miércoles, septiembre 01, 2010

EL SOPLO DEL DESTINO...



*Ilustración: Ray Respall Rojas.
La Habana. Cuba.




LA TIERRA PROMETIDA*

A Fenris, el lobo solitario.



Cuando no se puede tener la realidad, bastan los sueños.
El Marciano
Ray Bradbury


Había vuelto a soñar con ese lugar… Le era familiar, a pesar de sus extraños parajes, sus imposibles colores, el puente cuyo final se perdía en el infinito, el castillo suspendido en la niebla… Llegaba a la playa a la hora del ocaso, cuando los tres pequeños soles tocaban la línea del mar, dibujando semicírculos dorados en el cielo, que le hacían evocar las luces de un escenario teatral… ¿Sería obra de los medicamentos? Le habían advertido que provocaban fuertes reacciones… Algo le decía que no: desde que comenzaron los sueños, apareciendo en el mismo lugar, siempre aventurándose un paso más allá, había comenzado a perder el miedo a la muerte. Describió su experiencia en un poema que comenzó con:


La Tierra Prometida
Tiene el cielo color violeta,
Sus arenas son fosforescentes,
Suaves y finas como azúcar.

Y cerró afirmando:

No importa a dónde me lleve
El soplo del destino.
Otro mundo me espera
Y sé que existe.

Lo colocó en la red, en un foro de poesía muy visitado. Fue a dormir: visitó la playa, el acantilado, el castillo cuyas torres se perdían en las nubes, el puente... Al regresar, recordó los versos y se arrepintió de haberlos publicado. Con el café aún humeante en la mano, se sentó frente al ordenador y buscó el sitio, decidida a borrarlos. Los calmantes le hacían caer a veces en estos delirios…

Para su sorpresa, había mil comentarios a su poema. No se trataba de un mensaje repetido, estaban firmados por remitentes distintos, página tras página... Algo imposible en solo veinticuatro horas. Presa de la curiosidad, se dispuso a leerlos. Diez puede ser fruto de la coincidencia, cincuenta se torna asombroso, cien pudiera ser un inimaginable azar… pero una cifra de tres ceros no puede, en modo alguno, ser obra de la casualidad.

Todos los mensajes decían: “Yo también he estado ahí”.



*de Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.






No man's land*


A Edmond Jabés


Voy de viaje con la nariz
preguntándole a cada fragancia por tu nombre
y estás callada,
mujer de ausencias melancólicas.
Sé que tenemos los orgullos sucios,
y dibujada sobre las raíces
llevamos la lengua dúctil de la diáspora.
He allí, que cuando mis silencios
asumen las veces de sujetos,
te vuelves pequeña y tierna..
Costurera de esperanzas para este náufrago,
que sin abrigo, deambula por tus calles
con una historia reciente y húmeda
debajo de los salobres brazos.



