lunes, agosto 02, 2010

ESTACIÓN HENDERSON.


InvenTren.



EL CUMPLEAÑOS DE LA POMBA*



A mi abuela Olga Tamayo, la Pomba


La línea del tren pasaba a cincuenta metros de su humilde casa, que hasta los huracanes respetaban. De los peores embates salía el hogar de la Pomba y sus nueve hijos tan enhiesto como el junco que sobrevive mientras caen los árboles más fuertes. Cuando los dueños de casas de mampostería veían sus techos volar y sus paredes derrumbarse, aquella casita de madera los miraba como diciendo, “Tengo que ser fuerte… Si caigo, ¿a dónde irían a parar mis queridos habitantes?”

“Es tan pobre que ni los ventarrones la quieren”, murmuraban con envidia las casas afectadas, mientras su dueños gastaban fortunas en repararla. Y el sonido de los trenes seguía acunando el sueño de la Pomba y los frutos de su vientre.

Allí crecieron y se hicieron hombres y mujeres de bien. Tres murieron, quedaron seis. Llegaron numerosos nietos, biznietos... Nadie sabía la fecha del nacimiento de la fundadora de la familia, ella misma la ignoraba. Se llegó a pensar en la posibilidad de que fuera eterna. Cuando la hija mayor cumplió ochenta y uno, se decidió que la madre cumpliría cien al año siguiente, “No puedo imaginar que me concibiera con menos de dieciocho”.

Se reunieron los hijos y nietos para organizar la celebración del centenario... Le regalaron mucha ropa. Se la colocó una encima de otra y pidió que le tomaran una foto, “para que nadie sienta que su regalo ha sido menos importante”.

La familia la tomó por loca – tal vez la emoción disparó el resorte que no logró la edad -, más aún cuando ella solo echó en falta a la hija que vivía en la capital. No parecía notar la ausencia de los que habían fallecido.

Mas la Pomba estaba tan feliz que ni siquiera estos comentarios pudieron empañar su primera celebración de cumpleaños. “Solo faltó una hija, ese tren se retrasó”, seguía afirmando, satisfecha, mientras miraba a la estirpe brotada de su vientre.

Tenía razón.

Los hijos desconocían, o pretendían desconocer, su facultad de ver más allá de lo circunscrito. Y ella sabía que la vida es un tren, que los recuerdos son escenas que pasan por las ventanillas de nuestra mirada, que siempre estamos viajando, así sea de una realidad a otra… y hay trenes que nunca llegan tarde.



*de Marié Rojas.
La Habana. Cuba.





Cómo se llega a ser lo que se es*




¿Dónde quedan palabras en el cuerpo?,
¿la risa colérica?, ¿el cuarto perdido?,
¿en qué momento fuimos sombras,
ahí donde la luz se pierde?,
¿Cuándo nos dejamos o fuimos, hicimos o volvemos?


El tiempo se rodea de palabras robadas,
de verbos aberrantes e inmunes,
soles decadentes,
rezos de rodillas,
pequeñas muertes,
velos y máscaras,
pesadillas y realidades pesadas.


¿Es el cuerpo insigne, célebre de triunfo?
¿Qué son labios?, ¿miradas asimétricas?,


Somos espejos en un cuarto
y bordes de hierro.
Recuerdos óptimos en sueños cansados,
un grito en palabras de carne.


Rastros de todos los soles y las sombras que no existen.
Errores simultáneos,
horrores precisos.


Limitamos la sospecha y caemos como lunas.



*De Jenny Levine Goldner. jenny_offline@yahoo.com





ESTACIÓN HENDERSON







Pensando entre Frank y Reynaldo*







Ahí esta el hombre. Tratando de volver al sueño. El sueño de película de acción donde se veía como un héroe en medio de una misión en medio de una balacera que no lo afectaba. Quizás esas balas lo atravesaban sin dejar huella como a un fantasma. Hasta que vio prenderse la luz de la habitación de su madre, una y otra vez. Y escucho la queja o la expresión de un malestar difuso de la anciana.
A partir de allí no pudo volver a dormir. Plena madrugada, a lo lejos se escuchaba el sonido de locomotoras haciendo maniobras traído por el viento Sud.
Desde la cama. Acosado por temores y preguntas sin respuesta una vez más, el hombre repasa como llego a ser el único hijo vivo. Como se llego a este presente dedicado al cuidado a su madre octogenaria.


