lunes, mayo 03, 2010

EL HORIZONTE ES UNA LÍNEA TAN CAMBIANTE...




-Ilustración de Ray Respall Rojas. -La Habana. Cuba.-




LOS ANTIGUOS VERANOS*



De los tiempos antiguos solamente puedo escribir, de los tiempos a los que se regresa dando vuelta ese gran párpado que oculta tanta memoria, la que sigue asentándose amenazada siempre por el polvillo volvedor de todos los veranos.
Y era justamente en los veranos donde creíamos que iban a pasar las grandes cosas, sin que la inmovilidad de siempre no fuera captada en principio pero al irse diluyendo el ardor y el entusiasmo de las fiestas, y puedo conceder que hasta que transcurriera todo enero todavía guardábamos alguna esperanza, pero al final nos rendíamos ante la evidencia más realista aunque nos sonara demasiado vulgar. Sucede que la adolescencia es un motor activísimo, imposible de contener cuando toma la ancha senda de los sueños y pide pista a gritos para encauzar esos caminos que llevan seguramente a la gloria, al amor o, por qué no, si soñar no cuesta nada: a ambas cosas a la vez.
Como ya transité medio siglo sobre esta remotísima época de mi vida, puedo pensar que sólo fantaseo cuando recuerdo los partidos de básket en el patio del club, los bailes al aire libre justamente en esa cancha de grandes baldosas coloradas y que se usaban también para ese fin, el billar, el ajedrez y los naipes y las largas hileras de mesa en la misma calle de tierra, donde se cerraba el tránsito después de las veinte horas y hasta la madrugada iban las familias los fines de semana a cenar, a tomar cientos de litros de cervezas o gaseosas; y los días de semana la ocupábamos nosotros, que ya estábamos pidiendo un lugar en el mundo, empezando por el Club que nos había visto nacer, que había sido testigo del conocimiento de mis viejos allí, en el salón vecino que era el del cine “La Perla” y hoy pertenece también al Club.
De un baile salieron mis padres hacia la casa de ella, seguida por los pasos vigilantes y los ojos más que alertas de mi abuela Elisa, que no dejaba a su única hija ni a sol ni a sombra.
Esa vez fue hasta la puerta, que le fue franqueada a mi padre luego de meses, merced a un pedido de mano formal, rigor de los tiempos idos. Mi abuela, viuda de muy joven, dicen que recomendó a mi padre extremo respeto, porque la “chica no tiene padre”” y usted comprenderá”. Mi padre dijo que sí, que comprendía y entonces sí, fueron novios. Pero mi madre no pudo extender la cuota de los bailes. Tres fechas patrias por año (nunca seguidas, sino salteadas y por supuesto, siempre acompañados por doña Elisa. Era la ley de hierro que imponía mi abuela.
Pero de otra cosa, quiero escribir hoy aquí.
De aquella época increíblemente inestable y sufrida, llena de temores, de aprendizajes ávidos, donde el sexo urgía como un torrente en las venas, y la soledad y la amistad, y el dolor y el desamparo era o parecía, luego supimos: definitivos. Como nuestras familias eran muy pobres, debíamos trabajar para mantenernos y ayudar en nuestras casas, como era la costumbre y sólo de vez en cuando, muy de vez en cuando comprarnos un traje, inevitable en la época si uno aspiraba a andar bien vestido. De confección, se sabe, porque sólo los pudientes podían aspirar a encargarle uno a un sastre. Mi padre nunca se vistió con un traje comprado en la tienda, era pobre, era obrero, pero las pocas veces que eligió comprar lo hizo a un sastre. Era todo un ritual esto de la ropa. Había que ir –una vez elegido el sastre, que había muchos y muy buenos en mi pueblo- elegir la tela en un muestrario que él tenía, hacerse tomar las medidas, pasar a probárselo y luego sí, salir con el traje preciado de una percha colgando del dedo mayor de la mano derecha.
En tren de confidencias diré que mi primer traje a medida me lo hice coser en Rosario cuando tenía alrededor de treinta años, pero presumo que ya no insistí en esa costumbre, porque la ropa informal o la buena confección del las tiendas desalentaron esa tan buena práctica hasta casi hacer desaparecer el oficio, tan noble, tan viejo, como tantos otros que son casi olvido.
De todos modos trataré de volver a relatar aquellos veranos donde uno esperaba que pasara todo aquello que se había ido aletargando entre el otoño más gris, o más ocre, si tenemos presente el color moribundo de las hojas, o en los inviernos con sus tormentas, sus temporales que duraban semanas, sus calles abrumadas por los lodazales y el denso vuelos de los patos hacia los cañadones del atardecer.
Todo esto se iría atenuando con la explosión azul de la primavera, el estallido de las flores del duraznero y de los damascos, y el síntoma del verano serían las primeras mariposas aisladas que cruzarían el callejón de José Vélez y se espaciaba hacia el campo de Compañy y la propia estancia de Maldonado, pasando por la tapera de don Way, la chacra de los Pozzi y el puesto de Juan Bernardo Juárez. Todo eso empezaba a prefigurar el verano, aunque aún fuera noviembre, pero el toque mágico, la puesta misma del verano era la irrupción casi fantasmal del carrito rechinante de Juan Ugolini, sentado arriba de sus deliciosas sandías que vendía caladas, coloradas como boca de mujer lista para besar, como rezaba aquel viejo tango que cantaba Julio Sosa: ”Vendo sándias caladas y coloradas rojas/ como los labios de las muchachas enamoradas”, decía en su tono arrabalero, poniendo con intencionalidad mal el acento sobre la a. Así pronunciaba él la palabra sandía, que era como decir páis, máiz, como dicen que se usaba ese acento –digo- en los tiempos de don Juan Manuel. En sus viajes por lejanas provincias donde iba a trabajar mi padre, había adquirido éste hábito. En fin, un hijo de inmigrantes pronunciando un castellano arcaico. Se daban esas mezclas, es lo que somos, al fin.
Estamos ya en el verano, la sangre fluye sobre la pulsión de vida y el mundo de Eros. Inútilmente una vez más, ese año, como el anterior.
Lo bueno, lo recordable fueron los aprontes.
Entonces decidí venirme a vivir aquí, pero los dejo con esta historia. Ahorre el lector el suspenso. A esa historia nunca volveré.


*De Jorge Isaías jisaias46@yahoo.com.ar






EL HORIZONTE ES UNA LÍNEA TAN CAMBIANTE...






CLAUSTRO*


Es blanco el miedo oscuro
Y pánica la hoja rodando en la tormenta.
Adentro la luz atrapa la memoria
De tiempos inmutables.
Sólo ahí la palabra no encabrita al pensamiento.
Golpean los potros de la noche
Los muros de mi torre.
El cancerbero latiga los belfos palpitantes
Chorros de espuma babean impotentes.
Me he salvado del grito de las bestias
Que claman allí afuera y pronuncian mi nombre.
Se conmueve mi torre. Resisto la embestida
Y escucho la palabra que cabalga silencios
Y se queda como perla enclaustrada
Que me aquieta los miedos
Pero no alumbrará nunca las arenas del mundo.



*de Teresita Morán. teresitavalcheff@yahoo.com.ar








La última sonrisa*



*De Gustavo Piérola. gustavopierola@yahoo.com.ar


El viejo era un hombre tranquilo, no necesitaba levantar la voz, perfil bajo, de andar lento, siempre con la palabra pausada y serena. Esto no quiere decir que no era inquieto, lo era y mucho, su disimulada energía estaba fundamentalmente dirigida a ciertos proyectos que él mismo fue armando en su vida, individual y colectiva.