*de Daniel Montoly©. danielmontoly@yahoo.es








"El Maty"*


*Por Victor Turquet victurquet@yahoo.com.ar



Esa noche estábamos con los pibes en la canchita del barrio cuando lo vimos venir; hacía tiempo que Matías "El Maty" como le decíamos, se había borrado de la casa o mejor dicho, los viejos lo habían echado cansados de que vendiera todo lo que encontraba a mano para comprarse el "paco", al
principio cuando empezó a fumar faso lo trataron de ayudar, lo internaron en uno de esos hogares de recuperación, pero no hubo caso; salía y volvía a la suya. La vieja se enfermó de tristeza y los hermanos se cansaron de hablarle; al final un día que estaba muy dado vuelta y se quería llevar el televisor para venderlo el viejo lo agarró del cuello y casi lo mata; lo sacó a patadas a la calle y por un tiempo no se lo vio más. Después empezó a parecer cada tanto, cuando quería transar algo, un dvd, un celu, lo que le
consiguiera metiendo caño o de arrebato, venía y lo ofrecía por dos mangos.
A nosotros que lo conocíamos desde la primaria y de jugar juntos en el equipo del barrio se nos partía la cabeza de verlo así, flaco, los ojos hundidos, acelerado, y cada vez más perseguido; lo jodíamos para que se prendiera en un partido pero El Maty ya no corría una, pensar que de chicos lo envidiábamos por como la movía en el área, era un capo, le salían todas!
Ahora su fama era otra, ya tenía un par de entradas en la yuta por asalto violento, se mandaba cualquiera, estaba para atrás.
Esa tarde cayó con su bolsito y sacó unos celulares para ver si le comprábamos algo, "¡no sean ortivas loco!, copensé que por 50 mangos no lo consiguen en ningún lado!!
Pero ya habíamos tenido quilombo con nuestros viejos, la cana lo venía marcando desde hace rato y lo había amenazado "te salvás porque tenés 15, pero tenemos la fecha de tu cumple aprendida de memoria" El se les reía en la cara pero cuando nos contaba eso se colgaba mal "estos ni bien cumpla 16 me la dan, ¡pero voy a morir en la mía loco!".
Para zafar le dijimos que no teníamos un mango, y nos empezamos a abrir de a uno, no éramos caretas ni los mejores del barrio, pero tampoco nos queríamos comer un garrón tan denso.
Se quedó hablando sólo -puteando- compró una birra con lo que tenía y se tumbó apoyándose en uno de los arcos de la canchita; era la hora en que volvían los pibes que iban a la nocturna y cuando pasaban los empezó a bardear; zarpado con las pibas que para evitarlo apuraban el paso o se cruzaban a la otra vereda.
De repente una se separó de un grupito y se lo quedó mirando; era Belén, había ido a la primaria con nosotros y ahora trabajaba con su vieja en un taller de costura y estudiaba de noche, buenita, tranqui, siempre con buena onda; se le acercó inclinándose para verlo mejor.."Sos Matías no??, te acordás de mí? Soy Belén!" el flaco la miró por entre los mechones de pelo y se le rió, "Uy... que regalito papá!" pero cuando la miró bien a los ojos, algo por allá bien al fondo de su aturdida cabeza lo sacudió. ¡¡Esos ojos!! .Por entre la resaca se le vino la imagen de una morochita re linda con su pelo negro largo, el guardapolvo blanco igual que el moño que le sujetaba el peinado; la había empezado a mirar mejor allá por séptimo grado, cuando empezábamos a ir a los cumples y ya no corríamos a las pibas para empujarlas o burlarnos, hacíamos grupitos a ver quién se animaba a sacarlas a bailar, y El Maty tenía toda su fachita, las pibas le daban vuelta alrededor como palomas; pero él se quedaba bobo mirando a Belén hasta que un día se le acercó con un vaso de gaseosa y ella se animó a bailar por primera vez con
un pibe.
Ahora, apoyado en el arco de la canchita, El Maty trataba como podía de ponerse en pié con lo poco de vergüenza que aún le quedaba; algo más fuerte que la urgencia por seguir matándose con el paco le estaba haciendo ruido y lo confundía una sensación rara, nueva; se sacudió la ropa sucia y bajó la
cabeza, "¡está más linda que nunca!" pensó, mientras una mano de ella le corría los mechones de pelo buscando su mirada.
"Matías!! Estás destruido que te pasó?? Supe que te habías ido de tu casa, me lo contó tu vieja que viene siempre al taller y llora cada vez que lo cuenta; porqué hacés esto con tu vida? El loco tratando de rechazar esa cosa rara que sentía, la miró desafiante "Qué, la vas a venir de pastora evangélica ahora?? Es mi vida y hago la que me cabe nena" . Belén sosteniéndole la mirada pero sin alzar la voz le dijo "No sé si te enteraste, pero mi hermano Juán también andaba en esa, y se lo llevó puesto un camión cuando escapaba de la cana; ahora no corre más, quedamos hechos miérda y sin entender cómo no pudimos pararlo; por eso cuando te ví me animé a hablarte; porque si vos te crees que tu familia está bien mientras vos te matás con el paco te equivocás, esa porquería que te quema la cabeza para que otros hijos de puta se llenen de guita no es la salida; mirame a los ojos y decime que realmente querés morirte.!!
El Maty levantó la cabeza y la miró, otra vez esa cosa rara que le mordía las tripas y hacía que la recuerde en los bailes con esos vestidos tan lindos que le hacía la vieja, en la escuela, en el barrio haciendo los mandados, otra vez esos ojos negros inmensos que se la habían clavado tan adentro que no podía zafar ahora que los tenía de nuevo ahí, tan cerca.
Dicen que es rejodido poder salir de esa, que una vez que el paco te empieza a comer la cabeza no volvés más, durás unos meses y ya está, te fuiste al pozo. Pero debe haber cosas aún más fuertes porque de a poco vimos como El Maty se empezó a rescatar, se metió solito en uno de esos grupos de ayuda,
empezó con changas primero y cuando cumplió los 16 entró a prueba en una carpintería; un día apareció por la casa a pedirle perdón a los viejos y volvió a vivir con su familia; al tiempo se venía a ver los partidos hasta que una tarde nos faltaba uno para el equipo y se animó a jugar, la gastó!!.
Por las noches se lo veía apoyado en el arco de la canchita esperando que Belén saliera de la nocturna. Y lo mejor de todo fue que la Yuta se quedó con las ganas!!






