miércoles, abril 06, 2011

ESTACIÓN HORTENSIA.




InvenTren.




SUEÑOS Y VOCES DE TRENES*


A mi entrañable amigo Eduardo Coiro y su sueño de trenes.




Hay un tren extraño y un hombre peregrino.

El silencio hace nido en sus sueños.

Las golondrinas esconden su cansancio.

Allí, los pasos del recuerdo irrumpen.

Fenecen ante el estrépito de una despedida.

Ante el fragor de una bienvenida.

El hombre busca al niño.

Un silencio de yuyales enmudece la sombra del recuerdo.

Las voces y las miradas son una.

Plenitud de silencios y de voces. Ventanillas.

La mamma y un ramo de fragantes hortensias.

¿Presente se conjuga en pasado?


Desafía los tiempos y distancias.

Espera niño mío, quizás sea posible el regreso.



*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







Estación Hortensia*





“Hermoso día para pasear”, piensa, mientras el sol les arde sobre la piel, gradual pero implacable, en esta calurosa mañana de enero. Su hermosa y vivaz hijita de casi tres años lo toma de la mano y no deja de relatarle lo que ve, excitada y con ojos asombrados.
-¡Papi, unos pajaritos! ¡Uuuuuhhh! -, y agrega con decisión: –Yo voy a volar como los pajaritos.
-¿Y si en lugar de volar por el aire, volamos en un tren? -, propone él, midiendo la distancia que les resta: detrás de la arboleda de araucarias se encuentra la estación.
-¡Un tren, sí! Me encanta viajar en tren-, y se cuelga de su brazo, apurando la marcha.
Una suave brisa mitiga el progresivo calor de la mañana. Mire donde mire, estallan los colores bajo el poderoso sol del verano. Y al acercarse a los límites de la estación, contempla casi como al descuido, a un costado del camino de grava, un enorme macizo de hortensias que lo proyecta abruptamente hacia el pasado…
…¿Cuánto tiempo hace que no piensa en aquellas hortensias del jardín de su casa, en Mar del Plata? En aquel sendero de ladrillos húmedos que llevaban hasta el quincho, donde chirriaban las brasas de la parrilla, su padre acomodaba el fuego, y el asado con los chorizos se iba cocinando lento y parejo debajo de un cartón extendido. En la sombra mohosa de aquel pino centenario, cuya frescura regaba hacia las tres casas vecinas. En las ligustrinas que se desbordaban, aferradas con firmeza al alambre tejido. En la ropa limpia que su abuela había colgado de la soga que cruzaba el parque. En las rejas nuevas que su padre había hecho instalar pocos años antes, a raíz de los robos cometidos en el barrio, incluso en aquel mismo jardín, del que unos malditos rateros se habían llevado durante la noche un secarropas, algunas herramientas, varias reposeras plásticas, y la mesa de tablones de madera que conservaban desde hacía décadas.
¿Cuánto tiempo…? Los recuerdos le resultan extraños, como si perteneciesen a otra vida, o quizás a otra persona. ¿Acaso fuera así? ¿Cuántas cosas le han ocurrido durante aquellos años, desde la última vez que pisara aquel entrañable parque cubierto de hortensias? ¿Cuántas vivencias, compartidas o en soledad? Aunque a él le costara recordar momentos de soledad; siempre había preferido evocar momentos compartidos con sus afectos, tener más presente una risa que un silencio. Recuerdos de sus tres hermanos menores, recorriendo las parquizadas cuadras del Barrio Constitución hasta la playa, mientras cargan con el mate, a veces la sombrilla, y comentan películas vistas, o libros e historietas leídos. De su abuela, quien hoy ya no está, preparando las mismas tortas fritas con grasa vacuna que solían amasar y cocinar a la par en aquel campo de Entre Ríos, escuchándola decir que “al menos, con eso los chicos tenían un alimento para la tarde”. De su padre, acompañándolo a hacer compras a bordo de una vetusta camioneta Datsun, que continúa funcionando de manera inexplicable, escuchándole narrar las mismas anécdotas de siempre, referidas a su pasado familiar o laboral –vinculado de por vida con el ferrocarril-, ayudándolo a terminar las frases y recibiendo como habitual corolario la pregunta: “¿Cómo: ya te lo conté?”.
“¿Dónde se ha ido todo eso?”, se pregunta, hipnotizado por las frondosas hortensias, oyendo muy a lo lejos el incesante parloteo de su hijita, aferrada de su mano mientras ingresan a la estación, recorren el pasillo de la boletería cerrada, se acercan al andén. “¿En qué me convertí?”
Imágenes sin conexión aparente se le presentan delante de sus ojos; escenas editadas de diferentes películas conforman en un caos particular su propia película, la de su vida, tan errática y variada como la de cualquiera, con una enorme cantidad de detalles que la terminan haciendo única. Recuerdos de sus afectos primarios, claro está, pero también de sus amigos, sus ex parejas, sus compañeros y compañeras de trabajo… Todos aquellos que alguna vez, en determinado momento, han sido significativos en su vida y le han dejado una marca, que por pequeña que sea, hace una enorme diferencia: la de que hoy, él sea de esta manera y no de otra…
-Ahí viene el tren -, se escucha decir, al arrodillarse junto a su hijita y señalar con el brazo extendido hacia el horizonte, donde la inconfundible silueta del frente de una locomotora diesel se recorta contra la profundidad de la vía, haciendo sonar su estridente silbato en la distancia.
El se ha convertido en esto: hoy es padre de familia. Además de ser amigo inclaudicable de sus amigos, de atesorar el cariño hacia sus hermanos -aunque se vean poco, y dos de ellos también hayan sido padres-, de agradecerle a sus padres todo lo que han hecho por él –con sus aciertos y sus errores-, de ejercer con su título profesional y poder vivir de eso –algo que hasta hace unos años no le parecía muy tangible-, además de todo eso tiene una familia que adora, una hija que lo enternece como nadie pero que también lo saca de quicio, una mujer a la que considera un par y en quien confía plenamente.
El, de alguna forma, ha dejado de ser hijo y se ha convertido en hombre. Y la evocación de las hortensias se lo recuerda de manera inexorable.
-Vamos a volar…¡en tren! -, grita ella, agitando los brazos, dando emocionados saltitos a su lado.
-Si, hijita -, murmura él, mirando hacia el futuro. –Vamos a volar…



