domingo, febrero 15, 2009

DIOS ESPIABA CON MUCHOS OJOS BRILLANTES...

MUJERES EN GRAVIDEZ DE PALOMA*



Cargo sobre mi pecho toda la sequía del mundo.
Ingrávidos cardales violentados
Violentamente violeta, el ayer regresa.
Espada fálica tajea la inocencia.
Una cruz engarzada con vidrios de colores.
Gravidez de paloma.
Parir. Morir.
Ha regresado Tomás de Torquemada.

Hijos del oscurantismo.
Del Opus Dei, del Papa o Lucifer

¿La manta de mi niño, poncho harapiento de soles?
¿La sombra de su amparo, catedrales góticas, de piedra?
¿La panza de mi niño bombo de ausencia?

Eran tres perritos uno murió de tos ahora quedan dos.
Eran dos perritos uno murió solito ahora queda unito.
Era un perrito que murió de ayuno ahora no queda ninguno.


Amarillo/blanco. Blanco/celeste.
Una bandera. Flores de brea.
Mi hijo no nato partió en primavera..
Pantanos errantes, fuegos fatuos globalizados.
Ignus fatuus, cobra-de-fogo, luz loca alemana,
Ronde des lutins, farol de los Andes.
Yo, llorando y mi niño rondando.


Huevos hueros del esturión gigante.
Ya no habrá caviar para la bestia.
Santa Tejerina es la mujer de Lot.
Ha mirado hacia atrás.
¿Quién arrojara la primera piedra?
“Piden pan no les dan, piden queso,
les dan yeso y les cortan el pescuezo”


“Fallamos que debemos condenar y condenamos”
Inclaudicables, fallamos que debemos resistir y resistimos.




*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar







DIOS ESPIABA CON MUCHOS OJOS BRILLANTES...





Génesis del miedo (o exorcismo del pánico)*



Dios espiaba con muchos ojos
brillantes.
Era verano en-esa-calle-en-ese-cielo.


Nos escondíamos
mientras uno contaba:


¿Quiénes tenían más miedo?
¿qué buscaba el que buscaba?
¿de qué se escondía el resto?
¿por qué el que se escondía solitario?
¿y los que se escondían acompañados?
¿por qué algunos muy cerca
por qué otros tan lejos?
¿por qué caminaban unos
por qué los otros corriendo?


Era verano en-esa-calle-en-ese-cielo.
Valía pedir gancho.
Era legítimo el miedo.
Los ojos de Dios eran brillantes.

Verano-calle-pánico-cielo-
gancho-pido y las
preguntas
vienen viniendo.



