miércoles, septiembre 02, 2009

SERÁ COMO TODO EL TIEMPO Y TODA LA NIEBLA...




acorazada*



palabras
lloro que no digo
me traigo cada vez más
hacia dentro
recuerdos de la lluvia
de agostos del olvido
he callado con palabras
la tristeza el dolor
la renuncia a la piel
y a los sentidos
voy de fuera hacia dentro
viajando una semilla
que cosecho en palabras
de otro oscuro silencio
lo renuevo en un pacto
que he cerrado conmigo
en secreto y olvido
desconozco esperanzas
justicia lucha brillo
desentiendo mi sangre
de unos sueños que tuve
en piel en miedo en grito
han caído mis credos
de a poco sin sentido
miro desde estar quieta
recuerdo
que me he visto
correr pelear gritar
pasiones de otras voces
que ya callo
vuelvo inquieta a estar quieta
hago palabras
lloro que no digo



*de Lucía Cinquepalmi lccnqplm@yahoo.com.ar
30 de agosto de 2004







SERÁ COMO TODO EL TIEMPO Y TODA LA NIEBLA...





El Yo-Yo*



"Son cosas de Paula...”, dijo la madre como al pasar. La bolsita pequeña era el último envio en los viajes de objetos de una casa a la otra. Cuando abrí la bolsa estaba el yo-yo naranja que le compre a mi hija un par de años atrás. Cuando vino mi hija el fin de semana no olvide preguntarle: ¿lo elegiste para traerlo a la casa de papá?
-No, lo puso mamá. -Respondió.
Apenas pude disimular la ira. Pensé primero en la continuidad de una guerra silenciosa contra los objetos: libros, peluches y juguetes que les fuí comprando a mis hijos en diferentes épocas. Después pensé a la luz de la también cercana expulsión de los Legos de la vida de los hijos en el departamento en un decreto de fin de la infancia.
Enseguida cuando vi a mi hija intentando alguna destreza con el yo-yo, deje de preocuparme por explicar las mañas de una personalidad que es cada vez más desconocida, ajena, y apareció en mi mente la historia de la compra del yo-yo.
Un negocio de regalos en esquina. Entramos de la mano. Mi hija que se concentra en los colores y dibujos de las caras laterales y yo que trato de ver si funciona.
En ese silencio ajeno al resto del mundo en que desarrollabamos la elección irrumpió la vendedora que con voz bajita para que no la escuche la dueña del negocio dijo: "Quisiera tener un padre como usted".
Vio sorpresa, algún sonrojo en mi rostro y enseguida aclaro: -Tengo Papá, pero no es como usted. Agradecí con emoción y palabras que no pude retener en la memoria. Mi hija sonreía concentrada en el yo -yo naranja con una flor pintada y un strass celeste incrustado en el centro del cáliz. Pasó el tiempo. Hace pocos días me escribió: Sos re bueno, y siempre queres lo mejor para mí.

Ahora, con la visión del yo-yo quieto en el estante a la espera a sus manos vuelvo a sonreír.


*de Eduardo F. Coiro inventivasocial@hotmail.com







Continuidad de los parques*



*Julio Cortázar


Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama.
Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido.
El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada.
En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.


