jueves, abril 21, 2011
FLORECIDOS...
-ILUSTRACIÓN: Dibujo de Felisberto Hernández.
DE LA ROSA*
De la rosa es sencillo
amar el resplandor de su corola
la suavidad etérea de sus pétalos,
el seductor perfume,
la exuberante forma,
el nombre evocador, la silueta
que la noche recorta contra el cielo.
Pero sólo quien ama
de verdad, sólo aquellos
que anhelan el abrazo de la rosa
no sólo por su olor o por su brillo
sino también por el hiriente roce
de la escondida y lacerante espina
conocen el sentido profundo de la vida.
*De Sergio Borao Llop. sergiobllop@yahoo.es
https://www.facebook.com/Sergio.Borao.Llop
CONFIESO*
Un goteo de días
resbala por mi nostalgia
saneando las espinas
de rosales ajenos.
Tal vez tenga aristas propias
adosadas a mi alma
que lastiman al que pasa
caminando por mi senda.
No reniego de mis culpas,
fueron por buscar el cielo,
por querer darlo en ofrenda
sin ver si era el momento.
He llegado a la montaña
escalando sobre ortigas,
a solas lloré mis muertes
en cada día de vida.
Desde aquí contemplo lejos
el tiempo en despedida,
planté flores de esperanza,
las vi morir sin lamentos...
Tal vez florezcan mañana
cuando inicie mi partida.
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
LAS HORTENSIAS*
(Parte 1 de 10)
*De Felisberto Hernández.
A María Luisa
I
Al lado de un jardín había una fábrica y los ruidos de las máquinas se metían entre las plantas y los árboles. Y al fondo del jardín se veía una casa de pátina oscura. El dueño de la "casa negra" era un hombre alto. Al oscurecer sus pasos lentos venían de la calle; y cuando entraba al jardín y a pesar del ruido de las máquinas, parecía que los pasos masticaran el balasto. Una noche de otoño, al abrir la puerta y entornar los ojos para evitar la luz fuerte del hall, vio a su mujer detenida en medio de la escalinata; y al mirar los escalones desparramándose hasta la mitad del patio, le pareció que su mujer tenía puesto un gran vestido de mármol y que la mano que tomaba la baranda, recogía el vestido. Ella se dio cuenta de que él venía cansado, de que subiría al dormitorio, y esperó con una sonrisa que su marido llegara hasta ella. Después que se besaron, ella dijo:
-Hoy los muchachos terminaron las escenas...
-Ya sé, pero no me digas nada.
Ella lo acompañó hasta la puerta del dormitorio, le acarició la nariz con un dedo y lo dejó solo. Él trataría de dormir un poco antes de la cena; su cuerpo oscuro separaría las preocupaciones del día de los placeres que esperaba de la noche.
Oyó con simpatía, como en la infancia, el ruido atenuado de las máquinas y se durmió. En el sueño vio una luz que salía de la pantalla y daba sobre una mesa. Alrededor de la mesa había hombres de pie. Uno de ellos estaba vestido de frac y decía: "Es necesario que la marcha de la sangre cambie de mano; en vez de ir por las arterias y venir por las venas, debe ir por las venas y venir por las arterias". Todos aplaudieron e hicieron exclamaciones; entonces el hombre vestido de frac fue a un patio, montó a caballo y al salir galopando, en medio de las exclamaciones, las herraduras sacaban chispas contra las piedras. Al despertar, el hombre de la casa negra recordó el sueño, reconoció en la marcha de la sangre lo que ese mismo día había oído decir -en ese país los vehiculos cambiarían de mano- y tuvo una sonrisa. Después se vistió de frac, volvió a recordar al hombre del sueño y fue al comedor. Se acercó a su mujer y mientras le metía las manos abiertas en el pelo, decía:
-Siempre me olvido de traer un lente para ver cómo son las plantas que hay en el verde de estos ojos; pero ya sé que el color de la piel lo consigues frotándote con aceitunas.
Su mujer le acarició de nuevo la nariz con el índice; después lo hundió en la mejilla de él, hasta que el dedo se dobló como una pata de mosca y le contestó:
-¡Y yo siempre me olvido de traer unas tijeras para recortarte las cejas!
Ella se sentó a la mesa y viendo que él salía del comedor le preguntó:
-¿Te olvidaste de algo?