FICCIÓN*



Una lágrima suspendida
en el vértice
hasta que rueda
y cae sobre el papel
Esa mirada
en los ojos apagados
exhibe ausencias
Palabras desdibujadas
circulan
La poeta calla:
y la fantasía
Las estrofas se opacan
Fisurada la magia
ya no quedan espejos
Vacía
espera la muerte.



*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com








ENTREVISTA A MARC AUGE, QUE INAUGURA HOY LA SEGUNDA EDICION DEL FILBA

“El pasado ya no nos interesa, ahora vivimos el presente”*


El creador de la idea de los “no lugares” analiza los vínculos entre la antropología y la ficción, pero en su dimensión temporal. “En la paradoja de no saber utilizar el tiempo, no podemos conjugar el pasado y el futuro”, señala.



*Por Silvina Friera


La mirada de Marc Augé transmite una claridad meridiana. No está en un cine del Barrio Latino de París disfrutando de una vieja película norteamericana. Está en un hotel de Buenos Aires. Sus ojos irradian las chispas cercanas de una travesura, de una evasión. Caminó por la Feria de Mataderos. “Lo que me gustó es que no hay turistas”, dice el antropólogo francés que ha confesado en Casablanca (Gedisa) –un “montaje” de sus recuerdos sobre el famoso film– que su infancia estuvo marcada por el éxodo. Si noche por medio (en sus sueños) se escapa con toda la fuerza de sus piernas por las rutas –siguiendo a su padre o a su fantasma–, parece que tanto en los sueños como en ese “éxodo” hacia el cruce de Lisandro de la Torre y Avenida de los Corrales, las piernas de Augé son buenas para resistir todo tipo de huidas. De emociones, rostros y paisajes. En ese lugar “popular” –como lo define– vivió un momento furtivo de felicidad cuando vio los caballos, por los que siente una atracción irresistible. Algunas imágenes, como en el cine, son más tenaces que otras. Su escritura también pretende fugarse de la antropología hacia las orillas de la literatura. Al menos confirma ese deseo, que algunos lectores intuyen en libros recientes como El metro revisitado (Paidós). También dirá –hoy que inaugurará la segunda edición del Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), a las 19.30 en el Malba (Figueroa Alcorta 3415)– que “la literatura es más que la ficción”.
–Cuando subraya que “escribir es crear una experiencia ambivalente del tiempo” suena a frase de escritor. ¿Cómo crea el antropólogo esa ambivalencia y cómo cree que lo hace el escritor? ¿Encuentra diferencias?
–Es una pregunta difícil, no debido a la lengua que he maltratado un poco, sino al tiempo (risas). Al parecer no hay una diferencia radical entre el antropólogo y el escritor, debido al hecho de que el antropólogo tiene que escribir. Una buena antropología tiene que ser escrita porque ésa es su dirección última. Y esa escritura tiene una relación con el tiempo. Lo que quiero decir con lo de crear una experiencia ambivalente del tiempo es que hay un pasado de la experiencia de vida que utiliza tanto el antropólogo como el escritor, pero que sólo tiene significación en la perspectiva del fin. Cuando escribo, espero que al menos un lector –uno es suficiente– me lea. Porque si escribo quiero ser leído. La escritura y la lectura son experiencias profundamente antropológicas. No todos los antropólogos tienen una “escritura de escritor”, pero en la medida en que intentan comunicar algo –que es una constatación objetiva, pero también una experiencia subjetiva–, se conectan con el oficio del escritor.
–En Casablanca y en El metro revisitado se percibe una escritura que coquetea mucho con los materiales de la ficción. ¿Aspira a una “escritura de escritor”?
–Sí, creo que aspiro a una “escritura de escritor”. Es posible que en esos textos haya probado con un género pequeño de experiencias que son antropológicas, pero que necesitan una forma de escritura más literaria para comunicar. Lévi Strauss escribió en la Introducción a la obra de Marcel-Mauss que para entender un hecho social total había que comprender a cada uno de los participantes del hecho, lo que no es posible; es más bien un ideal de novelista. Pero se puede tomar uno como sujeto e imaginar, que es lo hice en El metro... o en Casablanca.
–¿Qué importancia le asigna a la imaginación en la antropología?
