viernes, octubre 15, 2010

COMO UNA LARGA MURALLA CORONADA DE VIDRIOS ROTOS...



*Ilustración: Walkala. http://www.walkala.eu/




AUSENCIA*



Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.

El Aleph
Jorge Luis Borges



Comprendió que había experimentado una de sus “crisis de ausencia”. Esta vez no le diría a nadie, no soportaba más exámenes médicos, buscando un foco de epilepsia que nunca aparecía... para no hablar de los comentarios de la vecina ante la preocupación de su madre: “Esa muchacha sólo necesita ponerse a trabajar, o casarse y parir, ocupar el tiempo, ¡eso es todo!”

El reloj de la sala marcaba exactamente las cinco de la tarde. Caminó por la casa, comprobando que los relojes estaban en hora. Corrigió su reloj de pulsera, verdadera joya de precisión, regalo de su padre. Por lo menos esta vez la diferencia era solo de media hora, en una ocasión había estado detenido más de dos horas. Lo curioso es que solo se paraba cuando su conciencia de la realidad quedaba suspendida.

A dónde iban en esos lapsos ella y su reloj, era una verdad que aún le quedaba por descubrir, pero algo era seguro: Viajaban a un espacio donde no existía el tiempo.



*De Marié Rojas Tamayo.
La Habana. Cuba.






Persecución*



Corro persiguiendo a aquel hombre de complexión atlética que va esquivando los obstáculos de la acera mediante saltos ágiles y fintas increíbles. Por suerte estoy perfectamente entrenado y a pesar de que no puedo alcanzarle, tampoco consigue aumentar su ventaja.

A los diez minutos de persecución sin aflojar el ritmo, me apercibo de que alguien me viene siguiendo a la misma distancia que mantengo yo con el perseguido. Sorprendido por esta circunstancia improviso un plan para descubrir la identidad de mi perseguidor.

Al detenerme escucho que mi perseguidor también lo hace. Vuelvo la cara rápidamente para sorprenderle y poder saber quien es. Al mismo tiempo el individuo vuelve su rostro hacia atrás y queda paralizado por la sorpresa al darse cuenta que quien le persigue soy yo.


*De Joan Mateu. joan@cimat.es







¿QUE FUE DE PILETA RODRIGUEZ?*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


