martes, abril 16, 2013

EL LENTO PADECER DE LAS CEBOLLAS...




*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010) http://galeria.walkala.priv.at/main.php
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
 
 
 
 
 
   DESDE TUS PIES*
 
 
A mi madre Antonia E. de Arellano tal como ella firmaba.
 
 
 
Desde tus pies. Sube desde tus pies:
Sube el amor, desciende mi raigambre.
 
Como amaba tus pies.
Pies de frutal madera. De virgen, de cumbrera.
Pies de apuro, de hondonadas, de espiga azul.
 
Desde tus pies
Desde tus pies, desde tus pies subía.
Una infancia de lumbres encendidas.
De dormidos miedos.
Oh, los miedos.
Silbidos del viento en la raíz del este
Sombras de duda huyendo a los arbustos.
Áspera ausencia que no llega.
Galopar de fantasmas.
Ventiscas, nubarrones.
Ánimas, rezos, despedidas.
Luz mala, intensas voces escondidas.
 
Yo soñaba en sus pies.
Niña helada de enero. Pues, que había una vez.
Padecimientos. Presentires sudados del ocaso.
Lecho insomne, letras al revés, desangre.
Noche largas de fiebres y alacranes.
Y tus pasos levantados en puñales.
 
Pies de escarcha. Pies de gemidos, manos frías.
Pies de escucha. Feliz monotonía de tenerte.
Entera me entregaba a su llegada. Lenta y segura.
Pies de silencio invicto. Azucenas salvajes.
Culebras. Amapolas. Cardales.
Cansados pétalos dormidos al ocaso.
Quietos ojos vigilia. Siesta.
 
Pies de lucha.
De tinta, baluarte de palomas.
Pies de amor y suspiros.
De gritos, de revoluciones.
 
Pies de miedos. Miedo, huída miedo.
Otra vez el miedo.
Granizos y verdugos.
Libros rotos. Rabia.
Tiempos de héroes de plomo.
Pies de nazarena. Cuidado.
“Perdona nuestras deudas.”
Patria de escarcha. Uniformes .Velas.
Manos cortadas. Incomprensión
 
Vuelvo las páginas de mentida historia.
Surcos, prematuros surcos.
Pésame dios mío que no tengo.
Pies, amados pies.  Ráfagas espumas.
Perdón, tallos, blancas alas de plata.
 
Sube desde tus pies, sube el amor.
Mano de aurora.
Pulso en la memoria.
Madre.
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
EL LENTO PADECER DE LAS CEBOLLAS…
 
 
 
 
 
 
HUELLAS DE HAROLDO*
 
 
“Es igualmente una mañana fresca y limpia. El gordo Primo marcha a su lado. El bueno del gordo. Caminan con pasos resueltos, el gordo un poco detrás.  Oreste lleva colgada  una honda al cuello y el gordo con un rifle de aire comprimido y una bolsita con comídale gordo apura el paso para alcanzarlo. A veces está al lado y a veces es tan solo el recuerdo del gordo”.
 
