sábado, abril 13, 2013

LAS COSAS NO SON TAN SENCILLAS...




*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010) http://galeria.walkala.priv.at/main.php
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
 
 
 
 
 
 
 
MEMORIAS DE UN OTOÑO*
 
 
La ventana daba al recuerdo, apoyada sobre el vidrio húmedo sentía la llovizna suave y silenciosa de la cordillera. La montaña estaba encendida con lengas y cipreses, mientras los álamos desde la loma se deshacían en amarillo. Intacto y perenne, el paisaje otoñal del Lago Futalaufquen, año tras año había sellado una porción de sus ojos. Aunque ahora los cerrara y los volviera a abrir, la higuera solitaria de su patio apenas podía borrar la resaca de su vieja mirada. El otoño sureño volvía, de tanto en tanto, a traerle bolsas de hongos para pelar hasta la madrugada. Ella los tomaba como una mujer fantasma para enhebrarlos en un collar interminable, sin saber dónde ponerlos a secar.
Cuando las imágenes del pasado llegaban tan sorpresivas, Mila apretaba las manos y convocaba algún detalle de su entorno para volver al presente. Volvió a fijar su cara a la ventana, obviando la reja, y la higuera se llenó de pájaros ciudadanos.
Ya no iba a nevar, lo sabía, pero tampoco el alma se le pondría fría y blanca, como entonces.
Mila puso la pava e inició el ritual del mate para ella sola, en tanto tomó la agenda para repasar la tarea del día. Estaba cargada de horas que le parecieron inabordables. Movimientos hacia la calle la reclamaban y se preparó para sumergirse en ellos sacudiendo el último recuerdo que se permitiría esa mañana.
Duró segundos en su mente. A mí me llegó, hace ya mucho tiempo, por correo, en esta carta:
 
Mi extrañada y lejana:
Te escribo para tenerte cerca y para que, charlando con tu voz en mi memoria, pueda encontrar una respuesta a lo que está ocurriendo. El temor de lo que presiento me paraliza. Es muy tarde, ya no hay luz en la casa, apenas este farol que me sirve de sol y me protege de la noche larga. Quizás la más larga de toda una vida. Gerardo salió temprano en la lancha hacia el Lago Kruguer y no hay noticias, ni en la radio ni en el cielo profundo, de su regreso. La nieve no cesa y los kilómetros hacia el poblado son imposibles de transitar, aún convirtiéndome en ave nocturna. Estoy atrapada en la cárcel más natural y ridícula. No hay guardias ni llaves que me permitan salir de aquí.
Presa de impotencia he intentado caminar hacia algún sitio, pero no hay hacia dónde llegar. Estoy completamente aislada de todo ser humano.
Gerardo fue siempre previsor y obsesivo con los imprevistos. Su presencia estuvo mucho tiempo marcando el ritmo de nuestras vidas. ¿Qué ocurrió esta vez? ¿En que rincón su mente está calculando todos los detalles del funcionamiento del hogar? Su voz no llega para tranquilizarme.
Su ausencia no es por la tormenta, lo intuyo. Conociéndolo, algo más profundo debe haber ocurrido para que no esté aquí alimentando el fuego de la cocina. La noche y el desconcierto no cesan. No volverá.
Mientras pasan las horas, algo se desprende de mí: un brazo, una pierna, los pedazos de mi ser van soltándose en este sitio. Gerardo está vivo en otro lugar , no hay regreso de la sombra de su cabeza. Se ha perdido en las aguas de su propio lago. No hay retorno.
Amanece y ya no nieva, un vehículo se acerca con un pasajero.
- ¿Es él?- No me reconoce, no me mira a los ojos. El chofer lo lleva a la ciudad.
- ¿Gerardo?, desespero y no contesta. Me subo llena de preguntas pero él no reacciona. Habla como un extraño. Gerardo desvaría. Se ha perdido de mi vida y de la suya. Está aquí sin volver. El mundo que era el nuestro se ha quebrado, como su conciencia.
Sigue navegando hacia un lugar donde nadie puede penetrar. En el hospital insisto con desesperación:
- ¿Volverá?- . Nadie contesta. Las aguas del lago siguen fluyendo, el naufragio de nuestras vidas es inminente. En el Kruguer se ha perdido un hombre, el mío. El calafate que juntos no comimos seguirá madurando en el sur. Y nosotros buscaremos el norte. Yo, todavía con preguntas y él, cada vez más silencioso.
 
