*Obra
de Walkala. Luis Alfredo
Duarte Herrera (1958-2010) http://galeria.walkala.priv.at/main.php
-En Aurora Boreal. Walkala:
un homenaje in memoriam
DESDE TUS PIES*
A mi madre
Antonia E. de Arellano tal como ella firmaba.
Desde tus pies.
Sube desde tus pies:
Sube el amor,
desciende mi raigambre.
Como amaba tus
pies.
Pies de frutal
madera. De virgen, de cumbrera.
Pies de apuro,
de hondonadas, de espiga azul.
Desde tus pies
Desde tus pies,
desde tus pies subía.
Una infancia de
lumbres encendidas.
De dormidos
miedos.
Oh, los miedos.
Silbidos del
viento en la raíz del este
Sombras de duda
huyendo a los arbustos.
Áspera ausencia
que no llega.
Galopar de
fantasmas.
Ventiscas,
nubarrones.
Ánimas, rezos,
despedidas.
Luz mala,
intensas voces escondidas.
Yo soñaba en
sus pies.
Niña helada de
enero. Pues, que había una vez.
Padecimientos.
Presentires sudados del ocaso.
Lecho insomne,
letras al revés, desangre.
Noche largas de
fiebres y alacranes.
Y tus pasos
levantados en puñales.
Pies de
escarcha. Pies de gemidos, manos frías.
Pies de
escucha. Feliz monotonía de tenerte.
Entera me
entregaba a su llegada. Lenta y segura.
Pies de
silencio invicto. Azucenas salvajes.
Culebras.
Amapolas. Cardales.
Cansados
pétalos dormidos al ocaso.
Quietos ojos
vigilia. Siesta.
Pies de lucha.
De tinta,
baluarte de palomas.
Pies de amor y
suspiros.
De gritos, de
revoluciones.
Pies de miedos.
Miedo, huída miedo.
Otra vez el
miedo.
Granizos y
verdugos.
Libros rotos.
Rabia.
Tiempos de
héroes de plomo.
Pies de
nazarena. Cuidado.
“Perdona
nuestras deudas.”
Patria de
escarcha. Uniformes .Velas.
Manos cortadas.
Incomprensión
Vuelvo las
páginas de mentida historia.
Surcos,
prematuros surcos.
Pésame dios mío
que no tengo.
Pies, amados
pies. Ráfagas espumas.
Perdón, tallos,
blancas alas de plata.
Sube desde tus
pies, sube el amor.
Mano de aurora.
Pulso en la
memoria.
Madre.
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
EL LENTO PADECER DE LAS CEBOLLAS…
HUELLAS DE
HAROLDO*
“Es igualmente
una mañana fresca y limpia. El gordo Primo marcha a su lado. El bueno del
gordo. Caminan con pasos resueltos, el gordo un poco detrás. Oreste lleva
colgada una honda al cuello y el gordo con un rifle de aire comprimido y
una bolsita con comídale gordo apura el paso para alcanzarlo. A veces está al
lado y a veces es tan solo el recuerdo del gordo”.
Esto lo
escribió Haroldo Conti en su libro En vida.
Con estas
palabras bailando blandamente en mi cabeza me desperté o soñé con ellas porque
la letra del gran Haroldo, de tanto repasarla a través de tantos años se ha
incorporado a mi sangre, como quien dice.
Y no puedo
olvidarme del Boga, ese solitario y abúlico pescador que trasiega el río como
si fuera su propia víscera.
O el Oreste de
Mascaró o éste, al que me referí más arriba. El que conecta con mi propia
infancia porque nosotros también guardábamos los pedazos de pan que nos daba
nuestra madre debajo de pulóver (al que el Haroldo llama tricota), Nosotros
salíamos en banda a cazar por los campos con nuestras tramperas y nuestras
gomeras matadoras de pájaros.
Y cuando pienso
en esos tiempos vienen algunas preguntas que ya no tendrán respuestas, porque
sólo yo me las formulo y a mí y no a otro ser de este mundo interesa.
