lunes, septiembre 13, 2010
LAS PIEDRAS SECRETAS...
*Ilustración de Walkala. http://www.walkala.eu/
EL TAJO EN LA ROCA*
“Sube conmigo, amor americano.
Besa conmigo las piedras secretas”
PABLO NERUDA
Grita la piedra.
Su grito es una gran herida en la montaña.
Tajea el horizonte. Tiñe de sangre.
Los pájaros se esconden y la bestia huye.
Es grito de mujer pariendo un niño muerto.
Sin llanto. Estático. Frío.
¡Ay, no corazón, no!
¡Ay, Virgen de las Rocas, apiádate de mí!
¡Resguárdame de la crueldad del hombre!
El lamento de la piedra desciende hasta los valles.
Cubre las colinas: Serpiente de las cinco estaciones.
Se hace río y mar.
Llega hasta lo más profundo del vientre de la tierra,
Sepulta ciudades y villorrios.
Es agua, aire y fuego al mismo tiempo.
Los Dioses desgarraron mi piel en un oráculo de silex.
Inflexible. Inexorable. Ineludible.
Condenada fui al peor de los exilios,
No obstante he sido fiel a mi especie.
Apasionadamente piedra.
Piedra apasionada. He ahí el pecado.
Es verdad no lo niego:
He sido piedra de Sísifo en el Tártaro.
He sido catapulta. Lápida. Punta de flecha.
Boleadora, Piedra trashumante.
Pero también, he sido página ingrávida.
Donde en mi piel se han escrito siete mil años
del paso del hombre por la tierra.
He sido ánfora, agua del cielo. Sal.
Piedra del sol. Puñal de gemas. Estrella.
Han curado las llagas de su sed:
El cervatillo, el mono, el tigre, la calandria,
el lagarto, el algarrobo sudoroso.
Fui arcilla, barro, arena, canto rodado.
He ido y he vuelto, tumultuosa o serena.
En el Río de Heráclito o en rocío de trébol.
Y amo y lloro y canto.
¿Alguien puede olvidar los sones en el arpa de piedra?
¿Alguien puede desoír el canto de mis hojas en el árbol de tiempo?
Todos pasan. Yo quedo. Distinta, trasformada.
Mi grito es cuna y ataúd.
Camafeo de dioses terrenales.
Todo pasa y todo vuelve a mí.
Grita la piedra. El eco le responde,
Su grito es una gran herida en las montañas.
“Sube conmigo, amor americano.
Besa conmigo las piedras secretas.”
*de Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
PAPALOTE*
Para José Luis Fariñas
Estaba jugando en el parque cuando un airecillo travieso le arrancó el papalote. Era su papalote: no comprado, ni regalado, sino hecho por sus manos, adornado con lazos de papel recortados con la tijera de su abuela, decorado con dibujos de su invención… No, no lo dejaría partir así como así.
Se dedicó a seguirlo por la ciudad. Por increíble que parezca, a nadie le extrañaba ver un niño solo, caminando por las calles y mirando hacia arriba. A veces lo perdía de vista, pero una nube en forma de rombo, el aletear de una mariposa o el vuelo de un ave le daban nuevas pistas. Jamás pasó por su mente preguntar a las personas mayores, solamente miran al cielo para saber si va a llover, no saben nada de bandadas, ni del color de los ocasos… mucho menos iban a fijarse en una pequeña figura de papel coloreado tras una armazón de varitas. Así, sin darse cuenta, llegó a las afueras cuando comenzaba a caer la oscuridad.
Pasó la noche al descampado, sintió frío, pero no lo asustó la soledad, ni la infinidad de sonidos que se repartían entre los árboles y el pasto. Al despertar, para su sorpresa y alegría, vio al papalote moviéndose en el aire, contemplándolo con su carita sonriente. Intentó atraparlo, pero se escurrió hábil entre sus manos, subió y comenzó a volar suavemente, como indicándole que le siguiera. Eso hizo.
El papalote se detuvo junto a un árbol. Un poco temeroso de caer, el niño escaló el tronco. Lo que vio al llegar fue algo inesperado: una cometa china con preciosos dibujos de dragones estaba fabricando un nido… ¡Un nido, como los pájaros!
