domingo, septiembre 05, 2010

EN OTRA PARTE...



ILUSTRACIÓN: WALKALA. http://www.walkala.eu/


FRATERNO*



¿Dos tablas
dos clavos
y un martillo
para tu cruz?

No tengo.

¿Un herrero?
No tienes con qué pagarlo.


Pero
no te preocupes:
compartiré la mía.


*De Miguel Crispin Sotomayor. arcomar@cubarte.cult.cu




EN OTRA PARTE...




EL CORREDOR DE BIENES RAÍCES*



A Mario Lázaro Quiroga
por su cumpleaños.


¿Quién es y qué es esta criatura que sale de la soledad, se acerca a gentes extrañas y asumiendo la voz y la cara del recuerdo se queda al fin entre nosotros, aceptada y feliz?
El Marciano
Ray Bradbury



Estaba apoyada en la baranda, saboreando un zumo de naranja, cuando lo vio acercarse. Su sonrisa no logró convencerla, ella no se dejaba timar por los vendedores ambulantes; pero como éste le recordaba a su actor favorito, decidió escucharlo para alegrar la vista al tiempo que deleitaba el paladar.

Se hallaba preparada para todo, menos para esto, ¡nada menos que venía a proponerle la compra de un terreno en Marte! No saben qué inventar, pensó mientras le dejaba abrir el portafolio y extraer modelos de contratos, fotos de paisajes marcianos, hablar de las bondades de la nueva colonia que pronto se establecería, rodeada de comodidades, sin impuestos, con cláusulas de protección ciudadana, a cambio de una pequeña inversión: Lo que se perseguía era poblar el planeta, no la obtención de beneficios...

- ¿Y me va a decir que tengo que tragarme su cuento? – le dijo antes de cerrarle la puerta en las narices.

Esa misma tarde vinieron a verla dos de sus vecinas, solteronas como ella, pero que aún no aceptaban su condición con el debido decoro.

- ¿Firmaste el contrato del corredor de bienes raíces? – le dijeron, alborotadas como gallinas en celo.
- ¡No me van a decir que se dejaron convencer de tamaño disparate! ¿Un terreno en Marte?
- Terreno solo no – aclaró la de la casa de la derecha -, por un poco más de efectivo, nos garantizó la construcción de un chalet, elegimos el modelo de uno de sus catálogos, ¡jacuzzi, piscina e invernadero!
- Además, ¿no viste que se parece a Jack Nicholson? – dijo la de la casa de la izquierda, entornando los ojos.
- ¡Ustedes sí están orates! – exclamó, dando por zanjada la cuestión – Dejarse embaucar por un papanatas, todo porque tiene las cejas como Nicholson... ¡Esto es el colmo!

No hubo manera de reanudar las partidas de canasta con sus vecinas... A partir de ese aciago día, todo era hablar de las ventajas de la colonia marciana, aquello parecía un cuento de Bradbury. Optó por ir a pasar unas vacaciones en casa de su hermana, lo suficiente para que se aplacaran los ánimos, las histerias, las vecinas en celo y, sobre todo, que se descubriera la estafa.

Regresó un sábado, dos meses después, justo a tiempo de ver a sus vecinas subir a la lujosa nave espacial, mientras dos azafatas verdes, de enormes ojos sin pestañas, le hacían guiños al corredor de bienes raíces, que entornaba sus cejas estilo Nicholson desde la ventanilla del piso más alto.



*de Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.






En viaje*



Antonio Dal Masetto vuelve a la novela con una historia tan tenue como firme en sus convicciones narrativas. Relato de un viaje sentimental, de una nostalgia y rabia contenidas, La culpa logra enhebrar con maestría el destino individual y el colectivo. En los años ’90, en el sur de Brasil, alguien repite y recuerda el mismo viaje que realizó en los ’70, en otro mundo y con otra gente. En esta entrevista, Dal Masetto evoca los orígenes de la novela, explica por qué suele haber tanto alcohol en sus libros y por qué cuando era chico, las monjas del colegio le decían “el pequeño Giotto”.



