miércoles, diciembre 10, 2014

LO DEMÁS SON PALABRAS...



*Dibujo de Erika Kuhn.









ARS POÉTICA*



Haz bien lo que estas haciendo.

De eso se trata.

Lo demás son palabras.


*De Oscar Ángel Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar









LO DEMÁS SON PALABRAS…






ESTACIÓN DE LAS FIEBRES*



Un pájaro de tinta tiembla de fiebre
Ve, huésped de cinco signos.
Espejos estridentes se alojan en tus huesos.
El polvo es el calostro del jazmín de leche.
Los gansos tienen ojos de ceniza.
La destemplanza es patrimonio del silo.
No hay pilas bautismales inocentes.
Ventadas cruzan los rebaños muertos.
Lobos. Mansas noches de humo.
Virgen de misterios oscuros. Hoscos.
El amor es la estera de tu espanto.
Quédate tranquilo, dolor. Ya no quedan piedras.
Hoy, atada mi boca y amarradas mis manos.
Se me hiela una mujer endemoniada y se sacude.
Un hombre solitario aúlla de malaria.
Y ya es tarde corazón y soy polvo y tengo frío.
Y se clavan las púas, irreversiblemente.
Y ya no queda sangre… ni una despedida.
Ya ha parido la niña sus lagrimones negros.
Las últimas… y las últimas piedras.


*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar











Regalo de amor*



Él le dijo que le regalaría la luna si pudiera. Se subió a una escalera, no pudo, estaba muy alta y tenía que nadar en ese cielo oscuro de las ciudades, se enganchaba con antenas que servían para que de las cajas cuadradas, salieran palabras que hacían que los que las recibían se quedaran callados. A el le gustaban las palabras de ella que miraba los ojos de él, no las cajas que despertaban silencios. Los ojos de él eran pantallas abiertas para ver el mundo. Más hablaba ella, más quería el regalarle la luna. Un día se la trajo. Ella abrió el paquete encontró una luna, redonda, clara, a veces derritiéndose, otras erguida.
Todas las noches se acercaba a esa luna de la revuelta, la luna del deseo, con hebras de pasto y suaves aromas de infancia. Un día se animó, la tocó con la boca, se dio cuenta que era un maravilloso queso que guardaba en su interior palabras de Calvino, las artesanías de antiguos campesinos, la historia del mundo en pedacitos. Cuando el llegó, ella le sirvió trocitos del secreto de él, con vino.

No quiero contarles lo que siguió, si desean saberlo apaguen la caja repetidora del más pobre sentido común, busquen en los ojos de un él o una ella, la luna, el mundo, o lo que quieran, y verán como sigue la historia.


*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com








*


Ya no temo
a la blanca aridez
de los días
extendidos
como mapas en blanco.
Ya no temo
a los demonios
de la sed,
mordiéndome
la carne.

Temo
-más, mucho más-
al sonido del reloj
interminable
marcando
los minutos
inmensos
del silencio.

Mi corazón,
ese traidor,
ha desertado.



*De MARIANA FINOCHIETTO.











Memorial*



El espejo y yo nos miramos.
Desde él veo el tiempo
que va dejando suavemente
rastros de lo que se va,
despliega su tenue memorial,
vida temblorosa con paisajes
abiertos bajo el sol, protegiendo
sueños con piadosa luz.
Allí,
entré en las palabras como en un escondite.
Junté la sed...
Toda mi sed formó un río sin orillas.

Se despliega el memorial y hace
una melodía con los nombres
de los días -de mis perdidos días-
Ahora en el espejo no reconozco
esta mujer.
Tiene otra mirada.
Y me cuenta que el río sin orillas
hoy
...es apenas estiaje.