*De Verónica M. Capellino. veroaleph@hotmail.com







El Papa alemán*



*Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania



El horno se ha recalentado. La Iglesia Católica alemana está entre desolada y furiosa. Justamente un Papa alemán cometió el gravísimo error -o no error desde su punto de vista anterior a los hechos- de haber levantado la excomunión a cuatro sacerdotes del sector de Lefebvre, uno de ellos -nada
menos- había negado la existencia del Holocausto nazi contra los judíos. Fue el obispo británico Williamson, quien sostuvo que "no fueron seis millones los judíos muertos por los nazis sino entre 200 mil y 300 mil", y negó la existencia de cámaras de gas en los campos de concentración nazis, como
Auschwitz, por ejemplo. Todo esto ocurrió hace más de dos semanas, pero la discusión -en especial en Alemania- no amaina sino que adquiere cada vez más fuerza, con la reacción de cientos de feligreses que renuncian a seguir perteneciendo a la Iglesia Católica, y declaraciones de obispos, curas, teólogos y decanos que censuran abiertamente al papa Ratzinger. Sí, en Alemania, cuyo pueblo llevará siempre la carga del genocidio hitlerista.
Quiere decir que, salvo algunas minorías, la mayor parte de la población alemana aprendió la lección. El propio jefe de redacción de Radio Vaticano, Eberhard von Gemmingen, se adelantó a decirlo en una conferencia de prensa:
"El Vaticano ha cometido un error... lo califico como un error. Se han originado con ello muchos daños, ahora hay que repararlos"... Ha comenzado una corriente de fieles que abandonan la Iglesia; ahora tienen los obispos que salir y decir lo que ya algunos obispos han señalado: que la Iglesia de hoy sigue sosteniendo el II Concilio Vaticano. También tiene que ratificarlo el Papa. Ellos tienen que consolar a los fieles, tienen que decir que la Hermandad Pío XII, conservadora de derecha, no va a ser jamás aceptada en la Iglesia. No hay que hacer como si esto no fuera importante. Sin ninguna duda, las relaciones entre el Vaticano y los obispos alemanes se han enfriado.
Es que en Alemania hay un fuerte movimiento para una renovación de la Iglesia y para que no se cometan los errores del pasado. Se nota en la reacción de muchos obispos que salieron a criticar abiertamente la decisión del Papa. Por ejemplo, el obispo Gerhard Müller-Ludwig, de Regensburgo, prohibió la entrada a Williamson en todas las iglesias y organizaciones católicas de su obispado. La Conferencia de Obispos Alemanes resolvió tratar el tema de Williamson en la reunión de marzo. El presidente de esa
Conferencia, el obispo Zollitsch, señaló en un comunicado que "en la Iglesia Católica alemana jamás habrá lugar para quien niegue el Holocausto". Y se deslizó en muchos sacerdotes la pregunta: ¿por qué el Papa le abre la puerta a la Hermandad Pío XII de extrema derecha, y no a los sacerdotes del tercer
mundo? ¿Por qué no se revisan las penas a los dos teólogos, Eugen Drewermann y Hans Küng, que promovían un cambio hacia una nueva sociedad sin diferencias sociales?
Justo a Hans Küng -el más sabio de los teólogos vivientes, sin ninguna duda- lo fueron a buscar los periodistas en esos días de fiebre por saber quién podía tener razón. Le preguntaron si el Pontífice había querido demostrar un cambio de rumbo hacia la derecha explícita. A lo que respondió el teólogo
alemán: "El papa Benedicto ha tomado, desgraciadamente, un curso cada vez más a la derecha. Justo da por terminada la excomunión a los sacerdotes que niegan los resultados del II Concilio Vaticano, cuando se va a cumplir medio siglo de ese acontecimiento vital. Eso lo demuestra todo. Poco a poco, el Papa actual se ha puesto en marcha para terminar con los logros progresistas de ese Concilio, por ejemplo con el retorno de la antigua misa en latín, con la reimplantación del pedido a Dios de la conversión de los judíos y ahora justo con el levantamiento de las penas contra los enemigos de ese Concilio que trajo tanto progreso a la Iglesia. Este Papa tuvo la oportunidad -como prefecto de la Congregación de la Fe, que trata de todos los procedimientos inquisitoriales- de aprovechar para avanzar, y no para volver al viejo rostro de la Iglesia. El lleva a cabo un profundo conservadorismo, que él mismo había superado -sólo por breve tiempo- en los años '60. Fue cuando, después de haber estado en la Universidad de Tübingen, donde trabajamos juntos y donde durante tres años se respiró un aire fresco renovador, volvió a lo de antes. Volvió a un rumbo absolutamente reaccionario, que siguió teniendo cuando fue cardenal en Munich y ahora como Papa, para gran daño de toda la Iglesia Católica. Desde entonces él votó por todos los documentos reaccionarios de Juan Pablo II, por ejemplo, dentro de la enseñanza 'sagrada' de que nuestro bondadoso Dios no desea a ninguna mujer como sacerdote. O la medida que ha tomado contra los teólogos de la liberación, Jon Sobrino, de El Salvador, y el padre jesuita norteamericano Roger Haigh, a quienes les ha prohibido la enseñanza y la publicación de sus escritos. En el pasado abril, el papa Benedicto festejó su cumpleaños 81 en compañía de George W. Bush.
