sábado, abril 30, 2011

COMO UN SILENCIO OSCURO SOBRE AGUAS NEGRAS...



*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu


PRESAGIO*


Apiñada
entre tablas
se acopla
La mirada
mansa
Es
llena de vida
que sucumbe
El hombre aguijonea
Con premura
los colores
Estéril es la entrega
Masacran

Y el suplicio.



*De Ana Romano romano.ana2010@gmail.com








TARDÍO LLANTO POR LALO REYES*



*Por Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar



Un corto tiempo la familia Reyes vivió en la casa que había sido de Falconeri Díaz, casado con una chica de apellido Peiretti, quienes se mudaron a Venado Tuerto. Este Falconeri fue un entusiasta de Huracán F.B.C., primero como número tres de la reserva y luego ya en el equipo técnico. En las últimas fotos está su cara morena, de fino bigotito, modelo año cincuenta, con un pullöver viejo al que le había cosido una M inmensa, de género: masajista, querría decir.
Esa casa estaba (y está) enfrente de los Míguez, entre la casa de “Chacona” Molina y la de Dergin Gúbero, apodado “El Negro”, en el centro mismo del barrio “El Jazmín”.
Dije que los Reyes vivieron poco tiempo en el barrio. Eran tamberos, y el matrimonio tenía cuatro hijos: algo mayores que yo , a uno le decían “Canario” y era muy simpático, el segundo era crespito, alto, espigado y jugaba en la quinta división de Huracán, otro se llamaba Omar. El menor al que le decían “Lalo” tenía un par de años menos que yo, pero era el que se había adaptado perfectamente a la barra sin perderse travesura o partido. Era moreno y flaco, y cuando alguien por alguna razón le ofrecía con enfática generosidad unas trompadas, él, el “Lalo”, se ponía lacónico e invariablemente decía: -capaz, nomás…- y escupía por el costado la saliva que le salía de entre los incisivos y caía como un pequeño proyectil sobre la calle polvorienta donde andábamos descalzos, a pesar de las altas temperaturas durante todo el verano.
Lo cierto es que al menos por un verano (o tal vez dos) “Lalo” se acercó a la barrita que maquinaba juegos donde las preguntas no contaban, pero sí la inventiva mechada tal vez de alguna travesura inocente. Me gustaría recordarlo como un chico hábil con la pelota, pero sólo me queda en las retinas su entusiasmo y su cuello traspirado que se secaba con un pañuelo que había mudado del blanco pudoroso al color que más se asemejaba a la mugre del polvillo que flotaba sobre los seres y las cosas en esa beatitud lánguida de los primeros tiempos de nuestras vidas.
Ese verano en que los Reyes fueron nuestros vecinos fue el último en que arreciaron las nubes de mariposas blancas y amarillas, aunque la gente entendida dice que los cultivos y uso de los químicos mató la floración circundante y las mariposas murieron para siempre y las abejas se fueron alejando de los pueblos y buscaron en los campos más hondos el alimento con el que pudieran sobrevivir, pero entonces las colmenas se fueron alejando de las poblaciones y en ese alejamiento también –como no podía ser de otro modo- nosotros perdimos la oportunidad de que algún vecino apicultor nos diera prueba de buena fe y de vez en cuando se acercara con un frasquito en esa cortada donde gozábamos la piel gastada del planeta y nos convidara con la advertencia que sólo era para probar. Cosa que hacíamos, con angurria, metiendo los dedos sucios en el frasco para servirnos – si la miel era sólida- o bebiéndola como un licor si era líquida.
