lunes, marzo 08, 2010

TEORÍA DE LOS PARARRAYOS...




-Ilustración de Walkala. www.walkala.eu




SURCOS*


“Los cabellos del agua aun no tienen memoria.”
SOFIA ARZARELLO



Ha colapsado el universo.
El labriego ha dejado el refugio silencio.
Una mujer de nieve lo acompaña.
El frío muerde.
La sangre es un río congelado.
La muerte vuela en escoba de cobre.
El sol apagado y los cirios arden.


La mujer de cabellos anegados.
Destrenza
El tiempo con sus manos.
Tan quieto, tan antiguo, como castillo en ruinas.
Tiene doce dedos en su mano.
Mil dolores en sus pies.
Doblada en pesadumbres.
Tallado laberinto.


La zanja se hizo cauce y el cauce se hizo surco.


En cada línea de su cara, un surco.
En cada surco, una llaga.
En cada llaga, un parto.
En cada parto, una simiente.

El caballo relincha en verde y malva,
El trigo ha de brotar, turgente, ese verano.




*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar






TEORÍA DE LOS PARARRAYOS...








UN RECUERDO EN CADA ROSA MUERTA*


Para los que están, pero no se ven.



Salta de piedra en piedra
buscando tierra firme
y en ese intento
por parecer mortal
la muerte anda con zapatos nuevos
y oculta un recuerdo
en cada rosa muerta.





DESPECHO*


Ya no estás
y el viento sopla en la ventana y la lluvia
nubla el cristal, igual
que cuando estabas.
Sólo pocos recuerdos sobreviven.


Ya no estás
y apenas me conmuevo.


Sin embargo,
cada día al desnudarme
veo la cicatriz, y aún sangra.



*De Miguel Crispín Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu
-Del poemario “En la redondez del tiempo” (2009)








TEORÍA DE LOS PARARRAYOS*

Crónicas del Hombre Alto (n° 59)


La siguiente no es una hipótesis con pretensiones científicas. Tampoco una especulación meramente literaria. Se trata de un intento acaso descabellado de ordenar en palabras una impresión que me sobreviene de vez en cuando, sólo para buscarle mediante la escritura un sentido posible, una significación -tal vez ilusoria- que la vuelva razonable.
Para plantear la cuestión debo partir de una premisa inquietante pero irrefutable: vivimos acechados constante y sigilosamente por la tragedia. Si se me permite y perdona una metáfora tan elemental, podría decirse que la vida consiste en atravesar un bosque recorriendo un sendero en cuyos márgenes, oculta entre el follaje, mora una criatura impredecible que, a cada rato, puede irrumpir en nuestro camino y arrastrarnos sin previo aviso al territorio del dolor y el espanto. Un ser que no es maligno ni deliberadamente cruel sino tan sólo irreflexivo y ciego, lo cual lo torna sin dudas mucho más temible. Sabemos de su existencia, sí, pero en cierta forma nos comportamos como si no lo supiéramos. Y es entendible que así ocurra: quizás esa negación sea el único medio con que contamos para no quedar paralizados por el miedo en mitad de la travesia. Sabemos también que estamos expuestos a ese peligro en forma inevitable, pero ese saber no suele ocupar nuestros pensamientos cotidianos. Es un saber que opera como un trasfondo imperceptible de nuestros actos, algo que permanece latente, quizás aun más latente que la certeza de nuestra propia finitud. El costado terrible de la vida, la dimensión horrorosa que ésta puede adquirir en cualquier momento, son confinados al rincón más recóndito de nuestra conciencia. Sabemos que la criatura anda suelta pero si no pensamos en ella es como si no existiera. Y si no existe, estamos a salvo.
