miércoles, agosto 03, 2011

EL TIEMPO ES RELÁMPAGO...



*Dibujo: Ray Respall Rojas.
-La Habana. Cuba.



ESTAMPAS*




I


Dejé de llorar por mí,
las lágrimas no restañan
las heridas de la vida.
Cavé un hambriento pozo
que deglutió mis angustias,
les apagué la luz
y las dejé dormidas.
Mi risa en cascabeles
sonaba a campana antigua,
para el afuera insensible
mi nostalgia era alegría,
era azul, anaranjada,
destellos en el espacio
lavados por la llovizna.



II


Las partidas son
viajes sin retorno.
El tiempo es relámpago
que deja secuelas
porque imprime daños,
heridas sin cura
por ninguna magia.
Pero quedan las imágenes
custodiadas por guardianes
que celosamente impiden
que se conviertan en nada.
Y ocurre un raro misterio,
el nombre que le pusimos
a los adioses furtivos
vuelven todas las noches
a velar junto a la cama.



III


Sueño con el eco
que guardó suspendido
entre dos deseos
de alcanzar utopías.
El grito se expande,
golpea y regresa,
nos dice que existe
cuando es solo un grito.
Y nos esforzamos
por buscar respuestas
a preguntas que exigen
que el eco responda.




IV


La gran aventura,
hallar el camino.
Tiene tantas cruces ,
tantos ecos yermos,
tantas fantasías
montando dragones
que no vemos claro
cual es el sentido
de horadar rincones,
barrer los senderos
para hallar la meta
que nos justifique.



V


No puedo pedirte
que esperes regresos,
hice mis valijas
y casi he partido.
¿Por qué me detengo?
Me angustia el olvido,
ese gran gigante
que al cerrar la puerta
tomará mi cama,
quemará mi cofre
sin mirar adentro,
borrará mi nombre
de todas mis huellas.
Por eso he dudado
y postergo el viaje,
me asusta la nada
dueña de la casa
que será anfitriona
cuando yo me vaya.



*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar









Querido hijo*


Hace bastante que no te escribo y es que no quiero ser pesada, como dicen los adolescentes. Ja. Pero bueno a mis años, aunque intente renovarme, el peso de mi experiencia me hace ser así.
En ese espejo de tu figura esbelta y varonil, en ese reflejo de un sabroso porvenir, soy testigo de tu fortaleza. Allí descubro en tus carriles, tus aspiraciones por encontrar tu verdad y de afianzarte en tus pasos. Presiento la firmeza de tus convicciones, la frescura de tu amor y defensa por la autentica amistad.

No es tu lozanía semejante a la que pasé. Era otra época, pero creo que sin tenerlo tan claro, tenía utopías parecidas.
Pero… no se me ocurría, reflexionar y cuestionar tanto al mundo de los adultos. Si mal no recuerdo, no teníamos esa oportunidad. Estábamos sumergidos en lo que se debía hacer, quizás porque era del sexo femenino y mi vida transcurría entre el trabajo y el estudio como para poder llegar a tener un título profesional y casarse. Había que tener un marido para toda la vida.

En cambio vos tenés las cosas más claras. Creo, que vislumbras más oportunidades para elegir sin tantas estructuras convencionales, aunque aún existan.

No se cómo expresarte mi admiración en tu forma de ver las cosas. Para vos los acontecimientos son más flexibles y los podes sortear con el ímpetu de lo que son. No con tantos redondeos o cuestionamientos como los de las personas mayores.

Así en el transcurrir de tus acciones, observo tu deseo de independencia, tus proyectos más amplios y siempre la impronta de llegar a la autenticidad. También, tu afán de ser una persona verdadera, que no teme quedar mal o pensar en el qué dirán los demás.
Tu inteligencia, también es diferente. Podes estudiar con música de compañía, mirar programas políticos y bajarte de Internet canciones para tocar con tu guitarra. Casi todo eso al mismo tiempo!!!!.
Sabés elegir con total desparpajo lo que tu apetito desea almorzar. Con la sabiduría y la disposición de un gourmet, te dedicás de lleno a homenajearte con un delicioso plato de fajitas mejicanas o unos sorrentinos de jamón y muzzarela con tu salsa artesanal preparada junto a tu abuelo italiano. Compartieron tanto tiempo para elegir los tomates especiales, hervirlos y envasarlos en las botellas de vidrio! Haciendo un glamoroso ritual de cumplidos a la naturaleza.