Don Héctor Gabriel Piérola, “Perico” para los amigos, nació en Paraná un 18 de marzo de 1919, hijo de Doña Ignacia, madre, padre, tutora y encargada de la crianza en soledad de ocho pichones; ama de casa, también laburaba en su casa como costurera para la fábrica Alpargatas que estaba en Bajada Grande.
El apellido viene del lado de ella, ya que el padre del viejo, mi abuelo, parece que tenía otro nido, más oficial.

Don Héctor hizo la Escuela Primaria en su barrio y la Secundaria en el Colegio Nacional, después estudio en el Profesorado de Castellano y Literatura que funcionaba en la Escuela Normal.

De gurí anduvo mezclado en los orígenes del Club Patronato, cuando en bandada se le prendían de la sotana al Padre Grella antes que emigre del barrio para donde hoy el club esta emplazado. Después, con doce o trece años, tuvo la suerte que un grupo de muchachos visionarios, encabezados por su hermano mayor Carlos, tuvieran el privilegio y la magnífica idea de fundar lo que a partir de ahí fue su segundo hogar, el club de su vida, el Atlético Echagüe Club.

Así, Don Héctor, “Perico”, siguió sus pasos deportivos, Patronato, Echagüe, el Colegio Nacional. Su gran deporte fue el básquetbol cuando las zapatillas quedaban rojas con el polvo de ladrillo, en varias oportunidades llegó a representar la provincia en campeonatos nacionales y en una oportunidad el seleccionado nacional en el año 1944 logrando el título de campeón sudamericano.

Apenas recibido de Profesor, colaboraba con las escasas finanzas familiares como docente y dando clases particulares de Castellano y Literatura. En una oportunidad llegó hasta su puerta una jovencita bastante menor que él, necesitada de mejorar las notas en esas materias en la escuela secundaria. Amanda Mayor era su nombre y vivía en el Barrio Gazzano llamado Corrales por aquel entonces. Amanda tenía un largo viaje para tomar las clases con este joven profesor, con el tiempo, si no tenía problemas con el castellano, los inventaba para verlo.

A partir de ahí, quedan “flechados”. Se casaron en el año 49 y tuvieron seis hijos, Álvaro, Fernando, Gustavo, María Luz, Cristela y Emilce. Pudieron construir su casa en calle 25 de mayo, a un par de cuadras de Doña Ignacia y muy cerquita de su querido Echagüe.

Políticamente, Don Héctor estaba más pegado al Radicalismo con algunas guiñadas socialistas, lo que le costó algunas correrías del General, pero no fue lo que se dice, un militante, fue muy amigo de los Perette y otros caudillos radicales. No puedo decir que era un gorilón pero si que miraba el peronismo con el ceño un poco fruncido, aún así tenía amistades de todos los colores.

La profesión lo hizo un gran conocedor de nuestro idioma, desgraciadamente no fue un escritor profesional, pero cuando lo hacía era un placer meterse en su escritura. Sus cartas y escritos, aunque pocos, demostraban un profundo sentimiento y una gran calidez humana.

Recuerdo estando en Brasil, en el exilio, las cartas que le enviaba me las devolvía totalmente corregidas, como no pudiendo dejar su reconocida docencia. Me confunde el portuñol yo le decía, ma qué portuñol me contestaba, burro.

Uno de sus grandes proyectos, estuvo relacionado a su profesión, junto a grandes intelectuales de la ciudad como Amaro Villanueva, Carlos Álvarez, Francisco Martínez Segovia y otros formaron el Centro Cultural Carlos María Onetti, entidad que se dedicó en un corto período allá por el 47 a traer a Paraná a escritores de la talla de León Felipe, Rafael Alberti, Nicolás Guillén y otros.

Muy machista, actitud frecuente desgraciadamente en una sociedad como la Paranaense. Como marido, difícil de opinar, pero la vieja le dijo basta después de 25 años de matrimonio.

Como padre, siempre mantuvo una relación bastante seca y vertical, creo que cada uno de sus hijos lo vivimos de diferentes maneras, tal vez con alguno se acercaba más que con otro, pero el viejo siempre estaba.

Laburaba y mucho, para bancar semejante tropa, aparte de la docencia en la escuela Industrial y la Alem, vendía seguros, vino La Caroyense y con ese esfuerzo callado y constante permitió que nunca falte el pan de cada día y que todos podamos estudiar algo.

Lo caracterizaba siempre un buen humor, no era de mucha carcajada, pero si de tener siempre una sonrisa fácil, sincera.

Un hombre con firmes principios y valores difíciles de encontrar en la actualidad. Un gran amigo, una hermosa persona que supo cosechar muchos y grandes amigos.

- Fernando, ahí coordiné con mi amigo Morresi para que te inscribas en Resistencia.
- ¿Y él que tiene que ver en la Universidad?
- Es Profesor de Historia en la UNNE y además vive en la misma Universidad, él va ayudar a ubicarte.
- Grande viejo, la semana que viene nos vamos con Juan.
-
El viejo era muy amigo de Eldo Morresi, el Bebe, juntos compartieron el básquetbol echagüense, después tuvo que emigrar para el norte por esa posibilidad de trabajo.

Fernando ya tenía todo organizado para irse al Chaco a estudiar Arquitectura junto con Juan Nin un compañero de siempre que se enganchó en la misma carrera.

Corría el año 70, a partir de ahí, el viejo no viajó mucho a Resistencia, era el flaco que se llegaba por Paraná, pero un par de veces al año Don Héctor se daba una vueltita por el norte.

Fernando se fue acercando poco a poco al peronismo, y el viejo tuvo que aceptar esa realidad.

- Es que el Chaco es el Chaco, cuándo viste un radical en las Ligas Agrarias, peleando por los aborígenes, en la comisión interna de una fábrica, en algún ingenio, lo más revolucionario que pueden haber llegado es a un centro de estudiantes. Siempre le decía Fernando.

Y el flaco se metió en todo y con todo, Ligas Agrarias, Tobas, Fábricas, Barrios, Universidad y donde pudo metió su fuerza y su militancia y así llegó a Montoneros.
Las veces que anduvo por Paraná en el año 74 y 75, el flaco se juntaba con Don Héctor a charlar, en el fondo de casa, el flaco le contaba de la lucha y de sus sueños, el viejo disimulaba su orgullo por esa lucha y le expresaba sus miedos y la necesidad de ir más despacio. El país tenía varios golpes en el lomo y varias agachadas de la oligarquía y de esa burguesía que no se banca el olor a pueblo y el viejo había vivido unas cuantas pero sabía que la cosa venía más pesada.

En una oportunidad, estaba el viejo cortando el pasto en el fondo de casa, yo estaba montado en una pared, cortándole el pelo a una enamorada del muro cuando llega Fernando con la más chica, Emilce, a caballito, el flaco recién llegaba de un viaje que se había mandado por Centro América y en casa lo estábamos extrañando bastante. Se abrazaron un largo rato, con Emilce todavía en el lomo.

- Viejo, me caso.
El viejo lo miró y lo felicitó con una sonrisa.
- ¿Con la hija del Bebe, con María Julia?
- Y claro, con quién más.
- Y bueno, qué se yo… mejor no digo nada.
- Le contestó con otra sonrisa pícara, sabiendo que el flaco era muy buscado por el otro sexo.

María Julia, era la hija del Bebe Morresi, su amigo del norte, del básquet y de Echagüe, Fernando se había enganchado con la petisa al poco tiempo de llegar a Resistencia y en ese momento llegaba con la noticia del casamiento.

- ¿No vendrá un nieto no?
- No viejo, por ahora queremos vivir juntos, ya vendrán tus nietos.
- Vos, bajate de ahí y andate a comprar un asadito que a esto hay que festejarlo.

