miércoles, julio 27, 2011
PARA QUE MIS RECUERDOS NO ME ALCANCEN...
*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu
INTENTO*
Me vestiré de adiós
cada mañana
para que mis recuerdos
no me alcancen.
Colocaré el hoy
en una esfera
que pueda arrojar a vivir
el mínimo segundo.
Sé que soy, ahora,
que miro hacia abajo
y no veo el después
que amanezca,
por eso me despido
como si muriera
para volver a nacer
sin añoranzas...
*De Emilse Zorzut. zurmy@yahoo.com.ar
Que te vuelva a encontrar*
A Pilar, por haber caminado junto a mí.
Que te vuelva a encontrar.
Tan sólo pido
que la vida me otorgue ese milagro.
En este día gris en que te siento
tan lejana cual si entre nosotros
mediase el manto acuoso de un océano
o la arena infinita de un desierto
sólo pido que llegue
el día del perdón o del olvido,
el día en que estas calles
que hoy dolorosamente nos separan
converjan en un punto,
en una plaza azul donde resulte
posible un nuevo encuentro
donde no sean precisas las palabras.
Sólo pido a la vida
que ese día amanezca:
Que te vuelva a encontrar
y de la nada crezca una mirada,
un puente que nos lleve hacia la aurora.
*De Sergio Borao Llop. sbllop@gmail.com
Juego de Magos*
Ese ahuecarse el corazón
Y hacerse magos...
Violín que desespera,
Hora que no devela su escondite.
Hora juega a acunarse entre la hierba,
Dibuja caracoles, se inventa un laberinto,
Deja asomar la aurora y parte
Dejando cenizas tras la escarcha de sus juegos.
Violín ha descifrado el enigma, pero es tarde,
Ya no es tiempo de danzar junto a la hoguera,
Solo rescoldos mudos lo contemplan.
Toma una brizna de viento y esparce
Entre sus alas una nueva melodía
De adiós y soledades.
*De Marié Rojas.
La Habana. Cuba
ALFONSINA Y EL BAR*
*Por Reynaldo García Blanco. regabla@cultstgo.cult.cu
No es posible que te llames así
y que vengas a este sitio
Los parroquianos cantan en desorden
y tú humedeces el cristal
¿Lágrimas
o escorpiones?
Esto ya lo contaré a mi regreso
por lo pronto lo escribo
Que te llames Alfonsina
y vengas en las noches a llorar
donde los hombres vienen a reírse de la muerte
de la muerte.
- Reynaldo García Blanco (Venegas, Cuba, 1962). Escribe para CMKC Radio Revolución los espacios Andar la librería y Comentarios de SuperShow. Ha obtenido los premios José María Heredia, América Bobia, Pinos Nuevos, Calendario y La Gaceta de Cuba, entre otros. En el 2006 apareció su poeario Campos de belleza armada ( Unión). Actualmente coordina el Centro de Promoción Literaria José Soler Puig y el Taller Literario Aula de Poesía.
Más o menos así*
*Por Javier E. Núñez
No recuerdo su nombre. Tampoco su cara. Sé, en cambio, que era atractiva, no muy alta y sabía conversar. Tenía el pelo lacio, castaño claro. Y poco más.
Los hoyuelos que se le hacían al sonreír, quizá; aunque tal vez no fuera ella sino otra y ahora, después de veinte años, la memoria se empeñe en fusionarlas.
Debería haber una forma lógica de contarlo: tal vez la haya y no se me ocurra. Pero cómo atenerse a una estructura, cómo seguir una línea coherente cuando tanto depende de esta memoria hostil e inconsecuente. Cómo, cuando no se sabe bien lo que se pretende contar ni se guardan más que jirones de
imágenes entremezcladas.
Tengo pocas precisiones: diciembre en Rosario, el alivio de una brisa leve después de una tarde sofocante, tres o cuatro amigos que aún conservo. Lo demás es confuso: un puñado de fotogramas revueltos de lo que alguna vez fue una escena de mi vida. Un momento en el departamento de Hernán, un salto atrás a una quinta en Funes, los pasos lentos hasta el kiosco en la madrugada, las luces de la calle vistas desde el balcón. Acaso si se pudiera contar así, saltando como conejo entre la noche temprana y la madrugada.