Sería bueno ahora que tomara alguna de las ideas de cambio del sucesor de Bush, Obama. La Iglesia Católica necesita avanzar y no retroceder".
Hasta ahí, el teólogo Hans Küng. Por otra parte, las universidades católicas de Münster, Friburgo y Tübingen criticaron abiertamente la decisión del Papa, y veintitrés profesores de ellas firmaron un documento donde censuran el acercamiento del Papa con la derechista cofradía Pío XII. Entre ellos, el
profesor Johann Merz, colega del actual Papa cuando éste enseñó Dogmática en esa universidad. Merz es un abierto defensor de la Teología de la Liberación.
El diario de Bonn señala en su editorial que "pocas veces se han cometido tantos daños como con la resolución del Papa. El quiso unir y logró la división. En el futuro, el Papa debe buscar mejores consejeros". Y, por primera vez, un miembro del gobierno alemán criticó en público al Papa, como
lo hizo la primera ministra Angela Merkel.
Los medios alemanes dieron un gran espacio a reportajes a obispos, sacerdotes y creyentes. Casi todos los interrogados señalaban que estaban "sorprendidos de que Roma se preocupara tanto por los derechistas y nada acerca de la Teología de la Liberación". Otros, decepcionados, contestaron:
"Esta no es la Iglesia que yo he amado tanto". El obispo de Rottenburg-Stuttgart señaló: "La unidad de la Iglesia es un bien muy valioso, y servir a ella es el deber del Papa y de sus obispos. Pero esa
unidad jamás se logrará negando los avances obtenidos en el II Concilio Vaticano". Justo ese día, el papa Ratzinger nombraba a un sacerdote austríaco ultraconservador como obispo adjunto de Linz. Pareció una respuesta dura a tanta crítica, demostrando quién es el que tiene el máximo poder. Es decir, en resumen, ni el anuncio de ayer de que Ratzinger va a visitar Israel puede borrar su mal paso de los últimos días. Es que el Papa alemán se comportó como un elefante en una tienda de porcelanas.
Toda esta discusión, de la cual podríamos llenar páginas enteras, se produjo en medio de la otra gran polémica mundial, el ataque de Israel a los palestinos. ¿Por qué -y aquí se hizo la pregunta- el Papa toma la decisión de lavar de pecados a un negador del Holocausto justo en ese período? Hay muchas respuestas, pero la búsqueda de razones y motivos nos harían caer en interpretaciones que no podrían ajustarse a la realidad. Fue así. El Papa alemán ha perdido mucho prestigio, principalmente aquí, en su país, Alemania. Es que no se puede jugar con la ética. Antes de tomar esa decisión, Ratzinger tendría que haberse informado profundamente -si no lo estaba- de que ya no es posible tomar decisiones sin analizar que el mundo, pese a la actualidad cargada de nubarrones, va avanzando de a poco, pero avanza. Ni los crímenes de la Inquisición son ya posibles hoy, ni tampoco la palabra de "Dios" es indiscutible.
Pero, claro, siempre se presenta en la vida diaria el cinismo. En especial el cinismo de ciertos políticos para que todo cambie, pero nada se transforme. Como corolario a la interminable discusión de la campaña de plomo absolutamente desproporcionada de Israel contra Palestina, pondremos a un oportunista ejemplar, el primer ministro turco Erdogan, quien en el encuentro de Davos le gritó al presidente israelí Shimon Peres estas palabras: "Usted entiende mucho de matar, como cuando mata a los niños palestinos en las playas", y se retiró. Y por eso fue recibido por miles de turcos en Ankara con el título de "Héroe de Turquía" y "Ahora sí lo entendemos a Hitler". Erdogan, nada menos, cuando Turquía nunca reconoció el genocidio cometido contra el pueblo armenio. Además guarda silencio ante el
crimen del periodista Hrant Dink, de enero de 2007, que investigaba a fondo ese genocidio. Hrant Dink había sido amenazado por nacionalistas turcos, pero con valentía enfrentó todos los peligros, hasta que fue asesinado. Los armenios titularon así este asesinato: "Hrant Dink, la víctima 1.500.001 del
genocidio". Ya Dink había sido condenado a seis meses de prisión por la Justicia turca por sus investigaciones. Luego de ese aviso, su asesinato. Y en octubre pasado, el hijo de Hrant Dink fue condenado a un año de cárcel por insultos a la "entidad turca".
Erdogan califica a otros de "sabios en matar". No sólo eso sino que habla de niños muertos, pero basta leer las condenas a niños kurdos, que acompañaron a las protestas de las minorías kurdas en Turquía cuando Erdogan visitó esas regiones. Seis niños de entre 13 y 14 años fueron condenados a veinte años
de prisión por los jueces turcos. Realidades de nuestra humanidad.
¿Y las iglesias qué hacen? ¿Por qué no se unen con el solo objeto de terminar con la muerte y al hambre? ¿O es más importante el tema de si las misas hay que darlas en latín, o que a las mujeres hay que prohibirles que puedan ser sacerdotes, que defender la vida?


