viernes, febrero 07, 2014

AL BORDE DE LA NIEBLA DEL TIEMPO...

 
*Obra de Walkala. Luis Alfredo Duarte Herrera (1958-2010).
-En Aurora Boreal. Walkala: un homenaje in memoriam
 
 
 
 
 
 
BLUES PARA MI MADRE*
 
 
 
Te vi al borde de la niebla
te vi caminar al borde
con esa manera tan tuya
de caminar la casa
de caminar tus mundos.
 
 
Al borde de la niebla del tiempo
que va borrando los rostros
te vi caminar
y caminabas entre los almácigos
de verduras tiernas
aquellos, sostenidos por las manos del viejo.
 
 
Mi ademán fue en vano
seguiste caminando al borde de la niebla
haciendo que tu mundo continúe:
tiernas verduras, el puchero del medio día,
la ropa lavada, el saludo barrial,
la misa dominguera, la espera con mesa servida.
 
Te vi allí
en el preciso borde de la niebla
caminando
y yo
con el impreciso ademán de dibujar tu rostro.
 
 
*De Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
AL BORDE DE LA NIEBLA DEL TIEMPO…
 
-Poemas de Oscar A. Agú.
 
 
 

 
 
 
Nos vamos muriendo en los otros.
 
a Mercedes Sosa
 
 
 
En aquellos que suben al velero azul
antes; si, antes que el tiempo tuyo y mío …
 
Morimos en los otros
por lo que representan en el nosotros.
Ahora, son memoria abrojada en tus pasos
en mis pasos.
 
Lo que nos acongoja es nuestra propia muerte.
Nos zozobra hasta el límite y,
si miramos para atrás
vemos
cómo el río del tiempo va lavando los detalles
cómo se diluyen en su vastedad.

 
 
 
 
TE VÍ BAILAR
 
a Marta Bernazano
(bailaora de flamenco)
 
 
 
Te vi bailar, mujer.
 
Vi orillar la luz en tus caderas
y vi la lluvia de la danza
desprenderse de tus dedos
derramarse con vigor en el taconeo rítmico
y subirse nube en tu falda flamenca.
 
Te vi bailar, mujer
con el fuego en tus ojos
y toda tú ardiendo danza
y toda tú portando el fuego
encendiendo lumbres
para iluminar la noche.
 
Te vi bailar, mujer. Y me habitó el fuego.
 
 

 
UNA MUJER
 
 
Una mujer pidió un poema.
 
Pidió un poema que hable de ella.
 
Un poema a ella desde mis manos.
 
Las palabras, azabaches, como su pelo
ondularon en mi cuaderno
dejando que sus ojos oscuros, de plácido mirar
y voraces en su hacer
crezcan.
 
Una mujer me pidió un poema
y su estar  quedó en mí, alucinado.
 
Una mujer se atrevió a subir por mi garganta
a poblar mis ojos
a hacerse hebra azabache en palabras
a llevar mi mano a la escritura
a dibujar un poema con forma de mujer.

 
 
 
 
Esa niña
 
 
 
Antonella
 
todos los días pulsa el timbre de mi casa.
Extraño el sonido cuando no lo hace; un extrañamiento
de que el día no fue completo.
Esa niña sólo pide algo “pa´comer”. No otra cosa.
 
Es una niña que sólo pide.
 
Y aquí, enredado entre las tripas del día,
percibo que sólo pide. Tal vez, sí, exija un poco de atención;
un reconocimiento de ¡Aquí estoy!, de “yo también soy el mundo”.
Lo hace desde su inocencia infantil, desde su mirar de ojos amarronados,
pelo negro recogido, carita redonda.
 
Y, azorado desde mi edad, desde mi estar, sólo respondo a su pedir.
 
Respondo levemente, casi con vergüenza por los abismos de los mundos de cada uno.
Un levísimo hilo hace de puente.
Su sonrisa es la que extraño
cuando no suena el timbre.