Lo de las mariposas sí que es más extraño y yo lo vinculo con “Lalo” Reyes, porque es probable que haya sido un anuncio, una señal que no entendimos nosotros, los que en ese tiempo éramos chicos. Pero tampoco los mayores lo tomaron en cuenta y sólo tal vez se hayan percatado cuando era demasiado tarde para todo, salvo para las lágrimas, que liberan el alma y mitigan el dolor, pero tampoco sirven demasiado.
Mientras tanto él, “Lalo” jugaba con nosotros, iba a la “ciento cincuenta y seis”, que era nuestra escuela, se mezclaba en los picados de los recreos con todos nosotros, en ese lugar que sigue igual, casi con la misma gramilla y con seguridad debajo de las sombras de las mismas moreras y los mismos plátanos, en especial ese inmenso, que tres hombres no abrazan y donde Marcos, el portero, había colgado una campana para abrir y cerrar los recreos como si fueran dos o tres campanadas que abrían al aire la libertad nuestra y luego la cercenara de un bandazo, cuando había que volver a clase.
Casi como cuando en los días patrios desde ese mismo lugar se soltaban tres palomas mensajeras y comenzaban a volar bajo, esquivando los árboles, hasta que ya merodeando el aire libre de la placita Sarmiento, embocaban hacia la mansedumbre azul del “cielo esplendoroso” tal como cuenta aquella canción de nuestra infancia. A propósito: ¿Qué mensajes llevaban esas palomas y a quién iban dirigidos? Ahora caigo en cuenta que nunca lo supe ni nunca me lo pregunté, hasta hoy. Tampoco queda nadie para inquirir sobre tema tan profundo, que tal vez por lo profundo, que tal vez por la propia importancia que tenían o le dábamos nunca nos atrevimos a preguntar.
A “Lalo” Reyes lo mataron lejos de mi pueblo, en algún lugar donde se desarrollaban espectáculos de juegos o tal vez fuera en una fiesta. (Cancha de cuadreras, reñideros de gallos, un bailongo broncoso y rasca).
A “Lalo Reyes lo mataron cuando apenas pasaba los veinte años, una década después en que nos reuníamos en esa cortada de gramillas a jugar a las bolitas, carrera de caballos, reñidero de gallos, alguna perdida cancha de fútbol, no sé. Las versiones son diferentes, la hacen coincidir y otra no, es más, se contradicen.
En el mismo sitio en que están contestes es en su inocencia, en la casualidad que eligió para esos cuatros tiros que eran para otro, el cuerpo de nuestro breve amigo “Lalo” Reyes, quien casi con seguridad habrá abierto esos ojos grandes y habrá pensado para sí: capaz nomás… pero no habría podido encogerse de hombres porque la muerte lo tomó de sorpresa.
En otra cosa en que todos coinciden es que esa tarde, ese lugar siniestro se llenó de una nube de mariposas blancas y amarillas. También dicen que con ellas iban muchas vestidas de riguroso negro que se posaron sobre su pelo hirsuto y rebelde para siempre.






