miércoles, marzo 07, 2012
LOS HARAPOS DEL DESCONSUELO...
*Dibujo: Ray Respall.
La Habana. Cuba.
SALUDO A LOS MAESTROS*
Un país, o un horizonte,
es también
por sus sembradores y
maestros,
por las mejores, altas
lluvias
que dan luz y verdor a
las semillas.
Los sembradores, los
maestros,
en la primera fila del
trabajo
para abrir senderos y
miradas,
en rumbo del alba y del
futuro
(porque trabajoso es el
futuro),
aunque los soberbios
no lo entiendan.
*De Eduardo Dalter. eduardodalter@yahoo.com.ar
CORNISA TRIANGULAR*
La he imaginado negra, como la ausencia.
Rosa color fluctuante
Vuelo de cuervo subterráneo.
Nunca es la misma, pero siempre es la misma.
Ha venido de un país de limón y lágrimas.
En sus largas avenidas dormidas,
Hacen nido las palomas y las palabras.
A veces camina debajo de las olas
Mar impregnado de sonoros amores.
Juegan con los ruiseñores de viento.
Cuando está triste, se acurruca en un horno de barro
Y juega con los gredosos sueños de su infancia.
Comparten, la voz del fuego.
La sensualidad de la carne.
...y el milagro.
Otras veces se estremece en un orgasmo de locura
Lastima los árboles que pasan hasta apagar el fuego.
El fuego ¿Apagará la herida del cántaro trizado,
La voz secreta del agravio?
Cuando llora, sus lágrimas de almendra
Ronronean como un gato azul.
En sus uñas, aletargada, una semilla de cannabis.
Canta con el juglar de los sueños rotos
Acallan las voces del granizo y el hambre.
Alguna vez se ha enamorado,
Y la náusea se transformó en espasmos de pasión.
Y se entregó al amor, empecinadamente
Laberinto de amapolas dispersas
Que nunca encontrará porque nunca estuvieron.
Es una rosa negra, es cierto, también blanca,
Leche materna, nieve, nube, tiempo de guardapolvos.
Pájaros sagrados que se han ido.
Callejones de sueño sin regreso. Cerebro liso.
Y no estar, no ser, no pensar. Pero a la vez ser
Y negarse y posarse solo por un momento
En la cornisa triangular de unos ojos negros
*De Amelia Arellano. arellano.amelia@yahoo.com.ar
La llave*
*De Nechi Dorado. nechi.dorado@gmail.com
Era imprescindible el ingreso hacia otro mundo, mucho más calmo, donde el dolor no fuera una constante. Para ello, había que tener una llave normal, ni tan grande, ni tan chica. Simplemente bastaría que fuera llave y supiera cumplir con la tarea que, dada su condición, le fuera conferida.
El grupo humano sabía que no existía otra posibilidad para hacer la entrada a ese mundo que, por diferente, hasta parecía inalcanzable, que sin embargo estaba allí, a sólo una vueltita de esa llave que no era mágica, sino simplemente llave.
Sólo una cosa se interpuso para que se abriera esa puerta. Otro grupo humano se había adueñado de la cerradura, no tuvo mejor ocurrencia que tapar el agujero por donde debería entrar la llave.
Apenas un detalle no menor, la gente de ese pueblo siguió condenada a vivir entre tinieblas.
El lector y sus miopías*
*Por Marcia Bredice. marciabredice@hotmail.com
Tiene los dedos en la boca. Sin darse cuenta, tiene los dedos de su mano derecha en la boca, mientras sostiene el libro con la izquierda. Todo a su alrededor se desvanece. El devaneo del resto de turistas le es imperceptible, como le es imperceptible el mar o los históricos monumentos frente a los que se sienta, apático, después de haberlos imaginado largamente.
No responde siquiera al teléfono que suena insistentemente durante ocho segundos. Nada existe para él, que termina por parecer un idiota. Nada lo distrae de la linealidad alterada de la trama, de la peregrina sucesión de los acontecimientos que le teje la ficción en su cabeza. Todos lo miran molestos. Se pasó la tarde leyendo y, en el paisaje público, leer es un acto incómodo.
Seis metros más allá, la escena se repite. Sólo que son dos. Ni la alternancia del mate ni el viento pegándoles en la cara los desconcentra.
Parecen dos idiotas. El sol les pega de lleno en la hoja y la tinta se convierte en un blanco. Quedan ciegos, pero leen. Leen sin ver. Alternan clásicos con revistas pasatistas. No pueden deshacerse del bulto malamente encuadernado de sus ediciones baratas. No hay ni intercambio de palabras ni cambio de posiciones. Nada, fuera de sus libros, los conmueve. Leen cuando viajan y viajan cuando leen. Buscan destinos como sentidos. Cifran en sus libros los harapos del desconsuelo. Las páginas leídas los exorcizan del desasosiego, de la banalidad.