*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-119946-2009-02-14.html







*


Por la fisura se cuela el cielo en el revés del espejo

y alguna forma de domesticar el dolor



*de Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar






Fin de etapa*



*Julio Cortázar.


A Sheridan LeFanu, por ciertas casas.
A Antoni Taulé, por ciertas mesas.



Tal vez se detuvo ahí porque el sol ya estaba alto y el mecánico placer de manejar el auto en las primeras horas de la mañana cedía paso a la modorra, a la sed. Para Diana ese pueblo de nombre anodino era otra pequeña marca en el mapa de la provincia, lejos de la ciudad en la que dormiría esa noche, y la plaza que las copas de los plátanos protegían del calor de la carretera se daba como un paréntesis en el que entró con un suspiro de alivio, frenando al lado del café donde las mesas desbordaban bajo los
árboles.
El camarero le trajo un anisado con hielo y le preguntó si más tarde querría almorzar, sin apuro porque servían hasta las dos. Diana dijo que daría una vuelta por el pueblo y que volvería. "No hay mucho que ver", le informó el camarero. Le hubiera gustado contestarle que tampoco ella tenía muchas ganas de mirar, pero en cambio pidió aceitunas negras y bebió casi bruscamente del alto vaso donde se irisaba el anisado. Sentía en la piel una frescura de sombra, algunos parroquianos jugaban a las cartas, dos chicos con un perro, una vieja en el puesto de periódicos, todo como fuera del tiempo, estirándose en la calina del verano. Como fuera del tiempo, lo había pensado mirando la mano de uno de los jugadores que mantenía largamente la carta en el aire antes de dejarla caer en la mesa con un latigazo de triunfo. Eso que ella ya no se sentía con ánimo de hacer, prolongar cualquier cosa bella, sentirse vivir de veras en esa dilación deliciosa que alguna vez la había sostenido en el temblor del tiempo. "Curioso que vivir
pueda volverse una pura aceptación", pensó mirando al perro que jadeaba en el suelo, "incluso esta aceptación de no aceptar nada, de irme casi antes de llegar, de matar todo lo que todavía no es capaz de matarme". Dejaba el cigarrillo entre los labios, sabiendo que terminaría por quemárselos y que tendría que arrancarlo y aplastarlo como lo había hecho con esos años en que había perdido todas las razones para llenar el presente con algo más que cigarrillos, la chequera cómoda y el auto servicial. "Perdido", repitió, "tan bonito tema de Duke Ellington y ni siquiera me lo acuerdo, dos veces perdido, muchacha, y también perdida la muchacha, a los cuarenta ya es solamente una manera de llorar dentro de una palabra".
Sentirse de golpe tan idiota exigía pagar y darse una vuelta por el pueblo, ir al encuentro de cosas que ya no vendrían solas al deseo y a la imaginación. Ver las cosas como quien es visto por ellas, allí esa tienda de antigüedades sin interés, ahora la fachada vetusta del museo de bellas artes. Anunciaban una exposición individual, ninguna idea del pintor de nombre poco pronunciable. Diana compró un billete y entró en la primera sala de una módica casa de piezas corridas, penosamente transformada por ediles
de provincia. Le habían dado un folleto que contenía vagas referencias a una carrera artística sobre todo regional, fragmentos de críticas, los elogios típicos; lo abandonó sobre una consola y miró los cuadros, en el primer momento pensó que eran fotografías y le llamó la atención el tamaño, poco frecuente ver ampliaciones tan grandes en color. Se interesó de veras cuando reconoció la materia, la perfección maniática del detalle; de golpe fue a la inversa, una impresión de estar viendo cuadros basados en fotografías, algo que iba y venía entre los dos, y aunque las salas estaban bien iluminadas la
indecisión duraba frente a esas telas que acaso eran pinturas de fotografías o resultados de una obsesión realista que llevaba al pintor hasta un límite peligroso o ambiguo.
En la primera sala había cuatro o cinco pinturas que volvían sobre el tema de una mesa desnuda o con un mínimo de objetos, violentamente iluminada por una luz solar rasante. En algunas telas se sumaba una silla, en otras la mesa no tenía otra compañía que su sombra alargada en el piso azotado por la luz lateral. Cuando entró en la segunda sala vio algo nuevo, una figura humana en una pintura que unía un interior con una amplia salida hacia jardines poco precisos; la figura, de espaldas, se había alejado ya de la casa donde la mesa inevitable se repetía en primer plano, equidistante entre el personaje pintado y Diana. No costaba mucho comprender o imaginar que la casa era siempre la misma, ahora se agregaba la larga galería verdosa de otro cuadro donde la silueta de espaldas miraba hacia una puerta-ventana
distante. Curiosamente la silueta del personaje era menos intensa que las mesas vacías, tenía algo de visitante ocasional que se paseara sin demasiada razón por una vasta casa abandonada. Y luego había el silencio, no sólo porque Diana parecía ser la sola presencia en el pequeño museo, sino porque de las pinturas emanaba una soledad que la oscura silueta masculina no hacía más que ahondar. "Hay algo en la luz", pensó Diana, "esa luz que entra como una materia sólida y aplasta las cosas". Pero también el color estaba lleno de silencio, los fondos profundamente negros, la brutalidad de los contrastes que daba a las sombras una calidad de paños fúnebres, de lentas colgaduras de catafalco.