Esto lo escribió Haroldo Conti en su libro En vida.
Con estas palabras bailando blandamente en mi cabeza me desperté o soñé con ellas porque la letra del gran Haroldo, de tanto repasarla a través de tantos años se ha incorporado a mi sangre,  como quien dice.
Y no puedo olvidarme del Boga, ese solitario y abúlico pescador que trasiega el río como si fuera su propia víscera.
O el Oreste de Mascaró o éste, al que me referí más arriba. El que conecta con mi propia infancia porque nosotros también guardábamos los pedazos de pan que nos daba nuestra madre debajo de pulóver (al que el Haroldo llama tricota), Nosotros salíamos en banda a cazar por los campos con nuestras tramperas y nuestras gomeras matadoras de pájaros.
Y cuando pienso en esos tiempos vienen algunas preguntas que ya no tendrán respuestas, porque sólo yo me las formulo y a mí y no a otro ser de este mundo interesa.
¿Quiénes eran los dueños de esos vehículos que siempre pedía prestados mi padre?
Eran carros y sulkys con sus respectivos caballitos sufridos y mansos. Alguno era de don Manuel Gómez, que en el techo de su  casa había puesto una altiva veleta, en rigor un gallito rojo que hacía pata ancha a los vientos sureros  y ariscos. Algún otro, tal vez, de Andrés Míguez, por buen nombre conocido como El pelado, eximio futbolista del pueblo. Un verdadero docente de ese cuerpo esférico (como llamaban los periodistas, de entonces a la pelota de fútbol) tan humilde y necesaria.
¿Y los otros vehículos que recuerdo? Como aquel sulky que usábamos para ir al campo de tío Domingo, donde mis padres juntaban el maíz a mano, y en un atardecer en que cruzábamos el paso a nivel del Chino Bruno, el más alto por otra parte, mi padre vio un tren a lo lejos y apuró con el látigo al fiel caballito.
-Cruz diablo-exclamó mi madre mientras se persignaba.
¿Y de quién era ese otro que un oscuro atardecer como éste, de Otoño, entró guiado por mi padre por el portoncito de entrada, tan bajo? Ese día mi padre desató el caballo y al estar yo arriba todavía, puso las varas contra el suelo, lo contrario que hacía siempre. Yo era muy pequeño para bajarme solo del sulky, y se me escapó un hermoso porrón panzudo de barro que había dejado a mi cuidado. Entonces me gritó.
-No le eches la culpa al chico-me defendió mi madre que pocas veces, por temor, intervenía antes un reto de mi padre.
El ruido de ese porrón al trizarse en el suelo me sigue persiguiendo por todos los años sucesivos. Ese porrón que yo admiraba en sus finas líneas, o que a mí me lo parecía. Fue tanta la devoción o la culpa que cuando cerró la casa Demaría siendo yo adulto compré varios. Uno regalé a mi madre. Otro a mi amiga Angélica Gorodischer y el otro lo tengo yo.
En fin, trato de suturar heridas, de salvar esa llaga viva que se incubó en esa matríz primitiva que al parecer se produce en la infancia y esa marca nos acompaña toda la vida.
A través de los años uno va fantaseando que puede corregir la plana de esa vida que va escribiendo para siempre y  al final uno comprende  que –como dice el personaje borgeano- el ser humano estuvo escribiendo las líneas de su mano. Tal vez una manera poética de asegurar que la vida no permite un borrador.
Entonces esos chicos, esas naditas -como las llama él-,  el Haroldo, tiernamente, que trotan por esos caminos que serpentean en la llanura y paran para  pescar desde la baranda de un puente, son la expresión más alta, más sublime y más idealizada, por qué no, de la entera libertad que tendrán en la vida.
Yo también con mis amigos de entonces y que lo son hoy, a Dios gracias, anduvimos trotando en las siestas en que esperábamos sorprender a un cuis ingenuo o  indefenso para  asestarle un hondazo. Cosa –en rigor de verdad- que casi nunca lográbamos porque sus pequeños pies iban rápidos levantando una nubecita de polvo y se metían en sus cuevas.
Pero nos quedaba el recurso de la pesca, o la caza de algún zorzal incauto que caía en las tramperas colgadas de los postes del alambrado donde una lechuza de ojos inmensos nos observaba con esa desconfianza que durante el día tienen todas las aves nocturnas.
 
 
*De Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
APARIENCIAS*
 
 
soy un pajarito que agoniza
en noche de estrellas rojas
 
pétalo que se cae
ante el rubor de una rosa
 
una flor que se perturba
cuando el picaflor la deshoja.
 
casi un canto sin ritmo
al borde del precipicio
 
vaso sin whisky
en un amanecer sin sol
 
y me dirán que soy
como flor de carnaval
 
Unicidad del cangrejo
en el insomnio febril.
 