Aparece una vez más la imagen de la placita enfrente de la estación Henderson del Midland. El, un niño aprendiendo a andar en bicicleta y Reynaldo su hermano mayor corriendo a la par de su bicicleta para prevenir que no perdiera el equilibrio.
Cada tanto veían llegar al tren.
Fue en 1977 el último tren. En septiembre porque fue días antes de su cumpleaños.
El que se ve corriendo al costado del último tren que se va a Buenos Aires.
La gente que agita las manos por la ventanilla, sopla besos.
Se cerraba el tren. Se llevaron hasta los rieles. Había sido testigo en una tarde a la salida de la escuela del paso de esa máquina levanta vías que a su paso solo dejaba marcas de ausencia en el terraplén.
Tarde o temprano hay mucho pasado en la vida de cualquier persona.
De la universidad le quedo aquella enseñanza que decía "la vida de las personas transcurre entre lo imprevisible y lo irreversible".
Y la ciudad de Henderson que se llama así en honor a Frank Henderson, el ciudadano inglés que desde su cargo en el ferrocarril completo las obras para que el Midland llegara a Carhué.

Frank Henderson que además jugaba al golf, al ajedrez y hasta tuvo tiempo en la vida para la fundación del club de golf en Mar Del Plata -El que pudieron conocer en aquellas vacaciones de familia en el 79-.

Después ocurrió lo irreversible, aunque aun hoy le cueste acertar. Reynaldo fue sorteado para
hacer el servicio militar en la Armada. Reynaldo destinado arriba del Phoenix CL 46.

El hombre se niega por un momento a llamarlo por su nombre. ¿Porque no lo hundieron los japoneses en Pearl Harbor? Todo hubiera sido distinto, se ilusiona en vano, jamás hubiera llegado a ser el Crucero General Belgrano.

En algún limbo Frank Henderson golpea su palo de golf una y otra vez. Las pelotas se pierden al infinito cielo. Como en el azar, son un misil sin blanco.
Reynaldo sigue allí. En el barco, presintiendo lo que vendrá y sin poder cambiar el curso de las cosas.

El hombre preferiría que nada de eso hubiera ocurrido. Que la estación siga siendo estación de trenes. Que su padre no hubiera muerto de tristeza hace 10 años.

Que a nadie se le hubiera ocurrido poner en la estación -ya sin vías- una terminal de ómnibus. Tampoco que a esa terminal la bautizaran con nombre de su hermano, un héroe del pueblo hundido en el crucero.

Y que ahora, el hombre no sea el único ser a quien su madre tiene para llamar en la noche cuando se
siente mal.