Fue un hermoso día de encuentro, de alegría y festejos, el regreso, el casorio, se había juntado todo y al viejo le gustaba frecuentar y armar sorpresivas rondas alrededor de la parrilla.

Fernando se volvió para el norte, en casa quedó el recuerdo de ese encuentro, pero también quedó en los viejos la preocupación por todo lo que estaba pasando en el país y más aún conociendo el compromiso militante cada vez mayor de Fernando.

Yo me volví para Buenos Aires donde estaba estudiando. Pasó el tiempo hubo un par de encuentros más en Paraná y en el Chaco, pero cada vez más difíciles y complicados.

Don Héctor siguió con su vida rutinaria, ya estaba jubilado, vendía algún seguro, publicidad para la guía telefónica y como siempre, al frente de algún proyecto marcando su humanismo y su actividad social como fue la construcción del Hotel Alvear, el Estadio de Echagüe, colaborando también con Patronato, el Colegio Nacional, etc.

Fernando continuó con la militancia, cada vez más comprometido, con una Triple A que le pisaba los talones, con un CDO en el Chaco apoyado por gobiernos traidores que siguieron al pie de la letra la bajada de pulgar de Perón en la Plaza de Mayo a aquella “juventud imberbe”.

El último encuentro de Fernando con el viejo fue en mi casamiento el 9 de enero de 1976. Fernando y María Julia ya andaban clandestinos esquivando como podían las garras asesinas. En esos momentos vivían en Corrientes.

- Hijo, cuídense, váyanse más lejos hasta que esta locura pase, yo los ayudo con unos manguitos.
- No te preocupes viejo, estamos bien, no podemos aflojarle a estos vendepatria.
- Esto viene muy pesado, parece que se viene otro golpe.
- Ya sabemos, y los bajaremos como a Onganía, a Lanusse, qué mierda…

Llegó el golpe e hicieron correr la sangre prometida, sangre joven, valiente, esperanzada, con un maravilloso proyecto para esta pisoteada Argentina.

Cárceles, exilio y algo nuevo, proyectado, tétrico, bárbaro, inimaginable, la desaparición en masa de un pueblo que estaba luchando por un país más justo y libre.

En octubre de ese año llegó la noticia.
- ¿Hola, Perico, cómo andas hermano?
- Bien Bebe, ¿que contás, sabes algo de los chicos?
- Por eso te llamo, parece que los detuvieron en Misiones.
- ¿Cómo están?
- No sabemos nada todavía, nos enteramos por la radio.

Fernando y María Julia habían sido detenidos en Posadas el 20 de octubre de 1976 por la patota del 124 de Inteligencia de Resistencia. Tosso, Valussi, Hornos andaban detrás de ambos hacía un tiempo, algunas torturas por ahí, permitieron ubicarlos. Muy torturados en Posadas, los trasladan a Corrientes al RI9 donde la patota correntina se ensañó más aún con Fernando, De Marchi, Losito, Piriz, más tortura. Luego los llevan a Resistencia a la brigada de Investigaciones, María Julia queda ahí y a Fernando lo llevan a la Alcaidía de la Policía Chaqueña.
Y llega el 13 de diciembre de 1976 y Margarita Belén.

Yo ya vivía en Paraná, había nacido Verónica, la militancia seguía, la cosa estaba demasiado pesada, nos estábamos mudando a Buenos Aires hasta que aclare un poco.

Eran los primeros días de enero de 1977 estaba en lo de mi suegra que vivía en la zona del puerto, una casa en el interior de la manzana. Me avisan que el viejo estaba afuera, en la calle y quería verme. Salgo, estaba solo, apoyando en su Peugeot 404 blanco, a medida que me acercaba podía ver su sonrisa cada vez más grande. Me alegró, ya que hacía tiempo que no lo veía sonreír así. Tenía un papel en la mano y haciendo señas, lo agitaba como una pequeña bandera.

- ¿Viejo, qué pasa, el flaco?
- Siiii, lee.
-
Y me dio el pequeño papel, su sonrisa ya era una risa desacostumbrada en esos tiempos. Empiezo a leerlo:


EJERCITO ARGENTINO
Resistencia, 30 de diciembre de 1976.-
Al señor Héctor Gabriel Piérola
25 de mayo 628
Paraná – Entre Ríos

Comunico a Ud. que el día 13 de diciembre de 1976, una columna que transportaba personal detenido desde Resistencia hacia Formosa, a la altura del Kilómetro 1.042 de la Ruta Nacional Nº 11, fue atacada por delincuentes subversivos, con la aparente intención de liberarlos o eliminarlos, a efectos de evitar declaraciones comprometedoras. Como consecuencia del choque armado y posterior intervención de otros efectivos del orden, se produjeron bajas en ambos bandos y algunos detenidos lograron fugar.

Cumplo en comunicarle que su hijo FERNANDO GABRIEL PIEROLA, logró fugar y que aún se encuentra prófugo.


Miguel Aurelio Baguear
Coronel
Jefe Grupo Artillería 1





Termino de leerlo, lo miré y con una frialdad de mierda, le dije:
- Viejo, están aplicando lo que ellos llaman la Ley de Fuga.
Su rostro se fue transformando.
- Ley de Fuga, y qué es eso?
- Los fusilan, los matan, inventan fugas y enfrentamientos.
- Pero aquí dice que está prófugo.
- Si viejo, ojala sea cierto, ojala sea cierto.
- No puede ser, qué estás diciendo, no puede ser, aquí dice…



Y muy despacio, fue subiendo a su auto y lo vi alejarse con el rostro quebrado, sin entender y queriendo creer en esa gran mentira.

Fue la última sonrisa que disfrutamos del viejo, nunca la olvidaré, con aquel papel, con aquel asqueroso, inmundo, infame y cruel papel en la mano, agitándolo alegremente.







Lunes, 3 de mayo de 2010
EL POETA JUAN GELMAN CUMPLE HOY 80 AñOS
“No busco los recuerdos, a veces aparecen por su cuenta”*


El autor de Violín y otras cuestiones afirma que en el proceso poético “el individuo sale de sí mismo”. Pero señala que hay que internarse “en uno mismo” para limpiar mucha maleza hasta “llegar a la posibilidad de una expresión más verdadera de uno mismo y del mundo”.



*Por Silvina Friera



El tiempo psicológico de algunos lectores es un raro animal que no se mueve. Está inerte –o eso parece– con la memoria surfeando sobre un puñado de textos vivos que, curiosamente, metabolizan al escritor congelando su ciclo vital. El autor, para estos lectores, sufre una especie de “síndrome de Peter Pan”, la persona que nunca crece. La edad estancada o imperceptible se desplaza entonces a los arrabales del ser. Importa poco o nada. Se sustrae de lo real, o al menos de la realidad de esos lectores. Pero de pronto llega una noticia, la de un cumpleaños, y algunos se quedan boquiabiertos cuando advierten los kilates del número. O con los ojos como platos perfectos. Redondos, ante un número redondo. Juan Gelman cumple hoy 80 años. Aunque algunos se resistan a creerlo, el tiempo pasa. Quizás aliente, sin querer, ese ateísmo cronológico el propio poeta, cuyo rostro revela muchos menos años que lo que se espera encontrar cuando se escucha el peso de la palabra “octogenario”.
El “pibe taquito”, apodo con el que se lo conoció por los picados que jugaba en el barrio de Villa Crespo, Juan a secas a Juanito –orgulloso hincha de Atlanta–, está averiguando, por esa manía que tiene la edad de golpear a su puerta, de qué se trata tener 80. En México, donde reside, va a festejar junto a su mujer Mara y a su nieta Macarena “como se dé”, confiesa Gelman a Página/12, recién llegado de un largo viaje por Lisboa, Galicia y Madrid. Esa voz indomable y compañera le resta importancia al asunto de la fiesta. Rehúye las pompas, los fuegos de artificio, la solemnidad. Pero sabe que muchas copas imaginarias de lectores, amigos y tantos hijos espirituales que supo cosechar se alzarán en el mundo entero para brindar por el poeta argentino más querido y reconocido, quien sigue escribiendo, a pesar de que “la señora” –la poesía– solicitada por muchos pretendientes, no lo visite todos los días. No puede ni invocarla ni convocarla. Ella llega cuando quiere.

