miércoles, agosto 18, 2010
ES INFINITA ESTA RIQUEZA ABANDONADA...
-ILUSTRACIÓN : RAY RESPALL ROJAS.
INTERROGANTE*
El deseo era
llenar mis ojos de cielo,
unir el transitar de mi alma
al vuelo de los pájaros.
Sería el gran secreto
amparado en el silencio
cuando el día amanece.
Nadie me lastimaría,
porque todos dormían,
nadie me perseguiría,
sus ojos estarían ciegos.
Y vagué sin apuro
bajo la arboleda
sintiéndome dueña al fin
de todos los espejos.
Mi imagen transitó furtiva
por años de encierro;
era el único modo
de dar vida a mi credo.
¿Quién estaría esperándome
al fin de ese sendero?
¿Mi sombra, mi soledad
o el último infierno?
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
ES INFINITA ESTA RIQUEZA ABANDONADA...
JOSECITO EL CARPINTERO*
Su carpintería estaba a unas ocho cuadras sobre nuestra misma calle. Papá me había mandado con una pequeña notita, me parece que a cobrar un flete de maderas. Me iba de mala gana y refunfuñando, ya que hubiera querido quedarme con mi hermano mayor, Audino, ayudándole a pintar las llantas del camión, que comenzaban a lucir rabiosamente amarillas; pero una vez en camino me divertía ir entretenido con el paseo, en aquella mañana radiante de sol.
Era la penúltima calle del pueblo, de tierra, con no más de una docena de casas a lo largo. Las cuadras estaban alambradas o con tejidos, casi todas sembradas como pequeñas chacras: media cuadra de algodón, un sitio de maíz, huertas con zapallos, mandiocas, arvejas, o pequeñas quintas de duraznos, pomelos, o naranjas. El paisaje se completaba con la brisa y un silencio salpicado de trinos dispersos y apagados. Escuchaba en un ir y venir la propaladora del centro, con frases traslapadas, con un parloteo de ecos inentendibles y lejanos.
El galpón parecía pequeño debajo aquella morera gigantesca y umbrosa, con su copa tan verde y tupida, rodeados además por plantas de pomelos y limoneros, en el sitio detrás de la casa. Empujé el portillo, y no vi de donde surgió un enorme perrazo que en un instante estuvo sobre mí, ladrando embravecido, con sus fauces abiertas, dispuesto a tragarme. Yo con mis ocho años no atiné a nada, paralizado por el terror… Pero, en el salto final quedó congelado en el aire, sujetado por la cadena, que corría a lo largo de una maroma que atravesaba el patio. Luego de forcejear, quejumbroso se volvió al trotecito, a tirarse entre los pomelos caídos debajo de las plantas.
Allí he visto la colosal silueta del carpintero recortada en la puerta, en su acudir presuroso, con sus herramientas en la mano. Adentro un banco de gruesas maderas, mazas, formones, y por todos lados: tablas, tirantes, tacos y sobre todo virutas y aserrín… El polvo en suspenso de tan denso, reflejaba los chorros de luz que entraban por la ventana, por la puerta y por algunos agujeros del techo de chapas…No sé que me dijo mientras volvía a su trabajo. Yo lo miraba cepillar un grueso tirante, ejercitando sus fuertes brazos sin mangas, con brillos de sudor. Detrás en el suelo, una cabriada a medio armar, esperaba seguramente el madero que Josecito estaba aprestando, con tanto fervor que yo lo miraba embelesado, mientras finos rulos surgían del alisado, e iban cubriendo el banco.
Hoy diría que se parecía a Antony Queen, por su aspecto de gigante rubio, pelo ralo, de gesto aquietado, y su modo afable, imponente y campechano. No hablaba mucho, ceñudo, parecía enfadado, pero sorprendía con una risa escueta, que mezquinaba. Esa mañana lo vi reírse, y mucho. Sin querer tropezó con el gato que se había agazapado entre los retazos del suelo. Debe haberle aplastado la cola al pobre. El maullido fue interminable y estremecedor, mientras saltaba como un resorte, del suelo al banco, al estante, y de allí a la ventanita trasera por donde salió como un relámpago, pero antes tumbó un tarro de pintura colorada, que se hizo una pasta en el suelo con el aserrín amontonado. Afuera se debe haber topado con el perrazo, por los ladridos y las disparadas. Josecito entró a reírse sin poder parar por un buen rato, pese a la pérdida de la pintura. Y yo con él; y creo que desde ese día, nos hicimos amigos…
Se advertía que no estaba él muy en armonía con la sociedad, al menos con la más cercana; la gente que tenía preeminencia en los estamentos de aquel entonces, en nuestro pueblo, para él acusaba de fallas imperdonables. Que la cooperativa agrícola, que asociaba a más de mil familias de productores agropecuarias, según él estaba arbitrariamente dirigida y había quienes eran perjudicados, mientras que había otros con privilegios de amistad, o de familia, o de otros intereses. Lo mismo pensaba del párroco, que con un par de familias transcendían sobre la moral de todo el pueblo y la colonia, y se inmiscuía en todas las decisiones. Esto era como estar en contra de todo, por la absoluta incidencia que tenía en la vida del común de la gente.