El recurso es válido y funciona con suma eficacia. Pero un buen día llegan hasta nosotros aciagas noticias y las defensas erigidas manifiestan de golpe toda su endeblez. Un tío sufre un infarto, al hijito del vecino le diagnostican una enfermedad terminal, un amigo tiene un grave accidente con el auto. un compañero de trabajo o de juerga se muere. Primero es la incredulidad, el cómo puede ser si estuve con él la semana pasada; después la consternación, esa presencia opresiva en el pecho que recorta de nuestro vocabulario toda palabra que no esté manoseada por los lugares comunes. Y entonces, experimentamos un fenómeno cargado de ambivalencia. Por un lado, la certeza de que esta vez la bomba estalló muy cerca, más de lo habitual, la atemorizante comprobación de que en la lotería metafísica que rifa desgracias teníamos un número demasiado parecido al que salió sorteado provoca en nosotros -los que seguimos sanos, los que seguimos vivos- el retorno brutal de lo que había sido relegado, la reaparición de nuestro desamparo esencial ante la fragilidad de la condición humana. Y simultáneamente, está el alivio algo culposo de saber que el espanto nos ha rozado sin lastimarnos, la comprobación egoísta y tremenda de que al dolor se lo llevan otros a quienes, por unos días, unos meses o tal vez para siempre, la vida se les pondrá patas para arriba mientras que nosotros continuaremos atravesando el bosque por el sendero como hasta ayer, con normalidad, con la misma aburrida y maravillosa normalidad de todos los días.
Es en momentos así cuando me sobreviene esa impresión de la que hablaba al principio. La proximidad de ese sismo existencial que sacude la rutina de los otros me conmociona, y no puedo dejar de sentir que esa persona que acaba de ser agredida por la muerte o la enfermedad ha actuado como un pararrayos, atrayendo hacia sí una energía destructiva que andaba circulando en el ambiente y que bien podríamos haber sufrido aquellos que, de un modo u otro, tenemos una conexión con la víctima providencial. Siento que de alguna incomprensible manera, sin ninguna intención, sin vocación de sacrificio, sin la menor predisposición natural al heroísmo, esa persona nos ha salvado. Somos afortunados; nos ha sido concedida una prórroga durante la cual no moriremos, no nos sucederán cosas terribles. Como si hubiera un sistema de cupos para la tragedia, distribuidos vaya a saber con qué antojadizo criterio, y esa desgracia cercana pero ajena hiciera disminuir de manera considerable las probabilidades matemáticas de que, al menos por cierto tiempo, la criatura la emprenda con nosotros.
Es muy posible que estas sean divagaciones sin fundamento, más próximas al pensamiento mágico que al reino de las verdades objetivas. Imposible conocer cómo funcionan realmente estos asuntos. Quizás termine de atravesar el bosque y me muera sin saberlo. O quizás lo comprenda todo, de una vez y para siempre, el día en que me toque a mí ser el pararrayos de otra gente, el garante inconsulto de su salud o su supervivencia.