*Por Angel Berlanga



En el mismo puente, en el cruce de una frontera, diecisiete años después. En viaje a dedo por la ruta de entonces, para intentar reproducir sensaciones, rumbo a aquel pueblo del sur de Brasil, junto al Atlántico. Hacia la mole compacta y oscura de un morro acantilado contra el océano. En busca de rearmar una escena: “Lucía detenida al filo de la escollera –-escribe Antonio Dal Masetto–, alta en la claridad, y abajo el mar y luego más mar y allá lejos todavía el mar. Era la misma mujer que andaba con él por los caminos, con la que compartía la mesa y la cama, con la que a veces discutía, pero que ahí se había transformado. Integraba la luz, era una sola cosa con la gran extensión del agua y el cielo y el silencio”.
Así la esboza César, el pintor que protagoniza La culpa, una novela en la que Dal Masetto contornea lo inaprensible: el paso del tiempo, la razón de existir, el sentido de las relaciones con los otros, lo colectivo y la soledad, lo encantador y lo horroroso en perspectiva, en las marcas del recuerdo. “Yo creo que él, en realidad, no sabe qué es lo que va a buscar –dice Dal Masetto en su departamento, Junín y Las Heras–. Pero busca rescatar, vaya a saber con qué intenciones, esa imagen de belleza perdida. Como si pudiera recuperar algo de vida en eso.”
Desde el presente de la narración, situada a comienzos de los ’90, César evoca aquel viaje de once meses por Brasil a mediados de los ’70, cuando él tenía 35 y ella 18. Dal Masetto entrelaza con maestría las historias del pasado de su personaje con las que va viviendo en su regreso y su estadía en aquel sitio, en la búsqueda de la huella tan invisible como indeleble de Lucía, en los cruces con los brasileños que va conociendo: el hacendado prepotente que lo acerca un tramo del camino y pretende aleccionarlo con el verticalismo y el orden que rige una colmena; el panadero con el que se junta a beber y charlar; el librero que le enseña su relato sobre el silencio; el muchachito híper activo que le propone hermanarse y lo invita a la ceremonia de Yemanyá. Aquella vez, a poco de volver a Buenos Aires, se habían separado: seguían pasándola bien, pero la complicidad había quedado atrás.
“Además del placer de estar con Lucía –se lee casi al comienzo de La culpa–, él disfrutaba de esa vida vagabunda, le gustaba andar, no tener metas ni obligaciones. ¿Pero ella? Lucía era diferente. Tenía objetivos precisos, le preocupaban la gente y sus problemas. Su interés por aquel viaje era ver con sus propios ojos qué sucedía en otras partes de Latinoamérica, la realidad social de esos países. Lucía se enardecía cuando abordaba el tema de las injusticias sociales, los millones de explotados, los niños que morían por falta de alimentos y atención médica. Lucía estaba siempre como a punto de entrar en combate. Quería cambiar el mundo. Eso quería. Eso había que hacer.” César la escuchaba en silencio. “Y luego, al fervor de su discurso, contestaba con alguna breve frase escéptica, a veces con una sola palabra, un gesto –escribe Dal Masetto–. Ignoraba a qué se debía esa actitud suya. Se lo preguntaba cada vez que sucedía. Sus respuestas, sus insinuaciones de dudas –totalmente carentes de sentido– indignaban a Lucía. Explotaba. Lo apuntaba con un dedo: ‘Vos pertenecés a una generación vencida, sos un viejo, sos un fracasado’.”
Un año después de la separación supo que había sido secuestrada. “Desde entonces él se repetía que de haberse esforzado podía haber evitado que se fuera, haber encontrado argumentos para retenerla”, escribe Dal Masetto. El curso de las cosas podría haber resultado diferente, piensa César. “No podía dejar de pensar en eso –se lee–. Se torturaba con eso.”



