jueves, abril 14, 2011

EDICIÓN ABRIL 2011.


*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu




La seda de Vietnam*


La seda arropa un sillón, evita la pura desnudez del uso. Es el arte que viste el pragmatismo. El deseo y la necesidad en una unión indisoluble. Me la regaló una amiga viajera que vive en Barcelona y llegó hasta mi casa en las manos de otra amiga.

Vietnam que fue durante tanto tiempo para mi sólo guerra y NAPALM, ese fuego en la piel con el que el imperio quiere grabar en el cuerpo del otro la democracia o un sólo modo de vida posible, el de ellos.

Vietnam que fue la foto de una niña corriendo quemada.

Vietnam que fue el nombre de una rabia y un amor.

Vietnam que fue ese ardiente deseo de justicia de mi adolescencia.

Ahora inesperadamente es una tela con flores delicadas que casi vuelan en la tela sus arabescos de belleza.

La tela es reversible y desde el otro lado de la trama, de la historia, las mismas flores en colores más suaves.
Desde lo oculto surgen los matices. Ese rojo oscuro, se vuelve un rosa poderoso un gris acariciante.

El tiempo que pasó desde aquella fiesta celebrando cerca de mar azul la paz y una victoria arrasada de muertes.

Tiempo que trae en la femenina envoltura de la tela la vida que pulsa. La amistad que desoye las distancias y se hace presencia en mi casa que cobija.
En cada objeto tantas historias, no forman parte de la sociedad que los hace prescindibles para que compremos otro. No puedo, deshacerme de esta tela, me consuela de las heridas, me viste el alma.



*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar








DOÑA JUANA, PÁJARO Y PRADERA.*


“No hay que tener miedo ni de la pobreza, ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”
E DE FRIGIA




Doña Juana es pájaro y pradera.
Carga sus ochenta rosas penitentes.
Levemente.
Cual si fueran pétalos de seda.
De cristal. De vuelo de palomas.
Ha evadido el valle de las amarguras.
Y ama, apasionadamente.
Esta arena, esta tierra arcillosa que es su boca.
No le teme a la pobreza.
Es solo un monstruo ponzoñoso, dormido.
La ha escuchado llegar como el retumbe de mil potros salvajes.
Y le ha abierto la puerta, de par, en par.
La puerta de entrada y la puerta de salida.
-Solo es cuestión de tiempo-
Conoce la pobreza, como el río natal.
La ha visto trepar sobre la roca niña.
En los jazmines, en los sauces, en los palos santos.
En las madre - selvas varicosas.
En su luz. En las alas del sol.
En los techos espejados de escarcha.
En el agua oculta bajo la hiedra seca.
En su sed y en sus vides.
En su hambre y su saliva amarga.
En dulcísima pulpa de duraznos tempranos.
En sus benditas manos rocallosas.
En su oficio de ayeres.
En su canto de salvaje alegría.
En su canto... y su perenne eco.
Un eco, y otro eco, y miles ecos más.


*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







PESADILLA*



Estaba en el Circo Plumkier, dentro de una jaula con 10 tigres que se acercaban y tuve que saltar la reja de la jaula para escapar. La desgracia fue caer en el recinto de los cocodrilos. Inmediatamente dos de ellos, enormes y con la fauces muy abiertas, se lanzaron sobre mi con ánimo de comerme. Me zafé del primero mediante un escorzo y del segundo lanzándome al agua. Lamentablemente en el agua estaban los otros tres compañeros que al verme chapotear, nadaron hacia a mí a toda velocidad. Tuve la suerte de poder agarrarme al trapecio y salir volando por los aires. Dando una pirueta extraña uno de mis pies quedó enrollado en la cuerda y caí a plomo desde una altura de 15 metros; reboté en la cama elástica y caí dentro del carromato de los osos. Un oso enorme y peludo se acercó a mí con la fauces abiertas y moviendo las zarpas en actitud agresiva. Parecía enloquecido y rabioso. En todo este tiempo puedo asegurar que no sentí miedo. Cuando realmente me aterroricé fue al despertar y darme cuenta de que la pesadilla había acabado. A partir de ahí debía enfrentarme con el mundo real.