 
 
*De Marta Zabaleta, mzabaletagood@gmail.com
 
13 de abril 2013
 
 
 
 
 
 
 
La buena gente*
 
 
Crónica n° 85.
-Marzo 2013-
 
 
*De Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar
 
 
 
Tengo amigos que se emocionaron hasta las lágrimas cuando se conoció la identidad del nuevo Papa. Tengo amigos que, la semana anterior, se entristecieron profundamente al conocer la noticia de la muerte de Hugo Chávez. Tengo amigos que no soportan a la Presidenta ni a nada que huela a kirchnerismo. Tengo amigos que concurren a los actos del oficialismo, orgullosos de festejar por las calles cada logro del gobierno nacional. Tengo amigos que practican el cristianismo con sincera devoción y colaboran en forma activa con su parroquia. Tengo amigos recalcitrantemente ateos que son, además, furibundos anticlericales. Tengo amigos que simpatizan con valores tradicionalmente identificados con la derecha. Tengo amigos que militan en partidos y agrupaciones de izquierda. Puedo tener con cada uno de ellos mayor o menor afinidad ideológica, puedo –por exceso o por defecto- no compartir algunos o varios de sus puntos de vista, puede ocurrir (y de hecho, ocurre con frecuencia) que cuando se manifiestan en la calle o en las urnas los grandes temas del país y de la condición humana estemos parados en veredas opuestas. Sin embargo, estas discordancias no impiden que a todos ellos los considere buena gente (lo cual es lógico, porque sino no podrían ser mis amigos). ¿En qué sentido digo buena gente? En el sentido de que, aun con sus defectos a cuestas, todos ellos son básicamente honrados, trabajadores, responsables. Uno nunca los va a encontrar metidos en chanchullos o asuntos vidriosos. Son gente dispuesta a dar una mano y a hacer favores sin pedir nada a cambio, gente que no usa a los otros, gente que elige a diario no complicarle la vida a los demás. Son personas confiables: puedo darles la espalda sin temer la cuchillada artera o la maledicencia. Que no parezca poco todo esto en los días que corren.
 
Lo curioso –y he aquí la gran paradoja que me llena de perplejidad- es que sería totalmente inviable sentarlos juntos a la misma mesa. Hacerlo implicaría abrir las puertas a una feroz balacera dialéctica que dejaría un tendal de ofuscados y ofendidos. Aquello que los diferencia ocuparía el primer plano de la escena y toda posible relación entre ellos naufragaría sin remedio en un océano de antinomias insalvables. Enfocados en mensurar sus respectivas incompatibilidades, perderían de vista las cualidades humanas que los igualan, lo cual me parece no sólo una injusticia, sino también y sobre todo un auténtico desperdicio. Porque no son las eventuales discusiones el problema (al fin y al cabo, son gente grande y pueden defenderse solos). Lo que en verdad me aflige es que ese reduccionismo sin matices les impediría reconocerse entre sí como buena gente.
 
Seguramente, no faltaría quien, todavía enardecido por el fragor del tiroteo verbal suscitado, afirmara que hay estafadores simpatiquísimos, genocidas que juegan a la pelota con sus nietos, explotadores redivertidos en los asados, mafiosos siempre dispuestos a ayudar a sus sobrinos, y no por eso adquieren el carnet de buena gente frente al resto de los mortales, que no sólo quedan excluidos de su faceta bienhechora sino que, muy por el contrario, sufren las consecuencias perniciosas de sus otros actos. Ya lo sé, pero está claro que, por las razones apuntadas más arriba, casos extremos como estos no pueden aplicarse por analogía a mis amigos. Que no serán héroes inmaculados, pero tampoco son una sartenada de cretinos.
 