-Quien sabe.
Él volvió en seguida y ella pensó que no había tenido tiempo de hablar por teléfono.
-¿No quieres decirme a qué fuiste?
-No.
-Yo tampoco te diré qué hicieron hoy los hombres.
Él ya le había empezado a contestar:
-No, mi querida aceituna, no me digas nada hasta el fin de la cena.
Y se sirvió de un vino que recibía de Francia; pero las palabras de su mujer habían sido como pequeñas piedras caídas en un estanque donde vivían sus manías; y no pudo abandonar la idea de lo que esperaba ver esa noche. Coleccionaba muñecas un poco más altas que las mujeres normales. En un gran salón había hecho construir tres habitaciones de vidrio; en la más amplia estaban todas las muñecas que esperaban el instante de ser elegidas para tomar parte en escenas que componían en las otras habitaciones. Esa tarea estaba a cargo de muchas personas: en primer término, autores de leyenda (en pocas palabras debía expresar la situación en que se encontraban las muñecas que aparecían en cada habitación); otros artistas se ocupaban de la escenografía, de los vestidos, de la música, etc. Aquella noche se inauguraría la segunda exposición; él miraría mientras un pianista, de espaldas a él y en el fondo del salón, ejecutaría las obras programadas. De pronto, el dueño de la casa negra se dio cuenta de que no debía pensar en eso durante la cena; entonces sacó del bolsillo del frac unos gemelos de teatro y trató de enfocar la cara de su mujer.
-Quisiera saber si las sombras de tus ojeras son producidas por vegetaciones...
Ella comprendió que su marido había ido al escritorio a buscar los gemelos y decidió festejarle la broma. Él vio una cúpula de vidrio; y cuando se dio cuenta de que era una botella dejó los gemelos y se sirvió otra copa del vino de Francia. Su mujer miraba los borbotones al caer en la copa; salpicaban el cristal de lágrimas negras y corrían a encontrarse con el vino que ascendía. En ese instante entró Alex -un ruso blanco de barba en punta-, se inclinó ante la señora y le sirvió porotos con jamón. Ella decía que nunca había visto un criado con barba; y el señor contestaba que ésa había sido la única condición exigida por Alex. Ahora ella dejó de mirar la copa de vino y vio el extremo de la manga del criado; de allí salía un vello espeso que se arrastraba por la mano y llegaba hasta los dedos. En el momento de servir al dueño de casa, Alex dijo:
-Ha llegado Walter. (Era el pianista.)
Al fin de la cena, Alex sacó las copas en una bandeja; chocaban unas con otras y parecían contentas de volver a encontrarse. El señor -a quien le había brotado un silencio somnoliento- sintió placer en oír los sonidos de las copas y llamó al criado:
-Dile a Walter que vaya al piano. En el momento en que yo entre al salón, él no debe hablarme. ¿El piano, está lejos de las vitrinas?
-Sí señor, está en el otro extremo del salón.
-Bueno, dile a Walter que se siente dándome la espalda, que empiece a tocar la primera obra del programa y que la repita sin interrupción hasta que yo le haga la seña de la luz.