¿Quiénes eran
los dueños de esos vehículos que siempre pedía prestados mi padre?
Eran carros y
sulkys con sus respectivos caballitos sufridos y mansos. Alguno era de don
Manuel Gómez, que en el techo de su casa había puesto una altiva veleta,
en rigor un gallito rojo que hacía pata ancha a los vientos sureros y
ariscos. Algún otro, tal vez, de Andrés Míguez, por buen nombre conocido como
El pelado, eximio futbolista del pueblo. Un verdadero docente de ese cuerpo
esférico (como llamaban los periodistas, de entonces a la pelota de fútbol) tan
humilde y necesaria.
¿Y los otros
vehículos que recuerdo? Como aquel sulky que usábamos para ir al campo de tío
Domingo, donde mis padres juntaban el maíz a mano, y en un atardecer en que
cruzábamos el paso a nivel del Chino Bruno, el más alto por otra parte, mi
padre vio un tren a lo lejos y apuró con el látigo al fiel caballito.
-Cruz
diablo-exclamó mi madre mientras se persignaba.
¿Y de quién era
ese otro que un oscuro atardecer como éste, de Otoño, entró guiado por mi padre
por el portoncito de entrada, tan bajo? Ese día mi padre desató el caballo y al
estar yo arriba todavía, puso las varas contra el suelo, lo contrario que hacía
siempre. Yo era muy pequeño para bajarme solo del sulky, y se me escapó un
hermoso porrón panzudo de barro que había dejado a mi cuidado. Entonces me
gritó.
-No le eches la
culpa al chico-me defendió mi madre que pocas veces, por temor, intervenía
antes un reto de mi padre.
El ruido de ese
porrón al trizarse en el suelo me sigue persiguiendo por todos los años
sucesivos. Ese porrón que yo admiraba en sus finas líneas, o que a mí me lo
parecía. Fue tanta la devoción o la culpa que cuando cerró la casa Demaría
siendo yo adulto compré varios. Uno regalé a mi madre. Otro a mi amiga Angélica
Gorodischer y el otro lo tengo yo.
En fin, trato
de suturar heridas, de salvar esa llaga viva que se incubó en esa matríz
primitiva que al parecer se produce en la infancia y esa marca nos acompaña
toda la vida.
A través de los
años uno va fantaseando que puede corregir la plana de esa vida que va
escribiendo para siempre y al final uno comprende que –como dice el
personaje borgeano- el ser humano estuvo escribiendo las líneas de su mano. Tal
vez una manera poética de asegurar que la vida no permite un borrador.
Entonces esos
chicos, esas naditas -como las llama él-, el Haroldo, tiernamente, que
trotan por esos caminos que serpentean en la llanura y paran para pescar
desde la baranda de un puente, son la expresión más alta, más sublime y más
idealizada, por qué no, de la entera libertad que tendrán en la vida.
Yo también con
mis amigos de entonces y que lo son hoy, a Dios gracias, anduvimos trotando en
las siestas en que esperábamos sorprender a un cuis ingenuo o indefenso
para asestarle un hondazo. Cosa –en rigor de verdad- que casi nunca
lográbamos porque sus pequeños pies iban rápidos levantando una nubecita de
polvo y se metían en sus cuevas.
Pero nos
quedaba el recurso de la pesca, o la caza de algún zorzal incauto que caía en
las tramperas colgadas de los postes del alambrado donde una lechuza de ojos inmensos
nos observaba con esa desconfianza que durante el día tienen todas las aves
nocturnas.
APARIENCIAS*
soy un pajarito
que agoniza
en noche de
estrellas rojas
pétalo que se
cae
ante el rubor
de una rosa
una flor que se
perturba
cuando el
picaflor la deshoja.
casi un canto
sin ritmo
al borde del
precipicio
vaso sin whisky
en un amanecer
sin sol
y me dirán que
soy
como flor de
carnaval
Unicidad del
cangrejo
en el insomnio
febril.