Tendría entonces unos cincuenta años, pero manifestaba la inconformidad y rebeldía de la más briosa juventud. Creo que volcaba esa adrenalina en el trabajo, que encaraba con dureza y responsabilidad.
Para los desbastes más gruesos, los cortes más grandes, contaba con el aserradero de la familia de su mujer. Los cuñados disponían de herramientas más pesadas e industriales, por lo que solía ir allí a hacer esas labores, casi a diario. Pasaba por casa, temprano en las mañanas, a grandes pasos; cargando al hombro un par de tirantes, tablones o distintas maderas, ya que el otro taller estaba a otro tanto de casa, pero al otro lado del pueblo. Para cualquiera hubiera sido una carga más que pesada, pero para su tamaño y su fortaleza, parecía no afectarlo en lo más mínimo, ya que caminaba presto y como si no pesara gran cosa.
Pero había otra razón para tomarse todo ese trabajo. Entre taller y taller, él hacía un pequeño rodeo, tres o cuatro cuadras y pasaba por el bar del Club de bochas, donde Vicente atendía el bar, y si bien a esa hora estaba cerrado, tocaba dos o tres golpecitos, y le abrían para que se desayunara, mandándose al coleto tres copas grandes de fernet Branca, fuerte y puro; que era el combustible imprescindible para iniciar su jornada. Al regreso hacía lo mismo. Su alcoholismo se hizo más y más exigente, se fue agravando; y en pocos años cayó a lo más profundo del pozo. Estuvo muy enfermo y terminó hospitalizado un buen tiempo, de donde salió renovado y haciendo votos de que nunca más probaría bebidas blancas… Y poco a poco las fue reemplazando por cervezas. La cantidad que tomaba era proporcional a su tamaño, o a su fuerza. Era increíble. Vaciaba decenas de botellas por día. Pero la verdad parecía que para él eso era el mejor remedio, nunca lo he visto ebrio, ni que le afectara, o al menos, no que se notara.
De tanto en tanto me llamaba para que lo ayudara con sus liquidaciones de impuestos y demás anotaciones. Iba a su casa a la noche, y mientras yo peleaba con sus apuntes, él acarreaba porrones de cerveza desde el “boliche” de la esquina. Me consta que en esas horas tomaba más de una docena. Yo tenía que acompañarlo, pero no le llegaba ni a un décimo. Y él seguía tan fresco y lúcido como siempre.
Era a fines de los años cincuenta y tomó el trabajo de hacer la nueva puerta principal interna del templo parroquial, que casi toda la década estuvo refaccionándose, junto al nuevo campanario que agregaba la nueva elegancia de su afilado pináculo, lo que le confería un depurado estilo neo-gótico, con los relojes y la gran cruz del remate en lo alto. En la inmensa puerta de madera clara, de Raulí chileno, tuvo Josecito que labrar sus ornamentos en relieve: un par de escudos, columnas y capiteles, que cinceló con maestría. Necesitaba que yo le dibujara las formas y los perfiles, para seguirlos luego con sus formones y gubias, y así labrado un perfil dibujaba yo el otro lado, y él los iba terminando. Puse mi pequeño grano de arena, al lado de él, que perdurará creo en ese monumento, por muchísimo tiempo, aunque no lleve allí ninguna firma.
El párroco de aquellos tiempos, el Pbro. Celso Milanessio, patriarca indiscutido de la comarca, en sus gentes y en sus bienes, era el artífice de lo que lograba la comunidad, de él y de los colaboradores más cercanos. Siguiendo su concepción de la remozada imagen del templo, externo e interno en detalles, le ayudé dibujando distintos artefactos, entre ellos candelabros de pared, de lo que aún algo queda; no en sus sitios ni ornamentos, y sin las tulipas originales.
No sé por qué Josecito se cansó de tan noble profesión, un verdadero carpintero y ebanista; como dice la zamba… “lindo oficio, ¡Quien lo pudiera tener!”