Pero tengo que intentar un orden, encadenar esos fragmentos sueltos en una cinta continua que empiece en la avenida Pellegrini y termine acaso en esos escalones del edificio, o en el balcón, o en el colectivo que ayer me trajo a casa.
Era el cumpleaños de Hernán. Podría empezar diciendo eso. Nos juntamos en un bar de la avenida Pellegrini. A mí me tocó caer entre dos chicas: Alicia y una petisa a la que no conocía. Cuando me dijeron el nombre me di cuenta: era la mina con la que Hernán andaba caliente. Linda, menuda, de ojos vivaces y unas tetitas duras que parecían caber justo en el hueco de una mano. Fumaba sosteniendo el cigarrillo cerca de la sien: el codo apoyado en la mesa, el cigarrillo atrapado entre el índice y el mayor, un movimiento leve de muñeca para acercarlo a los labios y pitar. Tal vez esa manera de fumar no fuera un gesto incorporado sino la posición más adecuada para acomodarse en la mesa, pero recuerdo esa pose y el reflejo de la brasa del cigarrillo en sus ojos.
Hablamos un rato entre todos, saltando de un tema a otro. La conversación, como siempre sucede en las mesas largas, empezó a fragmentarse. Algunos cambiaban de lugar, atraídos por una conversación lejana, pero en general cada uno se enfrascaba en un intercambio de ideas o anécdotas con los dos o tres que estaban más cerca. Yo me encontré, sin proponérmelo, conversando con ella. Habíamos empezado con las trivialidades de siempre: de dónde lo conocía a Hernán, qué hacía cada uno de su vida, algunos gustos. Yo hablaba mucho de él, con poco disimulo; como si así pudiera allanarle el camino.
Seleccionaba las anécdotas en las Hernán formara parte, lo buscaba para apoyar o refutar mis afirmaciones, hacía malabares con mis respuestas para relacionarlo todo con él. Pero de a ratos me dejaba llevar y sin darnos cuenta pasábamos a otros temas. La cerveza ayudaba. Hernán estaba cerca,
simulando atender a otra conversación pero con un ojo y el corazón atentos a ese rincón de la mesa donde ella y yo nos perdíamos en una charla interminable.
En algún momento me debo haber levantado: me veo de pie en la otra punta de la mesa, apoyado contra el capó de un auto estacionado, hablando con Nando y el Chacra. El salto de conejo, la memoria fragmentada y azarosa, me trae un momento posterior que pudo ser en el camino de regreso, tal vez frente al Colegio Latinoamericano. La mirada firme y divertida de Alicia. O acaso fue ahí mismo, en la vereda de la pizzería, cuando me dijo aquello de "dejá de hablarle de Hernán, no te das cuenta que está interesada en vos". Pero no sé cuándo fue; no sé cómo pasó porque sí recuerdo que me había alejado, que
hablaba con mis amigos de cualquier cosa para no hablar con ella.
La noche terminó en el departamento de Hernán, en el primer piso de un edificio que se alzaba en la esquina de Moreno y Jujuy. Tal vez no fuimos todos, tal vez algunos se habían vuelto pero éramos unos cuantos, amontonados en el pequeño living, entrechocando unos vasos de vidrio con otros de plástico porque la vajilla no alcanzaba para todos. Yo me quedé sin cigarrillos y pregunté en voz alta quién me acompañaba al kiosco. Creo que fue así. Pudo ser al revés: pudo ser ella la que se quedó sin cigarrillos.
Cuando Hernán me extendió el manojo de llaves evité mirarlo.
Caminamos por Moreno hasta Salta, donde sabía que podíamos encontrar un kiosco abierto. El kiosco de Flavia. Nunca supe por qué le decíamos así, quién era Flavia. Siempre que iba me atendían dos flacos de pelo oscuro y abultado; a veces uno y a veces otro. Nunca una mujer. Tal vez esa noche hablé de eso, de ese misterio absurdo e intrascendente. O tal vez caminamos en silencio, y yo pensaba eso para no pensar.
