domingo, octubre 06, 2013

LAS MANOS DE LAS HORAS DÁNDOLE FUEGUITO AL TIEMPO...




*Obra de Claudia Marting.
Rosario. Argentina.
 
 
 
 
 
 
Pilar*
 
 
 
*Por Victoria Mora. mvictoriamora@yahoo.com.ar
 
 
 
 
Pilar se levanta temprano como cada día. Le extraña que Oso no venga a saludarla. Pone el agua para el mate y va a buscarlo. Arrastra las pantuflas a paso lento. La noche anterior se quedó echado al lado de la salamandra. Hacía mucho frío, ella le dejó el chal sobre el lomo antes de irse a dormir. Le vio los ojos cansados, sólo eso, él le movió la cola en un gesto que ella interpretó como un gracias. De nada osito. Y se fue a la cama.
Llega adonde el perro parece dormir. Se acerca y se agacha agarrándose del respaldo de la silla. Oso, oso dale que es tarde levántate. Entonces se da cuenta de que ya no respira.
 
 
Pilar tenía 6 años y los pies curtidos por las espinas del campo. Escuchó la noticia sin que la vieran. Sonaron tres golpes en la puerta mientras ella jugaba con León, su perro, en la parte trasera de la casa, desde allí con la puerta abierta del fondo podía ver la pequeña cocina. Su madre abrió sin decir palabra, con apenas un gesto asintió cuando le preguntaron si era la mujer de Armando Bermúdez. Lo sentimos Señora. Y su madre estrujando el delantal se dejó caer sobre una silla y empezó a llorar. Lloraba con sollozos fuertes. Ver a su madre le alcanzo para saber lo que los soldados habían dicho aunque ella no los hubiese oído. Salió corriendo. León la siguió sin detenerse hasta que Pilar ya no pudo respirar. Cayó de rodillas, su pecho se hundía una y otra vez en el intento de recuperar algo del aire perdido. Las lágrimas llegaron a su boca. Lágrimas como ríos interminables. León a su lado lamía su cara. Pilar lo abrazó. ¿Cómo puede ser Leoncito? El abuelo dijo que papá volvería lo prometió, yo lo oí, que si Dios lo salvó en el Ebro de esta iba a volver. ¿Qué vamos a hacer Leoncito? Y con todas sus fuerzas rodeo el cuerpo de León hundiendo la cara entre sus pelos.
 
Dos años después de la muerte de Armando la madre de Pilar recibió carta y pasajes desde Buenos Aires. Sus hermanos varones estaban allí hacía un tiempo. No podían dejar sola a su hermana viuda y con tres hijos en un país atravesado por una posguerra feroz. Pilar se abrazó a su abuelo con toda la fuerza que le permitieron sus brazos cansados. León a su lado saltaba y lloraba con esa percepción que parecen tener los animales en ciertos momentos. Pilar no sabía qué decir. Ya había intentado convencer a su madre de quedarse. Tenemos que irnos, está tierra sin tu padre no vale nada. Y volvía a llorar como tantas veces. Esa tarde se subió a la carreta que los llevaría a Vigo donde un barco con destino final a Buenos Aires los esperaba. Tras ella subió su hermano José, y el pequeño Jesús de apenas tres años que, arriba de su madre, dormía. Pilar vio a León correr la carreta ladrando, aullando como si de pronto se hubiese convertido en un lobo. Ella se abrazó las piernas y cerró fuerte los ojos. Cuando ya no escuchó sus ladridos volvió a abrirlos. Su madre a su lado aún los tenía cerrados y como siempre lloraba abrazada a su hijo.
 