–La imaginación es importante en todas las disciplinas, incluso en las científicas. No hay ciencia sin imaginación, porque los científicos tienen que elaborar hipótesis. Y una hipótesis es también una proyección. Necesitamos jugar con la imaginación pero cuando interpretamos las palabras y las teorías que atribuimos a los otros debemos ser cuidadosos, porque a veces tenemos demasiada imaginación. Lo más difícil es intentar imaginar lo que los otros están imaginando. Es como imaginar los personajes de una obra de teatro que no hemos creado.
–Define el texto Casablanca como un “montaje” de algunos recuerdos sobre la película. ¿Cómo es el montaje que hace un antropólogo en comparación con el que hace el escritor en torno de los recuerdos y “los pequeños hechos verdaderos”, según Stendhal?
–Cuando se intenta utilizar ciertos recuerdos, hay un efecto de montaje. Es lo que vivimos cada día, cuando ante los mismos hechos no tenemos necesariamente los mismos recuerdos porque hay una selección que hace la memoria. Un escritor hace un montaje y utiliza recuerdos, pero no son necesariamente sus recuerdos, sino recuerdos que imagina. O si habla de él no es solamente el montaje “natural” de la memoria, sino que hace su propio montaje. El problema es que un etnólogo no tiene que hablar necesariamente de sí mismo; no siempre tiene la oportunidad de hacer montajes respecto de su vida como el escritor en una novela. Sin embargo, tengo la intuición de que los recuerdos son siempre importantes, incluso cuando no son explícitamente utilizados tanto por el etnólogo como por el escritor. El etnólogo se mueve en muchos terrenos cuando por un trabajo de campo empieza a hacer comparaciones y generalizaciones. Y cuando intenta hacer eso, hay un trabajo con la memoria, aparentemente objetivo, pero también con la imaginación.
–Las similitudes que hay entre la antropología y la literatura son más de las que se puede intuir...
–Sí, pero hay que preguntarse qué es la literatura. A menudo se entiende por literatura la novela. Pero si uno revisa la historia de la literatura, hay de todo. ¿O no son escritores Voltaire, Rousseau o Montesquieu? Hoy en día serían científicos, humanistas, filósofos. Hemos inventado títulos terribles, pero son escritores que han escrito ficciones, aunque no siempre. Hay una frase del novelista Julien Gracq que se refiere a este problema a propósito de la filosofía. Dice que es evidente que Kant no es un escritor, pero que Nietzsche es un escritor. Los filósofos se han preguntado cuál es la relación entre la filosofía –que se ocupa de la verdad– y el estilo. No es posible oponer un tipo de verdad objetiva que no necesitaría una expresión particular de escritura para la comunicación. No me gusta la palabra comunicación, porque indica una relación sin estilo. No se comunica nada si no hay consistencia; tiene que haber una captación de intereses tal como en la retórica. Se dice que el primer oficio del orador es la captación de la benevolencia; es, sin dudas, un hecho de lengua. Pero hoy tenemos una idea demasiado pobre de la escritura literaria. La literatura es más que la ficción. No es suficiente escribir ficciones para ser un escritor. A menudo se confunde literatura y ficción.
–¿Por qué se produce esa confusión?
–Sería necesario tener una aproximación histórica y no puedo hacerla. Pero esta confusión puede ser una expresión de la sociedad de consumo, porque un libro que tiene interés es un libro que se vende. En Francia es evidente: cuando un libro tiene éxito, el número de ejemplares vendidos aparece como una razón del libro. No hay que leer el libro porque represente algún tipo de interés concreto, sino porque los otros lo han leído. La sociedad de consumo introduce, por intereses propios, esta confusión, sugiriendo que sólo la ficción es literatura. Lo que no es cierto. Cuando pensamos en la literatura del siglo XIX, hay mucha información en las obras de los novelistas, como en Balzac.
–Cuenta que Casablanca fue su primera experiencia del tiempo inducida por una obra de ficción; que esa película le impuso el sentido del pasado y el gusto del futuro. ¿Qué libro le generó un efecto similar?