Así que, un día, decidido, cambió de rubro. Se planteó un giro, una actividad distinta. Fabricar mosaicos. Pasó del día a la noche. ¿Qué podría atraerle un trabajo doblemente duro, exigente, tosco; pasar de la madera tan noble y cálida, a la cal, cemento, arena y a accionar una prensa manual de hacer mosaicos, tirando a músculo puro, el volante de tornillo, para el moldeado de cada pieza; unas doscientas o trescientas veces en el día, para ganar un módico sustento?
La prensa que compró era una máquina vetusta, que reemplazaba la empresa donde yo trabajaba entonces No sólo por vetusta, sino porque esos mosaicos calcáreos ya eran reemplazados por los graníticos y luego por las cerámicas. Pero él siguió con verdadero tesón adelante con su nueva actividad, en buena hora ya que los cambios se dieron despacio, y lo suyo tuvo vigencia muchísimo tiempo.
Hubo veces en que me hizo confidencias de sus años mozos, y de aún después. Confidente yo…, que aún no cumplía los veinte; pero lo escuchaba, porque veía que debía decírselo a alguien… Tenía su lado blando, romántico. Me habló de un gran amor, no sé si de soltero o de casado, sé que por algo aquello era “non sancto”, con una directora de una escuela señera; pero hacía años ella volvió a sus pagos de origen y sólo quedó el olvido. Volvió una vez en un acto conmemorativo de la escuela, muchos años después, por unas pocas horas. Yo la vi en el palco, una señora elegante, distinguida, pero entonces yo no sabía quién era. Era un chico todavía. En cambio él no pudo, no recuerdo por qué; pero lo lamentaba todavía profundamente. Conocer ese aspecto del hombre tan duro que yo veía en el, desde aquella mañana que pisó el gato, me desconcertaba, y al mismo tiempo me alegraba, porque adivinaba un espíritu sensible y en el fondo triste, totalmente humano…
Una tarde me mostró dos varillas de madera dura, secas y griseadas por la intemperie, que estaban entre otras maderas en la pared trasera de la casa, madurándose al sol.
-Son de lapacho- me dijo- lleva años para hacer lo que quiero.- De estos palos van a salir dos tacos de billar que van a ser únicos…, uno es para vos, y el otro para mí…-
Sopesé la madera, me imaginé cómo sería desbastada, pulida, y contrapesada; pero íntimamente dudé que aquello pudiera llegar a ser lo que él prometía…
-Tanteá el peso, cuando esté balanceado, vas a ver…- me decía con los ojos brillantes, ilusionados. Y volvió a depositar las maderas contra la pared… -Pero requieren estacionarse más todavía…-
Pasó mucho, mucho tiempo, y un día los tacos, estuvieron listos; me los enseñó terminados, como había predicho: eran de una sola pieza, no desarmables; pero prometían un golpe como a veces soñamos tener los billaristas, en un taco ideal
-Elegí el tuyo…- dijo pasándome ambos. Pero yo no acepté, y tuvo que darme él uno de los dos.
Jugamos algunas veces juntos en el Círculo, gozándolos ambos. El mío era ligeramente más fino, con más peso atrás. Me dio el mejor. Otro lado suyo era la nobleza…
Pero al tiempo sus salidas no eran más que promesas, excusas, postergaciones. Josecito estaba decayendo. Sé que no se sentía bien, y dejó su empeño para más adelante, cuando volviera a sentirse mejor.
Hasta que un día, años después, me dio también el otro taco.
-Tenelo vos, en cualquier momento te lo pediré prestado…- Sentí un gusto amargo, no en la boca, sino en medio del alma...,-A veces vas a querer cambiar… tenelos, siempre…-
Y siempre fueron mis tacos. Jugué años. A Josecito lo empecé a ver cada vez menos. Luego entré al banco, y tuve que irme y radicarme en otras ciudades, en otras provincias. Fui dejando de jugar, absorbido cada vez más por nuevas obligaciones y otras amistades.
Josecito murió estando yo lejos, incluso me enteré mucho después. Lo sentí mucho, pobre amigo, quizás haya querido verme por última vez, y tal vez yo estaba muy ocupado…
Los tacos los perdí, hace años, y no pude recuperarlos, por más que sigo intentando rastrear su derrotero, le he pedido a amigos que me ayuden, pero sin lograrlo. Habían quedado en la parroquia, en poder del hermano Rogelio; pero un día las mesas se vendieron con todos los tacos. No sólo los míos, varios amigos tenían los suyos en las mismas condiciones. Las mesas y los tacos cambiaron de dueños, una y otra vez, y por el momento no logramos localizarlos.