*de Alfredo Di Bernardo. alfdibernardo@fibertel.com.ar








Cuando la soledad se vuelve violenta*



*De Jesús Brilanti T. lugburtian@hotmail.com



Cuando la soledad se vuelve violenta
se lleva la rabia que uno lleva por dentro,
y deja al interior la más pura vaciedad, que no se olvida,
como a ti, a quien siempre recordaré, recordaré
tu violencia, tu mal humor, tu irritabilidad,
pero has de saber que también supe acerca de tu otro yo,
como que intentabas jamás denotarlo a los demás,
y conmigo, cabrón, te equivocaste,
porque yo fui testigo que en medio de tu masa corpulenta,
eras noble, eras fiel, y un tanto dócil.
Irreverente y tosco, sí, puede ser, pero siempre atento,
¿tu piensas acaso que me olvidaré de ti fácilmente?
son encuentros que jamás se olvidan, como el tuyo y el mío,
contrario a lo que medio mundo creyese de ti, eras un sabio,
y cuando hube estado cabizbajo, inundado de ese color gris
cual siempre me ha acompañado de la calle a la casa
o de la casa al mundo exterior, situación que conocías a menudo,
sabías cuando estaba desgarrado por dentro, te acercabas, me veías
y hacías cualquier cosa para hacerme reír, ¡qué estúpido te veías!
pero bueno, ¿a quien diablos le importaba?
lograbas tu cometido, me hacías sonreír, y pensaba
en tu manera de decirme que todo estaría bien.
Llegaste a mi vida en un momento bastante oscuro y crítico,
de la Ciudad de México arribaste, maldito desconocido,
para estrecharte entre mis, aun más, malditos brazos
¡malditos siete años que nos tuvimos que ver la cara a diario!
malditas las ocasiones que no quise pasar más tiempo contigo
cuando siempre tuviste tiempo para mí, pero yo no lo tuve para ti,
lo peor del caso es que jamás me lo reprochaste, en cambio yo,
te reproché tantas cosas, y por más injurias que yo te dijera
nunca cambiaste, seguiste siendo el mismo bribón de siempre.
compartimos muchas cosas, tú lo supiste, pero sobre todo creo
que compartimos el dolor, la soledad y el terror, pero…
¿qué peor que estas tres sensaciones amalgamadas al unísono?
porque has de saber, que así fue, tu no tuviste ya el tiempo
para darte cuenta, pero yo si, lo recordaré por el resto de mis días.
llegué tarde, salí al patio, y estabas echado a mitad del mismo,
creí que estabas dormido como otras tantas veces,
pero noté tu jadear, entonces te moví con mi pie derecho
y no respondiste, me alarmé, me acerqué a tu voluminoso cuerpo,
forrado de ese pelaje amarillo, te hablé en voz baja, pues deseaba,
en realidad lo deseaba, sólo estuvieras durmiendo y me ladraras
como cuando te espantaba: me ladrabas, me gruñías irritado
pero siempre supe que eras incapaz de morderme
con ese enorme hocico al que tantos le temieron
pero no, no respondiste y entonces grité tu nombre,
y nada, solo tu respiración agitada; ya ni siquiera abrías los ojos,
esos ojos llenos de tristeza que toda la vida tuviste,
te jalé de las orejas, moví tu cabeza, pero el mismo resultado: nada.
comprendí entonces que estabas muriendo, y tu muerte
no era cualquier muerte, fue una muerte terrible, espantosamente violenta,
ya no tuve tiempo de hacer algo, sólo de mirarte, y mirar de muy cerca a la muerte
encajando su aguijón venenoso, violento, sobre el cuerpo moribundo de,
no diré mi mejor mascota, o mi perro, sino diré: mi mejor amigo,
¿y qué hacer? solo contraerme para no sentir por debajo de la piel
el susurro, el aliento de la muerte que desgarra lo que decimos “vida”.
Tu cuerpo se estremecía, era la muerte violenta que no pedía permiso,
las convulsiones llegaron en segundos, vomitaste un líquido amarillo,
la respiración se te cortaba, pero mi querido amigo,
fuiste el mismo cabrón de siempre, fuerte, valiente encarando
a tu propia muerte, no lloraste, no te quejaste ni un instante,
el que derramaba llanto silente era yo, de impotencia, de incertidumbre,
ya sólo deseaba que aquella violencia terminase,
un paro cardiaco te fulminó, dejaste de respirar, caíste de bruces, tus patas dobladas
hacían aquel cuadro aún más trágico de lo que ya eran,
parecía que estabas realmente dormido, ¿o si lo estabas amigo mío?
te acaricié por última vez, y un trozo de mi alma se murió contigo,
entré a la casa y comencé a patear las paredes, más violencia aún,
no era suficiente la violencia que le quitaba la piel a mi espíritu,
no era suficiente el dolor de afuera, necesitaba llevarlo adentro y arrullarlo,
como cuando te arrullé a ti a los tres meses de edad hasta que te dormías.
Ha pasado el tiempo, y me siento a veces gris, pero ya no estas
para hacer tus estupideces, rodando de espaldas por el suelo y hacerme sonreír,
¿a dónde te has marchado amigo?
Me has dejado sólo; si intentas pensar que seré fuerte como tú, tremendo bribón,
lamento decirte que estás muy equivocado.


*A la memoria de mi mejor amigo: Lucas (2001-2008)







*


Vine para buscarte
siguiendo tu perfume de silencios de domingo.
Vine a rescatar de aquel beso quebrado
la última esquirla
el pentagrama que sabinamente otros cantaron
los 19 grados de distancia que hoy me pertenecen
las mañanas prendidas a tu ayer
y el aire que le falta a mi zodíaco.


Y puedo seguir.
El camino con vuelo de gaviotas
.donde ahonda el crepúsculo
la música, el vino, la ternura
las noches de vigilia
los delirios
y el jirón del amor que fue envolviendo
todo llanto
todo olvido
todo sueño.


Es larga la lista
pero ahora que no estás para escuchar mi grito
te dejo mi poema
y que salven los cielos mi locura.



*de María Manetti. dulcemariam6@hotmail.com
15/02/20010.








