martes, septiembre 30, 2014

UNA TERNURA DONDE HUNDIR LAS UÑAS PARA SOSTENERSE...


*Dibujo de Erika Kuhn.







RESISTENCIA*


El viento desafora la noche y
la enquista
en mi cuerpo.
No puede llevarme. Todavía
no quiero ir.
Soy un mapa de recuerdos donde
envejecen los sueños,
y resisto
preguntándome porqué
resisto.
En algún lugar, en algo,
en alguien,
debe haber una ternura
donde hundir las uñas
para sostenerse.
Noche, hermana,
duéleme menos.
Aligera tu paso en las heridas
piérdeme el rastro.
                        Lejos
el viento destruye
todo lo que siento.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar









UNA TERNURA DONDE HUNDIR LAS UÑAS PARA SOSTENERSE…







Espero*



En una ronda de cuentos

tu palabra de lobo

mordiéndome las comas

partenaire del bosque alucinado

red de los nombres

me acuesto en tu pasto de lenguaje

Espero.


*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar







*

leerte

para rodear la ocurrencia con palabras
para abrazarla de tibieza
como el contorno de nubes silenciosas

entonces escribir
nacer en la ternura
osar tonos de sol
en cuerdas de un ensayo

probar la lengua de coser
niebla
en torno a nuestra herida


*De alejandra alma. almaalma3h@gmail.com








Desde las miradas a las palabras*



Desde las miradas a las palabras
hay un abismo y un viejo puente
de endebles tablas que no salva,
con el tímido verso, la distancia.
A veces bifurco mi alma urbana
y otras tantas divido mi mundo
en conquistar todas tus sonrisas
o el acariciar el aire cerca de ti.
Soñé un día, creo que fue ayer,
no recuerdo la sombra exacta,
que proyectaba ya ese viejo sol,
aún siento la brisa sobre la piel.
Te vi caminar, tan cercana a mí,
un deseo moldeado con la ilusión
y sin embargo aún lejos, yo lo sé,
aleteos de un pájaro en un sueño.
Traté atrapar el brillo de tus ojos
esfumado en el viento, lo busque
debajo del cristal de mi ventana,
pero solo sonreí a un sol de abril.
Entiendo, soy yo el que me dormí
y olvide el aleteo cierto de tu voz,
supe también que por besar el aire
se degusta el sabor de las lágrimas.
Aclaró muy pronto ese nuevo día
demasiado pronto tal vez para mí,
te escapaste junto con las sombras
que huían ya hacia el humilde gris.
Quizás, acaso, nunca te amé tanto
como en el sigilo de aquella noche
y tu sonrisa al lado de ese abismo
me hace daño, porque es hermosa.
Y oculté mi rostro hoy, en un poema,
busqué en lo indiferente o el engaño,
y sin pensar en qué día o a qué hora
sabrás que yo he soñado, tu mirada.