13 de abril
2013
La buena gente*
Crónica n° 85.
-Marzo 2013-
*De Alfredo
Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar
Tengo amigos
que se emocionaron hasta las lágrimas cuando se conoció la identidad del nuevo
Papa. Tengo amigos que, la semana anterior, se entristecieron profundamente al
conocer la noticia de la muerte de Hugo Chávez. Tengo amigos que no soportan a
la Presidenta ni a nada que huela a kirchnerismo. Tengo amigos que concurren a
los actos del oficialismo, orgullosos de festejar por las calles cada logro del
gobierno nacional. Tengo amigos que practican el cristianismo con sincera
devoción y colaboran en forma activa con su parroquia. Tengo amigos recalcitrantemente
ateos que son, además, furibundos anticlericales. Tengo amigos que simpatizan
con valores tradicionalmente identificados con la derecha. Tengo amigos que
militan en partidos y agrupaciones de izquierda. Puedo tener con cada uno de
ellos mayor o menor afinidad ideológica, puedo –por exceso o por defecto- no
compartir algunos o varios de sus puntos de vista, puede ocurrir (y de hecho,
ocurre con frecuencia) que cuando se manifiestan en la calle o en las urnas los
grandes temas del país y de la condición humana estemos parados en veredas
opuestas. Sin embargo, estas discordancias no impiden que a todos ellos los
considere buena gente (lo cual es lógico, porque sino no podrían ser mis
amigos). ¿En qué sentido digo buena gente? En el sentido de que, aun con sus
defectos a cuestas, todos ellos son básicamente honrados, trabajadores,
responsables. Uno nunca los va a encontrar metidos en chanchullos o asuntos
vidriosos. Son gente dispuesta a dar una mano y a hacer favores sin pedir nada
a cambio, gente que no usa a los otros, gente que elige a diario no complicarle
la vida a los demás. Son personas confiables: puedo darles la espalda sin temer
la cuchillada artera o la maledicencia. Que no parezca poco todo esto en los
días que corren.
Lo curioso –y
he aquí la gran paradoja que me llena de perplejidad- es que sería totalmente
inviable sentarlos juntos a la misma mesa. Hacerlo implicaría abrir las puertas
a una feroz balacera dialéctica que dejaría un tendal de ofuscados y ofendidos.
Aquello que los diferencia ocuparía el primer plano de la escena y toda posible
relación entre ellos naufragaría sin remedio en un océano de antinomias
insalvables. Enfocados en mensurar sus respectivas incompatibilidades,
perderían de vista las cualidades humanas que los igualan, lo cual me parece no
sólo una injusticia, sino también y sobre todo un auténtico desperdicio. Porque
no son las eventuales discusiones el problema (al fin y al cabo, son gente
grande y pueden defenderse solos). Lo que en verdad me aflige es que ese
reduccionismo sin matices les impediría reconocerse entre sí como buena gente.
Seguramente, no
faltaría quien, todavía enardecido por el fragor del tiroteo verbal suscitado,
afirmara que hay estafadores simpatiquísimos, genocidas que juegan a la pelota
con sus nietos, explotadores redivertidos en los asados, mafiosos siempre
dispuestos a ayudar a sus sobrinos, y no por eso adquieren el carnet de buena
gente frente al resto de los mortales, que no sólo quedan excluidos de su
faceta bienhechora sino que, muy por el contrario, sufren las consecuencias
perniciosas de sus otros actos. Ya lo sé, pero está claro que, por las razones
apuntadas más arriba, casos extremos como estos no pueden aplicarse por
analogía a mis amigos. Que no serán héroes inmaculados, pero tampoco son una
sartenada de cretinos.