Compramos los cigarrillos y volvimos a paso lento. La noche aplastaba las casas oscuras y silenciosas que se alzaban hacia ambos lados. Por Salta pasó un auto: el rugido del motor acelerado y la música del estéreo crecieron hasta alcanzar el pico más alto cuando atravesó la intersección con Jujuy, después los ruidos cayeron como por una pendiente. Quedaron nuestras voces tenues y el rumor de los pies en la vereda. Ella se paró en el primer escalón y me miró, o yo la tomé de la mano y la detuve. Algo dijimos. Nos demoramos entre besos y susurros. De pronto alguien pasó por la vereda, pasos que repiquetearon y otra vez silencio. Ella dijo que mejor subiéramos; yo asentí en silencio y encendí un cigarrillo.
El resto de la noche es una sensación confusa, más fotogramas mezclados que no puedo terminar de ordenar. Recuerdo el momento en que entramos: las miradas curiosas o cómplices, las chicas que la rodeaban sin disimulo y los cuchicheos, un vaso que llené para ocuparme de algo y no mirarlo a Hernán.
Lo recuerdo a él en el balcón, los ojos fríos, mi cigarrillo y el silencio de la calle Jujuy. Y el papel que me pasó ella, un rectangulito plegado, los números dibujados con esmero. Pero eso tuvo que ser antes porque cuando Hernán me hablaba en el balcón ella se había ido. Porque cuando me encogí de hombros y traté de explicar que no lo había planeado ella ya no estaba y a mí solamente me había quedado ese número de teléfono como una promesa o una ilusión. Ese papelito que rompí frente a Hernán y tiré por el balcón, y vimos flotar los pedacitos de papel hasta la vereda.
No sé si Hernán la volvió a ver. Yo no la vi más. O acaso sí, acaso la haya cruzado algún día en la calle, en la calle o en un bar, y haya creído reconocerla sin poder precisar de dónde, sin saber que esa cara que me resultaba ligeramente familiar era de esta chica abstracta que a veces me empeño en evocar de manera tan absurda.
A Hernán, en cambio, cada tanto me lo cruzo. Sé que se casó y tuvo dos hijas. Me cuesta asociar, en ese breve instante en el medio de la peatonal o a bordo de un colectivo, al hombre que tengo enfrente con el pibe que yo recuerdo. Siempre hablamos poco y de manera superficial. A veces me dan ganas de preguntarle por esa noche en el balcón. Si fue tal como recuerdo y rompí ese papel frente a él o acaso lo guardé intacto y nunca llamé. No sé si tiene sentido saberlo. De cualquier modo me gusta pensarlo así, me gusta ese final de pedazos de papel flotando en el vacío, de promesas o ilusiones perdiéndose en la noche.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-29717-2011-07-27.html
¿Para qué Antes de Tiempo?*
Cuando todo termine así te he de recordar.
Solo hasta que esto termine:
Porque tiene que pasar.
Tu cuerpo hermoso y tibio junto a un corazón tranquilo.
Felices sueños y feliz realidad.
Solo hasta que esto termine:
Porque algún día tiene que pasar.
Contemplar tus ojos y encerrar para siempre tu mirada en un cristal.
Salir al campo y encontrar tu risa sumergida en un refrán.
Cuando todo esto termine y una lágrima quede en la eternidad.
Solo hasta que esto termine,
Y solo hasta entonces te he de extrañar.
*De hugo ivan cruz-rosas. quetzal.hi@gmail.com
(4-junio-2006)
UNA LÁGRIMA*
Demasiados años sin verse no es beneficioso para una familia, en esta ocasión, acudían a un llamado especial de la madre. Ella tenía la certeza de lograrlo, sus cuatro hijos, nacidos de su vientre y, sin embargo, de carácter tan diferente... no los había vuelto a ver, pero la fe lo consigue todo. Ya estaban en camino, increíblemente. Venían juntos, como aquella vez.
Sentada en su butacón, permanecía con la vista inmóvil, fija en la mesita donde la contemplaban decenas de fotos familiares. “Faltan quince minutos para las doce”, pensó... El sonido del timbre hizo que su corazón diera un vuelco.