La tribu de los justos

En su último libro, de atrasálante en su porfía (Seix Barral), asalta el sentimiento de orfandad de un par de poemas. Tal vez la orfandad, a contrapelo de lo que se cree, se intensifique con las antojadizas telarañas del tiempo. En la poesía de Gelman “cinturonea” la insuficiencia del lenguaje; la desesperación que despierta un poema, leemos en uno de sus versos, calla sabiamente entre sílabas. “También aparece la insuficiencia de la lengua y sus límites –aclara el poeta–; pero en este mundo padecemos de muchas orfandades, de una vida de verdad, sin ir más lejos”. Juan estuvo lejos de su casa mexicana. Anduvo por Lisboa para presentar la traducción al portugués de Bajo la lluvia ajena, ilustrado con aguafuertes de Carlos Alonso, publicado originalmente en 1984, pero reeditado el año pasado por Libros del Zorro Rojo. En Santiago de Compostela recibió el galardón que lo acredita como “Escritor Gallego Universal”; en Madrid asistió a la entrega del Premio Cervantes otorgado al mexicano José Emilio Pacheco, a quien se le cayeron los pantalones, casi hasta la altura de las rodillas, al ingresar al Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. Gelman dio una charla en esa universidad a diez años de la muerte del poeta español José Angel Valente.
“¿A proceso por su intento de juzgar crímenes de lesa humanidad?”, escribió el poeta en un artículo publicado por el diario español El País, en el que expresa su estupor por el auto del Tribunal Supremo de España para juzgar al juez Baltasar Garzón, el único juez ante quien se podía denunciar la desaparición y muerte de familiares. “No había otro en el mundo dispuesto a escuchar el relato de los crímenes cometidos por la dictadura argentina”, recuerda Gelman, que se reunió por primera vez con el magistrado español en 1997. Tras años de investigación, el poeta localizó en marzo de 2000 a su nieta Macarena. A Garzón lo volvió a ver en 2000, en esa ocasión para querellar a los represores de la dictadura uruguaya que asesinaron a la nuera de Gelman y le robaron a Macarena. La esperanza de justicia está marchita; la fábrica que produce masivamente miedos y olvidos está trabajando a gran escala, esquivando fronteras, avasallando la memoria de centenares de miles de familiares. “En la Argentina hay jueces que violan el derecho de gentes, el derecho humanitario internacional, la moral y la ética más corrientes”, advierte el poeta. “Pero Garzón no pertenece a esa tribu y que lo juzguen por hacer justicia, no se entiende.” Del derecho y del revés, el asunto esquiva las hilachas de la comprensión. “No lo entendemos en América latina, tampoco en otras partes del mundo”, agrega.
En el discurso de aceptación del Premio Cervantes, Juan alertó sobre la equivocación de quienes afirman que “no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas”. ¿Por qué a través de los grandes medios de comunicación se está volviendo a proclamar esta retórica de “reconciliación”? ¿Se aprendió algo de la experiencia del horror de la dictadura o al poner en duda la demanda de justicia la sensación es que “todavía estamos en pañales”? “Se podría pensar en un retroceso de la lucha por la demanda de justicia, un vacío que permite la prédica de la reconciliación a la que contribuyen en la práctica ciertos jueces que todos conocemos. O en una fatiga de quienes insisten en esa demanda, o en los más de 30 años transcurridos, o en el acoso de los grandes medios al gobierno nacional. Pero no es una lucha que asumió la mayoría de la sociedad argentina. Nunca”, plantea el poeta.


La persecución del nombre
“El que siempre me revisa el ser/ es otro, disperso/, extraño. Dicta su lección/ en una calle por donde nunca pasé (...)”, se lee en el poema “Sentirlo mucho” de su último libro. El proceso poético, afirma Juan, es comparable a experiencias místicas porque, en él, “el individuo sale de sí mismo”. Pero Gelman sabe también que hay que internarse “en uno mismo” para limpiar mucha maleza hasta “llegar a la posibilidad de una expresión más verdadera de uno mismo y del mundo”. La infancia, ese tren con un solo pasajero, arremete con recuerdos que lo visitan con mayor persistencia en este último tiempo. Enumera despacio, tranquilo, esas “apariciones” de la primera infancia: “la calle Canning/Scalabrini Ortiz de tierra, el lechero con una vaca, la multitud del entierro de Gardel que pasó por la esquina de mi casa, las peleas con mi hermana, el cariño de mi hermano mayor, la juntada de papel plateado de los chocolates y los paquetes de cigarrillos para ayudar a los republicanos españoles, cuando peinaba el cabello de mi madre, azul de puro negro, los silencios de mi padre, el fútbol en la calle con una pelota de papel atado con cordones y eludiendo a los tranvías, en fin, un montón de cosas”. Y aclara: “No busco esos recuerdos, aparecen por su cuenta a veces”.
Si “cada libro es obediencia a una obsesión particular que buscaba agotarse”, Gelman revuelve sin cesar hasta que tiembla la lengua, el verso, la sintaxis, las certezas sobre lo que opera en su poesía, como si tuviera siempre un conejo para sacar de su galera para “hermosear” el abismo. O un resto por donde rumbear a la intemperie. Tal vez las esquirlas que deja de ese temblor estén postuladas en “Restos”: “Cuando la lengua se olvida del lenguaje/ asoman los restos nocturnos./¿Qué hace ahí la palabra/ arrastrada a pensar los siglos tristes?”. “La obsesión es la misma: la persecución del nombre que no tiene nombre”, subraya Juan, con la fortaleza del cuello inclinado “sobre los desgarrones de uno mismo”. No debería asombrar que el poeta, cuando se estaba arrimando a los ochenta, afirmara en “Raro raro”: “Extraña es la poesía./Un poema que empieza con/ las cláusulas del día sigue/ en lo que no se ve”.

Fantasmas
La lengua no alcanza a decir su trabajo. El poeta sabe que tropieza con la misma piedra. Lo aprendido no sirve; escribe en la noche y muere en cada renglón, en cada instante. Los obstáculos, lejos de paralizarlo, son el pan de cada día, un estímulo para lidiar con los fantasmas. Gelman encontró en la poesía una manera de vivir. “Poesía, apurémonos antes/ de que la oscuridad sea completa”, interpela con urgencia a sus compañeros de ruta en un verso reciente. Sin embargo, Juan no se hunde en un nihilismo sin fondo. El poeta dice que “encuentra algo de luz, si la encuentra en sí mismo, un largo trabajo”, menuda búsqueda que emprendió, cabe recordar, hace más de cincuenta años. “Los neologismos nacen de una necesidad expresiva y de ninguna otra cosa, y menos de la voluntad”, explica Gelman. “La evolución que encuentro en relación a poemas anteriores es que cada vez uso menos los neologismos”, añade. ¿Qué fantasmas, parafraseando a Juan, vuelven a la lengua en un sollozo mudo? “Los compañeros muertos, la injusticia social, la miseria, los niños menores de cinco años que mueren de enfermedades curables, felicidades perdidas y más”, señala el poeta ese inventario de fantasmas que regresan.
El único pergamino que le faltaría recibir es el Premio Nobel de Literatura. ¿Piensa en el Nobel de vez en cuando? Sí, responde. “Pienso en los que lo recibieron inmerecidamente y en los que merecían y no lo recibieron, como Borges.” No sabe Juan por qué se reitera en su último libro el concepto de tartamudeo y balbuceo. “Tal vez mis poemas sean tartamudos”, ironiza. ¡Salud a Juan, el entrañable poeta que hermosea la vida!