–Este efecto me produce la lectura de cualquier libro del siglo XIX hasta Proust. Pero lo curioso es que tengo falsos recuerdos de lectura. Tengo el recuerdo de pasajes de La cartuja de Parma, de Stendhal, que no existen. Al borde de una carretera Fabrizio discute con Gina; es una escena muy poética, pero no está en la novela (risas). También Proust, que habla de la memoria en En busca del tiempo perdido. Hay una riqueza de las pequeñas escenas proustianas que no se olvidan nunca. O que se olvidan para poder redescubrirlas. Proust es un autor interesante para los etnólogos, porque nos proporciona reflexiones sobre la permanencia y la transmisión que son intuiciones profundas que pertenecen a la humanidad.
–Resulta curioso que diga que para el cineasta la dificultad de construir un relato es mayor que para el novelista. Muchos novelistas podrían polemizar con usted y plantear lo contrario: que el cineasta resuelve con una o dos imágenes lo que al escritor le puede llevar varias páginas.
–(Cabecea y piensa.) Lo que me llama la atención del cine es su capacidad para descartar lo banal. Un ejemplo muy simple es que el cineasta puede ignorar todos los tiempos muertos de la vida que no le interesan, puede jugar con el tiempo. Es cierto que el novelista también... y diría que ambos tienen la misma dificultad: el tiempo largo. Hay películas que son más largas porque el cineasta lo necesita; si está narrando la vida de una persona, tiene necesidad de una duración mayor cuando se evocan recuerdos. Percibimos el tiempo pasado a través del presente de la película; pero una película también es una escritura, un guión. Una dificultad que comparten el cine y la literatura es hacer sentir el paso del tiempo.
El eco zigzagueante de una extraña musiquita se aproxima. Se multiplica y molesta como un zumbido que distrae los pensamientos del antropólogo. Arruga el entrecejo y se palpa los bolsillos de un saco que le queda un tanto holgado. “Es mi celular”, avisa mientras trata de encontrar ese “trozo de presente” que le arrimará otro presente que dejó atrás por unos días, y pide disculpas porque “puede ser de Francia”. En unos segundos regresa a este presente, el de la entrevista. “La aceleración del tiempo se percibe cuando se tiene cierta edad. Me siento una suerte de personaje histórico. Cuando hablo de mi generación, digo que soy uno de los últimos que ha tomado el tren porque tengo una computadora hace cinco años. No soy un genio, apenas puedo escribir y comunicarme, pero tengo amigos que no se han subido al tren”, bromea. Guarda silencio unos instantes como si intentara encontrar las palabras adecuadas. “Tenemos dificultades para imaginar el futuro. La paradoja es que la ciencia avanza muy rápidamente y no sabemos cuáles van a ser los conocimientos dentro de 30 años, no los podemos imaginar. Hay un efecto de extenuación del futuro. Sé que hay una ‘literatura de anticipación’, pero lo que puede anticipar, lo que puede observar, cambia tan rápido que es muy difícil imaginar las consecuencias, salvo de manera completamente fantástica. En las películas de ciencia ficción se imaginaba a partir del pasado. Pero el pasado no nos interesa más, ahora vivimos en el presente. En esta paradoja de no saber utilizar el tiempo, no podemos conjugar el pasado y el futuro.”
–En El metro revisitado plantea que escribir un libro es una experiencia de muerte, como el amor en Proust; que un libro una vez publicado sigue el camino que le imponen los lectores. ¿Los ensayos de Los no lugares es el libro que más escapó de su control?
–Sí, la expresión no-lugares ha tenido cierta fortuna, pero hay lectores que le han dado un sentido que yo no había pensado. No sé qué pasó con los no lugares... He utilizado una palabra que correspondía a un síntoma y que ha servido para razones diversas, incluso en disciplinas distintas como el urbanismo, la arquitectura, el arte y la literatura. Claro que hay relaciones que se podían establecer, cómo negarlo. Pero es un término que se ha escapado totalmente de mis manos (risas).
Las manos del antropólogo de lo cotidiano, del último hombre que se subió al tren de la tecnología, quedan flotando en el aire. Como un recuerdo que llega de lejos.