¿A quién habría pertenecido? ¿De qué manos había volado? Su cola despeinada hablaba de vientos lejanos.
El papalote se acercó, trayendo una ramita, que sumó al nidal en ciernes; se posó en el árbol y a su lado voló la cometita. Fue escuchando su llamado que había escapado de sus manos…
El niño comprendió y descendió lentamente, emprendiendo el camino a la ciudad: Nuestras creaciones dejan de pertenecernos en el momento en que las dotamos de alma y él había puesto tanto amor en su papalote como alguien, en otro rincón del mundo, en crear su cometa.
El papalote apenas notó su partida, continuó en la importante tarea de fabricar su hogar, junto a su compañera, sabiendo los dos que jamás tendrían una nidada que acunar, que no por volar serían aves, que la lluvia acabaría con la magia de sus colores, pero felices pese a todo, como pocas criaturas sobre la faz de la Tierra.
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba.
OCTAVA MORADA*
XVII
Puede culminar mi noche
adormecida en el amanecer
como parida por el día
y con todos los comienzos
entre mis manos.
Así me forjé en mi soledad,
así me esculpí en la roca
que dio fuerza a mi carne.
Así viajé a través del dolor.
No escucharás mi queja,
no percibirás ningún gemido
ni pediré el todo ni la nada.
Seré estatua en silencio
que no derramará demandas.
XV
El juego de los relojes
enreda implacable
el correr de los arroyos
que marca vida y bosquejos
del ser o no ser
en el tiempo.
Inútiles son los gestos
para atrapar intervalos,
como palomas asustadas
huyen al primer movimiento,.
Los minutos se nos filtran
entre las manos carentes
de contener ese lapso
que se esfuma con la vida
y es único signo clave
para registrar el hoy...
*de Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
*
Se hunden las espaldas por los huecos de las Américas, Oriente
o por las sombras enredadas de alguna isla primitiva y sola.
Quedarán tus huellas en las aristas preñadas de crujidos
y en la saliva de los dioses que no están.
Son hijos de la piel de tus manos
porque se escuchan los gemidos de la memoria…
Allí te encontraste
en ese exilio animal donde espera la sangre
en ese vuelo secreto en el que las naciste
en esa puerta cerrada
donde aguarda el picaporte del mundo
para que vean la luz.
…entonces
con los pies de arcilla
con los brazos invisibles
y esos ojos que miran al sol,
parirán al alba
el mejor lugar para no morir.
*de María Manetti. dulcemariam6@hotmail.com
05/09/2010
Amor y capitalismo*
Según la autora de Intimidades congeladas , la organización social capitalista convirtió la actividad económica en el principal motor de la sociedad, pero también situó la vida privada y la búsqueda de la expresión emocional en el centro del proyecto de vida individual
*Por Eva Illouz
Para LA NACION - Jerusalén, 2010
En sus memorias, Casanova relata que cuando le presentan a una dama refinada, una condesa, queda arrobado ante su belleza y encanto. El día después de conocerla, va a visitarla a su casa. Se encuentra en una sala amueblada con "cuatro sillas desvencijadas y una mesa vieja y sucia". Este triste y sorprendente espectáculo no mejora con la aparición de la condesa, pues cuando ésta llega, Casanova queda atónito ante la miseria y la suciedad de las pobres ropas que viste.
Entendiendo la consternación de Casanova, la mujer apela a su compasión y le explica que, aunque de noble linaje, su padre recibe solamente una pequeña remuneración que debe compartir con sus nueve hijos. La reacción inmediata, de la que Casanova no pretende disculparse, merece ser citada: "Yo mismo no era rico y, como ya no estaba enamorado de ella, simplemente exhalé un profundo suspiro y permanecí frío como el hielo".