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/17-17806-2010-05-03.html





Recorridos de una herencia poética*

Miguel Gaya, Alejandra Correa, Fabián Casas, Mario Arteca e Ignacio Uranga pertenecen a diferentes generaciones y escuelas literarias. Todos ellos reconocen la huella del maestro. “Cuando ya ninguno de nosotros importe, los poemas de Gelman hablarán de nosotros.”



*Por Silvina Friera


Hace muchos años, en la pared de su primer departamento, Miguel Gaya escribió con un grueso marcador un poema de Gelman. “Ante la emergencia de abandonar un tanto precipitadamente el hogar, algo común en esa época, no quise dejarles a mis perseguidores los versos de Juan. Así que los borré rayando el revoque con un destornillador, sin advertir que los grababa en mi cuerpo. Todavía los llevo; por eso para mí Gelman no es una poética, ni es una política. Es una manera de estar en el mundo”, dice el poeta que nació en 1953 y fue miembro del grupo Onofrio de Poesía Descarnada. Alejandra Correa leyó por primera vez a Gelman hace más de 20 años. El libro en cuestión fue Interrupciones II, editado por José Luis Mangieri. “Por entonces, poco sabía de Gelman. Para mí no era un militante político exiliado, ni un escritor ‘comprometido’ como solíamos llamar a quienes escribían sobre la realidad social, ni siquiera un posible candidato a las grandes ligas. Era otro poeta en el anaquel de la biblioteca de un amigo y me acerqué a él con curiosidad de novata, como quien ni siquiera sospecha que se está embarcando en la conquista del universo del otro”, cuenta la poeta que nació en Minas (Uruguay) en 1965 y desde los tres años reside en Buenos Aires.
Correa buscaba algunas respuestas sobre su padre, un uruguayo que murió en Buenos Aires cuando ella tenía ocho años. “No puedo olvidar la sorpresa que me produjo Gelman y aquel libro que me dijo: ‘Vos no eras rengo/ Lautréamont / lo que pasó es que dejaste Uruguay / y se te cayó un pedazo que / toca el piano y no deja dormir’. En este poema que Gelman le dedica a Onetti, donde habla del uruguayo-francés Isidore Ducasse conde de Lautréamont, encontré la Gran Respuesta que, como toda gran respuesta, responde en la raíz y no en la superficie: alguien podía entender sin saber; algo podía responder sin oír la pregunta.” Para la autora de Río partido, El grito y Cuadernos de caligrafía fue la primera clase magistral sobre poesía. “Tal vez ése haya sido el inicio de un camino que intento transitar –reconoce la poeta–. No olvido, en ese mismo poema, un recordatorio que todos los que buscamos escribir poesía deberíamos tener en un lugar muy visible: ‘La poesía es de todos y de nadie, como el aire’. Para mí Gelman es ese maestro que me guió sin proponérselo cuando yo era, en un sentido, analfabeta.”
“Hubo un antes y un después de ciertos escritores confesionales, intimistas y políticos que sintieron la fuerza centrífuga de la obra de Gelman”, plantea Fabián Casas. “Por suerte, la poesía argentina no está presa de una sola sensibilidad, de una única percepción. Escribiendo junto con Gelman había muchos grandes poetas como Bignozzi, Giannuzzi, Pizarnik, Leónidas Lamborghini, Girri, Madariaga.” A los 21 años el autor de El salmón decidió viajar por América. Empezó recorriendo el norte argentino y terminó en el Amazonas. “En mi mochila, cada vez más pequeña, tenía un ejemplar de la obra poética completa que le había editado Corregidor a Gelman –cuenta el poeta y narrador–. Muchos años después, Gelman me dijo que estaba llena de erratas. Para mí, hasta las erratas eran geniales. Compré ese libro en una librería de Salta. Para comprarlo, le vendí al cuidador del camping mis botas náuticas. Lo curioso fue que, a las semanas, descubrieron que el cuidador solía robar de las carpas. ¿Por qué decidió pagarme algo que podría tranquilamente haberme robado? No sé, pero gracias a esa plata, leí a Gelman por primera vez.”
Mario Arteca, poeta platense nacido en 1960, autor de Guatambú, La impresión de un folleto y Bestiaro búlgaro, se encontró por primera vez con un poema de Gelman a principio de los ’80. Ese poema fue “María la sirvienta”, editado en la antología de Juan-Jacobo Bajarlía titulada Canto a la destrucción (Ediciones Puma). “El poema de Gelman fue un mazazo. Recuerdo cómo me desacomodó encontrar en ese texto una oxigenación del lenguaje diario. En ese poema, el lugar del poeta era un sitio perturbado por la exploración, donde se podía percibir de inmediato un sentido inverso del lirismo, al menos de ese lirismo en el cual me hallaba intoxicado por entonces, donde todo olía a Neruda. Al leer ‘María la sirvienta’, supe que lo que había estado leyendo y escribiendo era insuficiente”. El primer libro de Gelman que devoró Ignacio Uranga (Bahía Blanca, 1982) fue Cólera Buey. “Lo leía y llegaba a momentos de sensaciones físicas, de tener que levantar la mirada de la hoja y respirar hondo porque –y pienso el poema ‘Cesare’, que cierra con ‘me has enseñado a respirar’– las palabras se me venían encima; me tiraba con un mundo”, subraya el poeta, que ahora tiene ese ejemplar dedicado por Gelman. “En Cólera... encontré ‘Juguetes’ –precisa Uranga–; lo leía una y otra vez hasta que lo hice mío, al punto de poder caminar ahora diciéndome versos como donde recién traída la escopeta esperaba/ que él saliera del sueño donde estaba esperándola (...) porque qué haría la inocencia ahora que está armada/ sino causar graves desórdenes como espantar la muerte (...). Las palabras de Gelman son hachazos, pero hachazos con los filos del amor. El mismo Gelman es un hachazo al medio de la literatura.”
Gaya señala que Gelman establece sus propias reglas de relación con la lengua; reglas que permiten elegir o crear, según Borges, antecesores. “Gelman desafía a herederos y epígonos porque cada libro de Juan dinamita las reglas del anterior, aún siendo fiel a un aliento, más que a un camino. Lo que ocurre es que cuando alguien logra detener un poema, darlo vuelta y descifrarlo, Gelman ya se ha internado otra vez en la espesura, y sus voces dan cuenta de que se precipita sobre otra presa, otro fruto a morder de la lengua madre”, observa el autor de los poemarios Los poetas salvajes. “La obra de Juan es un bosque donde reina una música todavía sin nombre, encarnada en palabras reducidas al puro hueso. Los vientos que levanta su poesía han conseguido llevar consigo a innumerables personas, les ha prestado voz e identidad, y eso es lo mejor que puede pasarle a un poeta. Tal vez me atrevo a afirmar que dentro de siglos, cuando ya ninguno de nosotros importe, y el nombre de Argentina vaya a saberse a qué remite, los poemas de Gelman hablarán de nosotros”, augura el poeta.
“Gelman es una prueba de fuego para cualquiera que quiera escribir”, admite Uranga. “Hay dos cosas que me hizo ver: el encadenamiento de sonidos y el corte del verso; este hombre tiene un oído privilegiado –pondera el autor de El ella real, que se publicará en México con prólogo de Gelman–. Pero hay otras cosas, mucho más importantes que estas cuestiones. Hablo de la dignidad y la humanidad de Gelman y se me viene a la cabeza la frase ‘dolor generador de vida’. Antes miraba la escritura de Gelman y me preguntaba cómo hace; ahora lo veo claro: se necesita haber amado mucho para lograr lo que consigue. Y dentro del verbo ‘amar’, sabemos, está ‘el grano que debe morir para generar fruto’. La poesía de Gelman me enseña a amar, me tira encima un mundo.” Lo extraordinario de Gelman, reflexiona Arteca, es la manera en que se encarga de “clausurar” la década del 60 con dos libros bisagra en la literatura argentina. “Las traducciones apócrifas que cierran Cólera buey, más Los poemas de Sidney West y enseguida, allá por 1971, la aparición de Fábulas, muestran un Gelman dueño absoluto de un sistema de intervenciones de hablantes falsos, la utilización de escenarios microscópicos, catalizadores de géneros deformados por una poesía que no rehúye de los posicionamientos políticos, pero que necesita de nuevos formatos para reivindicar una revolución en la escritura –explica el poeta platense–. Rodolfo Edwards dice que Gelman “se aleja definitivamente del lenguaje de la tribu para adentrarse en la metafísica de la tribu en un ademán que mantendría hasta la actualidad”. Eso está muy bien, crear desde el ser de la tribu. Se trata de una operación estilística muy a fondo”.
Cada vez que Arteca piensa en ese mecanismo, recuerda una imagen de un poema: “Estés en mí como está la madera en el palito”. “Se trata de algo que reitera en otros textos, una suerte de condensación extrema del dolor, pero de un dolor afectivo, que es mortificante justamente porque es hondo, porque llega hasta el hueso. Pero de esa caladura, Gelman siempre extrae una idea particular de belleza. Madera en el palito. De lo general al detalle. Ese es el movimiento innovador de Gelman”, argumenta el poeta. “Gelman pensó que era mejor pivotear el lenguaje oral en la sintaxis, hasta licuarlo, después volverlo intraducible, y luego trazar con ello una nueva cosmogonía del verso”, afirma Arteca. “De esta manera, propone una poesía que supere su mera capacidad comunicativa. Allí la poesía no es vehículo, sino recurso, artefacto inficionado por la lengua. Es toda una declaración de principios y también es aquello que lo separa de la estética de los ’60 y lo promueve hacia la próxima década, en donde su trabajo será toda una formulación de encuadres frente al lenguaje y ante a la realidad imposible del lenguaje.”
El año pasado fue inolvidable para Uranga. Con El ella real recién publicado participó de un festival de poesía en Centroamérica, donde coincidió con Gelman. Le dio su primer libro con “mucha vergüenza”. A los pocos días, de vuelta en Bahía Blanca, casi se desmayó cuando se encontró con un mail de Juan en el que le decía: “¿Me pasás tu teléfono que te llamo? Porque viajo a Argentina y quiero que nos juntemos”. Y se juntaron, claro. “Ya en Buenos Aires, mientras estaba esperándolo, imaginaba que iba a bajar de un taxi o de algún auto particular. Y por ahí lo veo que sale de la boca de un subte”, revela aún sorprendido por esa aparición. “Fuimos a caminar un rato y a tomar un café. La charla fue larga; filosofamos un poco sobre si el mal es o no consustancial al hombre. Me llamó mucho la atención el humor constante que tiene, la sencillez, y las ganas de aprender. En el subte le había pasado algo que le había encantado. El subte estaba lleno y un muchacho que quería bajar le dijo: ‘Permiso, Juan’, bajó y se fue. Me lo contaba y se mataba de risa”, repasa Uranga. “Antes de irnos me agradeció que estuviera ahí y dijo que era ‘un honor’ para él. ¡Mirá la humildad que tiene!”, recuerda, aún conmovido el joven poeta. “Si estás leyendo estas palabras, Juanito querido, tres cosas: gracias por tanto, te quiero, y que te mees de la risa.”