*De Joan MATEU. joan@cimat.es
Barcelona - ESPAÑA






DE OLVIDO Y SOMBRA*


Si pudiera de noche
perdidamene solo,
acumular olvido y sombra.
PABLO NERUDA


La noche abriga recuerdos
que acunamos en soledad
pretendiendo evaporarlos
y que partan con el día.
Solo que forman esfinges
que se lucen como olvidos
vestidos con añoranzas
que acusan, que lastiman...
Y clamamos por la noche
para que llegue el sueño
siempre solos y con frío.
Los covertores del alma
volaron al infinito.



*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar







POEMA DES-POBLADO DE VERDE*



De qué sirve mi verde si vos no estás conmigo.


De qué sirven mis cenizas de amor

El sol,
Armado con lanzas de fuego,
Verdugo implacable del bosque profundo,
Despuebla mi pajonal de verde. Arde rojo de sangre y ceniza.
La luna, piadosa, le acerca la humedad plateada del amor.

De qué sirve la luna, en cenizas de ausencia
si al irte te has llevado mi esplendor hecho verde.

¡Oh, dioses del averno, acallad mi boca! ¡Oh, sol! ¡Oh, pajonal!
¡Despobladme de verde las manos! ¡Lo merezco!
¡Cambiad mi sangre por arena!
Olvidé:
El verde de la lagartija entre las piedras. El arco iris sonoro de los loros.
El verde denunciante de los árboles quietos.
Olvidé el picaflor, ese pequeño niño que busca el refugio de mis manos.

De qué sirve el solsticio que se anuncia
si mi corazón no es una yema verde, verde espera.
Vendrán otras esperas y una esperanza en verde.

El sol, desarmado, sin lanzas, ni fuego.
Compañero ardiente del bosque profundo, puebla mi pajonal de verde.
La ceniza se va y la sangre queda. La luna, más luna que nunca.
Le acerca la humedad plateada del arraigo.



*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar






Sigue caminando*


Pon en movimiento tus tobillos, vuelve a caminar esas calles de la vida.
Que en esa esquina te espera un zarpazo de profundas huellas? Cúralas y sigue.

Busca otra vereda, la de lapachos rosa que alfombran, obsequiosos, las baldosas.. Dobla esa otra esquina, quizás te encuentres a Dios que, sin conocer tus ojos, abofetea tu mejilla hasta obligarte a cambiar el
rumbo.
Y es el ocaso el que tienes de frente, quemando tu pecho el sol con sus últimos y ardientes rayos. Sigue caminando, no pares. Deja que tus huesos se entibien y vuelve a enfrentar ésta nueva esquina. Elige el rumbo y encara con nuevos bríos.
Tus calles embellecen en grises, tus manos se salpican de intrusas manchitas y es más lento tu andar.
Es momento de mirar con atención los jardines y los edificios. Esos antiguos balcones que desde tu niñez vigilan y ahora les descubres las armoniosas rejas de hierro con dibujos de angelotes artesanales.
Tienes tiempo ahora para recrear tus ojos, imaginar el rigor del trabajo,admirar los jardines, pararte y emborracharte con el perfume de los jazmines que cuelgan en los tapiales, cortar algunos y prenderlo en el ojal de la camisa.
Todo el tiempo para sentarte en el banco de la plaza y volar en un fugaz sueño a la felicidad.
Vuelve a la calle, te espera la vida.
Todavía te espera.
No tardes.