*De ALDIMA. licaldima@yahoo.com.ar
Marzo de 2001












Sin pies ni cabeza*



Es 4 de abril. Fecha del cumpleaños de mi padre.
Lo recuerdo bajo el nogal que él planto hace muchos años. Hoy comienzo a cosechar las nueces que el árbol da todos los años durante los días cercanos a su cumpleaños.
Me parece escuchar su voz cuando decía a quien quisiera oírlo:
"Hombre avisado, medio salvado".
Sin embargo tengo la certeza de haber desoído advertencias una y otra vez durante mi vida.




*

El que no tiene cabeza tiene pies -decía mi abuela materna.

Fue con la fractura de tobillo cuando me di cuenta que antes no tenia cabeza para pensar mis cuestiones y que -por largos meses- tampoco tendría pies para andar.
Sin ninguna ocurrencia razonable para mejorar las cosas intentaba leer.
Había tenido el libro de Felisberto Hernández en un estante durante 30 ó más años.
Al comenzar la lectura de Las Hortensias -que tiene prólogo de Julio Cortázar- sentí agotamiento.
El cuento era demasiado terrible para mi situación de fragilidad física y anímica.
Quise distraerme con la televisión, pero me parece que el resultado fue peor aun.
Puse el canal Crónica TV. Era la hora del programa de Anabela Ascar: "Hechos y protagonistas" no estaban ni el "Hombre hormiga" ni un cantante perdido en el túnel del tiempo.
Ese día llevaba a su programa a un imitador de López Rega.
Había colocado un ataúd en una larga mesa armada con caballetes. Luego presentó a una mujer que a su vez imitaba a Isabel Martínez. (Era idéntica con el pelo tirado hacia atrás y elevado en un frontón).
El falso López Rega hizo que la falsa Isabel se acueste sobre la mesa para hacer su representación. La cabeza estaba tocando a la cabeza oculta en el ataúd. Se apagan las luces. Un par de reflectores iluminabann el rostro de la Isabelita.
El falso brujo hizo maniobras con sus manos en el aire. Hablaba con un lenguaje que nadie podría traducir.
Anabela puso la cara de Anabela. López Rega dijo que había logrado trasferir a su Isabel el alma de Evita.
Anabela le pidío al falso Lopecito que abra el ataúd, este ensayó una fingida resistencia pero enseguida la cámara mostro una muñeca de tamaño humano con el rostro de lejanamente parecido a la Evita de la foto que luce esa sonrisa enorme y su pelo atado con rodete.
Me sobresalté. Son rostros de Hortensias. -Pensé.
Iluminación o delirio bien propio, pude ver que López Rega era un digno y verdadero protagonista del cuento de Felisberto cuando detrás de un cortinado le soplaba palabras que la Isabel - Hortensia debía decir al aire en sus discursos televisados.
Me extraño un poco que la imagen de Crónica TV fuese en blanco y negro.