Con Justito Pezzino hemos hablado largamente a través del "éter", como ironizaba un viejo amigo de mi pueblo. Era la metáfora con la cual trasladaba el sentido y uno, ya sabía que quería referirse al teléfono.
Hablamos de aquel tiempo que hemos compartido, medio siglo atrás, y que se me hace como una pequeña moneda que comienza a brillar -primero tenuemente y luego con todo su esplendor- cuando se le echa la sinrazón caprichosa del recuerdo infantil.
Tiene -como yo- esa matriz de la primera decena de nuestras vidas, trasegando -no digamos las calles del pueblo que sería exagerar- sino las acotadas calles polvorientas del barrio "El Jazmín", con sus patios profundos, sus paraísos y el ruido de los gorriones cuando iban a dormir sobre sus ramas. Ese barrio que era tal vez poca cosa si se lo mira desde sus casas o se lo mide por la humildad de sus gentes, pero tenía una energía que deviene mito en las juventudes del pueblo y todos quieran tener que ver con él. Quise decir con ello que no todos puedan, porque a nosotros como dice el "Tigre" Compañy se nos nota el origen cuando nos ven caminar.
Esa calle que moría justamente en el campo Terré que luego compró el "gordo" Compañy, padre justamente del nombrado unos renglones arriba y que en sus calles transversales, una iba hacia Maldonado y se bifurcaba al "Camino del diablo", la otra moría en el cañaveral de don Juan Peralta y la otra, vecina a la cancha de Huracán remataba en el caserón, de don Valentín Spizzo, de solemne memoria entre los varones que en mi pueblo han sido.
De pronto, todo esto que acá es una descripción somera pero que tiene su verdadera y auténtica y profundísima razón de ser, fue recorrida en nuestra conversación -única en cincuenta y dos años que hemos tenido mi amigo Justito Pezzino y yo-.
Y de pronto, a boca de jarro me pregunta:
-¿Y que fue de Eduardo Rodríguez?
Pronto, de memorioso reflejo viene a mi mente un muchachón de cara redonda, y digo:
-¿Al que llamaban "Pileta"?
-Si, efectivamente, "Pileta Bonifachini" le decían. Porque era el apellido de los abuelos con los cuales vivía. El padre, me informa Justito, era empleado de la estancia Maldonado, de la familia Lynnen y colijo hoy que "Pileta" habría sido confiado a sus abuelos ya que hizo la primaria en la Nacional Nº 156, junto a Gladys, mi prima y el mismísimo Justo. La Nº 156 -aclaro- se llamaba también "Provincia de Salta" y, era mi escuela querida.
En ese edificio que está casi intacto -salvo los techos nuevos y los baños y la construcción de una cocina- hoy funciona el Jardín Infantes "Garabato", dependencia del ministerio provincial. Mi escuela fue hace años fusionada con "la fiscal", como se conocía a la Nº 212, provincial histórica y la
institución educativa más antigua de mi pueblo.
Entonces Eduardo Rodríguez, el popular "Pileta" por su proximidad vecinal con el barrio "El Jazmín" no era raro que se mezclara en un picado con nosotros, en la mítica cortada de don Ángel Pichichello.
Una sola anécdota diáfana tengo de él, que relaté a mi hermano hace poco y que paso a referir.
Cuando yo no tenía edad para mandados, mi madre no teniendo con quién dejarme, ya que mi padre estaba en el trabajo, me llevaba a todos lados. Un día, una mañana, creo, estábamos en el almacén del "Cholo" Belluschi y allí estaba "Pileta" cumpliendo con un mandado que seguramente le habría confiado su abuela. Como fue atendido antes, salió. Yo había dejado mi "caballito" de caña apoyado en el marco de la puerta pero del lado exterior.
Cuando "Pileta" salió tuve una intuición y lo seguí. Se apropió de corcel, lo montó y partió raudo ante mi estupefacción que rápido se transformó en grito y llantos. Mi madre habrá pensado que me degollaban y salió corriendo a la vereda donde ya "Pileta" cabalgaba próximo a la casa del "Patón" Gúbero y si doblaba en la esquina de los Godoy ya sería imposible alcanzarlo. Mi madre le pegó un grito y él, "Pileta" abrió las piernas, dejó caer la caña y huyó doblando la esquina citada hacia la casa de los Bonifachini, dos cuadras más hacia el este.
-Andá a buscar tu "caballo"- dijo mi madre.
Y yo corrí entre los mocos y las lágrimas protegido por su mirada y mi alegría por recuperar mi "pingo" que había dejado en la puerta de lo que yo suponía un "salón" del oeste o una pulpería como un abrojo prendido en la pampa.
Ahora deberé inquirirle a Eda Bonifachini que habita todavía la casa familiar para saber de Eduardo, de su tal vez primo o sobrino, aquel muchachito que, saliendo de la escuela primaria emigró como tantos en busca de un futuro que el pueblo no supo garantizarle nunca a la juventud.
Hace sesenta o cincuenta o cuarenta años era así.
Como es ahora, que doblamos el codo del siglo y ya entramos campantes en el XXI que sólo recoge una fracción de tareas rurales bajo el cielo más bello del mundo donde alguna vez cantaron todos los pájaros.