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/17806-4954-2010-05-03.html




Larga vida a su juventud*



Por Diana Bellessi *


¿Cómo perderse decir algo sobre Gelman una vez más? A los sesenta se sabe que cumplir ochenta no significa nada, la edad te la dan los otros y ante ellos uno sonríe, sonríe aceptándola mientras bracea en la inmensidad como a los veinte... pero ahora viéndola. La inmensidad de la vida en la que te levantás día a día para vivirla, y la inmensidad del poema siempre esquivo y del que no se sabe nada, viniendo o no, y frente al cual, Gelman responde como un niño ante esa realidad que llega nueva siempre. Están los que dejan de escribir, los que se repiten, y los que te sorprenden con algo no pensado antes. Estos permanecen vivos en la escritura, el poema los resucita cada vez como a un poeta que parece sin edad, y a esa clase pertenece Gelman.
El que empezó a leerlo en la década de los 60 y lo abandonó en algún tramo de su vida, que vuelva ahora, a sus últimos libros, y verá que aquel Gelman es otro. Y el que nació después, que empiece por donde quiera, lo sentirá tan contemporáneo y tan misterioso en lo que hace como a cualquiera de su edad, sin que el bronce de los premios lo haya tocado siquiera. Porque el poeta sabe eso anónimo y secreto que es el poema, sabe que sigue vivo si encuentra algo que no halló antes, si parece casi no tener los instrumentos para representarlo, y así, en esa realidad de lenguaje que es el poema, pensamiento y emoción bailan un baile nuevo. Así es Gelman a los ochenta: larga vida a su juventud...


* Poeta.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/17806-4950-2010-05-03.html





Huellas de Villa Crespo*



Por Jorge Boccanera *


A ratos pienso que la conciencia de Juan se llama Alfredito, ese amigo del barrio que en su juventud le enseñó a toda la barra a bailar el tango. Y aquí, decir “barrio” es aludir a una huella inaugural. En marzo pasado, después de caminar por Villa Crespo, Juan me decía que si hubo algo determinante en su formación, fue ese barrio que, sostenía: “Me marcó como persona y supongo que me marcó para todo lo demás”. La relación barrio-impronta puede resultar obvia, aunque cada uno la vive a su manera. Me llamó la atención que Juan, a punto de cumplir los 80, ratificara con énfasis ese espacio en tanto zona de apertura, iniciación, aprendizaje, en disciplinas varias que iban de la milonga a los dados, del billar al amor. Habría que analizar qué cosas del barrio se subieron al fraseo de su poesía: seguro una gestualidad porteña, una ironía áspera, el modo de interpelar y preguntar, más las modulaciones y locuciones populares que les dan a algunos de sus textos un aire de conversación.
En los pliegues de todo eso está Alfredito; el que le enseñó a toda la barra a caminar a ritmo de milonga, el hijo de la vendedora de pollos en el mercado, el profesor exigente que instaba a lucirse: el desafío era bailar en una baldosa –dice Juan–, “pero el único que podía hacerlo era él”. Confieso que alguna vez utilicé la metáfora –que suele deslizarse al ámbito futbolero para designar las habilidades del jugador que se mueve rápido en el área chica– para expresar una idea sobre su poesía: esa capacidad de eludir lo farragoso y resolver en apenas una baldosa. El modo en que logra condensar el abanico de sus obsesiones extractándolas en un punto que nombra como “vacío incesante”. Es justamente en ese centelleo cuando Juan, según apuntó Roque Dalton: “dice cosas para siempre”.
Seguro entre los brazos que van a saludar a Juan estarán los de Alfredito, despeinando al pasar al amigo, un fuera de serie que sigue abriendo puertas con una obra amasada entre la imaginación pródiga y la urgencia por las cosas que valen la pena. De algún modo ese Alfredito y aquel breve reticulado de calles de Villa Crespo transmiten un mandato secreto para el poeta que, día con día, “se sienta a la mesa y escribe”.


