sábado, febrero 22, 2014

EL PASADO QUE SE HA VUELTO TAN PROFUNDO COMO UN SUEÑO...



*Obra de Cecilia Aguado.


Villa Gesell. Argentina

 
 

 

TARZAN*

 
 
*De Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar

Nuestro héroe. Un héroe sin superpoderes, amante de una mona o –para evitar controversias y discusiones- hijastro de Chita. Víctima de un naufragio, se tuvo que mimetizar con los monos para no sucumbir. Volaba de liana en liana, cruzaba ríos repletos de feroces cocodrilos –si alguno se atrevía, pasaba por su cuchillo de acero afilado y, prácticamente, eterno ¿De dónde lo habrá sacado? Seguramente de algún safari de sus compatriotas que exploraban el mundo, sin importarle un rábano el mundo.

Pero Tarzán, además, se las sabía todas. Hablaba la lengua de todos los animales, se entendía con ellos y lograba interesantes alianzas, menos con los cocodrilos. Pasa que no lo conoció a Cocodrilo Dundee que sino. Claro, estaba en Australia y Tarzán andaba de aventuras en África, en una tierra ignota.

Lo interesante de nuestro héroe es que conoció a una rubia. ¡Sí! Como usted está pensando: ¡En el medio de la selva! Rodeado de peligros y animales feroces y, por supuesto, cocodrilos. Hasta entonces, Tarzán ni idea tenía de la existencia de hembras de su especie. Por eso esa relación extraña con la mona. Tal vez la rubia se dio cuenta y lo adecentó. Mire, si hasta le enseñó inglés.

Claro, las pobres y torpes negras africanas no podían ni tenían con que competir con Jeanne. Siempre negras, llenas de rulitos, descalzas, sin hablar inglés, semidesnudas, no podían llamar la atención del pobre macho náufrago y extraviado.

Pero, nosotros párvulos, no teníamos otra cosa los sábados a la tarde, en el pueblo de Ceres. La barra se juntaba, si juntaba antes las monedas, e íbamos en tropel al cine a ver el capítulo siguiente al que la doncella rubia era capturada por una tribu feroz, que tenía necesidades de realizar un sacrificio porque los dioses no eran benévolos con ellos. Y, siempre, de última aparecía él, con su grito que resonaba en toda la selva y la salvaba del martirio. Ojo, a veces el capítulo anterior lo dejaba a Tarzán en las fauces de un cocodrilo o cayéndose de una catarata y siempre había algo: una rama, una piedra o lo que se pueda imaginar y nuestro héroe resurgía indemne de su inminente fin, para continuar con la leyenda. Eso sí, siempre bien peinado, porque el Johnny, aparte de ser campeón de natación, era actor y requería de buena presencia.

Y el cine era un hervidero de aplausos, gritos y chicles pegados en el pelo. ¿Quién fue, en la oscuridad? Al otro día, algún pelado aparecía en la escuela o, al menos, con un mechón menos. Y venía, por supuesto, la hora de los comentarios y de las imitaciones.

Así me fue. Até una soga, que encontré en el patio, a la rama de un árbol -¿Aguaribay o algarrobo?-, me aseguré su firmeza en el nudo y me retiré unos metros. La soga tocaba el piso. Tomé carrera y atrapé la soga para columpiarme. Un detalle: no había verificado la consistencia de la soga, estaba podrida de seca. Y pasé de largo. Caí sobre unos cajones, que por esas cuestiones de niño, me contuvieron y no me hicieron nada. El grito, a lo Tarzán, se me ahogó. Después, me quede mirando la copa del árbol y el pedazo de soga en mis manos. Por suerte estaba solo, por el bochorno, digo. Era la hora de la siesta.

Al sábado siguiente, Tarzán nos convocaba nuevamente. La barra, toda junta, aplaudiendo sus aventuras.

 
 

EL PASADO QUE SE HA VUELTO TAN PROFUNDO COMO UN SUEÑO…

 

 

 

 

Estación*

 
 

*De Wole Soyinka.

 

Mohosa es la madurez

Y la marchita pelusa del maíz;

El polen es tiempo de celo cuando las

                                                        /golondrinas

 

Tejen una danza

De flechas emplumadas

Hebras de tallos de maíz alados

Rayos de luz. Y amábamos oír

Las frases quebradas del viento, oír

Los ruidos del campo, donde crece el maíz

Taladrado como briznas de bambú.

 

Ahora, nosotros los recogedores,

Aguardando la madurez de las corolas,

                                                 /dibujamos

Largas sombras desde lo oscuro, tejiendo

Secas bardas en la hoguera. Pesados

                                                         /rastreadores

Huellan los gérmenes podridos –esperamos

La promesa del moho.

 

 

-Fuente: Ideas número 126.