LAS HORTENSIAS*


(Parte 9 de 10)



*De Felisberto Hernández.




IX


María creyó en la desilusión definitiva de Horacio por sus muñecas y los dos se entregaron a las costumbres felices de antes. Los primeros días pudieron soportar los recuerdos de Hortensia; pero después hacían silencios inesperados y cada uno sabía en quien pensaba el otro. Una mañana, paseando por el jardín, María se detuvo frente al árbol en que había puesto a Hortensia para sorprender a Horacio; después recordó la leyenda de los vecinos; y al pensar que realmente ella había matado a Hortensia, se puso a llorar. Cuando vino Horacio y le preguntó qué tenía, ella no le quiso decir y guardó un silencio hostil. Entonces él pensó que María, sola, con los brazos cruzados y sin Hortensia, desmerecía mucho. Una tarde, al oscurecer, él estaba sentado en la salita; tenía mucha angustia de pensar que por culpa de él no tenían a Hortensia y poco a poco se había sentido invadido por el remordimiento. Y de pronto se dio cuenta de que en la sala había un gato negro. Se puso de pie, irritado, y ya iba a preguntar a Alex cómo lo habían dejado entrar, cuando apareció María y le dijo que ella lo había traído. Estaba contenta y mientras abrazaba a su marido le contó cómo lo había conseguido. Él, al verla tan feliz, no la quiso contrariar; pero sintió antipatía por aquel animal que se había acercado a él tan sigilosamente en instantes en que a él lo invadía el remordimiento. Y a los pocos días aquel animalito fue también el gato de la discordia. María lo acostumbró a ir a la cama y echarse encima de las cobijas. Horacio esperaba que María se durmiera; entonces producía, debajo de las cobijas, un terremoto que obligaba al gato a salir de allí. Una noche María se despertó en uno de esos instantes:
-¡Fuiste tú que espantaste al gato?
-No sé.
María rezongaba y defendía al gato. Una noche, después de cenar, Horacio fue al salón a tocar el piano. Había suspendido, desde hacía unos días, las escenas de las vitrinas y contra su costumbre había dejado las muñecas en la oscuridad -sólo las acompañaba el ruido de las máquinas-. Horacio encendió una portátil de pie colocada a un lado del piano y vio encima de la tapa los ojos del gato -su cuerpo se confundía con el color del piano-. Entonces, sorprendido desagradablemente, lo echó de mala manera. El gato saltó y fue hacia la salita; Horacio lo siguió corriendo, pero el animalito, encontrando cerrada la puerta que daba al patio, empezó a saltar y desgarró las cortinas de la puerta; una de ellas cayó al suelo; María la vio desde el comedor y vino corriendo. Dijo palabras fuertes; y las últimas fueron:
-Me obligaste a deshacer a Hortensia y ahora querrás que mate al gato.
Horacio tomó el sombrero y salió a caminar. Pensaba que María, si lo había perdonado -en el momento de la reconciliación le había dicho: "Te quiero porque eres loco"- ahora no tenía derecho a decirle todo aquello y echarle en cara la muerte de Hortensia; ya tenía bastante castigo en lo que María desmerecía sin la muñeca; el gato, en vez de darle encanto la hacía vulgar. Al salir, él vio que ella se había puesto a llorar; entonces pensó: "Bueno, ahora que se quede ella con el gato del remordimiento". Pero al mismo tiempo sentía el malestar de saber que los remordimientos de ella no eran nada comparados con los de él; y que si ella no le sabía dar ilusión, él, por su parte, se abandonaba a la costumbre de que ella le lavara las culpas. Y todavía, un poco antes que él muriera, ella sería la única que lo acompañaría en la desesperación desconocida -y casi con seguridad cobarde- que tendría en los últimos días o instantes. Tal vez muriera sin darse cuenta: todavía no había pensado bien en qué sería peor.
Al llegar a una esquina se detuvo a esperar el momento en que pudiera poner atención en la calle para evitar que lo pisara un vehículo. Caminó mucho rato por calles oscuras; y de pronto despertó de sus pensamientos en el Parque de las Acacias y fue a sentarse a un banco. Mientras pensaba en su vida, dejó la mirada debajo de unos árboles y después siguió la sombra, que se arrastraba hasta llegar a las aguas de un lago. Allí se detuvo y vagamente pensó en su alma: era como un silencio oscuro sobre aguas negras; ese silencio tenía memoria y recordaba el ruido de las máquinas como si también fuera silencio: tal vez ese ruido hubiera sido de un vapor que cruzaba aguas que se confundían con la noche, y donde aparecían recuerdos de muñecas