La ficha


Marc Augé nació en Poitiers, ciudad del centro de Francia, en 1935. Su objeto de interés va del universo pagano de Africa –las prácticas de brujería, los profetas sanadores y los fetiches, en Costa de Marfil y Togo– a la observación y el estudio de las sociedades occidentales, los mundos contemporáneos, la “sobremodernidad” y los no lugares. Es profesor de antropología y etnología de la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París y director de investigación del CNRS. Ha trabajado en Africa y en Latinoamérica y es autor de numerosas obras, entre otras Los no lugares, espacios del anonimato, Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, El tiempo en ruinas, Ficciones de fin de siglo, La guerra de los sueños, Travesía por los jardines de Luxemburgo y El viajero subterráneo: un etnólogo en el metro, entre otros.



Los gitanos y la xenofobia

¿Qué opina sobre la expulsión de los gitanos que está llevando a cabo Sarkozy?
–Creo que es una peripecia de la vida política interna. Sarkozy está intentando no perder las elecciones y quiere recuperar ciertos votos de la extrema derecha. No le quiero dar demasiada significación porque dentro de un año o dos no hablaremos más del tema. Los expulsados podrán retornar a Francia; no es posible impedir que vuelvan porque hay libre circulación en la zona europea. La Comisión Europea conoce este problema; tiene dinero para organizar los lugares de recepción para los diversos grupos de gitanos de Rumania y de Bulgaria, pero ese dinero no se utiliza. Las expulsiones hablan de la mediocridad del gobierno.
–A la distancia, la impresión es que no hubo una fuerte reacción de la sociedad francesa para impedir las expulsiones.
–Es una cuestión compleja... En el fondo es un problema económico que empezó a fines de los años ’70 cuando muchos trabajadores no especializados se quedaron sin empleo. Y como parte de este problema está la instalación de los inmigrantes en barrios aislados, sin posibilidad de integrarse culturalmente a través de la escuela y el trabajo. Hay mucha gente sin trabajo que está teniendo una vida muy difícil; no es la primera vez en la historia que vemos una parte de la población simpatizando con la extrema derecha debido a su precaria situación. Pero también hay mucha gente integrada. No creo que haya un problema de racismo en la sociedad francesa. Sí hay más xenofobia que racismo.



Reproducción de la ignorancia


Usted advierte la alianza entre juventud, pobreza y modernidad en el metro de París. ¿Qué consecuencias tiene esa alianza en el espacio público?
–La fuerza de la república era el sistema de educación. La III República se levantó a partir de la escuela y de la movilidad social. Ahora hay un problema general de reproducción de la ignorancia. El sistema educativo no es suficiente para formar a los jóvenes y reproduce las desigualdades. En este sentido, estamos a imagen del mundo. Si el mundo se desarrolla tal como se está desarrollando, no vamos hacia una democracia generalizada, sino hacia una oligarquía planetaria con una elite, los consumidores y los excluidos del conocimiento, de la riqueza y de la educación. Si no se hace un esfuerzo enorme, tendremos cosas terribles.


*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/17-19142-2010-09-01.html








La mujer que yo quiero*



se juega entera,
día a día; noche a noche, así se entrega.
De vientos fuertes está hecha.
De lunas suaves, de río fresco.
Como campana de escuela es su risa:
alegre y argentina, dos veces argentina.
Hecha de mañanas frescas,
y de siestas.
De vino rojo es su abrazo,
que me embriaga y eleva.
Garra y coraje, pasión y locura.
Boca tempestuosa,
lengua atrevida.
La mujer que yo quiero ama sin vueltas.
Me envuelve en sus besos,
me demuele, me derrite.
Entre sus sábanas me fundo,
me excito, me derramo, me enervo,
me disuelvo, me yergo, me muero
y resucito.



*De Udi. udi.cuatro.catorce@gmail.com
Rosario, agosto de 2010





*


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