Hasta el reencuentro y el abrazo, te quiere,
Mila.
 
Observó el reloj, apurada se vistió y salió a la calle donde la gente iba y venía intentando no rozarse. La ciudad comenzaba a cobrar vida y los vehículos aturdían en el asfalto. No había ni un retazo de silencio. Corrió hasta la parada del colectivo y prolijamente sacó su boleto, buscó un rincón cerca de una ventanilla para que el aire la despabilara. Hurgó en su bolso para sacar la agenda y calcular los tiempos del nuevo día.
Amenazaba agitado e interminable. La estarían esperando.
Mila sintió cómo las ruedas salpicaban las hojas caídas. Quedarían sin crujido después de la llovizna. Pero quizás – pensó-, como a ella misma, el sol las sorprendiera nuevamente para devolverles el sonido más risueño y auténtico del otoño.
 
 
 
 
*De GRACIELA VEGA. cielavega@yahoo.com.ar
- 2001 -
 
 
 
 
LAS COSAS NO SON TAN SENCILLAS…
 
 
 
 
 
 
Poema de la palabra en la boca ...*
 
 
 
cuando no teníamos la palabra
las manos redondeaban los objetos
el peso de las cosas enunciadas:
ventanas, martillos, espejos
todo sopesaba la mirada
los hombres no anhelaban el silencio
llevando en su raíz la acantilada
longitud piramidal del universo
los pájaros, los roedores, el yeso
la madera, el pan, el trigo, el agua
el lento pasaje del gusano en la rama
el copioso devenir de los misterios
la piedad azul del viento en el alba
la desnuda mujer, la rabiosa calma
del rayo vertiginoso, del doloroso cielo
enconado, libertado, agreste y ciego
ah! pero de pronto vino la palabra
ah! de pronto tuvieron nombre los cimientos
la rosa roja, el cráter, la espina, el ala
el cordón umbilical de las montañas
el incesante parir agónico del viento!
llegó desde la cordillera andina la palabra
y habitó las bocas, y martilló el silencio
y supo la mujer evocar la pólvora y el fuego
y supo el hombre nombrar la espada
supieron decir, al unísono, puñal de invierno,
buscaron un nombre para la clase explotada
entonces pájaro la llamaron, la llamaron pueblo,
espina de Cristo, raza de puertas, de huertos
de fatigas, de hambre, de quebradiza espalda
y de lamentos: por eso no les daban la palabra
porque el nombre de las cosas era ajeno,
perros de máscara frágil, luces del puerto,
venga a nosotros tu reino, oh, palabra!
 