Casanova, el imprudente aventurero y seductor de un incontable número de mujeres, resulta tener el alma de un contador de sangre helada, pues su amor ardiente se evapora en cuanto descubre la precaria situación económica de la condesa. En sus pensamientos y sensaciones, que Casanova permite que el lector atisbe, el interés económico surge naturalmente a través de los sentimientos. A diferencia de lo que podría pensar un lector moderno, las ideas de Casanova estaban muy lejos de ser inmorales. Por el contrario, en el mundo precapitalista, ser moral implicaba que uno sabía elegir el objeto de su deseo sobre la base de su situación social. En una economía con mercados laborales limitados y una restringida circulación de mercancías, la propiedad y la herencia eran elementos determinantes de la posición social, y las propiedades podían conservarse o aumentarse primordialmente por medio del matrimonio. En el mundo precapitalista, por lo tanto, la conducta en la vida privada estaba supeditada a estrategias, intereses y evaluaciones económicas. En las sociedades no capitalistas o precapitalistas, las decisiones económicas se basaban primordialmente en consideraciones morales (por ejemplo, quién podía trabajar en qué cosa; quién podía dedicarse a actividades bancarias, etc.); de igual modo, las decisiones sentimentales o emocionales estaban siempre matizadas por las consideraciones económicas.
Por su parte, el capitalismo ha sido un gran separador entre los sentimientos y los cálculos económicos. Al sacar la producción económica del entorno hogareño, al conseguir que los individuos fueran menos dependientes de las propiedades heredadas y, al transformar la familia en una unidad emocional -en vez de económica-, el capitalismo fue la primera organización social en considerar el matrimonio por amor un hecho legítimo e incluso encomiable, en afirmar la soberanía de las elecciones emocionales de los individuos, en separar radicalmente los sentimientos de los intereses.
Engels pensaba que en el matrimonio burgués el deseo de preservar o transmitir la propiedad privada era simplemente demasiado fuerte y por lo tanto capaz de superar el amor desinteresado y los sentimientos, pero Engels estaba equivocado, porque en muchos aspectos ha ocurrido lo contrario: como el capitalismo convirtió la economía en una actividad especializada -independiente de la reproducción sexual y del matrimonio-, también convirtió la familia en una unidad no económica, en un invernadero emocional, dentro del cual hombres y mujeres se preocuparían cada vez más por su amor mutuo, su sexualidad, su autodesarrollo individual y sus afectos parentales.
Es cierto que el capitalismo fue responsable de encerrar a hombres y mujeres en esferas genéricas diferentes -relegando a las mujeres a lo que Hannah Arendt ha apodado "el sombrío mundo de lo interior" y lanzando a los hombres al duro y competitivo ruedo del mercado-, pero al convertir el amor romántico en un componente intrínseco del matrimonio burgués también mejoró el estatus de las mujeres, y de hecho erosionó lentamente la supremacía masculina dentro de la familia.
También es cierto que los matrimonios modernos no son tan diferentes de los matrimonios arreglados como a uno le gustaría creer (las estadísticas revelan que con frecuencia acabamos por casarnos con alguien social y económicamente compatible con nosotros). No obstante, la norma del amor ha cambiado de manera importante la forma en que las personas eligen a su cónyuge y también lo que esperan del matrimonio.
Todo esto resulta esencial para entender una de las grandes paradojas del capitalismo y probablemente uno de sus más duraderos elementos de seducción: la organización social capitalista convirtió la actividad económica en el principal motor de la sociedad, pero también situó la vida privada y la búsqueda de la expresión y la satisfacción emocional en el centro del proyecto de vida de cada individuo.
Tomemos como ejemplo el consumo: el consumo se apoya en prácticas despiadadas e invasivas, sin embargo, la gente consume primordialmente para mejorar sus relaciones sociales (se gasta mucho dinero en espléndidas vacaciones, pero sólo para pasar un tiempo memorable con nuestra familia; vamos a restaurantes muy costosos, pero casi siempre para celebrar junto con otros nuestros triunfos y nuestros aniversarios; casi todas las liquidaciones de las fiestas están destinadas a que compremos regalos para nuestros amigos y familiares; y las ropas costosas, los perfumes y el maquillaje que compramos con regularidad son sólo una manera más de impresionar y seducir a los otros, etcétera).