Imagino que tampoco faltarían quienes, con el lanzallamas todavía humeante, me reprocharían el hecho de considerar buena gente a alguien que apoya tal o cual causa, o a alguien que está en contra de tal o cual otra. A lo cual yo contestaría: ¿y por qué no? Nunca he entendido ni compartido ese criterio dogmático tan arraigado según el cual todos los que enarbolan la misma bandera que uno son necesariamente buenos y los que enarbolan otra son necesariamente malos. Tengo, por supuesto, mis preferencias ideológicas y –como a todos- me disgusta que alguien venga a cuestionarlas. Pero el concepto (o el preconcepto) que me merecen las posturas filosóficas ajenas que no comparto no me inhibe para reconocer la eventual nobleza de quienes las sostienen. Cada persona es una entidad compleja, compuesta de facetas diversas, a veces contradictorias. Nada obsta, me parece, a que en un saludable ejercicio de tolerancia -¿cómo llamarlo: transversalidad ideológica, transideología?- las personas encuentren puntos de contacto sobre los cuales edificar una interacción constructiva o, al menos, armoniosa.
 
Si a esta altura quedara todavía alguien sentado a la mesa después de la reyerta, probablemente me preguntaría alarmado si acaso estoy insinuando que la ideología de una persona no es tan importante como tendemos a creer (como no lo son, tampoco -o como no deberían serlo- su raza, su nacionalidad o su orientación sexual). Tendría que aclarar entonces que el perfil ideológico sí me parece sumamente relevante pero que no es tan decisivo como su perfil ético. Digámoslo con una alegoría futbolera, a ver si se entiende la idea: el hecho de que un barrabrava de Colón y yo gritemos los goles del mismo equipo no significa que yo sienta, a nivel humano, más empatía con él que con un pacífico hincha de Unión. De este último podría hacerme amigo a pesar de la rivalidad deportiva; del primero no, a pesar de nuestras coincidencias en ese sentido. Bueno, del mismo modo, es mucho más factible que me sienta cómodo tomando un café con alguien honesto que piensa distinto a mí, que con un tránsfuga que circunstancialmente ha votado al mismo candidato que yo. Quizá con el primero no pueda desarrollar una corriente de afecto, es cierto, pero lo voy a respetar. Con el segundo, en cambio, serían tan imposibles el afecto como el respeto.
 
Tengo amigos muy diversos entre si y celebró esa diversidad. Estaría bueno que fueran amigos también entre ellos, pero la amistad por carácter transitivo no existe. “El amigo de mi amigo es mi amigo” será una fórmula muy eficaz para recordar cierta regla matemática de las ecuaciones pero resulta inaplicable en la vida práctica. No pretendo tanto. Lo que sí me gustaría es que mis amigos pudiesen verse mutuamente como yo los veo, así, tan buena gente. Sí lo hicieran, se darían cuenta de que -al menos desde cierto punto de vista- estamos todos alineados en el mismo bando. Pero al parecer no pueden, y es una pena. Con tanta mala gente deambulando como plaga por el mundo, es una pena que no puedan. Una verdadera pena.
 
 
 
 
 
 
*
 
 
ese mar que no se olvida
esa pesadumbre de la tierra crepuscular
a la hora en que los fantasmas de las risas pasadas
revolean sus griteríos sobre edificios y catedrales
en qué pensarán entonces los espejos y los días?
qué palabra
además del silencio
fornicará en la noche
con las hojas
y con las piedras
con la mujer detrás de la civilización y el infinito?
ah, mar que no se olvida!
esa ligera picazón de olvido que infecta la memoria
tornasolada aurora
que no sabe sino herirnos con una última inocencia!
olvidemos aquel mar que no olvida:
nadie te dijo hasta qué punto debías negar
la voz de las estrellas
o el lento padecer de las cebollas
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
 
SENTADA BAJO EL VERDE LIMON*
 
 
Its the 4th April - Snow its not funny any more.
Keith Albridge
 
 
Puedo morir
arrullada por la suerte de los pájaros
con sangre espesa en venas escondidas.
Si las moléculas de nieve no estorbaran
también podría reír
amparada en la fiebre de la espera.
 
 
 
*De Marta Zabaleta, mzabaletagood@gmail.com
 
Essex, 4 de abril 2013,
 
 
 
 
 
 
* * *
 
 
 
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