*De Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar







Estación Bouquet*

Cuatro renglones dedicados a Eduardo Francisco Coiro



Salíamos después de la siesta, cuando ya casi se podía caminar contra el sol.
Las vías lucían como dos caminos paralelos que conducían a otra vida, me explicaba mi papá. Eso me ponía medio triste. Por eso, prefería llamarle la atención parándome en una sola pierna y - ya bamboleándome, gritarle -Mira, papi, parezco un tero.
Y mi papá no podía decirme
- Bajate, Martita, que viene el tren.
Porque yo sabía que el tren sólo pasaba dos veces al día por Bouquet: una de ida, iba hacia Rosario, creo, y la otra hacia...pues no lo se. Regresaba, digamos.

Su ruido se sentía desde lejos, y los sábados a la tarde íbamos a la estación con mi mamá. Era como quien dice la vuelta al perro. Entonces caminábamos por el andén, no por la vía, claro. Mi mamá poco menos que se ponía sombrero para asistir a esa sesión inusitada de chismerío local. ¿Por qué vinimos? pregunta que no me contestaba, mientras ella saludaba a la señora que se bajaba del tren mientras esperaba sus valijas.

El pueblo no tenía calle mayor. Solo una plaza grande rodeada por los servicios menos prescindibles: la peluquería de hombres (donde me cortaban el pelo. De mujer, no había. Y mi viejo me prefería varón, en todo caso). La escuela Lainez. La Iglesia. La policía. El médico cirujano. El negocio que vendía los diarios y revistas, dulces, cigarrillos y caramelos, pero que no era el almacén. Ese quedaba a la vuelta. La carnicería, el cine, y la panadería, adonde dos años después mi papá llevaba a los peludos para que
los asaran.

Y como dije, el médico del pueblo, que era a la vez el padre de mi amiguita Betty, que se tuvo que ir de la escuela cuando pocos años más tarde a su papá, el Dr. Vidal, le prohibieron el ejercicio de la profesión porque lo acusaron de haber hecho un aborto. Ni ella sabía lo que era eso, ni yo tampoco. Y así perdí a mi compañera de banco. Desde entonces, me juré entender lo que era el aborto.

Yo crecí. Tendría ya cinco años y medio, cuando empecé la escuela de oyente. De repente, pusieron la religión obligatoria en las escuelas. Bueno, en realidad, en la práctica, era optativa, no obligatoria. Podías optar por hacer Religión o Moral. Mi papi y yo optamos por Moral. Así entró el cura en mi vida. Pero mi opción duró poco. Porque me significó horas - las de Religión - de estar arrodillada afuera de la clase, hasta que me sangraban las rodillas por los granos de maíz, ¿sabés? Así que me volví inmoral. O
sea, opté por estudiar Religión por todos los próximos años de escolaridad primaria y secundaria...

Pero como te decía, la 'opción' me dio el contacto con el cura.
Mi mamá quería que el cura me bautizara (de prepo, porque mi viejo se oponía), y cuando cumplí los 6 o 7, mi mamá me llevó a la Iglesia. Mi papá ya había conseguido trabajo y ya no salíamos más a caminar y al tren sólo lo escuchaba pitear y veía pasar lejos, desde mi casa en el campo, siempre dos veces al día. Fui a la iglesia en el pueblo, a aprender el catecismo. En auto, no, no en tren. Eran sólo 5 km de camino de tierra...

Al principio la cosa iba bien. Pero se arruinó todo cuando le pregunté al cura que era ese bultito de la Srta. Fulana de tal. O sea, la hermana menor de una modista de mi mamá. ¿Por qué se quiere hacer un aborto? Ese mismo día fui expulsada de la Iglesia católica... ¿Cómo que por qué?
¿No te das cuenta? Porque el cura le dijo a mi mamá que yo no respetaba los dogmas.
Chiflado, pensé yo. Cualquiera sabe que las cigüeñas vienen de París.

Las caminatas eran largas, mis piernitas muy cortas, y yo me aburría antes que mi papá. Para no ponerle molesto, los contaba. Mientras saltaba de durmiente en durmiente, como un pajarito... No siempre entendía lo que era la crisis que atravesaba la Argentina, pero mi papá hablaba mucho de eso. No
serían que los rieles nos ponían filosóficos? O a la Argentina la salvó Perón?