como restos de un naufragio. de pronto Horacio volvió a la realidad y vio levantarse de la sombra a una pareja; mientras ellos venían caminando en dirección a él, Horacio recordó que había besado a María, por primera vez, en la copa de una higuera; fue después de comerse los primeros higos y estuvieron a punto de caerse. La pareja pasó cerca de él, cruzó una calle estrecha y entró en una casita; había varias iguales y algunas tenían cartel de alquiler. Al volver a su casa se reconcilió con María; pero en un instante en que se quedó solo, en el salón de las vitrinas, pensó que podía alquilar una de las casitas del parque y llevar una Hortensia. Al otro día, a la hora del desayuno, le llamó la atención que el gato de María tuviera dos moñas verdes en la punta de las orejas. Su mujer le explicó que el boticario perforaba las orejas a todos los gatitos, a los pocos días de nacidos, con una de esas máquinas de agujerear papeles para poner en las carpetas. Esto hizo gracia a Horacio y lo encontró de buen augurio. Salió a la calle y le habló por teléfono a Facundo preguntándole cómo haría para distinguir, entre las muñecas de la tienda La Primavera, las que eran Hortensias. Facundo le dijo que en ese momento había una sola, cerca de la caja, y que tenía una sola caravana en una oreja. La casualidad de que hubiera una sola Hortensia en la tienda, le dio a horacio la idea de que estaba predestinada y se entregó a pensar en la recaída de su vicio como en una fatalidad voluptuosa. Hubiera podido tomar un tranvía; pero se le ocurrió que eso lo sacaría de sus ideas: prefirió ir caminando y pensar en cómo se distinguiría aquella muñeca entre las demás. Ahora él también se confundía entre la gente y también le daba placer esconderse entre la muchedumbre. Había animación porque era víspera de carnaval. La tienda quedaba más lejos de lo que él había calculado. Empezó a cansarse y a tener deseos de conocer, cuanto antes, la muñeca. Un niño apuntó con una corneta y le descargó en la cara un ruido atroz. Horacio, contrariado, empezó a sentir un presentimiento angustioso y pensó en dejar la visita para la tarde; pero al llegar a la tienda y ver otras muñecas, disfrazadas, en las vidrieras, se decidió a entrar. La Hortensia tenía un traje del Renacimiento color vino. Su pequeño antifaz parecía hacer más orgullosa su cabeza y Horacio sintió deseos de dominarla; pero apareció una vendedora que lo conocía, haciéndole una sonrisa con la mitad de la boca y Horacio se fue en seguida. A los pocos días ya había instalado la muñeca en una casita de Las Acacias. Una empleada de Facundo iba a las nueve de la noche, con una limpiadora, dos veces por semana; a las diez de la noche le ponía el agua caliente y se retiraba. Horacio vio reflejados en el vidrio los ojos de ella; brillaban en medio del color negro del antifaz y parecía que tuvieran pensamiento. Desde entonces se sentaba allí, ponía su mejilla junto a la de ella y cuando creía ver en el vidrio -el cuadro presentaba una caída de agua- que los ojos de ella tenían expresión de grandeza humillada, la besaba apasionadamente. Algunas noches cruzaba con ella el parque -parecía que anduviera con un espectro- y los dos se sentaban en un banco cerca de una fuente; pero de pronto él se daba cuenta que a Herminia se le enfriaba el agua y se apresuraba a llevarla de nuevo a la casita.
Al poco tiempo se hizo una gran exposición en la tienda La Primavera. Una vidriera inmensa ocupaba todo el último piso; estaba colocada en el centro del salón y el público desfilaba por los cuatro corredores que habían dejado entre la vitrina y las paredes. El éxito de público fue extraordinario. (Además de ver los trajes, la gente quería saber cuáles de entre las muñecas eran Hortensias.) La gran vitrina estaba dividida en dos secciones por un espejo que llegaba hasta el techo. En la sección que daba a la entrada, las muñecas representaban una vieja leyenda del país, La Mujer del Lago, y había sido interpretada por los mismos muchachos que trabajaban para Horacio. En medio de un bosque, donde había un lago, vivía una mujer joven. Todas las mañanas ella salía de su carpa y se iba a peinar a la orilla del lago; pero llevaba un espejo. (Algunos decían que lo ponía frente al lago para verse la nuca.) Una mañana, algunas damas de la alta sociedad después de una noche de fiesta, decidieron ir a visitar a la mujer solitaria; llegarían al amanecer, le preguntarían por qué vivía sola y le ofrecerían