EN OTRA PARTE

Como en algunos otros libros tuyos, se narra un regreso a un sitio en el que se pasó un tiempo, en el que se tuvieron experiencias vitales. El caso de Agata, en La tierra incomparable, por ejemplo. Aunque éste tiene distintas características.
–Sí, Agata vuelve a un mundo de nostalgia. Tienen algo en común: todos los regresos, en general, se pagan caros. Porque resultan siempre un fracaso, uno va a buscar algo que ya no existe, sabiendo que no lo va a encontrar, pero de todos modos con una secreta esperanza. O tal vez ni eso: es como un acto casi desesperado que busca aferrar algo que el tiempo inevitablemente destruyó, anuló. O tal vez el tiempo no haya anulado nada, sino que pasó y uno cambió. Y por lo tanto nunca volverá a ver las cosas como las vio, o como cree que las vio en el recuerdo, porque también el recuerdo se va transformando, con el tiempo. Agata vuelve a un mundo perdido y esto, más bien, me impresiona como una vuelta para intentar exorcizar algo, algo así como la muerte, aunque no con tanta precisión. Este hombre va a un lugar en el que estuvo con alguien que fue desaparecido, una mujer que aparentemente amó; ahí pasó un momento que recuerda como perfecto, ideal, así lo llama: una tarde entera sobre una roca.
“Y también va a saldar una culpa, la que arrastra por no haber conseguido conservar, de alguna manera, aquello –bifurca Dal Masetto–. Pero éste es otro tema, el que da título al libro. La culpa suya y la general, la colectiva. Porque más allá de las anécdotas que contiene, la novela apunta a ese lento deslizamiento hacia ese lugar final. Lo que intenta contar es, primero, su toma de conciencia al cruzar una frontera y mirar al propio país, sus recuerdos, lo que ha vivido en una ciudad que es ésta. Y lo que reaparece más fuerte es lo que tiene que ver con el horror, los crímenes. Está el sentimiento, entonces, del protagonista, de que un país en el que han pasado las cosas que han pasado, es un país manchado, sucio. Inevitablemente, por lo tanto, es un país culpable. No porque todos sus habitantes hayan participado, tal vez participó una mínima minoría de los horrores, pero igual la mancha está, como si el aire se hubiera contaminado. Es como una peste. Creo que él lo dice textualmente, que se mete en las casas, en el sueño de la gente. Está, existe, aunque las personas no se den cuenta.”
Hace unos meses, cuenta, vino a entrevistarlo una periodista joven, de una revista alemana (varios libros de Dal Masetto han sido traducidos y publicados en Alemania). “Y luego, conversando, ella me decía una cosa que me llamó la atención, que tal vez tenga que ver con la culpa colectiva; en la escuela, en lo que supongo la secundaria de acá, y por su edad hace no mucho tiempo, la profesora les decía a sus alumnos que ellos debían sentir vergüenza de su país. Me pareció muy fuerte ese mensaje, ese tipo de enseñanza. Eso no quitaba, en la intención de esa profesora, que además no amaran su país. Pero era un país culpable, que tenía una historia horrible, y por lo tanto debería avergonzarlos. Que era una forma de decir ‘tomen conciencia’; lo que nosotros, de una manera más liviana, decimos con ‘no perder la memoria’.”
¿Por qué a Brasil? ¿Viste ahí algún contraste de idiosincrasia?
–Una novela se construye de muchas maneras. Puede aparecer una idea general, en este caso la culpa. Y alguien que va a buscar algo, aunque no sepa qué encontrará. La imaginación, lo que se te va ocurriendo, acude a aportar material, pero también tiene mucho peso tu propia experiencia real. Hace años hice un viaje a Brasil, con una persona que tenía 15 años menos que yo, una niña de 18, que obviamente no fue secuestrada ni desaparecida. Pero digamos que ciertos elementos de ese viaje servían como referencia, al menos en cuanto a paisajes, personalidad del protagonista. Mezclando, ¿no? Y también ciertos personajes que uno va conociendo sobre el camino, de los cuales tiene memoria, o de los que incluso tomó notas. Todo eso se junta, se mezcla, y bueno: es como hacer una sopa. Uno va seleccionando y tomando lo que por intuición sirve para seguir por ese caminito. Al margen de que Brasil es un país que me gusta mucho, creo que aparece por esa razón: el tránsito ralentado del personaje hacia su destino final, en ese pueblo que tenía muy claro en la cabeza, con personajes que por su forma de ser, brasileños, distantes de esta realidad, aportaban sus valores y también sus culpas a la historia que quería contar.
Dice Dal Masetto que todos sus libros, en el fondo, entremezclando la historia propia y la historia general, apuntan a dar testimonio de lo que ha visto y vivido. “Tu pequeña impronta –dice–. Acá puse el pie, esto es lo que modestamente puedo aportar a quien le interese. Como sacar una fotografía. Y si es posible, dar una opinión, una opinión velada. Porque uno cuando escribe una novela no piensa en opinar, piensa en representar, en exponer, en poner de manifiesto. Y después el lector, si es que hay, que saque sus conclusiones.”
César tenía, a mediados de los ’70, tu misma edad por entonces. Y aparece como escéptico respecto de la pasión de Lucía por la política, el compromiso. ¿Cuál era tu percepción por aquellos años?
–En el libro aparece claro, porque está visto en perspectiva, pero mientras uno lo estaba viviendo no tenía esa posibilidad de claridad. Compartía cosas, pensaba, discutía, si tenía oportunidad de hablar con gente más joven, pero me parece que había bastante confusión, incluso mucha desinformación. En cuanto al personaje, yo creo que él comparte absolutamente el aspecto ideológico de esta jovencita, pero hay algo que lo irrita. Creo que además del análisis que pueda merecer desde lo político o lo social, hay también una especie de celos respecto de esta otra cosa tan pasional, que lo aparta. Como una competencia: con esta proyección de esperanza, de futuro, y en última instancia de Vida, vida con mayúsculas, ella está más involucrada con el futuro que con él. Son situaciones ambiguas, de todos modos, que no es fácil definirlas.