Imagino que
tampoco faltarían quienes, con el lanzallamas todavía humeante, me reprocharían
el hecho de considerar buena gente a alguien que apoya tal o cual causa, o a
alguien que está en contra de tal o cual otra. A lo cual yo contestaría: ¿y por
qué no? Nunca he entendido ni compartido ese criterio dogmático tan arraigado
según el cual todos los que enarbolan la misma bandera que uno son
necesariamente buenos y los que enarbolan otra son necesariamente malos. Tengo,
por supuesto, mis preferencias ideológicas y –como a todos- me disgusta que
alguien venga a cuestionarlas. Pero el concepto (o el preconcepto) que me
merecen las posturas filosóficas ajenas que no comparto no me inhibe para
reconocer la eventual nobleza de quienes las sostienen. Cada persona es una
entidad compleja, compuesta de facetas diversas, a veces contradictorias. Nada
obsta, me parece, a que en un saludable ejercicio de tolerancia -¿cómo
llamarlo: transversalidad ideológica, transideología?- las personas encuentren
puntos de contacto sobre los cuales edificar una interacción constructiva o, al
menos, armoniosa.
Si a esta
altura quedara todavía alguien sentado a la mesa después de la reyerta,
probablemente me preguntaría alarmado si acaso estoy insinuando que la
ideología de una persona no es tan importante como tendemos a creer (como no lo
son, tampoco -o como no deberían serlo- su raza, su nacionalidad o su
orientación sexual). Tendría que aclarar entonces que el perfil ideológico sí
me parece sumamente relevante pero que no es tan decisivo como su perfil ético.
Digámoslo con una alegoría futbolera, a ver si se entiende la idea: el hecho de
que un barrabrava de Colón y yo gritemos los goles del mismo equipo no
significa que yo sienta, a nivel humano, más empatía con él que con un pacífico
hincha de Unión. De este último podría hacerme amigo a pesar de la rivalidad
deportiva; del primero no, a pesar de nuestras coincidencias en ese sentido.
Bueno, del mismo modo, es mucho más factible que me sienta cómodo tomando un
café con alguien honesto que piensa distinto a mí, que con un tránsfuga que
circunstancialmente ha votado al mismo candidato que yo. Quizá con el primero
no pueda desarrollar una corriente de afecto, es cierto, pero lo voy a
respetar. Con el segundo, en cambio, serían tan imposibles el afecto como el
respeto.
Tengo amigos
muy diversos entre si y celebró esa diversidad. Estaría bueno que fueran amigos
también entre ellos, pero la amistad por carácter transitivo no existe. “El
amigo de mi amigo es mi amigo” será una fórmula muy eficaz para recordar cierta
regla matemática de las ecuaciones pero resulta inaplicable en la vida
práctica. No pretendo tanto. Lo que sí me gustaría es que mis amigos pudiesen
verse mutuamente como yo los veo, así, tan buena gente. Sí lo hicieran, se
darían cuenta de que -al menos desde cierto punto de vista- estamos todos
alineados en el mismo bando. Pero al parecer no pueden, y es una pena. Con
tanta mala gente deambulando como plaga por el mundo, es una pena que no
puedan. Una verdadera pena.
*
ese mar que no
se olvida
esa pesadumbre
de la tierra crepuscular
a la hora en
que los fantasmas de las risas pasadas
revolean sus
griteríos sobre edificios y catedrales
en qué pensarán
entonces los espejos y los días?
qué palabra
además del
silencio
fornicará en la
noche
con las hojas
y con las
piedras
con la mujer
detrás de la civilización y el infinito?
ah, mar que no
se olvida!
esa ligera
picazón de olvido que infecta la memoria
tornasolada
aurora
que no sabe
sino herirnos con una última inocencia!
olvidemos aquel
mar que no olvida:
nadie te dijo
hasta qué punto debías negar
la voz de las
estrellas
o el lento
padecer de las cebollas
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
SENTADA BAJO EL
VERDE LIMON*
Its the 4th April - Snow its not funny any more.
Keith Albridge
Puedo morir
arrullada por
la suerte de los pájaros
con sangre
espesa en venas escondidas.
Si las
moléculas de nieve no estorbaran
también podría
reír
amparada en la
fiebre de la espera.
Essex, 4 de
abril 2013,
* * *
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