lunes, noviembre 21, 2011

DEJARSE LLEVAR POR LA UTOPÍA Y EL SILENCIO...




*Ilustración: Walkala. -Luis Alfredo Duarte Herrera- http://galeria.walkala.eu




El ángel*


Un angelito rueda y gira
Salta y silba dentro de las gotas de lluvia
Siguiendo los latidos del viento
Asombrada escucho su sonido en los cristales de mi ventana
Él espía y ríe entre la chispa de la llovizna
Acaricia el perfume de los jazmines

No es tan difícil observarlo
Es sencillo,
Hay que dejarse llevar por la utopía
Y el silencio .-


*De Azul. azulaki@hotmail.com
- Nov. 2011









LA TAPERA DE MIGUEL BAY*



*Por Jorge Isaías. jisaias46@yahoo.com.ar


a Roberto Escudero


Cuando yo conocí la casa era una tapera que descansaba en total abandono, detrás de un cerco de tamariscos y rodeada de plantas de naranjas.
Quedaba –creo recordar- en el camino a Maldonado, casi enfrente de la cañada del gordo Compañy, que justo en ese lugar tenía un bajo donde pastaban unas cuantas vacas tontas y curiosas que se arrimaban a vernos pescar, cuando la pandilla bulliciosa del verano huía de la caléndula bochornosa y se iba a dar un chapuzón. Claro que estoy metido en este relato que remite a la época en que la ruta no existía, y uno venía directamente por el camino que doblaba en la casa de don José Vélez y bordeaba la feria donde se remataba la hacienda y esos árboles numerosos, de variadas especies que hoy casi son un bosque eran apenas unos arbolitos niños o tal vez ni existieran, tal vez hablo de cuando ese triángulo era un potrero que del otro lado orillaba el Camino del Diablo.
Esa casa junto al camino había sido levantada tal vez por la familia Pozzi, o por algún otro propietario que ignoro.
No sé quienes vivieron en esa casa que no estaba lejos del puesto de Juárez, pero puedo aventurar quién fue el último: un hombre solitario que respondía al nombre de Miguel Bay y se presumía ruso, pero era austríaco en realidad. Este hombre solitario, según relatos de los vecinos, había estado en guerra, tal vez la primera, y para escapar de los soldados enemigos entró en una casa abandonada e ingresó a la chimenea. Estuvo cinco días allí y cuando sus enemigos dejaron la casa que habían ocupado él quedó en la certeza que no habían encendido el fuego porque presumían que alguien que huía estaba escondido.
Como era vecino de don Antonio Compañy, don Bay cruzaba la calle y se iba a fumar a la galería mientras aquél cenaba con su familia, y el austríaco nunca aceptaba el convite. Cuando la cena acababa, él sí entraba a la casa y compartía con don Antonio, natural de Mallorca, una conversación cuasi trunca porque ambos eran parcos y don Miguel hablaba muy poco –y mal- el castellano.
El austríaco a quien llamaba el pueblo El Ruso, fumaba unos cigarrillos negros marca Prestigio, y cuando Roberto Escudero, un niño aún le pedía uno el viejo contestaba:
-Cigarro te doy cuando llegue mariposita.
Esta marca tenía a pocos milímetros de una de las puntas un dibujo, el logo de una mariposa que respondía a la tabacalera en cuestión y cumplía, pero a esa altura, la nicotina estaría concentrada y el pucho habría sido imposible de ser fumado. En ese tiempo no existía el filtro en los cigarrillos y solo se hacían de tabaco negro envasándose para la venta en número de diez.
Nosotros coleccionábamos esas marquillas y cuando aparecía uno importado operaba como una figurita difícil.
Una tarde en la cancha de Huracán, no recuerdo si Tago o Chajá, pero era uno de los nuestros, siguió todo el tiempo a un mayor a quien le vio sacar un paquete de importados que estaba casi a la mitad. Y cuando el dueño lo hubo tirado vino triunfante, con el paquete vacío, que desarmábamos y poníamos apilados como si fueran billetes. La marca era V.O. El color verde y blanco. Habría que hacer una amplia cartografía con la numerosa historia que tiene el cigarrillo y sus envases en todos los tiempos. Una especie de mapa al que todos podríamos aportar emociones según la edad.
Pero volviendo a don Bay, no pude averiguar como llegaría a esa casa ni de qué vivía.
Roberto aventura que estaría cuidando, ya que al parecer una antigua cerealera del pueblo, guardaba allí una balanza para pesar bolsas que se habría salvado de una quiebra. ¿Qué hacía don Miguel Bay allí, cuidando una balanza en medio del campo?
Tal vez don Miguel había trabajado en esa cerealera, pero hoy ya no existe y menos gente que lo recuerde a él.
Para la barrita mía y para mí, la referencia de este inmigrante era sólo para nombrar esa casa que conocimos abandonada. La habíamos bautizado la Tapera de don Bay o para abreviar, la Tapera del ruso, y así se lo conoció en mi pueblo que no hacía distingos muy finos con respecto a la nacionalidad de estos marginales, hombres solos que habitaron sus calles y sus campos. ¿Tendría familia allá en su lejano lugar de origen? Nunca lo supimos.
Para nosotros sólo era un hombre que nada nos decía, sólo que había vivido en la casa que conocíamos abandonada y que era uno de los lugares que visitábamos a diario en lo veranos antes de cruzar la ancha calle polvorienta y de internarnos en esos juncales que rodeaban la cañada del gordo Compañy, donde pescábamos, nos bañábamos y hacíamos puntería con los tontos chorlitos.
Mientras que a lo lejos veíamos pasar un trencito que echaba humo y lentamente cruzaba esa pampa asoleada hasta cruzar el histórico puente de hierro que el pueblo conoció como Puente de la vía.
Arriba, muy alto volarían las garzas rosadas y blancas que nosotros habríamos espantado con nuestros chapuzones y gritos que rompían la tarde como un vidrio finísimo.