BESA LAS LETRAS DE TU NOMBRE*



“..Mientras tanto
adentro mío tu mirada vive, muy intensa,
amorosa y cada vez mas pura, la beso y me despiertas...”

MARTA ZABALETA



Si sientes que el mundo te ha mareado.
Y si te sientes rara .O que no cabes en el mundo.
Y que el mundo gira en tus campos desiertos.
Y no cruzan calandrias, ni sauces, ni rebaños.
Y ha partido el jardín y el jardinero.
Si sientes, como Fausto, que viven dos almas en tu pecho.
Y una tira hacia el simio y otra al homo sapiens.
Si no puedes contar, y cuentas hasta dos, acaso tres.
Y la pena no es una, ni tres, ni mil, ni cien.
Son infinitas penas .Innumerables penas.
Cáscaras de cebolla. Compleja trama.
Ovillos de serpientes. Encarnaciones.
Mortal angustia. Vidrio molido Crucifixión.
Entonces, lirio mío. Paloma, ojo de tigre.
Mareáte con polen fecundado. Bebe.
Respira en amarillo. Vuelve.
A la cigarra, a la hormiga, a la retama.
Sé fogata. Limonero en flor. Narciso.
Párate en el brillo del puñal del miedo.
Transforma en bermellón la ansiedad cartas que no llegan.
Deja, que te acaricie el aura de tu madera noble.
Piratea la risa, los besos y los soles.
Besa tu nombre.
Besa. Una por una, las letras de tu nombre.



*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
*Del libro inédito "Desnudez de paloma"









Aventuras de una niña bajo tierra*


La historia que Lewis Carroll pergeñó para la joven Alicia Lidell a orillas de un río se convirtió, con el tiempo, en el libro infantil más leído de la historia y el que más interpretaciones recibió hasta la novísima película de Tim Burton. El escritor Guillermo Martínez cuenta cómo la obsesión romántica
de un adulto por una niña empañó para siempre la inocencia de la infancia.


*Por Guillermo Martínez



Los hechos, los pocos hechos en la superficie de la vida de Charles Dodgson, que llevaría una larga existencia paralela como Lewis Carroll, son bien conocidos. Nació en 1832 en Dadesbury, Cheshire, tercer hijo del párroco de esa localidad. Hasta los doce años no concurrió a la escuela y se educó en
el seno de su familia. En 1843 se mudaron a Croft, un pueblito de Yorkshire, donde el pequeño Charles construyó con la ayuda del carpintero del pueblo un teatro de marionetas para representar piezas infantiles escritas por él e inició su enseñanza secundaria en el colegio de Richmond. Era, como todos
sus hermanos, zurdo, en una época en que esto se consideraba una tara física, y ligeramente tartamudo.

A los trece años reúne en un manuscrito (Useful and instructive poetry) una serie de trabajos infantiles que preludian su producción literaria posterior y contienen el núcleo de diversas parodias y juegos de palabras de Alicia.
Completa su secundario en la Public School de Rugby, un período sombrío para él: "no puedo decir que haya guardado de mi estancia en Rugby el menor recuerdo agradable", escribe en sus cartas muchos años después. Sufrió varias enfermedades en esta época, una de las cuales lo dejó sordo de un oído.

La muerte de su madre en 1851, año en que ingresó en el Christ Church College de la Universidad de Oxford, fue para él un golpe durísimo. Y de la muerte del padre, en 1868, escribió treinta años después: "es la mayor desgracia que me haya sucedido jamás". Aprueba con éxito sus exámenes, es el primero de su clase en matemática y obtiene un título como Licenciado en Artes en 1854. Se le dan las distinciones de "Master of the House" y de "estudiante Senior" (el equivalente a fellow en otros colleges) que lo
convierten en miembro vitalicio de Christ Church. Como ocurría con las posiciones académicas en ese tiempo, su beca dependía de que permaneciera soltero y de que prosiguiera la carrera eclesiástica. Empieza a prepararse para su ordenación como diácono y paralelamente entra en contacto con Edmund
Yates, director del Comic Times, donde publica parodias poéticas y algunos cuentos cortos. Le propone al editor varios seudónimos: Dares (primeras sílabas de su pueblo natal), Edgar Cuthwellis, Edgar U.C. Westhall (conformados con letras de su nombre) y las variantes Louis Carroll y Lewis Carroll, a las que llega tomando sus propios nombres Charles Lutwidge, traduciéndolos al latín como Carolus Ludovicus, invirtiéndolos y retraduciéndolos luego al inglés. Yates eligió el último. Y con este alias flamante escribe, para una nueva revista de Yates, diversos poemas cómicos y de nonsense.