Así, como en tus relaciones de amistad, tus compañeros te reclaman para estar contigo (es recíproco). Siempre hay un momento para compartir las risas, las aventuras y los viajes. Las llamadas incesantes, los mensajes de texto en forma simultánea y el arreglar la hora de los encuentros, disponen para la fiesta de estar en complicidad y alegría.

Tantas cosas no te he dicho, tantas otras por decir. Pero creo que por ahora ya es suficiente.

Te quiero mucho. Mamá.-



*De Azul. azulaki@hotmail.com







Copete*


Estás copete me dice mi hijo
Y también un amigo de él
No entiendo el lenguaje de los adolescentes
Que difícil es estar con ellos,
Equipararme a su modernidad

Yo, a mis años estoy saboreando un fernet con cola
La bebida provechosa que tomaba mi abuela
Como una medicina para la mejor digestión

Una aventura entre distintas generaciones
Intentando saber que siento

El copete que sube y baja
Como un juego entre los límites
De la juventud y la antigüedad

El abismo de un lenguaje diferente
Ente los distintos paradigmas de la sociedad.

Podré incluirme en ellos
Quien soy, quien quiero ser
Saltar del barranco de la discreción
Y embriagarme entre la utopia
De la moderación y la insensatez.

Don copete, coquetear con un fernet
Brindar por los más jóvenes
Y recordar a mis abuelos

Ellos que han sido un ejemplo estupendo
De mis presencias, reminiscencias

Y en el momento actual de los que transitan
Los gritos, la música y la inquietud

Las aventuras de mamá en su afán
De paladear el amargo pero intrigante
Sabor de la complicidad.-



*De Azul. azulaki@hotmail.com
Para mis enormes afectos.








La desgracia*



*Por Carlos Alberto Parodíz Márquez. parodizlaunion@gmail.com



Pedro levantó la vista.
El calor era pegajoso, polvo y paisaje desvaído flotaban ante sus ojos.
—Debe pasar los cuarenta grados... —se dijo en voz alta, mientras maldecía su suerte.
Los rieles, que atravesaban la ruta luego de un badén, semejaban dos reflectores metalizados.
Brotando en aridez y soledad, un fondo de brumosas siluetas elevadas volvieron a hacerlo reflexionar.
—Espero que en las sierras el fresco me ayude a llegar...
El temor a amodorrarse anidaba su mente entumecida, y la voluntad aprontada encajaba los dientes para neutralizar fatigas.
Febril, la vista fija en el camino polvoriento y secundario le hizo reparar en la depresión que lo dejaba bajo nivel.
—Lo que me faltaba —pensó—, justo ahora, y seguro que no se ve nada...
La camioneta derrapó ligeramente hacia la derecha y su visión quedó anulada hasta algunos metros del paso.
Al frente, y muy lento, emergió un camión gris.
Pedro fijó su atención en el paragolpes y en la leyenda que titilaba su amarillo fosforescente: "La esperanza es lo último que se pierde". Sacudió la cabeza mientras el rodado se le desvanecía en el espejo, como los sueños.
Las ventanillas levantadas a causa del polvo apagaban los rumores exteriores.
La camioneta remontó rugiendo y se bamboleó a ambos lados antes de afirmarse bien.
Aseguró las manos al volante, eligiendo no terminar en la banquina gredosa. Corrigió la trayectoria, una vez más, con enérgico movimiento y pisó el acelerador, sonriendo.
La inminencia del salto sobre las vías lo tensionó, anticipando el golpe en los riñones.
Se aplastó en el asiento, sintiendo que dominaba la marcha.
Las ruedas delanteras, elevadas, presagiaban.
Ya estaba en el aire, cuando, tarde, una sombra larga, agusanada, a su derecha, le marcó la presencia del tren carguero.
Sólo tuvo tiempo de volver la cabeza.
La locomotora naranja se le echaba encima, como un presagio.