Su mujer le sonreía. Él fue a besarla y dejo unos instantes su cara congestionada junto a la mejilla de ella. Después se dirigió hacia la salita próxima al gran salón. Allí empezó a beber el café y a fumar; no iría a ver sus muñecas hasta no sentirse bastante aislado. Al principio puso atención a los ruidos de las máquinas y los sonidos del piano; le parecía que venían mezclados con agua, y él los oía como si tuviera puesta una escafandra. Por último se despertó y empezó a darse cuenta de que algunos de los ruidos deseaban insinuarle algo; como si alguien hiciera un llamado especial entre los ronquidos de muchas personas para despertar sólo a una de ellas. Pero cuando él ponía atención a esos ruidos, ellos huían como ratones asustados. Estuvo intrigado unos momentos y después decidió no hacer caso. De pronto se extrañó de no verse sentado en el sillón: se había levantado sin darse cuenta; recordó el instante, muy próximo, en que abrió la puerta, y en seguida se encontró con los pasos que daba ahora: lo llevaban a la primera vitrina. Allí encendió la luz de la escena y a través de la cortina verde vio una muñeca tirada en una cama. Corrió la cortina y subió al estrado -era más bien una tarima con ruedas de goma y baranda-; encima había un sillón y una mesita; desde allí dominaba mejor la escena. La muñeca estaba vestida de novia y sus ojos abiertos estaban colocados en dirección al techo. No se sabía si estaba muerta o si soñaba. Tenía los brazos abiertos; podía ser una actitud de desesperación o de abandono dichoso. Antes de abrir el cajón de la mesita y saber cuál era la leyenda de esta novia, él quería imaginar algo. Tal vez ella esperaba al novio, quien no llegaría nunca; la habría abandonado un instante antes del casamiento; o tal vez fuera viuda y recordara el día en que se casó; también podía haberse puesto ese traje con la ilusión de ser novia. Entonces abrió el cajón y leyó: "Un instante antes de casarse con el hombre a quien no ama, ella se encierra, piensa que ese traje era para casarse con el hombre a quien amó, y que ya no existe, y se envenena. Muere con los ojos abiertos y todavía nadie ha entrado a cerrárselos". Entonces el dueño de la casa negra pensó: "Realmente era una novia divina". Y a los pocos instantes sintió placer en darse cuenta de que él vivía y ella no. Después abrió una puerta de vidrio y entró a la escena para mirar los detalles. Pero al mismo tiempo le pareció oír, entre el ruido de las máquinas y la música, una puerta cerrada con violencia; salió de la vitrina y vio, agarrado en la puerta que daba a la salita, un pedazo del vestido de su mujer; mientras se dirigía allí, en puntas de pie, pensó que ella lo espiaba; tal vez hubiera querido hacerle una broma; abrió rápidamente y el cuerpo de ella se le vino encima; él lo recibió en los brazos, pero le pareció muy liviano y en seguida reconoció a Hortensia, la muñeca parecida a su señora; al mismo tiempo su mujer, que estaba acurrucada detrás de un sillón, se puso de pie y le dijo:
-Yo también quise prepararte una sorpresa; apenas tuve tiempo de ponerle mi vestido.
Ella siguió conversando, pero él no la oía; aunque estaba palido le agradecía, a su mujer, la sorpresa; no quería desanimarla, pues a él le gustaban las bromas que ella le daba con Hortensia. Sin embargo esta vez había sentido malestar. Entonces puso a Hortensia en brazos de su señora y le dijo que no quería hacer un intervalo demasiado largo. Después salió, cerró la puerta y fue en dirección hacia donde estaba Walter; pero se detuvo a mitad del camino y abrió otra puerta, la que daba a su escritorio; se encerró, sacó de un mueble un cuaderno y se dispuso a apuntar la broma que su señora le dio con Hortensia y la fecha correspondiente. Antes leyó la última nota. Decía: "Julio 21. Hoy, María (su mujer se llamaba María Hortensia; pero le gustaba que la llamaran María; entonces, cuando su marido mandó hacer esa muñeca parecida a ella, decidieron tomar el nombre de Hortensia -como se toma un objeto arrumbado- para la muñeca) estaba asomada a un balcón que da al jardín; yo quise sorprenderla y cubrirle los ojos con las manos; pero antes de llegar al balcón, vi que era Hortensia. María me había visto ir al balcón, venía detrás de mí y me soltó una carcajada". Aunque ese cuaderno lo leía únicamente él, firmaba las notas; escribía su nombre, Horacio, con letras grandes y cargadas de tinta. La nota anterior a ésta, decía: "Julio 18: Hoy abrí el ropero para descolgar mi traje y me encontré a Hortensia; tenía puesto mi frac y le quedaba graciosamente grande".
Después de anotar la última sorpresa, Horacio se dirigió hacia la segunda vitrina; le hizo señas con una luz a Walter para que cambiara la obra del programa y empezó a correr la tarima. Durante el intervalo que hizo Walter, antes de empezar la segunda pieza, Horacio sintió más intensamente el latido de las máquinas; y cuando corrió la tarima le pareció que las ruedas hacían el ruido de un trueno lejano.