Santiago de Cuba. Septiembre 2013

 

 

 

 

Romina o el efecto mariposa*

 
 

*Por Miriam Cairo. cairo367@yahoo.com.ar

 
 

El bar es profundo y de paredes gruesas. Su forma, la de una runa casi perfecta, hecho que no explica el precio del café, pero sí la necesidad de venir cada noche a runar palabras que no pueden transmitirse con los labios, ni con la punta de la lengua.

He traído conmigo los cuatro libros que me ha regalado Asterión antes de expulsarme del laberinto. El monstruo es así. Me suelta como si el primero de sus deberes consistiera en suprimir a mi alrededor toda clase de atadura.

A la hora de siempre entra la muchacha con su esplendor de siempre, desplegando el suspiro de las flores que ofrece mesa por mesa. Cada noche hace el mismo recorrido mecánico, con los mismos gestos mecánicos. Cada noche digo un no mecánico, pero hoy compro una rosa para Asterión y ella por primera vez me sonríe.

Basta un gesto para cambiar el curso de los acontecimientos. Ante la inesperada compra, la inesperada sonrisa.

No sé por qué razón o hechizo dejo mi silencio de runa a un lado y la invito a comer. Ella deja el canasto de flores a un lado y acepta.

Nos reímos.

Me pregunta para quién es la rosa.

Para un monstruo, le digo.

Ella vuelve a reír. Y yo también.

Es un poco raro lo que hacemos pero lo hacemos con total naturalidad porque nos conocemos. En apariencia sólo puedo atestiguar de ella su voz de decir, "¿rosas?" y ella, mi voz de decir, "no", pero al parecer, el rito, tantas veces repetido, nos ha hecho formar parte de algo tenue y sólido, como el perfume de las flores que la preceden o el runar de las palabras que no puedo transmitir con la punta de la lengua.

Al pedido lo hago yo, por una cuestión de presupuesto. Se lo advierto y se vuelve a reír. Quién hubiera dicho que la muchacha de las flores sonriera. No tiene preferencia, lo que yo elija estará bien, pero quiere tomar cerveza. Obviamente eso nos lleva a la pizza.

Mientras esperamos toma uno de los libros y me pregunta qué es un con-fa-bu-la-rio. Lee con dificultad y vuelve a reírse. Mi explicación también le causa gracia.

La mesera toma el pedido y le sonríe a la muchacha de las flores. El universo hoy muta a sonrisa. Pienso que cuando le cuente este acontecimiento a Asterión él también sonreirá y dirá algo sobre un clavo más sobre ataúd del universo cartesiano y esas cosas difíciles con las que le gusta poetizar. Todo me remite al monstruo por estos días.

 

Romina es su nombre.

 

De ahora en más, cuando ella entre en el bar, ya no será la muchacha de las flores, sino Romina, y eventualmente tomaremos algo, o nos preguntaremos cómo estamos, o simplemente nos saludaremos desde lejos porque estamos apuradas. Y cuando nos crucemos en la calle levantaremos la mano para saludarnos y si por casualidad subimos al mismo colectivo, yo le ayudaré con su canasto o bien ella a mí con los libros. Estoy segura de que a partir de ahora, Asterión querrá venir conmigo al bar, como si el primero de sus deberes consistiera en suprimir a su alrededor toda especie de sombra.

 

Romina dice que nunca le habían gustado las flores hasta que una chica compró una y se la regaló.

 

De a ratos la noche parece ceder y se queda para siempre junto nosotras que no sabemos bien de qué hablar pero tomamos su ofrenda.

 

Vuelve a revisar los libros. Me pide que le lea algo. Escojo una página al azar: "Desde muy pronto advertí cosas atroces. La vida alimenta a los niños con puros venenos, como una nodriza criminal". Levanta el ceño. Aprieta los labios. Mira hacia la calle. Hago lo mismo. Visualizo a Asterión en instantáneas que se suceden. La noche no comienza por el principio, comienza por la mitad, comienza a cada instante y dura para siempre.

 

El tiempo es un clarinete en espiral.

 

Un violoncelo oscuro.

 

Romina da vueltas en su laberinto.

 

Dejamos de pensar y volvemos a mirarnos. Me pregunta si el monstruo está preso. Me hace sonreír. No, no, no, Asterión, aunque viva en su laberinto no está preso, sino a salvo. Es confuso lo que digo. Lo vuelvo a decir y es completamente azul. Lo vuelvo a decir y es completamente lejos.

Romina le da volumen a la noche y es la prueba misma de que la noche existe. Pero tiene que irse. Hay muchas flores por vender, todavía. Yo no lo puedo evitar, caigo en el lugar común que Asterión después me criticará: siento que con ella se va algo de mí.

 

Romina sale del bar y cierra la puerta, cierra la jaula de las palomas, cierra el cajón donde pastan las cigarras, cierra todo el pasado que se ha vuelto tan profundo como un sueño. Se pierde su figura a lo lejos. El motor de los autos hace el mismo ruido de la máquina de triturar el corazón humano para extraer de él una flor.

 


 

 


 

 

ÉXODO*

 

 

 

Sonoras travesías de campanas

socavan el silencio del domingo

y lloviznan remotas aleluyas

sobre el estambre azul de la mañana.