La violencia de la catástrofe fue frontera.
Pedro despertó convulso, sudado y aferrado a sabanas remendadas pero limpias, según Marta, que transparentaban el colchón comprado meses atrás, en cuotas duras y lejanas.
Trató de no moverse mientras los latidos le trajinaban el pecho, desenfrenados.
Su mirada recorrió las paredes descascaradas; cielorrasos podridos y colgantes amenazaban la colcha divisoria.
Del otro lado, las hijas se apretaban en el sofá que el primo Emilio olvidó en la mudanza.
Lentamente, los ojos, algo desorbitados todavía, descendieron para detenerse en el hueco que el peso del cuerpo embarazado de su mujer y un elástico quejoso habían elaborado, cómplices con la fatalidad.
Cara al techo y siguiendo el derrotero incierto de una araña, concentró su atención, dispersa por la pesadilla.
El rostro circunspecto del jefe de reparto en la fabrica volvió a aparecérsele, pesaroso en sus gestos, para anunciarle la suspensión “por un tiempo...”
—Como usted sabe, las cosas no andan bien para nadie.
Su vista se clavó en la acompasada respiración del vientre gestante.
Pensó en los quince días que le faltaban a Marta para alumbrar y reflexionó sobre la dura realidad.
Los pocos pesos que le quedaban irían al alquiler, a la cuenta de luz, y a los pasajes de las chicas, que tomaban el micro para ir a la escuela; sin contar la comida y otros gastos.
Todo o nada para salir del paso hasta que consiguiera un rebusque salvador. Pedro era un tipo esquemático, ajeno a divagaciones, permeable a la desesperante situación que lo circundaba. Sus puntos de referencia, escasos.
Sin parientes, salvo Emilio, el del sofá, cuya mujer con un marcapasos y cuatro niños que atender eran una carga suficiente.
Una marioneta que le servía en sobremesas de vino y nostalgias de España o broncas, por trabajos condenados al fracaso antes de empezar.
Después de los cuarenta, las puertas están tapiadas.
—Y eso que les regaló el aporte jubilatorio... —rezongó. Fue como dote, tributo o coima capaz de comprar, algunos días al mes, un poco de dignidad.
Pero Pedro era optimista. Todas las mañanas, en inútiles madrugones, se despedía de su mujer prometiendo regresos triunfales, eludiendo el silencio elocuente de sus ojos oscuros, cansados de interrogar, y sus manos agrietadas en piletones de agua helada, que no se cerraban ya para la caricia; ésta era un recuerdo.

Somnoliento, recordó la imagen de Castillo, el almacenero, con quien, además de deberle parte de lo comprado, compartía el paso de Barragán, el quinielero.
A Carlitos Barragán, los vecinos lo esperaban como su mesías.
Con unos pesos los podía salvar de, por lo menos, un día de rutina igual a vino barato, con destino cirrótico, o el sudor impotente a la hora del amor.
Carlitos Barragán, mesías del número imposible, pasaba diariamente cobrando, pagando y fiando religiosamente, como predicador de ocasiones sagradas.
La esperanza alimentaba su clientela.
En eso, Carlitos Barragán era Dios... Sí, a veces perdonaba.
Pedro nunca jugaba.
Siempre le recomendaba a Marta que no lo hiciera.
—Pensá que si sumás las pérdidas, el día que acertás, con lo que te toca, nunca recuperás lo invertido... —sentenciaba.
Sin embargo, esa mañana, luego de la pesadilla, un presentimiento extraño lo invadió, y la urgencia, anormal, lo incitaba a salir buscando algo que ni en los peores momentos había cruzado su lineal cerebro.
El día gris y lo incierto de la hora; su reloj, regalo de mamá Andrea, quedó demorado en alguna cuota; le hicieron vestirse a prisa y en silencio. Marchó sin los dos mates reglamentarios, no más, para evitar que se “lavara” y pudiera “seguirlo” su mujer.
Procuró no hacer ruido al abandonar la pieza.
En la calle, la brisa helada se estrelló en su carne como un latigazo invernal, imprevisto.
Indeciso, sus pasos lo llevaron al almacén. Castillo no estaba.
—Fue a lo del mayorista... —informó su mujer, adusta como la mañana—. Dese una vuelta dentro de un rato, al mediodía seguro que vuelve... —amplió impasible.
Agradeció con el gesto y partió a la inclemencia familiar.
Recorrió calles y plazas desiertas, haciendo tiempo; la indigencia permite intentarlo, porque es gratis.
Retornó con la idea formada, el apuro ya era sólido y coherente.
La cara colorada por el frío y el alcohol de Castillo parecía una promesa.
Casi sin saludar relató la pesadilla.
—Dígame, Castillo, ¿a qué hora hay jugada?
—¿Cuál es el número?
—¡Yo sé que usted sabe de esto! —enfatizó—. ¿Ya pasó Barragán?
Un tropel de ansiedades mató el parloteo habitual del almacenero. Malhumorado por la reposición de mercaderías y su recargo esterilizante —los precios no podían trepar—, lo demoraron y le hicieron resoplar antes de responder. Apreciaba al hombre.
—Pedro, no recuerdo el dato y tampoco quiero quemarlo interpretando mal el sueño. Además —dijo procurando tranquilizarlo y en tono fatalista añadió—: Carlitos vino a las once; hoy, la jugada es a las dos de la tarde y todavía tiene recorrido antes de pasarlas. Si quiere, intente darse una vuelta por el boliche de los turcos.
Urgencias desesperaban la cara de Pedro.
Castillo le dio la dirección.