 
 
 
 
Ahora ella duerme.
 
 
 
Una cierta penumbra porosa de luz
llena la casa.
 
El ronroneo de voces
ladridos
pájaros
vehículos
acude al llamado.
 
Otro giro, otra vuelta
y el ciclo se abre y se cierra.
 
Cierta paz inunda mi ser.
 
Los guijarros de su dolor se aquietaron.
 
Ahora ella duerme.

I
 
Tatuaste, mi sombra,
con la luz de tu andar.
 
Fue, esto, hace tiempo.
 
Aún tus pasos encienden mi borrachera.
 
 
 
II
 
La luna
hoy
abandonó su plata
en tu piel.
 
Mis manos
suavemente
la recolectan hasta el éxtasis.

III
 
Amanece
sólo los días
que tu rumor
me ilumina.
 
 
 
IV
 
Mírame
dijiste
y desde ese entonces
entono tu nombre
en mi nombre
derrumbando toda incertidumbre.
 
 
 
V
 
Ocurre que tus ojos
en el mirar
-sólo tus ojos-
disuelven las dudas
y queda, tan solo, sólo certeza en mí.
 
 

 
 
 
Feriante
 
 
 
Desde que él partió       ella
acomoda las frutas en los tablones
escribe el precio de cada cual en las pizarras
resalta las ofertas
atiende, a todos, con leve sonrisa.
 
Desde que él partió
un cierto dejo de tristeza asoma.
Asoma en sus ojos
en su leve sonrisa.
 
Debo seguir, dice.
Trabajo de esto y vivo de esto, dice.
Buenos días, dice.
¿Qué se le ofrece?

 
 
 
 
 
La maga morena de la plaza
 
 
 
Toda ella se mueve
se mueve en esos pórticos que la vida ofrece,
ampliándolos.
Toda ella los amplia.
 
 
Sus manos relucen, de lo opaco, maravillas.
Pequeñas vituallas para niñas mujeres
fluyendo de sus dedos y su mirada.
 
 
Es la maga morena que agita todo ese tráfago
la que une miradas y palabras
la que sostiene las voces de la plaza
la que sonríe.

 
 
 
 
 
San Luis y (ex) Vera – (Santa Fe)
 
 
 
 
¡Aquí estamos!
 
Gritan con desparpajo sus cuerpos.
 
Gritan con poses
botas desmesuradas
minis excesivas
generosos senos, aviesos en el escote.
 
Gritan para disimular su miedo
para ocultar desasosiego
para sostenerse en el eco.
 
Gritan desde lo oscuro
-sin vueltas-
donde una lágrima vale cachetazo
y la noche, ese territorio que muerde.
 
Gritan sostenidas, en el muelle de la vida,
por la intemperie
por el ademán grosero
y la ausencia de caricias.
 
¡Gritan! ¡Gritan! ¡Gritan!
para sostenerse en el eco de su ausencia.

 
 
 
 
 
 
Tía Victoria/Tía Rita
(In memoriam) 
 
 
 
Antes del albor
amanecen tus manos.
Acunan sueños.
 
 
*
 
 
El pan del día
aroma en tus manos
y nace la paz.
 
 
*
 
 
Tu sombra viva
renace ahora, ya.
Me aurora.
 
 
*
 
 
Sentía tu voz
allá en el tambo: ¡Vaca!
y el murmullo.

 
 
 
 
LA ROSA
 
 
Peregrina de la dádiva
habitas la ciudad sin escrúpulos
barriendo sus veredas por una monedas.


Tu mirada se pierde mirando a nadie.


¿Dónde se guarece tu mente ante tanta intemperie?
¿Dónde, tu andar cobijado en anchas polleras, acude?
¿Dónde, el mundo que orillas, te dejó afuera?

 
 
 
 
Con sus quince
 
 
Ella, con sus quince
adolece de variadas cosas
menos de sus quince.
 