El humo y el cobre*



En un rito satánico
La pasta se mezcla
Con los hilos dorados
De la miseria
Su envase de cuarta
Un trozo de caño
Juega al cuento de
“la buena pipa”
Me pierdo en los ojos
Desalineados y oscurecidos
De los jóvenes y niños
Que viven en las calles
Sin rumbo, sin cuidado.-



*De Azul. azulaki@hotmail.com







ITÁ PUCÚ*

(La piedra que crece)


Apenas el zapato negro y reluciente, tocó el suelo resbaloso sobre la base rocosa, Delmiro, el joven subteniente, salió disparado vertiginosamente hacia delante, para terminar de espaldas en medio del charco lodoso, que no era mucho mas largo que él, ni más hondo que tres o cuatro dedos, y casi no se veía entre los pastos bajos de la lomada.-
Trató de recobrar su dignidad irguiéndose rápidamente, pero el suelo era tan resbaloso que volvió a caer, esta vez entre manoteos desesperados.- Cuando al fin se irguió afirmado en ambos pies, estaba totalmente embarrado, y el uniforme sucio y chorreante de los zapatos a la gorra, que tenía sujeta entre las manos; un uniforme que momentos antes estaba elegante e impecable.-
Se miraba estupefacto y levantaba los brazos a los costados como si eso lo ayudara a secarse.- Yo evitaba verlo por miedo a reírme, ganas no me faltaron; pero no quería avergonzarlo en lo más mínimo.-
Terminamos sentados en silencio sobre una piedra que podría haber tenido algo de banco, mientras la brisa suave aplacaba el calor de la media tarde, y ayudaba a relajarnos.-
Al fin nos miramos, y poco a poco comenzamos a reírnos los dos juntos, contagiándonos uno del otro, como animándonos, hasta que lo hicimos a carcajada limpia, y un sapucay terminó rebotando en las lomas, mientras dábamos rienda suelta a una sensación tan mezclada como enojosa y risueña.-
-“Todo por un par de lobitos escurridizos…” - le digo minimizando un reproche encubierto.-
-“No se crea”-, me dice, -“¡Esas pieles valen un montón de plata!”…-
Apenas me dice esto, se levanta como un resorte…
-“¡Allí están!!!”- y como un rayo salió corriendo de nuevo, saltando otra vez entre las piedras.-
Yo alcancé a ver unas sombritas alargadas y brillosas que corrían hacia otro pequeño charco entre un pastizal de matas tupidas.- Se parecen más bien a una nutria, de un pelaje similar, aunque de cuerpos más alargados y si bien son de patitas cortas, tienen buena carrera y se pierden con facilidad entre el pastizal, o las piedras y los charcos, que abundan en esta zona, aún en la altura; por lo impermeable del suelo rocoso.-
Él eufórico, iba alzando piedras y se las arrojaba como proyectiles mientras seguía en su encarnizada persecución, sin mayor acierto primero, pero luego fue afinando la puntería.-
Cuando los lobitos en su disparada se separaron, optó por uno; y a la larga, logró darle con la piedra al pobre animalito, que quedó inmóvil, con su trompita ensangrentada.-
El otro escapó hacia la bajada que daba al este.-
Alzó cobrando el lobito, y vino a mi encuentro, radiante.-
-“¡Lástima que se me escapó el otro!...”- y seguía con la mirada escudriñando los pastos de la ladera, por si lograba verlo.-
Yo estaba extasiado con el panorama.-
Hay allí una cuchilla de lomadas o bien cerritos bajos, de suelo rocoso cubierto por una delgada capa terrosa con pastos bajos y escasos; vastas extensiones, que forman campos de ganadería, donde pacen perezosamente vacunos de excelentes razas; o en otros, grandes manadas de ovejas de gran calidad, cárnica o lanar.-
En el suelo se encuentran cada tanto pequeñas excavaciones, algunas mayores, que llaman voladuras, de donde sacan o sacaron piedras de arenisca rojiza, con marcadas vetas que forman capas, mas delgadas o mas gruesas, de donde se obtienen lajas planas para pisos o revestimientos; y piedra mora, mas dura y compacta, también muy usada en la construcción.-