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
*
 
 
En el secundario tuve una profesora de literatura que sentía algo especial conmigo, no me refiero al gusto por la lectura y la escritura, con varios compañeros compartíamos ese gusto y creo que por eso ella había accedido a ser nuestra tutora. Le prestábamos atención. Leíamos libros que nos gustaban. No nos subestimaba. No nos maltrataba. Como era nuestra tutora, una vez por semana teníamos encuentros a solas con ella. La idea de esas reuniones, creo, era mejorar la convivencia, limar asperezas entre compañeros, apuntalar el rendimiento, escuchar reclamos. Una vez se enteró de una pelea en la que yo estaba involucrada y me citó para hablar. Con su voz suave me pidió mesura, entendimiento, reconciliación. Me decía Alejandra, pero me trataba de usted. Era una mujer de otro tiempo. Una belleza de otro tiempo. Pelo rubio casi blanco, ojos celestes, piel blanquísima; usaba bufandas que parecían estolas, sacos y polleras de terciopelo, maquillaje color pastel, aros de perla. Su estilo renacentista no pegaba para nada con ese colegio reo venido a menos. Una vez, en una de esas reuniones, me contó que siendo adolescente se había enamorado de su profesor, los dos se enamoraron, y que vivieron juntos hasta que él murió. El marido le llevaba veinte años, o más. No sé cómo vino la confesión. Ella me veía a mí como lo que fue, eso quizá le dio confianza. Hoy es difícil de entender. Que haya amor y no abuso, digo. Es cierto que pasan cosas de temer, pero no es lo único que pasa. Los padres desean la normalidad de sus hijos, la normalidad es lo más parecido al bien. Que hable normal, que camine normal, que aprenda normal. Que sea como todos los demás. Hoy en la tele un periodista muy suelto de cuerpo hablaba de depravación, crucificando al tipo, paladeando el linchamiento. Porque de ningún modo un hombre se puede enamorar de una mujer mucho más joven, y viceversa, pudiendo elegir otras de su edad. Como dice Leonard Cohen, gracias a Dios, las cosas no son tan sencillas.
 
 
*De Alejandra Zina. Alejandra.zina@gmail.com
 
 
 
 
 
 
 
El ojo colectivo*
 
 
 
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
 
 
 
Tal vez porque he trabajado en una empresa de transporte en la que el jefe me miraba como si yo fuera una planilla de seguro automotor y por mis venas no corriera sangre sino la tinta mohosa de mi tarjeta de horario de entrada y de salida.
 
Tal vez porque antes de ello trabajé en una clínica de pequeños animales y una vez tuve que sostener a un perro viejo al que su dueño decidió sacrificar. Mientras entraba el líquido letal en su cuerpo, por la memoria del animal pasaban, de manera desordenada, escenas de su vida, desde los primero pasos como cachorro, hasta el momento en que un Volkswagen Gol, color celeste, lo atropelló por detrás y salvó su vida por milagro, por la operación de cadera y por los cuidados de su amo. Estos recuerdos, que se mezclaban con retozos en el césped, ladridos de alarma que le valieron el mote de guardián y su plato diario de alimento, se transferían desde su retina color miel hacia la mía color del tiempo, como un legado misterioso, hasta que las imágenes se detuvieron para siempre.
 
Tal vez porque también trabajé en una agencia de publicidad donde los ojos se usaban desesperadamente, con afanes que lucían el barniz del día y se exaltaban en la noche falaz de purpurina.
 
O porque en medio de una cosa y otra colaboraba en el aprendizaje de niños y adolescentes, los cuales, después de las clases de lectura me ayudaban a envasar los dulces caseros que más tarde les vendía a sus madres. Aquí también usé mucho los ojos. Sea para mirar los niños, sea para medir el azúcar o macerar los frutos.
 
Tal vez porque cuando tenía seis años mi padre me miró por última vez y no supe que esa mirada iba a ser la última, por lo que pasé mucho tiempo buscándola en la memoria sin encontrarla, pero a cambio hallé otras cosas que, si bien no tienen que ver directamente con el recuerdo, tienen mucho que ver con los ojos.
 
O quizás porque una vez tocaron el timbre de mi casa y yo abrí el postigo y quedé frente a frente con la mujer que vino a informarme que mi hermano había muerto, y los ojos de mi hermano, cuando los fui a ver, estaban cerrados. También busqué en la memoria su última mirada, sin encontrarla, por supuesto. Por entonces, a mi mamá los ojos le quedaron falsamente abiertos durante muchos años.
 
Tal vez porque he mantenido demasiado tiempo las palabras fijas en el horizonte para verlas a trasluz, o porque el horizonte me miró fijo, o tal vez porque las palabras son ojos, o nada de eso, sino que las palabras fueron epitelios de espuma que me configuraron el mapa de los ojos.
 