Recordé mi mano sujetando el crayón rojo -era madrugada y la neblina no dejaba ver demasiado- cuando escribí sobre un paredón blanco "Isabel títere fascista".



*

Deje pasar varios días e intente con otro cuento, pero la primera frase también me llevo lejos: "Úrsula era callada como una vaca"
Esto me impulso a leer el folleto que me había traído el tío Lito de un establecimiento rural, se lo dieron en uno de sus paseos en tren para derrotar a la soledad de los domingos (cuando no haya lluvia que lo detenga en su casa).


Establecimiento "Las Hortensias"
Huerta orgánica. Granja ecológica. Espacio de reflexión.
Estación Hortensia. Provincia de Buenos Aires. Argentina

Somos un espacio ecléctico que reúne en un ambiente rural:
Una huerta orgánica. Una granja modelo. Un hostal para visitantes con actividades al aire libre y ciclos de intercambio. Un espacio natural donde se programan encuentros para la reflexión de las cuestiones humanas. En su programa 2011 las reuniones se aplicaran al pensamiento sobre la histeria. En una época donde lo lábil domina los afectos.

-Que bien me vendrían uno días de recreación y pensamiento, bien lejos de mis problemas.
-Me dije con una sonrisa, antes de seguir leyendo:

Elegimos la producción ecológica para cultivar vegetales, frutas y aromáticas. Con métodos de “agricultura orgánica” mantenemos la fertilidad del suelo y su diversidad biológica. No utilizamos sustancias artificiales, químicos, pesticidas o elementos contaminantes.
En nuestros eventos no se permite la utilización de celulares ni existe la contaminación generada por televisores (....)


*


Entonces pude verme con Eleonora leyendo en fotocopia un texto de Pitirim Sorokin, nos reímos como niños con el nombre y apellido del intelectual ruso. Eleonora dejo su legado en mi memoria con una advertencia dicha como al pasar en una única frase. "vos sos pasto para la histéricas".
En el momento me pareció una rareza surgida de una desconocida con la que no tendría otra relación que la de estudiar una materia para la facultad.
Pero, con el tiempo esas palabras fueron madurando y creciendo, ganando espacio como una verdad revelada tardíamente.
Años después ubicarla. Tenía el teléfono de la casa de sus padres y ellos me contaron que tiempo después de recibirse dejo de militar en el Partido Obrero y abrazo una causa distinta: decidió quedarse a vivir en Tailandia trabajando en un programa que intenta preservar y rescatar a los orangutanes de la brutalidad de la sociedad. Podría haber intentado pedir una dirección postal para escribirle, pero enseguida desistí, supuse que no solo no recordaría su frase genial ni a quien estaba destinada sino que mi actitud de comunicarme con el objetivo de preguntar sobre esto seria francamente ridícula.
Pensé en los espejos a los que teme el protagonista de las Hortensias. En espejo del tiempo que se refleja en uno y en cada cual. En el espejo de los otros pueden dar -hasta involuntariamente- al patetismo propio.



*

Estación Hortensia. 315 Km. de Puente Alsina.

Vuelvo una y otra vez a intentar sin éxito concluir la lectura de "Las Hortensias".
Sigo siendo una persona que busca su lugar en el mundo; que necesita escribir pero debe vencer en cada palabra la inmovilidad. La parálisis de la angustia.

Sin encontrar las respuestas que necesito, al menos me distraigo unos días en este club de campo que brinda a quien lo necesite un buen "pastoreo" reflexivo sobre el tema de la histeria.



*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com






PRESENCIA DE ABRIL*


Las hojas nunca repiten el otoño.
Se renueva la experiencia
de caer silenciosas
sobre su asombro y el mío.
No parece cierto que antes haya sucedido
será que hoy descubro
en cada árbol un sol encendido
que se inmola con la serena postura
de alguien que ha llegado a destino.