*De Marta R. Zabaleta, mzabaletagood@gmail.com
-desde el exilio en Londres.







JUSTITO*



*Por Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar



El primer recuerdo que tengo de Justito Pezzino está ligado a un balde lleno de granadas que llevaba mi padre.
Yo tenía entre tres y cuatro años porque aún mi abuela materna -la dulce nona Elisa- no se había mudado a Rosario con mis tíos.
Esa tarde mi madre había recogido un montón de granadas de las tres plantas que estaban frente a la casa en el lugar que hoy ocupa el majestuoso ibirá pitá. Puso todas las entraron en ese gran balde y emprendimos los tres el trayecto hasta la casa que mi abuela ocupaba con sus dos hijos varones, en el extremo del pueblo frente a Domingo Fusco, don Félix Maestri, "luego infortunado" y pegada a la mansión de los Zinny.
Íbamos por el medio de la calle y debimos pasar por la calle de don Pablo Santacruz porque allí vivía Justito con el papá. Esa casa -todos me lo dicen, pero yo no lo recuerdo- estaba sombreada por el eucalipto más alto y más verde de aquel tiempo.
Frente a esa casa nos rodeó un grupo de chicos -varios años mayores que yo-, entre los que puedo colegir a los hermanos Suárez -Víctor y el "Negro"-, Lorencito Miranda, los más grandes de los Correa y tal vez el mismísimo "Pileta" Rodríguez o a Roberto Escudero. Al vernos con ese botín de esa fruta seductora se nos apiñaron y le comenzaron a pedir a mi viejo que llevaba el dichoso balde repleto. Él tomó un par que ya explotaban con sus granas queriendo salirse de la cáscara y se las dio a Justito, solo a él. Cuando nos hubimos alejado algunos pasos le comentó a mi vieja:
-Pobre, a este chico se le acaba de morir la madre.
Por primera vez yo oía que un chico podía no tener mamá, un chico entonces debería estar siempre triste y además las madres -comprendí- se morían.
Mi prima Gladys, me ha referido en una anécdota reciente de la crueldad inconsciente de los chicos compañeros de grado de ella, y de Justito, ya que hicieron el cursado juntos.
Huérfano de madre reciente, en la escuela la Directora retiró de la clase a Justito porque el grado debía trabajar para el regalo que le harían a la mamá.
Para evitarle el dolor lo llevó a la quinta y se pasó todo el tiempo con él, en un acto de amor para que el chico no sufriera y se pudiera distraer regando la huerta que hacían entonces todos. Luego del recreo regresó a la clase donde un compañerito le dijo:
-¿La directora te llevó a la huerta?
Supongo que Justito habrá asentido. Entonces el otro remató:
-No lo hizo para premiarte, lo hizo porque nosotros hicimos el regalo de la madre y como vos no tenés, te sacó del grado.
En algún momento que no puedo precisar se mudó con el padre a las habitaciones del "Sindicato viejo", es decir en esa construcción que era (y es) de los Correa, es decir, sus parientes. Allí ocupaban las últimas habitaciones, detrás de un aljibe y un par de limoneros, junto al garaje donde guardaban el automóvil del gremio. La primera parte de ese caserón había sido acondicionado para que funcionara el Sindicato de la F.A.T.R.E.
Al entrar había un salón que se había formado por medio de una pared que tiraron abajo y que separaba dos habitaciones grandes. Allí, en esas paredes desnudas resaltaban dos retratos gigantescos. Dos fotos mejor, enmarcadas en vidrio: Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. "Dos mártires obreros", me aleccionó mi padre cuando muy niño le hube preguntado. Más atrás había una habitación pequeña donde funcionaba una peluquería, atendida por don Hilario Villarreal (siempre y cuando no estuviera de cosecha) y adonde nos uniformaban con "la cero", bien rapado todo niño hijo de obrero que apareciera por allí, y en rigor éramos todos, porque la solidaridad es así, sin tapujos. Así lo entendían aquellos hombres taciturnos que olían a cigarrillo y a agua de colonia los sábados, usaban grandes bigotes y
pañuelos "Gardel" al cuello, salvo mi tío Juan, que lo usaba bien colorado y por eso se había ganado el mote de "Carpecho" que lo acompañó hasta la tumba.
Con esta mudanza Justito se arrimó al barrio "El Jazmín" y entonces jugó con nosotros, se integró las inferiores del Huracán, nuestro club que tenía (y tiene) la cancha y la pileta de natación justo enfrente.
Hay una foto antigua, muy antigua que fue tomada por un fotógrafo anónimo, o tal vez por Florentino Bueno donde los más chicos acompañamos al equipo del "Jazmín": "Tago" Sánchez, Justito, Juanca López, "Chajá" Correa, "Toto" y "Pili Míguez y yo. Y él, Justito, tiene un gran flequillo sobre la frente
y mira para siempre a la cámara con sus pequeños ojos claros, como no queriendo creer que esa probable explosión del magnesio fuera a eternizar ese humilde grupo humano que está allí, apiñado junto al equipo del Barrio que -una vez más-, se había alzado con el campeonato de Baby Futbol en la canchita de la Cooperativa Agrícola Federal, que hoy es solo recuerdo de los mayores y eco de las nostalgias.