*de "Final de juego", Julio Cortázar 1956. © 1996 Alfaguara

*Fuente: http://www.literatura.org/Cortazar/Continuidad.html








MI ABUELO TENIA FRIO*




*Por Adrián Abonizio. abonizio@hotmail.com


A mi abuelo se le había dado por morirse hacía como un mes, pero lo seguían velando. En sus trajes -dos; negros, uno con rayas grises, sus cuatro corbatas que colgaban al sol seguramente para desimpregnarlo de humedades terrenales; en sus zapatos de cuero lustrados como para un baile, en sus pañuelos de cuello, en su foto con flor de tela recién enganchada al marco.
Y dejaban toda la ropa sobre la mesa de cemento de azulejitos encimados.
Limpiándose a la luz. Para sacarlo al sol, para mostrar al cielo de nubes que corrían arriba que él estaba en ellas y solo sus cosas cotidianas evidenciaban la legitimidad del espejo tierra cielo.
La abuela lloraba de vez en cuando; hablaba en dialecto mientras freía unas costeletas y se llevaba el delantal a los ojos. Retomó la pañoleta negra de cuando murió mi tío Toño, pasó muchas tardes repartidas entre su vecina, del mismo pueblo y por ende, del mismo dolor y el cementerio, hasta que sacó las cosas al patio en la idea que se oree del deceso definitivamente. Si tanto lo había querido no entendía eso de tener miedo: todas las santas noches uno de los nietos le hacía compañía. ¿No habría de protegerla el fantasma de mi abuelo si llegaban los demonios con espadas flamígeras? ¿O era a él a quien temía?
Me lo preguntaba mientras era convocado a velar armas espirituales en su casa, zona sur del sur. Esa noche era mi turno de la imaginaria. La radio imperceptible, el rechinar del horno, la comida servida con generosidad como para un viajero, carne de animal salvaje cazado en los bosques cercanos, cocida a los empujones, generosa en grasa más el premio de una Coca sobre la mesa. Ella ni hablaba, pero no estaba de mal talante. Cuando terminábamos de cenar, llevaba la radio al dormitorio y era el signo ineludible de que había que dormir y sanseacabó. En ese barrio la comunicación sin hilos estaba inventada secularmente: ladraba un perro en una casa cercana, al rato y en manzanas inmedibles otro y otro más le contestaba con el mismo acento. A veces, sobre el amanecer que entraba por las claraboyas tres rectángulos, dos verdes uno naranja mientras la luna se desvanecía diluyéndose, una sombra, la de mi abuelo con su corbata de fiesta suelta bailoteaba por segundos impidiendo el paso incandescente de la lamparita de fuera y luego se disolvía, entre el mismo apogeo de los gallos, que se decían cosas
imposibles como los perros.
Por la mañana yo tenía partido y le había pedido a mi abuela que me ponga el reloj a las ocho. Era en el campito y empezábamos a las nueve. Me dormí en la presunción de no oír la chicharra, por eso los gallos, el fantasma de mi abuelo, y la desconfianza por esa nona un poco muda y otro poco sorda que vaya a saberse si había puesto el despertador. Me levanté del lecho, busqué la pelela, oriné sin ruido y dando vuelta suavemente a la cerradura oteé el patio, donde ya clareaba un amanecer velado. No iba a perder llegar hasta la cancha. Se habría olvidado fuera los sacos del difunto y ahora estarían escarchados y duros como estatuas. Algo hizo que me moviera para entrarlos.
Las baldosas estaban heladas, el olor del baño, poderoso en lavandina me guió en la semioscuridad. Casi me doy de pecho contra la silueta: negra, encorvada, subiendo ya las escaleras.
El corazón se me heló. En la rodillas sentí clavárseme como flechas. Y en las cejas un pinchazo. Eso era la pavura. Di dos, tres pasos hacia atrás, en la senda invertida que conocía de memoria y entré en el dormitorio donde puse el cerrojo y me metí de lleno en las cobijas. Había visto el terror.
Eso era: un ensayo de monstruo inmenso que subía hacia los techos mientras te dejaba el corazón como un sapo helado que había dejado de latir. De pronto un retumbar de chapitas me terminaron de poner bajo cero el pecho: el reloj, prolijo, ululante marcaba las siete. Una hora antes. La mano de mi abuela, flaca, venosa en la claridad batiente tocó el capullo de fierro y lo silenció. Busqué la ropa, los pantalones cortos, los botines en el bolsito marrón y me cambié en la galería, temblando. La luz de la cocina fue como un disparo. Eso la atrajo.
Te viá a hacere la leche a vo, exclamó. Un gato maulló en el patio. Todo se precipitaba, le dije que había sentido ruidos para que no se asustara.
Salió. Empezó a putear en dialecto. !Anno robato la pilcha del nono, strunzzo ladrón de porquería!. Yo me hice el sorprendido. Ella ignoraba que era la Muerte quien, descendiendo de la torreta de alguna ochava celestial había juntado el bollo para que mi abuelo no se congelara. Pero nada dije.
Bebí del tazón, escupí la nata en la pileta y luego giré la llavecita para salir a la claridad, saludar a la nona y huir al campito para olvidarme que hasta los muertos, cuando la escarcha es poderosa, tiemblan mucho de frío y otro tanto más por soledad.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-20029-2009-09-02.html






Siglo complejo*



*Miguel Grinberg
02.09.2009


El pasado 27 de agosto tuvo lugar, en Santiago de Chile, la presentación de un libro escrito por la psicosocióloga argentina María Teresa Pozzoli, académica en diversas universidades de América y Europa desde hace 25 años.
La obra se titula Pensar de nuevo (Ensayos sobre pensamiento complejo) y fue publicada por la editorial Universidad Bolivariana (UB) de Chile. El acto se realizó en el aula magna de la Universidad Católica Silva Enríquez de la capital chilena.