*De Urbano Powell. urbanopowell@yahoo.com.ar








EL CAMAROTE OCUPADO*



-Tercera parte-


¿Quién había abierto la puerta? ¿Alguien que viniera en su ayuda? ¿O sólo se trataba de una súbita y molesta interrupción?…
Lorena aún no se reponía de lo que fuera que hubiese vivido. Su cabeza le daba vueltas vertiginosamente, y experimentaba algo tan parecido al sopor orgásmico como a la náusea. La sombra de una leve y desconocida caricia le recorría el cuerpo, revelándole una faceta hasta entonces inexplorada de sí misma, ajena a su conciencia. Al mismo tiempo, se sentía sucia, bastardeada, como si hubiese sido vejada hasta la saciedad por una intempestiva horda de cosacos salvajes. ¿Lo habría soñado? Imposible saberlo.
Parpadeó varias veces, intentando acostumbrar los ojos a la tenue semipenumbra del cuarto. La puerta abierta apenas conseguía iluminar el centro del camarote, olvidando los rincones en las sombras. Había algo obstaculizando el pasillo, más allá del umbral, pero no llegaba a percibirlo con claridad. Y sin darse cuenta siquiera, de pronto se encontró de pie, vacilante en medio del cuarto, movida por el suave bamboleo del vagón sobre las vías, oyendo el monótono rumor de la lluvia golpeando contra el techo del vehículo, vestida apenas con un par de zoquetes blancos y una arrugada remera de dormir.
Se aproximó hasta la puerta, tambaleante. Apenos podía mantenerse parada; las piernas le temblaban espasmódicas, y un intenso dolor le estrujaba el bajo vientre. Un escalofrío ascendió desde sus nalgas hacia el cuello, cruzándole la espalda. Se aferró a la puerta, y mientras la cerraba, alcanzó a divisar la despatarrada imagen del barman, yaciendo sobre el pasillo del vagón. “¿Qué querría?”, se preguntó. El recuerdo de la conversación en el salón comedor la retrotrajo a cierta sensación de incomodidad que no deseaba volver a experimentar. Y a la vez, parte de su mente le recordaba que algo inusual, quizá hasta de cuidado, había ocurrido momentos antes. Sin embargo, no lograba recordarlo, y mientras estuviese con sus genitales al descubierto, prefería encerrarse a solas y volver a la calidez de la cama.
Al cerrar la puerta, se apoyó de costado contra ella y echó el pestillo. Los espacios cerrados le otorgaban cierta seguridad. Lo había comprobado pocos días después de haber terminado la relación con Sergio, al volver a su departamento y descubrir que no toleraba siquiera que la ventanita del baño permaneciese entreabierta. Necesitaba cerrar toda posible abertura, impidiendo que nada la asustara o invadiese, preservándose de los posibles terrores del exterior. Y tal vez, …impidiendo que ningún detalle de su propia intimidad pudiese escapar.
Sergio… El recuerdo la asaltó de nuevo, con la misma adherencia de siempre, vagando impune a su alrededor como un espectro insepulto. ¿Cuándo llegaría el día en que pudiese enterrarlo de una buena vez por todas? Y a la vez, sentía que cualquier acción que cometiese en tal sentido la privaría de la única compañía que mantuviese incólume a su lado. Eliminar la presencia de Sergio sería como dejarse abandonar sin remedio en la más absoluta soledad.
“Dejá de pensar en esas cosas”, se dijo a sí misma. E intentó recuperar fuerzas para volver al catre, presumiblemente acogedor.
Sólo que no llegó muy lejos.
Una violenta ráfaga de aire helado-hirviente descendió a través de sus nalgas y ascendió con vigor rozando sus labios vaginales, aleteándole sobre el clítoris. Ella dejó escapar un gemido de sorpresa y de placer, entrecerrando los párpados. ¡Ahí llegaba otra vez! Una parte de su mente suspiró aliviada, mientras la otra chillaba de espanto, implorando por huir. Una de sus manos descendió hacia su bajo vientre, mientras la otra surcaba el aire intentando alejar lo que fuera que quisiera acosarla por segunda vez.
Las ráfagas giraron a su alrededor, eludiendo los zarpazos, a una velocidad creciente y enloquecedora. Su cabello se agitaba por encima de su cabeza, aleteando como si se tratase de un murciélago demente. A la vez, arqueaba la espalda, separando las rodillas flexionadas y proyectando las nalgas hacia atrás, mientras se acariciaba levemente… Aunque no hiciera falta; aquella presencia, cautivante y atroz, podía hacer el trabajo perfectamente sin su ayuda.
La fricción del aire helado-hirviente alrededor de su torso hizo que la remera se elevase, descubriendo sus pechos, cuyos pezones se endurecían gradualmente. Lorena se desconocía, abandonada en brazos de lo misterioso. Jamás había experimentado placer semejante, al tiempo que perdía toda referencia a su actual paradero, su condición de mujer, su pasado, su propia entidad, actuando como si desde que ingresase en aquel camarote hubiese dejado de ser ella misma. Aquella aparición espectral se corporizaba en decenas de manos que se refregaban contra su cuerpo, brotando sensaciones desconocidas, haciendo que todo lo que conociese en materia sensual fuese desechado de inmediato.
Las indómitas ráfagas comenzaron a colarse dentro de su canal vaginal, entrando y saliendo con inusitado vigor, inundándola por completo, llegando casi a elevarla en el aire, o estando a punto de perder el equilibrio. Lorena chillaba entre dientes, con los ojos cerrados, incapaz de detener aquella situación, relajándose por completo. Hasta que cayó de rodillas, sin que su invisible partenaire pudiese sostenerla, y elevó la cadera de manera inconsciente, revelando un ano por completo dilatado…