Rimas*



Un doctor arregla un motor

Una nena sube la escalera.

Un tomate come un chocolate..

Todas estas cosas ocurren a un tiempo

en un lugar donde se hacen inventos.


Una nena quería a su abuela


Una guitarra se rasca el alma

un caracol toca un tambor

todas estas cosas solían pasar

cuando no teníamos nada que estudiar


Un hada era mala

y viajaba en cuchara

la bruja era buena

y viajaba en berenjena

El príncipe era feo

y comía puchero

Todas esta cosas pasaban a la vez

en un mundo al revés.



*Autor Benito Seselovsky.

-Enviado por Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar
(Abuela de Benito)







NADIE SABE…*



Al caer la hoja
en su última ventura hacia la abierta tierra,
el latido intransferible de su pena, nadie sabe…

De la noche
su lenta curvatura labradora
cuidando la simiente del poeta;

Del cristal de la gota
el último sonido que no pudo cumplirse
ahogado en la garganta ávida del líquen;

De la flor en el vaso
su añoranza del tallo, su angustia de ciclo acabado
bajo la luz veladora de olvido ante el retrato,
nadie, nadie sabe…

De esta palabra mía
que muerde los silencios y trepada en retina
se me va en mirada y lejanías;

Del camino sin tránsito visible
que orillando el insomnio sigue
un curso de eternidad perdida…

De todo lo que guardo retenido
porque darlo es abrir la herida
en último gesto arrojando las llaves,
nadie, nadie sabe…



*De Miryam Seia. miryamseia@cablenet.com.ar







-De MICROFICCIONES-*



La mujer presumió un sueño mientras transcurría un tiempo innominado. Lo devastador de la humanidad había colmado, a la saciedad, su hambre. El sueño irrumpió para hacer posible a lo que, los humanos, llaman realidad.
Luego, la especie humana quedó reducida a pequeños grupos esparcidos en la redondez.
La voz del tiempo se apagó. Habían recorrido sendas imaginadas que no llevaban a ninguna parte. Sólo a sus maquinaciones. La hembra, más instintiva, redujo su mirada en un hilo de agua que brotaba en algún lugar y a un escondrijo maltrecho. El macho, sólo adujo que debía aprender a cazar lo que podía y recordar la ceremonia del fuego.
Luego, lograda sus pretensiones, descubrió las estrellas. Nunca las había mirado. Y nació el asombro.