A ciento ochenta y cuatro millas, otros dos, otros cuatro, otros diez. Leen en subtes y trenes, en estaciones y andenes, en salas de espera y parques.
Doblan el libro, lo apoyan en sus piernas y suspiran. Con la otra mano, la libre, se sostienen la cabeza. Cuando todos hablan, pasan ligera, nerviosamente las páginas y hacen notar su fastidio. Desoyen el rítmico sonar de tazas y cucharas de los bares del centro.
Más que lectores son leedores. Escanean la realidad a través de los diarios.
Rumian la materia perfecta de la lengua como si fuese alimento balanceado.
Buscan. Persiguen la vana cifra de las formas. Los signos les dilatan la retina y destilan, del significante, la materia inalterable. Hacen desaparecer el mundo con un solo parpadeo. Desaparece todo en la débil
vigilia de su gesto intelectual.
Se hinchan de libros. Suman fantasmas a sus días y a sus noches. Gimen la poesía, lloran sobre la métrica anquilosada del soneto. Se saben de memoria las primeras líneas de sus novelas preferidas, los años de edición y reedición, los epígrafes. Ven Quijanos y Quijotes en cada demencia, Bovaryes en cada lascivia, Raskolnikoves en cada asesinato, Emmas Zunzs en cada venganza. La ficción les roe los huesos del cráneo. Se duermen con la celulosa en la yema de los dedos mientras sueñan a Rimbaud, a Rilke, a
Pushkin. Pasan días acariciando el lomo de sus libros, sacándoles el polvo.
Les duele la víscera cada vez que alguien les pide uno en préstamo. Releen los fragmentos que subrayaron en sus libros y las notas que escribieron en sus márgenes. Son insoportables en su obsesión por perpetuar. Saben, de lo real, lo innecesario. Se balancean en el vacío sinuoso del escepticismo y de
la duda.
Aman los días de lluvia, el jazz y los misterios. Viven su vida con una tristeza medular. Caminan moribundos, fóbicos, mareados; moviendo la boca como si hablaran. Detrás de ellos va, ciega y exhausta, como una sombra, la locura.
*Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-32803-2012-03-07.html
UTOPÍA*
Una haciendose mujer, no naciendo. Cabeza erizada de preguntas, polleras indómitas, los pechos siguiendo las lecturas como dedos. Una siempre buscando su propia lengua en la ajena. Internándose en el amor a primera lectura, en esa isla de utopìa, donde íbamos a encontrarnos en una fiesta y fue no. ¿En algún lugar del cuerpo, del tiempo, del espacio ha sido si? Un sí que todo lo que siguió no puedo destruir. Aunque nadie lo sepa, aunque una tampoco lo sepa.
Aquí se quedan la entrañable trascendencia de tantas queridas presencias, reales y de cuento. Prendidas hacia adentro, cuerpo adentro, ardiendo, deseando. Isla que no está en ningún lugar y mueve la sangre con fuerza de lujuria
*De Cristina Villanueva. cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
Romance*
1
Lo primero que al hombre le llama la atención, cuando llega a la casa de su viejo amigo Camargo
-inventor-, es la gallina. Un animal gordo y vivaracho, pese a todo lo que le falta. Al verla, dispuesto a hacer comparaciones, lo primero que a uno se le ocurriría es que se parece a alguien que acaba de volver de la guerra. El hombre sabe que Camargo ama desmedidamente los animales. Su casa no es un
zoológico por una simple razón: no soporta los ruidos. Ningún ruido. Las paredes están revestidas con planchas aislantes. Las ventanas y las puertas son dobles y están tapadas con gruesas cortinas. Acá se habla en voz baja.
El amor que Camargo siente por los animales choca con esta imposición de silencio. porque, desgraciadamente -según él mismo se lamenta-, casi no hay bicho que no ladre, bale, maúlle, rebuzne, ruja, silbe, muja y demás variantes. Ruidos y ruidos. Esta fatal contradicción entre su necesidad y su
afecto es lo que condena a Camargo a la soledad. El hombre sabe todo esto y se dice que la presencia de la gallina dentro de la casa debe tener su historia.
Es así como más tarde, entre mate y mate, cuando la gallina se desliza con paso incierto frente a la puerta, el hombre, con voz distraída, pregunta: "Y esa gallina?" El relato no es simple, pero sí creíble. Un día, en una de sus escasas salidas, Camargo presenció como un coche atropellaba a una gallina.