* Poeta.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/17806-4951-2010-05-03.html





Valer la pena*



Por Daniel Freidemberg *


“Entre el azar y la palabra/ nace un nombre sin nombre”, escribe Gelman. Parece una sentencia a lo Porchia, pero la frase está al final de un poema hecho de merodeos y saltos que no se resuelven con advertir la presencia de un “algo” que no alcanza a ser la palabra y tiene que ver con ella. Definitoria, en buena medida, de la tentativa de Juan Gelman, es una idea que de distintos modos indaga su último libro, asumiéndose como escritura que reflexiona sobre sí misma, pero también, y más, atiende a otra obstinación, y al interrogante que la desvela: todo aquello, inconmensurable e innombrable, que se desata en el acto de escribir, y todo lo que en ese desatarse es puesto a prueba. Nadie como Juan Gelman ha demostrado saber que los nombres no nombran. Como si esa conciencia –la de que el lenguaje padece una insuficiencia irreparable– fuera no sólo la atmósfera en medio de la cual lleva a cabo su trabajo, sino también su trabajo fuera, cada vez más, hurgar en ella. Y aunque la mejor poesía siempre trabajó esa insuficiencia, Gelman llega a ella por insistencia o tozudez. Tanto como para la historia de la literatura es importante que con Violín y otras cuestiones arrancara “la generación del ’60” o “el coloquialismo de los ’60” en la Argentina, para la poesía importan las posibilidades que se abrían con aquellos versos estremecidos, que permitieron a muchos sentir que podían escribir poesía de una manera argentina, sin forzar un argentinismo programático sino yendo a cierto trasfondo de la lengua hablada. A ese “trasfondo”, un principio básico de la voz en la escritura, Gelman no lo abandonó, aun cuando fue el primer “sesentista” que emigró del coloquialismo.
Habría, a lo largo de casi 55 años y una treintena de libros, algo que persiste, bajo recursos y temas. Cierta profunda “razón de escribir”, por la cual la poesía política de Gelman no fue una poesía que hablara de o sobre cuestiones políticas: dejó que fuera la pasión o la razón política la que se pusiera a trabajar desde la materia verbal. Así también, en vez de escribir sobre la dictadura o sobre las más dolorosas pérdidas, Gelman puso en vilo con sus desgarros y contradicciones a la palabra que no podía hablar, que no tenía cómo hablar. De ahí el aspecto “seco”, “apretado”, de su escritura actual, lo que tiene de hermetismo y la frecuencia con que se sume en una atmósfera incierta y desolada. Llegado a una edad y una trayectoria en las que los escritores suelen parodiarse a sí mismos, Gelman da la impresión de estar aprendiendo, no sin costo, a escribir, como si de poco le sirviera lo hecho. No a la manera de un “joven viejo”: sin las abismales marcas de lo vivido asolando la vigilia y el sueño, serían impensables libros como Mundar o País que fue será. Es que ésta es la poesía de alguien que, a los 80 años, tiene aprendido que a escribir nunca se aprende, y que, entre las cosas que sabe, sabe que a este saber, el de escribir, siempre se llega tarde. Por eso mismo es que –para citar el título de uno de sus libros– vale la pena.

* Poeta y crítico.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/subnotas/17806-4952-2010-05-03.html







DEFENSA DE LA POESÍA*


*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar


Palabras con mi hijo

Porque, aunque no lo creas
–plano más concreto–,
la luz de las estrellas
también vuela
y, además, el horizonte
es una línea tan cambiante
de acuerdo a cómo vires
el rumbo de tus pasos.



*


De esta arboleda
tomá tu color
o tu desdicha; y tomá
tu mar, tu vaso...
Todo suena, pareciera,
a nueces secas. Pero
también suena un río
grandioso
que aún no escuchas.



*


A mis zapatos remendados
yo los quiero;
mis zapatos con cartón debajo
y nylon debajo
para que no entre el agua
de la lluvia
ni el agua de cuando baldean
las veredas.
Mis zapatos húmedos y tibios
de mí y con polvo de camino,
mi camino.
Descansando ahora, debajo
del mueble
–pueden verlos–,
y mirando gozosos cómo escribo
reclinado en la cama todo
esto
y cómo abracé hace un momento
al Caribe hondo y voraz
de Aimé Césaire y Saint-John
Perse.
Zapatos, zapatos excedidos
de mí
hasta deformarse, cuartearse
y agujerearse.
Pero listos y hermanos
y comprendiendo, pareciera,
cuál es la estrella fugaz
y cuál es ésta. Y vamos,
yo adentro de ellos
en la parte que les toca.
Denostados, sin embargo,
torpemente,
por una mujer, ciega mujer,
abandonada mujer, sola mujer.
Dejadme cruzar la calle,
poesía,
poesía de los salones,
las rondas, los concilios,
que vengo de galope yo
con mis zapatos!


*

Después del poema
el poema debe seguir y seguir
hasta el poema.
Mas si el poema no sigue
después del poema,
el poeta o bien flaquea
o bien es de papel
o bien de tinta.
No le creas al poeta
al que después del poema
se le concluye el poema.
No le creas
o bien creé,
en el mejor de los casos,
que flaquea
o que su ser tiene
interferencias,
mutilaciones, o huesos
indecisos
–sea Neruda o sea Thomas
Eliot–.
Después, después del poema
el poema debe seguir y seguir
hasta el poema.


De Aguas vivas
Buenos Aires, 1993.

*FUENTE: http://www.eduardodalter.com/poemas11.htm





*


Apreciadas amigas, queridos amigos,


El número 91 de nuestro Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL “Estrella Errante”, edición Abril/Junio/2010, puede ser ya consultado en nuestra página en internet www.euroyage.org bajo el link:

http://www.euroyage.org/es/xicoatl-91

CONTENIDO:


ENSAYO: La balada de Haroldo Conti. Jorge Isaías.
POEMARIO: Poemas. Emilse Zorzut.
- Poemas. Gabriel Ruiz Arbeláez.
NARRATIVA: Cuentos. Aymer Waldir Zuluaga Miranda.
AUSTRIA: Una noche con A. Alfred Ziermayr.

La edición impresa de XICóATL # 91 puede ser puede ser solicitada a YAGE por e-mail a la dirección euroyage@aon.at al precio de 7.- Euros (incl. envío postal).


Freundliche Grüße / Cordial saludo,

YAGE, Verein für lat. Kunst, Wissenschaft und Kultur
www.euroyage.org
Schießstatt-Str. 37 A-5020 Salzburg AUSTRIA
Tel: ++43 662 825067



*



5. Concurso Literario XICóATL "Estrella Errante"*

Introducción

A comienzos de este siglo en YAGE pensamos que después del Concurso Literario dedicado a commemorar los 250 años del nacimiento de Wolfgang Amadeus Mozart, un buen tema sería imaginar nuestro planeta en el año 2100.