Me gustaría volver a tener mis tacos, SUS TACOS, como trofeos de amistad, como trofeos de la vida. El hubiera querido que los tuviera SIEMPRE, aquellas maderas nobles, labradas con sus manos toscas, curtidas con honradez.
*De Celso H Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
– Avellaneda. Santa Fe; 20 de julio de 2010. (Día del amigo)
¡VIVA SÍVORI!*
*Por Hugo Mengascini. hugomengascini@gmail.com
En 1946, bajo este título se daba a conocer en el escenario político de Tandil una proclama que hacía alusión a la candidatura de uno de los más dignos gremialistas y mutualistas que diese esta ciudad: Don Agustín Sívori.
Al año siguiente, se realizaba en el distrito la primera compulsa electoral interna en el peronismo. Los sectores peronistas en pugna por el control de la fuerza partidaria estaban representados por Enrique Pizzorno -abogado italiano recientemente llegado al país- y, por otro lado, el caudillo Juan Adolfo Figueroa, quien aferrado a los viejos métodos paternalistas tenía a su favor al electorado del ámbito rural. Procedía del radicalismo y había sido amigo de los jefes del ejército que participaron del movimiento del 4 de junio de 1943, cediendo muchas veces espacio en su estancia Los Bosques para maniobras militares.
En las listas presentadas para las elecciones internas figuraban obreros pertenecientes a la Unión Ferroviaria. Como precandidato a concejal sobresalía el dirigente Silverio Serrano, uno de los pocos dirigentes sindicales que había conservado su relación con Juan A. Figueroa; mientras que el pizzornismo llevaba como precandidato a Intendente Municipal al dirigente ferroviario Agustín Sívori.
Como resultado de la contienda electoral, la lista liderada por Figueroa se impuso con la obtención de 1.050 votos sobre 526 logrados por su opositor. De acuerdo a lo expresado por el diario El Eco de Tandil, los adherentes a la candidatura de Sívori procedían del sector obrero urbano. De modo que, a partir de este comentario, puede inferirse que el electorado de Sívori congregaba a numerosos trabajadores ferroviarios debido a la buena imagen conseguida entre los obreros de la Unión Ferroviaria. Sin embargo, este sería su único y ligero paso por la política partidaria, “de pura casualidad” manifestaría años más tarde Don Agustín.
Nacido en Ayacucho, en 1898, pasó luego por Mar del Plata donde cursó sus estudios primarios. Allí, cuando tenía 14 años comenzó a trabajar como mozo y después como guarda de los viejos tranvías a caballo que en aquella época existían en esa ciudad. Posteriormente, en 1918, se incorporaba en el ferrocarril como controlador de vagones participando, además, en la Comisión de Reclamos de la Unión Ferroviaria.
A Tandil llegó en octubre de 1929, donde ocuparía en la Unión Ferroviaria distintos cargos hasta ser designado presidente de la comisión ejecutiva de la organización gremial en los años 1939 y 1942. Sus últimas actuaciones como personal activo las desarrolló en la comisión administradora de la Casa Social de las entidades sindicales ferroviarias (la Confraternidad Ferroviaria).
Poco después de alcanzar la jubilación, en 1951, junto a otros compañeros creó la Agrupación de Jubilados y Pensionados ferroviarios. “Además de los ferroviarios, llegan muchas veces hasta mi casa otros compañeros de gremios diversos de Tandil. Siempre trato de ayudarlos”, solía decir.
Durante muchos años fue presidente de la comisión de jubilados ferroviarios que agrupaba, en los años sesenta, a más de 400 miembros pasivos a quienes le dedicó todos los momentos de su vida militante.
Con José Lebonatto, Silverio Serrano, Francisco Saux, Nicasio Murias, José Fernández (hijo) y Juan Papini impulsó la iniciativa del Policlínico Ferroviario, organismo sanitario de relevancia y una de las obras de carácter social de más trascendencia de la ciudad y de la región de aquellos tiempos.
En el sanatorio regional para ferroviarios, Don Agustín desplegaría una actividad solidaria inconmensurable. “Visito a los compañeros en el policlínico…luego voy a los bancos y a realizar otras diligencias que los compañeros no pueden realizar, y regreso al policlínico. Voy dos o tres veces por día…”, afirmaba en una nota periodística.
