*Dibujo de Erika
Kuhn.
Exilio de las
huellas*
Formas que
hablan
Del paso de la
existencia.
Ilusión breve
que pesa sobre la arena
Con anónimas
historias.
El mar va
llevándolas a su refugio
A su abismal
memoria.
Convoco
presencias
en estas marcas
ajenas
–podrían haber
sido nuestras–
Mientras tenaz
la marea quiere borrar
la evidencia de
estas señales de vida
Apuremos los
sueños
incansablemente
hambrientos
Que no digan
que fuimos
Espejismos que
navegan
Dejando
frágiles rastros.
Es posible aún
arrogarse
El desafío de
quimeras
Antes
que el encaje
de la espuma
Abra
la puerta del
agua
e ingresemos
al exilio
de las
huellas.
*De Miryam
Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
-Del libro NAVEGO
PALABRAS.
EL CORAZÓN DEL CAOS…
Mi enfermedad*
Ciénaga
de hedor
putrefacto
que quema mis
entrañas.
Más quiero
salir,
y más me hundo.
Aún no sé cómo
te llamás
y sigo tu
aliento,
para encontrar
tu nombre.
Para saber
quién es
mi enemigo más
cruento.
Cuerpo,
cansancio,
deterioro,
corrosión,
son tus lugares
predilectos.
Necesito
ubicarte
saber tus
coordenadas
para entender
tu juego.
Intento ganarte
la partida.
No te tolero, y
tal vez,
seas mi
compañera de viaje infinito.
La muerte,
certera
pondrá fin a
ambas.
Espero esta vez
logre
equivocarse.
*De Cecilia
E. Collazo. psic_collazo@hotmail.com
-Del Libro "Poética
Despiadada". Editorial Imaginante. 2013
ADÓNDE VOLVER*
Uno envidia a
quien es capaz de desnudarse, de dejar las prendas y los lenguajes, abandonar
la merienda servida e irse; irse lejos, atravesar países tiempos y gentes.
Todos sentimos alguna vez esa inclinación a soñar con el mar, con los caminos
que se pierden, con horizontes difusos que borren el asfixiante aquí y ahora.
Se puede
viajar, si, es posible disolver la pertenencia en escapadas, en huidas
tempranas o tardías. Es posible cortar las cintas que nos aferran a la tierra,
a la familia, a los amigos. Se puede, aunque sea esta una empresa de personas
marcadas por algún secreto signo que no está visible en la frente.
Lo que perdura
allá en un fondo de pozo con sapo y luna, es el miedo a no tener adónde volver.
La vida entera
es la dificultosa construcción de aquel sitio que nos reciba al fin de la
jornada. Puede que sea un intento fallido; que al acabarse la partida sólo un
gato sigiloso murmure su aprobación solitaria a la viejita olvidada entre muros
silentes, o que por ser el último en abandonar el ferrocarril, el anciano quede
con los naipes en la mano, vacías las sillas de sus compañeros ya desvanecidos.
Pero habrán
tenido puerto para la charla amable o ácida. Habrán hecho sus nudos de amores u
odios donde fuesen reconocidos, donde la familiaridad les prestase un entorno
que sintieran propio, intrínsecamente propio. Odiado puerto, amado puerto el
del fin de la jornada, pero una amarra que nos contiene cuando el embate del
mar. El vértigo absoluto de un viajero es no tener adónde volver.
Y no nos
engañemos, viajamos tanto los que se van y pasan de vida a vida como los que
nos quedamos, y hacemos rutina de veredas fatigadas. Todos debemos retornar a
casa cuando el crepúsculo nos trae. Y algunos, no tienen adónde volver.
Quién escuchará
la narración efímera de los incordios del día, quién compartirá la mesa, quién
respirará quizás en otro cuarto, quizás en otra casa, pero quién respirará
nuestro aire.
En qué lugar
habrá una caja con fotografías de nuestra infancia, quién preguntará cómo
estás, y aguardará la respuesta. Y, si me voy, quién recibirá mis cartas.
El vértigo
absoluto de un viajero es no tener adónde volver.