Tal vez sea porque una vez me miraron como si yo fuera la única mujer en el mundo y otra vez, como si fuera la última, y otra vez como si yo fuera un cristal que atraviesa la pecera donde yace ahogada la ninfa travestida de pez, y otra vez como si los dedos de mis pies pudieran andar por las puntillas de la bruma, y otra vez como si yo fuera el reservorio de los ecos minúsculos, y otra vez como si yo fuera producto de alguna realidad irrealizable.
 
Pero tal vez sea porque desde temprana edad adquirí el hábito de mirarme en el espejo antes de irme a dormir, para grabarme en la memoria y reconocerme en los avatares del sueño, cuando yo es otra, o cuando otra es yo. O bien porque a los doce años fui hipnotizada por una mentalista que me extraía los demonios y las gripes por los ojos, o bien porque de tanto mirar la luna las pupilas se me hicieron transparentes.
 
Tal vez, porque nací en verano, aunque no creo que eso pueda ser motivo para descubrir los vagabundeos de las estrellas fijas ni la quietud de las nubes peregrinas, pero aún así, más de una vez le adjudiqué razones que daban sentido a mi vida al hecho de haber nacido el día de mi nacimiento, como hito existencial, como si antes de nacer nunca hubiera existido. En ciertas noches o días que se hicieron noche llegué a sospechar que al abrir los ojos al mundo por primera vez en el primer día del verano, el dorado esplendor del mediodía también delineó el futuro de mis ojos. Pero también sé que el esplendor dorado fue y vino, fue y vino, más como un detalle a ser descubierto que como una evidencia.
 
Tal vez porque tuve un amante que me vendaba los ojos y yo andaba por su cuerpo como ciega, descubriendo zonas viejas que se volvían nuevas. O porque tuve una gata con un ojo violeta y otro verde que se llamaba Carmín y le temía a las tormentas.
 
Sin embargo, tal vez sea porque ando mucho en colectivo y veo a la gente que miro. Sí, quizás sea, sobre todo, por ello. Porque viajo en colectivo y el colectivo siempre está lleno de gente. Y la gente siempre trae sus ojos consigo, y, ya se sabe, los ojos son las ventanas del alma. Evité decirlo porque parece algo tan banal, tan vaciado de sentido, pero yo, que tengo ojos y veo a la gente que miro, digo que semejante verdad, tantas veces dicha, es cierta. Y ahí está el problema. Hay días, en que el alma de la gente que viaja en colectivo tirita. Y cuando bajo del colectivo, sigo viendo gente que baja de otros colectivos, cuya alma también tirita. Sólo por mirarlos a los ojos sé bien quiénes bajaron del colectivo y quienes del taxi. Por eso digo que al problema de mi escritura lo tengo en los ojos. La gente que anda en taxi no suele diferir demasiado de la que baja en colectivo, en cambio la gente que baja de sus autos, maneja otro tipo de alma.
 
Pero lo cierto es que hay días en que me quedo sin fuerzas para ver tantas almas titiritando y a lo único que atino es a cerrar los ojos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
EL FRANCO DE MARIA*
 
( una visión de los siete pecados capitales)
 
 
*Un cuento abreviado de Carlos Alberto Parodíz Márquez. parodizlaunion@gmail.com
 
 
 
