jueves, febrero 26, 2009

DE NUESTRA EDAD SIN ORILLAS...




DE NUESTRA EDAD SIN ORILLAS...



Pequeño adagio de pueblo*

A Diamante, certero en el corazón.



Lo vi tenderse blanco, mansamente.
Por un costado, la bruna vastedad de un mar antiguo,
por el otro, la gracia innumerable de los campos
cuidada por el parpadeo de los girasoles.
Detrás del regio nombre, callejeaban sin llaves
los pormenores descalzos de la infancia.
En él había solapas y baldíos
visteando con ahinco los aires secretos de las siestas.
La casa olía a pan gregario en las mañanas,
a riego en las veredas de la tarde.
En el jardín, la luz colgaba insignias de hojas,
como preseas de una alta condición de astros sin nombre,
y sobre el rumbo lustroso de la galería,
un arpegio de puntuales guardapolvos
se urgía hacia el imán de la campana.
Santiamenes de truenos y aguaceros,
y los barquitos zarpaban con el bauprés cuneta abajo,
de palo mayor algún remoto escarbadientes.
En el verano, la sedosa fruición de los damascos
llenándonos de fiestas a puñados
hasta el íntimo escollo del carozo;
o la insurrección rasposa de la higuera,
que urticaba la piel como una represalia;
o bien el mundo sonriendo en las naranjas,
o también en la sandía, que asomaba en un balde
desde las penumbras vedadas del aljibe.
Para escardar las nubes con cometas
sólo hacía falta volar, y eso era fácil:
había que imitar el estilo fugado
de picaflores, mariposas y vilanos
a bordo de un tapial ingrávido de risas.
También, a veces, los primos y las primas de visita,
nombrando la claridad sencilla de las cosas
a través de un teatrino de locos argumentos.
Entre los nombres que me llegan de improviso,
muy cerca del temblor primero, recuerdo el de Emérita,
que cuidó con paciencias de almidón y sopas
las turbulencias disfónicas de nuestra edad sin orillas.



¡Oh admisiones de bonanza los brazos de mi padre,
las severas ternuras de mi madre!
(Vacilo en los espacios sin brumas ni minúsculas
que estos nombres de elegía me provocan).


Algunos miedos, propensos a nuestras reinos,
nos unían hasta la médula misma del abrazo.
Mas no se apagaban con agua los fuegos de la hora,
el corazón siempre a mano en los bolsillos,
cuando la pobreza no era asunto de importancia
y vivir, en todo caso, una simple cuestión de fidelidades.



¿Cómo nombrar aquella paz que ni siquiera conocíamos,
aquellos espejos que no nos demandaban,
aquel mañana aún no averiguado?
¿Cómo escribir de un solo trazo
una palabra que traduzca sin pérdidas, fisuras ni traiciones
la identidad de la espiga y las albricias?


Con la callada perfección de la rosa,
el tiempo labra sus respuestas privadas,
y la memoria en la nada nos diluye y nos libera.




*de Abel Edgardo Schaller. abelnegroschaller@yahoo.com.ar
Paraná, febrero de 2009






La balada de Haroldo Conti*
A Haroldo Conti



Haroldo sueña que es un árbol que sueña que es un hombre que quiere soñar que no sucede esto. Entonces pájaro, un ave en su verde jaula de fronda. Jaula no, no ésta donde ya es anciano del dolor. Quiere la dulce luz del verano que recubra como un velo los huesos rotos. ”Si no volviese yo, la primavera siempre volverá”, busca florecer. En la memoria ya ha florecido en hojas de libros, de álamos, en caminos de ríos y palabras, camino hijo, su pajarito árbol. Haroldo se piensa hacia atrás, antes de lo que nunca debería haber pasado, cuando era un fresco cuerpo con vida que respiraba la tierra enviándole señales. Busca un
bosque húmedo, los otros árboles – cuerpos soñando un mundo verde. El olor de los hombres, de la tierra, el olor de lo unido, para espantar este olor, este asco de verde uniforme-golpe, este olor de futuro muerto. ¡Y todo por soñar!. Mientras el sueño gira, Ernesto, su hijo, sueña un padre vivo, no esa foto en el pecho de la madre, para crecer amparado por su sombra, un padre árbol para columpiarse con él en los ríos del aire, para encenderse por dentro y descansar los ojos de lo que vio ese día. Nosotros lo soñamos más viejo, desafiante del tiempo detenido, soñamos que leemos su nuevo libro en un país que todavía existe.



