensan que es un juego y están excitadísimos, fueron alertados de no distraer a los participantes mientras hacen su tarea de observación. Pero revolotean, se tropiezan, sofocan risas y carcajadas, se miran de reojo, o desde abajo, para disimular; bizquean, juegan entre ellos hasta que se hace la hora y se advierte un cambio en el clima. Alguien agita la mano para que se callen. Quedan inmovilizados como estatuas. El hombre, el extraño, es alto y delgado, fuma sin parar, está ahí conectado con el medio, pendiente de que su experimento salga adelante pero al mismo tiempo parece aislado, dirige pero no está con nadie. Es un hombre de cuarenta años con una boina gris. Ningún rasgo de su fisonomía lo distingue, podría ser cualquiera. La mirada inasible. Un suelo blando y arenoso, las botas se afirman con sencillez, camina encogiendo los hombros y mira sin ver. Los ojos son azules y las pestañas muy negras, la cara seca. Ahí va, y viene, con movimientos nerviosos y contenidos. Ligero.
Y ellos, que miran la noche y el día, el horizonte, el amanecer y la luna con absoluta naturalidad, que no oyen los pájaros ni las ranas, tienen que agacharse y mirar por esos ojos de cerradura y describir con el máximo detalle lo que sus ojos ven. ¿Qué ven? ¿Cómo nombran lo que ya conocen? ¿Ven algo nuevo? ¿Qué producirá este forzamiento en su percepción?
Un estallido, eso es lo que él sueña, que algo estalle, aunque sea un estallido apenas audible, inadvertido para la mayoría. No cree que todo esté dado y que no haya posibilidad de sorprenderse. Indolencia incandescente.
Hay que encontrar la manera de sorprenderse, hay que buscar, combatir el orden previsto. Evitar la mecanización en el encuentro con las cosas, los casilleros, los moldes que garantizan una forma, como cuando de chicos hacían tortitas y la masa cruda iba entrando en los moldecitos y se metía a
cocinar en el horno. Revolear, reanimarse, espectro que se mueve para no cristalizarse, para no petrificarse ni endurecerse. El corazón duro. Mejor lábil. Delicado. El hábitat más próximo puede revelarse como un reino extranjero. Cada uno de esos hombres, jóvenes y no tanto, se levantan y saben lo que les va a suceder ese día, no esperan nada nuevo ni lo desean, ni esa semana ni ese mes. Vidas que transcurren con un molde que nadie sabe dónde tiene su origen. Se concibió. El paisaje que no es paisaje porque nunca está inmóvil. El horizonte vive, no es un fin ni un espejismo ni un símbolo estrafalario. Se dibuja y se desdibuja, vibra con la luz y el asfalto, la carretera, las nubes, el sol o el atardecer. Espejea. Engaña.
Descompone la totalidad. El plano se extiende o se acorta. La línea blanca que debe ser infinita pero no lo parece, y la línea amarilla que se entrecorta. Las palmeras salvajes, los gansos salvajes, lo salvaje no se aquieta ni se aviene ni se domestica.
Inquietud. Soportar el vacío, la nada, la pregunta sin respuesta, la ignorancia.
Va, va la línea y se entierra en el horizonte hacia el infinito, quién
dibujó ese infinito, quién requiere de esa dirección y destino. Ese sinfín.
La abundancia de lo inconmensurable que tampoco se clasifica porque inunda los sentidos y la razón, los abotaga sin salida. Sin esperanza, en la inundación no hay orillas, no hay márgenes, no hay centro, no hay bordes. El todo informe.
Los caballos salen del potrero con sigilo, no quieren llamar la atención.
Caracolean. Cuando se dan cuenta de que nadie los va a sujetar, empiezan a correr, a galopar a grandes trancos para alejarse, miran a un costado o a otro para asegurarse de que nadie los sigue, y retoman el galope excitado. Y cuando ya hayan recorrido lo suficiente como para no reconocer nada, tal vez tengan hambre o sed.
Un hombre salvaje renuncia al destino, busca donde no hay, cree lo que otros no ven, no necesita pruebas, justificativos, ser comprendido, mirado, evaluado; no repite, observa y actúa. No reflexiona sobre sus actos, no es apropiado. Tiende con instinto y naturalidad hacia lo nuevo.
Va hacia el horizonte. El destello de las últimas luces. Un movimiento desde el silencio.
El sol ya no encandila, sólo una leve irradiación. Deslumbra y reverbera la claridad, la claridad del aire.