Al entrar en la segunda sala descubrió sorprendida que además de otra serie de cuadros con mesas desnudas y el personaje de espaldas, había algunas telas con temas diferentes, un teléfono solitario, un par de figuras. Las miraba, por supuesto, pero un poco como si no las viera, la secuencia de la casa con las mesas solitarias tenía tanta fuerza que el resto de las pinturas se convertía en un aderezo suplementario, casi como si fueran cuadros de adorno colgando en las paredes de la casa pintada y no en
el museo. Le hizo gracia descubrirse tan hipnotizable, sentir el placer un poco amodorrado de ceder a la imaginación, a los fáciles demonios del calor de mediodía. Volvió a la primera sala porque no estaba segura de acordarse bien de una de las pinturas que había visto, descubrió que en la mesa que creía desnuda había un jarro con pinceles. En cambio, la mesa vacía estaba en el cuadro colgado en la pared opuesta, y Diana se quedó un momento buscando conocer mejor el fondo de la tela, la puerta abierta tras de la cual se adivinaba otra estancia, parte de una chimenea o de una segunda puerta. Cada vez se le hacía más evidente que todas las habitaciones correspondían a una misma casa, como la hipertrofia de un autorretrato en el que el artista hubiera tenido la elegancia de abstraerse, a menos que estuviera representado en la silueta negra (con una larga capa en uno de los cuadros), dando obstinadamente la espalda al otro visitante, a la intrusa que había pagado para entrar a su vez en la casa y pasearse por las piezas desnudas.
Volvió a la segunda sala y fue hacia la puerta entornada que comunicaba con la siguiente. Una voz amable y un poco cohibida la hizo volverse; un guardián uniformado -con ese calor, el pobre-, venía a decirle que el museo cerraba a mediodía pero que volvería a abrirse las tres y media.
¿Queda mucho por ver? -preguntó Diana, que bruscamente sentía el cansancio de los museos, la náusea de los ojos que han comido demasiadas imágenes.
-No, la última sala, señorita. Hay un solo cuadro ahí, dicen que el artista quiso que estuviera solo. ¿Quiere verlo antes de irse? Yo puedo esperar un momento.
Era idiota no aceptar, Diana lo sabía cuando dijo que no y los dos cambiaron una broma sobre los almuerzos que se enfrían si no se llega a tiempo. "No tendrá que pagar otro billete si vuelve", dijo el guardián, "ahora ya la conozco". En la calle, enceguecida por la luz cenital, se preguntó qué diablos le pasaba, era absurdo haberse interesado hasta ese punto por el hiperrealismo o lo que fuera de ese pintor ignoto, y de golpe dejar caer el último cuadro que acaso era el mejor. Pero no, el artista
había querido aislarlo de los otros y eso indicaba acaso que era muy diferente, otra manera u otro tiempo de trabajo, para qué romper así una secuencia que duraba en ella como un todo, incluyéndola en un ámbito sin resquicios. Mejor no haber entrado en la última sala, no haber cedido a la obsesión del turista concienzudo, a la triste manía de querer abarcar los museos hasta el final.
Vio a la distancia el café de la plaza y pensó que era la hora de comer; no tenía apetito pero siempre había sido así cuando viajaba con Orlando, para Orlando el mediodía era el instante crucial, la ceremonia del almuerzo sacralizando de alguna manera el tránsito de la mañana a la tarde, y desde
luego Orlando se hubiera negado a seguir andando por el pueblo cuando el café estaba ahí a dos pasos. Pero Diana no tenía hambre y pensar en Orlando le dolía cada vez menos; echar a andar alejándose del café no era desobedecer o traicionar rituales. Podía seguir acordándose sin sumisión de tantas cosas, abandonarse al azar de la marcha y a una vaga evocación de algún otro verano con Orlando en las montañas, de una playa que acaso volvía para exorcizar la brasa del sol en la espalda y la nuca, Orlando en esa playa batida por el viento y la sal mientras Diana se iba perdiendo en las callejas sin nombres y sin gentes, al ras de los muros de piedra gris, mirando distraídamente algún raro portal abierto, una sospecha de patios interiores, de brocales con agua fresca, glicinas, gatos adormecidos en las lajas. Una vez más el sentimiento de no recorrer un pueblo sino de ser recorrida por él, los adoquines de la calzada resbalando hacia atrás como en una cinta móvil, ese estar ahí mientras las cosas fluyen y se pierden a la