*De CACHO AGÚ. oscarcachoagu@yahoo.com.ar





ALUMBRAMIENTO*



Han pasado los relojes vacíos.
Han quedado cardones.
Voces madera
Ardor. Pata de palo. Azahares.
Me asomaré a la infancia


Descifraré signos:
Raro polvo mortal llamado hombre.
Jugaré con los sátiros.
Seré sacerdotisa de los amarillos.
Construiré pájaros de alcanfor.
Cábalas de azúcar.
Bailaré con los muertos.
Leeré sus manos.
Comeré cebolla.
Volveré a mi ribera
Exactamente, a la hora del gallo.


Nómade y gregaria.
Seré uva. Humo. Lengua de sapo.
Mi boca besará pájaros núbiles
Buscaré conchillas y efemérides.
Husmearé en monedas de cobre.
Desafiaré a Saturno.

Casa cristal arena.
Danza del vientre.
Feliz alumbramiento.



*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar








Puntos aclaratorios, del tratado de libre comercio*



Cristo resucitó en el Tercer Mundo,
Pero murió de hambre
Afuera de un restaurante de lujo.


Siete días después,
Cristo volvió a resucitar,
Pero los militares lo mataron
Al confundirlo penosamente
Con un narcotraficante.


A la semana siguiente,
Cristo resucita
Sin mucho ánimo de hacerlo:
Camina por la calle y mira asombrado
Todas las cosas que hay para comprar.
Al notar que no traía dinero,
Pide un préstamo bancario y,
Después de comprar un televisor,
Se olvida por completo
De difundir la palabra de Dios.


Son los tiempos
En que alguien se ha acordado
Del Tercer Mundo,
Y otro Cristo
Vuelve a resucitar:
Pasa sus días como jornalero,
El dinero apenas le alcanza para comer,
Los días le pesan en la espalda
Y siempre lo vence el sueño
Cuando planea sus parábolas.
Un día lo despiden del trabajo.
Se ve obligado a vender dulces en la calle.
Todos los días se recuesta en su cama
Esperando que la próxima vez que resucite,
Las cosas puedan ir mejor.


Hace exactamente unas...
No sé cuantas semanas,
Cristo ya no quiere resucitar:
En lugar de eso,
Decide sigilosamente echar un vistazo
Para tener idea de lo que quizá le espere,
Pero de inmediato es aprehendido por la policía
Quienes alegaron que,
A juzgar por su apariencia,
Se trataba de un comunista.



*de hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com







acuerdos*



lo mismo
es agua
es un lugar común
el agua
es un lugar común convenir:
el agua
insiste

lo mismo es común
la luna caliente es rotunda

al ocio lo carga el diablo
de lugares

el ocio trabaja
por lo que cimbra

agua conviniendo
despierta

el ocio vive
o: ¡bárbaros!: no se mata

el ocio es amor
o nada es otra cosa que no ocio
(ni el devaneo es del espasmo)