*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar














¿ADÓNDE ESTÁ EL PETISO ARMAND?*





*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar







Cuando mi niñez era una florcita de cardo al viento por las calles polvorientas, empecinadamente solitarias de mi pueblo. Cuando aparecen de pronto las primeras identificaciones , los primeros ídolos, es decir, con otro chico más hábil o más diestro o que nosotros veíamos como más hábil o audaz o más independiente, o –no podías ser de otro modo en aquel tiempo- algunos jugadores de fútbol que uno tomaba como ídolos, pero que fueran de carne y hueso, que uno lo viera no sólo jugar, sino fumar, caminar, escupir, bailar con alguna muchacha casadera del pueblo. Alguien que para uno también fuera humano y no esos ídolos al que adheríamos y que jugaban en la primera de Central –como Oscar Massei- sino uno que jugara en el club de los amores de nuestro propio pueblo. Pero, claro, no podía ser cualquiera. Nos tenía que gustar cómo jugaban pero a veces la condición de forasteros ponía un plus de emoción y de adhesión que podía ser fundamental en el esquema de las adhesiones incondicionales.

Yo, como no podía ser menos, tuve un primer ídolo futbolístico en esos primeros años de cuyo nombre no me acuerdo pero sí del apellido y del apodo que se había ganado o ya venía con él, adherido como una estampilla de origen. Era rosarino, de apellido Arman, de sobrenombre Petiso, venía de las huestes del club Sparta, que en aquellos años jugaba, creo, en la Liga Rosarina. Sparta para nosotros, pobres almitas humildes que nunca habíamos pasado del cementerio para el día de los Difuntos, sonaba como el Juventus, el Milan o el Real Madrid, que por otro lado nunca habíamos oído nombrara ni por las tapas.
Apareció un día con la casaca colorada, con el ocho en la espalda, y empezó a volvernos locos con su magia y su inteligencia. Tal vez cuando bajó del tren que llegaba puntual a las 11,30 todos los días hábiles de la estación Rosario Central, algún curioso que lo vio bajar con su cabello rubio que se peinaba hacia arriba como para restar esa baja estatura que habrá sido su estigma, y lo vio caminar como un gallito chueco le dio “placet” de futbolista sin saber quién era, porque tenía toda la traza que en ese tiempo gastaban los futbolistas salidos no de una escuela de fútbol sino del mero potrero de los tantos que pululaban en la ciudad que era, como hoy, semillero de cracks.
El habrá bajado los cuatro escalones de la Estación, cruzado la plazoleta con sus palmeras y sus bancos para enamorados y luego de atravesar la calle subir a la vereda de la tienda Blanco y Negro y por esa misma vereda caminar los casi cien metros que lo separaban del club y entrando sin vacilar por esas grandes puertas de madera de entonces –madera y vidrio y cortinitas rojas- habrá entornado los ojos para acostumbrarse al cambio de luz y se habrá dirigido al mostrador del bar y habrá inquirido por el nombre del presidente del Club, dándose a conocer (o no) y picando la curiosidad de todos los presentes que por otro lado es muy fácil de provocar con la llegada de un extraño en las pequeñas comunidades.
Los contertulios de esa hora lo habrán mirado con curiosidad indisimulada, habrán dejado de jugar a las cartas, mientras los billaristas habrán posado sus tacos en el piso y observado con atención su catadura y cuando el conserje buscaba con la mirada algún muchacho de los tantos que pasan al santo día en el Club, habrá observado curioso toda la instalación de la sede, con sus banderines y sus copas y cuando el muchacho de marras –cuyo rostro olvidaría para siempre- habrá salido presuroso al pedido conminatorio del conserje en busca del presidente que vivía justo enfrente.
Lo cierto es que –como muchas veces sucede- el Petiso Armand pese a ser un jugador muy bueno, que sobresalía por sobre el resto y por sobre muchos de los otros jugadores de la liga de la zona, no llegó a quedarse mucho tiempo como titular de la camiseta número ocho.
Corrían rumores: que parte de la comisión no lo apreciaba, que era un poco díscolo y con una pizca más que tolerable de soberbia, empezó a ser resistido por esa parte de la comisión y que luego –dicen los mayores- esa molestia se trasladó a parte de la masa societaria, en fin, concluyendo que no quedó mucho tiempo formando parte de la escuadra huracanista.
Era, por lo que recuerdo, y los recuerdos de un niño pueden no ser objetivos casi nunca y no tienen por qué, por otro lado, digo que era un jugador de excepción para aquellos años y para nosotros. Por otra parte no se le puede exigir a un coranzoncito arrebatado que no lo recuerde como muy hábil con la pelota, que se desmarcaba con facilidad, que bajaba a buscar la pelota como era función del ocho en ese entonces, que armaba bastante bien el juego en esa tarea del “insider” de esos tiempos.
Pero todo eso no bastó. Se lo empezó a ignorar y hasta que un día negro se cometió el sacrilegio de quitarle la titularidad y como no había banco en ese entonces fue directamente a jugar a la reserva o la Segunda como se le decía.