El jinete ha llegado, vestido de oscuro, con su guitarra al hombro y la opresiva y ominosa sensación, para quienes se le aproximan, que su irradiación no es de este mundo.
Su belleza, extraña, seductora, suave, voluptuosa, se percibe en la ambigüedad, extraña, que produce el confrontar las fronteras de lo indefinible.
El viejo, sentado, a la puerta de la miserable barraca donde funciona el bar - prostíbulo, siempre con el largo sombrero echado sobre los ojos, era una referencia para cada habitante de la ¨serra¨.
- Para lo que hay que ver -, se decía, porque en ”la pelada” los mineros, aspirantes a buscadores de fortunas imposibles, tabicaban sus vidas en la prosecución del intento supremo, hallar el oro salvador, del que muy pocos regresaban.
Por lo tanto era, sin dudas, el lugar indicado para el hacinamiento de almas desesperadas, desarboladas, que sólo uno, podía ir a buscar.
El viejo, al verlo descender de su caballo, se sintió obligado a un gesto maquinal, a pleno sol del mediodía tropical, se levantó el cuello del abrigo, por un frío repentino, que su experiencia le obligaba a reconocer, entrecerrar los ojos y persignarse, cuando Franco cruzó la calle, justo frente al viajero, en busca de María, sin sospechar que su vida cambiaría de ahí en más.
Despreocupado, Franco entra al bar sin reparar que el desconocido a sus espaldas, luego de seguirlo, gana anonimato en la penumbra del interior del lugar, disolviéndose entre los asistentes.
Franco, esta urgido de hallar a María, pese a que derrocha indiferencia.
Uno de los dormitorios, se abre y, en la puerta, aparece ella. Rara belleza. Salvaje mezcla. Buscada, pero temida. Una verdadera esmeralda perdida.
 
Advierte a FRANCO. Se miran. María lee su actitud imperiosa, pero tiene que atender. Cuidar el orden, también allí, significaba conservar el lugar. Las abstinencias, en esos sitios, valen una vida a veces. El se muestra impaciente. Nunca aceptó aquella situación. Ella, para justificar su permanencia, transitó las explicaciones probables y las atendibles. La necesidad terminó por imponerse.
 
FRANCO almacenó oscuras sensaciones y cada tanto estallaba. Ahora y por eso, continuaba bebiendo.
Cuando MARIA decide ir a su encuentro, alguien se atraviesa en su camino, viste de oscuro y carga sobre su espalda el estuche de una guitarra, suave pero enérgico, se explica ...
 
" ... es mi turno ... MARIA...."
 
Ella lo mira confundida, no lo conoce, nunca lo ha visto, sin embargo hay algo que no puede precisar; recorre su larga y esbelta figura, pero no ubica ese inexplicable detalle. Imprecisa, todavía, sostiene la mirada de aquellos ojos de miel ...
 
"... perdón..."
 
El extraño, gentil, persiste ...
 
"... llámame "MONSIEUR" ... he esperado por ti, un largo tiempo ... MARIA ...
 
Ella se sintió turbada y esto sí era extraño,
más la pausa expuesta, tuvo costo. FRANCO se interpone. Forcejea. Sin éxito. El hombre lo mira.
Desafío y expectativa. El silencio colectivo se agudiza, como un filo.
MARIA, no se explica su pasividad anhelante. Los hombres se miden. La incertidumbre centellea. Finalmente, FRANCO, cede en silencio.
Hay entre él y MARIA, segundos vitales, percepción de tiempos fracturados, sus miradas procuran sostenerse. El dueño del local, con su severidad sin elocuencias, había influido en el desenlace.
El hombre vestido de oscuro y con la guitarra a la espalda, ha ingresado al dormitorio.
 