Promovido por el pensador francés Edgar Morin, e implantado en numerosos centros universitarios de América Latina, el pensamiento complejo constituye la base epistemológica de las reformas educativas que la Unesco impulsa en el mundo, como ambiciosa promesa de una educación del futuro. Como es sabido, la epistemología constituye una rama de la filosofía cuyo objeto de estudio es el conocimiento científico. Algunos investigadores prefieren considerarla como el estudio de los "significados".

La autora enfrenta metódicamente la crisis de paradigma imperante en el planeta, con sus innumerables descalabros ecológicos e ideológico-sociales, y propone un modelo que vuelve a entretejer las dimensiones de lo vivo, religando los saberes disciplinarios que la modernidad escindió a ultranza.
Y afirma: "Los más grandes descubrimientos que tenemos por delante habrán de producirse en el propio corazón del sujeto, porque es allí, en su mundo interior -hasta ahora bastante inexplorado-, donde podremos descubrir la diversidad compleja del Universo".

A su vez, el profesor Morin ha señalado que la democracia sigue amenazada en el siglo XXI, tanto por la atrofia de habilidades humanas como por el socavamiento de la diversidad y la degradación del civismo. En su obra Los siete saberes necesarios para la educación del futuro resaltó la urgencia de educar la condición humana, la identidad terrenal y la comprensión. Y afirmó que hay que sustituir la visión de un universo que obedece a un orden impecable por una visión donde no se omita lo universal. Esto, a fin de que la educación del futuro impulse la idea de la unidad de la especie humana sin borrar su diversidad y sin que la diversidad borre la idea de la unidad.
Al esquema globalizador del neoliberalismo contrapone un espíritu de planetización signada por comprensiones mutuas.

Tuve la oportunidad de conversar ampliamente con la profesora Pozzoli, durante una clase sobre "Pensamiento complejo y aprendizaje" que dictamos la semana pasada en Santiago, para el diplomado en Educación Superior y Aprendizaje Metacognitivo de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
Destacó que entre todos contribuimos a la reproducción de una cultura en la que se incentiva la desconfianza, la soledad, el individualismo, el aislamiento respecto de los demás seres vivos, la enajenación de los propios sentimientos y una inexplicable indolencia frente a la precaria permanencia que han de tener los recursos agotables de la naturaleza, o sea, nuestra propia vida. Por eso, esta inspirada educadora reclama la incorporación al modelo educativo imperante de la espiritualidad, el arte y la belleza.

Mantuvimos, además, un amplio diálogo con el sociólogo chileno Antonio Elizalde, director de las ediciones UB y autor del libro Utopía y cordura, recientemente publicado en Buenos Aires, quien advierte enfáticamente sobre la grave amenaza que, para la supervivencia de nuestra especie, constituye el modelo económico en el que estamos inmersos y que nos ha llevado a la cima de una crisis feroz. Indica la necesidad de un profundo cambio civilizatorio basado en la idea de utopía y el relanzamiento de los sueños colectivos.

El libro de Pozzoli está dividido en dos partes. La primera expone el marco conceptual del pensamiento complejo (que no debe interpretarse como complicado sino como un tejido de constituyentes heterogéneos) y la segunda incluye una serie de artículos que ilustran sus profundas intuiciones. De ellos se deduce que, para existir en el siglo XXI y en medio de una crisis de percepción, resulta necesaria una visión polifacética y flexible, pues somos seres complejos en estado de evolución y tenemos que aprender a pensar sin disociar al objeto de estudio de sus contextos de pertenencia.

El historiador estadounidense William Irwin Thompson advirtió que "somos más de lo que sabemos: la ciencia nunca puede abarcar la totalidad del Ser."
Así, resulta pertinente el pensamiento complejo de Morin: todo desarrollo verdaderamente humano significa desarrollo conjunto de las autonomías individuales, de las participaciones comunitarias y del sentido de pertenencia de la especie humana. Por eso, urge fundar una nueva ética fraternal en el marco de una conciencia planetaria.