Treinta y tres cruces que no fueron*



*Por Hernán Rivera Letelier
- Escritor y ex minero chileno


Primero fueron las carpas solitarias de los familiares. Llegaron a la mina con banderas, con santitos, con velas de duelo, con fotografías de los padres, de los esposos, de los hermanos, de los hijos enterrados allá abajo.
Mientras comenzaba el rescate allí se quedaron, día y noche, rezando, llorando, blasfemando, exigiendo justicia, soportando el viento y el tierral inclemente, el calor durante el día y el frío atigrado de la noche. Y cuando todo hacía suponer que el drama terminaría como siempre, que allí, sobre la mina convertida en fosa común, iban a aflorar 33 cruces de animitas, iguales a las cientos que se alzan a lo largo del desierto chileno, sube desde las profundidades el mensaje que estremece a todos: los hombres están vivos.
Fue el comienzo de un espectáculo de espejismo. Como en un desfile de feria comenzó a llegar una muchedumbre que alborotó la tranquilidad del desierto: payasos de semáforos, predicadores evangélicos, actrices de telenovelas, millonarios excéntricos repartiendo millones como embelecos, modelos,
humoristas, políticos, presentadores de televisión y miles de periodistas de los más lejanos países del mundo. Y de la noche a la mañana, en medio de un gran desorden y confusión de lenguas, apareció un pueblo de Babel con una población de más de tres mil personas.
La historia del desierto de Atacama está coronada de tragedias (como una larga muralla coronada de vidrios rotos). Huelgas interminables, marchas de hambre, accidentes fatales, mineros ametrallados y cañoneados a mansalva en masacres inconcebibles. Todo esto a causa de una larga data de injusticias
laborales, sociales y morales en contra del minero, injusticias que, pese a los años y a ríos de promesas políticas, se han conservado inalterables, como agrias momias atacameñas. Se dice Desierto de Atacama y se entiende drama, explotación y muerte.
Por eso ya era hora de que se viviera una epopeya con final feliz . Ya era hora de que la tierra, regada tanto tiempo por la sangre, el sudor y las lágrimas de los mineros, devolviera verdores desde su vientre, devolviera frutos de vida. Aquí sangre, sudor y lágrimas no es una frase vulgar. Yo que viví cuarenta y cinco años en este desierto, que trabajé en las minas a rajo abierto -sólo dos veces y por muy corto tiempo lo hice en minas subterráneas-, lo puedo decir fehacientemente: el desierto está regado de
sangre, sudor y lágrimas. El rescate de los 33 mineros de Copiapó, además de un triunfo de la tecnología, se alza desde este desierto como una lección de vida. Una prueba de que cuando los hombres se unen a favor de la vida, cuando ofrecen conocimiento y esfuerzo al servicio de la vida, la vida responde con más vida. Aquí no se trabajó buscando oro o petróleo o diamantes. Lo que se buscaba era vida.
Y brotó vida, 33 chorros inmensos . Y a los estallidos de aplausos y abrazos y risas mojadas de lágrimas de la muchedumbre en la mina, y del júbilo de campanas y sirenas de las ciudades del país, se sumó la alegría emocionada del mundo entero. Eramos todos seres humanos conmovidos hasta los tuétanos.
Porque a medida que cada uno de los mineros iba subiendo, saliendo, renaciendo desde las entrañas de la tierra, cada uno de nosotros lo sentía como emergiendo desde el fondo de su propio pecho. Fue la celebración total de la vida. Ya lo he dicho: el desierto está poblado de cruces, testimonios mudos de muerte y desolación. Hagamos por lo tanto de este lugar un homenaje a la vida. No construyamos otro monolito, que son superfluos; no levantemos un monumento, que hay demasiados; no erijamos un santuario, que ya hay los suficientes. Echemos a volar la imaginación y creemos algo que manifieste a toda la raza humana. Yo propongo un Elogio de la vida.
Un mensaje para los 33: que les sea leve el alud de luces, cámaras y flashes que se les viene encima. Es cierto que sobrevivieron a esa larga temporada en el infierno, pero al fin y al cabo era un infierno conocido para ellos.
Lo que se les viene ahora, compañeros, es un infierno completamente inexplorado por ustedes: el infierno del espectáculo, el alienante infierno de los set de televisión . Una sola cosa les digo, paisitas, aférrense a su familia, no la suelten, no la pierdan de vista, no la malogren, aférrense como se aferraron a la cápsula que los sacó del hoyo. Es la única manera de sobrevivir a ese aluvión mediático que se les viene encima. Se los dice un minero que algo sabe de esta vaina.