En su excelente prólogo a Alice's adventures in Wonderland, Martin Gardner retrata al Carroll adulto de este modo: "Por casi medio siglo fue residente de Christ Church, el college en Oxford que fue su alma máter. Por más de la mitad de ese período fue un profesor de matemática. En sus clases no había humor y eran aburridas. No hizo contribuciones significativas a la matemática, aunque dos de sus paradojas lógicas, publicadas en la revista Mind, tocaban problemas difíciles que involucran lo que ahora se conoce como metalógica. Sus libros de lógica y matemática están escritos de un modo pintoresco, con muchos problemas divertidos, pero su nivel es elemental y son escasamente leídos hoy." Dice luego de su apariencia física: "Era buen mozo y asimétrico -dos hechos que pueden haber contribuido a su interés en las reflexiones en el espejo. Un hombro era más alto que el otro, su sonrisa era algo torcida y sus ojos azules no estaban exactamente a nivel. De altura moderada y delgado, caminaba siempre rígidamente erecto y con un paso peculiarmente saltón. Tenía un oído sordo y un tartamudeo que hacía temblar su labio superior. Aunque ordenado como un diácono, daba muy rara vez el sermón a causa de este tartamudeo y nunca se propuso para jerarquías superiores. No hay ninguna duda sobre la profundidad y sinceridad de sus creencias en la Iglesia de Inglaterra. Era ortodoxo en todos los aspectos salvo en su imposibilidad en creer en la condena eterna. En política era un Tory, subyugado por lores y ladies, e inclinado a ser snobbish con sus inferiores. Era tan tímido que podía permanecer sentado por horas en una reunión social sin contribuir en nada a la conversación, pero su timidez y
tartamudeo "suave y repentinamente se desvanecían" cuando estaba a solas con una niña. Era un solterón quisquilloso, mojigato, excéntrico, maniático y amable con una vida sin sexo, sin acontecimientos, feliz".

En 1855 fue nombrado sub bibliotecario y conoció a las tres hijas del decano de la universidad (Lorina, Alice y Edith), que acostumbraban a jugar en un jardín contiguo a la biblioteca. Alice tenía entonces tres años de edad.
Inicia relaciones de gran intimidad con la familia, vecina de él en Christ Church (sólo el decano podía residir acompañado en el college). En esa misma época ve en el teatro a la actriz infantil Ellen Therry, de ocho años, con quien mantendrá luego una larga relación. En 1856 conoció a los escritores Tennyson, Thackeray y John Ruskin. También Ruskin, que estaba enseñando en Oxford, se sintió años más tarde profundamente impresionado por la pequeña Alice, a quien le daría lecciones de dibujo: un pasaje de su autobiografía Praeterita revela esta pasión y sus maniobras para quedar a solas con ella a espaldas de los padres.

En 1857 Dodgson trabaja con interés en una serie de temas; publica cartas en periódicos ingleses; inicia sus escritos matemáticos simultáneamente con sus clases (y también con su fracaso como maestro, del que deja registro en su diario). Se apasiona por el arte novísimo de la fotografía, del que es un notable precursor: Alicia posa frecuentemente para él.

En 1858 publica anónimamente The fifth book of Euclid treated algebraiclly by a College Tutor. Dos años más tarde aparece A photographer's day out. En 1862 la relación de Carroll con Tennyson se hace tan íntima que pasa días enteros en su compañía. Se interesa en la escritura automática y en el
ocultismo: por esta época se inscribe en la Sociedad Psíquica. Publica Mishmash, College rhymes y también los escritos matemáticos A syllabus of plain Algebrical geometry, notes on the first two books of Euclid y Notes on the first part of algebra como soportes de sus clases.
El 4 de julio anota en su diario: "He seguido el río hasta Godstow con las tres pequeñas Liddell; hemos tomado el té en la orilla y no hemos regresado al Christ Church hasta las ocho y media... He aprovechado la ocasión para contarles una historia fantástica, titulada 'Las aventuras de Alicia bajo tierra', que me he propuesto escribir para la pequeña Alice".