*Fuente: http://criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=30150







La sirena*


*Ray Bradbury



Allá afuera en el agua helada, lejos de la costa, esperábamos todas las noches la llegada de la niebla, y la niebla llegaba, y aceitábamos la maquinaria de bronce, y encendíamos los faros de niebla en lo alto de la torre. Como dos pájaros en el cielo gris, McDunn y yo lanzábamos el rayo de luz, rojo, luego blanco, luego rojo otra vez, que miraba los barcos solitarios. Y si ellos no veían nuestra luz, oían siempre nuestra voz, el grito alto y profundo de la sirena, que temblaba entre jirones de neblina y sobresaltaba y alejaba a las gaviotas como mazos de naipes arrojados al aire, y hacía crecer las olas y las cubría de espuma.
-Es una vida solitaria, pero uno se acostumbra, ¿no es cierto? -preguntó McDunn.
-Sí -dije-. Afortunadamente, es usted un buen conversador.
-Bueno, mañana irás a tierra -agregó McDunn sonriendo- a bailar con las muchachas y tomar ginebra.
-¿En qué piensa usted, McDunn, cuando lo dejo solo?
-En los misterios del mar.
McDunn encendió su pipa. Eran las siete y cuarto de una helada tarde de noviembre. La luz movía su cola en doscientas direcciones, y la sirena zumbaba en la alta garganta del faro. En ciento cincuenta kilómetros de costa no había poblaciones; sólo un camino solitario que atravesaba los campos desiertos hasta el mar, un estrecho de tres kilómetros de frías aguas, y unos pocos barcos.
-Los misterios del mar -dijo McDunn pensativamente-. ¿Pensaste alguna vez que el mar es como un enorme copo de nieve? Se mueve y crece con mil formas y colores, siempre distintos. Es raro. Una noche, hace años, todos los peces del mar salieron ahí a la superficie. Algo los hizo subir y quedarse flotando en las aguas, como temblando y mirando la luz del faro que caía sobre ellos, roja, blanca, roja, blanca, de modo que yo podía verles los ojitos. Me quedé helado. Eran como una gran cola de pavo real, y se quedaron ahí hasta la medianoche. Luego, casi sin ruido, desaparecieron. Un millón de peces desapareció. Imaginé que quizás, de algún modo, vinieron en peregrinación. Raro, pero piensa qué debe parecerles una torre que se alza veinte metros sobre las aguas, y el dios-luz que sale del faro, y la torre que se anuncia a sí misma con una voz de monstruo. Nunca volvieron aquellos peces, ¿pero no se te ocurre que creyeron ver a Dios?
Me estremecí. Miré las grandes y grises praderas del mar que se extendían hacia ninguna parte, hacia la nada.
-Oh, hay tantas cosas en el mar. -McDunn chupó su pipa nerviosamente, parpadeando. Estuvo nervioso durante todo el día y nunca dijo la causa-. A pesar de nuestras máquinas y los llamados submarinos, pasarán diez mil siglos antes de que pisemos realmente las tierras sumergidas, sus fabulosos reinos, y sintamos realmente miedo. Piénsalo, allá abajo es todavía el año 300,000 antes de Cristo. Cuando nos paseábamos con trompetas arrancándonos países y cabezas, ellos vivían ya bajo las aguas, a dieciocho kilómetros de profundidad, helados en un tiempo tan antiguo como la cola de un cometa.
-Sí, es un mundo viejo.
-Ven. Te reservé algo especial.
Subimos con lentitud los ochenta escalones, hablando. Arriba, McDunn apagó las luces del cuarto para que no hubiese reflejos en las paredes de vidrio.
El gran ojo de luz zumbaba y giraba con suavidad sobre sus cojinetes aceitados. La sirena llamaba regularmente cada quince segundos.
-Es como la voz de un animal, ¿no es cierto? -McDunn se asintió a sí mismo con un movimiento de cabeza-. Un gigantesco y solitario animal que grita en la noche. Echado aquí, al borde de diez billones de años, y llamando hacia los abismos. Estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí. Y los abismos le responden, sí, le responden. Ya llevas aquí tres meses, Johnny, y es hora que lo sepas.
En esta época del año -dijo McDunn estudiando la oscuridad y la niebla-, algo viene a visitar el faro.
-¿Los cardúmenes de peces?