*Ganó el Premio Novela de Alfaguara 2010 por El arte de la resurrección.
Reside en Antofagasta.

-Fuente: http://www.clarin.com/mundo/america_latina/Treinta-cruces_0_353364718.html





*


Aquel túnel que había sido del ferrocarril y que llevaba ya varios años de clausura, siempre había tenido para los niños (y no tan niños) de San Jorge un aura de misterio, alucinación y embrujo, que ninguna explicación de los mayores era capaz de convertir en realidad monda y lironda. Siempre aparecía alguno que había visto salir del túnel un caballo blanco y sin jinete, o, en algún empujón de viento, una sábana pálida y sin arrugas que planeaba un rato como un techo móvil y se desmoronaba luego sobre los pastizales.
En ambas bocas de la tenebrosa galería, unos sólidos cercos de hierro y maderas casi podridas impedían el acceso de curiosos y hasta de eventuales fantasmas.
Pasó el tiempo y aquellos niños fantaseosos se fueron convirtiendo en padres razonables que a su vez engendraron hijos fantaseosos. Un día llegó el rumor de que las líneas del ferrocarril serían restauradas y la gente empezó a mirar el túnel como a un familiar recuperable. Seis meses después del primer rumor fueron retirados los cercos de hierro y madera, pero todavía nadie apareció para revisar los rieles y ponerlos a punto.
¿Recuerdan ustedes a Marquitos, el hijo de don Marcos, y a Lucas Junior, el hijo de don Lucas? El túnel había sido para ambos un trajinado tema de conversación y especulaciones, y aunque ahora ya habían pasado la veintena, continuaban (medio en serio, medio en broma) enganchados a la mística del túnel.
-¿Viste que aún ahora, que está abierto, nadie se ha atrevido a meterse en ese gran hueco?
-Yo voy a atreverme -anunció Marquitos, con un gesto más heroico del que había proyectado. A partir de ese momento, se sintió esclavo de su propio anuncio.
Menos intrépido, Lucas Junior lo acompaño hasta el comienzo (o el final, vaya uno a saber cuál era la correcta viceversa) del insinuante boquete. Marquitos se despidió con una sonrisa preocupada.
A los quince o veinte metros de haber iniciado su marcha, se vio obligado a encender su potente linterna. Entre los rieles y la maleza invasora se deslizaban las ratas, algunas de las cuales se detenían un instante a examinarlo y luego seguían su ruta.
Por fin apareció una figura humana, que parecía venir a su encuentro con un farol a querosén.
-Hola -dijo Marquitos.
-Mi nombre es Servando -dijo el del farol. -Dicen que soy un delincuente y que por eso escapo. Me acusan de haber castigado a una anciana cuando en realidad fue la vieja la que me pegó. Y con un palo. Mirá como me dejó este brazo.
El tipo no esperó ni reclamó respuesta y siguió caminando. Dentro de un rato, pensó Marquitos, le dará la sorpresa a Lucas Junior.
El siguiente encuentro fue con una mujer abrigada con un poncho marrón.
-Soy Marisa. Mucho gusto. Mi marido, o mejor dicho mi macho, se fue con una amante y mis dos hijos. Sé que lo hizo para que yo me suicide. Pero está muy equivocado. Yo seguiré hasta el final. ¿Usted querría suicidarse? ¿O no?
-No, señora. Yo también soy de los que sigo.
Ella lo saludó con un ¡hurra! Un poco artificial y se alejó cantando.
Durante un largo trayecto, como no aparecía nadie, Marquitos se limitó a seguir la línea de los rieles.
Luego llegó el perro con ojos fulgurantes, que más bien parecían de gato. Pasó a su lado, muerto de miedo, sin ladrar ni mover la cola. El amo era sin duda el personaje que lo seguía, a unos veinte metros.