La Boca. Pilar tenía dieciséis años y volvía a paso lento de trabajar en la fábrica. Ocho horas barriendo y ayudando en las máquinas tejedoras. Al menos arrimaba algo de dinero. No la estaban pasando bien. Buenos Aires es el paraíso, decían las cartas, acá la gente tira el pan a la basura porque no llegan a comerlo. La tierra prometida no cumplió con todas las promesas. Venía pensando qué distinta era Buenos Aires a Galicia. No podía decidir cuál era más linda. Tan distintas...tenía amigas gallegas que había conocido ya desde el barco. Volvían cansadas, apenas con ganas de compartir un mate y una charla en el conventillo, al menos con ellas podía seguir escuchando el rumor de su tierra perdida. ¿Cuándo volvería a Galicia? Si era honesta consigo misma la respuesta era nunca. Cavilaba, pensaba en los suyos, en su tierra, cuando levantó la vista se encontró que, media cuadra más adelante, había un bulto que parecía un paquete. Le dio curiosidad. Apuró el paso, cuando estaba cerca, reconoció que era un pequeño perrito que temblaba. Lo alzó y lo abrazó para darle calor. Cuando acercó su cara al cachorro el recuerdo de León la envolvió sin retorno. No pudo parar de llorar las cuatro cuadras que le faltaban para llegar a su casa. Un nuevo compañero, pensó, mientras daba un suspiro y sacaba el pañuelo para secarse las lágrimas. A vos te voy a poner Manuel.
 
Lo lamentamos Señora no pudimos hacer nada. Un infarto irreversible. Gloria, su hija, la sostenía, la envolvía con sus brazos, lloraban juntas. Cuarenta años había compartido con Fermín, cuarenta años y ya no estaba. No encontraba una palabra que decir sólo lágrimas. Y el calor de su hija que no la soltaba.
Horas después subían juntas a un taxi. Me quedo con vos Má esta noche. Está bien hija no hace falta. Quería estar sola. Lo necesitaba. Se despidieron en la puerta de su casa. Cualquier cosa me llamás. Sí hija quédate tranquila. Cruzó el jardín de la entrada y abrió la puerta, ni bien puso la llave en la cerradura escuchó las patas de Oso acercándose. La recibió a los saltos y moviendo su cola peluda y gris. Pilar llegó al sillón, dejó la cartera. Oso se trepó sobre su falda como hacía cada día de los últimos diez años. Ella lo abrazó para llorar sin consuelo su primera noche viuda.
 
 
Oso se murió le dice a Gloria por teléfono. ¿Cómo estás Má? ¿Cómo querés que esté? Ya no me queda nada. No digas eso Má estamos Juan y yo y los chicos. Ya sé, pero vos tenés tu vida, no es un reclamo, te entiendo, a mi sólo que quedaba la compañía de Oso ya no me queda nada. Má busco los chicos de la escuela y voy para allá al medio día. Esperamos a Juan y lo enterramos juntos. ¿Escuchas? ¿Estás bien? Sí, sí estoy bien. Algún cachorro vamos a conseguir. Bueno, después hablamos de eso, los espero. Cuelga el teléfono y va a su habitación a buscar una sábana. Busca la última que bordó, vuelve a la cocina y con ella cubre a Oso. Se sienta en la silla. Toma unos mates y se acuerda de León su perro de la infancia y por primera vez se da cuenta de que no sabe qué fue de él, donde estará enterrado. Un nuevo cachorro piensa. Ochenta años. Ya no puedo cuidar a nadie. Se escucha decir. No, ya es suficiente. Mejor le digo a Gloria que no traiga ningún cachorro. ¿Quién lo va a cuidar cuando yo no esté?
 
 
 
 
 
 
LAS MANOS DE LAS HORAS DÁNDOLE FUEGUITO AL TIEMPO…
 
 
 
 
 
ÉXODO I*
 
 
 
En mi casa pueblo han hecho nido los adioses,
Aleteos de pájaros sombríos
El sol es una aureola gris.
Se han marchado todos.
Los hombres, los pájaros, el río.
Los árboles. Desdichada sed. Alma de niño,
Sin preguntas, los siguen.
 
En mi casa pueblo anidan escombros
Herencias del ayer.
Algunas flores quedan sobre las tumbas de los que no se van
Porque se fueron.
 
En mi casa pueblo ya no queda nadie.
Solo calles, largas avenidas de lamentos.
Allá, a lo lejos, donde acaban los sueños.
El viento, piadoso, desliza sobre el pueblo
La señal de la cruz.
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
XLI*
 
 
 
Mi madre
cruzaba el patio
con un batón
celeste
y un plato vacío
en una mano.
 