*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar












CEREMONIA*



Abrir desde el patio el postigo de la habitación que espera la visita de mi hija es volver a encontrarme otra vez con la idea de la precariedad. Las dos hojas se cierran a la tarde noche con la ayuda de una esponjita gastada que antes, mucho antes se uso para el lavado de platos y ollas. Desde hace años es el elemento que ajusta esas dos hojas de celosía contra el sencillo alfeizar de material. Es una artesanía doblar la esponja deshilachada para que con su presión mantengan su cierre las hojas del postigo. Esa tarea repetida me enfrenta cotidianamente a la cuestión de la precariedad. Me pregunto si esto no es una constante en mi vida, desde los arreglos improvisados con Poxipol a esta ceremonia de cierre ante la llegada de la noche y apertura a la luz del nuevo día.



*De Eduardo Francisco Coiro. inventivasocial@hotmail.com










El resto, canta*



El resto canta,
canta el resto que no es poco.

Cuerdas afinadas, sonido de violines...

Trasciende los deseos,

las preguntas, las dudas.

Lo real, su recorte,

hacen el resto posible.

Caen las palabras, se cuelan las letras

algunas se las lleva el propio resto.

El resto canta...

allí donde antes había pena,

con vocales plásticas al viento.

Es un cantar sublime,

emociona

toca el cuerpo, lo atraviesa.

Lo lírico
procura, hace posible.



¿Mi resto?
¡Canta,
qué no es poco!.



*De Cecilia E. Collazo. psic_collazo@hotmail.com
-Inspirada en la frase de Diana Bellessi, (“Lo que resta, canta” pag. 13)
en “La pequeña voz del mundo” Ediciones Taurus. Bs.As. 2011.













SEGUNDA
OPORTUNIDAD*



*De Alberto Di Matteo. licaldima@yahoo.com.ar






UNO


“Your love has given me hope (…)
I believe in the power of love
I believe that you can rescue me”
(Madonna)

“You always have the biggest heart
When we're six thousand miles apart
You always love me more, miles away”
(Madonna)