En la segunda vitrina parecía una muñeca sentada a una cabecera de la mesa. Tenía la cabeza levantada y las manos al costado del plato, donde había muchos cubiertos en fila. La actitud de ella y las manos sobre los cubiertos hacían pensar que estuviera ante un teclado. Horacio miró a Walter, lo vio inclinado ante el piano con las colas del frac caídas por detrás de la banqueta y le pareció un bicho de mal agüero. Después miró fijamente la muñeca y le pareció tener, como otras veces, la sensación de que ella se movía. No siempre estos movimientos se producían en seguida; ni él los esperaba cuando la muñeca estaba acostada o muerta; pero en esta última se produjeron demasiado pronto; él pensó que esto ocurría por la posición tan incómoda de la muñeca; ella se esforzaba demasiado por mirar hacia arriba; hacía movimientos oscilantes, apenas perceptibles; pero en un instante en que él sacó los ojos de la cara para mirarle las manos, ella bajó la cabeza de una manera bastante pronunciada; él, a su vez, volvió a levantar rápidamente los ojos hacia la cara de ella; pero la muñeca ya había reconquistado su fijeza. Entonces él empezó a imaginar su historia. Su vestido y los objetos que había en el comedor denunciaban un gran lujo pero los muebles eran toscos y las paredes de piedra. En la pared del fondo había una pequeña ventana y a espaldas de la muñeca una puerta baja y entreabierta como una sonrisa falsa. Aquella habitación sería un presidio en un castillo, el piano hacía ruido de tormenta y en la ventana aparecía, a intervalos, un resplandor de relámpagos; entonces recordó que hacía unos instantes las ruedas de la tarima le hicieron pensar en un trueno lejano, y esa coincidencia lo inquietó; además, antes de entrar al salón, había oído los ruidos que deseaban insinuarle algo. Pero volvió a la historia de la muñeca: tal vez ella, en aquel momento, rogara a Dios esperando una liberación próxima. Por último, Horacio abrió el cajón y leyó: "Vitrina segunda. Esta mujer espera, para pronto, un niño. Ahora vive en un faro junto al mar; se ha alejado del mundo porque han criticado sus amores con un marino. a cada instante ella piensa; "Quiero que mi hijo sea solitario y que sólo escuche al mar". Horacio pensó: "Esta muñeca ha encontrado su verdadera historia". Entonces se levantó, abrió la puerta de vidrio y miró lentamente los objetos; le pareció que estaba violando algo tan serio como la muerte; él prefería acercarse a la muñeca; quiso mirarla desde un lugar donde los ojos de ella se fijaran en los de él; y después de unos instantes se inclinó ante la desdichada y al besarla en la frente volvió a sentir una sensación de frescura tan agradable como en la cara de María. Apenas había separado los labios de la frente de ella vio que la muñeca se movía; él se quedó paralizado; ella empezó a irse para un lado cada vez más rápidamente, y cayó al costado de la silla; y junto con ella una cuchara y un tenedor. El piano seguía haciendo el ruido del mar; y seguía la luz en la ventana y las máquinas. Él no quiso levantar la muñeca; salió precipitadamente de la vitrina, del salón, de la salita y al llegar al patio vio a alex:
-Dile a Walter que por hoy basta; y mañana avisa a los muchachos para que vengan a acomodar la muñeca de la segunda vitrina.
En ese momento apareció María:
-¿Qué ha pasado?
-Nada, se cayó una muñeca, la del faro...
-¿Cómo fue? ¿Se hizo algo?
-Cuando yo entré a mirar los objetos debo haber tocado la mesa...
-¡Ah! ¡Ya te estás poniendo nervioso!
-No, me quedé muy contento con las escenas. ¿Y Hortensia? ¡Aquel vestido tuyo le quedaba muy bien!
-Será mejor que te vayas a dormir, querido -contestó María.
Pero se sentaron en un sofá. Él abrazó a su mujer y le pidió que por un minuto, y en silencio, dejara la mejilla de ella junto a la de él. Al instante de haber juntado las cabezas, apareció en la de él el recuerdo de las muñecas que se habían caído: Hortensia y la del faro. Y ya sabía él lo que eso significaba: la muerte de María; tuvo miedo de que sus pensamientos pasaran a la cabeza de ella y empezó a besarla en los oídos.