La levantó, comprobó que estaba viva y se la llevó. En su casa, después de revisarla, llegó a la conclusión de que sólo tenía una pata rota. Se la entablilló. Depositó la gallina en un canasto de mimbre y se dedicó a alimentarla, mientras esperaba la lenta curación. Seguramente agradecida, la gallina soportaba su dolor y guardaba silencio.
Pasó el tiempo y Camargo advirtió alarmado que la quebradura no soldaba. Al contrario, la infección amenazaba extenderse. Tomó una decisión drástica.
Decidió amputar. Con un brebaje de su invención atontó al animal y después, con una tijera de podar, cortó donde consideró conveniente. Volvió a desinfectar y a vendar. Abandonada en el fondo del canasto, la gallina callaba. Poco a poco, se fue animando. Camargo supo que estaba salvada.
Quitó el vendaje. Buscó una varilla de madera, la cortó a la medida adecuada y la ató firmemente al muñón de la gallina. En pocas palabras, le colocó una pata de palo.
Al comienzo, la gallina no se animaba a moverse. A lo sumo, se arrastraba un poco. Siguió un período de aprendizaje. Camargo la paraba, la sostenía de las alas, le hablaba, la alentaba, la impulsaba a caminar. Y así, primero a los tropezones, luego con más seguridad, la gallina fue aprendiendo a desplazarse con su pata artificial.
Acá surgió el primer problema. Durante el día, durante la noche, comenzó a oírse por los pasillos de la casa el toc-toc-toc de la patita de palo. Y es probable que el animal estuviese realmente entusiasmado con la nueva adquisición, por que no paraba de moverse. Mientras tanto, Camargo se volvía loco. Individuo de amplios recursos, encontró una rápida solución. colocó debajo de la patita un taco de goma y el golpeteo desapareció. A partir de ese momento siguió una larga temporada de pacífica y amorosa convivencia. Hasta que llegó la primavera. La gallina, impulsada por el aire nuevo y vaya a saber por qué extraño arrebato de rebeldía, comenzó a cantar. no ponía huevos, pero los anunciaba a cada rato, de día y de noche. La casa se había convertido en un infierno. Camargo se había encariñado demasiado con la
gallina como para echarla a la calle. Y menos podía hacerlo en esas condiciones. Una noche, arrancado violentamente del sueño por un estruendoso cocorocó, se levantó, tomó a la gallina, puso a funcionar la piedra esmeril y le limó el pico. Se lo limó hasta la mitad. La gallina anduvo varios días muy desconcertada. Pero después, Camargo comprobó que con lo que le quedaba de pico volvía a alimentarse. Seguramente había aprendido la lección y ya no se la oyó cantar. Con lo cual la convivencia volvió a ser grata.
Esa es la historia. Camargo le alcanza otro mate. El hombre mira hacia el extremo del pasillo y ve lo que había visto al entrar. Una gallina caminando con una pata de palo y con el pico por la mitad. Piensa que, sea en el nivel que sea, en este mundo no hay relaciones fáciles.
2
Aunque no se lo confiese, es probable que la razón por la que el hombre vuelve a visitar rápidamente a su viejo amigo Camargo sea la presencia de aquella gallina con una pata de palo y el pico cortado. Apenas llega, después de los saludos, echa un par de miradas alrededor: el animal no está a la vista. El hombre no hace preguntas, evita ser indiscreto. Por lo tanto se sienta y escucha al amigo Camargo hablar pausadamente de esto y lo otro mientras va preparando el mate. Pero su atención está puesta en otra parte. No pasa mucho tiempo antes de que su oído alerta detecte que algo se está moviendo en el pasillo. Es la gallina, sin duda. Tarda en aparecer. Lo que finalmente el hombre ve asomarse es algo que no se parece a una gallina ni a nada que haya visto antes de esta tarde. Pasada la sorpresa, logra recomponer la imagen del ave y se dice que buena parte de su desconcierto ha sido provocado por el hecho de que el bicho no camina hacia adelante sino para atrás. Al moverse se contorsiona todo el tiempo, como si algo le molestara. y ya no se trata solamente de la pata de palo. Hay más novedades.
Salvo la cabeza y la cola, todo el cuerpo de la gallina está cubierto por una gruesa camiseta de frisa. Debajo de la camiseta, por lo que se puede adivinar, no hay plumas. solamente aparecen dos mechones en las partes descubiertas: cabeza y cola. Aparentemente se ha quedado pelada. Ante esta nueva pérdida, como compensación, su pico ya no está cortado por la mitad, sino que luce entero, afilado, firme y lustroso. La gallina pasa junto a ellos, desplazándose siempre hacia atrás y retorciéndose. Desaparece por la otra puerta.