Así, el capitalismo es un centauro sociológico: su cabeza es glotona, brutal, implacable, calculadora, pero su cuerpo anhela relaciones estrechas, intimidad, autenticidad y autorrealización. A diferencia de lo que afirma la doctrina marxista, no creo que las contradicciones del capitalismo sean sus puntos débiles. Por el contrario, esas contradicciones han dado origen a su gran creatividad, su capacidad de seducción y su dinamismo. Mientras que el lugar de trabajo exigía autocontrol, competitividad y una desapasionada racionalidad, siempre quedaba el hogar, aunque sólo fuera como un mito regulador, para ofrecer consuelo, autenticidad e intimidad.
Gran parte de nuestra creatividad cultural del siglo pasado tuvo que ver con el intento de dar sentido y reconciliar las lógicas conflictivas que reinaban en esas dos esferas. La novela, el feminismo y el psicoanálisis son los ejemplos más destacados de formas culturales que trataron de identificar y equilibrar las tensiones entre el individualismo -autocentrado e independiente- y nuestro compromiso con los otros. Pero creo que precisamente ese carácter contradictorio es lo que está desapareciendo. El capitalismo está menos aquejado de conflictos que antes. El sentimiento y el interés, lo privado y lo público ya no están, como durante el apogeo de la hegemonía burguesa, opuestos entre sí, sino que, una vez más, se han fundido perfectamente en los nuevos desarrollos tecnológicos y económicos del capitalismo. Tomemos como ejemplo los nuevos y florecientes sitios de Internet destinados a las relaciones y las citas. La gélida respuesta de Casanova ante la miseria de la condesa palidece en comparación con la intrincada y elaborada especificación de los atributos requeridos de una pareja que permite ahora la tecnología de Internet: las personas que buscan pareja acceden a encontrarse con alguien solamente cuando pertenece a un determinado grupo etario, tiene cierto color de cabello y de ojos, cierto nivel educativo, de salario, cuando ha asistido a una escuela de determinada categoría, tiene el hábito adecuado en lo referido al cigarrillo, determinado nivel de estado físico, etc. O pensemos en el fenómeno de los programas de entrevistas: no sólo resultan significativos porque nunca se le ha conferido tanto valor a la historia de vida de las personas, sino también porque anulan la distinción entre lo público y lo privado, es decir, una de las tensiones fundamentales que dio forma al núcleo de la identidad moderna.
En suma: mientras que el capitalismo había dividido las esferas pública y privada, el interés y el sentimiento, la pasión espontánea y el cálculo desapasionado, la cultura capitalista de hoy funde todos esos elementos, convirtiendo el lenguaje, los valores y la racionalidad del mercado en rasgos hegemónicos y omnívoros.
El capitalismo es incapaz de producir mitos poderosos que puedan consolarnos o elevarnos por encima del mercado, porque la estructura misma de la vida privada se derrumba ante nuestros ojos. Aún queda por ver si de esas cenizas resurgirá un fénix.
© Eva Illouz
[Traducción: Mirta Rosenberg]
*Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1302573
EL BLUES CONTRA EL MAYOR D’ ABUISSON*
There’s some streets in Houston
I stay clear after dark,
‘cause there’s some cat that’ll bump you of
just to hear his pistol bark.