*De Mónica
Russomanno. russomannomonica@hotmail.com
*
¿Adónde fueron
a parar esas horas perdidas en la casa que nací? ¿Quién vive hoy en ella?
¿Quedan en algún lugar del aire tantas antiguas iluminaciones? ¿Puede haber
otro paraíso (proustiano sí) que recuperar esos momentos? ¿Y si no es posible:
puede acaso haber otro paraíso, no es suficiente infierno haberlo perdido para
siempre?
*De Liliana
Díaz Mindurry. lidimienator@gmail.com
SER EL OTRO*
*De Eva
María Medina Moreno. relojesmuertos@gmail.com
¿Me sucedió
algo que quizá, por el hecho de no saber cómo vivir, viví como si fuese otra
cosa?
CLARICE
LISPECTOR, La pasión según G.H.
Es una mujer
corriente, pero hay algo en ella que me arrastra. Noto que mis ojos empiezan a
escrutarla de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo; acercándolo,
alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta negra oculta un cuerpo
consumido, nada atractivo. Pelo castaño, largo, separado por una línea central
recta. Nariz aguileña, trozos de carne casi inexistentes moviendo su boca. ¿Es
esto lo que busco? No, creo que no. Oigo el sonido del zoom acercándose a unos
ojos que parpadean. ¡Su mirada, es su mirada, que ha vuelto de un lugar árido,
oscuro, frío, muy frío! Mis ojos se dirigen a ella, abstrayéndose del resto de
realidad cercana. Un, dos, tres. Ya está, ya es mía.
La mujer de
chaqueta negra y nariz aguileña grita. Sus ojos, de un azul muy claro, casi
blanco, me acechan preguntándome qué ha pasado. No contesto y salgo.
Llego a otro
andén. Ruido de raíles chirriantes. El tren estaciona. Se abren las puertas. El
movimiento de la masa me introduce en el vagón.
Cuando el
espacio se desahoga, me fijo en un chico que está de pie, agarrado a la barra
metálica. Me atrae, algo me atrae. Me sujeto a la misma barra, y me oigo:
moreno, nariz chata; no, no es eso. Los ojos, la boca. Tampoco. Miro sus manos.
Entonces surgen las imágenes, tiesas, arrítmicas, de unos dedos enguantados
negros sobre otros marrones. La misma atmósfera pesada. Siento que mis dedos se
mueven, intentando rozar los del chico. No me lo puedo quitar de la cabeza.
En la calle, lo
veo hablando con un amigo. Me quedo detrás. Doy pasos cortos, miro con
frecuencia el reloj, y me apoyo en la pared.
Lo miro,
examinando a modo de autopsia cada detalle, radiografiando su interior para
extraer aquello que busco. Tenso los dedos, los aprieto, los estiro. Su figura
dentro de mi pupila, ocupándola, haciéndose más grande; negra, cada vez más
negra.
Un golpe seco.
El chico yace en el suelo. Su amigo intenta reanimarlo. Gente alrededor. Corro,
preguntándome qué le habré quitado. ¿Qué me atrajo de él? Subía las escaleras
del metro deprisa, de dos en dos; esos dedos al agarrarse a la barra, los
brazos, los músculos tensos…
Entro en un
parque. Una niña salta, otros se columpian. Un niño, de unos cinco años, juega
a la guerra con sus dedos. Lo observo. Se da cuenta y me sonríe. Le devuelvo la
sonrisa y le enseño un papel y un lápiz que saco del bolsillo trasero del
pantalón. Hago un dibujo. El niño se acerca y lo mira. Oigo: «Columpios, mamá,
yo, señor». Con los ojos humedecidos, lo levanto, sentándolo en mis piernas.
Trotes de caballo. El niño se ríe. Arriba abajo, arriba abajo. Viene una mujer
que coge al pequeño, arropándolo en su pecho. «Degenerado. Aprovecharse así de
un niño. ¡Yo os encerraba a todos! ¡Pervertido!». No digo nada; solo bajo la
cabeza. «Te lo tengo dicho, no te alejes ni juegues con extraños; menudo susto,
¡y deja de berrear, me vas a dejar sorda!».
Bajo la calle
sonriendo. Me fijo en dos adolescentes. Se besan, caminan, se vuelven a besar y
entran en una cafetería. Los sigo.