El hombre mira a Camargo de reojo y se aguanta la pregunta. Prefiere esperar a que el amigo toque el tema. Camargo le pasa un mate y, con tono fingidamente distraído, dice: "¿La viste?" El hombre asiente: "La vi." "¿Qué opinás?" El hombre no sabe qué contestar, ignora lo sucedido, pero si algo está pensando es que ese animal, últimamente, no anda con mucha suerte. De todos modos, calla. Evita correr el riesgo de parecer irrespetuoso.
Finalmente se anima: "¿Qué pasó?" Camargo confirma lo que ya había percibido: "Se quedó pelada." "¿Repentinamente?" "Repentinamente" El hombre ensaya un gesto que pretende ser de comprensión. Pregunta: "¿Por qué le pusiste esa camiseta?" "Primero para que no pasara frío y segundo por un
problema estético. Me pareció que era una forma de ayudarla a superar el mal momento. ¿Qué te pasaría a vos si te quedaras pelado de un día para el otro?" "No sé" "Te sentirías avergonzado." "Seguramente." "A ella le pasa lo mismo."
Durante un rato, el hombre conserva un prudente silencio. Busca en su cabeza alguna frase adecuada para acompañar los sentimientos de Camargo. Dice: "Pero no se le cayeron todas, le quedó un mechón sobre la cabeza y otro en la cola." "Perdió absolutamente todo -explica Camargo-. Con sus propias
plumas le fabriqué una peluca y con un pegamento le coloqué ese mechón en la cola."
Ahora, cada vez más, el hombre se siente obligado a hablar. Dice: "Le quedan bien." Camargo no contesta. El hombre pregunta: "¿Por qué camina para atrás?" Camargo: "Tomó esa costumbre desde que la vestí. Además hace todos esos movimientos extraños, ya viste, parece una contorsionista. Estuve
pensando en eso. La camiseta se la coloco por la cabeza. Tal vez ella piense que retrocediendo pueda llegar a desembarazarse de la ropa." "¿Y si probaras a colocarle la camiseta por la cola?" "Es una idea, se podría intentar."
"Noté que ahora tiene el pico entero, ¿cómo hiciste?" "Fabriqué la parte que faltaba y se la pegué." "Casi ni se nota." Camargo asiente, seguramente reconfortado por la observación.
Vuelve a entrar la gallina, con su pata de palo, la peluca, la cola postiza y la camiseta de frisa. Cruza la habitación, siempre reculando y contorsionándose. Desaparece hacia el pasillo. Camargo deja pasar unos
segundos y confiesa: "Ya sé que no tiene muy buena pinta, pero yo la quiero igual." El hombre acepta otro mate y piensa que sobre la tierra no hay sentimiento más poderoso ni más noble que el amor.
3
El hombre visita nuevamente a su amigo Camargo. apenas cruza la puerta mira alrededor, tratando de descubrir a la gallina. no la ve. paciente, acepta el ritual del mate. Después, tímidamente, pregunta: "¿y la gallina?" el amigo sacude la cabeza, en un gesto que el hombre interpreta como una señal funesta. Se prolonga el silencio. Finalmente, se atreve de nuevo:
"¿que paso?"
La que sigue es la historia contada por Camargo.
Todo iba bien. La gallina había superado el peso de sus calamidades y se había adaptado maravillosamente al ritmo de la casa y a las exigencias de su dueño. Iba y venia con su pata de palo, tenía recorridos fijos, horarios, tal vez también aburrimientos. Hubiese sido difícil intentar adivinar lo que pasaba en su pequeña cabeza, bajo aquella peluca fabricada con sus propias plumas. De todos modos, Camargo estaba seguro de una cosa: la gallina no se sentía infeliz. Y así pasaban las semanas y la vida se iba deslizando en un clima de apacible medio tono, agradable para el amigo inventor, que tanto odiaba los ruidos y las estridencias. Hasta la mañana en que la gallina cantó. No había vuelto a hacerlo desde aquella vez en que Camargo se había visto obligado a limarle la mitad del pico.
Desde el fondo de la casa, desde aquella habitación donde estaba el canasto de mimbre, llego el ronco sonido triunfal. Impreciso todavía, tembloroso, debido seguramente a la falta de práctica y quizás a una incontrolable emoción.
Después, la gallina cantó por segunda vez. Entonces, el amigo Camargo acudió para ver que ocurría.