*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com










A FAVOR DE SAER*



Nada mejor que comenzar esta intervención con una cita del propio Saer.
“La poesía es naturaleza, no lenguaje. El lenguaje es una opresión. Cuando despertamos a la poesía la poesía ya estamos dentro del lenguaje.
La poesía busca en el lenguaje esos sedimentos, esas puertas que persisten en él y permiten el acceso a la naturaleza. Toda poesía es un palimpsesto en el que se superponen y se confunden naturaleza e historia,  pero es únicamente a través de la lectura que el lenguaje de la poesía reencuentra su historicidad”
Saer también sostuvo que la experiencia en la escritura, es decir su propio proceso obedece a un hecho individual y voluntario que tiende a expandirse y crear su propia práctica y su propia base de ideas ,como si cada vez se gestara una nueva escritura como una tarea recurrente que en cada nueva puesta en proceso de borramiento entre los géneros hasta atreverse a aseverar que un día escribiría una novela en verso, algo que como sabemos no llegó a producir porque se fue antes de tiempo de la vida, dejándonos a sus leales lectores en un grado de desazón y un duelo que perdura y que de vez en cuando nos lleva a tomar uno de sus libros al azar y encontrar algunas de las mejores páginas escritas en un rioplatense plagado de carnadura, de sentido y de redescubrimiento.
La lengua literaria, decía además, sólo se enriquece cuando incluye en ella la lengua privada, no otra cosa hizo Bartolomé Hidalgo, que escribe en una lengua que es y no es español en sus Cielitos y Diálogos patrióticos En ese magma histórico, multicultural, plurilingüístico que lo formó con el aborigen, castellano, portugués, andaluz y gallego. Esos versos populares, festivos, escritos para arengar al gauchaje en su pelea contra el Rey de España, que lleva la amenaza, la sangre y la muerte. No tan curiosamente la gauchesca terminará siendo lo único original que se produce en el Río de la plata hasta culminar en el Martín Fierro.
Cuál es el efecto de fascinación que nos produce la obra de Saer.
Esa idea original de borrar las fronteras entre prosa y poesía, ese sostener que si uno no pensara en modificar el curso de la historia de la literatura no valdría la pena siquiera intentarlo, lograr esa autonomía que le atribuía a los grandes como por ejemplo Juan L. Ortiz. Porque el obra debe ser un acontecimiento irrepetible y el proceso creativo por el cual se generan esas obras literarias es un acto que está en permanente modificación, lo que se opone a la idea de la literatura que debe someterse al canon del mercado.
Cuando uno lee a un autor como Saer es como abrevar en una cantera inagotable, tanto que es imposible lidiar con ella y no es esa mi intención, sino manifiesta que es muy probable que me haya influido, tal me han dicho los amigos que me quieren beneficiar. Porque uno obtiene siempre de ese torrente de ideas y de pulsiones, un aliciente para mi propio trabajo o al menos un placer que se ve renovado cada vez.
Voy a referirme brevemente a un texto que por su alto contenido poético lo traigo aquí y porque es digamos así, una temática que me ha fascinado siempre.
Se trata del texto  La Tardecita, de su libro Lugar. Donde la precisión de la llanura aparece como en una forma de extrañamiento, para exhibir el grado de poesía y de recuerdo. En mi último libro que se llama precisamente El sentir de la llanura, hago referencia al texto saeriano.
Porque si digo sentir la llanura, no conceptualizo, me resulta imposible, porque es un sentimiento, no un concepto. No se puede razonarlo.
La llanura es algo plano, que no tiene nada trascendente, nada que, por decirlo así llame la atención.
El paisaje de la llanura está en mí y el texto de Saer justamente marca una historia que comienza la mañana en que Barco (que acaba de cumplir 52 años, precisa el narrador) buscando algún texto corto para leer antes del almuerzo, encontró la ascensión del Monte Ventoux, de Petrarca.
Que oficia como suele suceder de disparador de los recuerdos.
Pero esos son recuerdos personales, los que dispara esa lectura. Escribe el narrador “no advino ni el éxtasis ni una revelación, sino algo más intimo y querido: un recuerdo”. “Existe—escribe Saer—siempre durante el acto de leer un intenso y plácido a la vez en que la lectura se trasciende a sí misma y en lo que lee, abandona el libro y se queda absorto en la parte ignorada de su propio ser”. Y relata que Barco inicia el viaje con su hermano mayor hacia un pueblo de llanura y al bajar en la ruta tiene que caminar varios kilómetros hasta ese pueblo, en un paisaje barroso tirado en la llanura como un puñado de manzanas geométricas divididas por un par de vías del ferrocarril. Eso que para nosotros podría ser un recuerdo compartido para Barco pudo ser el paraíso. Pero resulta que ese paisaje que le era familiar de pronto se transforma en algo extraño, casi metafísico.
En esta zona de su literatura donde percibo que ese borramiento, esa disolución entre prosa y poesía desplaza hacia la lírica narrativa, que él habría descubierto en su maestro Juanele Ortiz.
Ese paisaje habitual que habría sido hasta ese momento se estaba volviendo irreconocible y extraño.
Como si gradualmente, capas y capas de experiencia, como sucesión de marcas de pintura sobre una imagen odiosa, terminarían por hacérsela olvidar, hasta que esa
mañana la lectura de Petrarca la trajo de nuevo a la luz viva del recuerdo.



*De JORGE ISAÍAS. jisaias46@yahoo.com.ar










SALVACIÓN*


“En algún lugar, en algo, en alguien, debe haber una ternura
donde hundir las uñas para sostenerse.”
Miryam Colombotto de Seia


Es tan extraño, amor, es tan  extraño.

Tan peregrino. Sutil y doloroso.

Es tan extraño este pensar, dormida.

Este soñar, despierta.

Es la hora de la flor y el insecto.



Y me salen violetas de los ojos.

Y pasan en tropel, los álamos descalzos

Y un toro negro y una yegua blanca.