¿Cómo se va a producir el estallido? Para adentro, él quizá no vea cómo pero esos hombres ya no tendrán la misma percepción cuando miren y observen lo que los rodea. Sin mediación, podrán nombrar el mundo, de nuevo. Lo conocido también es enigmático. ¿Uno puede extrañarse para siempre a partir de una experiencia? Han sido tocados por su propia percepción, un tenue revuelo interno; algunos ya no serán los mismos, otros aplacarán ese desasosiego y lo olvidarán.
Tal vez nunca se muevan de allí, tal vez nunca sepan de la existencia de las Salinas Grandes o el desierto de Gobi, de la Selva Negra, el cerro de los siete colores o los lobos marinos en el Estrecho de Magallanes. Pueden vivir sin ambicionar ser otro ni imaginarlo. Pueden dejar sus huellas en el viento.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/23-162420-2011-02-16.html
El cuento por su autor*
En el embrión de este cuento aparece una foto de Henri Cartier-Bresson en la que dos tipos están ante una arpillera desplegada o estirada como red que cumple la función de una medianera, un tabique; uno de los hombres tiene gorra y el otro bombín, uno espía por un agujero de la trama y el otro, de bigotes, en primer plano, mira hacia el costado con intención. Las únicas referencias son "Brussels. 1932": es una de las primeras fotos de Bresson y él lo consigna en su libro de scrapbooks: "Une de mes toutes premières
fotos". Esta foto no fue el germen del relato, más bien estuvo presente de una manera borrosa: lo que pervivía con alguna insistencia en mi memoria era esa intención, la posición expectante del cuerpo y de la retina. Es una imagen, una foto, que no podría reproducir con exactitud sin recurrir al libro, en la que reconozco una actitud de curiosidad y de alerta que me hace imaginar y pensar estéticas y situaciones, historias nuevas, de naturaleza sintética, en su estructura y en su contenido. Alguien que se acerca a una "pared" de material blando para ver por un agujero no puede dejar de asomarse y espiar, mientras el otro lo cubre, vela por el acto de espiar (nunca expresamente vetado: ¿quién dijo que está prohibido espiar?). ¿Qué hacen? No se sabe. Espiar es siempre una enorme tentación. Hay otra foto de Bresson en la que en una calle de Berlín tres hombres muy correctamente vestidos se han trepado a un monolito para ver por encima de las puntas alambradas del Muro algo que los inmoviliza en ese extraño punto de mira.
Esta es otra forma de mirar, completamente otra. Me interesa la primera, es sugestiva y enigmática.
Cuando empecé a escribir este cuento de gran simplicidad sabía que en su mismo doblez llevaba una epifanía. La forma de mirar que incita no es la del que espía, el ojo de la cerradura opera aquí como restricción que puede provocar los sentidos o anularlos. Dice Joseph Brodsky en Marca de agua: "El
ojo de uno precede a la pluma de uno". Me gustaba pensar en una tensión en la forma del relato, que es la del momento que antecede a la captura de algo nuevo. El cuerpo se coloca de cierta manera -es la posición del cazador-, el pensamiento se suspende porque está dominado por el acto físico. Y hay ahí,
en la composición y en la secuencia, algo de luminoso y de oscuro, como un contrapunto. El contrapunto entre lo que se dice y lo que no se dice, lo conocido y lo nuevo, convoca a las fuerzas que crean un mundo cuya razón de ser desbarata la transposición de un pensamiento o un ojo fijo a unas palabras fijas. Mientras lo escribía, me preguntaba cómo darle algo nuevo al movimiento de la frase. ¿Cómo encontrar el pensamiento de la frase en el movimiento?
El lugar de la acción podría ser las hondonadas de Sierra de los Padres o Balcarce. Una vez más, no intento investigar una cosa que esté más allá de la realidad, sino el modo de manifestarla mediante ocultamientos. Estoy atenta y la llamada realidad aparece, puedo verla o no verla, elegir un aspecto y darle una forma, imaginarla en una huida hacia un limbo con una lógica propia, en el que nadie gobierna, y establecer ciertas relaciones no evidentes.
Uno es aquello que ve.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/subnotas/162420-52007-2011-02-16.html
*
Cuando la lluvia te acerque hasta mi puerta
Será una fiesta de formas infinitas
no alcanzará el mantel de trigo y amapolas
y habrá sabor a tiempo
entrando en la ventana.
Traerás agua en los hombros
fisurando secretos nacidos del revés
mientras las nubes van pariendo mil campanas
adentro
yo
mirandome la sangre sofocada
esperando que el cielo se muera de arcoiris
y vuelvas
cuando la lluvia te acerque hasta mi puerta.
*De Maria Manetti. dulcemariam6@hotmail.com
*
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