ayuda. En el instante de llegar, la mujer del lago se peinaba; vio por entre sus cabellos los trajes de las damas y cuando ellas estuvieron cerca les hizo una humilde cortesía. Pero apenas una de las damas inició las preguntas, ella se puso de pie y empezó a caminar siguiendo el borde del lago. Las damas, a su vez, pensando que la mujer les iba a contestar o a mostrar algún secreto, la siguieron. Pero la mujer solitaria sólo daba vueltas al lago seguida por las damas, sin decirles ni mostrarles nada. Entonces las damas se fueron enojadas; y en adelante la llamaron "la loca del lago". Por eso, en aquel país, si ven a alguien silencioso le dicen: "Se quedó dando la vuelta al lago".
Aquí, en la tienda La Primavera, la mujer del lago aparecía ante una mesa de tocador colocada a la orilla del agua. Vestía un peinador blanco bordado de hojas amarillas y el tocador estaba lleno de perfumes y otros objetos. Era el instante de la leyenda en que llegaban las damas en traje de fiesta de la noche anterior. Por la parte de afuera de la vitrina, pasaban toda clase de caras; y no sólo miraban las muñecas de arriba a abajo para ver los vestidos; había ojos que saltaban, llenos de sospechas, de un vestido a un escote y de una muñeca a la otra; y hasta desconfiaban de muñecas honestas como la mujer del lago. Otros ojos, muy prevenidos, miraban como si caminaran cautelosamente por encima de los vestidos y temieran caer en la piel de las muñecas. Una jovencita inclinaba la cabeza con humildad de cenicienta y pensaba que el esplendor de algunos vestidos tenía que ver con el destino de las Hortensias. Un hombre arrugaba las cejas y bajaba los párpados para despistar a su esposa y esconder la idea de verse, él mismo en posesión de una Hortensia. En general, las muñecas tenían el aire de locas sublimes que sólo pensaban en la "pose" que mantenían y no les importaba si las vestían o las desnudaban.
La segunda sección se dividía, a su vez, en otras dos: una parte de playa y otra de bosque. En la primera, las muñecas estaban en traje de baño. Horacio se había detenido frente a dos que simulaban una conversación: una de ellas tenía dibujadas, en el abdomen, circunferencias concéntricas como un tiro al blanco (las circunferencias eran rojas) y la otra tenía pintados peces en los omóplatos. la cabeza pequeña de Horacio sobresalía, también, con fijeza de muñeco. Aquella cabeza siguió andando por entre la gente hasta detenerse, de nuevo, frente a las muñecas del bosque: eran indígenas y estaban semidesnudas. De la cabeza de algunas, en vez de cabello, salían plantas de hojas pequeñas que les caían como enredaderas; en la piel, oscura, tenían dibujadas flores o rayas, como los caníbales; y a otras les habían pintado, por todo el cuerpo, ojos humanos muy brillantes. Desde el primer instante, Horacio sintió predilección por una negra de aspecto normal; sólo tenía pintados los senos: eran dos cabecitas de negros con boquitas embetunadas de rojo. Después Horacio siguió dando vueltas por toda la exposición hasta que llegó Facundo. Entonces le preguntó:
-De las muñecas del bosque, ¿cuáles son Hortensias?
-Mira hermano, en aquella sección, todas son Hortensias.
-Mándame la negra a Las Acacias...
-Antes de ocho días no puedo sacar ninguna.
Pero pasaron veinte antes que Horacio pudiera reunirse con la negra en la casita de Las Acacias. Ella estaba acostada y tapada hasta el cuello.
A Horacio no le pareció tan interesante; y cuando fue a separar las cobijas, la negra soltó una carcajada infernal. María empezó a descargar su venganza de palabras agrias y a explicarle cómo había sabido la nueva traición. La mujer que hacía la limpieza era la misma que iba a lo de Pradera. Pero vio que Horacio tenía una tranquilidad extraña, como de persona extraviada y se detuvo.
-Y ahora ¿qué me dices? -le preguntó a los pocos instantes tratando de esconder su asombro.
Él la seguía mirando como a una persona desconocida y tenía la actitud de alguien que desde hace mucho tiempo sufre un cansancio que lo ha idiotizado. Después empezó a hacer girar su cuerpo con pequeños movimientos de sus pies. Entonces María le dijo: "espérame". Y salió de la cama para ir al cuarto de baño a lavarse la pintura negra. Estaba asustada, había empezado a llorar y al mismo tiempo estornudaba. Cuando volvió al dormitorio Horacio ya se había ido; pero fue a su casa y lo encontró: se había encerrado en una pieza para huéspedes y no quería hablar con nadie.