Mientras su mirada vaga errática por entre las brillantes nubes del amanecer, más allá de la diminuta ventanilla, el rumor de las turbinas del avión parece adormecerlo, hundiéndolo en la butaca. Este viaje resulta mucho más largo de lo que había imaginado en un principio. Deberían haber arribado a destino hace ya bastante tiempo, mientras aún cruzaban el Pacífico bajo las estrellas, y sin embargo… Siguen dando vueltas en el aire, con los restos de una interminable noche a sus espaldas. Parece q giraran en círculos, sin llegar a ninguna parte. ¿Será posible? ¡Las cosas que uno imagina, sumergido en el alienante sopor que causan los viajes de larga distancia!
Desvía la mirada, deseoso de algo distinto. Entonces la ve, al otro lado del pasillo, sorprendido de no haber reparado antes en ella. ¿Cuándo subió a bordo? ¿Cómo pudo pasarla por alto? Lacio y rubio, el cabello le cae sobre sus ojos, ocultándola del mundo, mientras escribe muy concentrada en su laptop Hewlett-Packard color negro. Una nariz recta, enmarcada por sonrosadas mejillas, desciende hacia una boca tentadora, de labios que apenas se muerden a la mitad de una frase que no termina de escribir, con los dedos suspendidos y oscilantes sobre el teclado. Esa fisonomía le resulta familiar, aunque no sepa muy bien a quién le evoca. La cadera de la azafata interrumpe por un instante su campo visual, desplazándose con el carrito de bebidas a lo largo del pasillo -a pesar de que la cantidad de pasajeros sea bastante reducida-, y él le dedica una mirada fugaz. Sin embargo, la rubia de la butaca de enfrente vuelve a convocarlo, sin haber alzado la vista de la luminosa pantalla de su laptop, ni registrado siquiera que él la contempla más que interesado.
Se acomoda mejor en su asiento, demorando la contemplación. Movimientos rápidos de dedos, uñas prolijamente pintadas, elegancia en el vestir, respiración profunda, y una mirada de ojos castaños absorta en sus propios pensamientos. Hasta que finalmente levanta la vista hacia la cabina del avión, echa la cabeza hacia atrás y la gira hacia ambos costados, relajando el cuello con expresión de cansancio. Y sin poder explicárselo siquiera, voltea el rostro hacia el otro lado del pasillo, tropezando con la intensa mirada de él, estableciendo un contacto mucho más estrecho de lo que la cortesía permite.
[Algo extraño parece ocurrirle a sus ojos, como si ambos sintiesen que de pronto se les desenfoca el campo visual, enturbiado, temblando apenas un segundo, oscilando de izquierda a derecha, para luego enfocarse nuevamente, como si una lente, de contacto o de una cámara cinematográfica, se hubiese cambiado sobre el ojo o la cámara sin dejar de ver o de filmar. A partir de allí, visión perfecta]
Ambos parpadean. Ella entrecierra los párpados por un instante, aguzando la mirada. ¿Lo conoce? Probablemente… Ha visto tantas caras en los últimos meses debido a su trabajo, que cualquiera podría resultarle familiar. Sin embargo…., sería difícil olvidar la profundidad de esa mirada masculina, enmarcada por una barba entrecana y una amplia calvicie; mirada que parece calar muy hondo en el alma del contemplado. Un breve y misterioso estremecimiento la sacude, obligándole a bajar la vista. ¿Qué le ha pasado? Por un instante creyó que se veía a sí misma a través de esos ojos. ¡Qué locura! Necesita tomarse vacaciones muy pronto, o el pico de stress que la atormenta desde hace tiempo será de tal magnitud que ya no podrá recuperarse como le es habitual.
El parpadea otra vez, perplejo. Esos ojos oscuros que lo han contemplado poseen algo especial, aunque no pueda definirlo. Un ligero escozor lo recorre entero. Esa mujer tiene algo especial, un toque diferente, un aura enigmática. Algo que podría unirlo con él hasta el fin de sus días. Un misterio que de pronto desea imperiosamente resolver. ¿Cómo se le ocurren semejantes ideas? No lo sabe ni le importa. Pero necesita averiguarlo.
Imagina cualquier excusa para acercarse, alguna pregunta absurda, detalles que permitan establecer un enlace entre ambos, aunque más no sea para escucharle la voz. Y en el momento en que se decide, eligiendo la primer banalidad que se le ocurre por encima de las demás, incorporándose apenas en su asiento para inclinarse sobre el pasillo, el estampido de una explosión le estremece hasta la cordura.
Ruido… Ruido constante, demencial… Un rugido que aturde y enloquece, envolviendo los fragmentos de una realidad que se deshace velozmente a su alrededor, vibrando y sacudiéndose, cayendo en espiral…. Primero queda ensordecido, llevándose los puños hacia las orejas, sintiendo a lo largo de su cuerpo una ráfaga de viento que parece tragarse todo a su paso, incluso a él mismo. Intenta mirar en derredor pero todo se mueve, agitándose, derrumbándose, desintegrándose en un caótico caleidoscopio de detalles sin sentido... Apenas consigue vislumbrar la sólida silueta de la laptop de la rubia proyectándose hacia adelante, volando hacia ese enorme agujero provocado quién sabe por qué a un costado del fuselaje, que se lo lleva todo hacia las nubes: teléfonos, equipajes, pasajeros… No sabe cómo, pero algo lo impulsa a atarse con firmeza el cinturón de seguridad, mientras todas las luces internas del avión parpadean o estallan, aferrándose a la butaca como a un insólito bote salvavidas, en medio del bramido de la descompresión, la intermitente sirena de emergencia e indescifrables alaridos de terror.
Entonces mira urgido hacia el costado, donde ella aún permanece sentada, rígida y sin haberse fugado de la escena, las mascarillas de oxígeno sacudiéndose por encima de su cabeza, el cabello agitándose en todas direcciones, sus manos convertidas en garras sobre los apoyabrazos, la mirada horrorizada buscando algo estable dónde sostenerse. Sin saber por qué, él extiende una mano hacia ella, fijando los ojos en su silueta como si fuera el único recurso del cual pudiera afirmarse, el último vestigio de vida que contemplase antes de estrellarse. Y ella, el rostro crispado, la respiración enloquecida, extiende su mano y se aferra a él con desesperación, sin desear morirse sola.
El estruendo resulta inconcebible, la turbulencia dantesca, los segundos infinitos… Hasta que por fin, en el último minuto, un estampido aún mayor los sacude hasta las entrañas, los cuerpos se agitan casi desmembrados, el fuselaje se parte en varios fragmentos astillados, y las heladas aguas del mar los empapan con una potencia casi mortal. Apenas consiguen tomar una última bocanada de aire antes de sumergirse en un abismo de gélida oscuridad que los aletarga y desvanece, sin percibir siquiera lo que podrían ser sus últimos instantes de vida…