El relato de aquel día fue al parecer más inspirado que nunca y antes de despedirse la propia Alicia le suplicó que lo escribiera para ella. El manuscrito de Alicia estuvo terminado para la Navidad de aquel año y Carroll lo entregó, ilustrado por él mismo, como regalo de Pascua a la pequeña Liddell. Nunca pensó que el libro pudiera tener otro destino. El novelista Henry Kingsley lo tomó por azar en una visita a la casa del decano, lo leyó y urgió a la señora Liddell a que convenciera al autor de publicarlo.
Dodgson, honestamente sorprendido, consultó con su amigo George MacDonald, autor de las mejores historias para niños de esa época, y éste dejó el juicio a su hijo de seis años, quien declaró que desearía que hubiera "sesenta mil volúmenes de algo así". De acuerdo con su diario íntimo, Dodgson puso grandes ilusiones en su teoría de la lógica simbólica y tuvo un magnífico concepto de sus pequeños inventos: reglas mnemotécnicas para logaritmos de números primos, un juego de crocket aritmético, un sustituto
para la goma, una forma de controlar el tráfico de carruajes por Covent Garden, un aparato para tomar notas en la oscuridad, un velocímetro para triciclos. Pero cuando se trató de aquello que hacía mejor -contar historias a niñas-, pensar en publicarlas y en adquirir fama, no pareció haberle pasado jamás por la cabeza.

El libro apareció con el título Alice's adventures in Wonderland, en 1865, contenía ilustraciones de John Tenniel, de las que Carroll no llegó a estar nunca conforme. La extrema minuciosidad de Carroll sacaba de quicio a Tenniel, si bien había quizá otra cuestión, y era que el escritor quería a toda costa que el dibujante tomara como modelo a la misma Alice.

Lewis Carroll habría sentido un amor verdadero por Alice Liddell. Su biógrafo Max Trell afirma que no sólo estuvo enamorado de ella, sino que llegó a proponerle matrimonio. Alice fue la primera de las numerosas amigas niñas que Carroll frecuentó a partir de los treinta años. Hacia 1865 pareció sufrir un rudo golpe afectivo y el cambio en su cadencia artística coincide con las disensiones que surgieron entre el escritor y la familia de Alice, al convertirse ella en una jovencita. En 1867 Carroll realizó un viaje por todo el continente europeo, incluida Rusia, en compañía del doctor Liddon (quien sugirió el título de la secuela de Alicia: Detrás del espejo y lo que Alicia encontró allí). En 1868, año en que murió su padre, se instaló en el piso en el que viviría hasta su muerte. Según sus biógrafos, tenía verdadero
terror a las corrientes de aire y sostenía la teoría de que "no podían existir tales corrientes si la temperatura era la misma en toda la casa", por lo que tenía estratégicos termómetros inmediatos a la sala donde trabajaba.
Después de la ruptura con Alice, y de acuerdo con Evelin Hatch, "la atracción de Dodgson por las niñas se convirtió en una auténtica manía".
Allí donde estuviera intentaba hacerse amigo de las niñas con que coincidía, para lo cual llevaba siempre consigo juguetes y pequeños regalos. Tuvo en las décadas siguientes otras tres "preferidas": Gertrude Chataway, hacia 1860; Isa Bowman, hacia 1880 y, por último, alrededor de 1890, Enid Stevens.
Estas favoritas caían por lo general en desgracia cuando iban a cumplir quince años.

En 1876 publicó La caza del Snark, un extraordinario poema narrativo del nonsense. En 1879 escribió Euclides y sus rivales modernos en un intento de aunar su faceta de matemático y literato. Al parecer, por esta época, Carroll empezó a sufrir unas singulares ilusiones ópticas. Tenía 56 años y se pasaba leyendo y escribiendo más de doce horas diarias. Su siguiente publicación fue El juego de la lógica, un método para enseñar a los niños los principios elementales de esta disciplina. Dos años después publicó
Silvia y Bruno, que marca un evidente descenso en su potencial poético. En 1880 abandonó el hobby de la fotografía; se ha sugerido que esta decisión repentina fue motivada por la indignación que le causaron algunos comentarios acerca de los desnudos que había hecho, pero (según la Enciclopedia Británica) no hay sobre esto ninguna evidencia firme. En ese año inventó un juego de letras, similar al Scrabble: "Se me ha ocurrido un juego que podría consistir en la reunión de cierto número de letras, las cuales podrían moverse en un damero hasta conseguir formar palabras con ellas". Tuvo también una divertida correspondencia con un "cuadrador del círculo". En 1882, abrumado por su labor literaria y por el tiempo que necesitaba para sus múltiples actividades, dimite en sus funciones como profesor del Christ Church.