A lo lejos, casi en el horizonte el casco de alguna estancia, magnifica la vastedad de esa llanura; donde esta franja rocosa si bien extensa, semeja a una cicatriz rugosa que dejara en una era anterior, algún oleaje sísmico, y que a su vez el tiempo ha ido erosionando y alisando poco a poco.-
Siguiendo a Delmiro cruzamos un alambrado, subimos otra loma, y desde la cima observo un cuadro que antes me estaba vedado, oculto por las que quedaron a nuestras espaldas.-
Al frente, hacia el este, a unos cientos de metros se alzaba otro cerro achatado, pero un poco más elevado e importante que los demás, con una silueta de rocas encima, que asemejaba las ruinas de un antiguo castillo, con sus torres derruidas y su base ya deforme.- Su color al sol era de un marrón rojizo con ribetes amarillentos.-. Una belleza, curiosa, que me sorprendió y quedé un momento mudo, absorto.-
-“¿Qué es eso?”- le grité a mi joven acompañante, un poco alejado en su empeñosa pesquisa …, señalándole con el brazo extendido hacia el frente en dirección a la piedra.-
Él se resignó a acercarse.-
-“Es: “Itá Pucú”-, o sea, es como aquí le dicen; la piedra que crece…”-
Reconocí entonces el óleo del Hotel de Turismo, donde me enteré por primera vez de la piedra, y las historias que escuché sobre ella, desde la cruzada de Belgrano en su campaña al norte, y acampó, dicen, en este mismo lugar.- Los nativos lo consideraban de buen augurio y le hablaron de esta curiosa piedra que crecía, poco a poco, lenta pero evidente en el tiempo.-
No es que la piedra crezca, lo que ocurre es que por la erosión, el suelo se va escurriendo milímetro a milímetro, ladera abajo, y eso hace que cada vez más la base se vaya exponiendo, como si emergiera del suelo, creciendo y creciendo.-
Quise buscar mi familia para que pudieran contemplarla.- Vimos también a la izquierda un camino, más bien una huella algo torcida y ondulada que iba de la ruta en esa dirección, y nos apresuramos a volver al auto, donde encontramos a los chicos aburridos esperándonos, y Betty con su termo, cebándose su eterno mate amargo.-
Delmiro puso atrás su valioso lobito y volvimos hasta encontrar la tranquera del camino de campo, que comenzamos a seguir sinuosamente.- Al rato cruzamos un pequeño vado, con un palmo de agua; y poco más adelante donde la huella se bifurcaba; tomamos la que iba subiendo a nuestro cerro, dando la vuelta y ascendiendo la cuesta, entre las cientos de ovejas que se hacían a un lado y nos cedían el paso mansamente.-
El suelo de la ladera, se iba salpicando de piedras solitarias, que cada vez eran más grandes y tupidas, hasta que no pudimos seguir con el auto.- Lo dejamos y continuamos caminando, mirando embelezados esa mole tan curiosa que se erguía allí un poco más arriba de nosotros, como una monstruosa muela pétrea, con sus deformadas raíces hacia el cielo.-
La formación tendría una altura de unos quince metros, más o menos, quizás veinte; y la base: el doble.- Es fácil de escalar por su forma escarpada y su base abultada de la que surgen varios torreones, erosionados, escalonados e intrincados.-
Todos tratamos de llegar trepando a la cima, donde ofrece verdaderas plataformas suficientemente planas par estar cómodamente parados, aunque los chicos se permitían saltar y hacer osadas piruetas, allí arriba.-
Por momentos parecían pequeñas estatuas movedizas, sobre un enorme pedestal rojizo.-
Mi mujer sentada en la base se prendió nuevamente de los enseres y volvió solitaria a su mateada, y como repite ella, cuanto más amarga mejor.-
Dicen que la gente del regimiento de Belgrano aquella noche dejó varias marcas en la base de la roca, que grabó fechas y nombres; la verdad es que nosotros buscamos, y por más que buscamos, no encontramos ninguna.-
Yo, siempre documentando momentos y vivencias, grabé todo con mi filmadora de cine Súper 8, con todas las travesuras de mis hijos.-
Lamento no haber filmado la embarrada del subteniente Delmiro, el joven de uniforme impecable.-