Esta división estaba compuesta por varias categorías: los jóvenes que constituían una promesa y eran los reemplazantes naturales cuando un titular se lesionaba, los que nunca pasaría de allí por no tener la calidad suficiente o los veteranos que estaban prontos a abandonar el fútbol para siempre, que eran pesados, tenían ya sus mañas y corrían muy poco. Allí se fogueaba a los muy jóvenes que tenían condiciones para saltar al primer equipo.
Tal vez, pienso ahora , lo habrán querida castigar para volverlo humilde y la verdad es que no estuvieron sutiles no a la altura de las circunstancias, sino todo lo contrario. Lo cierto es que ese día fatal en que lo vimos entrar con la camiseta descolorida como era la de la segunda división, camisetas que se habrían heredado luego de muchas campañas en primera división y que tenían que cumplir su ciclo antes de pasar a la categoría de trapo, nos dio una infinita tristeza.
En honor a la verdad lejana y anacrónica, una verdad que a nadie interesa sino a mí, es que él entró jugando con mucho desgano, casi no corría ni hacía todo lo que sabía, pero él se estaba despidiendo, ya estaba claro que era la última vez que se vestía con la roja y ese ocho en la espalda que sólo “Balazo” Renzi llevó años después con tanta o más soltura que él.
El malhumor se había extendido a toda la hinchada que empezó a hostigarlo porque se daba cuenta que no se exigía nada, pero soportaba los insultos con un estoicismo condescendiente y lejano, como un verdadero perdonavidas.
Pero al final, tanta agresión dio sus frutos, porque en un momento sintió que si estaba decidido a irse debía hacerlo de manera que los otros lo recordaran, si para eso existe el amor propio, por otro lado. Ese pequeño hombre, ese muchacho, se transformó de pronto en un David y se prodigó, se multiplicó en la cancha hasta ser el verdugo del pobre equipo que la suerte le puso enfrente ese día y que hoy ya es anécdota porque me olvidé de su nombre.
Yo era el que más contento estaba, porque mi ídolo no me había defraudado. Mi ídolo de quien yo discretamente trataba de estar siempre cerca cuando no estaba en la cancha, cerca de los vestuarios, o cuando bajaba del tren o lo tomaba de regreso. Él, por supuesto, ni me tenía en cuenta.
Faltaban diez minutos o menos, el Negro Durán le puso una pelota en los pies, luego de una pared perfecta y él se la devolvió para que el Negro fusilara al arquero con un golazo. Uno a cero hasta allí. Siguió el juego y al repetir la jugada, el Petiso comenzó a apilar defensores y cuando le salió el arquero queriendo taparle el arco –desesperadamente- con los brazos y las piernas bien abiertas, suavemente, dulcemente, le hizo un “caño” casi con desdén y la mandó a la red. Ganamos dos a cero y cuando la pitada final se produjo ya estábamos todos rodeándolo a él, al Petiso Armand que sólo miraba con tristeza todo ese barullo que había armado y del cual no parecía querer hacerse cargo.
Lo sacaron en andas de la cancha, pero él ni siquiera sonreía, sólo tenía una mirada ausente, la mirada de los tristes, o de los que tienen un dolor intenso y no les importa que el mundo se entere, porque saben que en el fondo nadie puede remediarlo porque para ello se tiene que poner en su lugar, algo que nunca sucede y entonces ese dolor no tiene fin.
Lo cierto es que aquella noche, no exentos de vergüenza los componentes adversos al Petiso de la comisión directiva le habrán prometido restituirlo al primer equipo y aún prometiéndole un aumento en el pago, pero el hombre ya estaba herido en su dignidad y ni se molestó en contestar. Tampoco se molestó en avisar que nunca más volvería a ponerse la camiseta color sangre con ese ocho en la espalda.
Es probable que al tiempo ya haya sido olvidado por todos, salvo por mí, porque era mi ídolo y uno a los ídolos les imita hasta la manera de escupir, como dice Borges para siempre.
Al otro día, cuando esperaba el tren, solitario, como todos los lunes, con un paquete bajo el brazo, cuyo contenido hoy olvidé y viendo que yo lo seguía con poca discreción en sus pasos, sus gestos y su más mínimo movimiento, sacó el papel con que envolvía esa probable muda de ropa y me dijo sin vacilar:
- Tomá pibe.
Yo tomé ese papel satinado, de color blanco, con un tomate tipo “perita”
Que no era sino una propaganda de la fábrica Spat, con suma unción, como si fuera el más preciado regalo del cielo ya que me lo daba mi ídolo.
Cuando subió al tren me saludó con la mano y colijo (o me gustaría pensar) que no se fue tan triste porque un chico, uno sólo, lo fue a despedir a la estación, pero no era cualquier chico, sino alguien en quien dejó una marca indeleble por el resto de la vida, hasta hoy.
Ese papel, recuerdo único de mi astro, anduvo conmigo durante años. Con él forré mi cuaderno de la escuela, cuando se fue desgastando corté prolijamente ese gran tomate rojo que tenía como logo la empresa de tomates y con el tiempo, lo perdí.