Y ahí estaba, la desplumada, la mutilada, detenida en el centro del cuarto, en actitud solemne y marcial, igual que si estuviese en una parada militar, firme como nunca sobre su pata de palo. Y canto por tercera vez. El amigo Camargo se asomo al canasto de mimbre y se topo con lo inesperado: Un huevo.
A partir de ahí todo cambio. Una nueva realidad acababa de instalarse en la casa. La gallina comenzó a empollar el huevo. De tanto en tanto, Camargo llegaba hasta la puerta de la habitación y espiaba. Si la descubría en las escasas oportunidades en que salía para comer, se acercaba y miraba el huevo. No era un huevo diferente de todos los demás, pero ahí, en ese canasto, tan blanco, solo, desvalido, era como un descubrimiento, como un testimonio de los primeros días del mundo. Millones de huevos antes de ese
huevo. Pero, para esa gallina, un huevo único. Y ella se obstinaba noche y día en su puesto, derramando torrentes de amor sobre él.
Ahí seguía el animal quieto, los ojos fijos, viendo más allá de las cosas y del tiempo.
Ahí estaba la gallina sin plumas, con su camiseta de frisa, su peluca, su pico emparchado, su pata de palo, la gallina con todas sus carencias, lanzada sin embargo hacia la vida, obedeciendo el mandato primordial de su especie. El amigo Camargo no ignoraba que, sin la participación previa de un gallo, aquel huevo jamás daría a luz una cosa viva. Pero no quería detener aquella historia, lo conmovía esa maternidad sin esperanza.
Hasta que un día ocurrió la catástrofe. Por distracción, por exceso de confianza, al volver al canasto, la gallina manejo mal su pata de palo, piso el huevo y lo rompió. De aquella promesa de vida no quedaron más que pedazos de cáscara y los restos de la clara y de la yema filtrándose a través de las varillas de mimbre. Consciente del desastre, la gallina salió de ahí, se arrastró hasta un rincón del cuarto y se echo. Un par de veces pareció intentar caminar, pero ya no supo manejarse y se desplomo. Rechazó todo
alimento y, seguramente agobiada por la culpa de su crimen involuntario, ya no hizo un solo esfuerzo para seguir viviendo. Ella, que había superado la amputación de una pata, la pérdida de medio pico y todas sus plumas. No duro mucho. Una mañana, Camargo la encontró muerta.
Esa es la historia. El hombre ha escuchado con atención. En un gesto de solidaridad, estira la mano y pega un golpecito en la rodilla del amigo Camargo. Llega la hora de irse. En la puerta de calle, gira la cabeza y mira el pasillo vacío que lleva a la pieza del fondo. Se despide, se marcha.
En su cabeza ronda una frase como un patético estribillo: el destino es insondable y no existe felicidad que no este amenazada.
*de Antonio Dal Masetto.
-Publicado en "Ni Perros ni Gatos" Torres Agüero Editor, Buenos Aires. 1987
“Blues de Ruth” *
Si detrás de tus besos soy un ausente
si detrás de tu cuerpo soy aún tu nada
explicame donde se queda el amor
que juega a enamorar
y donde el amor que no ama ...
quien esta detrás de tus besos
que no has corrido a buscarlo..
quien se quedó tan lejos de mi
que me canse de esperarlo
mil ausentes ..mal amor...
cuerpos dentro de un alma incompleta
que así regresará ,una vez mas
Rosas que son como el lazo del tiempo
y ya no perfuman las palabras
ni este viejo camino gastado.
Serán las sombras frases breves del silencio
Las que adormezcan mi poesía?
o será este dolor liberado la canción
Y su cálida luz mi corona?
Mil ausentes… Mal amor!!
*De Mónica Ruth Orellana
(joven poeta y cantautora)
Entrevista a Carlos Chernov
Historia de un ladrón de almas*
*Por Mónica López Ocón
Una leyenda aborigen –afirma Carlos Chernov–, dice que cuando nacen gemelos uno de ellos no tiene alma. Entonces, para evitar que se endiable, es decir, que el diablo ocupe el lugar vacío, los sacrifican a los dos.” Él reconoce en esta leyenda el germen de su novela, El desalmado. Su personaje, Ricardo, hermano gemelo de Eduardo, como no tiene alma, debe alimentarse de almas ajenas y, en su afán de apoderarse de ellas, amparado en su condición de médico, comete una serie de crímenes. Es un indio pilagá el que lo inicia en esta práctica.