En 1891 vuelve a ver a Alicia, ahora Mrs. Hargreaves, muy próxima a los cuarenta años. El final de su vida lo dedicó a sostener controversias con los profesores de lógica y matemática de su época. Carroll pensó en publicar los cientos de juegos y puzzles que había inventado en una recopilación ilustrada, pero la muerte no le permitió llevar a cabo este proyecto.
Falleció el 14 de noviembre de 1898, a consecuencia de una gripe maligna complicada con una congestión pulmonar.

El último de sus puzzles

Entre los cientos de puzzles, acertijos y "nudos" lógicos que dejó Carroll, el único que interesó largamente hasta nuestros días, en épocas cada vez más suspicaces -o más atraídas por el escándalo- es la verdadera naturaleza de su relación con las niñitas. "Me gustan los niños (excepto los varones)",
escribió una vez. Tenía horror por los varones y los evitó tanto como le fue posible. Se sabe que por un lado Carroll era extremadamente pudoroso sobre las alusiones sexuales. Objetaba fuertemente las vulgaridades y los diálogos subidos de tono en el teatro y Gardner menciona que uno de sus tantos
proyectos irrealizados fue "bowdlerizar" a Bowdler editando una edición de Shakespeare apropiada para niñas. Planeaba hacer esto quitando algunos pasajes que incluso Bowdler había creído inofensivos. Por otro lado, escribía a las madres para requerir la compañía a solas de sus hijitas en términos no por francos menos alarmantes: "¿Querría usted decirme si puedo contar con sus niñas para invitarlas a tomar el té, o a cenar a solas? Sé de casos en los que no puede invitárselas sino en grupos, y tales amistades no pienso que valga la pena conservarlas. No creo que alguien que sólo haya visto a las niñas en compañía de sus madres y hermana pueda conocer su naturaleza."
En su diario escribía: "marco este día con una piedra blanca" (adoptando el símbolo romano de la buena fortuna) cada vez que sentía que era especialmente memorable. En casi todos los casos sus días de piedra blanca eran aquellos en los que entretenía a una niña o se hacía de una nueva amiga. Pensaba que había extrema belleza en los cuerpos desnudos de las niñas. Cuando podía las retrataba o fotografiaba sin ropas, con el permiso de la madre. Para evitar que estos desnudos luego avergonzaran a sus
modelos, pidió que después de su muerte fueran destruidos o devueltos a sus padres. De acuerdo con Martin Gardner llevaba siempre consigo un portafolio negro con puzzles de alambre e incluso alfileres de gancho para alzar las polleras de sus amigas cuando debían vadear el río.
Aun así Gardner defiende la hipótesis de la inocencia casi absoluta de Carroll: "No hay ninguna indicación de que Carroll fuera consciente de que pudiera haber otra cosa que la más pura inocencia en sus relaciones con estas niñitas y no hay tampoco la menor señal de impropiedad en ninguno de los afectuosos recuerdos que docenas de ellas escribieron después sobre él.
Había una tendencia en la Inglaterra victoriana, reflejada en la literatura de la época, a idealizar la belleza y la pureza virginal de las pequeñas niñas. Sin duda, esto ayudó a Carroll a suponer que su atracción hacia ellas estaba en un plano altamente espiritual, aunque, por supuesto, esto difícilmente sea una explicación suficiente de este interés. Carroll ha sido comparado con Humbert Humbert, el narrador de Lolita. Es cierto que los dos tenían pasión por las niñas pequeñas, pero sus objetivos eran exactamente opuestos. Las "nínfulas" de Humbert Humbert eran criaturas para iniciar carnalmente.
Las pequeñas niñas de Carroll lo atraían precisamente porque se sentía sexualmente a salvo con ellas. El punto que distingue a Carroll de otros escritores que vivieron vidas sin sexo (Thoreau, Henry James) y de escritores que fueron fuertemente atraídos por niñas pequeñas (Poe, Ernest Dowson) fue esta combinación curiosa, casi única en la historia de la literatura, de una inocencia sexual completa con un pasión que sólo puede ser descripta como enteramente heterosexual.
En nuestros tiempos de piedra, habituados a todas las permutaciones y combinaciones del mal y resignados a que cualquier monstruosidad concebible será cometida por alguien, ¿por qué no creer que simétricamente, como otro prodigio, como otra manifestación del horror al vacío del azar, pudo haber
existido un clérigo que amaba del modo más irreprochable a las niñitas? Y si Houdini, como se dice en Ragtime, fue el último hombre, antes de Freud, que pudo amar inocentemente a su madre, ¿por qué negarle la posibilidad a Carroll de haber sido un último Peter Pan victoriano de arrebatos platónicos
antes que un Humbert Humbert? Uno estaría tentado a acompañar, aunque más no fuera por diversión intelectual, esta teoría de la excepción de Gardner, pero queda un pequeño detalle, una "partícula de tiniebla", como diría Borges, y es la larga prohibición de los herederos al acceso irrestricto de
sus diarios íntimos.
De estos diarios se sabe que una de las páginas fue arrancada por el mismo Carroll y que hay al menos otras seis que hicieron desaparecer sus descendientes. Lo que había confiado el escritor a esas páginas es una pieza que nos falta para siempre.


*Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/03/06/_-02153071.htm








Correo:



Documental sobre Liliana Mizraji y su marido*


Estreno 23/3/10 Auditorio Radio Nacional Rosario (Cordoba 1331) 19,30 hs.


"Liliana y Eduardo...
Las luces de la memoria"

La madrugada del 10 de junio de 1976 Liliana Mizraji, psicologa, y Eduardo Pasquini, fisico, fueron secuestrados de su domicilio en la zona sur de la ciudad de Rosario.
Desde ese dia, nunca se supo nada de ellos.
Sus hijas, Gabriela y Laura, que tenian entonces 11 y 9 años, al despertar, encontraron su casa dada vuelta, vaciada, saqueada…
El documental intenta, a traves de los testimonios que narran la historia, multiplicar las luces que la memoria precisa para derrotar al olvido definitivamente.


“Todos los que los conocian dicen que mis viejos eran gente increible.
Mi recuerdo de nena no es imparcial…
Pero podria asegurar, a partir de muchos testimonios, que es verdad que entre nuestros 30 mil desaparecidos estaban los mejores tipos, aquellos dispuestos a defender y transmitir sus ideales, aquellos que, de una manera u otra, luchaban por un mundo mejor para todos…”

Gabi Pasquini


Ficha tecnica
Cámaras y edición: Daniel de San Benito - Néstor Sappietro
Entrevistas y dirección: Sergio Daniel Monserrat
Duración: 57 min.
Características DVD formato miniDV Digital
Realización: Sergio Daniel Monserrat - Octaedro producciones
Rosario, Marzo de 2010
sergiomonserrat@hotmail.com
octaedro2001@hotmail.com


-Enviado para compartir por Laura Capella. elecapella@yahoo.com.ar





*


Queridas amigas, apreciados amigos:

Este domingo 7 de marzo del 2010 presentaremos en la Radiofabrik Salzburg (107.5 FM), entre las 19:06 y las 20:00 horas (hora de Austria!), en nuestro programa bilingüe Poesía y Música Latinoamericana, música de la compositor argentino Gabriel Senanes. Las poesías que leeremos pertenecen a Marga López Díaz (Colombia) y la música de fondo será de Surazo (Andes). ¡Les deseamos una feliz audición!


ATENCIÓN: El programa Poesía y Música Latinoamericana se puede escuchar online en el sitio www.radiofabrik.at (Link: MP3 Live-Stream).
Tengan por favor en cuenta la diferencia horaria con Austria!!!!
(Recomendamos usar http://24timezones.com/ para conocer las diferencias horarias).


REPETICIÓN: La audición del programa Poesía y Música Latinoamericana se repite todos los jueves entre las 10:06 y las 11:00 horas (de Austria!), en la Radiofabrik de Salzburgo!

Freundliche Grüße / Cordial saludo!


YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur.
www.euroyage.com
Schießstattstr. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel.: 0043 662 825067




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