De modo tal, que en 1967 los gremios ferroviarios resolvieron que había que “motorizar a Sívori”, un automóvil (un Fiat 600) para que Don Agustín pudiera continuar brindando -sin esfuerzos físicos- la ayuda solidaria y la atención a los compañeros pasivos internados en el Policlínico Ferroviario procedentes de la zona, así como a aquellos que no tenían familiares. Pero Sívori no aceptó la oferta, sino que solicitó que el dinero fuese entregado a la Cruz Roja para socorrer a las víctimas de las inundaciones que, por entonces, había asolado al Gran Buenos Aires.
En esa ocasión, más de 300 personas colmaron el Salón de la Confraternidad Ferroviaria para brindar a Don Agustín un afectuoso homenaje con prolongados discursos y aplausos que demostraban a ese hombre la desinteresada tarea que a través de muchos años venía desarrollando en beneficio de la comunidad. Se le entregó una medalla de oro, una plaqueta y un pergamino. También una flamante bicicleta que relevaba a la que hasta ese momento lo había acompañado. “La bicicleta es parte de mi vida. Cuando estoy fuera de Tandil la añoro”, declaraba Don Agustín en una entrevista publicada en el diario El Eco de Tandil.
A menudo, cuando el periodismo local lo entrevistaba para exaltar su trayectoria gremial y mutualista, expresaba con humildad: “No vale la pena. No creo que todo esto tenga alguna importancia. Me parece que le están dando mucha trascendencia”. Alguna vez se le preguntó acerca del poder y de sus ideales, ante lo cual sostuvo que “mi ideal es combatir la miseria, ayudar a la gente humilde. Cuidar a los niños que representan el futuro del país. Tratar de orientarlos. Bueno…poder nunca he tenido y tampoco lo he deseado, ni siquiera se me ocurrió pensarlo”.
Ferviente luchador por los derechos sociales, su lectura favorita tenía relación con las cuestiones jurídicas, dado que se debían “conocer las leyes para poder defenderse de todo”, expresaba. Participó activamente en los debates acerca de la problemática situación que atravesaban los jubilados y las pensionadas. Del mismo modo, cuando en 1961 se dio a conocer el plan extranjero de reestructuración de los ferrocarriles, que tenía la intención de favorecer a la industria automotriz, intervino en las discusiones y en la lucha para poner freno a ese tren destructor puesto en marcha durante el gobierno de Frondizi.
El 25 de junio de 1977, la prensa local tituló: “Murió un auténtico dirigente gremial: Agustín Sívori.” Aquel hombre que se entregó de lleno a su trabajo en la Mutual Ferroviaria y con pasión puso sus energías donde las necesidades del pueblo trabajador se tornaban más flagelantes. El hombre de los “cabellos de plata”, de figura delgada, en su bicicleta, con su libreta y sus minuciosas anotaciones, dejaría de transitar las calles de Tandil. Tenía 79 años.
Como muy bien lo reflejó aquel día un cronista de El Eco de Tandil: “…Su figura poseía calor y destino. El amor a la humanidad le iluminaba juvenilmente su viejo rostro. Es posible que al verlo -como dijo el poeta- la primera sorprendida haya sido la muerte.”
PUNTOS DE VISTA*
- ¿Crees en los ángeles?
- ¿A qué viene esa pregunta? No me digas que estás ganando tiempo...
- No, es que ayer le dije a mi psiquiatra que tenía un ángel metido en el cuarto, aconsejándome que me tirara por la ventana.
- ¿Y...?
- Se limitó a decirme que yo era demasiado gordo para caber por esa ventana, que lo tuviera en cuenta la próxima vez que me pasara la idea por la mente… Pero no respondes a mi pregunta, ¿crees en los ángeles?
- ¿Y tú?
- No en el angelito de la guarda que enseñan en el catecismo, al modo cristiano del intermediario entre Dios y los hombres, ni en los nueve coros de serafines, querubines, tronos, dominaciones, potestades, virtudes... Más bien como poderes cósmicos entre la divinidad y el humano. Muy a mi modo, pero creo. Y sigues sin contestar.
- No es fácil, hay muchas teorías, tendría que pensar en el origen de la palabra, viene del griego aggelos, mensajero… tal vez yendo por ahí, aunque también me gusta el truco cristiano de usar a los ángeles como medio para degradar a las religiones politeístas, reduciendo a los dioses menores a hijos de Dios, súbditos, meros cortesanos…
- No teorices más, la respuesta es sí o no, ya tienes la mía.
- El mundo no se reduce a sí o no, creer y no creer son categorías que se funden, son sólo puntos de vista...
- ¿Soy tu amigo?
- Sí.
- ¿Te gusta el póquer?
- Sí.
- ¿Crees en los ángeles?
- No. Es definitivo.