VINO A DISCRECION

Desde hace seis o siete años Dal Masetto pasaba, para evitarse los inviernos aquí, unos cuantos meses en Mallorca, donde viven su hija y su nieto: “Como todos los niños a esa edad, es una luz, y uno tiene ganas de verlo y demás –dice, y aclara que este año se tuvo que quedar–. Cada vez que he ido llevé un borrador de algo y me he vuelto con un paquete potable, que luego, ya de regreso, termino de limpiar. Aquello es un lugar muy tranquilo, que me resultó útil para trabajar con bastante intensidad; los comienzos y los finales los hago acá, pero fueron varios los libros que tomaron el grueso de su forma allá. Es un lugar al que espero seguir yendo”. Más difícil parece que vaya a ir a Alemania, donde lo invitaron varias veces a dar charlas: “No me gustan mucho esas cosas oficiales –dice–. A la mesa redonda digo directamente que no. En alguna oportunidad acepté ir al interior (donde la gente es muy amable), siempre que alguien se siente al lado mío y me haga una suerte de entrevista, o a conversar con el público, que la cosa se deslice como una charla de café, nada solemne. También he ido, con mucho gusto, a alguna escuela secundaria para adultos. Y en cuanto a la presentación de los libros, los nuevos que salen... Al comienzo hice un par, y la verdad es que me parece bastante inútil. Van unos amigos, algunos invitados de la editorial, se toman unos vinos, y ahí se acaba la historia. Y bueno, fundamentalmente, no me gustan”.
A propósito de los vinos: se toma mucho en tus novelas.
–Bastante, sí. Lo que pasa es que mi generación, los que teníamos veinte en los ’60, tomábamos todos, o casi. Nos reuníamos para tomar. No había droga: ésa es la parte saludable del tema. Y lo otro, no tan saludable, es que a los veinte o los treinta el alcohol todavía no te mina demasiado el organismo. Y producía momentos agradables. Me ha quedado esa marca, que es como de origen, como una vacuna. Siempre me gustó tomar; al principio tomaba bastante, sin exagerar. Pero en las reuniones con amigos, uno decía encontrémonos a tomar un café, pero nunca era un café, siempre era un vino. Con el tiempo uno se da cuenta de que es destructivo y lentamente empieza a sentir las consecuencias de ese veneno, si se exagera. Lo que ha aparecido en mis últimos libros, por lo menos en éste, en alguno anterior y también en el próximo, es la lucha del personaje contra el alcohol, la conciencia de que si da un paso queda enganchado.
Cita en el lago Maggiore: así, supone, se llamará el próximo libro. “Es un tercer regreso al pueblo –Trani en la ficción, Intra en la realidad–, pero ahora es la nieta de Agata la que va, en compañía de su padre, el hijo de Agata... Que, bueno, entre paréntesis, vendría a ser yo”, se ríe, Dal Masetto, como quien nota que se le acabaron los escondites. “Y también aparece ese tema, sobre todo frente a la hija –sigue–. Este hombre no quiere tomar una gota, y entonces hay una lucha permanente. Porque en este regreso, que también tiene sus conflictos, como dijimos hace un rato, hay momentos paradisíacos y él se siente tentado a tomarse una copa frente a una puesta de sol, a relajarse, y sabe a la vez que eso es falso, que es una tentación diabólica, si uno creyera en el diablo.”
Algo latente, y pinta al alcohol, y se pone a funcionar. Como un WD40 para los engranajes cerebrales. Es falso, se podría destrabar de otros modos, pero...
–Sí, una comunicación rápida y espontánea. Esto es lo que ocurre, la gente se suelta con el alcohol. En principio es así. La comunicación entre el protagonista de La culpa y el panadero se vuelve mucho más fluida cuando empiezan a compartir las botellas de cerveza. Siempre estuvo eso: la segunda novela que publiqué, Fuego a discreción, está llena de alcohol. Tiene que ver con los ’70, también, y no habla textualmente de la dictadura, pero sí de una ciudad aplastada por el clima de opresión, los personajes deambulan como perdidos, tomando mucho. Al tal punto que un amigo del pueblo en el que viví cuando era adolescente, Salto, se tomó el trabajo de anotar, aparte, cuántos litros se tomaba en cada encuentro; hizo la suma y al final, un día, me lo encontré y me dice: “¡Bah! Al final no eran tantos...”.