LA MORADA DEL ÍNCUBO*



No conocí a mi padre ni a mi madre. Tampoco al padre de mi hija.
Nací el 06/06/06
El día a que voy hacer referencia era día era mi cumpleaños.
Vivía sola en medio del monte en un rancho de chorizo. Como únicos mobiliarios había en el cuarto tres sillas con asiento de cuero de vaca y una mesa y un catre y un baúl de latón. Al medio de la pieza un bracero y al lado una silla petisa de algarrobo rústico.
El cielo estaba poblado de negros nubarrones pero el trabajo de campo no respeta campo no tiene horarios, ni clima.
Había tenido que salir a buscar la cabra negra parida.
No me di cuenta cuando empezó la tormenta de granizo. Caía con tanta furia que los árboles quedaron en un segundo desnudos. Por suerte era conocedora del lugar, la cueva de Diablo estaba muy cerca.
Buscando reparo entre las salientes rocosas encontré el lugar.
Estaba llena de arbustos, enredaderas y espinas. Cansada y con frío, intenté prender un
fueguito pero los fósforos se habían mojado.
Estaba preocupada, había dejado a la beba en la cuna, sola. O mejor dicho su única compañía era el perro negro.
El granizo seguía cayendo con furia, sabía que si salía estaba condenada a morir apedreada.
Me acosté en el suelo La cueva olía a orín y a bosta de caballo. Debo haberme quedado dormida. Me desperté con la sensación de una presencia cercana a mi cuerpo. Moví despacito la mano izquierda y me estremecí al tocar algo helado. Era suave y áspero al mismo tiempo. No tardé mucho en darme cuenta que era un viborón o una serpiente por el peso que sentía en mi vientre.
Paralizada, mi respiración se entrecortaba, traté de recordar que no era un animal peligroso si no se lo atacaba.
Sentí que seguía ascendiendo y que intentaba introducirse por debajo de la camiseta. No pude evitar un movimiento brusco y quedé boca arriba. Los pedregullos se incrustaban en mi espalda, se deslizó hacia mi pecho izquierdo. Al no tener corpiño fue fácil encontrar el pezón.
Succionó suavemente, primero de un pecho luego del otro. La sensación era rara, imposible describirla. Tenía la boca seca y el corazón me palpitaba.
Cuando el animal pareció saciado, con movimientos más lentos se alejó de mi cuerpo. Toda yo, un latido
Afuera el sol enrojecía suavemente el horizonte, el canto de los gallos anunciaban el final de la tormenta.
Me dirigí a casa, apurada, con sensaciones encontradas. Me preocupaba la nena.
Todo estaba en orden