Puertas agitadas en la partida enviaron chorros de aire frío, devolviéndole destellos de tardía comprensión. Una luz repentina se hizo en él. Torpemente, sorteó cajas y bolsas desordenadas en el piso, para llegar a la puerta con el mensaje. Sin aceptar su propio apuro, gritó:
—¡Pedro! ¡Accidente! ¡Una desgracia! ¡El diecisiete es el número! ¡La desgracia!
Quedó desalentado en la acera desgarrada, irregular, coincidente, mirando el micro azul que se alejaba llevando a Pedro y su incertidumbre.
Nervioso y acuciante, Pedro consultó la hora y la demora.
Del lugar del descenso debía caminar cinco cuadras y dudaba de llegar a tiempo.
Esos “cierres” son inexorables, como el destino.
Las luces intermitentes del semáforo parpadeaban sobre el pavimento húmedo, cuando Pedro y su angustia abandonaron el micro en busca de la referencia que lo llevara a Carlitos Barragán, el quinielero, el mesías, el objetivo.
Estrujaba el dinero. Lo apretó fuerte, ocultándolo en la palma de su mano.
—¡La hora! —se dijo.
Recorrió la avenida y sus cuadras necesarias. En la próxima esquina cruzaría, y allí nomás estaba el almacén de los turcos. No quería preguntar más, para evitar enloquecer por presunción. Su primera jugada; Dios era justo, tenía que ayudarlo.
Su mente sobrevoló miserias.
El parto inminente y sin esperanzas.
Además, recordó, un trabajo ya es historia.
Pensar está prohibido.
—¡Pedro, no te distraigas...!
El aviso tardó lo que debía y, cuando alzó su vista, la mancha gris del camión estaba encima de él.
El impacto sordo; la muerte sigilosa y artera se perdió en la tarde.
Ni siquiera ruido, como derecho a protesta.
Uno se va, inadvertido.
Llovizna, contorsión y asfalto.
La línea roja abría surco en la superficie sucia y resbaladiza, rumbo a la alcantarilla.
El diariero de la esquina ni volvió la cabeza.
Más tarde, el camión de reparto cumplió su cita.
Los diarios cambiaron de mano.
Al subir al micro, que estaba repleto, por supuesto, el “canilla” acomodó el paquete en el plástico protector, bajo el brazo.
—¡Quinta...! —gritó.
Hojeó la tapa.
—¡Quinta...! ¡Salió el diecisiete en la Nacional! ¡Salió la desgracia! —aulló en coral redundante.
El conductor del micro disminuyó la marcha; una ambulancia aguardaba que recogieran el cuerpo tapado con empapelado piadoso.
—¡Quinta! ¡Salió el diecisiete! ¡La desgracia!
Por el espejo lateral, la ambulancia emitía guiñadas rojas. Delante circulaba un camión gris; el micro superó su línea. El conductor, maquinalmente, espió la imagen de su paragolpes abollado. Allí titilaba una leyenda amarilla, fosforescente: “La esperanza es lo último que se pierde”.