…………

Desde allí continuamos por la enripiada ruta, pasando por los campos del sur de corrientes, siempre ondulantes, ora amarillentos, ora más verdosos, siempre llenos de vacas y de ovejas, de estancias y sus cortinas de eucaliptos, pasando primero por Curuzú Cuatiá, y luego por Chajarí ya en Entre Ríos; donde nuestro subteniente tenía su cita con su Regimiento.- Luego seguimos rumbo al sur…



II


Dos noches antes llegábamos a Mercedes; volviendo de nuestras truncadas vacaciones en el sur de Brasil, y aún así, nuestra inesperada estancia de dos semanas inolvidables.-
En casa de nuestros entrañables amigos, nos recibieron con alegría.-
Poco mas tarde, ya en la cena, sentados a la amplia mesa del amplísimo comedor, estábamos saboreando los exquisitos platos de Pedro, el padre de Mechi, la esposa de Delmiro, el Subteniente, casi una niña; que tenía en brazos a su pequeña bebé Dory, de diez de meses.- Ambos habían venido de visita de fin de semana, ya que vivían relativamente lejos, y especialmente ella extrañaba bastante.-
Nunca se había ausentado tanto, ni vivió alejada de sus padres, y era una jovencita que había sido siempre muy mimada y protegida, especialmente por su madre, Ada; pese a que ésta era maestra de primaria, y ejercía en el campo, bastante retirada de la ciudad, en un lugar más bien inhóspito.-
Contaba que, desde la ruta, donde siempre algún vehículo la llevaba, debía hacer un buen trecho a caballo, ya que incluso había que vadear un arroyo; eso sí hermoso.- Ese lugar conocíamos bien, ya que a veces íbamos a pescar o pasar el día.- Un riacho con bancos de arena a pleno sol, en partes; y frondosas galerías arboladas en otras, que se cerraban casi, sobre el agua espejada.-
El hobby y la pasión de Pedro era la cocina.-
Cocinar para amigos e invitados, era su debilidad.- Generalmente nos invitaba los domingos, cuando vivíamos en Mercedes; y terminamos como habitues, siendo conocidos y amigos de sus amigos.-
Aún antes de que mi familia residiera allí conmigo, compartíamos cenas y tertulias con un grupo de allegados, al menos una vez por semana.- Algunos eran miembros permanentes, otros cambiantes; dos médicos, uno de origen alemán, otro paraguayo, un relojero, un mueblero, un carpintero golfista, algún comerciante, otro gerente de banco, como yo, e inevitablemente concluíamos todos los temas, por más apasionantes que fueran, en amenos partidos de truco que se extendían hasta muy tarde.-
Tras la rigurosa siesta veraniega, nos sentamos en la amplia y fresca galería sombreada, tomando tereré helado, con jugo de pomelo; mientras Dory sentadita dentro de un fuentón de plástico azul, salpicaba con alegría el agua fresca, y Mechi sentada en el suelo se mojaba jugando con ella.-
La galería daba a un patio colonial que tenía el infaltable aljibe en el centro, con su brocal torneado y ornamentado con herrería artística de la época.-
A su alrededor la casona, de más de un siglo largo, con un zaguán revestido en antiguas mayólicas, y columnas de hierro fundido, hablaba de una gloria de provincia en tiempos de esplendor del campo ganadero, cuando los ingleses compraban el ganado en pié, para llevarlos a sus mataderos de Buenos Aires, y pagaban en libras de oro.-
El ganado lo embarcaban por el río Uruguay y viajaban río abajo en barcazas a vela, o vapor.- Después llegó el ferrocarril, y el ganado viajó en tren, al ritmo del progreso.-
Cuentan que en aquellos tiempos, las familias, más bien ahorrativas, quizás porqué no había mucho en qué gastar, juntaban pequeñas o grandes fortunas en monedas inglesas de oro, producto de aquellas ventas.- Incluso aún hoy perviven leyendas sobre “entierros”, que se encuentran o se buscan, donde la gente de entonces enterraba el dinero para ocultarlo y resguardarlo.-
Esto tendría asidero máxime en que en esos tiempos la invasión Paraguaya provocó un éxodo improvisado, y había que esconder o asegurar para recuperarlo luego cuando todo pasara.- Algunos quizás no volvieron, y se cree que así se encontraron fabulosas fortunas, algunas origen de grandes terratenientes de hoy en día.- Hay leyendas de apariciones, de almas en pena atormentadas, que no podrían descansar en paz si alguien no descubría esos ricos entierros.-
Otras veces fueron luces malas o fugaces, que asustaban al más pintado, hasta que alguien desafiante y de extremo coraje, buscaba en el lugar en que se veían esas luces de ultratumba…
Esto es folclore en las zonas rurales, aún hoy en día.-