* * *


Al abrir los ojos fue incapaz de saber dónde se encontraba. Le dolía horrores la cabeza, como si una aterrorizada manada de ganado lo hubiese arrasado en feroz estampida, pisoteándole las neuronas. Se incorporó como pudo sobre un codo, aferrándose el cráneo con la mano restante. ¡Qué dolor! ¿Con qué le habían pegado? ¿Cuántos habían sido? ¡Socorro, policía!
Miles de puntitos luminosos danzaban delante suyo, impidiéndole enfocar la vista sobre algún punto preciso. Meneó la cabeza, y sólo consiguió despejarse en parte. La presión sobre su nuca le impedía ponerse en pie sin marearse. Aún así lo intentó, sabedor de una posible caída sin poder aferrarse de ningún lado. Recién cuando consiguió sentarse sobre el suelo acanalado de goma del pasillo, se descubrió cerca de la puerta del camarote 6, y recordó a la morocha.
Una borrosa visión de su cuerpo semidesnudo lo perturbó durante un par de segundos, para luego desdibujarse en su vapuleada memoria. Ella estaba sola ahí dentro, ¿no? Acostada en el catre, ¿verdad? ¿Podía asegurarlo? Tal vez no… Entonces, ¿quién le había pegado?
Un súbito terror lo estremeció. ¡¿Quién carajo le había pegado???!!!
Quiso incorporarse tan de prisa que el mareo casi lo derribó. Quedó varado en cuatro patas, aguardando a que los puntitos luminosos dejaran de atormentarlo y su presión se estabilizara. Tenía que pedir ayuda. Aquel camarote ocultaba algo muy raro; sus propias lesiones podían afirmar que hasta peligroso. Pero, ¿cómo explicaría su presencia allí, lejos del vagón comedor? ¿Diría que una misteriosa golpiza lo sorprendió en medio de un fallido intento de seducción, por otro lado no consensuado con su partenaire? ¿Quién le creería? La reprimenda sería mayúscula. El temor de ser descubierto en falta lo hizo dudar: “No digas nada, hacé la tuya”. Pero su sentido de la responsabilidad, quizá combinado con el miedo, pudieron más. Tenía que avisar que allí pasaba algo raro.
Se puso de pie con bastante trabajo, dispuesto a jugarse el pellejo frente al supervisor, en el momento en que oyó ruidos dentro del camarote. Quejidos de dolor, y un cuerpo que caía…
Ni lo pensó. Se abalanzó sobre el picaporte de la puerta, y al notar que lo habían trabado, comenzó a dar puñetazos contra la madera y a chillar:
-¡Abra! ¡Abran esta puerta! Señorita, ¿se encuentra bien? ¡Abra!
La respuesta, con una intensidad gutural y cavernosa, tan propia del placer como de la intuida ultratumba, extraña mezcla de voces de hombre y de mujer, le espetó sin dejar ninguna duda:
-¡TOMATELÁS, HIJO DE PUTA!!!