espalda, una vida o un pueblo anónimo. Ahora venía una pequeña plaza con dos bancos raquíticos, otra calleja abriéndose hacia los campos linderos, jardines con empalizadas no demasiado convencidas, la soledad totalmente mediodía, su crueldad de matador de sombras, de paralizador del tiempo. El jardín un poco abandonado no tenía árboles, dejaba que los ojos corrieran libremente hasta la ancha puerta abierta de la vieja casa. Sin creerlo y a la vez sin negarlo Diana entrevió en la penumbra una galería idéntica a la de uno de los cuadros del museo, se sintió como abordando el cuadro desde el otro lado, fuera de la casa en vez de estar incluida como espectadora en sus estancias. Si algo había de extraño en ese momento era la falta de extrañeza en un reconocimiento que la llevaba a entrar sin vacilaciones en el jardín y acercarse a la puerta de la casa, por qué no al fin y al cabo si había pagado su billete, si no había nadie que se opusiera a su presencia en el jardín, su paso por la doble puerta abierta, recorrer la galería abriéndose a la primera sala vacía donde la ventana dejaba entrar la cólera amarilla de la luz aplastándose en el muro lateral, recortando una mesa vacía y una única silla.
Ni temor ni sorpresa. Incluso el fácil recurso de apelar a la casualidad había resbalado por Diana sin encontrar asidero, para qué envilecerse con hipótesis y explicaciones cuando ya otra puerta se abría y en una habitación de altas chimeneas la mesa inevitable se desdoblaba en una larga sombra minuciosa. Diana miró sin interés el pequeño mantel blanco y los tres vasos, las repeticiones se volvían monótonas, al embate de la luz tajeando la penumbra. Lo único diferente era la puerta del fondo, que estuviera cerrada en vez de entornada introducía algo inesperado en un recorrido que se cumplía tan dócilmente. Deteniéndose apenas, se dijo que la puerta estaba cerrada simplemente porque ella no había entrado en la última sala del museo, y que mirar detrás de esa puerta sería como volver allá para completar la visita. Todo demasiado geométrico al fin y al cabo, todo impensable y a la vez como previsto, tener miedo o asombrarse parecía tan incongruente como ponerse a silbar o preguntar a gritos si había alguien en la casa.
Ni siquiera una excepción en la única diferencia, la puerta cedió a su mano y fue otra vez lo de antes, el chorro de luz amarilla estrellándose en una pared, la mesa que parecía más desnuda que las otras, su proyección alargada y grotesca como si alguien le hubiera arrancado violentamente una carpeta negra para tirarla al suelo, y por qué no verla de otra manera, como un rígido cuerpo a cuatro patas que acabara de ser despojado de sus ropas ahí caídas en una mancha negruzca. Bastaba mirar las paredes y la ventana para encontrar el mismo teatro vacío, esta vez ni siquiera otra puerta que prolongara la casa hacia nuevas estancias. Aunque había visto la silla junto a la mesa, no la había incluido en su primer reconocimiento pero ahora la sumaba a lo ya sabido, tantas mesas con o sin sillas en tantas habitaciones
semejantes. Vagamente decepcionada se acercó a la mesa y se sentó, se puso a fumar un cigarrillo, a jugar con el humo que trepaba en el chorro de luz horizontal, dibujándose a sí mismo como si quisiera oponerse a esa voluntad de vacío de todas las piezas, de todos los cuadros, del mismo modo que la
breve risa en algún lugar a espaldas de Diana cortó por un instante el silencio aunque acaso sólo fuera un breve llamado de pájaro allí fuera, un juego de maderas resecas, inútil, por supuesto, volver a mirar en la habitación precedente donde los tres vasos sobre la mesa lanzaban sus débiles sombras contra la pared, inútil apurar el paso, huir sin pánico pero sin mirar atrás.
En la calleja un chico le preguntó la hora y Diana pensó que debería apresurarse si quería almorzar, pero el camarero estaba como esperándola bajo los plátanos y le hizo un gesto de bienvenida señalándole el lugar más fresco. Comer no tenía sentido pero en el mundo de Diana casi siempre se había comido así, ya porque Orlando decía que era hora de hacerlo o porque no quedaba más remedio entre dos ocupaciones. Pidió un plato y vino blanco, esperó demasiado para un lugar tan vacío; ya antes de tomar el café y pagar sabía que iba a volver al museo, que lo peor en ella la obligaba a revisar eso que hubiera sido preferible asumir sin análisis, casi sin curiosidad, y que si no lo hacía iba a lamentarlo al final de la etapa cuando todo se volviera usual como siempre, los museos y los hoteles y el recuento del
pasado. Y aunque en el fondo nada quedara en claro, su inteligencia se tendería en ella como una perra satisfecha apenas verificara la total simetría de las cosas, que el cuadro colgado en la última sala del museo representaba obedientemente la última habitación de la casa; incluso el resto podría entrar también en el orden si hablaba con el guardián para llenar los huecos, al fin y al cabo había tantos artistas que copiaban exactamente sus modelos, tantas mesas de este mundo habían acabado en el
Louvre o en el Metropolitan duplicando realidades vueltas polvo y olvido.
Cruzó sin apuro las dos primeras salas (había una pareja en la segunda, hablándose en voz baja aunque hasta ese momento fueran los únicos visitantes de la tarde). Diana se detuvo ante dos o tres de los cuadros, y por primera vez el ángulo de la luz entró también en ella como una imposibilidad que no
había querido reconocer en la casa vacía. Vio que la pareja retrocedía hacia la salida, y esperó a quedarse sola antes de ir hacia la puerta de la última sala. El cuadro estaba en la pared de la izquierda, había que avanzar hasta el centro para ver bien la representación de la mesa y de la silla donde se