El personaje del panadero cuenta una historia que contaba Soriano: la gata que entra por la ventana y tiene cría en su cama.
–Sí, no sé si lo contó Soriano o lo conté yo sobre él. Hay una referencia velada a Osvaldo: le pasó exactamente eso, cuando vivía en La Boca. Y él, respetuoso de los gatos, de su magia y su supuesto poder, los dejó ahí hasta que se fueron. En ese panadero se fusionan ciertos personajes de una generación que conocí, algo mayor que yo, que también se reflejó en personajes como Osvaldo, con cierta actitud hacia la vida, una ética.
¿Estuvo desde el comienzo, como intención, la búsqueda de lo inaprensible? Porque así como parece difusa la culpa y el sentido del retorno, el protagonista cavila sobre sensaciones que quiso o querría volcar a una pintura. En un momento, por citar una situación concreta, él recuerda que ella escribía sus consignas en los muebles, en las caras menos visibles, y se pone a buscarlas.
–Sí, es verdad. Pero eso, seguramente, también tiene que ver con cierta impotencia personal que está trasladada al libro y al personaje al tomar conciencia, al perder seguridad frente al misterio de la vida. Uno, a veces, pensó que podría hacerle frente, embestirlo, o por lo menos... no descifrarlo pero bancársela. Y poco a poco vas tomando conciencia de que el misterio está ahí, que te rodea, que es un don percibirlo, pero que también es absolutamente infranqueable, la barrera que te separa de algo que no se sabe qué es. Y me parece que uno vuelca eso, en esta historia o en cualquiera. Esto de él como pintor, tratando de captar sensaciones inapresables, de lograr físicamente representarlas en una tela, creo que tiene que ver un poco con eso y también con cosas personales. Volvemos a lo mismo: la pintura es una deuda pendiente en mi vida. Una deuda no, un fracaso: yo quería ser pintor. Cuando vine a Buenos Aires, 17 o 18 años, me instalé con la intención de encontrar un maestro, entre comillas, que me encaminara por la senda de las artes plásticas. Pero bueno, mis condiciones de vida de ese momento me imposibilitaron todo acercamiento: carecía de tiempo, espacio, dinero. No es lo mismo escribir, que te las arreglás con un cuaderno y una birome. Había que comprar telas, colores... Bueno, ésta podría ser una excusa para decir que no lo logré. Y la otra es que quizá no tenía condiciones.
No sabía que tu idea inicial era ser pintor.
–En Salto iba a la pinturería a comprar pinceles, hacía cuadritos, unos paisajitos. Pero no tenía dónde aprender. Todo esto lo cuento en el próximo libro, ese que te dije: el padre habla con la hija y le cuenta de ese afán suyo de convertirse en pintor. Porque además yo iba a un colegio de monjas, cuando era chico, en Italia, hasta los doce años, cuando vinimos para América. Y las monjas me habían convencido de que yo iba a ser un gran pintor: me decían el pequeño Giotto. Dibujaría bien en los cuadernos del colegio. Pero además, como mis padres tenían un pedazo de tierra, dos o tres ovejas, una cabra, y el encargado de salir a pastarlas por la orilla del río y la colina era yo, encontraron un parecido con la historia de Giotto, que también era de una familia de pastores y fue descubierto por un famoso pintor que pasaba por ahí y lo vio dibujando sus ovejas con un pedazo de carbón, o de tiza, vaya a saber, sobre una roca. Yo creo que las monjas relacionaron, dijeron “éste dibuja bien y sale a pastar ovejas: se tiene que convertir en Giotto” (se ríe). Tanta coincidencia no podía ser gratis. Y me convencieron.