El mensajero entregó un sobre, recibió su pago y se retiró.
Rasgó el sobre y disfrutó el anhelado reencuentro. Tuvo que hacer un montaje de fotos independientes para lograrlo. Permitió dejar correr a una lágrima, la primera desde el día en que venían en un auto y tuvieron aquel terrible accidente: Los tenía de nuevo a su alrededor, al fin pudieron llegar a la cita.
*De Mario Quiroga Fernández. jossuexy56@yahoo.com
Cuba, residente en México
CUENTOS DE LA REALIDAD...
La pobreza y el coronel*
*Por Carlos Alberto Parodíz Márquez. parodizlaunion@gmail.com
Salí temprano en la mañana para ver que era de la vida del búho a quien he decidido llamar Juan, le pregunté como se llamaba pero parece que en Alejandro Korn, no se estilan este tipo de bautismos, se los han robado como me sucedió a mi el tercer día de mudado.
No fue como el reciclaje de Jesús, a mi me desplumaron de la peor manera y no sé para donde ir, él (Jesús) por lo menos sabía que su padre, en este tiempo de vísperas, le guardaba un lugar tibio para recuperarse después del ajetreo.
Lo cierto es que el búho ya no estaba y mis cavilaciones incluyeron las exclusiones del día anterior. El asunto era apuntar a cuanto de cierto hay en que el GPS, le iba a funcionar al vasco, quien un rato antes astilló mi sueño llamando al número de línea cuya estridencia es un sonido desajustado para mí.
Me anunciaba que, según su juicio, tenía algo importante para decirme. Por supuesto que mi consentimiento se fundaba en el hambre que había crecido desmesuradamente desde el atraco. Ni el tiro del final pudo salir.
El entrenamiento con el nuevo piar de los pájaros lo debí suspender cuando el ronroneo del Alfa gris se hizo sentir en la transparente mañana de Alejandro Korn. El vasco, todo de celeste, para hacer juego con sus ojos, bajó con la displicencia consecuente devenida de abordajes inesperados y nacidos en otras geografías. Para él parece tratarse de un día de campo por los aprestos con que parecía disponerse a ocupar la jornada.
Desenfundó un freezer de auto, bien cargado, con mollejas, chinchulines, tiras de asado y entrañas extra large que sólo él consigue, lo asombroso, por lo menos para mí, es que se trataba de un almuerzo para nosotros dos y trajo carne como para un regimiento, tal vez menos famélicos. No pude ni tuve tiempo de contarle que me despertó justo cuando estaba por alcanzar a la mujer dorada, pero ese era un secreto casi adivinado por el vasco, cuando mis silencios se le hacen pesados.
- Sinapo me dijo que… - lo interrumpí sin más trámite.
- ¿Quién? -, me miró condescendiente.
– Adrián, “el ambas márgenes” a cargo de tu diario, goza de legítimo prestigio en las dos orillas. Nunca tuvo un apodo. Casi un NN sin barrio. Algún malévolo, se sospecha de Carlos el hurón de Cañuelas, administrador de malarias varias, dice ser, con méritos sobrados, el autor del apodo para el sinapo (do).
- ¿Qué me mandó a decir Adrián? – refloté como pude la cuestión, casi como un bizcocho en la leche. Sucede que el espejismo de carne era imposible de resistir y las urgencias llamaban insistentes. Había que negociar una suerte de tregua. Mis tripas afinaban en Re.
- Me quedé mirando el diligente andar buscando leña, de Yon, quien como es tradición, no me concedió la menor atención. Nos refugiamos en la pared amarilla que da la espalda al sur, con perdón de Eladía, pero allí ni mi corazón ni nosotros podíamos acordar algo semejante. El frío muerde.
-Pues que en una junta de notables, se acordó dotar al acertijo de un carácter premonitorio ajustado a estos tiempos. Nadie muere antes de su hora, dijo sinapo, pero se considera que la resolución es que si se cruzan en una esquina la pobreza y el coronel, pasa primero la pobreza porque es general -.