Son como lapas;
como no paren de besarse imposible averiguar lo que quiero. Me lo están
poniendo difícil, ¡críos de mierda!
Me acerco a
ellos.
−Perdonad que
os moleste, ¿no tendréis un cigarro?
−No –dice él.
−No fumamos
–responde ella.
−Mejor, mejor…
Vuelvo a la
barra, y los miro. La chica tiene algo, no es guapa, pero tiene algo. Se me cae
el café, que limpio con servilletas. Una voz me dice que son sus labios lo que
deseo. Unos labios carnosos, grandes, con esa forma perfecta, como los pintó
Rossetti: capaces de las mayores desgracias. Te los voy a quitar, princesa.
Sudo. El sudor por la frente, las cejas. Son casi míos. Me pertenecen, ya son
parte de mí. Un grito, la chica. Sus labios sangran. El camarero la atiende. El
chico, paralizado. Ella continúa gritando. Salgo del bar, sintiendo que algo me
falta. ¡El pelo del chico! Lo quiero, esa melena rubia va a ser mía, ¡mía!
Cuando llego a
casa, me tumbo en el sofá. Me quedo dormido.
Al despertar,
siento un ligero temblor, que desecho estirando brazos y piernas. Voy al baño.
Me echo agua en la cara, bebo del grifo y me miro al espejo. Llevo una peluca
rubia, lentillas de un azul muy claro; mi boca, pintada de un rojo chillón
corrido por los bordes, y unas hombreras debajo de la camiseta. La imagen me
paraliza. ¿Qué era aquello, una broma?
Mientras pienso
qué hacer, me fijo en una luz roja e intermitente que sale del dormitorio.
Retiro la cortina, escondiéndome detrás, y veo una furgoneta; con esa luz tan
molesta. ¿La policía? El chico podría haber muerto, la mujer quedarse ciega, el
niño sin alegría, los adolescentes…
Llaman a la
puerta. La peluca, al suelo. Me quito las lentillas. Me limpio la boca con la
mano, y tiro las hombreras. Las ideas se me amontonan. Las desecho.
Llego a la
puerta, con los oídos latiendo. Miro por la mirilla y pregunto. Me llaman por
mi nombre. Dicen que abra. La policía, pienso. Corro. Me cogen antes de llegar
a la escalera. «No he sido, yo no he sido», grito. Me dicen que ya lo saben.
«Pórtate bien»,
oigo, «y no te pondremos la camisa». Uno de ellos se sienta a mi lado. Es un
hombre corriente, pero hay algo en él que me arrastra. Noto que mis ojos
empiezan a escrutarlo de arriba abajo, acercando y alejando el objetivo;
acercándolo, alejándolo, acercándolo, alejándolo. Su chaqueta y pantalones
blancos...
***
-Eva María
Medina Moreno (Madrid, 1971) es licenciada en Filología Inglesa por
la Universidad Complutense de Madrid. Autora del libro de relatos Sombras
(Editorial Groenlandia, 2013), y coautora de Relatos en Libertad (Editado por
Anuesca, 2014) y de Letras Adolescentes (Colección Especiales, Editorial
Letralia, 2012). Ha obtenido diversos premios literarios por sus cuentos, que
han sido publicados en distintas revistas literarias, españolas y
latinoamericanas ‒Letralia,
OtroLunes, Cinosargo, Entropía, Almiar, Narrativas…‒, y en diversas antologías. La revista
La Ira de Morfeo editó un número especial con algunos de sus relatos. Relojes
muertos es su primera novela. En la actualidad está ultimando la escritura de
su segunda novela, Asesinos de palomas.
*
Buscar la
palabra,
la exacta,
la precisa,
la maldita
palabra,
con ciega
terquedad,...
con ansia,
con urgencia.
Buscar la
palabra
con sed de
enfermo,
y saber que no
es agua.
Presentir que
es la llave
de todos los
infiernos,
el corazón del
caos,
el final
de las
búsquedas perpetuas.
Y buscarla.
*De MARIANA
FINOCHIETTO.