 
Eso importa porque aún el saco
no tiene tantas cargas de ausencia
y los sueños saben a arcoiris.
 
 
Amanece su cuerpo
y si todo va bien
será portal de nueva vida.
 
 
Ella, con sus quince
aún brinca en la vereda
para llegar al cielo.

 
 
 
 
 
Eva
 
 
 
Bandera de los vientos y de las voces quedas.
Bandera de los menos.
Bandera descocada, alucinada,
proscripta, señalada, emputecida,
ennegrecida, negada.
 
 
Bandera que ensanchó acequias para otras voces,
cruzó puentes que no existían,
puso otros cielos en las manos de muchos,
quemó fronteras del miedo
ardiendo, en sus manos, las feroces calumnias.
 
 
Bandera. Mujer bandera, gritando
azuzando la piel de todos
a contracara, a contraviento, a contragua
a puro sueño lloviznando semillas.
Mujer bandera. Diosa profana. Evita.

 
 
 
 
 
MUJER EN LA TERMINAL
 
(Joaquina)
 
A paso lento
sin importarle su propia traza
la mirada fija a ningún lugar,
la mujer, en la terminal, avanza.
Joaquina, tal vez su antiguo nombre,
pasa atravesando las miradas sin dejar un gesto.
Ya los ha usado a todos.
 
Avanza con su rastra de olvidos
su memoria ida
con esa manera tan callada de decir:
aún estoy.
 
Y Joaquina se sienta.
¿Joaquina se sienta?
Su mirada parte en cada coche
y de cada uno que llega, espera.
¿Tal vez un rostro que se fue?
¿Tal vez un rostro que reconozca su rostro?
¿Tal vez mi propio rostro para que la dibuje?
 
A paso lento, Joaquina sigue su andar
su cíclico andar la terminal
esa que cambia en cada viandante
esa desde donde, Joaquina, espera partir.
 
 
 
 
 
 
 
 
 ESA MUJER EN BICICLETA
 
 
 
Esa mujer en bicicleta bajo la lluvia
 
la fría lluvia del incipiente otoño
 
marcaba un ritmo lento y fugaz
 
junto a las primeras sombras de la noche.
 
Blandía, toda ella, un aire de zozobra
 
una lentitud del cansancio
 
una leve brisa de aún estoy.
 
Esa mujer, bajo la lluvia, en esta ciudad
 
llevaba todo el peso de la jornada
 
que se disolvía entre un pedal y otro
 
entre una gota y otra de la lluvia
 
se disolvía y se espejaba en el lustroso asfalto,
 
entre las luces refractadas y las sombras.
 
Esa mujer, bajo la lluvia, persistía
 
como loca ilusión en bicicleta
 
como aventura haciéndose
 
como constancia de la vida.
 
 
 
 
*** 
 
 
 
 Oscar A. Agú.
 
Hersilia (1947)  fue cómplice de mi nacimiento. Esa localidad me supo cobijar en mis primeros pasos. Después de habitar otros pueblos, terminé con mis huesos en Santa Fe (1965), ciudad donde crecí intelectual y laboralmente. Hoy, jubilado, pegué un salto sobre el río Salado y asenté mis posaderas en Santo Tomé, al ladito de la ciudad capital de la provincia.
Publiqué libros individuales; participé en antologías locales, provinciales, nacionales; diarios y revistas hicieron réplicas de mis escritos; colaboré en programas radiales difundiendo la literatura y sus creadores e integrando, además, jurados de diversas instituciones.
Participé desde el comienzo, junto a poetas, músicos, gente de danza, de teatro y plástica del grupo denominado Luzazul (1996) presentando espectáculos varios en la ciudad de Santa Fe y otras localidades. Desde 1999 gestamos un volante de poesía –mensual- que lleva el nombre del grupo original.
 
Se me puede ubicar en oscarcachoagu@yahoo.com.ar
 
 
 
 
***
 
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