sentaba una mujer. Al igual que el personaje de espaldas en algunos de los otros cuadros, la mujer vestía de negro pero tenía la cara vuelta de tres cuartos, y el pelo castaño le caía hasta los hombros del lado invisible del perfil. No había nada que la distinguiera demasiado de lo anterior, se integraba a la pintura como el hombre que se paseaba en otras telas, era parte de una secuencia, una figura más dentro de la misma voluntad estética.
Y a la vez había algo allí que acaso explicaba que el cuadro estuviera solo en la última sala, de las semejanzas aparentes surgía ahora otro sentimiento, una progresiva convicción de que esa mujer no sólo se diferenciaba del otro personaje por el sexo sino por su actitud, el brazo izquierdo colgando a lo largo del cuerpo, la leve inclinación del torso que descargaba su peso sobre el codo invisible apoyado en la mesa, estaban diciéndole otra cosa a Diana, le estaban mostrando un abandono que iba más allá del ensimismamiento o la modorra. Esa mujer estaba muerta, su pelo y su brazo colgando, su inmovilidad inexplicablemente más intensa que la fijación de las cosas y los seres en los otros cuadros: la muerte ahí como una culminación del silencio, de la soledad de la casa y sus personajes, de cada una de las mesas y las sombras y las galerías.
Sin saber cómo se vio otra vez en la calle, en la plaza, subió al auto y salió a la carretera hirviente. Había acelerado a fondo pero poco a poco fue bajando la velocidad y sólo empezó a pensar cuando el cigarrillo le quemó los labios, era absurdo pensar cuando había tantas casetes con la música que Orlando había amado y olvidado y que ella solía escuchar de a ratos, aceptando atormentarse con la invasión de recuerdos preferibles a la soledad, a la vaga imagen del asiento vacío a su lado. La ciudad estaba a una hora de distancia, como todo parecía estar a horas o a siglos de distancia, el olvido por ejemplo o el gran baño caliente que se daría en el hotel, los whiskys en el bar, el diario de la tarde. Todo simétrico como
siempre para ella, una nueva etapa dándose como réplica de la anterior, el hotel que completaría un número par de hoteles o abriría el impar que la etapa siguiente colmaría; como las camas, los surtidores de nafta, las catedrales o las semanas. Y lo mismo hubiera debido ocurrir en el museo donde la repetición se había dado maniáticamente, cosa por cosa, mesa por mesa, hasta la ruptura final insoportable, la excepción que había hecho estallar en un segundo ese perfecto acuerdo de algo que ya no entraba en nada, ni en la razón ni en la locura. Porque lo peor era buscar algo razonable en eso que desde el principio había tenido algo de delirio, de repetición idiota, y a la vez sentir como una náusea que sólo su cumplimiento total le hubiera devuelto una conformidad razonable, hubiera puesto esa locura del buen lado de su vida, lo hubiera alineado con las otras simetrías, con las otras etapas. Pero entonces no podía ser, algo había escapado ahí y no se podía seguir adelante y aceptarlo, todo su cuerpo se tendía hacia atrás como resistiendo al avance, si algo quedaba por hacer era dar media vuelta y regresar, convencerse con todas las pruebas de la razón de que eso era idiota, que la casa no existía o que sí, que la casa estaba ahí pero que en el museo sólo había una muestra de dibujos abstractos o de pinturas históricas, algo que ella no se había molestado en ver. La fuga era una sucia manera de aceptar lo inaceptable, de infringir demasiado tarde la única vida imaginable, la pálida aquiescencia cotidiana a la salida del sol o a las noticias de la radio. Vio llegar un refugio vacío a la derecha, viró en redondo y entró de nuevo en la carretera, corriendo a fondo hasta que las primeras granjas en torno al pueblo volvieron a su encuentro.
Dejó atrás la plaza, recordaba que tomando a la izquierda llegaría a un término donde podía dejar el auto, siguió a pie por la primera calleja vacía, oyó cantar una cigarra en lo alto de un plátano, el jardín abandonado estaba ahí, la gran puerta seguía abierta.
Para qué demorarse en las dos primeras habitaciones donde la luz rasante no había perdido intensidad, verificar que las mesas seguían ahí, que tal vez ella misma había cerrado la puerta de la tercera estancia al salir.
Sabía que bastaba empujarla, entrar sin obstáculos y ver de lleno la mesa y la silla. Sentarse otra vez para fumar un cigarrillo (la ceniza del otro se acumulaba prolijamente en un ángulo de la mesa, la colilla había debido tirarla en la calle), apoyándose de lado para evitar el embate directo de la luz de la ventana. Buscó el encendedor en el bolso, miró la primera voluta del humo que se enroscaba en la luz. Si la leve risa había sido al fin y al cabo un canto de pájaro, afuera no cantaba ningún pájaro ahora. Pero le quedaban muchos cigarrillos por fumar, podía apoyarse en la mesa y dejar que su mirada se perdiera en la oscuridad de la pared del fondo. Podía irse cuando quisiera, por supuesto, y también podía quedarse; acaso sería hermoso ver si la luz del sol iba subiendo por la pared, alargando más y más la
sombra de su cuerpo, de la mesa y de la silla, o si seguiría así sin cambiar nada, la luz inmóvil como todo el resto, como ella y como el humo inmóviles.