-No, otra cosa. No te lo dije antes porque me creerías loco, pero no puedo callar más. Si mi calendario no se equivoca, esta noche es la noche. No diré mucho, lo verás tú mismo. Siéntate aquí. Mañana, si quieres, empaquetas tus cosas y tomas la lancha y sacas el coche desde el galpón del muelle, y escapas hasta algún pueblito del mediterráneo y vives allí sin apagar nunca las luces de noche. No te acusaré. Ha ocurrido en los últimos tres años y sólo esta vez hay alguien conmigo. Espera y mira.
Pasó media hora y sólo murmuramos unas pocas frases. Cuando nos cansamos de esperar, McDunn me explicó algunas de sus ideas sobre la sirena.
-Un día, hace muchos años, vino un hombre y escuchó el sonido del océano en la costa fría y sin sol, y dijo: "Necesitamos una voz que llame sobre las aguas, que advierta a los barcos; haré esa voz. Haré una voz que será como todo el tiempo y toda la niebla; una voz como una cama vacía junto a ti toda la noche, y como una casa vacía cuando abres la puerta, y como otoñales árboles desnudos. Un sonido de pájaros que vuelan hacia el sur, gritando, y un sonido de viento de noviembre y el mar en la costa dura y fría. Haré un sonido tan desolado que alcanzará a todos y al oírlo gemirán las almas, y los hogares parecerán más tibios, y en las distantes ciudades todos pensarán que es bueno estar en casa. Haré un sonido y un aparato y lo llamarán la sirena, y quienes lo oigan conocerán la tristeza de la eternidad y la
brevedad de la vida".
La sirena llamó.
-Imaginé esta historia -dijo McDunn en voz baja- para explicar por qué esta criatura visita el faro todos los años. La sirena la llama, pienso, y ella viene...
-Pero... -interrumpí.
-Chist... -ordenó McDunn-. ¡Allí!
-Señaló los abismos.
-Algo se acercaba al faro, nadando.
Era una noche helada, como ya dije. El frío entraba en el faro, la luz iba y venía, y la sirena llamaba y llamaba entre los hilos de la niebla. Uno no podía ver muy lejos, ni muy claro, pero allí estaba el mar profundo moviéndose alrededor de la tierra nocturna, aplastado y mudo, gris como barro, y aquí estábamos nosotros dos, solos en la torre, y allá, lejos al principio, se elevó una onda, y luego una ola, una burbuja, una raya de espuma. Y en seguida, desde la superficie del mar frío salió una cabeza, una
cabeza grande, oscura, de ojos inmensos, y luego un cuello. Y luego... no un cuerpo, sino más cuello, y más. La cabeza se alzó doce metros por encima del agua sobre un delgado y hermoso cuello oscuro. Sólo entonces, como una islita de coral negro y moluscos y cangrejos, surgió el cuerpo desde los abismos. La cola se sacudió sobre las aguas. Me pareció que el monstruo tenía unos veinte o treinta metros de largo.
No sé qué dije entonces, pero algo dije.
-Calma, muchacho, calma -murmuró McDunn.
-¡Es imposible! -exclamé.
-No, Johnny, nosotros somos imposibles. Él es lo que era hace diez millones de años. No ha cambiado. Nosotros y la Tierra cambiamos, nos hicimos imposibles. Nosotros.
El monstruo nadó lentamente y con una gran y oscura majestad en las aguas frías. La niebla iba y venía a su alrededor, borrando por instantes su forma. Uno de los ojos del monstruo reflejó nuestra inmensa luz, roja, blanca, roja, blanca, y fue como un disco que en lo alto de una mano enviase un mensaje en un código primitivo. El silencio del monstruo era como el silencio de la niebla.
Yo me agaché, sosteniéndome en la barandilla de la escalera.
-¡Parece un dinosaurio!
-Sí, uno de la tribu.
-¡Pero murieron todos!
-No, se ocultaron en los abismos del mar. Muy, muy abajo en los más abismales de los abismos. Es ésta una verdadera palabra ahora, Johnny, una palabra real; dice tanto: los abismos. Una palabra con toda frialdad y la oscuridad y las profundidades del mundo.
-¿Qué haremos?
-¿Qué podemos hacer? Es nuestro trabajo. Además, estamos aquí más seguros que en cualquier bote que pudiera llevarnos a la costa. El monstruo es tan grande como un destructor, y casi tan rápido.
-¿Pero por qué viene aquí?
En seguida tuve la respuesta.
La sirena llamó.