Cuando horacio estuvo solo, de nuevo, en la oscuridad de su dormitorio, puso atención en el ruido de las máquinas y pensó en los presagios. Él era como un hilo enredado que interceptara los avisos de otros destinos y recibiera presagios equivocados; pero esta vez todas las señales se habían dirigido a él: los ruidos de las máquinas y los sonidos del piano habían escondido a otros ruidos que huían como ratones; después Hortensia, cayendo en sus brazos, cuando él abrió la puerta, y como si dijera: "Abrázame porque María morirá". Y era su propia mujer la que había preparado el aviso; y tan inocente como si mostrara una enfermedad que todavía ella misma no había descubierto. Más tarde, la muñeca muerta en la primera vitrina. Y antes de llegar a la segunda, y sin que los escenógrafos lo hubieran previsto, el ruido de la tarima como un trueno lejano, presagiando el mar y la mujer del faro. Por último ella se había desprendido de los labios de él, había caído, y lo mismo que María, no llegaría a tener ningún hijo. Después Walter, como un bicho de mal agüero, sacudiendo las colas del frac y picoteando el borde de su caja negra.
AMANECER DEL TIGRE*
“...desde pequeño me atrajeron los tigres, quizá por su color, ya que el amarillo era de mis colores preferidos, el del amanecer, el del ocaso...y uno de los primeros colores que me fueron arrebatados por su ceguera. Todo el mindo, piensa que los ciegos viven en la penumbra del negro y no es así, es un color azul grisáceo o gris azulado...extraña el color negro y también el granate. A veces entrevero una penumbra rosada, pero añoro el granate...”
-Testimonio de Borges obtenido de Canal Arte.
¿Qué duele más, el desamor, la muerte, la locura?
¿O la fuga del girasol y la retama?
¿Del ocaso, de la aurora, del trigal en llamas?
Como un tigre enjaulado, la oscuridad.
Golpea una y otra vez contra garfios de penumbra rosada.
Ronca la boca de la noche como un pez moribundo
Amordazan el grito azul del cuervo.
Solo queda “la vaga sombra, la inextricable sombra”
No ha sido un Polifemo devorador de hombres.
Sin embargo, los Dioses y una atávica herencia
Perforaron sus vertientes de luz, con una estaca ardiente.
Una clepsidra sideral ilumina los espejos perpetuos.
Regresa “el oro de los tigres”y la memoria eterna,
el ocaso, la aurora, los trigales.
….”y no hay fin “….
Como un enemigo abochornado, vencido el crepúsculo huye.
Ante tanta tormenta de amarillo
El día se deshace en girasoles y retamas.
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
“La mayoría de los humanos se las arreglan para olvidar que son mortales”*
Tras sufrir la pérdida de su compañero, la narradora española y jurado del Premio Clarín de Novela, incursionó en la ciencia ficción para pensar la muerte y el fin de las ilusiones. El 29 firmará ejemplares de “Lágrimas en la lluvia”.
*Por Patricia Kolesnicov. pkolesnicov@clarin.com
Qué fácil lo de Pablo Nopal. Qué fácil sentarse frente a una mujer hermosa y decirle, muy filósofo, que “Todos vamos a morir”. Qué fácil cuando él es humano y ella androide, cuando él no tiene plazos y la fecha de vencimiento de ella está puesta: cuatro años, tres meses y veintinueve días. Cuatro años, tres meses y veintiocho días. Un día más es un día menos. Y ella, Bruna Husky, la protagonista de la última novela de Rosa Montero lo tiene clarísimo.
Quién diría que Montero iba a elegir la ciencia ficción para hacer una novela íntima. Intima desde la dedicatoria: Lágrimas en la lluvia está dedicada a Pablo Lizcano, su compañero, que murió hace dos años, “tras una larga enfermedad”. Y la idea de la muerte temprana, de la injusticia de la muerte, de la cuenta regresiva tronando –pero goteando– sobre la vida, cruza esta novela que la española presentará ahora, en la Feria del Libro.
Montero es, un poco bastante, Bruna Husky. “Yo me siento también estafada por Dios. Qué es este fraude de la vida que vienes aquí tan lleno de ilusiones y te matan al final”, dice rapidísimo, como dice todo, desde Madrid. La escritora entiende esa rebelión contra el frontón de la muerte. Y quién no.
Una novela íntima: la androide nació hace casi seis años pero tiene recuerdos de dos décadas. Esos recuerdos, esos muchos dolores y algunas alegrías, la hacen ser quien es: una identidad de diseño. Que no es menos propia aunque se sepa que los recuerdos son pura literatura.
–¿Y el dolor? ¿Todo ese dolor que tengo dentro? ¿Todo ese sufrimiento en mi memoria? Nopal la miró con gravedad.