(Continuará…)








*


Cuánto se parece
el amor
a una piedra
arrojada al río.

Simulacro
de tifón
sobre el agua mansa,
desata la ola
inversa,
desarma el orden
de la exacta geografía.

Y luego,
el agua aquieta.

Hasta la siguiente piedra.


*De MARIANA FINOCHIETTO.






***

INVENTREN
http://inventren.blogspot.com/



DE LA FUERZA DEL NOMBRE*

(De la estación Casbas)



I


El Coiro me manda un enigmático y brevísimo correo donde dice: "¿Podés escribirme algo sobre Casbas?". El nombre no me suena de nada, por lo que abro el Firefox y busco en Internet. El primer enlace conduce hasta un pueblo de Huesca cuya existencia ni siquiera conocía (Huesca es la provincia limítrofe por el norte con Zaragoza, donde vivo), un pueblo pequeño hacia el este, cerca de Abiego y Bierge, nombres que sí reconozco. Y puesto que nunca antes he estado allí, me digo: "¿Por qué no?", pensando que lo que mi amigo argentino quiere es información de primera mano sobre este pueblecito, y nada más natural, por otra parte, que me pida el favor viviendo yo tan cerca del sitio en cuestión.

Así que al otro día meto unas cuantas cosas en una bolsa de deporte y me echo a la carretera. Camino durante un buen rato, hasta que un auto negro, un Renault 5 con más de veinte años, se detiene junto a mí. El conductor, casi un adolescente, me pregunta: "¿Te llevo?". Por supuesto, acepto. Él tampoco conoce el sitio. Su acento le delata: es gallego. Con una sonrisa franca, confirma mi sospecha. Dice que va al norte, a los Pirineos, sólo por ver la cordillera. Le han hablado de parajes extraordinariamente bellos, aunque no recuerda bien los nombres o los mezcla o los confunde. Para no resultar redundante, le menciono sólo cuatro lugares (también escribo en un papel los nombres y la forma de llegar hasta allí) que en mi recuerdo crecen más y más conforme se aleja el tiempo en que me fue dado visitarlos. El primero es el Plan d´Aigualluts, en el Valle de Benasque, una pequeña explanada rodeada de montañas donde, a veces, se tiene la sensación de que llueve hacia arriba. Es lo más lindo que yo vi nunca. El segundo, un pueblo llamado Aínsa. El tercero, aunque he de confesar que no me impresionó cuando estuve allí, es el Monasterio de San Juan de la Peña. No sé que es, pero hay algo desconcertante en la montaña donde está situado, algo feo y sin embargo inolvidable; tal vez -pienso confusamente- hago mal en recomendarle esa visita. Por último, escribo: Selva de Oza. "¿Qué es?", me pregunta. Es un valle hacia el oeste, por donde discurre el río llamado Aragón-Subordán. La vegetación tiene un color oscuro que produce sensaciones difíciles de describir, pero allí uno siente que está vivo, que de verdad pueden ocurrir cosas que te hagan sentir vivo, cosas maravillosas o atroces, pero en cualquier caso reales. El tipo asiente, acaso sin comprender del todo el sentido de mis palabras, y promete que irá a todos esos sitios. Luego se pone a hablar de su coche y, más tarde, de los grupos musicales que le gustan, cuyos nombres casi siempre me resultan extraños. No obstante, reconozco algunos, lo cual es motivo de alegría para ambos. Le recomiendo otros, que él no oyó jamás. “Te gustarán”, le digo.