Y el monstruo respondió.
Un grito que atravesó un millón de años, nieblas y agua. Un grito tan angustioso y solitario que tembló dentro de mi cuerpo y de mi cabeza. El monstruo le gritó a la torre. La sirena llamó. El monstruo rugió otra vez.
La sirena llamó. El monstruo abrió su enorme boca dentada, y de la boca salió un sonido que era el llamado de la sirena. Solitario, vasto y lejano.
Un sonido de soledad, mares invisibles, noches frías. Eso era el sonido.
-¿Entiendes ahora -susurró McDunn- por qué viene aquí?
Asentí con un movimiento de cabeza.
-Todo el año, Johnny, ese monstruo estuvo allá, mil kilómetros mar adentro, y a treinta kilómetros bajo las aguas, soportando el paso del tiempo. Quizás esta solitaria criatura tiene un millón de años. Piénsalo, esperar un millón de años. ¿Esperarías tanto? Quizás es el último de su especie. Yo así lo creo. De todos modos, hace cinco años vinieron aquí unos hombres y construyeron este faro. E instalaron la sirena, y la sirena llamó y llamó y su voz llegó hasta donde tú estabas, hundido en el sueño y en recuerdos de un mundo donde había miles como tú. Pero ahora estás solo, enteramente solo en un mundo que no te pertenece, un mundo del que debes huir. El sonido de la sirena llega entonces, y se va, y llega y se va otra vez, y te mueves en el barroso fondo de los abismos, y abres los ojos como los lentes de una cámara de cincuenta milímetros, y te mueves lentamente, lentamente, pues tienes todo el peso del océano sobre los hombros. Pero la sirena atraviesa mil kilómetros de agua, débil y familiar, y en el horno de tu vientre arde otra vez el juego, y te incorporas lentamente, lentamente. Te alimentas de grandes cardúmenes de bacalaos y de ríos de medusas, y subes lentamente por los meses de otoño, y septiembre cuando nacen las nieblas, y octubre con más niebla, y la sirena todavía llama, y luego, en los últimos días de noviembre, luego de ascender día a día, unos pocos metros por hora, estás cerca de la superficie, y todavía vivo. Tienes que subir lentamente: si te apresuras; estallas. Así que tardas tres meses en llegar a la superficie, y luego unos días más para nadar por las frías aguas hasta el faro. Y ahí estás, ahí, en la noche, Johnny, el mayor de los monstruos creados. Y aquí está el faro, que te llama, con un cuello largo como el tuyo que emerge del mar, y un cuerpo como el tuyo, y, sobre todo, con una voz como la tuya.
¿Entiendes ahora, Johnny, entiendes?
La sirena llamó.
El monstruo respondió.
Lo vi todo..., lo supe todo. En solitario un millón de años, esperando a alguien que nunca volvería. El millón de años de soledad en el fondo del mar, la locura del tiempo allí, mientras los cielos se limpiaban de pájaros reptiles, los pantanos se secaban en los continentes, los perezosos y dientes de sable se zambullían en pozos de alquitrán, y los hombres corrían como hormigas blancas por las lomas.
La sirena llamó.
-El año pasado -dijo McDunn-, esta criatura nadó alrededor y alrededor, alrededor y alrededor, toda la noche. Sin acercarse mucho, sorprendida, diría yo. Temerosa, quizás. Pero al otro día, inesperadamente, se levantó la niebla, brilló el sol, y el cielo era tan azul como en un cuadro. Y el monstruo huyó del calor, y el silencio, y no regresó. Imagino que estuvo pensándolo todo el año, pensándolo de todas las formas posibles.
El monstruo estaba ahora a no más de cien metros, y él y la sirena se gritaban en forma alternada. Cuando la luz caía sobre ellos, los ojos del monstruo eran fuego y hielo.
-Así es la vida -dijo McDunn-. Siempre alguien espera que regrese algún otro que nunca vuelve. Siempre alguien que quiere a algún otro que no lo quiere.
Y al fin uno busca destruir a ese otro, quienquiera que sea, para que no nos lastime más.
El monstruo se acercaba al faro.
La sirena llamó.
-Veamos qué ocurre -dijo McDunn.
Apagó la sirena.
El minuto siguiente fue de un silencio tan intenso que podíamos oír nuestros corazones que golpeaban en el cuarto de vidrio, y el lento y lubricado girar de la luz.