No hay palabras que describan
estas calles que caminamos juntos.
Están maduras de esperas, mullidas, rojizas...
Desmenuzo los recuerdos hasta hacerlos
polvo dorado sobre el alma en armonía.


Las hojas nunca repiten el otoño.
Lo hacen nuevo cada vez, como
si nunca antes hubiera sucedido.
Y yo no sé con qué palabras
hacerlo como ellas.

Acaso sean necesarios otra vez
nuestros pasos en la calle atardecida.


*De Miryam Seia. miryamseia@cablenet.com.ar









EL CAMAROTE OCUPADO*


-Sexta y última parte-



Un crujido de madera antigua, el chasquido de una cerradura al romperse, una puerta que se abre de par en par y la violenta aparición de un hombre dentro del camarote fueron los elementos que desgarraron aquel momento de intensa sensorialidad femenina. ¿E incluso masculina?
Ernesto cayó sobre su costado izquierdo con un quejido de dolor, bañado por el foco del pasillo a sus espaldas. El chorro de luz horadó la semipenumbra del camarote, revelando la intimidad de una imagen en extremo obscena y excitante. Las protagonistas chillaron ante la sorpresa, deteniéndose en el acto.
Los tres parpadearon incrédulos. Ernesto, conmocionado ante la visión de un par de mujeres semidesnudas, sólo luego de un par de segundos de estupor reconoció a la estudiante de Psicología, sin sus gruesos anteojos, yaciendo boca arriba sobre el suelo de goma, y a la mentada pasajera del camarote, con quien él pretendiese un acercamiento galante durante su breve paso por el vagón comedor, recostada encima de la chica. Lorena, por su parte, mientras lo contemplaba con mirada asesina, identificó al estúpido barman que había intentado seducirla en vano hacía ya tanto tiempo –quizá en algún otro viaje……u otra vida-, inventando absurdas historias de fantasmas. Y Claudia, desconocida como amante bisexual, se desconcertó ante la visión de aquella libidinosa mujer que yacía encima de ella, oprimiéndole los pechos contra los suyos, maldiciendo casi al unísono al intempestivo visitante.
Otra violenta corriente de aire helado se abatió sobre ellas, alcanzándolo a Ernesto sobre el rostro, quien volvió la mirada hacia el rincón de donde procedía la ventolina, aunque no llegase a tiempo a registrar certeramente lo que veía.
Un furioso sopapo se abatió de revés sobre él, sumado a un agudo e irascible chillido. Ernesto, reaccionando mediante un acto reflejo, se apartó de costado, rodando sobre el piso en dirección contraria, hacia la pared. Una amenazante figura se incorporó detrás suyo, y sin dejar de chillar, se abalanzó sobre su espalda, arreciando con una salvaje descarga de golpes.
-¡Tómatelas, hijo de puta!!! -, aullaba Lorena, pegándole sin cesar. -¡Dejame tranquila de una buena vez!!! ¿No tuviste suficiente con cagarme la vida mientras vivíamos juntos??? ¡Andate, la puta que te parió!!! ¡Aaan-daaaaa-teeeeeee!!!!
Ernesto giró nuevamente y la enfrentó, enmudecido ante la sorpresa o el absurdo. Intentó aferrarle los brazos para que dejase de golpearlo, pero le resultaba imposible; apenas si podía desviar los sopapos y trompadas, evitando que lo desfigurase. Claudia se incorporó, desconociéndose una vez más, quizá recordando el efecto de la cámara lenta en el cine, y se lanzó sobre la espalda de Lorena, atajando sus brazos por detrás, aunque sin lograr detenerla.
-¡Basta, basta! ¡Dejalo! -, imploraba la chica a medio vestir, deseando muy dentro suyo que aquella mujer volviese a estimularla como hasta hacía apenas unos segundos, regresando a la misteriosa burbuja autista de placer en la que la había sumergido al encerrarse juntas dentro del camarote.
Lorena se sentía ajena a sí misma. ¿Por qué le resultaba tan extraña su propia voz, como si se hubiera vuelto más grave……más parecida a la de un hombre? ¿Y de dónde extraía semejante fuerza, capaz de azotar a este tipo y dejarlo fuera de combate? Además, ¿quién era este fulano? El boludo del barman, claro, ……aunque un secreto pensamiento le decía que lo conocía de algún otro lugar, de otra época, de un momento afectivo diferente… ¿Sergio? La sola aparición de aquel nombre dentro de su cabeza la hizo enfurecer aún más.
El viento a su alrededor, agorero y siniestro, no dejaba de silbar…
Aún excitada, Claudia quería retenerla cerca del catre, lejos del empleado ferroviario, pero la pasajera del camarote era demasiado fuerte para ella. Lorena, poseída por una misteriosa fuerza que la impulsaba hacia delante, arreciaba contra Ernesto, quien a duras penas conseguía evitar que le rompieran la nariz.
Y entonces, por entre el griterío, los golpes y el escalofrío del viento, una decidida voz los inmovilizó, congelando la escena.
-¡Deténganse todos!!! ¡Atrás, íncubo maldito!!! ¡Vete de aquí!!! ¡Dios es mi Salvador y mi escudo!!! ¡Y aunque camine por el Valle de las Lágrimas y me enfrente a la Iniquidad, jamás temeré, porque sé que Él está de mi lado!!!
Los tres volvieron la cabeza hacia la puerta abierta. La desaforada imagen de Heriberto Fort, emergido de una alucinada estampa bíblica, empuñando la cruz de plata en alto como si se tratase de una espada flamígera, les causó una impresión tan sorprendente por su inmediatez como grotesca en su contenido.
Nadie supo muy bien qué hacer o decir. Hasta que la silenciosa tensión en el ambiente, apenas contorneada por el silbido del viento, fue desgarrada por una sonora carcajada. Lorena reía a mandíbula batiente, incapaz de comprender semejante aparición. ¿A quién quería derrotar este santurrón?
-¡No teman!!! -, arreció Heriberto, su pie derecho recargando el peso del cuerpo hacia delante, el puño firme y en alto, la mirada llameante. -¡Combatiré a esta súcuba hasta el último aliento!!! ¡Exorcisaré a la pérfida criatura, mitad hombre y mitad mujer, y recuperaremos para el rebaño a esta abandonada hija de Dios!!!
Lorena comenzó gradualmente a contener la risa, mientras Ernesto y Claudia la contemplaban sin saber qué hacer. Entonces la mujer se puso de pie de un salto, apenas vestida por una remera que le colgaba del cuello y un par de soquetes oscuros, y enfrentó al seminarista.
-¿Y vos de dónde carajo saliste, pelotudo? ¡Sos peor que cualquier otro hombre, más reprimido y más puto!!! ¡Tómatelas o te fajo a vos también!!! ¡Y te enrosco brazos y piernas con esa sotana de mierda, para después meterte la cruz bien en el culo, donde debería estar!!!