Nostalgia de qué*



*Por Luciana De Mello



En una de esas charlas de bar donde los amigos pueden iluminar una verdad para siempre, Dal Masetto se apena por no haber escrito poesía más allá de la adolescencia y entonces, Briante, luego de un silencio reflexivo, le contesta: “Finalmente la prosa no es más que nostalgia de poesía”. Cinco años más tarde, evocando esa charla, Dal Masetto se pregunta: “Y la poesía, ¿nostalgia de qué es?”. Briante ya no está para pedir otra vuelta y seguir charlando, pero acaso sea esta vez su propia ausencia la que ilumine una posible respuesta.
¿La poesía nostalgia de qué es? Quizá, nostalgia del instante, el haiku que busca explotar ese lenguaje del silencio, ese silencio de Briante antes de pronunciar su respuesta. La poesía quizá sea el género que mejor comulga con esa dimensión inaprehensible del silencio, porque para ser, debe alimentarse de él. La charla con Briante sobre la poesía vuelve a iluminarlo todo, porque para hablar de la última novela de un autor del tamaño de Dal Masetto es inevitable volver sobre sus propias preguntas.
Así como en Siete de oro –su primera novela–, Siempre es difícil volver a casa, La tierra incomparable, Oscuramente fuerte es la vida y muchos otros relatos de Dal Masetto, el protagonista de La culpa también es un personaje en tránsito. César está viajando a Brasil y las primeras páginas de la novela lo encuentran cruzando a pie ese puente que separa una tierra de la otra. El motivo del viaje es revivir otro viaje anterior donde iba acompañado por Lucía, su pareja, a casi diecisiete años de su secuestro y desaparición. En esa ruta al pasado César recreará a Lucía en su memoria y se encontrará con personajes locales que lo ayudarán a ir descifrando el verdadero motivo que guía su viaje. César no es un turista, mira esa tierra de playas y morros, y entre la vegetación exuberante puede ver toda la violencia que amenaza allí contenida. Cada vida que habita ese paraje costero guarda un secreto que en ningún momento se hará explícito. Hay relatos, como el de la historia del pan, que se evocan todo el tiempo pero jamás serán narrados completos. Hay un librero que escribe un libro sobre la imposibilidad de decir, o la culpa de haber callado, que sería la otra cara del silencio y de lo que también trata esta novela. La culpa está presente en cada uno de los personajes de Dal Masetto, mirada entonces desde diferentes prespectivas. El silencio cala directamente en la llaga de la complicidad civil frente a la dictadura y en este sentido no es inocente la elección del paisaje de esta novela; en Brasil las atrocidades de esos años jamás fueron revisadas de manera colectiva. En la novela, cada personaje tiene algo que contar, hay potencia narrativa en cada uno de ellos y, sin embargo, lo que queda es el sabor de lo no dicho, las preguntas irreformulables, las respuestas imposibles. En ese pueblo sus habitantes perciben la violencia como parte de la vida donde el pasado queda atrás sin más. Sólo César intuye en el vuelo raso de los pájaros alguna señal de mal agüero, el forastero argentino trae pegados a sus espaldas los ojos del horror.
Tanto al comienzo como al final de La culpa, César camina sintiendo que lo que está dejando atrás lo acecha a sus espaldas, entonces se vuelve para corroborar que aunque todo ese dolor que trae sigue allí, él puede oponerle su mirada. En esta imagen se cierra el gesto del propio Dal Masetto, quien se sentó a escribir su silencio más personal, la historia de la emigración de su familia, luego de que hubieran pasado casi cuarenta años de su llegada a la Argentina.
Hay otras preguntas engendrando sus próximos textos y su escritura entonces cambia, se acerca más a esa nostalgia de poesía. En El padre y otras historias cuenta las caminatas en silencio con su padre, la tapa de Piratas, fantasmas y dinosaurios que él encontró para Soriano entre sus libros de Salgari traídos desde Italia, las charlas de café con Briante. ¿De qué está hecha la culpa?, se pregunta César al comienzo de la novela, como Dal Masetto se pregunta en el último relato de El padre y otras historias: “¿Se acumula en alguna parte todo este dolor?”. No hay sólo una respuesta posible, y no hay posibilidad de nombrarlas a todas. El cierre a una charla de café con un amigo del tamaño de su ausencia quizás sea el mismo que aparece en un exilio, en una desaparición de muerte, en la escritura de un libro. Así, Dal Masetto sigue conversando con amigos, prologa El buen dolor, de Guillermo Saccomanno, y retoma su idea de que uno escribe buscando explicaciones pero sólo encuentra incógnitas. Entonces el final sea acaso un interrogante más que nos lleva a seguir escribiendo para dar con “la palabra que se levante sobre sí misma, y, en el punto más alto de su lucidez y desesperación e indignación y belleza, grita que sí, que de alguna manera alcanza, que existe todavía un camino que permite aceptar el desafío contra el dolor y las miserias humanas”.