Al llegar a Huesca, tomamos la carretera hacia Lleida. Unos kilómetros más adelante, nos despedimos con un apretón de manos. No tardaré en darme cuenta de que ni siquiera nos habíamos presentado. Somos dos extraños caminando en un túnel o en un insondable laberinto, que sólo por casualidad han compartido un brevísimo trecho del camino. Tal vez ninguno de los dos encuentre lo que busca, o como sucede tantas veces, lo encuentre y no lo reconozca.

Por la estrecha carretera que conduce a Casbas apenas hay tráfico. Atravieso una población y sigo adelante. Según el mapa, ya casi estoy. Es entonces cuando, de pronto, me asalta una extraña idea: ¿Y si no es esto lo que quería el Coiro?, pienso. ¿Qué interés puede tener para Inventiva un minúsculo pueblo aquí en mi tierra? Un sitio del que, por otra parte, ni siquiera yo tenía noticia hasta este momento. ¿Habrá algo que se me escape en todo este asunto? Perdido en esa confusión y en esa carretera solitaria, unas palabras aparecen en mi mente, fosforescentes como un letrero luminoso en medio de la noche: Próxima estación Casbas. Me doy cuenta de que he metido la pata (el Casbas sobre el que debería escribir es otro, y está en Argentina y no sé absolutamente nada de él. Mi maldito despiste crónico me impidió recordar hasta ahora que es una de las próximas estaciones del Inventren) y lo peor es que está anocheciendo (es otoño y los días acortan). Por suerte, al fondo puedo ver las primeras casas. Advierto que estoy cansado. Espero encontrar un sitio donde me dejen dormir, porque hace un poco de frío y la manta que he traído es más bien fina. Pero no se ve un alma por las calles.

Al fin, distingo un vago destello al fondo de una calle lateral. Se trata de una puerta iluminada. De no haber anochecido ya, no la hubiese visto, tan tenue es el resplandor que de ella sale. Hacia allí me dirijo, con paso lento y el oído alerta. No es natural este silencio. Sobre la puerta hay un letrero de madera. La inscripción apenas puede leerse, pero se adivina que el lugar es una taberna. Cruzo el umbral y me encuentro en un cuchitril mal iluminado donde parece no haber nadie. Al oír mis pasos, un hombre sale por una puerta situada al fondo y, con un perfecto acento argentino, me saluda y pregunta si deseo tomar algo.




II


Una sensación de irrealidad me atenaza. No acierto a responder. Sólo le miro como se mira a un aparecido o como se podría mirar el propio reflejo en un espejo diseñado por Klein (el de la botella). Él repite la pregunta, más despacio, como si yo fuera extranjero y no comprendiese bien el idioma. No sé qué decir, qué hacer. Me siento como un actor de teatro esperando que el apuntador le sople el texto. Por fin, con cierto embarazo, me atrevo a pedir una cerveza. Mientras me sirve, el tipo explica que el pueblo está desierto porque hay un concierto en las piscinas municipales, un grupo de pop, uno de esos que venden muchos discos donde las diez o doce o quince canciones son, en realidad, la misma. Añade que incluso ha venido gente de los otros pueblos cercanos y hasta algún autobús de la ciudad. (Ese silencio ahí afuera, sin embargo, esa ausencia…). Al preguntarle dónde estoy, él me mira de arriba abajo y dice con naturalidad el nombre del pueblo. La siguiente pregunta no es fácil de hacer. Si el mundo sigue girando en su órbita normal y éste es, como parece, un hombre serio y cabal, se va a acordar de mis muertos y suerte tendré si no me saca del establecimiento a golpes; si por el contrario, el temor que me aprieta el corazón resulta ser fundado, yo me volveré loco. Aun así, no queda otro remedio: "Pero ¿Casbas de España o de Argentina?" digo en un susurro. Al principio, pienso que no me ha entendido, y tal vez sea lo mejor; acaso en el fondo conocer ese detalle no importe en realidad.