-¡No la oigan!!! -, chilló Heriberto, capturado por su personaje, impostando la voz como si se encontrase representando una épica ópera de Wagner. -¡Quiere confundirnos a todos con su malignidad!!! ¡Aléjensé!!! ¡Podré solo contra ella, con la divina ayuda del Señor, mi guía y mi pastor!!!

Una silueta apareció de improviso detrás del seminarista.
-Pero… -, balbuceó Fernando Suárez, el guarda. -¿Me pueden explicar qué está pasando? ¡Señorita, ubíquese y hága el favor de vestirse, que éste no es un tren nudista! Los pasajeros vuelvan a sus asientos, que ya estamos por arribar a la Estación Hortensia. ¡Y vos, Ernesto, ¿qué hacés ahí tirado?! ¡Levantate de una buena vez, que Gorriarán está como loco y quiere verte enseguida en el vagón comedor!
-¡Basta! -, protestó Claudia, volviendo a hilvanar sus extraviados pensamientos, habiendo perdido con tantas interrupciones, muy a su pesar y quizá definitivamente, aquella novedosa sensación erógena causada por otra persona de su mismo sexo. -¿No se dan cuenta de que esta mujer está mal y necesita ayuda de inmediato?
-¡Sí!!! –bramó Heriberto. -¡Yo, en mi carácter de abnegado Soldado de la Fé, seré el encargado de librarla para siempre de Todo Mal!!! ¡Refúgiate en Cristo, pecadora!!!
-Pero…, ¡si serás necio!!! -, estalló Claudia, colmada por la irritación. -¡Acá hace falta medicación, administrada por un psiquiatra!!! Y después, un buen tratamiento psicológico. ¡Nada de delirios místicos!
Lorena, sin mirar ni escuchar a nadie en particular, volvió a estallar en carcajadas, ante el estupor e indignación de Fernando, azorado ante su impúdica desnudez. Ernesto consiguió ponerse en cuclillas, para luego incorporarse lentamente, sin que nadie reparase en sus movimientos. Y estaba a punto de abalanzarse sobre Lorena y apresarla por detrás, poniendo un poco de orden a semejante descontrol, cuando otra enigmática silueta apartó a Fernando hacia un costado e ingresó en el camarote, con andar cansino pero majestuoso, enmudeciendo con su sola presencia al seminarista, quien se volvió sorprendido para contemplarlo. Desconcentrado, el seminarista bajó su brazo exorcisante, deponiendo el poder de la cruz.