SALMO 91*


cada uno con su pedazo de vida,
nos aferramos a la idea de lo perfecto.
como tal nazi me fijo en las manchas
de la mia misma,
y no lo soporto.
miro las de otros para frenar el desquicio de lo propio
y como un juez masturbandose en la sentencia,
exhalo la angustia infinita...
¡que jodidos estamos!
¡que jodida yo!
la madre puta que nos parió,
nos deja caminando inertes, falsos,vanidad,
envidia,
ocultandonos en la entrepierna de otro desgraciado,
con un grosero aspecto de pretension de enamorado
fingimos que hemos conocido la verdad de esta agonía
de la cual a mi nadie me preguntó
si quería experimentarla.


*De Daniela Wallffiguer. danielawallffiguer@gmail.com








Adopción*


Suena el teléfono y el hombre atiende. La voz de Esteban le informa que en un diario de 1927, en la página de policiales, descubrió una noticia fuera de serie. El hombre lo escucha y piensa: "seguro que es todo mentira". Esteban es un apasionado investigador de archivos, bibliotecas, hemerotecas. Es conocido por eso y por ser un gran mentiroso.
Esteban anuncia: "te leo el comienzo de la nota: en el día de ayer se dieron a conocer algunos curiosos detalles relacionados con el luctuoso hecho ocurrido a mediados del mes de marzo último en una mansión del barrio de Belgrano y cuyos protagonistas fueron, como se informara oportunamente, el señor Ramiro Altacerviz y la señora Clara Sáenz de Altacerviz."
"¿me seguís?", pregunta. "te sigo", contesta el hombre. Y piensa: "todo inventado". "resumo un poco -dice Esteban-. Después de la introducción, la nota aclara que estos dos personajes constituían un matrimonio feliz, de mucho dinero, muy conocidos y muy bien conceptuados en las altas esferas de la sociedad de la época. Pero no habían podido tener hijos. Y este es precisamente el punto a partir del cual comienza a desarrollarse la trama de esta tragedia. ¿Me estas siguiendo?" "perfectamente" , contesta el hombre. Y piensa: "es un mentiroso".
"Te sigo contando. Resulta que un día esta gente resuelve adoptar un niño. No era una decisión simple y analizaron cuidadosamente otros casos. Consultaron con abogados, con médicos, con sacerdotes. Pero, al parecer, a medida que avanzaban crecían las dudas. ¿Como seria finalmente esa criatura? pese a la privilegiada educación que le impartirían no existía garantía de que con el tiempo el chico no se descarriase arrastrado por alguna tendencia hereditaria e imprevisible. Y así, más avanzaban, más consultaban, más complicado se les volvía el panorama. Por lo tanto, al cabo de unos meses de titubeos, optaron por adoptar un hermoso, joven, fuerte e inteligente chimpancé. ¿Que te parece?". "Fantástico", exclama el hombre. Y piensa: "mentiroso, mentiroso."