Pasado un instante, levanta la vista del barreño en el que en ese momento estaba lavando unos cubiertos y dice: "¿Acaso quieres tomarme el pelo?". Entonces me atropello, intento explicarle lo ocurrido, nombro el Inventren y algunas otras estaciones, le cuento que soy poeta. "¡Poeta!" dice él. "¡Poeta!" repite. "No me lo creo. Nadie va por ahí en estos tiempos diciendo que es poeta. Usted es un aprovechado. Un sinvergüenza". Yo insisto. Mi sombra en el suelo gesticula como una marioneta de trapo, parece la sombra de otra persona, idéntica a mí pero con otro ritmo. Con amargura recuerdo que no he traído un solo libro; de haberlo hecho, mis argumentos quizá tuviesen más peso. Entonces, sin explicación, hay por su parte como una sorda aceptación, no ya de mis palabras o de lo que ellas pretenden comunicar, sino de la remota posibilidad de que sean ciertas. Mirándome de reojo, con desconfianza aún, se dirige hacia un extremo del mostrador, levanta un trapo oscuro que cubre un ordenador portátil y sentencia: "Ahora lo veremos". Abre el explorador, busca el Inventren, busca mi nombre, encuentra resultados que le satisfacen, parece comprender que no le he mentido. La expresión de su rostro es otra ahora; luego me indica una mesa y sale del mostrador con una botella de vino en una mano y dos vasos en la otra. Nos sentamos, sirve el vino, enciende un cigarrillo y se larga a hablar convulsiva y nostálgicamente.

Así, me entero por fin de que nada extraño ha sucedido (si es que no es extraño encontrar de repente, en medio de un desierto, a un hombre que creemos habitante de otro desierto distante más de diez mil kilómetros). No hubo viajes astrales ni agujeros en el espacio. Estamos en Huesca. Con la voz plena de emoción, Manu (ese es el nombre de mi interlocutor) me habla de su niñez, de su adolescencia, se demora en detalles que tal vez hayan dormido ahí durante años, esperando esta noche y este vino; (afuera continúa el silencio, no hay ruido de pasos, ni de autos en marcha, ni siquiera el eco lejano del concierto. Si yo fuese otro, si fuese un tipo valiente, tal vez me asomaría un instante a la puerta, para mirar la luna, sólo eso: mirar la luna y saber que todo está bien). Mientras, la voz ronca de Manu me habla de la barra, de una novia que tuvo y perdió, “¡qué linda era!”, exclama. Luego hay un silencio necesario. Un movimiento lento, la mano de Manu buscando en su cartera y sacando de allí una foto cuarteada por el tiempo. La miro y hago un gesto de admiración. En efecto, la muchacha es guapa. (no sé si es entonces cuando comprendo que éste es cualquier lugar y cualquier momento, un retazo arrancado a mordiscos de la eternidad; tal vez por eso el obstinado silencio del exterior, la silueta en la pared de dos desconocidos conversando, dos latinoamericanos perdidos en cualquier parte, lejos y cerca a la vez, tenues fantasmas de sí mismos, sombras que se proyectan desde remotas noches olvidadas, que viajan en la nada hacia un tiempo inconcebible). Después escucho la descripción de un oscuro boliche que en su memoria se confunde con otros muchos que habría de conocer más tarde; me habla de su trabajo en el campo, del fatídico día en que se fue el último tren... Entonces algo parece romperse en el pausado hilo del relato. Clavo mis ojos en los suyos. Sujeto el vaso que viaja hacia sus labios. Lo insto a continuar, con el leve asomo de una sospecha insinuándose en mi entendimiento. Él me mira gravemente y retoma la narración: "...yo me fui en él. Aquel último tren que pasó por Casbas City, hace ya más de treinta años, se me llevó consigo. Luego anduve haciendo un poco de todo por todas partes. En Argentina, en Chile, en Colombia, en Bolivia y Ecuador, que es decir casi lo mismo, o de forma más breve, más certera, en Latinoamérica, que es mi patria... Nuestra patria" se corrige. Yo asiento. Luego continúa narrando las peripecias de una vida, una vida errante, como lo son todas. "Y, entonces, de pronto, llegué aquí" dice mientras vacía en los vasos lo que queda de la segunda botella. "De alguna manera, sentí que mi deriva había terminado. No es que la coincidencia del nombre y el cansancio acumulado me llevasen a tomar la decisión de quedarme. Esa decisión era anterior, fue ella quien guió mis pasos hacia estas tierras, ella quien me llevó de pueblo en pueblo hasta terminar en éste. Cuando llegué era de noche, como ahora. Dormí en unas ruinas a las afueras. No supe donde estaba hasta la mañana siguiente, pero durante el sueño supe que me quedaría aquí. No puedo explicarlo mejor. Lo sentí. Sólo eso. Y aquí estoy desde entonces".