La casona había pertenecido a muchos dueños, seguramente, y ellos: Pedro y Ada, los actuales; sabían que en un tiempo había sido una casa de tolerancia, un prostíbulo, cosa común que no escandalizaba a nadie en aquella sociedad; si aún hoy son comunes en los pueblos y ciudades de la región.-
Al principio, cuando se radicaron allí, se encontraron más de una vez con algún paisano trasnochado, que quizás después de vender bien “algunos animalitos” venía “a divertirse” al poblado, y con el caballo atado a las rejas de hierros forjados, desde la vereda golpeaba las manos, y al verse atendido por alguien que no esperaba, preguntaba rebuscadamente, temiendo algo extraño…
-“¡Buenas!…,¡Je, Jé!…”- y retorciendo el sombrero entre las manos curtidas, preguntaba dudando: …-“¿Estarían …, este…, las chicas?”...-
Lógicamente, festejábamos divertidos la anécdota tan peculiar, que pintaba tan bien toda una pequeña estampa campiriña.-
Como teníamos con nosotros el proyector de cine, nos juntamos en la sala grande del frente, y pasamos una y otra vez la película del casamiento que había unido a Mechi y Delmiro, hacía algo menos de dos años.- La filmación sólo comprendía la fiesta, que se realizó precisamente en ese mismo patio y en esa misma galería.- La ceremonia religiosa no se pudo filmar.-
El párroco de la iglesia entendió; que algo tan fatuo y sofisticado, era cosa de clases privilegiadas.- Que habría gente que quizás no estuviera tan elegantemente vestida para ser filmada.- Que se conformaran con fotografías, como todo el mundo.-
Hubo que conformarse con filmar la fiesta.- Una fiesta con todas las de la ley, concurrida, con familiares e invitados, tanto jóvenes, como mayores, y algún niño; con orquesta, divertida, sana, aunque quizás ruidosa, como siempre cuando está bien regada, como Dios manda.-
Yo ponía reparos en filmarla.- Ada tenía un entusiasmo casi rayano en la obsesión, de poder contar con un film del casamiento de su hijita adorada; tanto admiraba los nuestros, que les mostrábamos una y otra vez, y yo temía que algo fallara, o algo saliera mal.-
No era más que un aficionado, y aquello sería irrepetible…
Y al fin salió perfecta, la iluminación, el sonido, las tomas, los novios y las familias graciosamente reflejados luego en la pantalla, resultó ser un documento sumamente apreciado; máxime si tenemos en cuanta lo que pasó inesperadamente luego.- También un fotógrafo profesional trabajó en la ceremonia y en la fiesta, sacando una centena de fotos.-
Más la tragedia acechaba esa noche de alegría; el pobre fotógrafo cayó muerto apenas llegó a su casa de regreso del feliz casamiento, esa madrugada, y todas esas fotos se perdieron para siempre.- La esposa compungida, desesperada en su dolor, nunca quiso que nadie vuelva a tocar el equipo que esa noche utilizó su esposo, ni para revelar los rollos…, nada.-
Nada de nada.-
Sólo quedó mi película, que tenía una parte del casamiento, porqué la ceremonia en la iglesia no la pudimos filmar.-
Entonces no se cansaban de mirarla una y otra vez.-
Revivían y volvían a revivir la fiesta, los adornos de la casa, los variados y espléndidos regalos, apilados en un prolijo desorden, los rostros felices, y alguna lágrima furtiva, captada inesperadamente…, que ahora provocaba risas alegres.-
¿Cómo no iba a ser tan valiosa esa película?, que era además el único testimonio grafico que quedaba de algo tan grato, y tan trascendental para ellos…
También tenía la maestra un pequeño rollo que había filmado en su escuelita del campo, que conservaba como una reliquia orgullosamente, y no podían verla sino contaban con mi proyector.-
Al día siguiente, después de recorrer un poco la ciudad, viendo y saludando a tantos conocidos, y debiéndoselos a tantos otros para otra oportunidad, reanudamos el viaje hacia la provincia de Buenos Aires en plan de aprovechar lo que aún nos quedaba de las vacaciones.-
Delmiro, el joven subteniente, de uniforme impecable, de esbelta figura, se despidió de su mujercita y sus orgullosos suegros, subió a nuestro auto, y partimos.- Debía presentarse a primera hora del día siguiente en el Regimiento de Chajarí, en Entre Ríos, donde nosotros lo dejaríamos de paso.-
Pasando el Aeropuerto, terminaba el pavimento, y el camino que llevaba al sur se hacía de ripio, y comenzaba a trepar las lomadas pedregosas de la baja y rojiza serranía que atraviesa la provincia correntina en esa zona.-
Un poco más adelante, donde las lomas son más pronunciadas y montañosas, Delmiro vio corretear en la cima, más allá del alambrado, dos lobitos reptantes, de pelajes relucientes… correteando entre los pastos bajos…