El monstruo se detuvo. Sus grandes ojos de linterna parpadearon. Abrió la boca. Emitió una especie de ruido sordo, como un volcán. Movió la cabeza de un lado a otro como buscando los sonidos que ahora se perdían en la niebla.
Miró el faro. Algo retumbó otra vez en su interior. Y se le encendieron los ojos. Se incorporó, azotando el agua, y se acercó a la torre con ojos furiosos y atormentados.
-¡McDunn! -grité-. ¡La sirena!
McDunn buscó a tientas el obturador. Pero antes de que la sirena sonase otra vez, el monstruo ya se había incorporado. Vislumbré un momento sus garras gigantescas, con una brillante piel correosa entre los dedos, que se alzaban contra la torre. El gran ojo derecho de su angustiada cabeza brilló ante mí
como un caldero en el que podía caer, gritando. La torre se sacudió. La sirena gritó; el monstruo gritó. Abrazó el faro y arañó los vidrios, que cayeron hechos trizas sobre nosotros.
McDunn me tomó por el brazo.
-¡Abajo! -gritó.
La torre se balanceaba, tambaleaba, y comenzaba a ceder. La sirena y el monstruo rugían. Trastabillamos y casi caímos por la escalera.
-¡Rápido!
Llegamos abajo cuando la torre ya se doblaba sobre nosotros. Nos metimos bajo las escaleras en el pequeño sótano de piedra. Las piedras llovieron en un millar de golpes. La sirena calló bruscamente. El monstruo cayó sobre la torre, y la torre se derrumbó. Arrodillados, McDunn y yo nos abrazamos
mientras el mundo estallaba.
Todo terminó de pronto, y no hubo más que oscuridad y el golpear de las olas contra los escalones de piedra.
Eso y el otro sonido.
-Escucha -dijo McDunn en voz baja-. Escucha.
Esperamos un momento. Y entonces comencé a escucharlo. Al principio fue como una gran succión de aire, y luego el lamento, el asombro, la soledad del enorme monstruo doblado sobre nosotros, de modo que el nauseabundo hedor de su cuerpo llenaba el sótano. El monstruo jadeó y gritó. La torre había desaparecido. La luz había desaparecido. La criatura que llamó a través de un millón de años había desaparecido. Y el monstruo abría la boca y llamaba.
Eran los llamados de la sirena, una y otra vez. Y los barcos en alta mar, no descubriendo la luz, no viendo nada, pero oyendo el sonido debían de pensar: ahí está, el sonido solitario, la sirena de la bahía Solitaria. Todo está bien. Hemos doblado el cabo.
Y así pasamos aquella noche.
A la tarde siguiente, cuando la patrulla de rescate vino a sacarnos del sótano, sepultados bajo los escombros de la torre, el sol era tibio y amarillo.
-Se vino abajo, eso es todo -dijo McDunn gravemente-. Nos golpearon con violencia las olas y se derrumbó.
Me pellizcó el brazo.
No había nada que ver. El mar estaba sereno, el cielo era azul. La materia verde que cubría las piedras caídas y las rocas de la isla olían a algas.
Las moscas zumbaban alrededor. Las aguas desiertas golpeaban la costa.
Al año siguiente construyeron un nuevo faro, pero en aquel entonces yo había conseguido trabajo en un pueblito, y me había casado, y vivía en una acogedora casita de ventanas amarillas en las noches de otoño, de puertas cerradas y chimenea humeante. En cuanto a McDunn, era el encargado del nuevo
faro, de cemento y reforzado con acero.
-Por si acaso -dijo McDunn.
Terminaron el nuevo faro en noviembre. Una tarde llegué hasta allí y detuve el coche y miré las aguas grises y escuché la nueva sirena que sonaba una, dos, tres, cuatro veces por minuto, allá en el mar, sola.
¿El monstruo?
No volvió.
-Se fue -dijo McDunn-. Se ha ido a los abismos. Comprendió que en este mundo no se puede amar demasiado. Se fue a los más abismales de los abismos a esperar otro millón de años. Ah, ¡pobre criatura! Esperando allá, esperando y esperando mientras el hombre viene y va por este lastimoso y mínimo
planeta. Esperando y esperando.
Sentado en mi coche, no podía ver el faro o la luz que barría la bahía Solitaria. Sólo oía la sirena, la sirena, la sirena, y sonaba como el llamado del monstruo.
Me quedé así, inmóvil, deseando poder decir algo.