- Así se habla - y exponiendo las cartas -. A ver si me superas este Full House.
- Escalera de color, he vuelto a ganar.
- Oye, es todo lo que me queda de la pensión, dame un crédito hasta el domingo, para terminar el mes con cierto decoro.
- Si no quieres perder, no juegues. ¿Has oído hablar de la nueva masajista que se instaló en el Barrio Chino? Tiene unos tatuajes admirables. ¡Y unas manos!… Tu dinero me paga un tratamiento completo.
Recogió los arrugados billetes, se agazapó en el borde de la ventana, desplegó sus alas y se lanzó al vacío, haciendo una increíble pirueta antes de elevarse sobre los rascacielos.
*de Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
-Publicado en el libro “Tonos de Verde”, editorial Yoescribo, Mallorca.
“Es infinita esta riqueza abandonada”
LAS 200 OMISIONES*
de la antología “200 años de poesía argentina”
Por cierto, las antologías poéticas del país dejaron de ser motivo de interés en los circuitos literarios y culturales por razones más que obvias. Una serie de objetos voladores no identificados, para ser ilustrativos, arreció estos años sin piedad sobre la credibilidad y el sentido. Y entre esos objetos hubo ejemplos, valga la redundancia, de verdad antológicos: una muestra de poesía argentina de finales de siglo, editada en la ciudad en 1995, y presentada con discursos y platillos, que incluyó a 23 autores nacionales, 21 de ellos de Buenos Aires. Y otra, para decir sólo de dos ejemplos, más cercana, también preparada en la ciudad, y editada en Santiago de Chile, que terminó siendo más conocida, y comentada, por los piedrazos y palos chilenos que recibió.
Pero por estos días el interés parece haber regresado, por un nuevo ejemplo, sobre el tema antología (que es todo un tema). Más bien se fue gestando una corriente de monólogos, por decirlo de alguna forma, donde intervienen, observo, tanto escritores como docentes, y que se incluye ya en algunas “cartas de lectores”. La aparición de la antología “200 años de poesía argentina”, en el año del bicentenario, tiene ese mérito. Un tomo editado por la editorial Alfaguara, de un millar de páginas, que se presenta como un verdadero documento histórico (que incluye la letra del Himno Nacional), y que fue precedido de una avanzada publicitaria y de un abanico de auspicios varios, comprendió a unos y a otros, y no podía ser para menos.
Porque la falta de interés en la edición de libros de poesía por la industria editorial; la apatía o el descuido, para lo mismo, por las instituciones oficiales, ya nacionales o provinciales; la carencia de obras ensayísticas que aborden la cosa poética nacional y la poesía en su historicidad, ya como letra y voz de nuestros creadores; y, en definitiva, la necesidad cultural de un compendio del horizonte de voces, también para su incidencia en el quehacer docente, creaban un deseo, una expectativa, en torno de esta muestra que se anunciaba bajo el nombre ostentoso de “200 años de poesía argentina”.
Pero será el propio Licenciado Monteleone, firmante de la antología citada y crítico del matutino La Nación, quien en los comienzos mismos del prólogo nos va a advertir, contraviniendo en rigor al propio título, y abriendo el paraguas, para que no queden dudas, lo que sigue acerca de la obra: “Tal vez no sea un conjunto más o menos razonado o azaroso de inclusiones, sino un sistema de ausencias, porque la acosa el fantasma de la totalidad. No sólo porque hay poetas que no están, que deberían haberse incluido y que, aun por motivos extraliterarios, cuya peripecia es irrelevante, no figuran en esta selección”.
Entonces uno no puede sino preguntarse ante tan voluminoso y pesado tomo, ¿en qué quedamos? ¿”200 años de poesía argentina”?, ¿o el acoso del fantasma de la totalidad?; ¿”200 años de poesía argentina”?, ¿o los poetas no incluidos por motivos extraliterarios? Y ¿cuáles son esos motivos? Porque aquí quedaron desdeñadas, o en olvido, las producciones poéticas de provincias enteras, en no pocos casos en las voces de poetas referenciales, o de verdaderos hitos (¿acaso Carlos Alberto Álvarez, Bernardo Canal Feijóo y Roberto Themis Speroni no lo son?, ¿y Felipe Aldana?, ¿y la santiagueña María Adela Agudo?), que desvanecen o tiran por tierra el publicitado sentido documental de la obra. Ciertamente, hay toda una provincia copiosa de omisiones, de identidades y obras soslayadas –recordamos a propósito algunos poemas de Felipe Rojas, de Lucía Carmona, entre otros–, que dan a esos aires latido y carnadura. Porque podrá afirmarse que están presentes tales voces y tales otras, amadas siempre y leídas (bueno sería que tampoco lo estuvieran), pero faltan esas geografías, esos poetas, de los que por ejemplo habla esa docente en las “cartas de lectores” del diario El Día, de La Plata, con tanta razón y elocuencia.