Además de escritor, Chernov es psicoanalista. Eso hace que resulte una tentación tratar de rastrear en su escritura la huella de su otra profesión. La tentación es más grande aun cuando se trata de un tema como el del doble, largamente tratado por el psicoanálisis. Sin embargo, lejos de “ilustrar” una idea a priori, el escritor trabaja desde la literatura misma y lo hace con una imaginación desbordante, tensando las situaciones al límite y llevando el relato al terreno de lo brutal, lo excesivo, lo que parece un signo distintivo de su escritura.
–¿El desalmado es una vuelta de tuerca sobre el tema del doble?
–Sí, entre otras cosas es eso. Siempre me pareció algo raro el efecto siniestro que causa el doble. Hay muchas explicaciones para este efecto, pero a mí la que más me cierra es que no ser únicos es como un anticipo de la muerte. ¿En qué piensa uno cuando piensa en la muerte, en todos los placeres que se va a perder o en la muerte del Yo, de ese sujeto único e irrepetible que es uno mismo? Pero si ya hay otro que es uno mismo, esto es una anticipación de que no somos únicos e irrepetibles. Hay clásicos del doble, como Maupassant, Poe, Dostoievski y tantos otros. Otto Rank, por ejemplo, escribió un libro cuyo título es precisamente El doble, pero yo nunca pescaba por qué, por ejemplo, el William Wilson de Poe producía ese efecto siniestro. La relación que el doble tiene con la muerte puede ser una explicación.
–En El desalmado hay una imaginación explosiva que se evidencia, por ejemplo, en el personaje del indio pilagá. ¿Cómo surgió la idea de esta novela?
–Creo que surgió al enterarme de la leyenda aborigen sobre los gemelos. Eso me venía bien para darle lugar al otro tema del libro, que es el tema del alma, un relato sumamente inverosímil y destinado a consolarnos por nuestro inevitable enfrentamiento con la muerte, con la finitud. Creo que el disparador fue la reunión de esas dos cosas. Nosotros no somos aborígenes que creemos esas cosas, entonces hay que hacer como una transculturación para que el lector que no está transculturado lea eso y se lo crea. Por eso me gustó jugar la posibilidad de que el personaje estuviera loco. Pero, en realidad, si uno se pone a analizarlas, comprueba que todas las creencias humanas, todos los relatos, tienen un lado loco.
–¿Qué relatos incluís en la clasificación de “locos”?
–Las religiones, ciertos aspectos de la ciencia…
–¿Cuáles?
–La ciencia está influida por cuestiones ideológicas, no sólo políticas, sino también de género. Por ejemplo, se supone que el espermatozoide entra como una especie de ariete en el óvulo y lo fecunda, cuando parece que es al revés, que el óvulo lo atrae y lo captura. Es decir que la primera concepción, que era la que se difundía cuando yo estudiaba Medicina, estaba teñida de machismo o por lo menos trasladaba la función penetrante del pene al espermatozoide como si fuera una ecuación. Esa versión es la que se creyeron porque era la que sonaba más verosímil. Después, investigando, se ve que no es así, que la verdad no es lo que parece, que las apariencias engañan.
–El tema del alma tiene una larguísima tradición filosófica. ¿Qué es el alma en tu novela? ¿Es el Yo, la identidad?
–Si, de otra manera me parecía imposible representarla literariamente. Si la hubiera tomado como el soplo vital o el alma inmortal, si me hubiera remitido a Platón, Aristóteles, Plotino o las miles de concepciones que hay sobre ella no me hubiera servido para representar la metempsicosis, es decir, el traslado del alma de un cuerpo a otro. Aparte, me gusta la idea de que en el pecado está la penitencia. Ser un ladrón de almas tiene que tener un costo. Además, me interesaba descomponer la identidad en sus identificaciones porque uno tiende a pensar que es un individuo, es decir, que está indiviso, pero en realidad está formado por múltiples fragmentos, de distintos estratos, de momentos de la vida, de identificaciones.
–Es decir que uno es una multiplicidad unificada por el pronombre “yo”.
–Exactamente, es una especie de ficción de uno mismo, es el relato de uno. El relato del sujeto es el yo, es lo que permite decir “yo soy así”. Hay una función de síntesis del Yo porque si no, sería insoportable la angustia de verse a uno mismo como un montón de fragmentos. El Yo es un relato que nos sirve para sobrevivir y andar por la vida más o menos tranquilos.
–En la novela también hay otro tema que está encarnado por Eduardo, el azar. ¿Cómo juega ese tema en la novela?