Y se buscan a ciegas  y se encuentran.

Y beben.

Y se beben y tragan el néctar de sus belfos.

Y no es la gloria de la carne.

Ni el corazón del muro.

Ni el semental. Ni el útero.


Es algo tan imperioso, tan urgente.

Es  tan extraño, este salvarse de la muerte.

En algún lado, aquí, allá, alguien te espera, amor.


Te espera.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar










DIGO LA REALIDAD*



Podríamos decir que la felicidad entre dos seres que se hallan dura un  rato, apenas el tiempo de contar los primeros relatos, descubrir el olor de  la piel y la textura del cabello.
Podríamos decir con sorna, y seríamos unos sornosos pero podríamos, realmente, podríamos decir y decirnos que el encanto dura precisamente lo  que los encantos; hasta que el hechizo desaparece. Y diríamos con secreta fruición que siempre el hechizo termina por desvanecerse. Siempre.
Diríamos a quien quisiera prestarnos oído que la realidad es esto que acontece tal como debe, esta confección con hilván a la vista y corta de mangas. Que la vida es lucha y sufrimiento y que todo acercamiento entre personas que se encandilan puede evitarse portando lentes para sol; que en realidad y dejando que la vista se acostumbre, ni lentes hacen falta para que la luz sorprendente en los otros ojos se transforme en un reflejo apenas notable.
Y diríamos entonces que de nada sirve atrapar una cintura con los brazos, porque somos grandes, hemos visto mucho, sabemos que el abrazo se transformará como en las malas fábulas en el estrangular de la enredadera al árbol fascinado.
Si yo anduve siempre en amores, qué me van a hablar de amor.
Cantaríamos con voz desengañada el tango triste.
Y la vida es esto pibe, no te engañes. La vida es el camino al laburo a la mañana pibe, el beso desganado, la compañía sufrida con resignación de aquel o aquella que una vez fue hermoso y único pero ya es una sombra más en el pavimento, esa voz que nos recrimina por boletas impagas del pasado obscuro, esa carne que ya no se encabrita debajo de la mano.
Diríamos que las cosas son así. Que la tristeza es endémica, que toda flor turgente es un futuro papel quebradizo sobre la lápida de un cierto mármol. Y tendríamos razón. Pero quién me saca la sonrisa que se me va para adentro y se me abre en  el pecho. Y quién me dice que la realidad no es este pequeño instante, este precioso momento entre los momentos, que su belleza depende precisamente de su futura desaparición.
El sentido común me haría decir muchas cosas sensatas. Digo la realidad es este paso en la ancha acera, esta única libélula sostenida en un pedacito de firmamento, este intervalo cardíaco, este breve amanecer.
Y si después cae la sombra, no borrará la luz de la memoria. Si los milagros fuesen perdurables, no formarían parte de la maravilla.
No podrá negarlos la inexorable acumulación del tiempo ni el que la marea desgaste y redondee las aristas.
Aquí están. Hay que atraparlos al vuelo, montarlos hasta que desciendan, atreverse a morir un poco cada vez que toquen tierra. Y creer con ingenuidad que la realidad es esta cosa que acontece tan de vez en vez, tan esporádica. Que lo demás es falso, que la verdad es la piedra con musgo en el medio, justo en el medio del pedregal estéril.
Diría que lo real es el páramo si mi alma no cantase de alegría posada en el mínimo verde.
Digo entonces "creo en el barco y no en la ancha mar, creo en ese silencio resplandeciente y no en la abrumadora masa sonora, creo en este  instante, en este minúsculo instante creo en vos".


*De Mónica Russomanno. russomannomonica@hotmail.com









Alabama Blues*


“Ain't any Negro in this town, Mrs. Daisy?”
Para J. B. Lenoir, in Memoriam.



...Nosotros,

hijos

del árbol Bahobab

y el río.


Nosotros,

nietos

de África

al sol

de la noche,

al día.


Nosotros,

vástagos

del blues,

del jazz

y el rigtime.


¿Qué puede decir

la muerte

de nosotros

que

los árboles

no vieran

en

sus ramas?



*De Daniel Montoly. danielmontoly@yahoo.es







*


Con tanta imperfección

que cargo encima

vaya una a saber cómo he llegado

hasta aquí,

punto en la niebla

que se abre a la mañana.



*De Ana María Broglio. anamariabroglio@gmail.com
Villa Gesell




***

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