No están excluidos dos, tres o diez poetas, cuyas ausencias podrían tratarse de un juicio o de un olvido del antólogo; aquí queda en entredicho el título mismo de la obra, ya que los 200 años de la poesía argentina fueron y siguen siendo otra cosa, con una diversidad honda y una vitalidad que el Licenciado Monteleone, parece, no ha comprendido, y una apertura y una promesa que los tornan ejemplares. Caben numerosas preguntas, entre tantas sorpresas que tejen las ausencias, en un tema inclusive que a nivel ensayístico, a nivel de la fecundidad e incidencia de la propia historia en sus dos siglos, esta obra no alcanza siquiera a rozar con sus escasas y ligeras veinticuatro páginas de prólogo.
Las ausencias son más que significativas, y van, por acercar sólo algunos ejemplos, desde Álvaro Yunque a Julio Huasi, o desde Armando Tejada Gómez a Alberto Vanasco, nombres a los que se suman el cordobés Osvaldo Guevara, autor de ese legendario canto al sapo, que es probable que el Licenciado Monteleone aún no haya leído, y el platense Horacio Preler, con sus estremecedores poemas de Oscura memoria (1992). Pero lo que también sorprende, y deja pensando, en estos ríos de exclusiones, es que esas aguas también atañen a numerosas voces de referencia actual en sus provincias, que han contribuido con sus obras, escritas en el lapso de estas tres décadas, para la extensión de un mapa lo suficientemente cierto e identificable. La lista es importante; pero baste citar a cuatro muy apreciados poetas: Jorge Isaías (Los Quirquinchos, 1946), autor de una singular Crónica gringa, con numerosas ediciones; César Cantoni (La Plata, 1951); Alejandro Schmidt (Villa María, 1955) y Roberto Malatesta (Santa Fe, 1961), creador del recordado poemario Por encima de los techos (2003), entre otras obras. Y además de ello los duros poemas de Soldados, de Gustavo Caso Rosendi (Esquel, 1962), vivenciados en el campo de batalla, en Malvinas.
Pero avanzando y volviendo sobre esas mil páginas son más y más los pozos de olvido, los huecos, de modo increíble, desde el entrañable Marasso (de “Dichoso aquel que vive en mansión heredada…”) hasta el inspirado Romilio Ribero, creador de un Libro de bodas… (1963), que aún canta y maravilla. Y más, mucho más, porque los viejos maestros modernistas tampoco la sacaron barata: desde Leopoldo Díaz al polémico Manuel Ugarte; como si una podadora automática hubiera pasado zumbando con todo su filo. De modo parecido se obró, entendemos, en relación a la poesía de Buenos Aires de estos años, con intensos poemas de referencia, en su mayoría ignorados o desechados.
Preguntamos: ¿estaba el Licenciado Monteleone, aun con el aporte de su ayudante Saavedra, en condiciones intelectuales para intentar abordar una obra de tal magnitud? ¿O se trató, en verdad, que la editorial Alfaguara entrevió un mercado propicio con la poesía, a propósito del bicentenario, y tuvo en cercanía o a mano al Licenciado Monteleone para redondear un libro, aunque fuera sin mucha investigación, que llegara a las librerías alrededor de mediados de año? Porque, además de cualquier presunción o crítica, fue el propio Licenciado que en reportaje escrito declaró que le llevó un año, un solo año, terminar un libro que trata de una historia de dos siglos. Todo un verdadero record Guinness, para figurar en los anuarios, pero no en las páginas que entiendan del territorio vasto y profundo de la Poesía Argentina, que sigue siendo posible.
Por momentos siento que ésta es una antología, básicamente, para circular y afirmarse en los cenáculos de los selectos grupos del denominado “canon porteño”, y para su difusión y confirmación más allá de sus fronteras, y decididamente para la facturación y caja de la empresa editorial. A propósito, una vez me tocó escuchar en una reunión informal de poetas, en cercanía del Centro Cultural Rivadavia, de Rosario, unas palabras que a nadie sorprendieron, y que decían, si recuerdo bien: “En Buenos Aires cualquiera hace una antología de poesía argentina, que después aparece comentada en los diarios…” Otras veces, en otros encuentros, me tocó escuchar cosas por el estilo, que ahora no puedo sino recordar.