- Juke Boy Bonner-
Vuelve su rostro convulso
mira la imagen
del Sagrado Corazón
con angustia
Pero los muertos
pisan sus talones
cada noche
Se da tres golpes
en el pecho
golpea su cabeza
contra el muro
Mas sus víctimas
no retroceden
y el “buen diosito”
es indiferente
a sus gritos esquizofrénicos
Agarra su revólver
Smith & Wesson
sorbe un trago
de ginebra
suenan tres disparos
y fragmentos
de la sagrada imagen
caen al suelo
*de Daniel Montoly©. danielmontoly@yahoo.es
Todo tiene que ver con todo*
*Por Juan Forn
Esos dos dandies que se cruzan por los Campos de Marte de París son el barón Pierre de Coubertin y el periodista húngaro Theodor Herzl. Uno viene de asistir a la degradación pública del capitán Alfred Dreyfus, el otro de fundar en un banquete el Comité Olímpico Internacional. La familia Coubertin
se honra de tener sangre azul desde 1400. De cada generación ha dado a Francia un hijo para la Iglesia y otro para el ejército. Pero últimamente las cosas se están complicando: un tío sacerdote del joven Pierre que colgó los hábitos por las ideas liberales generó tal batahola en la familia que se quemaron todas sus cartas, se prohibió pronunciar su nombre y, en el día de su cumpleaños, ayunan todos en la casa para expiar los pecados del descarriado. Tampoco el ejército es lo que era: el joven Pierre ha abandonado la academia militar de St. Cyr luego de comprobar con estupor que, en el nuevo ejército francés, es más importante el estudio que el sable o el fusil. No es casualidad que haya tantos judíos entre los aspirantes a oficiales. No es casualidad que uno de ellos haya terminado entregando
secretos de guerra al enemigo. Es ocioso juzgar a Dreyfus por traición a la patria, piensa Coubertin, como muchos de sus compatriotas: los judíos no tienen patria. Eso mismo piensa Theodor Herzl. Recién salido del Ministerio de Guerra donde asistió a la degradación de Dreyfus, Herzl no sólo siente en
la piel el antisemitismo que se respira en el aire, sino que descubre la raíz del problema: los judíos necesitan un país propio (hasta ese momento era un asimilacionista convencido: menos de un año antes, en una audiencia con el Papa en Roma, Herzl le había preguntado a quemarropa si la Iglesia protegería de los antisemitas a los judíos que se bautizaran).
Como Herzl, Coubertin descubrió su quimera fuera de su patria, en su caso en Inglaterra. Coubertin creía, como todos los franceses después de la ignominiosa derrota contra Prusia, que había que templar de nuevo el espíritu de la nación. Pero no a la manera de ese ejército de escritorio en el que Dreyfus había alcanzado el rango de capitán. Tampoco a la manera enfermiza de los liceos franceses, que sometían a los alumnos a una tiranía equivalente de escritorio. En Inglaterra, en cambio, Coubertin había descubierto cómo hacer "una revolución moral sin disturbios, sin sangre, sin jacobinos". Los colleges ingleses eran el modelo: no tanto escritorio y más deporte. El deporte no sólo templaba el cuerpo; también enseñaba el fairplay, y el fairplay era la esencia de la civilización para Coubertin: el valor que habría de templar no sólo a la nueva Francia sino al mundo entero.
En un pueblito perdido de la campiña inglesa, asiste a unos "Juegos de Olimpia" en que los habitantes compiten entre sí remando, corriendo y hasta saltando embolsados o persiguiendo cerdos por una corona de laurel que las doncellas del pueblo arman del arbusto que crece junto al pub local, el lugar donde se entregan etílicamente los premios. Coubertin sólo ve la llama olímpica y los ecos griegos, la idea platónica, digamos: educación a través del deporte, un magno evento, la nueva elite. En su mente nacen los Juegos Olímpicos modernos.
Mientras el ejército juzgaba a Dreyfus en 1894, Coubertin fundaba en el Jockey Club parisino el Comité Olímpico Internacional. Dos años después, por intercesión del príncipe heredero de la corona griega, se celebraban en Atenas las primeras Olimpíadas tal como las conocemos hoy. El discurso
inaugural ("Lo importante es competir") lo pronunció, por supuesto, el Barón, que se llevó toda la gloria y dejó furiosa a la corona griega, que había gastado un dineral acondicionando la ciudad para el evento. El ultrafrancés Charles Maurras, que se halla por casualidad en Atenas durante los Juegos, maldice "a todos esos hombres que se comportan como niños", pero después llega a la satisfecha conclusión de que "en la payasada de Coubertin primará el conflicto étnico por encima de la idea de fraternidad". Maurras fundó su nefasta Action Française a causa del caso Dreyfus, grupo con el cual tendría un papel protagónico como colaboracionista durante la ocupación nazi en Francia. Antes de ser fusilado gritó: "¡Vichy fue la venganza por Dreyfus!".