El recién llegado vestía por única prenda un enorme poncho de cuero salvaje, calzado con ojotas y luciendo una vincha descolorida que le cruzaba la frente y alejaba de su rostro una extensa y tupida cabellera negra. De rasgos inconfundiblemente aindiados y untado con brillantes tintas vegetales que le cruzaban las facciones, parecía haberse fugado de alguna otra dimensión temporal, como si su presencia allí no cuadrase en absoluto.
-¡Todos quietos! -, les ordenó, con voz grave y pausada, sin necesidad de gritar, al tiempo que extraía debajo de su poncho una serie de diversos y extraños amuletos confeccionados con huesos de animales, entre los cuales comenzó a agitar uno de aspecto atemorizante, casi fálico, parecido a una maraca. –Las señales fueron inequívocas durante los últimos días. Los vientres de los terneros sacrificados y los mensajes de los huesos esparcidos sobre la tierra habían repetido lo mismo, una y otra vez. El espíritu ha vuelto, con la misma sed de sangre de siempre, dispuesto a asesinar a nuestros hombres y vejar sin piedad no sólo a nuestras mujeres, sino también a las de Uds. Por eso -, y esparció a izquierda y derecha (¿babor y estribor? … la trochita angosta oscila con “vaivén de barco” al desplazarse sobre rieles tan estrechos) unos polvillos de colores sobre el suelo de goma del camarote, -ungido como el último médico brujo de los tehuelches, declaro a éste como lugar sagrado, imposible de ser mancillado por el paso de cualquier espíritu que no pertenezca a nuestra tierra. ¡Aléjate de aquí, verdugo cruel de mis gloriosos antepasados! ¡Abandona estos terrenos, que reclamo orgulloso en nombre de mi pueblo!
La ráfaga de viento volvió a arreciar al término del discurso. El estupor de los presentes no se retraía en lo más mínimo. Nadie supo cómo actuar, hasta que el guarda, como autoridad del ferrocarril, emergiendo del mismo letargo que inmovilizaba a todos, protestó:
-¡No me diga que viene a exorcizar un fantasma! ¡Vamos, hombre, déjese de joder! ¡A usted lo mandó el escandaloso ése de la televisión, el Marcelo Tinelli! ¿Cuánto le pagó para armar esta patraña? ¿Dónde lleva la cámara oculta? ¿Entre medio de toda esa pelambre?
-Los aborígenes están cada día más aculturados -, reflexionó Claudia en voz baja, -despersonalizados por los mass-media…

-¡Es la pérfida acción del demonio! -, sentenció Heriberto. –Esto ocurre porque nadie se ha tomado en serio la misión evangelizadora de los infieles. ¡Pero eso cambiará en este nueva era que se inicia! -, y volvió a empuñar en alto la cruz de plata. -¡Volveremos a Cristo!!!


-¡No se burlen! -, exclamó el médico brujo, sin apartarse un ápice de su misteriosa y específica tarea, arrojando un poco más de sus polvitos de colores, haciendo sonar su fálica maraca de hueso, y defendiendo su vapuleada dignidad en contra del vulgar prejuicio occidental que los catalogaba como “pueblo oprimido”. –El ánima de ese cruel asesino vaga insepulta entre Uds. desde hace muchísimo tiempo, y ninguno ha sido capaz de evitar que su figura fatal atormentara a nuestros hijos por las noches. ¡Yo te convoco, entonces, General Julio Argentino Roca, a ser desterrado para siempre, y que acabes de una vez con ese martirio que nos acosa desde hace más de un siglo!