Un sudor frío descendió a través de su espalda y por debajo de sus axilas. ¿Qué… era… eso??? Palideció, sin saber qué hacer. Se sentía desbordado por la situación. Apenas entendía acerca de servir algunos tragos exóticos en la barra del vagón comedor, por lo que lejos estaba de querer resolver aquel misterio. Dio un par de pasos de costado, intentando alejarse de allí, sin poder dejar de vigilar la puerta, temeroso de que de pronto se abriese y algo indescriptible emergiese de allí, espeluznante y voraz, con feroces garras que lo arrastraran dentro, sometiéndolo a los horrores más bizarros que su ya confundida mente pudiera imaginar, cuando tropezó con alguien que caminaba por el pasillo en dirección contraria.
-¡Ernesto! ¡Fijate por dónde vas! -, protestó Fernando Suárez, el guarda, aferrándolo por los hombros, evitando que se cayera.
-Pe-perdón… -, atinó a decir el barman, con voz temblorosa. –O-oíme… A-ahí dentro…-, y señaló la puerta cerrada con un dedo trémulo. –Ahí… e-está pasando algo raro…
-Decime, Ernesto -, lo reprendió Suárez: -¿Desde cuándo espiás a los pasajeros? ¿Nadie te informó desde que laburás con nosotros que la privacidad de los camarotes es sagrada? ¿Qué andás hurgando?
-O-oíme boludo… A-acá pasa algo serio. Me parece que necesitamos a-ayuda espiritual…
¿N-nunca oíste decir nada sobre el 6?
-¿Cómo qué?
-C-como… -, dudó, sospechando que el guarda se burlaría de él. –Como que p-pasan cosas raras… Como que…ha-ay…f-fantasmas…
-Ernesto, ¿vos me estás jodiendo??? Tenemos una noche de mierda, hay pasajeros descompuestos por algo raro que comieron, y que Gorriarán, el supervisor, espera que no sea parte del menú del tren, ¿y vos me salís con estas pendejadas? ¿Por qué no te volvés al vagón comedor y te chupás una regia botella de caña, así dormís la mona y ya no molestás?
-¡No, boludo, no! -, se enojó el barman. -Te hablo en serio. Vení.
Y lo arrastró de un brazo, ante las protestas del guarda, hasta la puerta del camarote 6, donde volvió a llamar:
-¡Señorita, por favor! ¿Se encuentra bien???
Luego de un par de segundos de mutismo, donde Suárez sintió que su paciencia se agotaba, y sólo se oyó el tamborileo de la lluvia sobre el techo del vagón, coincidiendo con el breve destello de un relámpago, los expectantes empleados del “New Midland Express” escucharon, aterrados e incrédulos, aquella misteriosa y potente voz andrógina que nuevamente vociferó:
-¿QUÉ MIERDA TE DIJE, HIJO DE PUTA??? ¡TÓMATELAS DE UNA PUTA VEZ, O TE DESTROZO!!!
Suárez vaciló. Por un lado, su deber era respetar a rajatabla la privacidad de los pasajeros, siempre y cuando ello no entrañara indeseables perjuicios para el ferrocarril. Por el otro, la situación no le gustaba nada en absoluto; hasta lo asustaba un poco. Un poco bastante…
-¿N-no te parece que mejor…-, arriesgó Ernesto, -…conseguimos de entre el pasaje… a-a un sacerdote, para que venga a ayudarnos con esto?
Suárez palideció, y agregó:
-O a un psicólogo… -. Y ante la aprensiva mirada del barman, agregó: -¿Por qué me mirás así? No te estoy jodiendo. ¿Y si la mina está loca?