*Fuente: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/bradbury/sirena.htm






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CICLO: "Del derecho y del reves de la memoria "
Septiembre


Cierto es que el dominio totalitario procuro formar aquellas bolsas de olvido en cuyo interior desaparecian todos los hechos, buenos y malos. Hannah Arendt, "Eichmann en Jerusalen"


Lunes 07/20:00
"Holocaustos publicos y privados. Las insistencias de la vida"
Ps. Maria del Carmen Marini. Mg. en Problematica de Genero. Integrante del grupo de investigacion Psique, de Casa de la Mujer y del CEIM (Centro de Estudios Interdisciplinarios de la Mujer ) de la Fac. Humanidades
La conferencista continuara tratando lo iniciado años anteriores, que forma parte de una investigacion que viene realizando. Trabajara sobre las semejanza y diferencias entre los Holocaustos de la Historia y los que llama Holocaustos privados.
Sostiene que seria posible vincular este con el tema de las violencias ejercidas y/o soportadas, para engarzar su presencia (la de la violencia) en nuestra humana condicion. Y el combate que desde lo vital se libra, como fuerza contrastante, para preservarnos y preservar a los otros.


Lunes 14/20:00
"La memoria, mas alla del recuerdo. La justicia, más alla de la condena: un analisis a partir de la Pelicula "El Lector"
Ps. Sebastián Grimblat, docente de la UNR
La vida sigue, aqui la memoria encuentra su mas elemental y complejo obstaculo: ¿Bajo que estatuto se inscriben los hechos? , ¿Ellos deben ser ritualizados en el recuerdo rumiante o establecer significaciones que permitan elaboraciones? Como la memoria de los hechos se instala en el paso de las generaciones es siempre una pregunta abierta que se despliega incierta en el decurso de la historia. ¿La justicia es la condena o el intento de restitucion posible? Expondremos a partir de un analisis de la
pelicula "El Lector" aquello que se presenta como desafio al trabajo de "La memoria" y "La Justicia".



Lunes 21/20:00
"La democracia entre preguntas"
Andrés Sarlengo, periodista de la ciudad de Venado Tuerto
Debemos preguntarnos que democracia nos dejo el Proceso de Reorganizacion Nacional. Por la realizacion de las entrevistas que se expondran y otras muchas dudas. Diez entrevistados que interrogaron y cuestionan la "democracia" que supimos conseguir. Aqui el periodista nos contara lo principal de ellas. ¿Puede un Estado que "desaparecio" 30.000 personas convertirse 25 años despues en formador de hombres libres y solidarios? Entre el boom sojero, la mentada calidad educativa, la
trivializacion mediática, el empobrecimiento masivo y el descaro de dirigentes y empresarios la respuesta es rotunda: no. Y como afirman algunos de los entrevistados no nos queda otra que resistir y pugnar por una verdadera democracia en la que la verdad, la libertad y la justicia no sean unicamente slóganes publicitarios.



Lunes 28/20:00
"La banalidad del mal y la memoria"
Laura Capella

Continuare los expuesto en las ultimas reuniones, acerca del concepto de Hannah Arendt de "banalidad del mal", en el marco de los juicios a los represores en la ciudad de Rosario y en Argentina en general. Como se puede articular ese controvertido concepto con el modo en que los agentes del
poder tratan la memoria.

Creacion y compaginacion del ciclo: Ps. Laura Capella, psicoanalista


Lunes 20 hs.
Entrada libre y gratuita
Se entregan certificados con el 75% de asistencia
Consultas: delderechoreves@yahoo.com.ar

Auspician:
· Facultad de Psicologia, UNR
· Colegio de Psicologos de la Prov. de Santa Fe, 2da Circ. y su Foro en Defensa de los Derechos Humanos (FODEHUPSI)
· CEIDH (Centro de Estudios e Investigacion en Derechos Humanos-Facultad de Derecho. UNR)
· IPF (Instituto de Investigaciones en Cs. Sociales, Etica y Practicas alternativas "Paulo Freire" - Facultad de Derecho. UNR.)


CENTRO CULTURAL BERNARDINO RIVADAVIA


*Laura Capella elecapella@yahoo.com.ar





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