-¡Frígidos de mierda! -, estalló Lorena, temblando de furiosa calentura. -¡Hombres tenían que ser!

-Están todos borrachos… -, masculló Ernesto, incapaz de eludir la incredulidad, sin saber si ponerse a reír o a llorar a raíz de semejante absurdo. -¿Qué carajo está pasando en este camarote?
Una nueva ventolina se abatió sobre ellos, y por un instante se escuchó como si la ráfaga helada sonase al estilo de una maléfica risa de ultratumba. Entonces Ernesto, acopiando lo poco que aún le restaba de valor, giró la cabeza hacia aquel rincón del camarote donde creía que se originaba la misteriosa irrupción de aire helado. Una abrupta comprensión lo abofeteó de lleno, insultando su inteligencia, sintiéndose de inmediato el boludo más grande que pisase alguna vez un tren provincial de larga distancia. Por lo que exclamó a viva voz, indignado y herido en su más profunda autoestima:
-¡A ver si se dejan todos de joder y vuelve cada uno a lo que estaba haciendo! ¡Que bastante hinchadas las pelotas tengo por esta noche!
Y habiendo captado la atención del resto de los ocupantes del lugar, señaló con su dedo índice, para que no quedase lugar a dudas, hacia la pared opuesta a la puerta del camarote, donde nadie parecía haber reparado en un detalle tan cotidiano como banal.
Todos giraron sus cabezas, probablemente sin sorprenderse por nada de lo que pudiesen contemplar a esta altura de los acontecimientos, para descubrir que la antigua y elegante ventanilla de cristal biselado del vagón camarote, quién sabe durante cuánto tiempo, había quedado abierta…




*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
-Capítulos anteriores en http://inventren.blogspot.com/







DILEMA*


Muchas manos
Ayudan a una multitud de gente.
Una mano que aprieta,
Define el grado de nuestra conciencia,
O quizás revela el lugar que tomaremos
El día que cambie el rumbo definitivo
De la historia.
Cada dìa es una lucha,
Es la preparación previa al enfrentamiento
Inevitable cuenta regresiva,
Que ansío con ganas verla
En vida,
Pero es como la espera
De lo que nunca sucederá.
Me aferro a la fe ciega
De un instante
Donde todos
Nos parecemos a todo,
Y la crueldad vil
De quien selló
Mi jerarquía,
Sea sentenciado
Al mar de azufre
Que alguna vez
Leimos en nuestra niñez,
Solo que ahora
Ya no somos tan niños.