ÁNGEL TRISTE*


Ángel de carita sucia
Que devoras un trozo de pan
Mientras miras al mundo, temerosa,
De que esta dicha también te sea arrebatada.

Conozco tu deambular en las calles
A solas, fugaz compañera de la luna,
Presa fácil de los depredadores
Protegida por las sombras que te acogen.

Sé de tus lágrimas, tu hambre y tus temores,
De la ausencia de besos,
De hogar,
De la falta de todo,
Menos, tal vez, de pesadillas.

Hundiendo los pies en el barro,
Sueñas con Jauja,
Con Nunca Jamás,
Con la Tierra de las Maravillas,
Aunque no sabes nombrarlas.

Mas no hay para ti alfombra voladora,
Ni viajes a través del espejo,
No habrá juguetes bajo la almohada.
No te rescatará de las fauces de la bestia
Un príncipe azul, ni un hada,
Quizás ignores el nombre de tus sueños,
Nadie te lee cuentos.

¡Si pudiera, ángel triste,
Llevarte donde voy!
Si con un solo verso
Lograra regalarte una sonrisa...



*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.






Cuatro personajes en busca de perdón*



*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com



La Presentidora se pone los anteojos oscuros y sale (una vez más) del oráculo. Los admiradores no la reconocen, no la persiguen, y en el anonimato puede trabajar sin encargos ni recomendaciones. La densidad del aire es omnisciente. Todos los que respiran dejan un halo de remolinos, de alcohol,
de azúcar, de bilis, de fármacos. La Presentidora tiene un don para perseguir esa huella, para adivinar en los jadeos el origen de la asfixia.
Por brutales que parezcan, sus vaticinios siempre están precedidos por un gran estremecimiento que se apaga de golpe y se acurruca a los pies, como un cachorro herido. Presentir no depende de su voluntad pero al hacerlo cree en ello compulsivamente. Su estilo adivinatorio requiere formas de amor inaceptable. Demanda una atmósfera erótica y fantasmal. Instaura un vínculo entre el pubis y el alma. Presiente como un previvir. Aunque el presentimiento no pueda ordenarle los huesos. Presiente como un premorir aunque la vida vaya y venga como una niña que tarde o temprano comerá un sódico azucarado para matar hormigas. Y aunque no haya conexión evidente entre la Presentidora y lo presentido son un mismo punto de un mismo caos.


*

El Imaginador Vicioso, loco de pájaros, traba la puerta de la noche con los brazos y envuelve el corazón en papel de diario. El Imaginador peinado suavemente por el soplo de los astros, sueña una mujer cuyo secreto heroísmo excede todo lo que haya imaginado. Más aún: desde que ella le acentúa las vocales y le restituye las eses que se aspira, él se siente gracioso, moreno, deseable. Le parece que es capaz de evocar a voluntad el sabor sexual de toda madrugada y convertirse él mismo en la sinuosidad de la
noche. Más allá de la orina y de los cisnes, de las cuñadas y los sauces, cree que ya no anda como viejo perro aletargado porque, al cerrar los ojos, tiene a la mujer que sueña. Trabaja el día entero hasta la noche quieta, y trata de dormir con toda su vejez de animal castrado. Cuando no imagina, el Imaginador Vicioso asiste a la mímica del afecto, a la pantomima de la costumbre, a los mohines del cariño, y la noche se le cierra como un ojo de cíclope atravesado por la palabra hombre. El Imaginador Vicioso vicia en el
borde filoso del sueño y desnuda el sexo solo como quien no quiere la cosa, seguro de que la mujer soñada desatará, con una sola mano, el aullido de quien la sueña, a espaldas de lo no soñado.