Al fondo de la habitación, una cama, un balde y él, desvistiéndose. Se vuelve y sonríe, enigmático, a FRANCO, quien no apartó su mirada de la puerta abierta de la habitación, desobedeciendo su propia conducta.
MARIA cierra la puerta y apoya en ella su espalda, buscando fortaleza.
No se pregunta.
No sabe por qué.
Teme y desea.
Ella, que había matado la experiencia, pareció temblar.
Quiso enojarse consigo.
Rubor.
Eso, perdido, había vuelto.
¿Quién era ese, que sin tocarla ni hablarle, le provocaba vértigo?
Cerró los ojos y se dejó estar.
Oyó el murmullo de su respiración cadenciosa.
Le pareció una brisa fresca.
No advirtió sonido en sus movimientos.
Las yemas de los dedos, de él, iniciaron una metódica y exhaustiva exploración.
Sus pezones, erizados, viajaban rumbo al estallido.
Una ola de placer, tenue al comienzo, comenzó a crecer dentro suyo irrefrenable.
Su resistencia de ojos cerrados, comenzó a desmoronarse.
Se dejó acariciar disfrutando voluptuosamente. Cada centímetro de su piel era recorrido, gozado, con una combinación perfecta, que el hombre establecía, entre su boca y las manos.
Se sintió arcilla modelada.
Homenajeada.
Algo nunca percibido.
Comprendió que era una fiesta, la suya, hecha por y para él.
Destinataria de un desborde indominable.
Las formas del goce, infinitas, la habían elevado a alturas de placer alucinantes.
La boca de él, era insaciable y no había lugar al que no pudiera llegar, para provocarle un nuevo estremecimiento.
MARIA comenzó a guiar sus respuestas.
Ansiaba recorrerlo con la misma intensidad. Saborearlo, con idéntica ferocidad.
Dejarlo exhausto, antes de fundirse en una sola forma.
Había dejado atrás la última frontera de su control.
Se lanzó feliz, al desenfreno sin límites.
Todo fue una danza total, fuegos de artificio en cada estallido, ella nunca tuvo, nunca supo, nunca vivió algo semejante, no podía privarse, crecía su apetito con cada orgasmo, como si una vitalidad superior, inmanejable, los alimentara.
Sabía que el éxtasis, venía de él, que algo desconocido trituraba sus reservas morales, físicas y espirituales.
Gozaba demencialmente, segura del nunca más, devolvía cada caricia multiplicando sus cuidados y exploraciones ávidas.
No se daba tregua.
Tenía la imperiosa necesidad de eternidad en cada penetración.
Nunca suficiente.
Todos los tiempos, un tiempo.
Había viajado por el cosmos del placer infinito y estaba sedienta.
La eternidad se había detenido.
Quiso aferrarlo en un intento de fusión estelar. El, alimentaba todos sus gestos y los completaba. La perfección de las formas, las figuras, las liturgias del sexo, fueron un libro que ella aprendió, en piel, durante ese galáctico éxtasis. La tregua del final, la encontró asida a él, próxima al desamparo inminente.
No habían cambiado palabra.
Ella sabía que algo irrepetible, había sucedido.
 
En el bar, FRANCO bebe de más.
MARIA ha estado demasiado tiempo con el hombre de la guitarra.
Se abre la puerta de la habitación.
En el vano, el hombre mira, silencioso pero intensamente, a MARIA.
Ella, con los rescoldos del fuego consumido, en la mirada mezcla arrobamiento, embelezo, temor y desesperanza.
Lo acompaña, a medio vestir, hasta el pasillo. Algunas mujeres, en el bar, sentadas a una mesa ríen y comentan.
MARIA retorna, brevemente, a la habitación y luego desciende al bar. toma de un brazo a FRANCO para decirle ...
 
" ... salgamos ...Ӭ
 
En la puerta, el viejo ha vuelto a persignarse al verlos salir, luego de comprobar que el jinete, un minuto antes, ha partido, el detalle del frío repentino que acomete al viejo, es que en el camino reseco, el oscuro caballo que conducía a su jinete singular, no dejaba huellas sobre el polvo de la calle.
Por supuesto ni Franco ni María habían reparado en ello, cabizbajos y casi definitivamente separados, marcharon hacia la desolada plaza de la ¨serra¨ buscando que cosas decirse.
 
 
 
*EL FRANCO DE MARIA. UN GUION-CUENTO DE CARLOS ALBERTO PARODIZ MARQUEZ.
 (versión abreviada para revista del cuento homónimo, cuya estructura original se encuentra bajo el archivo El Franco)
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
De sangre y lejanía
es tu camino que no recorro
…no conozco.
De llaga y de cansancio es el mío
que no recorres ni conoces.
Son campanas mis palabras y mis manos
y las tuyas
pezuñas y relámpagos
oscuro todo,
desnudo de tiempos
Golpeado de olvidos.
 
Con el olor de hombre que sólo sabe decir te amo
mintiendo amaneceres.
 
 
*De María Manetti. dulcemariam6@hotmail.com
08/04/2013
 
 
 
 
 
* * *
 
 
 
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