…………


III


Pasaron casi cinco años antes de que volviéramos a Mercedes.- No habíamos casi tenido contacto, más que alguna carta espaciada, muy de cuando en cuando.-
Con el teléfono casi no se podía contar, estando en Misiones era difícil llamar a larga distancia.- Aunque parezca mentira.- Y menos que menos a Mercedes, donde aún los teléfonos eran a manivela.-

La casa más que centenaria estaba cerrada, abandonada.-
Un cartel colgaba en la verja de hierro, decía SE VENDE.-
De la casa de enfrente salió un viejo conocido, a saludarnos; amigo nuestro y de Pedro y Ada.- Era el relojero, uno de los compañeros, que formaban nuestro antiguo grupo de truco cuando nos juntábamos a saborear pavo a la crema, o riñoncitos de cordero con salsa picante, hecho por la incomparable mano de nuestro querido y generoso cocinero.-
Nos contó que Ada había muerto una tarde en su escuelita, hacía tiempo, y que Pedro decidió poner la casa en venta e irse a la ciudad capital de Corrientes, y era cocinero de un joven mercedeño que estaba muy bien casado y colocado en la escena política; postulado en ese momento como firme candidato a gobernador, y lo tenía de cocinero y confidente.-
El joven había sido mi secretario en la gerencia en el tiempo en que estuve radicado allí, y a cargo de la sucursal local de mi banco.-
Pedro no había podido superar la muerte de su querida compañera, la inseparable esposa, la incansable maestra, la entusiasta coleccionista de vinos finos, que los allegados acostumbrábamos a regalarle vez a vez que llegábamos a compartir su mesa…
Tampoco pudo Pedro superar la separación y el divorcio de su tierna hija, que había estado felizmente casada con el subteniente Delmiro; lo que ocurrió poco tiempo después de que Ada se hubiera ido para siempre……
-“Menos mal…”- Decía tristemente… -“No hubiera querido que ella viviera tanta desilusión, tantos sueños rotos…, cuando quedaba aún tanto por delante…”-
Puso en venta la casa y se fue para no volver más a su pueblo, la ciudad de Mercedes…
Yo me quedé pensando:
-“¿Quién se habrá quedado con mi película?”-