–Es la vida, Bruna. Las cosas son así. La vida duele.
Eso: androides para pensar en los humanos, ciencia ficción para pensar en la realidad, el futuro para mirar el presente, pero no la baldosa del presente sino el horizonte que se dibuja desde sus balcones.
Una novela sobre el futuro, entonces, que es –no puede ser de otra manera– una novela política: en el mundo del Siglo XXII hay humanos, androides con vida a plazo fijo, y “bichos”: seres de otro planeta. Y leyes antidiscriminatorias para que el cóctel no se ponga explosivo. Y un mundo único: “Los Estados Unidos de la Tierra”, regido por la democracia representativa. Y dos mundos en otros planetas: uno monárquico y religioso –siguiendo a una especie de mesías llamado Labari que, además, es argentino– y otro donde impera una especie de stalinismo. Y el goteo de la muerte, todo el tiempo.
¿Usted cuánto va a vivir? No tengo idea, no quiero ni plantearme eso, quiero vivir el momento. La mayoría de los humanos se arreglan para olvidar que son mortales. Los novelistas tenemos una conciencia mucho más crítica de la fugacidad del tiempo y quizás escribimos por eso, para combatir la muerte. Siempre se escribe para combatir la muerte.
¿Cuál es la diferencia entre saber que te vas a morir y saber cuándo te vas a morir? Somos unos absolutos avaros de esa vida tan hermosa y tan fugitiva. La gente muy mayor o la gente que está muy enferma dice, al principio: “Si esto sale mal no me importa morir, pero a medida que te vas enfermando y ves la muerte acercarse, quieres vivir, todos quieren vivir un día más, aunque sea sólo un día más y en las condiciones que sean. Yo no creo que se pueda vivir sabiendo el momento en que te vas a morir.
Bruna despertó sobresaltada y recordó que iba a morir.
Pero no ahora.
Sin embargo, cuando uno está muy enfermo tiene una idea de cuándo se va a morir.
Se engaña, el cuerpo te engaña y la mente te engaña. Los humanos nos engañamos, pero los androides no pueden engañarse.
En la novela, la identidad de los androides es escrita por alguien. ¿Cómo se forma la identidad, qué la hace decir ‘yo’? La identidad es una construcción literaria. Se basa en nuestra memoria, si tú les quiere explicar a alguien quién eres, le haces un resumen de tu vida. Sin embargo, esa memoria que tenemos de nosotros mismos es un cuento, es una narración que nos hacemos y que está atravesada por la imaginación y que no es una construcción imaginaria definitiva sino que la cambiamos todo el rato. Lo que recuerdas hoy de tu infancia no es lo que recordabas hace años, no es lo que recordarás dentro de veinte años.
–¿No lo sabías? Una vida está compuesta de quinientos recuerdos... Quinientas escenas. Y con eso basta.
¿Los recuerdos cambian? Yo tengo un hermano mayor y a veces me pongo a intercambiar recuerdos con él, con quien compartí la infancia, y no sólo recuerdas distinto sino que sus padres no son mis padres en absoluto, ni la manera en que él veía nuestra casa. Se llaman igual, pero no tienen nada que ver. El yo es algo vibrátil, movible, manipulable por nosotros mismos.
La idea del androide hace pensar en qué es lo natural. Así como me pongo memoria, me pongo y me saco busto, me cambio de sexo, me cambio de edad con la cirugía plástica. ¿No es muy frágil el límite entre humanos y androides? Sí, de hecho los androides son humanoides, no han nacido de mujer pero se sienten humanos...
Los androides son humanos. Pero los humanos, ¿son humanos? Son tan humanos como los androides, somos muy artificiales, evidentemente, y cada vez más. Ahora mismo llevo un par de tornillos en la boca, lentillas, el pelo teñido. Por no hablar de que vamos calzados: es una prótesis el calzado. El ser humano es una mezcla tremenda de artificios y no lo veo tan distinto, eso es lo grandioso, del androide.
La novela tiene un costado político evidente, cuando gana adhesiones un partido supremacista humano y la legislación políticamente correcta hace agua. ¿En una Europa llena de inmigrantes, ve frágil la convivencia entre los distintos? Es muy difícil pero aún así se puede ir consiguiendo. Todo el que nos parece diferente nos da miedo, lo despreciamos, está esa tendencia a aterrarse y demonizar al otro y a perseguirlo y a matarlo, eso ha pasado una y mil veces en la historia de la humanidad y seguirá pasando. Y a pesar de eso, fíjate, existe ese impulso a la aceptación del diferente.