¿Cruzaba el patio
o era un sueño
o las hilachas
de un recuerdo
que deflagra
en mi cabeza
justo este día
en que no se qué hacer
conmigo?
 
 
*De Jorge Isaíasjisaias46@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
ÉXODO II*
 
 
 
Guarda esa congoja, amor. La rosa está de luto.
Ellos se han ido.
Quedan sus nombres y un territorio ausente.
No hay nada.
Ni siquiera el miedo en la pupila muerta de la tarde
No hay ancestros ni dioses,
Solo adioses.
Está el sol, siempre el mismo, pero otro sol.
Es tibia caricia que desgrana el alba
Pero también castigo que deshace la luna y la memoria.
Está el viento, otro viento, el mismo viento
Pero la brújula del tiempo ha enloquecido.
Rota, gira, en un círculo sin edad,
Y sopla el viento, piadosamente sopla.
Es en vano.
Para que las sendas caminen deben saber al menos
Adonde van los pies.
Guarda esa congoja amor. Ellos ya no están.
Tampoco yo.
 
*De Amelia Arellano. amelia.arellano01@yahoo.com.ar
 
 
 
 
*
 
 
Apenas despierta de un sueño
con realidades dispares
guardo imágenes detenidas
en el difuso misterio de la noche
caleidoscopio...
Se ven hojas movidas por un viento
cuyo rumor no oigo
en esta otra conciencia
desatinada.
Me gusta sentirme en la matriz
de esta luz que avanza
con la fuerza ciega
de lo que nace.
El día pare su lámpara
y su dislate,
en mis manos tengo
el peso específico
de la mañana,
lo celebro
como un mantra.
 
 
*De Miryam Colombotto de Seia. miryamseia@cablenet.com.ar
 
 
 
 

 

 

 

 
 
El mecanismo del mundo no da abasto*
 
 
 
*Por Miriam Cairo. cairo367@hotmail.com
 
 
 