-No tenga miedo del perro, Esta compacta oscuridad lo acobarda. A la luz del día sí es temible. Su nómina de mordidos llega a quince, entre ellos un niño de tres años.
-¿Y por qué no lo pone a buen seguro?
-Lo preciso como defensa. En dos ocasiones me salvó la vida.
El recién llegado miró detenidamente a Marquitos y luego se atrevió a preguntar:
-Usted ¿vive en el túnel?
-No. Por ahora, no.
-A usted que anda sin perro, muy campante, sólo le digo: tenga cuidado.
-¿Ladrones?
-También ladrones.
-¿Ratas?
-También ratas.
No dijo nada más, y sin siquiera despedirse, se alejó. El perro había retrocedido como para rescatarlo. Y lo rescató.
Marquitos permaneció un buen rato, quieto y silencioso. La muchacha casi tropezó con él. Su gritito acabó en suspiro.
-¿Qué hace aquí? -Preguntó ella, no bien salida del primer asombro.
-Estoy nomás. ¿Y usted?
-Me metí aquí para pensar, pero no puedo. Las goteras y las ratas me distraen. Tengo miedo de quedarme dormida. Prefiero esta duermevela.
-¿Y por qué no retrocede?
-Sería darme por vencida.
-¿Quiere que la acompañe?
-No.
-¿Necesita algo?
-Nada.
-Me sentiré culpable si la dejo aquí, sola, y sigo caminando.
-No se preocupe. A los solos vocacionales, como usted y yo, nunca nos pasa nada.
-¿Puedo darle un beso de adiós?
-No, no puede.
Caminó casi una hora más sin encontrar a nadie. Se sentía agotado. Le dolían todas las bisagras y el pescuezo. También las articulaciones, como si fuera artrítico.
Cuando llegó al final, había empezado a lloviznar. Se refugió bajo un cobertizo, medio destartalado. De pronto una moto se detuvo allí y cierto conocido rostro veterano asomó por debajo de un impermeable.
Era Fernández, claro, viejo amigo de su padre. El de la moto le hizo una seña con el brazo y le gritó:
-¡Don Marcos! ¿Qué hacés ahí, tan solitario?
-Eh, Fernández. No confunda. no soy don Marcos, soy Marquitos.
-En todo caso, Marquitos con Alzheimer.
-Por favor Fernández, no se burle. Acabo de salir del túnel. Lo recorrí de cabo a rabo.
-Ese túnel vuelve locos a todos. Deberían clausurarlo para siempre.
-No soy don Marcos. soy Marquitos. Justamente voy ahora en busca de mi viejo.
-Sos incorregible. Desde chico fuiste un payaso. Tomá, te dejo mi paraguas.
La moto arrancó y pronto se perdió tras la loma. Mientras tanto, en el cobertizo, sólo se oía una voz repetida, cada vez más cavernosa:
-¡Soy Marquitos! ¡Soy Marquitos!
Por fin, cuando emergió del túnel un caballo blanco, sin jinete, y se paró de manos frente al cobertizo, Marquitos se llamó a silencio y no tuvo más remedio que mirarse las manos. a esa altura, le fue imposible negarlo: eran manos de viejo.



*de Mario Benedetti, incluido en "Insomnios y duermevelas".






autopsia de mi cadáver exquisito*



¿algo más acaso que entrar y salir?
¿algo más en alguna parte?
¿un poco de lleno?...

juguito de palabras
que remiten vía regia
al repollo

al calor del hogar
el ánimo se levantó
sobre la leche derramada

la chata de la damisela
y yo
una alhajita de cuño psicosomático
y la última gota (tinta o sangre)

de uno a tres nudos en la garganta
mordiéndome los codos frescos y peinando
[canas

descerebrado y con arruguillas
finamente descerebrado y con arruguillas
la nuez de adán y la almendra de eva
hombres fáciles de llanto fácil
abrían paso
a escuetas lágrimas de cocodrilo

ser de la partida
(y más o menos tuyo)
el papagayo del galán
de buen corazón
y riñonada

ojo por ojo
con el rabillo del ojo
tengo mucho ojo

otra vez será
final feliz



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar




*


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