el agua clama venganza:
el espasmo a los dioses es vapor

y después hablamos de lo que desliza
sobre acuerdos de luna

el agua es a los tiempos


*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar






LA CORDILLERA*


Al norte de los montes pelados, allí donde la vegetación se adueña de las piedras y cubre los caminos con su suave pero ineludible abrazo, hay un pueblecito.
Se trata de una pequeña aldea formada por un rudimentario templo que data de épocas remotas y un puñado de construcciones antiguas, fabricadas toscamente con barro y piedras, que se encuentran dispuestas alrededor de la iglesia. Visto desde el aire, el conjunto pudiera parecer una galaxia de planetas negros sometidos a la atracción de un sol apagado, ya que los muros de la iglesia, de un marrón oscurecido, delatan su edad, la acción del clima siempre húmedo de estas regiones y la falta de cuidados.
Frente a la puerta de la antigua capilla se extiende una amplia plazoleta cuyo centro adorna una hermosa fuente de piedra, no menos antigua que los edificios circundantes, de la que no cesa de manar un agua fresca y cristalina.
Las construcciones que rodean la plaza son fuertes y austeras, con paredes muy gruesas y enormes chimeneas por las que, en invierno, puede verse surgir un humo denso y oscuro, producto de la combustión de los tarugos de leña, algo húmedos en esas fechas a causa de las heladas y de la nieve que poco a poco va blanqueando los tejados negros y cambiando el aspecto del poblado. Es un pueblecito aislado al que sólo puede accederse por un intrincado camino de algo más de metro y medio de anchura al que los aldeanos denominan pomposa y llanamente “carretera”.
“...No, señor. No somos muchos los que vivimos aquí. No más de dos o tres cientos, casi todos tan viejos como yo. Pero no crea que, aun siendo tan pocos, nos conocemos todos. ¡Qué va! Siempre está viniendo gente, como si aquí hubiera algo... Sí, vienen de otras aldeas pobres como la nuestra, de la sierra de abajo. Y también, fíjese, de la ciudad. Sí, sí, como le cuento. Pero siempre vienen del sur”.
Invariablemente del sur... Hacia el norte se halla la cordillera.