-Continuará-



*de Aldima. licaldima@yahoo.com.ar
















EL SUMO SACERDOTE*





Nunca fuimos presentados.

No tuve una imagen vuestra desde la cuna,

Es un experimento re- hacerte en la experiencia,

Existes y eres invisible como una vestal en casa de casados.

Imponente desde la imagen,

Impotente desde las responsabilidades.

¿Quién eres cuando decides formar las filas militantes de la abadía?

Te conviertes en un ser extraño,

Aflora tu feminidad tu ternura y suave voz

que preside las misas repletas de mujeres metálicas

que acusa a el alfa

y el omega sale deprisa,

para ser explicación

de un nuevo amanecer.

Ser divino, ser extraño, ser afable, ser barítonamente agradable.

Eres oído para las penas mas profundas,

otorgas perdón

como quien corta boletos en un tren.

No es una condena,

Es una cadena de una serie de sucesos:

Aborreces desde lo más profundo

El rol penetrante de un hombre avasallador

Que en su seno engendra abandono,

Soledad paternal, vacío familiar, odio misógino

y odio andrógino.

Es un refugio crónico a las tempestades

de las eventualidades eternamente cambiantes

condenadas a la angustia existencial

de lo debido

y de lo indebido.





*de Daniela Wallffiguer. danielawallffiguer@gmail.com













Correo:





Acerca del último Viaje del Midland*





(......) Eduardo en ese coche viajaba un matrimonio de unos cincuenta y tantos años de edad. Ellos eran mis padres; y hoy después de tantos años, cuando hablo con mi mamá del tema, no deja de emocionarse y de llorar. Tomaron el tren no recuerdo si en Aldo Bonzi o en Puente Alsina y fueron hasta Carhué, recorrieron la Ciudad y al día siguiente emprendieron el regreso desde allí. La gente los despedía colgándose de las ventanillas. Mi padre estuvo todo el tiempo con el personal de la estación; al día siguiente el tren paraba en todas y cada una de ellas y se repetían los interminables abrazos con el personal y con los vecinos que despedían al tren. Eso ocurrió hasta casi llegar a Bonzi nuevamente. Tantos compañeros en la calle, sus familias pulverizadas, dispersas en la Pampa, tantos muchachos que ya no podían seguir estudiando y volvían a su casa, ahora a la nada. Mi padre ayudó para que ese tren con vagones de pasajeros y de carga, no llegara vacío a Buenos Aires. Antes de embarcarse habló por ellos y la Superioridad le aseguró que para quienes quisieran trasladarse a la zona que quedaba del Midland, de la CGBA o el FCPBA les otorgarían las viviendas vacías que estuvieran disponibles y los reubicarían en la sección local de aquellos Ferrocarriles. Varios se vinieron con mi papá, otros quedaron en sus pueblos y tal vez los restantes, si no eran lugareños, hayan vuelto a sus pagos de orígen.
Escribiendo, tengo un plus para seguir contando algo, con el nudo que tengo en la garganta, ya no te hubiera podido contar más nada, pero ahora ya casi no veo el teclado.
Muchas gracias, saludos.





*Eduardo. lu3fvh@hotmail.com











*



INVITACIÓN

Presentación del libro "SÍNDROME X"
Cuentos







De Emilse Zorzut



Viernes 6 de Agosto de 2010 a las 19 hs.
En la Palacio López Merino – Complejo Bibliotecario Municipal

Calle 49 Nro.835 e/11 y 12 – La Plata

Palabras de la autora.
Las escritoras Marta Beatriz Multini y NoemíMaldonado comentarán y leerán textos del libro.
Fin del acto: vino de honor.









*





Viernes 6 de agosto, 20 hs.


En el marco de la Feria del Libro de Santo Tomé (Belgrano y San Martín), estaremos presentando el libro del poeta HORACIO C. ROSSI: "Poema de Cachi".
Amigos del Horacio leerán parte del poema acompañados, entre lectura y lectura, por la voz de NILDA GODOY y la guitarra de CACHO HUSSEIN.
Esperamos nos ayuden en la difusión.
Su presencia nos gratificará.
Muchas gracias.



*Oscar. A. Agú. oscarcachoagu@yahoo.com.ar







*


Inventren Próxima estación: MARÍA LUCILA



Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar

http://inventren.blogspot.com/

El Inventren sigue su recorrido por las siguientes estaciones:


HERRERA VEGA.

HORTENSIA. / ORDOQUI. / CORBETT.

SANTOS UNZUÉ. / MOREA. / ORTIZ DE ROSAS.

ARAUJO. / BAUDRIX. / EMITA.

INDACOCHEA. / LA RICA. / SAN SEBASTIÁN.

J.J. ALMEYRA. / INGENIERO WILLIAMS. / GONZÁLEZ RISOS.

PARADA KM 79. / ENRIQUE FYNN. / PLOMER.

KM. 55. / ELÍAS ROMERO. / KM. 38.

MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD. / MERLO GÓMEZ. / RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA. / JUSTO VILLEGAS. / JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. / ALDO BONZI. / KM 12.

LA SALADA. / INGENIERO BUDGE. / VILLA FIORITO.

VILLA CARAZA. / VILLA DIAMANTE. / PUENTE ALSINA.

INTERCAMBIO MIDLAND.


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