Hay un mapa concreto y amplio de la poesía argentina –y no una pirámide, como afirma extrañamente el Licenciado firmante–, en nombres y en títulos, que en esta obra aparece lastimado, entre nieblas y agujeros negros; en mucho, también, por los numerosos poemas referenciales, inclusive de los poetas seleccionados, en que esta antología no reparó. “Esto sucede –escuché exponer a una profesora de letras– por la falta de un equipo de investigación, con tiempo y espacio, y porque todo recayó en una sola persona y en una empresa editorial comercial, aun tratándose de un segmento sensible de la producción cultural del país.”
Copio a continuación algunas palabras de otra docente, en este caso del diario El Día, también críticas a partir de la no inclusión de Roberto Themis Speroni y de otros poetas platenses, que firma Laura Santoro y que asevera, entre otras cosas: “Hay omisiones que son inexplicables en la antología de Monteleone (...). Habrá que explicar a los alumnos de las muchas escuelas y universidades argentinas”. Para concluir: “es imperdonable para la memoria de la literatura argentina”. Y a tal punto, creo, que el Licenciado Monteleone les debe una disculpa a los poetas del país, inclusive, y mucho más, a los seleccionados, por haberlos enrumbado en una aventura precaria y sin destino. Y a la editorial Alfaguara, que entrevió en la poesía la posibilidad de una concreción rápida y jugosa, no creo que le quede más que reparar lo hecho, y, mientras, reintegrar a los lectores los importes embolsados.
Una antología, siento, muy propia de este tiempo que corre, y muy representativa de él, con toda su arrogancia, sin dudas, su olvido, su desdén y sus vacíos.
*De EDUARDO DALTER.
Buenos Aires, agosto de 2010
-Eduardo Dalter nació en Buenos Aires en 1947. Poeta e investigador cultural. Parte de su obra está reunida en la antología Hojas de ruta, 1984-2004, que tuvo edición en 2005. En el bienio 2004/2005 diseñó y dictó los seminarios de poesía latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
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HERRERA VEGA.
HORTENSIA. / ORDOQUI. / CORBETT.
SANTOS UNZUÉ. / MOREA. / ORTIZ DE ROSAS.
ARAUJO. / BAUDRIX. / EMITA.
INDACOCHEA. / LA RICA. / SAN SEBASTIÁN.
J.J. ALMEYRA. / INGENIERO WILLIAMS. / GONZÁLEZ RISOS.
PARADA KM 79. / ENRIQUE FYNN. / PLOMER.
KM. 55. / ELÍAS ROMERO. / KM. 38.
MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.
LIBERTAD. / MERLO GÓMEZ. / RAFAEL CASTILLO.
ISIDRO CASANOVA. / JUSTO VILLEGAS. / JOSÉ INGENIEROS.
MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. / ALDO BONZI. / KM 12.
LA SALADA. / INGENIERO BUDGE. / VILLA FIORITO.
VILLA CARAZA. / VILLA DIAMANTE. / PUENTE ALSINA.
INTERCAMBIO MIDLAND.
InventivaSocial
"Un invento argentino que se utiliza para escribir"
Plaza virtual de escritura
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Editor responsable: Lic. Eduardo Francisco Coiro.
Blog: http://inventivasocial.blogspot.com/
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Inventiva Social publica colaboraciones bajo un principio de intercambio: la libertad de escribir y leer a cambio de la libertad de publicar o no cada escrito. los escritos recibidos no tienen fecha cierta de publicación, y se editan bajo ejes temáticos creados por el editor.
Las opiniones firmadas son responsabilidad de los autores y su publicación en Inventiva Social no implica refrendar dichos, datos ni juicios de valor emitidos.
La protección de los derechos de autor, o resguardo del copyrigt de cada obra queda a cargo de cada autor.
Inventiva social recopila y edita para su difusión virtual textos literarias que cada colaborador desea compartir.
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Respuesta a preguntas frecuentes
Que es Inventiva Social ?
Una publicación virtual editada con cooperación de escritores y lectores.
Cuales son sus contenidos ?
Inventiva Social relaciona en ediciones cotidianas contenidos literarios y noticias que se publican en los medios de comunicación.
Cuales son los ejes de la propuesta?
Proponer el intercambio sensible desde la literatura.
Sostener la difusión de ideas para pensar sin manipulación.
Es gratuito publicar ?
En inventiva social no se cobra ni se paga por escribir. La publicación de cada escrito es un intercambio de libertades entre escritor y editor. cada escritor envia los trabajos que desea compartir sin limitaciones de estilo ni formato.
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