De Deshoras
Cortázar, Julio; Cuentos completos 2, Buenos Aires, Alfaguara, 1996
-Fuente: http://www.geocities.com/juliocortazar_arg/finet.htm





CORREO:


CONVOCATORIA

Muestra Multidisciplinaria Tributo a la MUJER
2009*


Espacio de Arte Ponce Boscarino, convoca a interesados a participar de la Muestra Multidisciplinaria por el mes de la mujer.

Con el objetivo de sumarse a los festejos internacionales de reconocimiento al género, sus luchas emancipadoras, su resistencia e invalorable aporte a la humanidad toda.


Lugar
Salas A y B del espacio de Arte Ponce Boscarino Buenos Aires
("Bartolomé Mitre 1575 local A" Pasaje la Piedad)
Tel. 43724518
Recepción de obras 2 de marzo de 2009 de 14 a 20 hs
Inauguración: 7 de marzo de 2009 a 19,30 hs.
Clausura: 20 de marzo de 2008 a 20 hs.
Visitas con entrada libre y gratuita de lunes a viernes de 16 a 20 hs.

Curadora Daniela Ponce Boscarino
Mayor información, bases y condiciones
www.Ponce-boscarino.blogspot.com
Consultas: contact@ponceboscarino.com

Organiza: ESPACIO DE ARTE - PONCE BOSCARINO- (Buenos Aires)



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Queridas amigas, apreciados amigos:


El domingo 15 de febrero de 2009 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música del compositor argentino Pablo Ingüe. Las poesías que leeremos pertenecen a Matilde Casazola (Bolivia) y la música de fondo será de Only Instrumental (Andes).
¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at
(Link MP3 Live-Stream. Se requiere el programa Winamp, el cual se puede bajar gratis de internet)!!!! Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!


REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!


Cordial saludo!

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com

Schießstattstr. 37
A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel. + Fax: 0043 662 825067



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Apreciadas amigas, queridos amigos,

El número 86 de nuestro Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL "Estrella Errante", edición Enero/Marzo/2009, puede ser ya consultado en nuestra página en internet www.euroyage.org
bajo el link:

http://www.euroyage.org/es/xicoatl-86


CONTENIDO:

· ENSAYO: Onetti: la lección del maestro. Jorge Isaías.
· NARRATIVA: Los sin nombre. Amelia Arellano.
· - Cuentos cortos. Joan Mateu i Marti.
· POEMARIO: Poemas. Blanca Helena Muñoz de Escobar.
· AUSTRIA: Poemas. Wolfgang Kauer.


La edición impresa de XICóATL # 86 puede ser puede ser solicitada a YAGE por e-mail a la dirección euroyage@utanet.at al precio de 7.- Euros (incl. envío postal).


Cordial saludo,

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org

Schießstatt-Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067





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Cuota anual 2009 para lectores y/o escritores: $45 en Argentina.
-10 Euros desde el exterior-

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Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.

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Inventiva Social no puede asegurar la originalidad ni autoria de obras recibidas.


Respuesta a preguntas frecuentes

Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.

Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.

Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.

Es gratuito publicar ?
En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de cada escrito es un intercambio de libertades entre el escritor y el editor, cada escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo ni formato.

Cómo se sostiene la actividad de Inventiva Social ?
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