A veces se oyen
voces*
Gravedad del
desorden que forman las palabras
incoherentemente
pronunciadas, como un cáliz
rajado, seco,
infame, con los bordes manchados...
Tenebrosa la
noche que nos viola
con sus
destellos deslumbrantes, con su ruido,
con la risa
imprudente de los cuerdos,
con el brillo
en los ojos del amante;
la noche cuyo
vino adolescente nos embriaga,
la noche
dominante y entreabierta...
A veces se oyen
voces
en la pública
quietud de las esquinas,
en la tibia
intimidad de los zaguanes.
Mas el silencio
siempre vuelve
como un amo
cruel, tenaz, inagotable...
*De Sergio
Borao Llop. sbllop@gmail.com
-De la
antología "Poemas Quietos" Ed. Mizar.
Se hicieron
humanos*
La lengua de
fuego en el cruce, en la frontera, pequeña chispa originada en
el espacio oscuro de las estrellas muertas.
Tanto brillo
apagado guardaba la semilla de un incendio. Ella se escondía en cavernas. Él
loco por encontrarla, se decía de una forma imprecisa, porque el
lenguaje no estaba inaugurado,"la voy a hacer hablar".Ella
rodeada de bisontes salidos de su mano, él rodeado de dragones, hacía
restallar un bastón luminoso, la galaxia era excesiva para los dos,
luceros perdidos que podían alumbrar respuestas a preguntas no
formuladas. Las nubes se detuvieron ante la caverna que reunía un espacio
extraño. Alguien, agazapado en la penumbra de una idea se deslizó oscuro como
un presagio. Tendió un mantel de hojas, estrujó las frutas para hacer
pintura del jugo rojo, se volvió a esconder. Ellos mojaban los dedos
en esa pasta, los pasaban por las paredes de la cueva, se hacían humanos.
Luego, el arte fue a los cuerpos. Como en un sueño hipnótico, él desvanecía el
blanco del cuerpo de ella con fuertes soles. Ella se animaba apenas, le tuvo
cierto miedo, por el resplandor con que se presentó y esas armas de la cacería
que el portaba, pero empezó a tatuarlo y se encontró con el alma, la embebió de
colores. El alma luz, sombra, pozo, cumbre, ella lo palpó con perfumes,
él ejecutaba música sobre ella, con ella, la hizo su
instrumento, su concierto, su partitura, le arrancaba notas, por fin
palabras, era el encuentro de todas las citas. Inocentes, perversos se
hundieron en el abismo, cuando se despertaron, comprendieron
que ese abrazo profundo, era un pequeño cielo. Perdieron el
terror a ser puntitos en el mar de las galaxias.
Mientras tanto
el perverso, salió del escondite buscó su inventada
tinta y con lo que quedaba escribió prohibido, prohibido, prohibido, incesante,
rabioso, perdido.
Pero era tarde
*De Cristina
Villanueva. libera@arnet.com.ar
*
suponiendo que
el mar
cabe en una
fotografía
que a su vez
cabe
en un
porta-retrato
el cual cabe en
el mueble de una casa
que se sitúa
en una ciudad
determinada
de un país
determinado
en un
continente determinado
suponiendo que
el mar
que la
fotografía
suponiendo que
la casa y la ciudad
y el país
y el continente
suponiendo que el hombre
que tomó la
fotografía
no quiso el mar
sino el tiempo
suponiendo que
el tiempo
pueda
representarse
en la quietud
involuntaria
de una ola
que en su sola
dinámica de la tristeza
el hombre haya
querido
retratar la
soledad completa
es decir, la
mujer determinada
del amor
determinado
del olvido
imposible/
*De León
Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
*
escribo a media
luz
y es cierto
como si el
fulgor insignificante de esta vela
-que nunca ha
dado flores-
pudiera
alumbrar
la paradoja.
*De alejandra
alma. almaalma3h@gmail.com
***
INVENTREN
Próximas estaciones literarias:
J.J. ALMEYRA.
-Por Ferrocarril Midland-
GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS
-Por Ferrocarril Provincial-
-Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar
InventivaSocial
Plaza virtual de escritura
Para compartir escritos escribir a: inventivasocial@yahoo.com.ar
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