–No lo sé. Siempre me interesa destacar el papel del azar. El personaje de Eduardo es una especie de soporte de eso. El azar es un poco la entropía, el Diablo o la desgracia. Este personaje se entrega al azar, no le opone resistencia, quiere tener una pérdida total del control. Y así le va, porque al final el azar siempre termina mal. De todos modos, creo que lo tomé tangencialmente, pero me interesaba mencionarlo porque es muy importante. Yo soy psicoanalista y a veces hay gente que consulta por un sentimiento de soledad. Cuando esa persona sale de su neurosis, queda en condiciones de encontrar su amor. Pero haber salido de la neurosis es una condición necesaria para encontrarlo, pero no suficiente, porque luego interviene el azar. Aunque en el concepto romántico del amor existe la media naranja, el gran amor, en realidad, cuando uno está en condiciones de tener una pareja se encuentra con diversas personas y tiene que elegir alguna y ahí se terminó la historia. El gran amor es el que te tocó.
–Si uno cree que todo es obra de un plan divino, el azar no existe. Pero si uno no cree en el plan divino, entonces todo es puro azar y esta idea es tan angustiante como la de la fragmentación.
–Sí, por eso resulta tan insoportable la teoría de Darwin o la de la muerte de Dios, porque al no haber plan divino, puede pasar cualquier cosa. De hecho, pasa cualquier cosa. Podríamos decir que entonces la vida no tiene sentido, que es otra manera de angustiarse.
–Leyendo El desalmado recordé una película de Woody Allen, Zelig, el hombre camaleón que adoptaba diferentes personalidades de acuerdo al entorno.
–Sí, Ricardo es un Zelig y aquí hay algo interesante, porque para la crítica se supone que el personaje de una novela tiene que crecer y este personaje no crece, cambia todo el tiempo, es un camaleón, tiene identidades múltiples.
–En tu literatura siempre hay algo brutal. ¿Reconocés esto como una característica de tu escritura?
–Sí, siempre me pareció que suavizar las cosas y usar eufemismos es mentir, entonces digo las cosas como las veo, lo cual puede ser angustiante, opresivo. Probablemente las cosas no sean así, pero así es como las veo. Creo que hay mucha brutalidad y que esta brutalidad es propia de la vida. Basta salir a la esquina para darse cuenta. Y como eso es insoportable, siempre queda un poco velado, oculto.
–Antes de comenzar a publicar escribías poesía. Cuesta imaginar cómo sería la poesía de alguien tan narrativo. ¿Era una poesía narrativa?
–Creo que no. Me gustaba Ernesto Cardenal, por ejemplo. Leí mucha poesía mientras escribí poesía. Los que más me gustaban eran Pound, Eliot o Wallace Stevens, generalmente yanquis que leía en traducciones. Escribí poesía entre los 18 y los 25. Terminé un libro, Movimientos en el agua, y nunca lo publiqué. Luego, a los 25 me recibí de médico, me puse a trabajar y estuve como diez años completamente apartado de la literatura. Ni siquiera leía ficción, sino sólo psiquiatría y psicoanálisis. Como así me sentía muy mal, volví a escribir y, no se por qué, empecé con narrativa. No tengo la menor idea de cómo funcionan esos mecanismos.
–¿Cómo se compatibiliza la profesión de psicoanalista con el hecho de ser escritor?
–Me costó muchos años poder ejercer las dos profesiones. Cuando empecé a escribir nuevamente, lo hacía sólo en las vacaciones y no por falta de tiempo, sino porque no podía compatibilizar la identidad del señor serio, psicoanalista, que gana dinero con su tiempo y la otra identidad de artista loco que anda perdiendo el tiempo haciendo apuestas en el aire sin saber si alguien le interesa lo que escribe. Llegaba marzo y dejaba de escribir. Anatomía humana, que ahora se va a reeditar, por ejemplo, lo escribí en cuatro veranos. Llegó un punto en que tardaba tanto en leer lo que había escrito el verano anterior que ya no podía escribir. Y así fue como la literatura entró también al año lectivo. Después, durante mucho tiempo, me molestaba que me atribuyeran que los libros estaban muy llenos de psicoanálisis. Creo que no es así, pero el autor es el que menos puede opinar sobre eso. Siempre valoré la novela de imaginación que me parece lo más difícil. Ahora, que estoy escribiendo una novela autobiográfica, me siento más cómodo porque sé de qué trata, conozco los lugares. En mis novelas anteriores, en cambio, me sentía más perdido porque tenía que inventar.
–¿Y ahora cómo es la relación entre el psicoanalista y el escritor?
–Las dos profesiones se amigaron. Por ejemplo, en la novela que estoy escribiendo ahora, hay una mujer que ha tenido un aborto. Creo que si no fuera psicoanalista, no me daría cuenta del peso traumático de un aborto. Hay ciertas cosas que te da la profesión, cosas que si fuera ingeniero no las sabría o sólo tendría la aproximación de la experiencia. En cambio, como psicoanalista he sido testigo de duelos terribles. No sólo me refiero al tema del aborto, sino a muchos otros. Hay cosas que sólo se comprenden cuando se ha escuchado a mucha gente.