Herzl no llegó a conocer ni el régimen de Vichy ni la solución final. Le bastó la ola de antisemitismo rampante del caso Dreyfus, y los pogroms que propiciaba el caso en los confines de Europa, para convencerse de que los judíos necesitaban sí o sí un lugar donde estar a salvo. Mientras Coubertin
inauguraba en Atenas su primera fiesta olímpica, él abría el Primer Congreso Sionista, que organizó en Basilea, al que asistieron delegados venidos de todos los rincones de la judería de Europa. A partir de ese día, todos ellos pusieron dinero, moneda a moneda, para la quimera del país propio, y Herzl
les fue informando, año a año, de sus escasos resultados gestionando esa quimera. Primero fracasó con el Kaiser alemán. Tal como había razonado con el Papa cuando era asimilacionista, preguntó al Kaiser si aceptaría comprar Palestina a la corona turca (monto que, por supuesto, los judíos se encargarían de pagar) y a cambio los judíos "inyectarían Oriente de cultura alemana" (¿quién amaba más la cultura alemana que los judíos?...). El argumento no prosperó. Herzl rumbeó hacia Inglaterra, único país de Europa que daba títulos de nobleza a judíos. Para su vergüenza, los nobles goy lo trataron mejor que los de su sangre: el barón Hirsch no mostró el menor interés en dejar de mandar gente a las colonias argentinas para sumarse a ese proyecto loco de Palestina. Rothschild dijo que podía conseguirle Uganda
(Palestina era "demasiado judía" para su gusto). Lord Chamberlain, en cambio, lo escuchó "como un gentleman a otro". Herzl propuso que les dieran el Sinaí para hacer el Estado judío, pero que fuese una colonia británica.
Incluso proponía una "Jewish Company", a la manera de la Compañía de Indias.
Además, por supuesto, de los "diez millones de agradecidos súbditos" que acrecentarían el Imperio Británico.
Chamberlain, pura flema inglesa, no contestó. No le hizo falta: para entonces, el Congreso Sionista se le había rebelado a Herzl. Ya no se sentían representados por él: en el plenario de 1904 lo forzaron a ceder la presidencia a la nueva y más enérgica generación. Herzl se sintió acabado a los 43 años. Al año siguiente estaba muerto. Coubertin, en cambio, siguió inaugurando Olimpíadas hasta 1936. Incluso en el Berlín de Hitler pronunció el discurso de apertura, aunque no estuvo de cuerpo presente, sino que se
envió una grabación desde su lecho de muerte. Dicen que a Hitler lo impacientó tanto el discurso del Padre del Deporte que ordenó a Goebbels que lo resumiera. Alfred Dreyfus había muerto un año antes, condecorado con la Legión de Honor por el mismo ejército que lo había degradado por traición a la patria. Aun cuando alcanzó el grado de coronel antes de pasar a retiro, la calle que hoy lo recuerda se llama Capitaine Alfred Dreyfus.
*Fuente: Página/12
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-152890-2010-09-10.html
*
Hay por mucho que diga Marx, una filosofía de la miseria más próxima a la desolación de los ancianos vagabundizos e irrisorios de Beckett que al optimismo voluntarista tradicionalmente asociado al pensamiento progresista.
Miseria del hombre sin Dios, decía Pascal. Miseria del hombre sin misión ni consagración social. En efecto, sin llegar tan lejos como Durkheim, la 'sociedad es Dios', diría con él: a fin de cuentas, Dios no es otra cosa que la sociedad. Lo que se espera de Dios sólo se consigue de la sociedad, que es la única que tiene el poder de consagrar, de salvar de la facticidad, de la contingencia, de la absurdidad; pero -y en eso estriba sin duda la antinomia fundamental- sólo de manera diferencial, distintiva: todo lo sagrado tiene su complemento profano, toda distinción produce su vulgaridad y la rivalidad por la existencia social conocida y reconocida, que salva de la insignificancia, es una lucha a muerte por la vida y la muerte simbólica.
'Citar', dicen los cabilos, es 'resucitar.' El juicio de los otros es el juicio final; y la exclusión social la forma concreta del infierno y la maldición. Debido también a que el hombre es un Dios para el hombre, el hombre es un lobo para el hombre.
*De BOURDIEU, Pierre, Lección sobre la lección
-Fuente: http://sociologiac.net/
*
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