Las cosas como por arte de magia comenzaron a mejorarse.
Me compré un arado nuevo. Después algunas vaquitas y mi tropilla de cabras era la más abundante de la zona.
Aunque la beba nunca caminó, Las cabras parían de a tres y las gallinas solo ponían huevos de dos yemas
No me preocupó que la nena nunca caminara ni su leve joroba.
Hasta contraté tres peones, a veces los veía murmurar tras mis espaldas pero tampoco eso me interesaba.
Jamás faltó dinero y hasta alcanzó para construir un cuarto aledaño al que me dirigía todas las nochecitas.
En la puerta de tablones rústicos sobresalía una cruz de madera, invertida..



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







ANALISIS DE LA INTERSECCION ENTRE HISTORIA ORAL Y PSICOANALISIS

Las verdades que se ocultan*

Freud planteó la división subjetiva entre saber (inconsciente) y verdad, en un momento histórico dominado por el idealismo filosófico y el positivismo científico. Sin embargo siempre fue más allá de eso, e insistió en no caer en lo dogmático.



Por Laura Capella*


El psicoanálisis ha estado siempre preocupado por la historia, inquietándose e incidiendo además en lo que se ha dado en llamar la subjetividad de la época. Heredero del pensamiento cartesiano, el sujeto que se deriva del cogito y que Lacan formaliza en su retorno a Freud, es un sujeto escindido, entre otras escisiones, entre saber y verdad. El sujeto del cogito se presenta en un rechazo a todo saber preconcebido, a todo saber anterior, tanto el que nos provee la razón, como el que nos proveen los sentidos.
Freud, dado el momento histórico en el que descubrió y desarrolló el psicoanálisis, fuertemente dominado por el idealismo filosófico y el positivismo científico debió apoyarse en el cientificismo del ideal de la ciencia, asegurándose, a la manera como las ciencias de la época se iban desplegando, innumerable casuística, el conocimiento de lo desarrollado hasta el momento por otros, etc. No obstante los recaudos y el respeto por el mundo científico, siempre fue más allá de eso. Hubo en Freud una insistencia en no caer en lo dogmático. Esto aparece expresado claramente en la conferencia XXXV (1932) titulada El problema de la concepción del universo. En esta conferencia critica duramente tanto la prohibición de pensar de las religiones, como la de ciertas filosofías políticas, manifestando lo nocivo que esto resulta no sólo para el hombre en general -es particularmente notable como especifica lo perjudicial que resultó para el genero femenino la prohibición a la mujer de siquiera pensar en la sexualidad- sino también para la comunidad de los hombres. En este sentido, Freud ha incluido su obra como parte de la gran obra de la humanidad
Es en este "ir más allá" que queremos detenernos. Lacan ha dicho en varios textos: Marx y Lenin, Freud y Lacan, los hombres de la verdad. Consideramos que es esa verdad uno de los puntos más importantes de intersección de las entrevistas en historia oral y psicoanálisis. ¿Qué podemos decir de esa verdad en disyunción con el saber? ¿Y en qué Marx y Lenin se asocian con Freud y Lacan?
Respecto de la verdad en disyunción con el saber se vincula a la concepción de la verdad como no-toda y también a la concepción de la verdad como causa. Ambas van más allá de los saberes tanto científicos como vivenciales. Por otro lado, lo que comparten Marx y Lenin con Freud y Lacan es que los primeros de cada par descubrieron algo que se ocultaba aun para las ciencias, tan meticulosas en buscar una verdad, que como dice Freud es la coincidencia con la realidad independientemente de nosotros mismos; y los segundos avanzaron en pos de ese descubrimiento y lo sostuvieron.
El marxismo descubre una verdad oculta para aquellos que pensaban la sociedad en relación al paradigma contractualista. Más allá de los grandes pensadores del iluminismo que planteaban la sociedad posible gracias a un pacto social, Marx descubre la dominación de una clase sobre otra, la lucha de clases y el concepto de plusvalía. Freud, por su lado, en pleno auge y optimismo del racionalismo, descubre que tanto a nivel intelectual como afectivo hay un más allá de la conciencia, más allá que constituye la condición misma de lo psíquico: el inconsciente. Y en ello se oculta una verdad. Dice de manera admirable en "El malestar en la cultura": "La verdad oculta detrás de todo esto, que negaríamos de buen grado, es la de que el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones pulsionales también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. Homo homini lupus".