Es cerca de medianoche y he decidido no moverme del bar. Desde las diez lo he decidido para no privarme de este momento de lucidez en que bebo un café metalizado que sabe a ron y observo el mundo desde adentro. Desde las diez estoy haciendo autopsias del aire que la gente respira. Todo es muy extraño en estas noches. Salgo de casa para no escribir. Para no caer en la cuenta de que escribir es mucho más de lo que ocurre.
En la mesa de al lado, Nelson come una tarta de queso y bebe su café express. Nelson le hace reverencias a la tarta de queso cuando llega Haroldo. Está nervioso y no puede controlar su tic. Sin dejar de sacudir la cabeza dice:
-Bueno, Haroldo, fui a ver al hijo de puta. Me concedió una entrevista.
-Creí que ya no recibía a nadie.
-Pero me recibió. Ahora tengo que publicar el reportaje. No sabe escribir, Haroldo. No tiene vocabulario, no tiene estilo.
-Nada. Sólo vomitar y follar y putear, Nelson, eso es todo...
Yo los escucho desde mi mesa y maldigo las traducciones españolas de Bukowski. También los maldigo a Nelson y a Haroldo porque el hijo de puta no es sólo una máquina de follar, sino también de juguetear con el dedo índice en el botoncito de lilas de la muchacha más bella de la ciudad.
Mientras leo, escribo. Mientras escucho, leo y escribo. Mientras desprendo los botones, escribo. Mientras decido no escribir, escribo. Es inaudito. Para mí tiene algo de milagro. Algo de maligno. El bar es el peor sitio para dejar de escribir. Sería mejor salir a caminar. Quien camina en la noche tiene las estrellas contadas.
En sueño muchas cosas se comprenden, pero la realidad es un estanque donde todos los días se encuentran dos o tres ahogados. Me asomo, por pura curiosidad y veo los cadáveres flotando como plantas acuáticas. Yo tampoco soy una mujer completa, pero he oído que la desdicha de todos los seres humanos es la dicha de la humanidad.
Ahogada también la mujer tres partes niña que todas las tardes ensaya en la esquina un paso de baile.
La muchacha púber, que no encuentra al príncipe Adán entre tanta gente, flota como planta acuática en el estanque.
Oh, Yeats, Cass, la chica más linda de toda la ciudad, ahogada también en el estanque.
Un hombre de negro mira con ojos los cadáveres flotantes y se lleva el susto a otro lado.
Nadie se rompe la cabeza por una metáfora, Ingeborg. Insensata. Intemperie. Intratextual. Indómita. Nadie, ni tampoco nosotras, no vaya a ser que resultemos algo mejor de lo que esperan.
Parece que la vida es así a propósito. Pase lo que pase me pone a escribir en el mismo bar en el que había decidido hacerle autopsias al aire para no escribir. Para no darme cuenta de que escribir es más de todo lo que ocurre.
Es un hecho. Aquí y allá los perros viejos tienen mucha dignidad. El mundo es un mecanismo perfecto: cuando un perro viejo empieza a llorar, otro perro viejo deja de llorar en otra parte. Lo mismo ocurre con la palabra perro. Pero cuando una poeta austríaca muere, ¿nace una poeta austríaca en otra parte?
El mecanismo del mundo no da abasto.
El perro viejo avanza cojeando. ¿Por qué no duerme? Se detiene delante de alguien que lo ignora. Se pregunta si no va a llegar nunca la noche. Calcula mentalmente las horas. El hombre que lo ignora no es del lugar.
El perro mira a su alrededor. Hoy todo lo ve negro. El hombre no es del lugar. No sabe que esto es el crepúsculo clavándole el espolón a la madrugada. El perro debe prestar más atención, de lo contrario nunca llegará la noche. El hombre no se da cuenta de que la oscuridad galopa sobre la perra blanca. Definitivamente no es del lugar.
Tanto andar en la sombra de la sombra, lo inaudito se vuelve cotidiano. Mis libertades me llevan a vivir situaciones muy peligrosas. Esta noche me he propuesto tomar venganza de la noche. Escribir es más de todo lo que ocurre. Los tijeretazos plateados de la luna cortan los hilos que me atan al mundo.
No escribo para no nombrar lo que no existe.
Un desmayo definitivo no alcanza a dormirme definitivamente.
Mientras decido no escribir sigo mi camino. Descubro dos barbudos semidesnudos que me atan las manos. El café con sabor a ron me retrasa las palabras y no logro preguntar si soy yo, o es Ingeborg la que gime. No sé en qué momento estos dos desconocidos empezaron a tratarme con excesiva confianza. Uno de ellos tiene un tic. Mueve la cabeza como un pájaro carpintero. El otro sacude la lengua como un perro. Los dejo trabajar un rato fingiendo estar dormida. Dejo que jueguen con mis huesos brillando en la noche. Ya no es la hora inocente. Es la hora de los rostros doblados donde no puedo verlos.
Esta lila caliente. Este corazón misterioso. Estos barbudos en la zona de fuego. Esta poeta que no muere.
"No más dulces, muchachos", les digo mientras rompo con todas mis fuerzas los lazos que me atan a la noche y cierro las piernas.
Los barbudos se echan hacia atrás. "Hombres hambrientos. Les he dado los huesos, les he dado el dulce, les he dado el crepúsculo. Es hora de amanecer. Se terminó el insomnio. Tengo que escribir y despertar, o despertar y escribir. Vaya a saber qué cosa ocurre primero u ocurre mejor." Y con la cabeza gacha los barbudos vuelven inmediatamente a los libros de donde nunca debieron haber salido.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
entre tu ser y mi estar
una bella intersección
extrañamente
me habita
 
y yo la miro
-a veces-
como se miran las puertas
 
 
*De Alejandra Alma.
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Entro despacio, como el que está seguro de que no hay que tener prisas porque no hay nadie en la habitación. De forma automática mi mano va a palomilla de la luz y después de algunos parpadeos los dos fluorescentes se encienden.
 