–¿De qué forma se da en la práctica la separación entre ambas profesiones? ¿Sos metódico y tenés un horario establecido para cada cosa?
–No, no soy metódico. Al principio escribía de noche. Ahora estoy más cansado, por lo que trabajo menos y también escribo durante el día. Me acostumbré a una escritura en los intersticios. Escribo cuando se va un paciente y dejo de escribir cuando llega el siguiente.
–¿Cómo es la construcción de una obra de largo aliento como una novela?
–Mis novelas parten de montones de notas acumuladas, unas 300 o 400 páginas de anotaciones. Son anotaciones sueltas, escenas, características de personajes, recuerdos. Luego agrupo esas anotaciones temáticamente o por escenas del relato. Ese es el material en bruto de la novela. En una época tenía carpetas de las que se usan para guardar cheques, carpetas con muchos folios e iba distribuyendo las anotaciones en cada uno. Acumulaba material para cuatro o cinco novelas, aunque estaba escribiendo una sola. Ahora, lamentablemente, no tengo tantas novelas en estado latente, sólo una o dos. Como acumulo tanto material, en el momento de ponerme a escribir no tengo página en blanco. Lo que se me plantea entonces es qué lugar le doy a cada nota, dónde la ubico. A veces me paso cambiando de lugar las notas mucho tiempo en lugar de escribir que es mucho más difícil.
–Es decir que para vos el trabajo de una novela es, sobre todo, un trabajo arquitectónico.
–Sí, tiene mucho de arquitectura, pero es una arquitectura que no tiene muchas reglas establecidas. El otro día estaba leyendo sobre Milorad Pavic, el autor de Diccionario Jázaro. Él hace construcciones complicadísimas, libros con forma de crucigrama y tiene una novela policial con 100 finales distintos y que quería publicar en 100 libros diferentes. Él tiene sus propias “arquitecturas”. Lo mismo sucede con Rayuela. Se trata de construcciones particulares, con reglas propias, pero si no hay una arquitectura la novela se desmadra y no va para ningún lado.
–¿Y qué pasa con el cuento? ¿Qué determina que elijas un género u otro? ¿Hay anotaciones que terminan siendo cuentos y otras que terminan siendo novelas?
–Sí, pero la mayoría comienza por lo que van a terminar siendo, no sé por qué. Si es corta, va a ser un cuento porque yo no tengo la idea clásica acerca de este género, es decir, la idea de Poe, la idea del cuento como mecanismo del que hay que saber el principio y el final. Yo creo que soy más bien un novelista que a veces escribe corto y a veces escribe largo (risas). Hay quien dice que la poesía es lo más difícil, que en nivel de dificultad luego viene el cuento y que la novela es lo más fácil. Yo no creo que sea así. Como decía Mailer, me parece que es más difícil escribir bien a lo largo de 300 páginas que a lo largo de 20. Seguramente un cuentista nato diría que soy un animal.
–¿Qué te reprochan exactamente cuando te dicen tus novelas son muy psicoanalíticas?
–Me han dicho, por ejemplo, que los personajes son muy perversos. Pero, justamente, los perversos no van al psicoanalista. La que va es la gente común, que tiene angustia, problemas amorosos, conflictos con la pareja o con los hijos.
–¿Y cómo incide tu profesión de escritor en tu ejercicio del Psicoanálisis? La gente, después de todo, va al psicoanalista a contar sus relatos y quizá no sea lo mismo contarle esos relatos a un escritor que a alguien que no lo es.
–Sí, de hecho algunos de mis colegas me derivan pacientes que no andan bien con las cosas que habitualmente dicen los psicoanalistas. Seguramente dicen: “Se lo derivo a Chernov a ver si le dice algo que yo no le haya dicho.” De todos modos, el Psicoanálisis es como una payada, es algo de a dos. Hay pacientes que relatan mejor y otros, peor, algunos hacen que se te ocurran cosas maravillosas y otros, no tanto. Sí creo que incide el recorrido de lecturas. Me parece que es mejor un psicoanalista que leyó mucho a uno que leyó poco. Freud, Lacan y compañía eran enormes lectores. Me parece que Wittgenstein da en la tecla cuando dice que el psicoanálisis es una rama de la estética.
*Fuente: http://tiempo.infonews.com/2012/03/04/suplemento-cultura-69220-historia-de-un--ladron-de-almas.php
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