"El animal entro a formar parte de la familia. Lo bautizaron con el nombre de Adolfito. Tenía su propio cuarto, andaba por la mansión, compartía almuerzos y cenas, les brindaba afecto. Bastaron pocas semanas para que los esposos Altacerviz se felicitaran mutuamente por la elección. La más entusiasta era la señora. Se encariño de tal manera que ya no quería salir sin el chimpancé y con frecuencia prefería quedarse en casa, antes que concurrir a las periódicas reuniones de la hora del té. El mono adquirió cierta fama. Los amigos de la familia conocían sus hazañas. Cuando se tocaba el tema -cito textualmente del diario-, la señora Altacerviz, sin advertir seguramente la sutileza del juego de palabras, afirmaba invariablemente que Adolfito era una monada." "¿me oís bien?" "bien". Y piensa: "mentiroso". "A partir de ahora leo directamente de la publicación, escucha: una tarde, el señor Altacerviz regreso en un horario no habitual y al entrar al dormitorio encontró a Adolfito y a su esposa sobre la cama en posición inequívoca. Al advertir su presencia, la señora comenzó a sollozar y a quejarse de que la estaban violando. El señor altacerviz abrió un cajón, saco un arma y empezó a los tiros contra el chimpancé. Si bien sus declaraciones posteriores se limitaron a consignar los hechos, es posible suponer que varios factores debieron influir en su actitud. No solamente la evidencia de la violación, sino también de la ingratitud y, quizá más oscuramente, del incesto. Lo cierto es que empezó a los tiros. Pero si algo poseía Adolfito, además de simpatía, era astucia y ligereza. Anduvo a los saltos de pared a pared y en cuanto pudo desapareció por una ventana."
"¿Estas escuchando?" "atentamente. " "¿que te parece?" "extraordinario" . Y piensa: "todo inventado." "Sigo leyendo del diario, atende: de los seis balazos disparados, cinco se alojaron fatalmente en el pálido cuerpo de clara Sáenz de Altacerviz. Murió inmediatamente. Exasperado, el señor Altacerviz se apoyo el caño en la sien y apretó el gatillo. Pero se había quedado sin balas. Entonces se trepo al techo de la casa y saltó. Trasladado de urgencia a un sanatorio logró salvar la vida, aunque los médicos aseguran que por el resto de sus días no podrá abandonar la cama en que se halla postrado. En esas penosas condiciones, el martes último, balbuceo su declaración ante la presencia del juez, echando así un rayo de claridad sobre estos acontecimientos que habían intrigado a la opinión pública y a las autoridades intervinientes. "
"¿Que me decís?", pregunta Esteban. "Una tragedia", contesta el hombre. "Hay un párrafo mas, presta atención: en cuanto al chimpancé, se supo que cruzando campos alcanzo la provincia de Misiones, pasó al Brasil y continuó desplazándose hacia el norte, logrando finalmente adentrarse en la selva amazónica, donde vive actualmente en concubinato con la hija de un cacique." "Sensacional" , exclama el hombre. Y piensa: "esta vez se le fue la mano."