*

La Contempladora no se centra en sí misma. Su existir surge de la experiencia exterior, con la que conserva un vínculo estrecho. Los fluidos del entendimiento y del amor se derraman sobre lo mirado. La vida, tal como pasa por delante de sus ojos, es una fuerza creativa. La Contempladora contempla lo contemplado que no puede ser separado de su mirar sin que pierda el sentido. Con los ojos un poco grises, un poco ciegos, un poco verdes, entra en lo mirado con furores y cornisas. Ella ve en primer plano lo que el mundo apenas se atreve a mirar con el rabillo del ojo. Ve a la prostituta en el trono. Ve la mala suerte especial que ataca a los hombres al final de sus viajes. Ve el ratón que roe la basura de una familia. Ve el cadáver alegre de las señoras. Desde la primera mirada hasta el timonel su contemplación rescata el misterio que experimenta un hombre al salir de su casa una mañana como ésta. Desde la primera mirada hasta el perfume de lilas, su contemplación observa el abúlico latrocinio de sueños de las mujeres, de los hombres y de los pájaros. Su fatalidad consiste en descubrir que la vida es un apaño sexual sumamente importante pero no demasiado vívido.


*

El Fulgurante Definido ha llegado a concluir que el placer es una ilusión, el amor una puta portuaria, el dulce tañer de campanas una terrible pesadilla, la ética un castillo de naipes, el supermercado una sucursal del infierno. Todo su fulgor definitorio lo lleva a guiarse por un hilo invisible. Esta mañana, al abrocharse la bragueta comprende que su dicha viril quiere ser algo vívido. Comprende que el resultado que da la suma del aguinaldo, más la abundancia de señales que soslaya, más la tristeza que no debe admitirse, más la edad evolutiva de su matrimonio, más la ansiedad sofocada con el vino, alcanza para considerar que su vida no ha sido amasada por una pareja en celo en un hotel de las orillas, sino por un par de neuróticos aburridos de tener que fornicarse, esporádicamente, sin pena ni gloria, hasta la eternidad. Y ésa es la fulgurante emoción de sus definiciones, que en general ocurren cada mañana, al momento de abrocharse la bragueta.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-29569-2011-07-16.html







Interferido*



Había sido en soledad y adolescencia
cuando creando yo las delicadas condiciones
para que con la eyaculación
adviniera el orgasmo
te / me apareciste
y me / reconviniste

"En soledad, no", dijiste
y de mi adolescencia hiciste
lo que quisiste.


*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar





Correo:



Sobre traiciones y monas de seda*


Cuando alguien se torna traidor, no es que mutó, siempre fue traidor nato.
Cuando la oportunidad de trabajo pretende justificar la destrucción del medio ambiente, los trabajadores, si quieren, siempre pueden tener una oportunidad para DECIR NO, ESTO NO SE HACE.
Cuando las minas nos perforan el futuro y se llevan el oro, la historia podrá juzgar a los cipayos pero, mientras, somos nosotros los que sufrimos el desastre y nuestros nietos los que pagan el falso tributo.
Cuando los Gobiernos se presentan bonitos, pero en derredor fluyen la entrega, la muerte y la miseria, ni son gobiernos ni son bonitos, son solo gerentes cipayos de los intereses internacionales.
El Pueblo puede ver a la mona vestida de seda y miles de ciudadanos pueden intentar mostrar las hilachas de su falsa vestimenta, pero sucede siempre que la mona sigue siendo mona, pues el Pueblo, antes durante o después de la mona-rquía se dará cuenta de lo que realmente es y representa.
No hay despertador que sea pequeño, siempre que tesoneramente marque la hora que, algún día, será la señalada.


*De Jorge de Mendonça. jorgedemendonca@gmail.com
Ingeniero White, Agosto 1ero de 2011




*



FERIA DEL LIBRO TANDIL 2011


Sábado 6 de agosto (Sala Ernesto Sábato)
Cámara Empresaria (Mitre 856, Tandil)


- 18 hs. HUELGAS Y CONFLICTOS FERROVIARIOS. Los trabajadores de Tandil en la segunda mitad del siglo XX, H. Mengascini, Prohistoria ediciones, Rosario, 2011.

Comentaristas:

Olga Echeverría (IEHS/UNICEN/CONICET)
Daniel Dicósimo (IEHS/UNICEN)
Ismael Fuentes (Ferroviario de Tandil desde 1949 hasta 1992 - Dirigente de la Unión Ferroviaria y del Personal de Dirección)


- 19 hs. VÍAS ARGENTINAS (ensayos sobre el ferrocarril), autores varios, Milena Caserola, Buenos Aires, 2011.

Presenta: Matías Reck.




*

Inventren Próxima estación: SANTOS UNZUÉ.

-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar

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