*De Daniela Wallffiguer. danielawallffiguer@gmail.com





Tren*



El tren era el de todos los días a la tardecita, pero venía moroso, como sensible al paisaje.
Yo iba a comprar algo por encargo de mi madre.
Era suave el momento, como si el rodar fuera cariño en los lúbricos rieles.
Subí, y me puse a atrapar el recuerdo más antiguo, el primero de mi vida. El tren se retardaba tanto que encontré en mi memoria un olor maternal: leche calentada, alcohol encendido. Esto hasta la primera parada: Haedo. Después recordé mis juegos pueriles y ya iba hacia la adolescencia, cuando Ramos
Mejía me ofreció una calle sombrosa y romántica, con su niña dispuesta al noviazgo. Allí mismo me casé, después de visitar y conocer a sus padres y al patio de su casa, casi andaluz. Ya salíamos de la iglesia del pueblo, cuando oí tocar la campana; el tren proseguía el viaje. Me despedí y, como soy muy ágil, lo alcancé. Fui a dar a Ciudadela, donde mis esfuerzos querían horadar un pasado quizá imposible de resucitar en el recuerdo.
El jefe de estación, que era amigo, acudió para decirme que aguardara buenas nuevas, pues mi esposa me enviaba un telegrama anunciándolas. Yo pugnaba por encontrar un terror infantil (pues los tuve), que fuera anterior al recuerdo de la leche calentada y del alcohol. En eso llegamos a Liniers.
Allí, en esa parada tan abundante en tiempo presente, que ofrece el ferrocarril Oeste, pude ser alcanzado por mi esposa que traía los mellizos vestidos con ropas caseras. Bajamos y, en una de las resplandecientes tiendas que tiene Liniers, los proveímos de ropas standard pero elegantes, y
también de buenas carteras de escolares y libros. En seguida alcanzamos el mismo tren en que íbamos y que se había demorado mucho, porque antes había otro tren descargando leche. Mi mujer se quedó en Liniers, pero, ya en el tren, gustaba de ver a mis hijos tan floridos y robustos hablando de foot-ball y haciendo los chistes que la juventud cree inaugurar. Pero en Flores me aguardaba lo inconcebible; una demora por un choque con vagones y un accidente en un paso a nivel. El jefe de la estación de Liniers, que me conocía, se puso en comunicación telegráfica con el de Flores. Me anunciaban malas noticias. Mi mujer había muerto, y el cortejo fúnebre trataría de alcanzar el tren que estaba detenido en esta última estación. Me bajé atribulado, sin poder enterar de nada a mis hijos, a quienes había mandado
adelante para que bajaran en Caballito, donde estaba la escuela.
En compañia de unos parientes y allegados, enterramos a mi mujer en el cementerio de Flores, y una sencilla cruz de hierro nombra e indica el lugar de su detención invisible. Cuando volvimos a Flores, todavía encontramos el tren que nos acompañara en tan felices y aciagas andanzas. Me despedí en el
Once de mis parientes políticos y, pensando en mis pobres chicos huérfanos y en mi esposa difunta, fui como un sonánbulo a la "Compañia de Seguros", donde trabajaba. No encontré el lugar.
Preguntando a los más ancianos de las inmediaciones, me enteré que habían demolido hacía tiempo la casa de la "Compañia de Seguros". En su lugar se erigía un edificio de veinticinco pisos. Me dijeron que era un ministerio donde todo era inseguridad, desde los empleos hasta los decretos. Me metí en un ascensor y, ya en el piso veinticinco, busqué furioso una ventana y me arrojé a la calle. Fui a dar al follaje de un árbol coposo, de hojas y ramas como de higuera algodonada. Mi carne, que ya se iba a estrellar, se dispersó en recuerdos. La bandada de recuerdos, junto con mi cuerpo, llegó hasta mi madre. "¿A que no recordaste lo que te encargué?", dijo mi madre, al tiempo que hacía un ademán de amenaza cómica: "Tienes cabeza de pájaro"


*de Santiago Dabove, incluido en "La muerte y su traje".
Buenos Aires, Alcántara. Edición de 1961. (págs 137-138)




*

Inventren Próxima estación: ORDOQUI



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El Inventren sigue su recorrido por las siguientes estaciones:

CORBETT.

SANTOS UNZUÉ. MOREA. ORTIZ DE ROSAS. ARAUJO.

BAUDRIX. EMITA. INDACOCHEA.

LA RICA. SAN SEBASTIÁN. J.J. ALMEYRA.

INGENIERO WILLIAMS. GONZÁLEZ RISOS. PARADA KM 79.

ENRIQUE FYNN. PLOMER. KM. 55.

ELÍAS ROMERO. KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD. MERLO GÓMEZ. RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA. JUSTO VILLEGAS. JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. ALDO BONZI. KM 12.

LA SALADA. INGENIERO BUDGE. VILLA FIORITO.

VILLA CARAZA. VILLA DIAMANTE. PUENTE ALSINA.

INTERCAMBIO MIDLAND.


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Inventiva Social publica colaboraciones bajo un principio de intercambio: la libertad de escribir y leer a cambio de la libertad de publicar o no cada escrito. los escritos recibidos no tienen fecha cierta de publicación, y se editan bajo ejes temáticos creados por el editor.

Las opiniones firmadas son responsabilidad de los autores y su publicación en Inventiva Social no implica refrendar dichos, datos ni juicios de valor emitidos.

La protección de los derechos de autor, o resguardo del copyrigt de cada obra queda a cargo de cada autor.

Inventiva social recopila y edita para su difusión virtual textos literarias que cada colaborador desea compartir.
Inventiva Social no puede asegurar la originalidad ni autoria de obras recibidas.

Respuesta a preguntas frecuentes

Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.

Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.

Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.

Es gratuito publicar ?
En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de cada escrito es un intercambio de libertades entre escritor y editor. cada escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo ni formato.

Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?
Sus socios lectores remuneran con el pago de una cuota anual el tiempo de trabajo del editor.

Cómo ayudar a la tarea de Inventiva Social?
Difundiendo boca a boca (o mail a mail ) este espacio de cooperación y sus propuestas de escritura.

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