*de Antonio Dal Masetto.
"Ni perros ni gatos" Torres Agüero editor, Buenos Aires 1º edición 1987







ZOZOBRA*


Trepa
astuta
la imagen
(y es como
espía)

Estacionada
en la hendidura
deposita

La madre
aulla
en un rincón.


*De Ana Romano romano.ana2010@gmail.com







EL TRAMPANTOJO*


Alquilé una casa para el verano con dos plantas y unos metros de jardín. La planta baja con cocina, baño y salón era perfecta; además con el buen tiempo agrandabas la casa usando el porche. El piso de arriba, con tres habitaciones y dos baños, también cubría nuestras necesidades.

De la habitación principal salía una escalera que debería ir al desván, aunque la casa vista desde fuera no parecía tenerlo. Subí por ésta escalera y me encontré con una puerta que intenté abrir inútilmente, pero me fue imposible porque no tenía picaporte. Observando más detenidamente me di cuenta de que se trataba de un trampantojo muy bien pintado ya que parecía que la puerta era real.

Durante unos días no paró de crecer en mí la curiosidad por saber qué había tras la puerta, y como podía conseguir averiguarlo, acabó siendo una obsesión. Finalmente me pinté en la puerta mirando para adentro.



*De Joan MATEU. joan@cimat.es
Barcelona - ESPAÑA







Correo:


CENTRO CULTURAL BERNARDINO RIVADAVIA
San Martin 1080 –Plaza Montenegro- 2000 Rosario
CICLO 2011
"Del derecho y del reves de letras en tiempos de oscuridad”


Declarado de interes Municipal por el Honorable Concejo Deliberante

“…incluso en los tiempos más oscuros tenemos el derecho de esperar cierta iluminacion, y
que esta iluminacion puede llegarnos…de la luz incierta y a menudo debil que irradian
algunos hombres y mujeres en sus vidas y sus obras, bajo casi todas las circunstancias y que
se extiende sobre el lapso de tiempo que les fue dado en la tierra.
Hannah Arendt, Hombres en tiempos de oscuridad


Martes 03 /20:00
“Letras en tiempos de oscuridad ”
Ps.Laura Capella

Leer es homenajear cuando esa lectura intenta asir algo de la pulsion que a traves del manuscrito, de la maquina de escribir o el teclado de la computadora o de un agregado a pie de pagina o junto a una firma, el autor ha dejado como presencia más allá de su muerte, haciendonos sus interlocutores. Freud y su Moises y el monoteismo; Freud y su recomendación de la Gestapo , ironia vital. Durante el mes se homenajera a un padre y abuelo cuyo testimonio le ganó a la muerte. A mujeres que han sufrido prision y exilio y sus cartas las sostuvieron y las sostienen, mujeres que sonrien cuando testimonian sobre esas epocas oscuras. Revistas que sobrevivieron a la más atroz dictadura demostrando que no obstante los monstruos no son omnipotentes. Letras en tiempos de oscuridad que nos iluminan.


Martes 10/20:00
Crear durante la dictadura (El rincon de las revistas subtes) Homenaje al poeta Jorge Reboredo director revista Rayos del Sur
Hugo Alberto Ojeda, escritor, integrante del Colectivo Wokitoki, hablará sobre cartas escritas entre distintas revistas literarias argentinas.


Martes 17/20:00
“Letras desde el pasado”
Gonzalo y Rodolfo Fernandez Bruera querellantes en la causa Díaz Bessone, relataran las vicisitudes sufridas por su familia durante la última dictadura militar y de como el padre de ellos: Jose Esteban, secuestrado en junio del ’77 por la patota de Feced y tomado como rehen para forzar la entrega de su hijo, pudo, una vez recuperada su libertad, dejar testimonio de lo vivido en el Servicio de Inteligencia, en un extensisimo relato escrito con una vieja maquina de escribir. Estas letras no solo sirvieron de catarsis y elaboracion de lo vivido, sino que a cinco años de su muerte “hablaron”, puesto que fueron presentadas como elemento probatorio en el juicio que se le sigue a los genocidas de la Causa mencionada.


Martes 24 /20:00
Cartas de la Chica del ’17, escritas por Nelly Balestrini de Larrosa. Homenaje a Nora Larrosa.
Pamela Gerosa ,estudiante de licenciatura en historia, integrante del Proyecto "Historia, Identidad y Perspectiva" y del Archivo Biografico Familiar de Abuelas de Plaza de Mayo y Hugo Alberto Ojeda ,escritor, integrante del Colectivo Wokitoki, sobre las cartas escritas desde la carcel de Devoto por Nelly Balestrini de Larrosa (sobreviviente del ex- CCD La Calamita ).


Martes 31/20:00
“Seda Cruda. Cronicas de cárcel , exilio y regreso”
Marta Ronga, la autora y María del Carmen Marini, la partera del texto nos hablarán sobre el mismo.
Creación y coordinación del ciclo: Ps. Laura Capella, psicoanalista


Martes 20 hs. Sala “C”
Entrada libre y gratuita
Se entregan certificados con el 75% de asistencia
Consultas: delderechoreves@yahoo.com.ar
Blog: http://delderechoreves.com.ar
Cuenta facebook: Ciclo Delderechorevés
Auspician:
· Facultad de Psicología, UNR
· Colegio de Psicólogos de la Prov. de Santa Fe, 2da Circ. y su Foro en Defensa de los Derechos Humanos (FODEHUPSI)
· CEIDH (Centro de Estudios e Investigación en Derechos Humanos-Facultad de Derecho. UNR)
· IPF (Instituto de Investigaciones en Cs. Sociales, Ética y Prácticas alternativas "Paulo Freire" - Facultad de Derecho. UNR.)


*Laura Capella. elecapella@yahoo.com.ar
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