*Fuente : http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-3971-2010-09-05.html












Las Dos*







Madre, no me enseñaste nunca a ordenar mis pedazos

Paulina Vinderman







Una mujer derivándose río.



En Buda otra mujer rescata una muñeca



ni muerta, ni virgen como las que languidecen en las salas.



Una muñeca que resuena de bordados y flores



con el arte de los vendedores de colectivos.



En Pest, abierta hemorragia en la ventana del río



gotea flujo cerebral, insocorridas imágenes escoltada de peces .



Se encontraran o no.



Una tapándose el ojo violado de palabras.



La otra subiendo nubosa-selva-tren



con su muñeca como si estuviera por venir



buscando los quetzales y los jugos que la otra arroja en la orilla de la cita.



Se encontrarán o no



única cabellera que salta, la cárcel de ceniza.







*De Cristina Villanueva. libera@arnet.com.ar















La escritura diminuta del mundo diminuto*








*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com








DIASPORA




Sacar la realidad del lugar de la realidad. La palabra del lugar de la palabra. El sexo del lugar del sexo. El género del lugar del género. Y ponerlos en el territorio imperceptible. Colocarlos en el escalafón de la leche materna. Milagro que no existe hasta que no bebemos. Colocar todo bien lejos, para empezar a ver algo más de lo que creemos. Sütra escritura. Käma Sütra sensorial. Sütra verbal. Rayos en puntas de pie sobre la diáspora.






MIGRACIONES


A las culonas se les acabaron las palabras. Se comunican como sordomudas con las manos. No guardan más el lugar en sus cosas. Sólo buscan movimiento. ¿A dónde van las partículas con probabilidad de existencia nula? Las culonas son una experiencia de migración del tiempo, del lugar y de otras cosas.
Peregrinan hacia sí mismas bellas hasta la desesperación. ¿Cuánto más harán para desenlazarse?




CUANTICA


Al parecer, cualquier estado físico puede ser expresado por una luminosa secuencia de vectores. ¿Para qué ser poeta? El dominio esencial entre el dios y el diablo sólo lentamente puede averiguarse. Sus magnitudes físicas, inobservables, comienzan a palparse cuando nos enteramos de un accidentado
tejido llamado espacio. La realidad se ha terminado. Su límite es infranqueable. Y las culonas no andan lejos de estas deambulaciones.




BOTELLAS


Lo curioso es que las botellas tomen forma de libro. Ardides de la embriaguez. Queda mucho mejor quedarse dormido con un libro que con una botella. Orión está al pie de las deconstrucciones con su gran nebulosa, con sus dos gatos saltando en el balcón que da a las azaleas. Pero hay algo sorprendente en todo esto: más que plantear la decisiva cuestión de la responsabilidad intelectual de un gato sobre sus lecturas, alguien podría explicar que una y otra embriaguez, la del libro y la de las botellas, irrumpen decisivamente en experiencias levitantes.




BOOM


A Ursula la hizo levitar el boom. A la princesa, no la hizo levitar Darío sino el lobo de otra princesa encabritada. Eros levitó a oscuras en el lecho de Psique. Heisenberg levitó con el orbital atómico en la Universidad de Gotinga, donde antes había levitado Lichtenberg, el viejo coleccionista de tormentas. Tras lo cual, Orión se sacó el cinturón para levitar como un relámpago en el centro del lobo de la princesa culona.