*De Celso H Agretti. celsoagr@trcnet.com.ar
Avellaneda - Santa Fe; 20-05-05







Estelas de la calle Argerich*



La Estela varonera me trataba
de igual a igual
y que no se supiera que yo
le gustaba


La otra Estela me trataba
intrigante
haciéndome notar que portaba
una incógnita


¿Qué plus me da
hoy
nueve lustros más tarde
recordarme perturbado
por sus femineidades?



*De Rolando Revagliatti. revadans@yahoo.com.ar







Borges, no peronista y escritor argentino sin dudar.*



*Por Eduardo Pérsico. epersico@telecentro.com.ar


… y la llegada del peronismo arrinconó a Borges y a muchos ‘ilustrados’ en que esa novedosa vertiente era una copia del fascismo italiano.


Por fortuna y más en esta instancia revulsiva que se disfruta en el planeta, expresar conceptos es casi una obligación y esa virtud, sin ahondarle el abuso de algún caso, por fortuna nos permite expresar algún desacuerdo tardío pero atendible. En este caso y en un debate radial de campaña política en Argentina, ‘un peronista tradicional’ así se nombró, y sin que mucho Borges viniera al caso, el referente predicó ‘ese escritor nunca entendió nada de este país’ y más adelante y eso lo reiteró ‘si Borges nunca fue peronista, mal podía decir algo de lo popular’. Pero bué…
Cierto perfil de Jorge Luis Borges mostraría que él escribía ‘como si estuviera escribiendo’ y convidara con un guiño al lector a secundarlo. Sin fijar una afirmación tan liviana como sus ironícas calificaciones a ciertos colegas anteriores o contemporáneos más festejadas que su misma obra, la inflexión del lenguaje a Borges no le llegó por ilustración literaria sino desde lo raigal y profundo del país. Sólo apreciando su lenguaje y ningún otro atributo de estilo, él fue un escritor argentino sin ambages ni rodeos y con la propia voz de su país. Esto a pesar de las dudas y objeciones baratas que recibiera su ‘soberanía cultural’ y recibiera con el apremio ideológico que entre argentinos es inevitable, en tanto nuestras contradicciones hasta geográficas para integrarnos persisten y la mayoría de los actores desde 1810 en adelante, no quedarían afuera de algún debate. Anque en última instancia considerar a Borges un escritor reaccionario o antipopular implica no haber leído bien ni mal su obra, donde no existe la mínima descalificación a los orilleros, gauchos, negros ni obreros o laburantes. Certeza que más a una relectura aguda de su obra merecería menos remilgos populistas en desuso y argumentos más sustentables no contra su técnica sino contra su ética literaria. Dejando de a Borges por sus ocurrencias ‘antiperonistas’ que pudieron ser caudalosas y a veces inciertas con mucha resonancia posterior, pero que seguramente no incluyeron suscribir ´viva el cáncer’ al morir Eva Perón.
Asimismo y a pesar que los escritores se valoran por lo mejor de su obra, la llegada del peronismo arrinconó a Borges y a muchos ‘ilustrados’ en que esa novedosa vertiente política era una copia del autoritario Fascismo italiano, en principio cuando cierta oposición antiperonista no creía apropiado vincular al peronismo con el feroz franquismo que se soportaba en España. Así como fascismo y franquismo fueron bastante similares, entre los argentinos creyentes siempre fue mejor visto el franquismo, un régimen quizá más cruel y primitivo pero adherido a lo eclesiástico y confesional. Tan fue así que el primer gobierno peronista en 1946 incluyó o fue obligado a incluir Religión en las escuelas primarias, más otras acalladas concesiones a la Iglesia Catòlica sin que sus opositores, con Borges incluido, ni cuestionaran esos giros medievales. A pesar de reprobar con ferocidad y persisten por índole de clase contra la movilidad del tejido social en el país y la liberación psicológica del obrero ante el patrón. Dos aciertos civilizadores que actualizaron la historia de los argentinos y que por el año 1983, seamos justos, en una charla informal al mismo Borges le interesó hablar de ‘esa modernización’ y pidió que le prolijaran el concepto.
Bien vale al valorar a este escritor tan contradictorio como otros argentinos notorios, que al publicarse en 1926 ‘Don Segundo Sombra’ de Ricardo Gúiraldes, un libro apreciado entonces como la obra más saliente de los martinferristas, Borges lo entendió inigualable por los pasajes de naturalismo criollista casi inaugural que advirtiera. Poco después, en 1928, Borges publica ‘El Idioma de los Argentinos’, un trabajo sustancial en limitar la tendencia hispánica contraria al ‘voseo’ entre otros términos, ni caer tampoco en hablar ‘como peón de estancia, matrero o valentón’ pero mucho menos ‘ese español internacional sin posibilidad de patria ninguna’. Por entonces tanto Arturo Capdevila y Monner Sanz, - a quién Borges calificara de ‘un Virrey clandestino’- defendían la línea idiomática de Madrid, contando en su mismo equipo a Ricardo Rojas y al nacionalista Raúl Scalabrini Ortiz. Nada menos este último que había escrito ‘El Hombre que está sólo y espera’ y duros artículos vinculando a los ferrocarriles con nuestra dependencia frente al imperialismo inglés. Esas cosas.
Y en el avance de la controversia de Borges con el españolista Américo Castro, del Instituto Hispánico de la Universidad de Buenos Aires y el respaldo de Menéndez Pidal y del notorio argentino Ricardo Rojas, y en diferentes etapas hasta 1941, él desarticuló con ironías los ataques a nuestra manera de expresar que no acabaría apenas en una demolición no de Américo Castro sino de varios ilustrados argentinos de época. Hasta bromear ‘no observo que los españoles hablen mejor que nosotros. Hablan en voz más alta, eso sí, con el aplomo de quienes ignoran la duda’ Y varias veces repetiría ‘los españoles hablan muy mal el español, pero lo respetan mucho porque lo consideran un idioma extanjero’. Asunto que podría no ser sustantivo para juzgar la argentinidad de Borges pero que de haber acontecido al revés igual lo seguirían enjuiciando.
Pero bué, los críticos de Jorge Luis Borges ni registran que él fuera un iniciador en incluir lunfardías en la poesía ‘culta’ y en ‘El general Quiroga va en coche al muere’: dice ‘el madrejón reseco sin una sé de agua, y la luna atorrando en el frío del alba’. No a la muerte sino al muere, una porteñidad de título y trascartón ‘atorrando’ por durmiendo, era chucear a los españolistas rancios como al borrar la ‘d’ final acentuando la última vocal; usté, verdá, salú, sé y alguna otra por ahí. Así que negarle porteñidad a quien escribiera milongas como ‘El Títere’, ‘Jacinto Chiclana, o localia sudamericana al autor de ‘Poema Conjetural’ sobre Narciso de Laprida, es lo mismo que menguarle la argentinidad porque no era peronista. Que además de una inexistencia como infundio suena a estruendosa estupidez.


- Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires, Argentina.






MILONGA DEL CAMPESINO*


Vengo a cantar mi canto
porque quiero atestiguar.
A quienes voy a cantar
en éste tramo vivido.
Cantaré a los campesinos,
porque quieren trabajar.

Años poniéndole el cuerpo
a su tierra bien querida,
trabajando día a día
para cosechar el fruto,
que brindaron muy a gusto
con manos encallecidas.

Hijos de la tierra son,
de costumbres ancestrales.
No marcaron sus lugares
pues otro es el motivo,
compartir en colectivo
viviendo en comunidades.

Hoy es verdad sabida
que vivieron allí siempre.
Con un ahinco creciente
forjaron saber y cultura.
La tierra les dio la cuna
para amamantar su simiente

Hoy es pueblo de Santiago,
su bandera es el Mocase.
Quien entienda que no tape
estas verdades en flor,
también viene el Mocafor
y con ellos, hay que estarse

Los campesinos que son
del bañao, de los esteros,
gente de pata en el suelo
que viven labrando la tierra,
para que el campo no pierda
el trabajo compañero.

Los que trabajan la tierra
ya no quieren más migajas.
Los frutos de la tierra sacan
preparando lo mejor.
Cantemos como el cantor
¡tierra para el que la trabaja!



*De ENRIQUE Juan Ferrari. enriquejferrari@yahoo.com.ar




*

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