La novela parece preocupada por un fascismo que acecha. Bruna sufre sus efectos.
Eso me preocupa en el presente en todo el mundo, no sólo en España. Nada de lo humano nos es ajeno y esa tentación hacia la tiranía, la añoranza de la tiranía, el poder absoluto, el totalitarismo del grupo que nos cobija y nos hace sentir los mejores y que además para sentirnos los mejores, todo ese tipo de cosas está metido muy dentro del corazón humano. Hay que estar todo el rato en guardia.
La novela hace prácticamente una declaración de principios socialdemócrata. Aunque se hayan desbordado los mares y extinguido las especies, igual apuesta a ese sistema.
Efectivamente la novela apoya la democracia pero como único sistema que puede ser empujado para que mejore. Y eso admitiendo todos los agujeros que tiene, que, como pongo en la novela, son muy grandes.
Finalmente: Bruna es tan recia y fue fabricada para combatir, pero siempre llega a salvarla un hombre fuerte del que se enamora. ¿Al final es como una princesa de los cuentos? Me encantó, tan dura, pero él le pone el zapato y se queda muerta. Es Cenicienta.
Un mundo para ir de vez en cuando
“Lágrimas en la lluvia” tiene mucho que ver, claro, con Blade Runner, la famosa película de Rydley Scott basada en una novela de Philip K. Dick. Los replicantes casi humanos pero mejores, son reconocible.
Otros condimentos de “Lágrimas” son los nombres de los personajes, que muchas veces fueron tomados “al azar”, de los amigos de Montero.
“La gente en España no tiene tradición de ciencia ficción y suele decir que no nos gusta la ciencia ficción. Y si le preguntas: ‘¿Qué has leído?’, bueno, no han leído nada. O sea que confunden la ciencia ficción con malos telefilms de marcianitos con orejas verdes y picudas. Y también creen que es para escapar de la realidad”.
Y en ese contexto ¿cómo se le dio por escribir ciencia ficción? “Tardo 3 años en escribir una novela. Calculé: ‘en la próxima voy a tener ya 60 años, me voy a regalar un libro’- La gente se jubila y se va a su casita de campo, yo me voy a regalar un mundo en vez de comprarme la casita de campo, un mundo literario al que pueda ir de cuando en cuando.”
Básico Montero
Madrid, 1951. Escritora y periodista. Entre sus obras premiadas, “La hija del caníbal” ganó el Primavera en 1997. “La loca de la casa” ganó el Qué Leer a la mejor novela española 2003 y el Grinzane Cavour al mejor libro extranjero publicado en Italia en 2004. “Historia del Rey Transparente” ganó el Qué Leer en 2005 y el Mandarache de 2007. Está traducida a 20 lenguas.
*Fuente: http://www.clarin.com/sociedad/mayoria-humanos-arreglan-olvidar-mortales_0_464353687.html
FLORECIDO...*
El hombre la había arrancado de su vida como se arranca a un yuyo indeseable en el jardín.
Con la misma brutalidad en el tirón, tratando de arrancar la raíz de cuajo. Sin sentir nada.
Al otro día, justo al otro día. El hombre plantó en su lecho a una muchacha bella como una azalea.
Ella se marcho prontamente sin echar raíces en su vida.
No se quedo quieto. Siguió plantando bellezas que se marchitaban antes del nuevo amanecer.
Nadie pudo crecer ni florecer en ese lugar. Su vida era un jardín desierto al que regaba inútilmente antes de anochecer.
Hasta que percibió esos movimientos adentro.
Esos pujos que sintió por todo su cuerpo y que se ramificaban de noche a día con la velocidad implacable de la naturaleza. Y eran la luz y esa tibieza que anuncian una primavera cercana.
El hombre se vio a la siguiente mañana en el espejo y comprendió lo que sucedía.
No había logrado extirpar bien las raíces de su amada.
Sus brotes se abrían paso por sus poros y estaban a punto de estallar en flor.
-Sólo pido que las flores sean del color de sus ojos. -Pensó resignado.
*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com
*
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