Si él esperaba aunque más no fuera una sonrisa mía, se equivocó de medio a medio. No tenía ganas de cortejar su chascarrillo con la obsecuencia de otras veces, pero me cuidé de hostilizarlo. Quiso corregir – El pronóstico de porcentajes por la miseria, creció vertiginosamente y se asoman nubes negras anunciando más catástrofes naturales que se suman a los desplantes humanos del poder. Las lluvias en China, la cadena de terremotos, la inestabilidad climática, la explosión de tornados sucesivos, multiplican el retroceso alimentario y las migraciones por las guerras, van a multiplicarse exponencialmente – completó Yon en tono casi amigable.
La enumeración de razones me alejarían del chascarrillo, pero en realidad, leyendo informes de “sesudos” analistas, de economistas desarbolados, traté que mi incontinencia se llamara a silencio, no obstante refloté algún argumento que citara otrora, cuando esas suposiciones me rotularon como “teórico de la conspiración”, eran tiempos en que respondía, cuando me consultaban, algo que se fue diluyendo con ese otro tiempo.
Pero Suramérica, es un compendio de esas calamidades, algunas enmascaradas (Haití, Honduras), otras pergeñadas para que el gendarme universal esté cerca (Colombia, Perú, Paraguay), debilidad del Pentágono para tener una buena herramienta que permita la apropiación de recursos naturales, luego de reflotar golpes de estado, que parecían desaparecidos de la metodología corriente que se estilara en los ´80. Y se lo dije.
- Yon, - me miró interesado – quiero recordarte que la IV flota, no está para hacer el juego de la batalla naval, sino alerta si algo, narco-dólares, recursos, proyectos libertarios, amenazan al gendarme y su proyecto central de dominación. No sólo somos el patio trasero del Imperio, sino un feudo innegociable con miras al futuro, sobre todo si la Antártida y el vencimiento de su statu quo, permitirán desatar la última o penúltima batalla por el control. Porque, según los expertos, las reservas del sexto continente y ya lo dije, son infinitas – todo este parlamento fue sin inflexiones, casi absorto en el crepitar del quebracho colorado que templaba la cocción de la carne y las achuras. Mi mudanza a Alejandro Korn ha recuperado paisajes rupestres.
El vasco me miró con ojos celestes entrecerrados. No era buena señal. Pero yo seguía ensimismado, luego de reparar en los aprestos de una andanada bilbaína, en otra ensalada que Yon preparaba con un aceite Omega especial que no pienso revelar. El aroma a la carne asada, resultaba tan importante como el crepitar de la leña, casi la música que llevaré en mis oídos, como dijo el general, obvio, por motivos diferentes.
Aquel pensaba en una maravillosa música militante, yo en tanto militaba en el hambre que, pensé, estaba lejos de ese otro hambre feroz e irredimible que se viene encima.
¿Me vas a negar que el chascarrillo del hambre y el coronel no es bueno?-, me forreó socarrón, no obstante antes de pensar en el vino a temperatura de aljibe, un Montenot hospitalario, abusó de su ironía…
-En la lista ¿olvidaste a Uruguay y Chile, además de seguir con los intentos golpistas que crecerán en Venezuela y Bolivia, sin omitir teorías desmembrantes para Argentina?, sólo Brasil, por el momento y si crece su crecimiento, queda para negociar siempre que no pierda el tranvía de China, India, Rusia, el club de los emergentes, que no quieren irse a la B y el Pentágono neutraliza por esa misma condición que los hace vulnerables.
No podrás negar que la miseria tiene derechos, porque es general-. Yon suele darme motivos, pero ahora no me enojo, las mollejas verdeadas eran más importantes y en todo caso mi hambre me hacía olvidar el de otros… ¡que terrible ¿No?!
Meneé la cabeza antes de sentarme bajo el pino verde que sólo acompaña a las ocho palmeras, tratando de no olvidar que Obama se sintió Messi y Chou En Lai el legendario número dos de Mao Tse Tung dijera sólo una vez: “¿Qué es el poder?, si lo tienen ellos nos matan a todos. Si lo tenemos nosotros, los matamos a todos ellos”. Nunca la paz. Voy a beber para olvidar.
Polvos de un narrador*
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*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar
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