Bajo el pañuelo de textura amarga,

azucenas de luto

establecen el reino del exilio

en el flanco oriental de la nostalgia.

En la intemperie diáfana,

la inocencia deshila en el rocío

sus pétalos desnudos,

su regazo de ausencia,

su soledad intacta.

Desde la sombra atávica,

el río hincha su vientre de tormentas,

arrastra verdes lunas,

desgarra la raíz de la ribera

con sus colmillos de agua…

Encabritado garañón de espuma,

sumerge territorios bajo cascos fluviales,

secciona con el belfo humedecido

las riendas vegetales

de las desprevenidas calabazas.

Caminando zapatos que ya hollaron

otro éxodo,

otros pies,

otras infancias,

la María restaura la liturgia

en el templo de légamo y vigilia

donde el dios alfarero

desoye sus patéticas plegarias…

y en la espesura delirante

consienten las compuertas sin amarras

el lento derivar de camalotes

que le ha hurtado las redes

y el vuelo de las garzas

y la sombra del sauce

y los dedos del junco

y la harina dorada.

 

 

*De NORMA SEGADES-MANIAS.


 

 

 

 

 

LA VUELTA DEL LIDER*

 
 
*De Oscar A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar
 

Mi viejo tenía un quiosco frente a la estación de trenes. Era un quiosco construido de material, revocado y bien cubierto. Vendía, en ese entonces –1958-, un poco de todo: galletitas, girasol suelto con la medida de la latita de picadillos: llena 0.20 ctvs., culo de la lata: 0.10 ctvs., vino, cerveza, diarios, sándwiches, caramelos...

El loco Díaz, personaje de ese Ceres, guarda del ferrocarril, se acercaba siempre a conversar o a pasar la tarde con mi viejo. Y lo ayudaba sin espera de compensaciones: era así.

La estación de Ceres, una de las grandes en el ramal del Mitre, era parada obligada de los trenes de pasajeros, sobre todo de los rápidos como la Estrella del Norte. Este venía de Tucumán y llegaba a Buenos Aires. Algo remoto y desconocido para mi y para muchos. Buenos Aires era una quimera, una caja de Pandora, una utopía, lo desconocido, el desafío, todo junto así se sentía.

Pero el Loco vivía en Ceres. Y no tenía pensado irse. Era su lugar. Su gente. Su trabajo. El mote de Loco no se lo había ganado gratuitamente. No. Era ingenioso y desopilante en sus acciones. Imagine: Argentina 1958, Perón, Madrid, Puerta de Hierro, represiones, fusilamientos en basurales, golpe militar fresquito en la conciencia de la gente. Y el Loco que le dice a mi padre: déme todos los diarios viejos, don Vicente. Tiene una pila ahí. Démelos a todos. Se los voy a sacar de encima.

Mi padre se los da. Ingenuamente. Como a quien le hace una gauchada. A la hora, parada de la Estrella del Norte. Los rostros cetrinos del altiplano bajaban por diez minutos. Se proveían de algunas cosas para otro trayecto del viaje. Mi padre los atendía en el quiosco. A veces, cuando podía desde mi altura, lo ayudaba. Eran como las 22 o 23 hs. y el Loco que sube al tren: ¡Diario! ¡Diario!, gritaba. ¡Volvió Perón! Noticia extra ¡Volvió Perón!.

Se lo sacaban de las manos a los diarios. ¡La vuelta de Perón! Era un anhelo, un deseo enorme que no entraba en la geografía del país y este Loco diciendo que había vuelto. Los peones golondrinas, pasajeros obligados del tren, querían la primicia para sí. Vendió todos los diarios.

Se bajó corriendo del vagón, ya sin diarios en la mano. El tren daba su último pitazo y se iba. No daba tiempo. Queda para la imaginación saber los rostros, los puños en alto, las puteadas, las risas, el desengaño.

El Loco le dijo a mi viejo: Los vendí a todos. Yo le pago los quilos por diario viejo, el resto es para mí.

Y se fue a dormir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nochebuena 1993*

 

 

érase una vez que no teníamos

otra cosa que siete rodajas de ananá

con azúcar

 

érase nochebuena en la casa de la nona

no había sino una sidra

érase la alegría de tenernos con vida

nada más

nada menos

 

papá presidía la mesa

un pollo sazonado con verduras

una jarra con jugo

los ojos de la nona brillaban como

dos arbolitos de navidad

 

no teníamos otra cosa que tenernos

y papá se hacía el viejito sordo

y nos matábamos de risa

nos fusilábamos de amor con la boca

 

llegaron las doce brindamos por la

amnistía de los pájaros que éramos

Nona sacó de la antiquísima heladera el

plato

con las 7 rodajas azucaras de ananá

érase que no teníamos otra cosa que el cielo

mejor dicho

érase que éramos los más ricos de la Tierra/

 

 

*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar

 

 

 

***

 

 

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