No hablamos más. Ambos estábamos algo borrachos y era muy tarde. Dormí allí mismo, en una pequeña habitación que servía de almacén y donde había sitio de sobra. Al otro día, después de un abundante desayuno, Manu estrechó mi mano y nos despedimos como dos viejos amigos. Ambos sabíamos que había muy pocas posibilidades de volvernos a encontrar. Eché a andar por la carretera, en dirección al sur, no a ese Sur que nunca vi y que mi corazón incansablemente anhela, sino al otro, al de todos los días, al sur prosaico donde la vida sufre una combustión tan lenta que ni combustión parece.



*De SERGIO BORAO LLOP. sbllop@gmail.com



Próxima estación para escribir:
  
J.J. ALMEYRA.

Estaciones literarias por visitar en el Ferrocarril Midland:

INGENIERO WILLIAMS.
GONZÁLEZ RISOS.  PARADA KM 79.  ENRIQUE FYNN.
PLOMER.   KM. 55.   ELÍAS ROMERO. 
KM. 38. MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD.  MERLO GÓMEZ.   RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA.  JUSTO VILLEGAS.  JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE.  ALDO BONZI.
KM 12.  LA SALADA.  INGENIERO BUDGE.
 VILLA FIORITO. VILLA CARAZA.  VILLA DIAMANTE.
 PUENTE ALSINA.  INTERCAMBIO MIDLAND.

***

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GOBERNADOR ORTIZ DE ROZAS

 JOSE RAMÓN SOJO.  ÁLVAREZ DE TOLEDO.    POLVAREDAS.
JUAN ATUCHA.   JUAN TRONCONI.    CARLOS BEGUERIE.
FUNKE.   LOS EUCALIPTOS.     FRANCISCO A. BERRA.
ESTACIÓN GOYENECHE.    GOBERNADOR UDAONDO.   LOMA VERDE.
 ESTACIÓN SAMBOROMBÓN.   GOBERNADOR DE SAN JUAN RUPERTO GODOY.
GOBERNADOR OBLIGADO.   ESTACIÓN DOYHENARD.   ESTACIÓN GÓMEZ DE LA VEGA.
 D. SÁEZ.    J. R. MORENO.     EMPALME ETCHEVERRY.
ESTACIÓN ÁNGEL ETCHEVERRY.  LISANDRO OLMOS.  INGENIERO VILLANUEVA.
ARANA. GOBERNADOR GARCIA.  LA PLATA.

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