Nadie sabe qué hay al otro lado. De cuando en cuando, llegan hombres curiosamente ataviados, con largas barbas grises. Van provistos de extraños artefactos con los que parecen medir algo. Después de un par de días disfrutando de la hospitalidad de los aldeanos, famosa en todo el contorno, y trabajando con sus instrumentos que califican como “de alta precisión”, se marchan aparentemente satisfechos, pero unos meses más tarde vienen otros hombres con idéntica apariencia, con similares aparatos, con parecidas maneras y el mismo propósito. Realizan, con igual concentración, con pareja entrega, las ya sabidas mediciones y vuelven a marcharse hacia el sur del que vinieron. En sus rostros se refleja el sabor del éxito. Las investigaciones han debido ser fructíferas. Pero al poco tiempo, un nuevo equipo visita la zona.
“... y así desde hace años. Pero, ¿sabe? Algunos se quedan aquí en secreto. Abandonan sus modales, su pedantería y muy pronto se confunden con nosotros. Pero nunca conseguimos enterarnos de nada. No sabemos qué es lo que miran y remiran tantas veces por los aparatos. En el pueblo se dice que igual quieren saber cómo son de altas las montañas. Cuando llegan se les ve ansiosos, preocupados. Se ponen a trabajar como si no hubiera otra cosa en la vida, sin importarles que pueda descargar una tormenta, noche y día, hasta que encuentran o creen que han encontrado algo. A veces se pasan tres o cuatro días sin probar bocado, y eso que nuestras mujeres les llevan algo de comer, ya sabe, somos buena gente. No duermen. Sólo están pendientes de la montaña, como si hubiera ahí algo que nosotros no podemos ver y que es importante. Yo, la verdad, no creo que estén midiendo las montañas. El viejo Colás me dijo una tarde que lo que hacen es mirar a través de ellas para saber qué es lo que hay al otro lado. Debe ser algo muy bonito, digo yo, cuando todos se van tan contentos. Aunque mi hermana dice que son los guisos que preparamos para ellos lo que les pone de tan buen humor. Dice que en la ciudad se come muy mal. Y ella debe saberlo, porque estuvo una vez.”
Otros ancianos, más leídos, consideran que se trata de hacer un estudio sobre la composición de la roca que forma la cordillera, para excavar un túnel o abrir un acceso a través de la piedra. Desde tiempo atrás, dicen, corre el rumor de que el gobierno está construyendo una carretera que ha de atravesar la montaña y que pasará muy cerca de la aldea. Pero todo son conjeturas de viejos y rumores de gente desocupada cuya única función parece ser la de sentarse a las puertas de sus hogares, bajo los porches de piedra y tejas negras, viendo pasar los días y las estaciones y entablando largas conversaciones mil veces repetidas con sus vecinos más cercanos o con aquellos que se detienen a descansar un rato de su paseo matutino. Eso en verano, porque durante el invierno no son muchos los que se aventuran a alejarse de sus casas.
Los jóvenes, ante la falta de expectativas, se van hacia el Sur o hacia el Este, donde se dice que hay trabajo en la industria y buenos salarios; pero siempre regresan, cansados, viejos y sin riquezas, a su pequeño pedazo de tierra apenas cultivable. A veces, en la madrugada, es posible ver a alguno de los aldeanos con un macuto al hombro dirigiéndose hacia el Norte, hacia la cordillera. Nunca regresan. Jamás envían correspondencia.
“... Al principio organizábamos batidas por el bosque, rastreábamos las laderas y las cuevas, buscábamos en el riachuelo, pero nada. Nunca les encontrábamos. Al final, hasta de eso nos cansamos. Ahora ya no buscamos a nadie. Quien se va, sabrá por qué lo hace. Antes nos asustábamos. Ahora ya no se preocupa nadie. Sabemos que no han de volver y por eso nos hemos ido haciendo a la idea de que es algo natural. Los primeros días, su familia los echa de menos, pero muy pronto se acostumbran a la ausencia y todo vuelve a ser como antes...”
Desde tiempo inmemorial, estas escenas se vienen repitiendo año tras año como en una secuencia interminable. Siempre con idénticos resultados. En verano, muchos vienen a la aldea para, desde aquí, intentar el ascenso a las escarpadas cumbres de la cordillera. Todos los días llegan automóviles cargados de personas provenientes de los llanos del sur. Todos vienen ligeros de equipaje. Los automóviles, una vez que todos los pasajeros se han apeado, giran en la plaza y parten de nuevo por el camino en dirección a las ciudades del llano, en busca quizá de más intrépidos escaladores. A la mañana siguiente, los aventureros parten hacia la cordillera para no regresar.
“... En todas las conversaciones se habla de lo mismo. Nos preguntamos qué puede ser lo que hay al otro lado. ¿Qué es eso que hace que quienes se marchan decidan no volver nunca más? A muchos de nosotros nos gustaría verlo, pero somos demasiado viejos y el ascenso parece bastante difícil. Lo mismo no podíamos subir ni las primeras cuestas, que según se dice son las más tendidas. Aunque, entre nosotros, el viejo Colás, que estudió en la capital cuando era joven, dice que sí, que también nosotros, cuando nos llegue el momento, subiremos a esas montañas y pasaremos al otro lado aunque no seamos tan ágiles y nuestros huesos pesen demasiado.”
De momento, el pueblo se está quedando desierto. Los jóvenes se van al valle, a buscarse la vida en las ciudades. Y los viejos a la montaña. La tarde, ahora que se acerca el otoño, apenas logra reunir a media docena de ancianos en torno a la antiquísima fuente de piedra o en las toscas sillas de madera y anea de la taberna. Allí, sentados, van dejando pasar los largos inviernos y las hermosas primaveras mirando por las ventanas y hablando del tiempo y de los forasteros, en espera de lo que el viejo Colás llama el momento definitivo: El momento en que cada uno de ellos, cada uno de nosotros, sentirá la llamada en su interior. Entonces, aunque el día sea frío, aunque nieve y los senderos estén helados, meteremos en una bolsa los recuerdos y partiremos, con las primeras luces del alba y sin una lágrima, hacia las altas cumbres, en busca quizá de otros bosques, de otros valles, de otros barrancos y hondonadas, al otro lado de la Cordillera.




*© Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
- Facebook: http://www.facebook.com/profile.php?id=1371288779




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Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.

Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.

Es gratuito publicar ?
En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de cada escrito es un intercambio de libertades entre escritor y editor. cada escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo ni formato.

Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?
Sus socios lectores remuneran con el pago de una cuota anual el tiempo de trabajo del editor.

Cómo ayudar a la tarea de Inventiva Social?
Difundiendo boca a boca (o mail a mail ) este espacio de cooperación y sus propuestas de escritura.

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