*Psicóloga, psicoanalista, escritora. Fragmento de un trabajo que será presentado con otros en el II Congreso Argentino-Latinoamericano de Derechos Humanos.


-Fuente: Rosario-12
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/21-17457-2009-02-26.html







Lluvia*



En el silencio del jardín
solo se oye
el adelantarse de los labios

de la flor
hacia
la transparencia.



*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar






'TEAR and SHARE' *



En tardes como esta quisiera tener
aceitunas negras, aceitunas verdes
verdes como el trigo, verdes como la esperanza
que el vino francés tenga el mismo aroma
del tinto corriente que el abuelo le echaba
a su sopa la vez que le vi.

quisiera más que nada

sentirme una sirena,
saberme ya sin dietas,
caracol con pies.
y más que un 'tear and share',
quisiera comer una pizza grande de cebolla y queso,
mientras que en la plaza la gente paseara
su calor nocturno, quisiera dormir bajo grandes árboles,
entre mis dos padres, verlos sonreír.

más vale si quisieras

tener la sangre por primera vez menstruada,
los ojos perdidos en los cuadros, la canoa sin remo,
el jeep saltando esteros, ranchos de a pedazos, los trinos, y arriba
muy rígida, vestida de corona y manto, la santa, muy Virgen,
junto a la bandera, tan celeste y blanca,
con gritos y en armas, ambas mancilladas.
Quisiera yo ser fugaz y trasnochada,
suspirar entre besos en el cine, despertar
sin luz mala, cruzar el puente ferroviario, jugar al tire diez,
reír y llorar, mirar el río, tomar el bus, ir a la escuela,
dormir y soñar.

todas esas cosas poderlas hacer

Pero mientras los recuerdos vagan,
allá en Argentina los diarios desuellan
la patria encendida

y entonces quisiera volver a pelear:
sin tanto to tear y mucho to share
poder intentarlo, sin nunca olvidar.





*de Marta Zabaleta(C) mzabaletagood@gmail.com

Londres, 2009, 25 febrero.
* nombre de pan italiano Made in England.
Poema de libro inédito: 'Dulce de leche. Pseudo memorias'.




*

Queridas amigas, apreciados amigos:


El domingo 1 de marzo de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor cubano Aurelio de la Vega. Las poesías que leeremos pertenecen a Roque Dalton (El Salvador) y la música de fondo será de Uakti (Brasil). ¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!


REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Cordial saludo!

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.org

Schießstatt-Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067


*


Apreciadas amigas, queridos amigos,

El número 86 de nuestro Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL "Estrella Errante", edición Enero/Marzo/2009, puede ser ya consultado en nuestra página en internet www.euroyage.org
bajo el link:

http://www.euroyage.org/es/xicoatl-86


CONTENIDO:

· ENSAYO: Onetti: la lección del maestro. Jorge Isaías.
· NARRATIVA: Los sin nombre. Amelia Arellano.
· - Cuentos cortos. Joan Mateu i Marti.
· POEMARIO: Poemas. Blanca Helena Muñoz de Escobar.
· AUSTRIA: Poemas. Wolfgang Kauer.


La edición impresa de XICóATL # 86 puede ser puede ser solicitada a YAGE por e-mail a la dirección euroyage@utanet.at al precio de 7.- Euros (incl. envío postal).


Cordial saludo,

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur
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