Un gran número de obras “científicas” y literarias a lo largo de la historia se han ocupado del futuro de la humanidad. Desde los llamados profetas mayores del “Antiguo Testamento” (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel), pasando por los libros sibilinos de la Roma antigua, las obras de Platón (“La República”), Thomas More (“La Utopía”), Michel de Nôtre-Dame (“Las verdaderas centurias astrológicas y profecías”), Tommaso Campanella (“La Ciudad del Sol”), Jonathan Swift (“Los viajes de Gulliver”), Jean-Jacques Rousseau (“El Contrato Social”), Robert Owen (“Nueva visión de sociedad”), Étienne Cabet (“Viaje a Icaria”), Karl Marx y Friederich Engels con el “materialismo dialéctico”, Aldous Huxley (“Un mundo feliz”) hasta trabajos muy recientes como el del autor George Friedman [1]. Todo esto sin incluir esa inmensa franja literaria llamada “Ciencia-Ficción”, comenzada a fraguar ya en el siglo XVII por Johannes Kepler con “Somnium”, y que ha generado obras tan brillantes y fantásticas como las de los autores Edgar Rice Burroughs, Howard Phillips Lovecraft, Fritz Leiber, Robert Bloch, Robert E. Howard, Isaac Asimov, Ray Bradbury, Anthony Burgess, Arthur C. Clarke, Robert A. Heinlein y en castellano Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges [2].

Para esta edición del Concurso Literario XICóATL tenemos la fortuna de contar con la valiosa colaboración de un selecto grupo de excelentes espacios de difusión literaria, quienes nos ayudarán en la puesta en circulación de las bases del concurso y posteriormente publicarán los trabajos ganadores en sus respectivos medios. Casi todos ellos colaboran también en el jurado que seleccionará los trabajos a premiar. Estos aliados son las Revistas literarias internacionales “En Sentido Figurado” (hecha en 7 países), “Cañasanta” (de Toronto, Canadá), “Carátula” (de Nicaragua), “Cinosargo” (de Chile), “miNatura” (de Cuba), “Antorcha Cultural” (de Mendoza, Argentina) y “Azul@rte” (de Québec, Canadá); además los blogs literarios “NTC … Nos Topamos Con …” (de Colombia) e “Inventiva Social” (de Buenos Aires, Argentina).

El siglo XX fue profundamente estampado por el sello sangriento de una multitud de regímenes totalitarios, guiados por una u otra ideología política. Tan nefasta experiencia, marcó a su vez el comienzo del fin para todas las ideologías. En lo científico, lo cultural y lo económico la humanidad alcanzó desarrollos jamas soñados por civilización alguna; sin embargo, esta grandiosa expansión material nos deja al mismo tiempo un inmenso catálogo de problemas y desafíos para los siglos venideros. Si bien la sombra compañera de la llamada civilización durante el pasado siglo fue la guerra, la de éste siglo XXI es la gran devastación y la profunda degradación del medio ambiente. Pienso que la humanidad requiere con urgencia en este siglo una gran revolución, esta vez de carácter espiritual. Será una transformación esencialmente individual, que tenga como objetivo la abolición de todos los condicionamientos de carácter religioso, político y cultural que hoy siguen prolongando su esclavitud. El hombre económico y enajenado de hoy no tiene ningún futuro. El hombre sin conciencia de sí mismo, de su papel en el mundo, de sus derechos y responsabilidades nunca podrá resolver los problemas de hambre, miseria, guerra, dependencia, sobrepoblación, contaminación ambiental, relación con otras especies y otros tantos que hacen infeliz la vida. Pero el objeto de esta introducción no son mis fantasías y/o especulaciones sobre lo que ocurrirá en nuestro planeta en un futuro, ese será el trabajo de quienes deseen concursar en esta convocatoria. Lo que sí tengo muy claro de momento es mi profundo agradecimiento para todas las entidades y personas que harán posible el desarrollo del evento y para todos los que emprendan la tarea de imaginar qué sucederá o cómo será nuestro planeta, en especial los continentes que más nos conciernen, esto es (Latino)América y Europa, en el año 2100.


*Luis Alfredo Duarte-Herrera.




BASES DEL CONCURSO


- Para trabajos inéditos, en prosa
- Extensión máxima: 5 páginas, formato DIN A4, tipo de letra Times New Roman tamaño 14, a espacio sencillo, margen: 2 cm x 2 cm x 2 cm x 2 cm.
- Tema: "(Latino)América / Europa / año 2100"
- Idioma: español
- Género: ensayo y/o cuento.
Envío del trabajo: enviar vía e-mail a euroyage@yahoo.de 2 archivos anexos en formato Word: el primero con el cuento o ensayo (no olvidar colocar el seudónimo) y el segundo con los datos personales (pseudónimo, nombres y apellidos, dirección electrónica, dirección postal, teléfono y corto curriculum vitae [opcional]).

- Fecha límite para el envío de los trabajos: 30 de noviembre 2010.

PREMIOS:

- Se otorgarán 3 premios, cada uno de 500 euros, más la publicación en los siguientes medios:

1. Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL, “Estrella Errante”, bilingüe, impreso y digital www.euroyage.org
2. Revista Digital “En Sentido Figurado” http://www.ensentidofigurado.com/
3. Revista Cultural “Carátula” http://www.caratula.net/
4. “Revista Cinosargo” http://www.cinosargo.cl.kz/
5. “Cañasanta, Revista sobre Arte y Literatura Latinoamericana” http://www.canasanta.com
6. Revista Digital “Antorcha Cultural” www.antorchacultural.com
7. Revista Digital “miNatura” http://www.servercronos.net/bloglgc/index.php/minatura/
8.“Revista Literaria Azul@rte” http://www.revistaliterariaazularte.blogspot.com/
9. “NTC … Nos Topamos con …” http://www.ntcblog.blogspot.com/
10. “Inventiva Social” http://www.inventivasocial.blogspot.com/

- Mención de Honor y publicación (bilingüe en XICóATL) de los trabajos destacados.
- Los resultados se anunciarán en el No 96 de XICóATL (Julio/Septiembre/2011) y, por la misma época, en los demás medios descritos.

El jurado está integrado por:

1. Eduardo Francisco Coiro, por “Inventiva Social”,
2. Gabriel Ruiz Arbeláez, por “NTC … Nos Topamos con …”,
3. Ricardo Acevedo Esplugas, por “miNatura”,
4. Dr. Angel Lucio Gargiulo Filippini, por “Antorcha Cultural”,
5. Judy García Allende, por “En Sentido Figurado”,
6. Daniel Rojas Pachas, por “Cinosargo”,
7. Ángel Fernández, por “Cañasanta” y
8. Dr. Luis Alfredo Duarte-Herrera, por “Estrella Errante”.


CONCURSO XICóATL
www.euroyage.org
euroyage@yahoo.de

A-5020 SALZBURG - AUSTRIA



[1] „The Next 100 Years“, Friedman George, 2009, Doubleday, Randmon House Inc. Versión en alemán: “Die nächsten 100 Jahre”, 2009, Campus Verlag GmbH, Frankfurt am Main, 298 pgs. Existe versión en español: „Los próximos 100 años“, Editorial Destino, 2010, 336 pgs. Friedman intenta principalmente una visión geopolítica de lo que sucederá en los próximos 100 años en nuestro globalizado planeta y predice, entre otras cosas, el derrumbamiento de la China en el 2020, una nueva guerra mundial para el 2050, el aseguramiento energético del planeta mediante energía solar del cosmos para el 2080 y el desafío del poder de los Estados Unidos de América por parte de México hacia el 2100.

[2] Un interesante artículo de Elvio E. Gandolfo titulado “La Literatura Fantástica y de Ciencia Ficción en América Latina” encuentra en la Revista Cinosargo, en el link http://www.cinosargo.bligoo.com/content/view/564315/Literatura-fantastica-y-de-ciencia-ficcion-en-America-Latina.html




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