LEVITACIONES


Las culonas levitan al alba. Las culonas levitan sin tiempo ni espacio.
Levitan escondidas en la ternura de la noche, pasmadas, sin ganas de volver a caminar. Levitan con el capullo en la mano. Con el capullo en la boca. Con el capullo abierto. Con el capullo cerrado. Levitan en los ascensores como astronautas. Levitan como recién nacidas en el tracto de una princesa transtextual. Cualquier otro hombre que no fuera princesa, cualquier mujer que no fuera lobo, ¿podría imaginar mutuas y arriesgadas levitaciones? Las culonas como, el universo, no son puntos, sino pequeños hilos vibrando.






MICHAUX


Resulta que la medida siempre acabará perturbando el propio sistema a medir.
Soy el ser que inspira. El ser que tiembla. El ser que Michaux hace levitar con un dedo meñique, aunque el índice rompe la realidad de límites infranqueables y el pulgar insinúa, trepa hasta lo que el mayor restituye como un padre que penetra seis mil láminas de princesa deslumbrante.






LIBRO


Dijo la princesa que los libros están llenos de alimañas. De ahí a su reinado sólo hubo un paso en mi vida. Yo la tomo por el cetro y la acomodo en mi dicha. Cierta noche tomé sus sueños con una pinza para ensueños y los coloqué uno por uno sobre la almohada. La naturaleza del placer es similar a la del libro. El dedo meñique de Michaux nos llevaba hasta el fondo. Lo demás es misterio de princesas y alimañas. El texto diminuto puede conducirnos a la pornografía.






BOLAS


Sin libros embriagados la realidad es desleída. Los astros se chocan entre sí como pastosas bolas de billar. De estos libros embriagados nacen ebrios.
Nacen gatos y poetas. Nacen culonas que se enamoran de poetas. El poeta que golpea la bola del mundo es un experto en embriagadas colisiones. La bola del mundo choca contra otra bola del mismo mundo y con un golpe seco se dispersan en todas direcciones. Ya no se trata de dos bolas de aspecto más o
menos difuminado, sino de una multitud de ellas, todas confusas y vagas.
Dispersión de ondas dicen los libros embriagados y la embriaguez despierta a las culonas.






PELAJE


Decididamente hay una culona aislada que bajo determinadas condiciones de embriaguez llega hasta el balcón de la princesa con nuez de adán, le arranca los tules femeninos y la pone de bruces ante su virilidad. ¿Qué posición ocupa una culona? ¿Qué pelaje textual exhibe? La razón de todo esto es lo
diminuto. El universo diminuto. La escritura diminuta. La muerte diminuta.
El tiempo diminuto en que la princesa transtextual hace el voto masculino y alimenta a la cría con un calostro venido de una literatura proscrita, de un cetro chorreante, de una lectura en complot.




*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-25183-2010-09-04.html














JABALINA*


Segrega
la fístula
encono
Vomita
el boquete
desprecio

Es apresado
el cuerpo
por las arterias
Secciona
el miedo
la rigidez
Vulnera
el balbuceo
la esperanza

Temerosa

del saqueo

gime.




*De Ana Romano. romano.ana2010@gmail.com




*


Inventren Próxima estación: HERRERA VEGAS.



Colaboraciones a inventivasocial@yahoo.com.ar

http://inventren.blogspot.com/

El Inventren sigue su recorrido por las siguientes estaciones:


HORTENSIA.

ORDOQUI. / CORBETT. / SANTOS UNZUÉ.

MOREA. / ORTIZ DE ROSAS. / ARAUJO.

BAUDRIX. / EMITA. / INDACOCHEA.

LA RICA. / SAN SEBASTIÁN. / J.J. ALMEYRA.

INGENIERO WILLIAMS. / GONZÁLEZ RISOS. / PARADA KM 79.

ENRIQUE FYNN. / PLOMER. / KM. 55.

ELÍAS ROMERO. / KM. 38. / MARINOS DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO.

LIBERTAD. / MERLO GÓMEZ. / RAFAEL CASTILLO.

ISIDRO CASANOVA. / JUSTO VILLEGAS. / JOSÉ INGENIEROS.

MARÍA SÁNCHEZ DE MENDEVILLE. / ALDO BONZI. / KM 12.

LA SALADA. / INGENIERO BUDGE. / VILLA FIORITO.

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