La estancia está llena de silencios. El mundo se detuvo ayer, cuando sin darme cuenta cerré la misma luz que ahora abro. Miro a mí alrededor sin ver y constato que el espectáculo que me ofrece el lugar es el mismo de siempre. Basta con pasar una mirada distraída en un segundo.
 
Mi pensamiento va hacia ti y escucho. Quieto en el centro de la habitación, entorno un poco los ojos y en la quietud de la mañana, en estas primeras horas del día que tienen este silencio provisional, escucho. Primero es un susurro, después son sonidos que se entremezclan con los del exterior, más adelante, algunos días, no todos, pero si algunos, escucho tu voz. La dejaste colgada en el aire, y allí se guarda. La dejaste inconscientemente y la encontré. Lo hice un día que tu ausencia dolía más que otros, y desde entonces te busco cada mañana, te busco a través de las palabras que quedaron colgadas.
 
Hoy te he encontrado. "Buenos días" ha cantado tu voz con gesto de sonrisa, y eso me alegra el día.
 
 
*De Joan Mateu. joan@cimat.es
 
 
 
 
 
 
*
 
 
Ingresé al único burdel de la isla donde mis escasas monedas podían llevarme. Tiritaba pálido de emoción.
Un viejo centauro descorrió las cortinas de brocado rojo y las vi, se exhibían posando como en un pesebre de Rafael.
Elegí la de crines más oscuras, prometía irrealidades.
 
*De Jorge Lacuadra. jorgelacuadra@hotmail.com
 
 
 
 
 
 
 
*
 
 
 
Asomada
amanecida.
Porfiada
incansable.
Batalladora
de
noches
húmedas.
Constante
tenaz.
Agradecida
iluminada.
La mañana en mi nariz,
con su cielo
y su suelo.
No se trata
de
caer,
nunca se trata de caer.
La mañana en tus ojos
charquitos
en mis manos
areneros.
En la Tota en la vereda
y en el pibe con las flores en la mano
esperanzas de olla.
La mañana perfumada en el parque
hamacas quietas esperan.
La mañana bancos
afanosos recaudadores.
La mañana migas
ya es hora de migas soledades
en boulevares apalomados.
La mañana bienvenidas
La mañana despedidas
Insiste.
luchadora
tenaz
aplicada
persistente.
La mañana en mi nariz
enérgica
afanosa.
La mañana es tu voz gritando alto
los sueños escondidos.
La mañana es tu baile, pequeñita,¨
duendecita
protectora de mi ternura.
La mañana en tu beso, compañero
entre el cielo y entre el suelo.
No se trata
de
caer
 
*De Paz Bongiovanni. pazbongio@hotmail.com
 
 
 
 
*
 
 
esto es así
esta rosa con su nariz sobre la tierra
o aquellos peces cansados que nos miran
desde el habitáculo terroso del océano
caminar las avenidas atestadas de comercios
donde hermosos maniquíes nos enseñan a vestirnos
en qué has devenido oh luna o no es acaso así
tu mano tendida en la máquina de coser
las manos de las horas dándole fueguito al tiempo
esto debe cambiar no es así
o no es así pregunto a lo mejor ando solitario
en este asunto y los pájaros no sean necesarios
y los hombres no tengan ya que asumir el cielo
y no deban acaso las mujeres ya parir más niños
que serán devorados en las oficinas públicas
que andarán vestidos de marineros o de sastres
o correrán a la caja registradora a tomar el pedido
de la doble hamburguesa con queso y una coca-cola
esto es así
y después la lluvia
esa maravillosa atorranta que se desnuda en cualquier techo
que deja caer el peso de sus senos
en la boca ávida de los durmientes que se quejan de noche
yo he tenido un padre hermoso que bien valía un mundo
o me equivoco y esto es así o a lo mejor ando
de solitario clamando un verbo que empieza a doler
en las rodillas
 
 
*De León Peredo. gustavojlperedo@yahoo.com.ar
 
 
 
 
 
 
 
***
 
 
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EMILIANO REYNOSO.  
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INDACOCHEA
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